Dos puntos son los más rescatables de éste filme chileno, del mismo director de “Alicia en el país” (2008), en primer lugar la recuperación del gran actor Patricio Contreras, no por su calidad interpretativa, que nunca estuvo en duda, sino por la complejidad del personaje que le toca construir y para el cual utiliza todos los recursos histriónicos necesarios, al mismo tiempo de hacer un uso económico de los mismos. Tanto es lo que puede manifestar con una mirada, un gesto facial, o una impronta corporal, que lo textual por momentos quedaría figurativamente sólo como refuerzo. Por otro lado la historia en sí misma es un hecho innegable, con un personaje real, sucedida en el país trasandino, en la cual un joven de 14 años, Miguel Ángel, comienza a transitar por las calles aludiendo estar comunicado con la Virgen María. Apadrinado por el cura del lugar, el Padre Alcázar (Luis Alarcón), el joven llegará a tener cierta influencia muy falaz, y por algún tiempo, sobre la gente del pueblo de Peñablanca, haciéndose extensivo a otras partes del país. Allí llega el Padre Ruiz Tagle (Patricio Contreras), un misionero enviado por la iglesia para corroborar o no los “milagros” que se van produciendo en ese lugar olvidado de Dios, sobre todo en la época en que la dictadura de Pinochet aparecía estar afirmada. Entre las vicisitudes mismas de un hombre de fe, cuya credulidad va decreciendo, y la manipulación que del muchacho hace el cura del lugar, induce a la criatura a que intente despegarse del yugo eclesiástico y transitar solo con un afán meramente lucrativo, con la presencia de los oportunistas que ven en el hecho un gran negocio, como un otrora comunista vendiendo imágenes de la Virgen, o el fotógrafo gráfico desempleado que registro unas nubes en el cielo con supuesta imagen de la Virgen, pasando por los fanáticos de la fe sugestionados por una verdad improbable, tal cual la esposa de éste último, personificada, otra vez de manera increíble, por Catalina Saavedra, la misma que este año viéramos en “La Nana”. El problema principal del filme radica en su estructura y en la actuación del que debería ser el personaje principal de Michelangelo, encarado por el debutante Sebastián Ayala, el que es fagocitado, desde lo actoral, por los nombrados anteriormente. Desde las cuestiones técnicas, la fotografía realista refuerza el texto, pero la producción tiene entre sus puntos bastante bajo el diseño de sonido y, principalmente, la música que por momentos se torna intolerable, por lo empalagosa más que por lo empática. Asimismo afecta a la narración el utilizar demasiado tiempo para describir los hechos que involucran el ascenso del personaje, repitiendo excesivamente actos y palabras que redundan y no brindan nueva información, por lo que el relato se vuelve un tanto moroso, hasta que aparece el ultimo punto de quiebre y todo el desenlace se precipita terminando por estar mal construido. Ello le quita verosimilitud, siendo verídico. Tanto que no sólo la cantidad de personajes que circulan, sino también los temas que va presentando o insinuando, carecen del desarrollo apropiado, como el abuso de menores en el seno de la iglesia, los avasallamientos de la dictadura, o el empobrecimiento del pueblo. No es de lo mejor que haya llegado desde nuestros vecinos, pero se deja ver.
