Antes que nada, debo aclarar que probablemente esta crítica sea poco justa. La verdad es que nunca vi la serie, no me interesó demasiado. Por otro lado, creo que una película, no importa nunca en qué esté basada, debería funcionar además como obra por sí sola. Si para entender una película tengo que leer un libro, ver otra película, conocer cierta historia, hay algo que para mí está fallando. Así que hablaré de Entourage como una película olvidándome que está basada en una serie de ocho temporadas. Sobre todo porque si la serie se parece a esta película, no me equivoqué en pasarla por alto. Entourage, producida por Mark Wahlberg (quien hasta se da el gusto de ser protagonista de uno de los incontables cameos de famosos), pretende ser un retrato sobre Hollywood, esa tierra tan atractiva desde lejos y tan agrietada desde adentro. Pero este retrato se termina tornando superficial, machista, y, lo peor (siempre lo considero el peor defecto en una película), aburrido. El conflicto principal de este film es el de un joven (Adrian Grenier) pero exitoso actor que tras un fallido y muy breve matrimonio, decide sentarse en la silla del director. Para eso tiene que conseguir el presupuesto que su idea impresionante necesita, el problema es que su mayor inversor es un texano que deja en manos de su hijo dicha inversión. El padre es Billy Bob Thorton y el hijo, Haley Joel Osment, sí, siempre recordado como el nene de Sexto sentido que ve gente muerta. En el medio, Jeremy Piven intenta controlar sus nervios y su matrimonio a la vez que conseguirle a su actor la película que él se merece. Pero claro, la película no se centra sólo en este actorcito (y menos mal) y a su alrededor está su grupo de amigos que forman parte de la industria también, destacándose Kevin Dillon como el actor fracasado que no puede salir de papeles pequeños y olvidables, y claro, no consigue chicas aunque parezca que, además de ser actor (e incluso quizás más), es lo único que le interesa. Nada de la trama, ni la línea principal ni las secundarias, resultan lo suficientemente atractiva como para querer seguir viéndola, porque ni siquiera se logra empatizar con sus protagonistas. Emily Ratajkowski tiene su aparición, que es algo más que un cameo, pero deja en evidencia que en Entourage, como en Hollywood, las mujeres son todas jóvenes y bonitas y no parecen ser mucho más interesante que para tener sexo, salvo al final, cuando se deciden sentar cabeza, contradiciéndose un poco con la primera parte y pareciendo el film más ingenuo de lo que suponíamos. Entourage es entonces una película evidentemente dedicada a su público más fiel (aun sin haberla visto uno puede imaginar dónde aparecen algunos de los guiños, aunque también es cierto que es probable que nos perdamos unos cuantos), menos divertida de lo que se cree que es (creo que no me reí en toda la película) e incluso bastante menos ingeniosa. Entre tanto gag y metáfora sobre lo sexual, al final se percibe vacía.
Comedias románticas las hay por montones. Incluso hay una (de tantas) forma de separarlas: por un lado, las que apuestan a los elementos básicos ya que así tienen asegurado al menos al espectador asiduo a ese género, y por el otro, los que intentan hacer algo nuevo con él, algo diferente. Pero escapar de las reglas que un género tiene tan impuestas siempre es un riesgo, porque se puede caer sin pretenderlo en algunas de ellas (porque al fin y al cabo para jugar hay reglas) o convertirse en otra cosa, separarse del género por no ofrecer todo lo que una película perteneciente a tal debería ofrecer. El problema principal con Amigos con derecho a roce, es que queda a mitad de camino. No es una cosa, pero tampoco la otra. Para ser una comedia, la película es apenas graciosa. Y es que, tal como su propio protagonista, un guionista que quiere escribir películas de acción pero lo contratan sólo para escribir una comedia romántica sin que él siquiera sepa aún lo que es el amor, a lo que apela (o eso pretende) el film es a escapar a la magia que ciertas películas tienen, a ese modo de mostrarnos de una manera irreal el amor. Esto para retratarnos una historia más real. Entonces desde el vamos el relato se percibe agridulce. Chris Evans interpreta a un protagonista roto, a un hombre que fue abandonado por su madre de muy pequeño y que nunca pudo enamorarse, que tiene sexo sólo por tener un sexo que no le hace sentir nada. Michelle Monaghan es la mujer de la que rápidamente se enamora, con quien roza manos e inmediatamente siente, y nosotros vemos, electricidad. El film cuenta con recursos interesantes e