Las prácticas conocidas como «caer en trance» o «entrar en trance» describen a un mecanismo psicológico en el que el sujeto se abandona a ciertas condiciones, externas o internas, y experimenta un estado de conciencia disímil. Los estados de trance son acompañados siempre por modificaciones cenestésicas y neurovegetativas. Definido el término, ya que parece importante desde el titulo, desenmarañemos el texto audiovisual que nos compete. El problema principal del último filme del mismo director de “Trainspoitting” (1996,) y ganador del Oscar por “Slumdog Millonaire. ¿Quién quiere ser millonario?” (2006), es que parece haber confiado demasiado en su habilidad para narrar. Dicho esto y aclarando, el filme se torna aburrido pues en principio el realizador no se toma el tiempo suficiente para instalar el verosímil, para luego contar o engañarnos con la historia. Ello se centra en el robo de una obra de arte durante una subasta, en la que el encargado de su custodia, luego de esconderla, recibe un golpe en la cabeza por parte del ladrón y se instala la amnesia, necesaria para incorporar al último personaje del trío protagónico, una terapeuta que utilizará la hipnoterapia, (dejada de lado por Freud a fines del siglo XIX, ya bastante en desuso en el mundo entero, salvo algunos seguidores del Dr. Erickson), para descubrir el paradero de la pintura. De ahí en adelante una cantidad de giros narrativos, cambios de punto de vista, alteraciones temporales, todo excesivamente forzado como para terminar siendo creíble. Protegido con una postura estética que intenta desenterrar los dobleces y las profundidades de la mente humana y su triada constitutiva, el inconciente, el preconciente y el conciente, pone en el centro de atención en la acción del trío intentando engañar al espectador, pero sólo consigue confundirlo durante largos periodos de la proyección. El efecto termina por ser artificioso y inmoderadamente introducido como para sustentar un suspenso hasta el desenlace, cuestión que no logra en ningún momento en donde quieren hacer creer que todo es apariencia, nada real. Para eso recurre a cambios abruptos de los puntos de vista, hasta se podría decir de narradores El filme poseía todos los dispositivos para transformarse en un gran thriller, pero sólo queda muy confusamente que hay un sujeto amnésico, un ladrón que quiere “recuperar” el botín, y una “terapeuta” que termina, o no, teniendo otro tipo de relación con el paciente. Habría que reconocerle que atrapa en el primer tercio del relato, ello a partir de la elocuencia y del montaje de las imágenes, y porque la estructura narrativa de Boyle hacen de esa secuencia del asalto que se transforme en lo que más se disfruta. Por más que recurra como siempre a una puesta en escena abarrotada de elementos, abuso del color y la luz de manera efectista, un montaje acorde a la velocidad de las acciones, el método pertenezca a otro género, y los baches que entierran toda lógica constructiva del relato.
Música del corazón Una de esas pequeñas joyitas que aparecen de vez en cuando, todo un canto a la vida, sostenido por un seleccionado de actores de gran categoría, dirigidos por un maestro de actores en su primera incursión como realizador cinematográfico. Todo transcurre en un hogar de ancianos con una característica peculiar: sólo pueden residir personas que en su vida activa hayan tenido relación directa con el mundo de la música, lo que podría nominarse como el filme “Música y lágrimas” (1954) de Anthony Mann, pero con otro significado. Como decía Francoise Dolto “Uno se muere, cuando ha terminado de vivir”, en el sentido no de la muerte en sí misma, sino de la ausencia de deseo, placer o ganas de vivir. Sobre esto trata el filme El hogar esta con graves problemas financieros y pergeñan la idea de realizar una función con el fin de recaudar dinero pero, para bien o para mal, llega al hogar Jean Horton (Maggie Smith), una gran diva del canto lírico, y con ella se conforma el más grande cuarteto de interpretes de la opera de Verdi “Rigolleto”. El pasado se hará presente y saldrán a la luz las pequeñas grandes rencillas nunca platicadas, siempre silenciadas. Su historia personal con Reginal Paget (Tom Courtney), ex matrimonio, con un secreto a voces jamás hablado, el mejor amigo Wilf Bond (Billy Connolly), típico personaje que no quiere dejar atrás sus conquistas, tanto artísticas como románticas, al estilo de James Bond, pero transformado en un geronte pícaro o en un viejo verde, y Cissy Robson (Pauline Collins), la que siempre marcaba el equilibrio, ahora en pleno proceso de perdida de la personalidad por una enfermedad mental y cruel. Con ellos está el organizador del evento Cedric Lvingston (Michael Gambon), en uno de los personajes más queribles y risueños, pues esta construido desde una amable mirada sobre el deterioro de las facultades de los sentidos, en este caso primordialmente el oído, lo que lleva a situaciones de equívocos tal cual lo demanda el género de la comedia. Un relato donde la música se instala como primordial, para luego ir cediéndole el lugar a las performances actorales que hacen gala de un muy buen guión, inspirada en la obra de teatro homónima de Ronald Harwood (guionista de “El Pianista” – 2002- de Roman Polansky), inteligente en sus diálogos, enmarcados en un cine de estructura clásica, de progresión dramática directa, sin búsquedas estéticas novedosas, pues no las necesita, y con un resultado efectivo. Una comedia con algunos tintes dramáticos puestos en juego por el cercano fin de la vida, al estilo de la reciente película francesa “Y si vivimos todos juntos” (2011), o la inglesa “El exótico hotel Marigold” (2011), con mucho humor acido y sobre todo grandes actuaciones. Un gran debut de Dustin Hoffman detrás de cámara, quien además tuvo el acierto de convocar a grandes personajes de la música para homenajearlos, como elegir un escenario más típicamente inglés para desarrollar las acciones.
