El problema más grave que sobrelleva este filme es la presencia en su protagonismo de Nicolas Cage. Hace unos días alguien me preguntaba por qué razón es tan buen actor Robert de Niro, si parecería que siempre actúa de si mismo. A mi entender podrían clasificarse en tres grandes grupos da los actores, dos creíbles, los que construyen personajes desde lo camaleónico, entre ellos Sean Penn; el otro, donde el don esta en la naturalidad, en que dan la sensación de no estar actuando, en esta variable se inscribiría Robert de Niro; el tercer grupo lo conforman los no creíbles, y uno de sus paradigmas es Nicolas Cage, por sobreactuación constante, por resultar un catalogo de idénticos tics para distintos personajes, si bien en esta oportunidad se lo observa un poco más contenido al respecto, no se le puede creer nada, ni cuando corre, y aquí lo hace varias veces. No es la primera vez que esta pareja de Simon West como director y Nicolas Cage como actor trabajan juntos, una anterior experiencia fue “Con Air” (1997), pero entre ambas existen sutiles diferencias, en aquella aparecían los geniales Steve Bucemi, John Cusack y, como antagonista, el exacerbado John Malcovich que hacían creíble el personaje a su cargo. Aquí el antagonista es Josh Lucas, malo, muy malo, un loco ni siquiera lindo, que con su actuación le robo el lugar de monumento gesticular manierista a Cage. Tarea harto difícil, si las hay. La historia se centra en Will Montgomery (Cage), un eximio ladrón de bancos que al salir de prisión tras cumplir una condena de ocho años, intentará primero cambiar de vida, redimirse, para luego poder recuperar el afecto de su hija ya adolescente. La narración refiere por supuesto a lo ocurrido ocho años antes, cuando tras un robo exitoso Will termina apresado pues sus compañeros lo abandonan. Esta promisoria apertura es la mejor secuencia del filme, pero la promesa se desdibuja rápidamente. Elipsis. Comienza la historia. Al salir de la cárcel se entera que Vincent (Josh Lucas), su compinche y amigo ha muerto, pero en realidad es él quien secuestra a la hija de Will concediéndole sólo 12 horas para que le entregue la parte que le corresponde por botín logrado en aquél robo. Nadie le cree a Will la hipótesis de que Vincent no murió, particularmente el teniente de policía Tim Harlend (Danny Huston), quien lo sigue persiguiendo para sorprenderlo con las manos en la masa, léase, cuando vaya a buscar el dinero robado supuestamente escondido, pero que el espectador ya está en antecedentes de que lo quemo, hecho que el personaje lo reitera luego en varias oportunidades. Toda la producción se encuadra en el género del thriller de acción, o sea todo a velocidad, escenas de persecución, bombas, tiros, etc. Violencia glamorosa con el sólo fin de excitar al espectador, objetivo que en realidad esta realización no logra, pues circula por lo ridículo, sin exagerar, si lo hubiesen podido hacer al menos podría encuadrarse en la disposición del grotesco o burlón y reírnos un rato, pero no. La vedette, por supuesto, es el montaje de cortes rápidos, sólo eso, creyendo que de esa manera genera la adrenalina en el espectador, pero no alcanza, del guión a olvidamos por considerárselo innecesario. Se escuchan frases como “a quien se le ocurre secuestrar a la hija del mejor ladrón de bancos de America” ¿?, dicha por uno de sus ex compinches a Will. Por favor, que alguien me explique el sentido de esta sentencia. Todo en ese orden de lo rústico, tosco, demasiado previsible, no hay dobleces, ni giros, ni excepciones, ni nada. Adivine como termina. Por supuesto que los rubros llamados técnicos cumplen con su función, la música de Mark Isham acorde a las imágenes en función de acompañarlas en el ritmo vertiginoso, o la buen elección de los escenarios de Nueva Orleans bien fotografiadas por Jim Withaker, el mismo de “Gracias por fumar” (2005), son hasta se diría un placebo en medio de tanto desastre, pero en realidad no alcanaza. Lo único que aparece en la limitación del tiempo, “Contrareloj”, es la paciencia del espectador esperando que terminen los insoportables 96 minutos que dura el filme, perdón, me corrijo, los últimos insufribles 80 minutos.