imaginativos como ese. Por ejemplo, el corazón de Chris Evans es retratado como él mismo, vestido en un traje que lo hace parecer salido de un bar hace unas décadas, fumando, ahogándose en la pileta, o lo que sienta él que su corazón vive en ese momento. La historia entre la pareja protagonista no puede evitar caer en clichés. Él se presenta ante ella sin quererlo como algo que no es en absoluto, y luego siempre teme decirle la verdad, pero a medida que el tiempo sigue pasando, la mentira, la traición, se torna peor. Por el otro, ella está de novia, supone que en algún momento va a casarse con él, y no pretende dejar esa parte de la vida que tiene armada así porque sí. Si la premisa de la película tiene que ver con la amistad entre el hombre y la mujer, allí radica otro problema. Es cierto que textualmente los personajes dan su parecer (el protagonista se rodea de unos amigos que terminan siendo personajes coloridos e interesantes), y que la misma pareja decide jugar a ser amigos, pero esta temática nunca está del todo desarrollada. Incluso esa “amistad con derecho a roce” a la que alude el título traducido no dura más que una noche. Quizás otro problema sea que el film está vendido como algo que no es. Quizás alguien vea el cartel, el título y pretenda ver otra película al estilo de las protagonizadas el mismo año por Mila Kunis y Justin Timberlake por un lado y Natalie Portman y Ashton Kutcher por el otro. No, “Amigos con derecho a roce” no se parece a esas películas. Es apenas divertida, por momentos ingeniosa, pero fallida cuando más novedosa quiere ser. Quiere demasiado escapar a ciertas convenciones y al final cae en todas y cada una de ellas. Se podría hablar de otros problemas, como el excesivo uso de la voz en off, o un protagonista al que nunca terminamos de entender, pero a la larga, “Amigos con derecho a roce” es una película interesante, no tan original como quiere serlo ni tan divertida ni tan romántica. Pero la salvan que los dos protagonistas irradian un encanto natural, y que los personajes secundarios (Topher Grace, Aubrey Plaza, Luke Wilson, entre otros) aportan un poco más de vida al relato, y que a nivel estético tiene juegos interesantes, como las situaciones y el modo en que se las imagina su protagonista.
La actriz Margherita Buy se pone en la piel de un personaje inspirado en el propio director, Nanni Moretti. Al igual que él, Margherita (sí, el personaje lleva el mismo nombre que la actriz), se encuentra intentando terminar su más reciente película mientras la enfermedad de su madre amenaza con llevársela al otro lado (la madre de Moretti falleció mientras él terminaba “Habemus Papam”). Lo curioso del film es que más allá de su trasfondo dramático, Moretti nunca termina de adentrarse en el drama sino que, aprovechando especialmente la subtrama sobre el rodaje de la película con fuerte contenido político y social que su directora quiere realizar y un actor estadounidense (John Turturro) caprichoso no se lo hace nada fácil, el tono del film es desparejo, dando como resultado una experiencia más bien agridulce. Moretti (que se reserva un papel secundario como el hermano de la protagonista) pone al frente a de su película a una mujer por momentos decidida pero a la vez una especie de parodia de él mismo como realizador, es difícil despegarse de su imagen más allá del cambio de género. Una directora que en algún momento se da cuenta de que tomó malas decisiones y que por el sólo hecho de ser la directora nadie la frenó y le dijo que era una mala idea cuando en realidad “el director es un pelotudo”. “Mia madre es la historia de una lucha emocional, y también una reflexión sobre mi trabajo como director y la imagen pública que de ese trabajo se tiene”, definió de manera precisa su director cuando presentó la película en el Festival de Cannes. Así se encuentra Margherita, con sensaciones encontradas y un tumulto de contradicciones, aquellas que Moretti imprime en un relato con alta carga emocional por momentos y bastantes dosis de humor en otros. Quizás nunca hay un mix un poco más interesante de ambos, sino que están más bien separados, lo que hace que el tono sea algo desparejo. El personaje que hace John Turturro le brinda bastante frescura al film pero no puede evitar caer en ciertos estereotipos de actor que se cree más grande e importante de lo que es. Además, las secuencias oníricas terminan resultando excesivas, y haciendo de la narración algo más complejo de lo necesario. “Mia madre” es más bien un cine contenido. Personal y autobiográfico sin dudas, pero al que le falta un poco de profundidad.