Hace unos años el publico porteño tuvo la posibilidad de ver “Lila, Lila” (2009) de Alain Gsponer, dentro del festival de cine alemán, tal el origen de este filme. “Palabras Robadas” esconde dentro de sí misma, sin nombrar la fuente, la idea principal que desarrollaba el filme germánico. Un joven con proyecto de ser escritor encuentra, por casualidad, el texto de una novela escrita hace muchos años, pues el papel, el tipiado en máquina de escribir, y la carpeta de cartulina que lo guarda, dan cuenta de su antigüedad. Éste se apropiara de el, pero no contaba con el éxito que significaría la edición de esa novela, que no sólo se convierte en un best seller (libro más vendido), sino que lo catapultará como el mejor escritor del año. Pero la maquinaria de Hollywood sabe como disfrazar los orígenes, es por eso que aquí estaremos en presencia de tres historias que podrían encerrarse en una sola. La apertura de la narración es con un plano donde se puede ver un libro con el titulo “The Words” (titulo original del filme), con Clay Hammond (Denis Quaid) como un exitoso escritor, en lectura pública de su última novela ante un auditorio colmado, una practica más común de lo que se cree. Así nos instala en la primera de las historias. En ella nos cuenta, y ya entramos en la segunda, la fábula de ese escritor nunca publicado y menos conocido, Rory Jansen (Bradley Cooper), quien tiene la suerte de encontrar un manuscrito que usurpará y que sellara su destino. A instancia de su pareja, la bella Dora Jansen (Zoe Saldana), lo publica como suyo obteniendo un éxito espectacular. Pronto nos revelaran quién es el autor de ese manuscrito, la tercera historia, un anciano sin nombre (Jeremy Irons) que lo escribió durante su juventud, cuando estuvo destinado en París tras la segunda guerra mundial. Allí, en París, encontró y perdió no sólo al amor de su vida, ese que se convirtió en la musa inspiradora de su relato de tintes autobiográficos, sino que además su mujer perdió el manuscrito. Esta realización es una muestra de lo que se conoce como guión de hierro, donde cada plano, cada elemento que construirá el relato general, esta puesto de manera precisa y justa, como si hubiese sido sacado del “Manual de Guionista” de Syd Field, profesor de guión en la Universidad de Harvard. Trabajado con cortes temporales, idas y vueltas sobre los tiempos narrativos, para que el entramado de las historias vayan haciendo progresar unas a otras, tratando de construir una especie de suspenso, que no se vislumbra demasiado en la pantalla, a diferencia de como lo hacia “Muerto al Llegar” (1988), pero con una precisión de reloj en cuanto al armado, con el agregado de la banda sonora jugando sólo para resaltar un clima que nunca se logra de manera definida. Es por eso que quien relata las historias posee la suya propia, con sus propios fantasmas, que se empezarán a revelar cuando, luego de terminada la lectura de su novela, Clay, cincuentón bien conservado, es abordado por la joven y extremadamente agraciada Daniella (Olivia Wilde) y lo que en apariencia es la subyugación de la belleza por el saber o el talento, termina por ser un duelo de gato y ratón, sin resolución figurada, lo que hace extenderse más de lo necesario al producto en general tornándolo perezoso. Por supuesto que todo esto también es utilizado por los guionistas y directores debutantes, Brian Klugman y Lee Sternthal, con el fin de instalar temas y discursos propios como la lealtad, el honor, el talento, la culpa, el amor, la seducción del poder, y el poder de la seducción. Todo sin el menor indicio de calor humano. Sí es para destacar las actuaciones, muy buena la performance del ascendente Bradley Cooper, con los gestos habituales del siempre sólo correcto Dennis Quaid, y un compendio de actuación por parte de Jeremy Irons, el que hace más creíble y querible a su personaje.