La vida de los otros El director Christian Petzold, conocido por el público argentino a partir de “Triangulo” (2008), vuelve a aparecer en la cartelera porteña (convengamos que hubiera merecido un mejor mapa de exhibición), con la realización por la cual mereció el premio al mejor director en el Festival de Cine de Berlín en el año 2012. En esta ocasión el guión, de su autoría, se centra principalmente en relatar la vida de la Dra. Barbara Wolff (Nina Hoss) luego de ser castigada por el régimen comunista de la Republica Democrática de Alemania, al osar pedir permiso para irse del país. Luego de la condena, de la que el espectador nada sabe, es enviada a proseguir con sus tareas profesionales en un pueblo perdido al norte, cerca del Mar Báltico. Allí conocerá al Dr. Andre Reiser (Ronald Zehrfeld), su joven jefe, quien quedara subyugado por la belleza, en apariencia gélida, de su colega, la personificación, el derrotero, la evolución del personaje, los lugares ocultos de su personalidad, a la vez que su calidez y calidad humana que lo atrapan, como atraparan también al espectador, sostenido sobre todo por la gran actuación de la actriz alemana a la que pudimos ver en la anteriormente la ya mencionada “Triangulo” y en “Anónima, una mujer de Berlín” , también del 2008. De cómo la sospecha constante sobre su persona, y de la persecución de la que es objeto, termina por transformarse en algo más de lo cotidiano, casi soportable; de cómo éste personaje no sólo pone al servicio su saber, sino de cómo hacer jugar sus afectos, su pensamiento ideológico, y hasta su propio cuerpo como parte de lo intrigante o misterioso. Pero, y esto es lo más interesante de la construcción del texto fílmico, es el lugar de importancia que empiezan a tener a partir del desarrollo de las acciones las subtramas, que si bien no son de resolución vertiginosa, aportan para la creación de climas para el sostenimiento de la intriga, pues el responsable último del filme decide no dar nada por sentado, y en algunos términos sostener lo ignoto de los acontecimientos en pos de lograr un efecto cautivante. En principio, y como una curvatura de la evolución del personaje, vemos como la Barbara se relaciona empaticamente con Stella (Jasna Fritzi Bauer), una joven que se escapo de uno de los campos de adiestramiento-castigo impuesto por el régimen, y que llega al nosocomio donde trabaja la doctora, quien descubre un principio de meningitis en la paciente y su condición de futura madre. La relación con esta niña, a la que le robaron la infancia y la adolescencia, le hará cambiar también su postura engañosamente egoísta frente a las injusticias cometidas. Las otras historias laterales son la relación de amor-necesidad con un médico de Alemania Occidental que la quiere ayudar para que se escape de su país, y en su trabajo el sentirse necesitada por un joven con intentos de suicidio. También juega un rol muy importante la dirección de arte, en relación a la luminosidad del filme, el estilo realista haría puente con la estructura clásica elegida para narrar, a la que se le contrapone los colores vivos, principalmente el rojo y el azul, sobre una estética de tonos pasteles, como para reforzar los estados de animo de todos los personajes. En cuanto a escenografía y vestuario, ambos son utilizado para ubicación más certera desde lo temporal, se sabe, pues algunos indicios el director va entregando paulatinamente, que todo transcurre a finales de la década de 1970 o principios de los ´80. Es asimismo muy interesante el manejo de la banda de sonido por parte del director, no sólo desde lo hablado sino que se lo nombra en la radio a Wilhelm Furtwangler, el gran director de orquesta especialista en Richard Wagner, sobre su interpretación de la Obertura en Mi Mayor, grabación perteneciente a las realizadas por el director de orquesta berlinés, y que estuvieron en poder de la égida comunista hasta 1990, sin olvidar que la versión de la 9ª sinfonía de Beethoven realizada en 1951 es considerada la más lograda. Este estilo musical clásico será el preponderante empaticamente durante casi todo el filme cuando hay música, pero llama la atención que en dos momentos se escuche jazz, en ambas vemos el origen de la música, sendas radios, una en el salón de un puerto internacional, donde llegan turistas extranjeros, y en otro momento, en el hotel donde Bárbara tiene un encuentro furtivo con su “novio” foráneo. Una viable lectura, para nada taxativa, de esto estaría en relación al tema del deseo de libertad, que posiblemente sea el que con más fuerza, aparece en la comunión entre los personajes. Pero toda la reconstrucción de época hace foco no tanto en los espacios por los que transcurre la historia, sino en los objetos que son mostrados, y como estos juegan hasta un papel narrativo, primariamente los autos, las bicicletas, luego el diseño de vestuario de los personajes. Esto reforzaría parte del discurso sociopolítico del filme, que a posteriori se puede pensar como que no es algo particular, característico del sistema gubernamental de esa Alemania Oriental, sino inherente a todos los regimenes totalitarios. Posiblemente, podamos dejar de lado a la resolución, muy condescendiente con el espectador y conciliatorio con el personaje consigo mismo, tanto personal como social, que termina planteando la cinta, no así del conflicto, tanto personal como social, tanto íntimo como general, que termina trazando la película