Es curioso que esta película que data del año pasado tenga tantas similitudes con Birdman, también del mismo año. Incluso que algunas escenas se parezcan tanto entre sí. Al menos en su contenido, porque mientras Birdman, más allá de que quien les escribe ha sido detractora del film de Iñárritu, apostaba a un estilo propio, Un nuevo despertar no apela a lo estético, sino que cae en una cinematografía simple e intimista. Al Pacino interpreta a Simon Axler, un actor envejecido con un carrera envejecida incluso. Vive solo, su senilidad comienza a hacerse presente, y su único contacto constante es con su psiquiatra, mayormente a través de Skype. Tras un breve lapso internado regresa a su casa y aparece una joven, hija de quien fue amiga y colega. Greta Gerwig interpreta a una lesbiana confundida que va a irrumpir en la vida del actor con su impulsividad y forma libre de ser y con quien, más allá de la diferencia de edad, comenzará una relación. Dirigida por Barry Levinson (director desparejo, en cuya filmografía aparecen películas como Rain Man, Bandits y Yes Man), la película es una adaptación de Philip Roth y está escrita por Buck Henry y Michal Zebede. En el guión se intercala realidad con fantasías producto de un estado mental cada vez más deteriorado. En la vida solitaria que llevaba Simon comienzan a aparecer continuamente personajes excéntricos en su casa o sus alrededores, y en general son mujeres. Al Pacino no falla en su papel (aunque es inevitable ver a Al Pacino en lugar de a Simon Axler en muchos momentos) y Greta le aporta mucha frescura a su personaje. Pero al final Un nuevo despertar termina no siendo mucho más que un conjunto de buenas actuaciones. El film se torna irregular y fallido, haciendo de él una interesante reflexión sobre el mundo de los actores, y lo que conlleva convertirse en muchas personas hasta tal punto de a veces no saber cuándo se está siendo uno mismo y cuándo se está actuando, pero no mucho más.
La ópera prima de Leonardo D'Antoni tiene como protagonista a una joven colombiana, aspirante a actriz, que trabaja de lo que puede para pagar su alquiler mientras asiste a clases de teatro y castings. Sola, con una madre que ni siquiera la llama por teléfono, cuidando a una señora mayor que pasa a ser casi como de la familia, entabla una relación con un compañero de teatro. Pero inmediatamente se olvida de eso cuando conoce a Lalo, un hombre más grande que ella y productor, exactamente la persona puede ayudarla a convertirse en la actriz que quiere. Y en efecto así sucede, por un tiempo. Bea comienza así una serie de altibajos. En su afán por convertirse en la actriz que anhela, las cosas parecen salirle bien en un momento y en otro se le ponen en contra. El joven enamorado la deja de lado al descubrir su relación con el productor. El productor la olvida al poco tiempo al punto de eliminarla de su novela (donde interpretaba apenas a la mucama). La señora que era como una abuela para ella también termina yéndose de su vida. La película, de manera intimista, sigue a su protagonista en ese recorrido por la vida que busca, siempre acompañándola, sin necesidad de someterla a juicios morales. Si bien apela a algunos estereotipos, las reflexiones a las que llegan los estudiantes de teatro al principio de la película terminan delimitando el camino sinuoso que va a realizar luego su protagonista. Una joven que quiere ser conocida y reconocida, a cualquier costa. Mélanie Delloye (La hija de Ingrid Betancourt, casada con el director de la película, lo que podría hacer todo esto más interesante) en la piel de Bea aporta mucha frescura y simpatía a una película que transita diferentes estadíos, momentos de diversión y placer, y otros de soledad y tristeza. Y es ella la que impregna entonces el relato de todas estas emociones de una manera muy natural. Aventurera es entonces una pequeña película que más allá de alguna situación trillada y personaje estereotipado, logra representar la superficialidad de un mundo como el del espectáculo, y las eternas discusiones y competencias entre el artista under y el de televisión, masivo. Esto, sin apelar a juicios morales, cosa que podría haber resultado muy fácil, y en su lugar apostar a una reflexión sobre la ambición y hacia los terrenos a donde esto puede llevarnos.