La vida secreta de las palabras Poco, muy poco es lo que debe decirse de esta muy buena producción francesa, establecida principalmente en el género de la comedia. Una muy buena traslación de una exitosa obra de teatro al lenguaje cinematográfico. Digo esto a partir que, sin haber visto la obra de teatro, la utilización de los recursos narrativos visuales son puestos en juego de manera excepcional. El filme comienza con el recorrido de una moto, piloteada por un personaje circunstancial, que recorre las calles de Paris con el fin de realizar una entrega de pizzas a domicilio. Ese recorrido es acompañado por una voz en off, la de Vincent (Patrick Cruel, el mismo de la excelente “Un Secreto”, del 2007, de Claude Miller), que va dando cuenta del recorrido que el motorista debe hacer para entregar el pedido, de las calles, del significado y sentido de los nombres de las mismas. Todo para instalarnos en algo que es sabido a priori, por el titulo del filme: “El nombre”. Pero también es utilizado para presentarnos a los personajes, imagen de cada uno y voz de quien es el narrador de la historia, Vincent, todos significativos, no todos presentes en el desarrollo del conflicto principal, algunos sólo en carácter de despliegue de otras subtramas, tales como la madre de los hermanos Vincent y Elizabeth, o los hijos de esta con Pierre. Luego de la introducción de los personajes, casi todo el resto transcurre en sólo tres espacios: un comedor, un living y una cocina, pertenecientes al departamento donde vive el matrimonio conformado por Elizabeth (Valerie Benguigui) y Pierre (Charles Berling). Esta idea de mantener las acciones en ámbitos reconocidos como teatrales no es ni inocuo, ni impensado, y menos casual. Esta puesto respetando el origen del texto y para que cada personaje tenga su protagonismo en el momento adecuado. Se trata de una pareja de docentes, ella de escuela secundaria y él de la Universidad de la Sorbona, quienes han tenido la maravillosa idea de invitar a cenar a la pareja conformada por el hermano de ella, Vincent, y su esposa Anna (Judith El Zein), que están esperando su primer hijo, con el agregado del mejor amigo de todos, Claude (Guillaume de Tonquedec), un trombonista, miembro de la orquesta de Paris. Todos llegaron a tiempo, sólo falta Anna, y surge la pregunta ¿Ya eligieron nombre para el bebé? La respuesta genera un conflicto de proporciones, en principio inexplicable, por cuanto el punto es que darle el nombre a un hijo conlleva una carga no sólo para los padres del futuro ser humano, sino para toda la familia, ello respecto de la significación del nombre en relación a la historia de cada uno, a la de cada familia en particular, y a la de humanidad en general. Hay nombres que parecen estar prohibidos por el sólo hecho de articularse a modo peligroso, tal como decía Maud Mannoni en una parte de su texto “Lo nombrado y lo innombrable” (Ed. Nueva Visión, 1992). Es por eso que luego hará instalar los malos entendidos, que en este caso sacara a relucir los secretos, de un grupo constituido como tal a partir de los afectos y de silenciar algunos pensamientos. El conflicto de la trama principal, inteligentemente de por sí, deja de serlo en la mitad del desarrollo de la película, para pasar a ser sólo un vehiculo que ahondara en las relaciones filiales y de amistad. Algo del orden de lo dicho en el momento menos esperado romperá con la lábil estabilidad de estas relaciones. Esas cosas que nunca se quieren decir, palabras que se desean silenciar, pero que una vez dichas tienen vida propia y no hay retorno, hieren o agasajan, mayormente lastiman. Hacedora de un guión de excelente factura, con diálogos muy inteligentes, chispeantes, poseedores de un humor muy fino, trabajado con un muy cuidado diseño de movimientos de cámara y montaje, harán que el encierro no sea percibido, tanto como el trabajo de fotografía y el sonido, todos con el fin de hacer resaltar las muy buenas actuaciones del quinteto recluido en ese departamento. Una comedia dramática que respeta y hace honor a la mejor usanza francesa en el género, inteligente y profunda. Contar algo más de la trama podría hasta sentirse como una traición para con el lector, ¡Que te sorprenda!