La jauría humana El director danés Thomas Vinterberg fue otrora uno de los iniciadores, junto a Lars Von Traer, de lo que se conoció como Dogma ‘95, todo un manifiesto sobre cómo y qué filmar, un movimiento vanguardista que finalizó, por no tener reglas muy claras, aproximadamente en el año 2005, pero que sin embargo dejó obras cinematográficas de importancia tales como “Los Idiotas” (1998), de Lars Von Traer, el mismo año que Vinterberg estrenaba “La Celebración”. En esta última el tema principal era el abuso de menores dentro de una familia, trabajada como mentiras y secretos endogámicos en el sentido más coloquial y amplio del término. Ahora con “La cacería” vuelve sobre el mismo tema, casi como excusa, pero desde otra óptica, para desplegar otro “lema” subyacente sobre el originario. Todo transcurre en un pueblo en el que, entre las actividades principales masculinas, los hombres salen a cazar ciervos y a tomar cerveza, festejando vaya uno a saber qué. De ahí que el título del filme se pueda entender a priori, luego de la primera secuencia, para luego justificarse desde otro lugar y con otra significación. La historia se centra en Lucas (Mads Mikkelsen), maestro de un jardín de infantes, muy querido por todos los chicos, el que es acusado, luego de ponerle límites claros a Karla, hija de su mejor amigo, de haber abusado de ella. Ante tamaña denuncia, y bajo el arbitrio de “los niños nunca mienten en estas situaciones”, la directora de la institución, en primera instancia, y luego, como una gran bola de nieve, todo el pueblo apuntan su dedo acusador sobre el docente implicado. Nadie cree en el adulto, ni su ex mujer, ni su nueva pareja, ni su hijo adolescente, quien primero duda, y luego es victima del desprecio y la agresión de la comunidad como le ocurre a su padre. Con gran maestría el director atrapa al espectador haciéndolo testigo de la inocencia del maestro para así comprometerlo empaticamente con el héroe. Al mismo tiempo, y aplicando su forma de crear climas de sospechas sobre el personaje, de manera muy similar a la del maestro Alfred Hitchcock, va acentuando gradualmente como un martirio tal calvario sobre él, casi asfixiante, angustioso, en el que un hombre común se ve envuelto en una telaraña de la duda dentro de una situación extraordinaria que él no indujo. La otra postura incomoda a la que el realizador promueve al espectador es, manipulación de por medio, y sólo a partir del personaje infantil que construye, la de sentirse enojado con la nena, de la que lo poco que sabe es que sus padres no le prestan atención, su hermano mayor la provoca, y que tiene su único refugio afectivo en Lucas. La niña padece de un síntoma, en realidad es una metáfora trabajada en todo el texto, no puede, tal es el pensamiento y acto compulsivo, caminar cruzando líneas. Líneas morales, éticas, conductuales, que serán cruzadas por casi todos los demás personajes. Entonces el tema principal deja de ser la pedofilia para pasar a ser el prejucio, la condena sin pruebas, la mentira que no tiene retorno, el rumor que se despliega tal cual la nieve que cae en el pueblo, lo que hará que la vida de Lucas cambie indefectiblemente. El punto crucial del filme es que el director lo presenta desde determinado tipo de universalidad, no desde una necesidad universal sino que pone el énfasis en la posibilidad, o sea, esto no le ocurre a todo el mundo, pero le puede ocurrir a cualquiera. Tal es el manejo sobre la duda que en determinado momento el espectador hasta vacila respecto lo que él mismo fue testigo. Vinterberg traza una línea muy delgada, a veces imperceptible para el público, entre el impacto emocional que provoca la historia y el efecto dramático que produce. Esto encuentra su mayor apoyo en la elección estética, no tanto en la estructura narrativa, que es del orden de lo clásico, lineal, y progresivo, sino en función del diseño de un sonido ambiente que refuerza el clima. El tipo de iluminación ya mencionada parece haber sido elegido a partir de trabajar con movimientos de cámara por momentos nerviosos, la elección de los planos, por instantes muy cerrados sobre los personajes, en relación a otros por encima de ellos, como subyugándolos, con los que va construyendo el relato de la mano la música y la banda sonora. Su ilusoria insensibilidad es justamente en lo específico un recurso convincente y distintivo de provocar emotividad, para ello debía contar con la excelente actuación de Mads Mikelsen, al que el público argentino pudo haberlo visto en “Flame y Citron” (2008), acompañado de un muy buen elenco en el que se destaca la blonda niña (Annika Wedderkopp), y su padre Theo (échate un nombre) personificado por Thomas Bo Larsen, actor infaltable en las producciones del director danés. Un filme que provoca al espectador y lo deja pensando por mucho tiempo más haya de lo que dura su proyección, debido al conflicto que instala en el público cuando nos revela el lado más oscuro del personaje con el cual nos identificamos y un interrogante con final abierto.