Algo del orden de la verosimilitud mal constituida y del peor desarrollada es lo que gravita indefectiblemente sobre esta producción. Los primeros cincuenta minutos giran en torno a la construcción de un personaje. En la primera secuencia nos enfrentamos a Eduardo (Diego Peretti) manejando un vehiculo de los de alta gama, léase muy caro, por rutas del sur argentino, algo muy identificable sobre todo por lo desértico y árido. En medio de esta situación Eduardo y nosotros vemos el resultado de un accidente automovilístico, un auto volcado al costado de la ruta y una mujer pidiendo auxilio, pero él no detiene la marcha, sigue de largo, no por no haberlo visto sino sólo porque decide continuar sin prestarle atención. A partir de este incidente toda su presentación, excesivamente larga, no hace más que confirmar que estamos frente a un típico misántropo, hecho y derecho, además de ingeniero vinculado a la extracción del petróleo. ¿Metáfora de alguien que perfora para hacer salir y poder mostrar lo que tiene adentro? Puede ser, pero resulta muy poco, al menos en un principio, ya que todo quedaría supeditado a la libre interpretación de los espectadores. No se dan razones. Mejor dicho, el director decide no justificar al personaje, y sólo la llamada de un amigo hará que por primera vez su accionar vaya dirigido hacia la ayuda que le solicita Mario (Alfredo Casero). Éste vive en Ushuaia con su familia, una mujer y dos hijas adolescentes, y opera como dueño de un negocio de venta de artículos para turistas. A punto de internarse en un nosocomio para realizarse exámenes físicos por una dolencia, le solicita que se haga cargo del grupo familiar y del comercio, al menos por un tiempo. Situación que sólo se devela con la llegada de Eduardo a la ciudad más austral del mundo. Esta situación, a partir de determinados sucesos, hará que las tres mujeres se vean obligadas a interactuar con el recién llegado. Todos los actos de todos los personajes son aceptados de manera inmediata, sólo porque quiero creer que así esta escrito en el guión, tal es el descuido sobre su construcción y la de los personajes. Para colmo, querer arreglar este desatino con alguna frase, y no con acciones, que justifiquen el maniobrar de Eduardo, y presentar un giro empático con tintes de golpe bajo, es tomar al espectador por tonto, o podría pensar qué es lo que pudo haberse hecho. Dicho esto, se aprecia que todos los rubros técnicos son impecables, desde la dirección de fotografía hasta el diseño de sonido. Lo mejor del filme son las actuaciones, pues Diego Peretti conforma un personaje difícil y lo hace de manera extraordinaria, en tanto Alfredo Casero esta muy bien… contenido, o digamos que dirigido, ya que evita exageraciones en el trazado de su personaje, lo que se agradece. Por su parte Claudia Fontán, en el papel de la esposa, también cumple casi a la altura de Peretti, en tanto las responsables de animar a las hijas hacen lo que pueden con lo que les tocó en suerte. El punto es que no puede sostenerse un filme sólo por las actuaciones, menos aún cuando más de la mitad del metraje hace foco solamente en un personaje, lo que permite observar claramente que la falla esta en el guión, por lo que ya no importa si la elección de las posiciones de cámara son correctas, si el montaje es clásico, si los encuadres son muy buenos. La primera premisa cinematográfica no se cumple, no entretiene. Conclusión, aburre todo el tiempo, y el final sorprende por lo ofensivo hacia los espectadores.
Otro filme argentino en el que la vedette son los rubros técnicos, de muy buena factura por cierto, inclusive teniendo en cuenta la decisión de arriesgarse con un género como el del terror-fantástico, infrecuente en la producción cinematográfica vernácula, al menos no de manera industrializada. Pero, valga la aclaración, los avances tecnológicos y la posibilidad de hacer empleo de los mismos es cada vez más usual. Lo que sigue demandando la apropiada conclusión de un texto fílmico es un buen guión, y este no lo es. Como decía el gran director japonés Akira Kurosawa: “Es posible hacer una mala película de un buen guión, pero es imposible hacer una buena de uno malo”. La historia se centra en Alicia (Lola Berthet), una viuda que convoca a un grupo de amigos al cumplirse un mes del fallecimiento de Jorge (Gabriel Goity), su marido, para honrarlo, pero guarda en su interior motivos secretos. De pronto comienzan a ocurrir hechos casi sobrenaturales. En el jardín de la casa hay una niña que se columpia en una hamaca, el problema es que está muerta, y sólo la madre la puede ver. A partir de ese momento lo que era una reunión en homenaje al finado se trastoca en una sesión de espiritismos y conjuros varios. Cada uno de los participantes tendrá sus cinco minutos de protagonismo, o de fama, según usted prefiera, en el que un pariente u amigo fallecido vendrá a pedirle, o rendirle, cuentas, eso sí, todos de manera sangrienta. Esto es lo mejor de la producción. Respeta y promueve todos los elementos del género al que adscribe, cuanta más sangre mejor, con un gran cuidado de la estética, del manejo de la luz, de los encuadres y también del vestuario, no es casual que Alicia esté vestida de luto, todo negro su atuendo, con velo negro casi transparente. Hasta las actuaciones son convincentes, comenzando por Lola Berthet, continuando por Gabriel Goity, hasta el personaje de Hugo a cargo del siempre eficaz y creíble Luis Ziembrowski, encarnando al más siniestro de todos los invitados, de quien no se dan a conocer los motivos de su presencia, aportando cierto aire de misterio su sola representación. Bien secundados por Ana Celentano y Rafael Ferro, como la madre y Mauro, respectivamente Pero todo está construido de manera muy confusa, sin solución de continuidad, todo aparece como aislado, nada justifica el encadenamiento de cada una de las escenas y, a la postre, de las secuencias. Sobre el final termina por realizar un giro doble, ambos inesperados, es verdad; uno creíble, a partir de una lectura actual de lo políticamente correcto, el otro no, ni que lo expliquen.