Lo más importante de este filme colombiano, en coproducción con la Argentina, es la historia que nos narra, anticipando que está basado en hechos reales. Lo verídico del suceso es el asesinato de Jorge Eliecer Gaitan, candidato opositor al gobierno a finales de la década de 1940 con muchas probabilidades de convertirse en el nuevo presidente, y la posterior escalada de violencia popular que se suscito, conocida como El Bogotazo (09 de abril de 1948), del que, según parece, todavía hoy hay heridas que no terminan de cerrar. Hasta aquí lo que hay del orden de la realidad. Roa es el nombre de quien fuera acusado de ser el asesino. Su nombre completo era Juan Roa Sierra, quien termino muerto ese mismo día por la furia de la muchedumbre que se levanto contra el gobierno por el asesinato de su líder. Dos fueron las versiones que se articularon en el juicio posterior respecto de esos acontecimientos; una, la que narra el filme a partir de testigos que lo propondría como participe necesario, pero no como asesino, la otra, que hablaría del personaje como asesino solitario. En 1978 el gobierno colombiano dio por cerrado el caso declarando a Juan Roa Sierra como paciente esquizofrénico, que actúo solo (¿o con su doble o más personalidades?), y por motivos meramente personales. Hasta aquí lo importante de la realización. El problema es que más allá de algunos logros técnicos como la fotografía, la reconstrucción de época, incluso la banda sonora, la falla principal esta en su construcción, en la estructura del guión y posterior desarrollo, por momentos muy moroso en los tiempos, por otros muy compendiado, tal cual un resumen Leru, que hará que aquellos que no conozcan de la historia real queden fuera del registro. En otros momentos, sobre todo desde la estética, se pone en evidencia como una producción demasiado ambiciosa sin justificarlo. Nunca deja de ser tremendamente superficial, desde la presentación del personaje, las circunstancias que lo rodean y definen en lo laboral, familiar, amoroso, hasta las motivaciones que lo llevan a la resolución, no del conflicto en si sino del relato
Película de fórmula a ultranza. Ninguno de los clichés habidos y por haber que se hayan conocido en los ciento diecisiete años, y la yapa, que tiene el cine, y que alguna vez se haya utilizado, no deja de estar presente en esta producción del director nacido en Roma, y que ahora se ha ganado el mote de italo–norteamericano, Gabriele Muccino. Situación que provoca que todo sea demasiado previsible, pero que no estaría en el orden de la gravedad extrema si sólo fuese esta la cuestión, ya que a priori se sabe que se encuadra en el género de comedia romántica para toda la familia, ergo, con final anticipado. Decía que esto no sería tan grave sino fuese por la superabundancia de elementos tratando de conseguir una organicidad interna del producto, donde no hay una base sólida que lo sostenga, resulten cuestiones que tornan al filme entre tonto e inverosímil. Estoy hablando de todo aquello que desplegando las sub-tramas hace avanzar la trama principal. Abocándome a la historia todo se hará más claro. George Dryer (Gerard Butler) es un escocés, ex figura del fútbol de su país, goleador como pocos, casi un Messi (perdón) de habla inglesa, hasta que una lesión lo deja fuera de las canchas. Con una síntesis de sus hazañas deportivas se abre la narración. Elipsis temporal mediante, años después nos encontramos en los Estados Unidos de América, específicamente en Virginia, con un George derrotado por la vida, con deudas de todo tipo y color, sumándole que está allí para recuperar el amor de su hijo luego de la separación, sin trabajo y sin dinero. Sólo un poco de ambición como para erigirse en comentarista de fútbol en el canal local. Su hijo vive con la madre y con la nueva pareja de ésta, a punto de casarse. Entre la prosecución de un trabajo a su nivel de “sapiencia” y lograr que su hijo lo vuelva a tener como ídolo, George apenas conseguirá ser entrenador del equipo infantil de fútbol, del que su hijo es integrante, el peor de toda la red escolar, donde su entrenador actual, otro padre, gordo, fofo, desalineado, que nada sabe de ese deporte y vive más preocupado por sus negocios que por dedicarle atención y tiempo a los niños. La llegada de nuestro héroe, ex deportista de elite, todavía en muy buenas condiciones físicas, será muy bien recibido por todos los chicos del equipo, por algunas madres (Uma Thurman, Catherine Zeta Jones), y un padre poderoso (Denis Quaid) que consigue lo que quiere con el dinero que tiene, quien terminará por constituirse en otro antagonista de hielo, o sea que inevitablemente se derretirá. El terreno esta sembrado con un George desahuciado, lo que dará lugar a situaciones un poco subidas de la tonalidad imperante en éste tipo de comedias, pero nada original. En el medio de todo esto, justo cuando necesariamente el género de comedia pide a gritos un poco de dramatismo para equilibrarla, Stacie (Jessica Biel), la ex esposa, sentencia (pues no lo dice)… “Si viniste con la idea de recuperarme, estarás perdiendo el tiempo y en el camino vas a volver a dañar a tu hijo”. Pregunta: ¿Hacia falta esto? ¿Ya se dio cuenta de cómo sigue y en qué termina todo? Si quedaba algún resquicio de ver algo diferente lo acababan de asesinar. Las actuaciones son buenas, hay química entre los actores, pero el texto es muy burdo y la construcción demasiado ordinaria y todos los demás rubros al servicio de lo mismo. No siempre un centro atrás es gol, a veces las formulas no funcionan. Mire que tanto “Ahora o nunca” (2000) como “El ultimo beso” (2002), del mismo director, pero con diferente productor, aunque ambas de origen italianas, eran muy rescatables. Esperemos un pronto retorno de Muccino a sus orígenes, por el bien del cine y de los espectadores.