La nueva película de la directora Rakhshan Banietemad intenta retratar a través de diferentes pequeñas historias apenas conectadas una con la otra, una Irán contemporánea. El film comienza justamente con uno de los personajes más pequeños, al que menos conoceremos, pero que es fundamental: un periodista que quiere retratar a través de una cámara esta sociedad. Así, se sube a un taxi y comienza la película. De un personaje se irá a otro, de un escenario a otro. El taxi quizás es lo que mejor funciona como nexo entre cada historia, aunque por momentos esa necesidad de conectarlas se sienta un poquito forzada, siendo el montaje un eslabón débil del film (aunque mucho puede tener que ver el hecho de que su directora, al saberse prohibido realizar largometrajes allí, simulara realizar cortometrajes que en realidad juntaría para derivar en esta película). No obstante, el trabajo que se hace con la cinematografía da lugar a imágenes cuidadas y potentes que cuentan mucho por sí solas. Con un guión que a veces no termina de ahondar lo suficiente en cada uno de los conflictos, en realidad casi como que elige en cuáles sí y cuáles dejar un poco más en el aire, el film relata estas historias conectadas de manera un poco débil a veces, pero siempre muy honesta. Y las actuaciones terminan de impregnar por momentos al film de un aire documental. Lo más curioso de este film es que a la larga, esta Irán retratada aquí no dista demasiado de una sociedad que todos conocemos, estemos donde estemos. Sus historias son de una identificación fácil, en las que se incluye temas como la política, las diferentes situaciones económicas, la violencia de género, el amor – el desamor, el sexo. Una mirada crítica a una sociedad donde hay analfabetismo, machismo, crisis económica, desempleo, represión. Y donde lo que no hay es libertad. Un retrato con ojos de mujer, porque son ellas principalmente los personajes que más sufren, pero también los más fuertes, aunque suelan ser empujadas a situaciones desfavorables como la prostitución, la violencia de género, el suicidio o la droga. Dura, con un dinamismo que le escapa al prejuicio “el cine iraní es aburrido”, Relatos Iraníes funciona como retrato y espejo de una sociedad que a veces nos resulta ajena, pero que en realidad se parece a la nuestra un poco más de lo que pensábamos.
Dirigida por Andrea Sedlácková, se estrena el film que República Checa envió para que los Premios de la Academia tuvieran en cuenta en su pasada entrega. Juego Limpio. República Checa en la década de los 80. Se acercan los Juegos Olímpicos de 1984 y Anna, una joven atleta, está dispuesta a todo por participar de ellos y así lograr salir del país. Anna entrena incansablemente bajo las miradas críticas de su entrenador y de su madre, quien ve proyectada en su hija sus frustraciones. Para que Anna pueda convertirse en la atleta que desea, su entrenador junto a un médico comienzan a darle anabólicos, sustancias de las cuales no saben demasiado y que a simple vista le producen una gran ayuda pero poco a poco comienza a dejar secuelas en su organismo. Juego Limpio fusiona dos tramas que durante gran parte de su metraje no parecen tener mucha conexión narrativa: por un lado, la de Anna como atleta, y por el otro la de su madre, que se acerca más al lado político de la historia, que es continuamente amenazada por su amistad con un disidente. Es esta última subtrama la que está más desdibujada y sólo en el último tercio parece tener razón de ser. En el medio, el guión hace un poco de agua en algunas partes. Por ejemplo, en el retrato de Anna como adolescente convirtiéndose en mujer, y la relación de noviazgo que comienza como un joven. Hay ciertos momentos interesantes pero cuando su trama principal, aquella en la que el deporte y la extraña sustancia “Stromba” comienzan a predominar, el personaje del novio desaparece durante un largo trecho para luego tener que suponer que en realidad siempre había estado ahí. Hay una clara falta de desarrollo especialmente por ese lado. Juego Limpio termina siendo el retrato de una época no tan lejana, con una puesta en escena más bien fría y gris (tal como su relato lo exige), pero no deja expuestos más que ciertas reflexiones de una manera bastante subrayada. Son destacables las dos actuaciones femeninas, Judit Bárdos como Anna y Anna Geislerová en el papel de su madre.