En 1999, el director M. Night Shyamalan, responsable de este filme, sorprendía al mundo con “Sexto Sentido”, protagonizada por Bruce Willis. Tanto es así que fue merecedora de seis nominaciones al premio Oscar, y aunque no haya obtenido ninguno era muy buen augurio para un director casi desconocido, en su tercera película. Luego de esta vinieron una catarata de producciones cada una más floja que la anterior, llegando al punto de ya no poder reconocerse nada de aquello que había mostrado en la del niño que ve gente muerta. Pero no es con esta última realización que toca su punto maá bajo, pues creo que lo había alcanzado con “El ultimo maestro del Aire” (2010), si somos muy benévolos con “La mujer del Lago” (2006), y podría seguir enumerando. Lo notorio es que ahora, a la distancia, aquella golondrina no anunciaba ningún verano. No habría que echarle la culpa al guión, pues casi todos son de su autoría, ni a los productores, ya que la historia le pertenece a Will Smith, quien a la vez es uno de ellos, y al mismo tiempo protagonista del filme, junto a su hijo Jaden. Nada original, convengamos, ya que todo es una excusa para el re-encauzamiento de la relación de un padre casi ausente con su hijo que lo tiene como ídolo y modelo a imitar. Pero la historia transcurre más o menos mil años después que los humanos debieron abandonar el planeta tierra, ya que por su propia desidia lo habían convertido inhabitable. La historia se inicia con una escena por demás violenta, donde, en medio de una catástrofe atmosférica imposible de identificar, apenas si se lo ve al General Cypher Raige (Will Smith) tratando de poner a salvo a Kitai Raige (Jaden Smith). Corte. Vemos a Kitai tirado en la arena, semi inconciente. Leyenda: “TRES DIAS ANTES”. Los humanos ahora habitan un planeta lejano en el cual sus habitantes originarios han creado un tipo de monstruo perfecto, y en serie, los Ursa que sólo tienen por misión matar humanos - primera ofensa a la inteligencia del espectador - . Los monstruos, que no son Terminatores, son ciegos ¿Por qué? Aclaro, algún defectito debían tener para poder ser vencidos por los humanos, como no ven, huelen e identifican el miedo humano, ergo, los matan. Sólo que aparece en escena Cypher, antes de ser general, quien descubre y enseña la forma de no demostrar el miedo. El deseo más profundo de Kitai es parecerse a su padre, o al menos que éste se sienta orgulloso de él, pero fracasa en las pruebas para el ascenso esperado a comando. Durante dos días y una noche la vida se le hace insoportable, incluido el recuerdo de su hermana muerta. Su padre decide llevarlo en lo que será su última misión de entrenamiento de nuevos reclutas. Durante el viaje iniciático de esa nave espacial se produce la tormenta, y ahora sabemos que es de meteoritos, la nave capota y nos encontramos con el origen. No en el paraíso, sino Kitai tirado en la arena, él y su progenitor son los únicos sobrevivientes, con la mala fortuna que, por un lado, el padre tiene ambas piernas fracturadas, y por otro, el aparato de señales para que los vengan a rescatar quedo en la otra parte de la nave a 100 kilómetros de distancia. Todavía no saben donde están, pero pronto dilucidarán que se encuentra en La Tierra. Kitai deberá sortear todos los peligros para llegar al artefacto salvador, guiado por su padre e intercomunicados por celulares, o por telepatía (no es broma, es el más leve, pero el segundo insulto a la inteligencia del espectador, aunque no el último) Por supuesto, hay que reconocer que en cuanto a imaginería visual, recursos tecnológicos y su utilización, el diseño de sonido, el montaje, son de muy buena factura. Todo puesto al servicio de una trama que no puede sostenerse por sí misma, ni es ayudada en lo más mínimo para tal fin por los actores, casi una exclusividad de padre e hijo también en la vida real. Si bien no podría calificarse de tratamiento lentificado, de puntos muertos o estancados, el pibe corre todo el tiempo y cunado no corre vuela…. El filme aburre por lo chabacano, previsible y tonto, sin adentrarnos en las arengas discursivas del padre.