La sospecha Muchas son las formas de entrar a diseccionar esta obra que marca el debut en Hollywood del director sur coreano Chan Wook Park, conocido por el público argentino a partir del “Oldboy” (2003). A primera vista está la clara referencia, por el relato, si bien no lo es estrictamente hablando, que pueda confundirse como remake de uno de los films más elogiados e importantes de Alfred Hitchcock, “La sombra de una duda” (1943). En primer lugar el realizador deja claro que puede tener algunos puntos de contacto en la narración, y hasta en el género, pero que por estilo, estructura, estética, se aleja bastante, aunque no exclusivamente, ya que entre las grandes diferencias una muy clara es que en la de 1943 tío y sobrina se llaman igual, Charlie. En segundo término, cuando el guión comienza a desplegar el conflicto, podría hasta leerse como una versión, demasiado libre y antojadiza, de la obra de teatro “Hamlet” de William Shakespeare, no por el triangulo amoroso que se instala entre los personajes, sino por la sed de venganza que va sugiriendo de manera muy sutil y sugestiva hasta llegar a la sensación de que en realidad lo promueve. En tercera instancia, y a mi entender la más importante, que es la que más separa a esta producción de lo anteriormente referido, empieza en el titulo original “Stoker”, esto es el apellido de la familia que se retrata en el relato. Convengamos que no es cualquier apellido, se trata de Bram Stoker, el escritor irlandés conocido por ser el autor de “Drácula”. El filme comienza con una escena de sugerente belleza plástica, con una voz en off del personaje protagónico adentrándonos en los planteos psicológicos, filosóficos, éticos y morales de la historia de la que vamos a ser espectadores, no para generar empatias, sino sólo como testigos. Luego nos instala tres meses antes, pues queda claro que lo que vamos a ver ya ha sucedió. ¿Será un doble juego con la ya citada realización de Hitchcock? Nos ubica en el entierro de Richard Stoker (Dermont Mulroney), al que asisten, entre otros, su esposa y su hija, Evelyn Stoker (Nicole Kidman) e India Stoker (Mia Wasikowska), respectivamente. En ese triangulo familiar algunos de los vértices se habían cortado, sólo quedaba intacto y fortalecido el de padre e hija, en tanto entre la progenitora y la joven había cada vez más distancia, ya sea por la frialdad de ella o por los celos que le generaba la relación establecida entre padre e hija. Pero aparece la figura del tío Charles Stoker (Matthew Goode), y esta es otra sutil diferencia con la de Hitchckok, en la primera todos sabían de su existencia pero su ausencia estaba justificada por instalarse como el orgullo familiar a partir de las hazañas durante sus viajes. En el caso que nos ocupa el tío Charlie (el único que mantiene el nombre con la anterior) no sólo es un desconocido, del que nadie sabía de su existencia, sino que su sola presencia se torna inquietante ya desde su primera aparición fantasmagórica en el entierro, sólo percibida por la sobrina. Lo shakesperiano estaría dado a partir del establecimiento de una relación entre los cuñados que cruza ciertos limites tolerados por India, pero queda atravesado cuando Charlie también comienza a tejer una telaraña con el fin de seducir a su sobrina, y en la que la joven queda subyugada en una de las escenas más bellas, provocadora e insinuantes del filme, en la que ambos personajes ejecutan en el piano una composición a cuatro manos. Tamto la estructura de la historia, como la presentación del conflicto, de los personajes y la instalación del conflicto, responden al mejor y más tradicional thriller. Para ello cuenta con la gran performance de los mal llamados rubros técnicos. Un muy buen diseño de banda de sonido, destacándose la música que cumple con varias funciones: empática en relación a la imagen cuando esta lo requiere, creadora de climas cuando el texto lo necesita, rítmica como le corresponde, y muy particularmente narrativa ya que la inclusión del aria, que anticipa la venganza, “Stride la Vampa” (“La Llama se agita”, de la ópera “Il Trovatore” de Giuseppe Verdi), aquí no es casual. La dirección de arte, específicamente la fotografía con el resaltado los colores vivos, y la iluminación acentuando la escenografía elegida para desarrollar la mayor parte de la historia, una especie de castillo estilo gótico, acumula una referencia directa con la historia del vampiro más famoso. No sólo en cuestiones estéticas presenta correspondencia. Si bien no hay escenas visualmente demasiado sangrientas, el liquido rojo corre por el texto en función de la consanguinidad de los personajes. Por supuesto que todo está sostenido por las actuaciones, destacándose sus dos protagonistas principales, por una parte el actor ingles Matthew Goode, construyendo y desplegando un personaje de difícil composición y desarrollo, manteniendo un equilibrio perfecto entre lo angelical, lo perverso, la seducción y el cinismo. Ubicándose a la par de él observamos a la actriz australiana Mia Wasikowska, quien también sale airosa de la jugada en la transición de ser una joven desvalida, a la que le quebró el corazón la muerte accidental del padre, a ser el oscuro objeto del deseo de venganza. Sorprendentemente un escalón más abajo encontramos a Nicole Kidman, quien hace muy creíble el personaje de la madre distante y esposa gélida, pero con menos tiempo en pantalla. Al principio de la nota decía que la tercer variable de análisis era la que más me cerraba, la frutilla del postre, por lo anteriormente expuesto, es que el nombre del personaje principal es “India”, en referencia directa a uno de los cuentos que más articulan el tema de la venganza, y más conocido de Bram Stoker, “La mujer India” ¿Será una simple casualidad?