Desde Francia llega La Religiosa, para renovar las salas porteñas. Basada en la novela de Denis Diderot, La religiosa no es la primera adaptación que llega al cine, existiendo en 1966 una película de Jacques Rivette. A su vez, la novela se basa en la historia real de una joven monja, Suzanne Simonin, que al rechazar los votos es procesada y encerrada en pleno siglo XVIII. Pauline Etienne es la encargada de dar vida a esta adolescente en esta versión ahora dirigida por Guillaume Nicloux. Una muchacha que es forzada a tomar los votos pero se resiste y así es encerrada y torturada por diferentes madres superioras (Françoise Lebrun y Louise Bourgoin ambas muy bien en sus personajes). Cuando ya más cerca del último tramo las cosas parecen por fin, tras tanto calvario, mejorar, es cuando entra en escena, ya bastante entrada la segunda mitad del film, la grande Isabelle Huppert como una nueva madre atenta, quizás demasiado, a las necesidades de Suzanne. Apostando a una fría teatralidad, La Religiosa tiene una narración lineal sin muchas sorpresas y no se siente nada arriesgada. Aun así logra poner en escena temas suficientes como para generar en el espectador una reflexión (porque no parece haber intención de plasmar una dura crítica ella misma) sobre la religión y sobre el derecho de la mujer a su libertad, especialmente en una época en que la mujer parecía tener sólo dos destinos posibles: ser esposa y madre o entregarse a Dios. Gran parte de los logros de esta adaptación recaen en cada una de sus actrices, pero también se destaca que la búsqueda de emociones nunca se siente forzada, todo está plasmado de manera delicada. La Religiosa es correcta e interesante pero con una temática que podría haberle permitido jugársela un poco más en lugar de optar por un retrato más bien liviano sobre un tema siempre complejo.
Noelí (Yanet Mojica) es una joven dominicana que deambula por las playas buscando hacer algo de dinero sacando ventaja de los turistas que las visitan. Entre sus clientes hay una señora mayor, francesa, solitaria, con quien mantiene una relación durante tres años de idas y venidas, siempre que haya dinero de por medio. Anne, esta mujer, es interpretada por Geraldine Chaplin, quien da vida a una mujer adinerada que de repente se encuentra enamorada de esta joven, aunque sepa pero por momentos no parece terminar de aceptar que sólo el dinero las une. El novio de Noelí no sólo está de acuerdo con esta relación sino que la empuja cada vez más con tal de obtener beneficio económico, nunca parecen haber celos de parte suya. Y los sentimientos de Anne son cada vez más fuerte hasta considerar llevarla a Europa con ella, algo que Noelí busca: irse, escaparse de ese lugar de apariencia paradisíaca. Porque Anne se siente tan sola, escapando también, de vaya uno a saber qué (se sugiere pero nunca se llega a saber con certeza), que es capaz de aceptar las migajas que la joven le ofrece. La película escrita y dirigida por Laura Amelia Guzmán & Israel Cárdenas está basada en la novela homónima de Jean-Noël Pancrazi. El tema de la prostitución nunca se torna central, sino que funciona más bien como una excusa, y esto permite un relato más intimista y menos obvio. Los cuerpos juegan un papel primordial en el relato del film. Noelí y sus bailes sensuales, o el cuerpo arrugado de Anne, de quien la cámara parece esperar más su sonrisa que otra cosa. La musicalización (destacado el comienzo y el final con Ramon Cordero cantando, como marca de un círculo vicioso, o de algo que ya estaba escrito), los silencios, las pocas palabras de sus protagonistas, y el modo de filmarlas terminan de hacer de esta película un relato íntimo aunque nunca lo suficientemente profundo. Es una opción no ahondar demasiado en algunos momentos, sino dejarse llevar por lo que hay, como hace Anne con Noelí, dos personajes que no saben demasiado el uno del otro porque es mejor así. Geraldine se luce en su interpretación sutil pero llena de matices y la debutante Yanet está muy bien como ese objeto de deseo que representa la juventud, la vida por delante. Una película alejada de estereotipos y clichés, aunque no termine de profundizar en muchas cosas, filmada con conciencia aunque algunos recursos se tornen un poco repetitivos, como la iluminación intensa en el fondo, a lo largo del film. Sin dudas, una propuesta muy interesante.