Hace algunos años se estrenaron en la Argentina dos filmes cuyos personajes principales eran magos, ambos durante el año 2006, una era “El Ilusionista” dirigido por Neil Burger y protagonizado por Edward Norton, que utilizaba su sapiencia y habilidades en procura de conquistar al amor de su vida, con trama de poder y política entremezclada. El otro “El Gran Truco” dirigido por Christopher Nolan con Hugh Jackman y Christian Bale, que competían por poseer el mejor truco e intentar destruir al otro. Ahora los magos son cuatro, y todo está puesto al servicio del robo de un banco, casi una mixtura entre las nombradas con “La Gran Estafa” (2001) y “La Estafa Maestra” (2003) Todo esto usted podrá ver en este nuevo producto planeado para entretener en las casi dos horas de duración. Y lo logra en la mayor parte del metraje. EL problema se suscita al cierre. A las apuradas y con giros imprevistos, pero no sorprendentes, casi todo el tiempo se le plantea al espectador que vaya descubriendo lo que sucede, y esto lo atrapa, pero al final la mentira y no el engaño es lo que quiere hacer producir la sorpresa. La historia se centra en cuatro ilusionistas callejeros: Daniel Atlas, un prestidigitador (Jesse Eisenberg), Merrit McKinney, un mentalista (Woody Harrelson), Henley Reeves, una escapista (Isla Fisher) y Jack Wilder, un estafador (Dave Franco). Durante los primeros minutos nos presentan a estos personajes con un despliegue de variables cromáticas, rítmicas, en diferentes espacios. Sólo se repite una imagen, la del encapuchado disimulado por transitar entre la multitud que rodea a todos y cada uno de los digamos, prestidigitadores, que al inicio confunde, pero luego se justifica. Estos cuatro son convocados por un misterioso y desconocido personaje, del que a la postre se develara la identidad. Entre ellos se conocen, o al menos cada uno saben de la existencia del otro, la novedad develada es que la finalidad de reunirlos es robar un banco, aunque al cierre de la historia la verdad es otra, con la mascarada de un show de magia de niveles increíbles, casi alucinante como distracción presentado en Las Vegas, sólo que el banco se encuentra en Paris. Todos saben que fueron ellos y al frente de la investigación se coloca al agente del FBI Dylan Rhodes (Mark Ruffalo), un escéptico respecto de la magia, ayudado por Thaddeus Bradley (Morgan Freeman), ex prestidigitador que ahora se encarga de desenmascarar los fraudes de la magia, y le incorporan a la policía novata francesa Alma Dray (Melanie Laurent). A todos ellos se les suma un socio capitalista que produce el espectáculo Arthur Tressler, (Michael Caine), sólo para confundir un poco más al espectador. Fíjese la cantidad y calidad de primeros actores, también justificando la co-producción franco estadounidense, hay plata en la producción y se nota. De cómo se lleva adelante la investigación y la persecución de los sospechosos trata el filme. La vedette es el trabajo con los efectos especiales, (hay más de 10 minutos de créditos al final del filme). En cuanto a la trama termina con una excusa diferente a la presentada y sostenida en todo su desarrollo, como giro narrativo, ya adivinado por el espectador, por lo cual el suspenso queda en deuda, y el exceso de explicaciones verbales implican un pecado cuando durante el transcurso de la narración todo era expuesto a través de las imágenes. Entretiene y punto.