Este filme comete primariamente el pecado de tratar de esconder sus convencionalismos, sobre todo narrativos y de estructura, a partir de la velocidad que le imprime a las imágenes o, mejor dicho, del tiempo de estas en pantalla. Trabajada con cortes rápido y montaje acelerado típico de una producción de acción, pero el género al que se quiere adscribir es el suspenso, ergo, yerro. Dicho de otro modo y más usualmente, sin querer ser redundante, aplica sobre la condición de adrenalina a la que esta dispuesto a descargar el espectador. La historia se centra en Jordan Turner (Halle Berry) quien se desempeña en una de las labores posiblemente más difíciles, ser operadora del sistema de emergencias de los Estados Unidos, desde hace un tiempo también utilizado en Argentina, me refiero del famoso 911. Abro paréntesis. Durante los últimos 40 años se ha visto en el cine yankee como la gente en peligro llamaba la 911, en nuestro país se ha adoptado el mismo sistema, no por ausencia de alguno en vigencia, sólo que se utilizaban otros números, 101 policía, 107 emergencias médicas. Ahora digan que el cine no es un medio de penetración cultural. Cerrar paréntesis. El relato comienza centrándose en mostrar el medio en que nuestra heroína de turno despliega sus habilidades, y en los primeros minutos la vemos en acción. Atiende a Leah Templeton (Evie Thompson), una joven en situación critica. Es de noche, llama pidiendo ayuda pues advierte que alguien esta tratando de entrar en su casa y ella esta sola. Jordan la trata de calmarla y guiarla mientras llega la ayuda policial al domicilio. A Jordan le avisan que los policías tardarán 8 minutos en arribar a ese destino (acá la pizza te la entregan más rápido), en ese contacto auditivo, e imaginando los espacios, va llevando a Leah a los lugares más seguros del departamento hasta que un error, de los más graves que se puedan cometer en la emergencia, es cometido por Jordan, el mismo que se traducirá en la muerte de Leah. Hasta aquí lo mejor del filme, pues la situación de suspenso sobre lo no visto del personaje, pero sí por parte de los espectadores, es trascendental. El contacto auditivo entre ambas mujeres redunda, por supuesto, en las actuaciones, el maniobrar del que luego sabremos es un asesino, los planos cortos bien dosificados, el manejo de la luz en los espacios chicos y en los rostros de los personajes, la música no sólo en función rítmica, todo del orden de la precisión de un reloj suizo. O sea buen suspenso, bien graduado. Corte. Meses después vemos a Jordan ya no como telefonista sino como instructora de nuevos miembros para el 911. O.K, le creo, puede saber mucho de la teoría pero no como aplicarla ella misma sigo comprando el verosímil instalado. Otro paréntesis. Aquí vamos sobre el cambio en el titulo. El original es “The Call”, o sea “La llamada”, que hasta puede ser la de la suegra y también sería fatal, pero ponerle “911: Llamada mortal” ¿no le resulta un poco anticipatoria? Volvamos a lo nuestro. En el instante de aprendizaje de los nuevos reclutas una nueva operadora se encuentra con una llamada similar a la que Jordan tuvo al principio del relato. La novata da señas claras de estar sobrepasada por la situación. Otra joven, Casey Welson (Abigail Breslin), tan rubia como la primera victima que conocimos, esta siendo secuestrada, la meten en el baúl de un coche y desde allí, gracias al guión que lo instala, no de buena manera sino muy burdamente, el objeto MacGuffin hitchcockiano, léase un segundo celular que le puso en el bolsillo trasero de su pantalón, llama al 911. La novata al no poder con la situación es suplantada por Jordan. Entonces el relato se afirmará en que siempre hay una segunda oportunidad para redimirse, y eso atentará definitivamente sobre el texto fílmico. Definiendo. El mismo se volverá extremadamente previsible, sumándole que todos y cada uno de los personajes están entre una regular presentación y poco desarrollados, hasta la sumatoria de diálogos que por momentos se tornan prescindibles. No así las acciones de los personajes principales, nuevamente todo esta puesto, claro que no exclusivamente, para el lucimiento de las actrices. Por supuesto que en cuanto al tratamiento sigue por los mismos carriles impuestos en los primeros minutos, esto es planos cortos, cortes rápidos, buena banda de sonido, mejor fotografía, pero el suspenso quedo suspendido, valga la redundancia. Lo peor se presenta sobre le cierre del relato. En los últimos quince minutos se produce un giro que se constituye en el orden de lo ridículo, sólo para poner a ambas mujeres en el lugar de las heroínas. Una Lastima, pues toda la producción cumple con mantener atento al espectador, por acción no por misterio, ya que nada hace que no pueda anticiparse al desenlace.