Tras el éxito de Bajo la misma estrella, llega Ciudades de Papel, una nueva adaptación de John Green, esta vez a cargo de Jake Schreier. “Supongo que a cada quien le corresponde su milagro (…). Mi milagro fue el siguiente: de entre todas las casas de todas las urbanizaciones de toda Florida, terminé viviendo en la puerta de al lado de Margo Roth Spiegelman”. Así empieza Ciudades de papel, el libro y la película. Narrado por su propio protagonista, Quentin, o simplemente Q, hablando de su primer y único amor al menos de sus primeros dieciséis años. Nat Wolff, quien interpretó el papel del amigo del protagonista de la adaptación cinematográfica anterior de John Green, es ahora el encargado de contar y protagonizar esta historia, una coming of age al mejor estilo americano, con fiestas llenas de alcohol, un baile de graduación que se aproxima, amigos tan nerds como uno (que cantan la canción de Pokémon o, como en el libro, se obsesionan con el Omnictionary, una especie de Wikipedia ficticia), y ese primer amor cautivante que parece imposible hasta que aparece un indicio de que quizás no lo sea tanto. Y la encargada de interpretar a Margo es Cara Delevingne, un rostro más conocido en el mundo de la moda que en el del cine, una británica (que acá intenta eliminar su acento) que inspiró principalmente a Karl Lagerfeld y muchos aseguraban que podría ser la nueva Kate Moss, hasta que hace sólo semanas anunció su retiro de ese mundo para dedicarse sólo a la actuación. No es su primera película pero sí su primer protagónico, tampoco será la última ya que se la verá en la esperada Suicide Squad. Lo más curioso de Cara como Margo es que no termina de imprimirle toda esa actitud y onda que tiene ella misma al personaje; como Margo, Cara se desempeña apenas correctamente. Q y Margo fueron amigos de pequeños pero la pubertad y su consecuente adolescencia los distanció. Él quedó relegado y ella se volvió una chica popular. Pero cuando el mundo de Margo parece haberse derrumbado (o así lo siente ella al saberse engañada por su novio y sus amigas) se acuerda de Q y se le aparece una noche para que lo acompañe en su venganza. Una noche en la que Q se olvida de la rutina con la que está encariñado, para seguir a la impredecible e impulsiva Margo. “El modo en que te sentiste esta noche, así deberías sentirte toda tu vida”, le dice ella. Pero los dos esperan cosas distintas de su futuro. Ella no puede seguir los pasos de la mayoría de los humanos: secundaria, universidad, trabajo, matrimonio, hijos. Todo parece demasiado pautado, sin lugar a sorpresas. A él le gusta pensar en una vida ya armada, le gustan los planes. No obstante no puede evitar sentirse una vez más fascinado por esta chica. A la mañana siguiente, ella desapareció. Ciudades de papel pone en juego tópicos comunes: una familia acomodada en la que los padres no parecen ser los más atentos, la amistad adolescente como aquella que parece que va a perdurar toda la vida pero en el fondo saben que después de la graduación ya nada será igual al emprender diferentes rumbos, las ganas de escaparse de quien no soporta que su vida ya esté trazada. El film es muy fiel al libro, como todos podíamos esperarlo. Fiel al punto de, al apelar a la voz en off (recurso al cual no le pueden escapar estas adaptaciones), citar líneas completas de él. Pero por más que aparezcan los Santas negros o el sable hecho de latas, todo está relatado de manera tan lineal que se le olvida de imprimirle su espíritu, alma. Es una película hecha para los admiradores de John Green, por lo tanto poco arriesgada, sin sorpresas. Para el espectador común es probable que la película, guste más o menos, no se quede impregnada en uno. Si no estuviera firmada por John Green pasaría muy desapercibida en cartelera. La historia se torna especialmente más interesante cuando ésta se convierte en una roadtrip, pero a la vez se siente que sucede demasiado rápido todo. El final, aún con agregados que en el libro no aparecen, termina cayendo en el lado más obvio. Con un soundtrack formado por canciones de bandas indies, se termina sintiendo que a la película le falta emoción, que no es lo mismo que emotividad, producto de algún que otro golpe bajo en la adaptación previa de Green.