Una más y van... David Zucker, el director, guionista y productor, supo hacer, allá lejos y hace tiempo, películas paródicas tales como la saga de “La pistola desnuda” (1988/1991), anteriormente “Top secret” (1984), o con la que salto a la fama “Donde esta el piloto” (1980). Si bien no es el responsable mayoritario de esta quinta versión de “Una película de miedo”, es su principal guionista. Tampoco es dable decir que haya perdido el tino en la escritura de una comedia paródica. El problema principal radica en la elección del material del que mofarse. Las anteriores tomaban como referentes producciones que si bien no eran considerado cine-arte, se prestaban al objetivo propuesto de la parodia, el consabido cine catástrofe, como “Aeropuerto” (1970), o el cine de espionaje, tomado como referente “La espía que me amo” (1977). Ahora el relato se centra casi exclusivamente en “Mamá” (estrenada en la Argentina el pasado 07 de marzo), que si bien es un buen filme dentro se sus posibilidades, y respetando el cine de terror, no tuvo, ni tenía que tenerlo, el alcance de público de otras. Entonces llevar al extremo de lo ridículo algo que es de por sí inverosímil, no podía llegar a buenos resultados. Si a esto le agregamos que nada de lo que se articula como caricatura es del orden de lo original, entonces estamos ante un refrito mal concebido, mal desarrollado y peor terminado, ya que ni siquiera el making off del filme promueve alguna mueca similar a una sonrisa. Por ello uno de mis interrogantes radica en saber de qué se reía la gente en la sala, qué era lo que les parecía gracioso o novedoso, operados no sólo por estar predispuestos a ello como lo confesaban a la salida de la proyección. El punto es que nadie fue predispuesto a otra cosa, pero cuando luego de un principio promisorio, de unos 10 minutos, exagerando, vemos a Charlie Sheen en un papel que conoce de memoria, el tomarse como punto de partida de la burla, y a Lindsay Lohan riéndose de sí misma, todo cae abruptamente en lo chabacano, grasa y falto de humor, para no levantarse más. Toma otras películas referenciadas, como la saga de “Paranormal”, basura si las hubo, o “Dónde está el fantasma” (2013, o sea este año), aunque la principal sea “Mamá”. En el título que me ocupa ni siquiera se cumple el axioma principal de las producciones enroladas en la comedia satírica, o del absurdo (para no repetir paródica), que es sin lugar a dudas tomarse esto del humor muy en serio. Quiero decir que siempre se nota el trabajo desde el guión en las buenos ejemplos, aquí brilla por su ausencia el trabajo a conciencia en el tratamiento del tema, la historia y su realización. Es sin lugar a dudas la peor de la franquicia, y en relación a la tercer y cuarta entrega hay que decir que no cualquiera puede superar ese paupérrimo nivel. Esta lo logro, hay que reconocerlo.
Hay posturas muy contrapuestas en relación a éste filme: quienes la defienden a ultranza y quienes la detestan por definición. Ello se debe a que algunos, no todos, de los primeros puedan quedar subyugados por la estética videoclipera exacerbada, sobre todo del inicio, en tanto para los segundos se les presentan idea sin desarrollar, sólo se las muestran, y eso no alcanza. Pero hay otra variable puesta en juego y tiene que ver con los malos entendidos en el cine, lo que no es nuevo, pues en 1978 se estrenaba en la Argentina “Fiebre de sábado por la noche”, de John Badham, que hizo saltar a la fama, y encasilló como bailarín durante mucho tiempo, a su protagonista John Travolta. El punto es que esa producción constituía una dura critica a la vida hueca de la juventud de entonces, cuyo único objetivo estaba en función de poder ir a bailar los sábados por la noche, pero el publico en general quedo subyugado por la música, los colores, las luces de los boliches, y Tony Manero, el personaje protagónico, paso a ser un modelo de cómo moverse, cómo vestirse, y como dirían los Les Luthiers “el que piensa pierde”. Treinta y cinco años después somos testigos del profundo deterioro de la cultura en caída libre, sin red, y esta producción pasa a ser toda una excusa que quiere mostrar cómo los excesos a veces no pueden ser limitados y, como la misma palabra lo indica, el desborde puede traer consecuencias nunca pensadas. Cuatro amigas que se van de vacaciones de primavera, a Miami, algo así como los viajes de egresados a Bariloche de los adolescentes argentinos, más específicamente porteños, pero que en el caso que nos ocupa entra en juego la delincuencia, la promiscuidad, la droga, y todos los etcéteras que quiera agregarle. El registro impuesto por el director va acorde a lo narrado, todo desenfreno busca crear una serie de sensaciones y emociones a través del poder de la imagen. El problema es que en la resolución, y sólo a partir del fin del cuento, no termina de entenderse qué quiere ejemplificar, qué intenta decirnos, pues sino pretende decirnos nada, limitándose a mostrar por mostrar, se corren serios riesgos de tener un futuro posible, recordemos que el target del mismo es la juventud, “divino tesoro”.