Nada nuevo bajo el sol. Este filme precedido de una impresionante campaña publicitaria, que incluyó la visita de Tom Cruise como representante más importante en función de promoción, deja bastante que desear. En primer lugar, debe ser encuadrado dentro del género de la ciencia ficción, y en este sentido cumple con todos los requisitos, seria deshonesto decir lo contrario; en segundo lugar, posee una muy buena premisa de instalación de la verosimilitud del relato y una mejor presentación de los personajes; en tercer lugar, la buena actuación de Tom Cruise, quien en el rol protagónico mantiene cierto interés sobre lo observado. El problema radica en que esa verosimilitud tan bien instalada se va a pique sobre el segundo punto de quiebre del relato (el conocido Plot Point), ya que lo único que logra es romperlo desde lo temporal, pues hay algo de los tiempos establecidos que no cierra. Otro tema es que, si bien no es del orden de lo desestimable, hay en esta producción claras referencias a otras tantas películas, no sólo relativas al género, sino que dentro de la historia que intenta contarnos, el discurso inclusive. El punto es del orden del desorden y la acumulación de acciones que van construyendo la narración, no sólo por lo ya visto, sino por lo repetitivo dentro de sí misma, lo que torna al producto como previsible por ende, a partir de la extensión del mismo, aburrido La historia ubicada temporalmente en el año 2077, en un planeta tierra desvastado por una guerra contra una civilización alienígena, que tuvo lugar 60 años antes, que dejo al planeta inhabitable para la raza humana, incluida la destrucción de la luna. En sí el relato se centra en Jack (Tom Cruise), capitán de una nave espacial que tiene la tarea de continuar vigilando al planeta desde una plataforma espacial en la que vive con Vicky (Andrea Riseborough), una partenaire que mientras él sobrevuela el espacio en su nave reparando los artefactos que los ayudan a conseguir los elementos necesarios para la supervivencia de todos, ella comanda la acción desde la plataforma, al tiempo que ambos son vigilados por el gobierno instalado en otra plataforma gigantesca llamada Titán, donde residen los humanos sobrevivientes. Ambos funcionan como una pareja, fría, distante, casi instintiva, mecanizada, y ambos sufren de amnesia o tienen recuerdos demasiados similares, sólo que Jack sueña un sueño de manera recurrente, con el que abre la historia. En ese sueño se transporta a un tiempo pasado donde todo fue mejor, en una Tierra donde la vida era posible, y en ese sueño se ve, y ve a una mujer, siempre la misma, que tiene acciones de calidez y cariño para con él. Jack se preserva para si pequeños secretos dentro de sus recorridos diarios, donde hay terrenos que él conoce pero cuya existencia Vicky ignora. Lugares realmente paradisíacos que algún día se los tendrá que mostrar, cuando el peligro de los alienígenas haya desparecido totalmente. Todo cambia cuando aterriza una nave espacial con sobrevivientes humanos, no es una nave enviada por el gobierno y esto cambiara la perspectiva del bueno de Jack. De estructura, en términos narrativos, muy clásica, con una muy buena banda sonora, sobre todo en la función de creación de climas, pero que falla en un guión que se dispersa por infinidad de subtramas, personajes que se agregan sin demasiada convicción, revolucionarios (sólo para poder ver a Morgan Freeman en acción, un maestro), algunos hasta juegan de posible antagonista del héroe, pero dura demasiado poco temporalmente, y no hacen progresar en nada al relato, y para reinstalar el verosímil perdido recurre al elemento tan en boga de nuestro tiempo, los clones. También, y gracias a la pericia del director, no se hace confusa, presenta mezcla de géneros, como escenas de acción, de drama romántico, aventuras, ideas sin desarrollar demasiado, menos cerrarlas y finalmente algunas, sobretodo la trama principal, sin justificar que termina por dar por tierra, valga la redundancia, con el resto sobreviviente del verosímil. Cuenta en su haber imágenes subyugantes, muy bien filmadas, desde las más funestas de un mundo post apocalíptico, hasta las más bellas de la posible recuperación del mismo, muy pastorales. Pero con eso no alcanza.