Este es uno de esos filmes raros, con humor muy sutil, y con una construcción diferente, por momentos hasta parece clásico para luego realizar un giro inesperado y parecer estar contando otra historia que, en definitiva, es la misma que antes, que se resolverá en la tercera historia, cuando finalmente estemos total y de manera absoluta confundidos, o por fin pudimos reconstruir de manera coherente lo narrado y darle una lógica que a simple vista no tiene. El mayor atractivo está en la presencia de la actriz protagónica, la maravillosa Isabelle Huppert, que interpreta a tres mujeres, las tres llamadas Anne, aunque sin ninguna relación aparente entre sí, salvo que en la trilogía dramática se trata de señoras extranjeras que pasan unos días en un Resort vacacional, y allí interactúan con diversos personajes locales pero que, en realidad, es una actriz famosa filmando una película, la que estamos viendo, o algo así. Una suerte de rompecabezas donde no todas las piezas están presentes a simple vista, y en el que el director le propone al espectador incluirse en el juego, por momento hasta parece ser por torpeza misma del guionista-realizador quien no supo como redondear su propia fantasía. Hong Sang-soo, considerado por muchos como el más occidentalizados de los directores coreanos de la actualidad, abordó un proyecto sin que sea ninguna novedad pues ya fue realizado hace 50 años, la de tres historias, de Anne, con la actriz elegida al frente del elenco soportando todo el peso del film, secundada aquí por actores coreanos que construyen interlocutores distintos con mínimo desarrollo de los personajes en las mismas realidades. Uno de los pocos juegos risueños efectivos que posee se registra al principio, cuando aparece una joven con la firme intención de escribir un guión cinematográfico. De su fantasía surgen alternativamente una mujer solitaria interfiriendo en la vida matrimonial de una joven pareja, por el sólo hecho de ser una estrella de cine, luego sin solución de continuidad, y jugando dentro de los mismos espacios, aparece otra, una dama casada, tal cual Godot, esperando a su amante, y por ultimo una mujer a la que el marido cambio por otra más joven. En cada construcción Isabelle Huppert emplea sutiles cambios en la expresión, pero sobre todo colores diferentes en cada uno de los vestidos que usa. Todo se termina transformando es actos de excesiva parsimonia y repetición. La actriz francesa es quien atrapa y mantiene atento al espectador, si no estuviese ella otro habría sido el resultado final, por lo menos para los espectadores.
Hace unos años me toco escribir sobre lo que ahora es la primera parte de lo que en más, seguramente, será toda una saga. Este hecho en sí mismo es toda una negación de lo que reza el título del filme, dirigido por otro director y haciendo que el último ya sea el inicio. Esta nueva producción sólo es generado por la buena recepción de publico que tuvo la primera, y se tardaron un poco para tratar de sacar réditos económicos al resultado obtenido. Tardaron, pero lo hicieron. Dos de los personajes son los que sobrevivieron de la primera parte y son interpretados por los mismos actores, y si en aquella sorprendía la actuación de Ashley Bell, como Nell, la niña poseída, en esta es menor el compromiso corporal y un poco más trabajado lo expresivo desde el rostro, pero no alcanza. El segundo personaje que se repite es el padre de la criatura, Louis (Louis Hertum), que hace más de los mismo, repetición pura. Pero todo esto no estaría del todo mal si se hubiesen tomado el trabajo de hacer algo con respecto al guión intentando que saliera de la mediocridad general. La historia se centra en que, luego de que la situación se convirtiera en algo inmanejable durante la grabación del último exorcismo realizado por el Reverendo Cotton Marcus, la existencia de Nell no retornará a su cause normal. Rescatada de la masacre, supuestamente como única sobreviviente, es internada para hacerla retornar a la realidad cotidiana. Nell se sorprende al verificar que lagunas temporales en su registro mnemónico. Se siente incompetente para recordar los hechos acaecidos en los que subsistió al acontecimiento que devastó con su familia. Cuando cree que el pasado quedo atrás y siente estar progresando, el tenebroso y nunca bien ponderado, el mal ha regresado. El pasado fue sólo el origen, ahora ésta nueva influencia maléfica aparece nuevos objetivos y un método todavía más espantoso que en su primer tentativa. Sola, pero no tanto, el coordinador masculino de la casa refugio, todo un santo, busca ayudarla tratando de convencerla que todo se encuentra en su imaginación. Nell se obligará a atinar con la forma de enfrentar su propia condena con la ayuda de otras tantas niñas desvalidas. Todo es un conjunto de clichés, de lugares comunes, mil veces visto, utilizando exabruptos sonoros en los momentos indicados para hacer sobresaltar a la concurrencia, ni la música, ni la dirección de arte, ni la fotografía, especialmente ni el guión, muestran algo original.