Al maestro con cariño En una escuela de Canadá la jornada comienza cuando un niño descubre que su profesora se ha ahorcado en la misma aula donde les impartía clases. Luego de la primera impresión que descoloca por igual a docentes, padres, y exclusivamente los niños, llega el reemplazo con el Sr. Lazhar, un argelino que acaba de pedir refugio político a las autoridades canadienses, con una historia detrás, pesada, trágica. Todo lo que pergeña en el mundo de los adultos parecería ser que esta dirigido a proteger la inocencia de los niños, pero que en definitiva lo que se construye es un muro de silencio. Es un clásico de la educación en general estipular teóricamente que la escuela enseña, pero la educación de los chicos, y o tan chicos, se cierne dentro de la familia. Hay una producción del año 2003 (“Lección de Honor”, de Michael Hoffman) en la que un profesor, muy querido por sus alumnos, discute con el padre de uno de ellos y éste termina diciéndole “usted enséñele lo que haya que enseñar, que de la educación me encargo yo”. En “Al maestro con Cariño” (1967) el relato se centraba en la adaptación de los jóvenes en una sociedad discriminadora a ser “enseñados” por un profesor foráneo y negro, En “Profesor Lazhar” dirigido por Phillipe Falardeau, quien también es el responsable de esta adaptación de una obra de teatro que se constituía como un monólogo, hay un poco de ambas. La narración se establece como una fábula contra estos tiempos, supuestamente tan correctos políticamente, en los que a los profesores se les recrimina que intenten educar a nuestros hijos. En cuanto a la historia en sí, es necesario vivenciar los pequeños detalles que nos articula el director, y ver como se forma el triángulo entre el profesor y los dos únicos niños que no sólo han contemplado el cuerpo de su profesora colgando, sino que ambos creen estar involucrados en las razones del hecho, y que el profesor puede interponerse en ese construido fantasioso de cada uno de ellos logrando romper los muros que les separan Pero eso podría significar quedarse en lo anecdótico del texto. Plantea también la responsabilidad del mundo adulto, de cómo estipulamos el orden de la intimidación: “Haz lo que digo, no lo que hago”. En definitiva terminan imitando. No saber esto, no darse cuenta de esto, es lo que plantea en cierta forma el texto. Pues que cambiamos la naturalidad de los niños en mutismos y desconfianzas, así como que podemos no evitamos las tragedias y sólo obtenemos forjarlas más grandes. Puesto que hemos aislado a los infantes, tratando de “protegerlos” dentro de una burbuja en la que se les puede enseñar pero no se los educa. El claro síntoma del avestruz no da resultado, no puede darlo. Por eso es que el nuevo docente no está de acuerdo y se enfrenta a las autoridades, al mismo tiempo que enseña sobre la vida más allá de que aquello que estipula la currícula escolar Pero la película no se queda ahí, plantea otros temas casi tan importantes como los que se despliegan a partir de la historia central, tales como la integración e igualdad cultural, social y laboral de los individuos que pertenecen a otras latitudes, los conflictos que produce dicha unificación, compromiso de una humanidad que supuestamente ha evolucionado y que debería tener como parámetro la defensa de oportunidades en una escenario económico cada vez más complicado La realización apunta a erigirse cerca de una desaparición inexplicable para los niños y de un duelo incapaz de tomar la forma de cualquier explicación, y desde ahí golpear para despertar en sigilo al público, En cuanto a los rubros técnicos, todos son de buena factura acorde al clima que plantea el filme. De todos ellos sobresale el diseño de sonido y la música, especialmente dando cuenta de un intertexto, pero si bien es empática su lectura es muy sutil sin caer nunca en sentimentalismos baratos ni golpes bajos lacrimógenos. En definitiva, muy bien dirigida, muy bien actuada, destacándose en el elenco Mohamed Fellag (Lazhar), y los niños Emilien Néron como Simon, y Sophie Nelise en el papel de Alice, ambos toda una revelación. A ésta última le juro que uno queda con ganas de adoptarla.