La productora Millennium Films es lo más funcional, económicamente hablando, por lo propagado desde el Hollywood actual, con trabajos muy del orden de lo producido en los ochenta con el sólo fin de abarrotar de estupidez en los cada vez menos videoclubs con infinidad a las realizaciones de pura acción brutal, glamorosa. Una productora que propugna la autoeliminación de sus productos a los cinco segundos de salir de la sala, tal cual las de misiones imposibles. Por supuesto que no del discurso reaccionario que ampara, que además tiene muy claras las razones económicas que justifican la producción, y sobre los que debe apuntalar la industria cinematográfica como negocio, o sea obtener el superior bien mercantil con la menor erogación de dinero posible, lo que daría como resultado una perfecta ecuación gasto/beneficio. Con la misma intención ha producido e invadido el mercado del cine con filmes como “El Mecánico” (2011), con Jason Statham, entre otras, y que sobresalió con la saga de “Los Indestructibles” 1 y 2 (2010/2012). Toda esta introducción serviría para poner en plano objetivo el origen de “Ataque a la Casa Blanca”, una producción con intenciones de obtener réditos económicos muy rápidamente, utilizando recetas extensamente experimentadas. En fin, una película a disposición de héroes como Mike Banning (Gerard Butler), un ex agente del Servicio Secreto con mucha potencia ruda, que abre la historia presentándolo como un eximio boxeador. La narración propiamente dicha comienza 18 meses después de que Mike consiguiera salvar al Presidente de EE UU Benjamin Asher (Aaron Eckhart), de un accidente de coche en el que no puede impedir la muerte de la Primera Dama Margaret Asher (Ashley Judd), como máximo a los 10 minutos de empezado el filme, situación que hará entrar en desgracia al marido, dejará en estado de orfandad al hijo de ambos, le cambiara la vida a Mike y le arruinara la velada al público de la sala. (Aguante, Ashley Judd) Mike quedará fuera de la seguridad del presidente, su sola presencia lo deprime, pero es la única persona que queda, en realidad circulaba por las inmediaciones, luego que una facción de extremistas norcoreanos se infiltre, arrebate el control de la Casa Blanca, colocando a la madre patria en peligro de destrucción nuclear. Pero los terroristas no contaban que iba a reaparecer en escena del duro de matar John McClane, perdón, del impiadoso Casey Rybak, perdón nuevamente, digo del creativo e inteligente Tony Mendez, pido piedad, quiero decir Mike Banning, otro héroe más mezcla de todos los nombrados que algo original y distintivo. Por suerte tuvieron el tino de contratar a grandes como Morgan Freeman, Melissa Leo, Angela Bassett, Robert Forster quienes, como idóneos secundarios, cumplen con la función de dar respiro a la catarata de violencia y acción que adopta el filme. Saben que después de esto deberían, al menos por un tiempo, desistir de mostrar sus nominaciones y/o estatuillas del premio Oscar. El realizador Antoine Fuqua que había comenzado promisoriamente con “Asesinos Sustitutos” (1998) o “Día de entrenamiento” (2001), parece haber caído en las redes de lo chabacano sin esfuerzo, hasta convertirse en un director técnico del montón, eficaz como cualquier otro para este tipo de propuesta, ya que en este caso son más importante los productores, entre ellos Gerard Butler. Los actos de acción, cómodos en cuanto a violencia, persistencia y arqueo de muertos y heridos, son el único atributo de un supuesto guión empleado al reconocimiento predecible de tópicos típicos de estos productos. Sí hay tiempo y esmero para algún que otro gag, como la utilización de un busto de Abraham Lincoln como eficaz arma antiterrorista. Filme viejo por donde se lo mire, pero muy nuevo desde la tecnología, los efectos especiales y la destrucción de la Casa Blanca. Ahora para la factoría de Hollywood los malos son los norcoreanos. Ni los indios, los japoneses, alemanes, rusos/soviéticos y vietnamitas, sin haber dejado de lado a los musulmanes, tenemos a estos como los más malos de todos. Quienes se atreven a invadir la Casa Blanca, tomar como rehén al presidente de los EEUU, y a casi todo el gabinete, sólo se olvidaron del ex jefe de seguridad del presidente. Las democracias del mundo están en peligro, pero siempre habrá un héroe que retorna para poner las cosas en su lugar. Si usted busca algo de suspenso, de intriga política, de denuncia de corrupción, o de manipulación por parte del poder, busque otra película, si en cambio va al encuentro de la acción y violencia glamorosa, estará en su salsa.