Pequeño gran hombre Este filme es una relectura antojadiza del cuento de hadas “Jack y las habichuelas mágicas”, de autor anónimo y popular, a veces mal atribuido al gran escritor danés del siglo XIX, Hans Christian Andersen La primera gran modificación del texto original es la edad del protagonista, de ser un niño que desobedece a la madre pasa a ser un joven en edad de empezar a construir su propia historia, léase, en edad de merecer, entiéndase de enamorarse no sólo a primera vista. Todo esto para poder organizarla como una película a pura accion, de aventuras, romántica, fantástica, todos los géneros están entrecruzados, pero también por su estructura bien armada, lo que arroja un buen resultado. La segunda modificación es que no hay sólo un ogro ciclope con un gran tesoro al que robar, sino que la preponderancia del texto esta imbuido de otras significaciones, la amistad, el honor y la inteligencia como valores supremos, el esfuerzo, el coraje, el amor, secundándolos. La historia se centra en una antigua leyenda, casi mítica, de un reino sin ubicación ni espacial ni temporal, sólo que ahora es en nuestro mundo, y de la existencia de gigantes que fueron expulsados de esta tierra y enviados a otro lugar sin posibilidad de retorno. En este reino donde Jack (Nicholas Hoult) es un joven peón que encuentra unas habas mágicas, una de las cuales extravía y al mojarse crece rápidamente llegando hasta el cielo. Paralelamente Isabelle (Eleanor Tomlimson), la hija del rey, es toda una princesa en edad de desobedecer antes que de casarse, menos aún cuando no quiere al candidato que intenta imponerle, razón por la que se escapa escalando esa planta interminable. El rey manda en su rescate a un grupo de sus más fieles súbditos, incluido el prometido de la princesa, Roderick (Stanley Tucci), y Elmont (Ewan McGregor) su capitán de confianza. Con ellos irá Jack, nuestro héroe en el sentido más amplio del termino, y al mismo tiempo más estricto, es el personaje actancial, el que hace, siempre movido por razones altruistas, al que las diferencias de edad no lo subsumen, ni las diferencias de tamaño lo amedrentan, como demandan los textos de aventuras. No todo sale como está previsto y los gigantes, liberados en la Tierra por primera vez en siglos, trataran de conquista la tierra de la que ellos se creen dueños pues supuestamente alguna vez les perteneció. Lo más eficaz del filme es el modo en que encara el relato su director Bryan Singer, el mismo de “Los sospechosos de siempre” (1995), ya que pone todo su saber en como mantener vivo el interés del espectador, no sólo desde el discurrir de las imágenes sino de la forma que presenta y construye el relato y los personajes, sus dobleces, y su desarrollo. Para eso cuenta con la inestimable colaboración de Christopher Mcquarrie, quien también colaboró en la mencionada “Los sospechosos de siempre”, como coguionista con Darren Lamke y Dan Studney, a lo que se suman las muy buenas actuaciones de los protagonistas y sus secundarios, ya mencionados, como así también el irreconocible Billy Nighy como el gigante General Fallon, el líder de sus pares, o el muy buen actor Ian MacShane en el papel del rey. Sin olvidarnos de mencionar el diseño de producción, una superproducción donde cada elemento que la conforma esta justificado, con una muy buena dirección de arte, el vestuario en particular, especialmente la puesta en escena, pero los laureles se los lleva el montaje, sobre todo en las escenas de acción, o más específicamente de la batalla final, donde todo hace notar estar al servicio del relato. Un filme que entretendrá a los más chicos, pues no olvida que su origen es un cuento de hadas; atrapara a los jóvenes, pues la heroicidad juvenil, la intrepidez, la desobediencia bien entendida y el amor puro siempre prenden; hará que los grandes tengan añoranzas, cada anciano que encuentre sus razones, posiblemente ya estén plasmadas en esta nota.
Esta producción, que según dicen esta minimamente inspirada en el “Ulises” de James Joyce. Habiendo terminado de serla uno podría decir que está imperceptiblemente “aspìrada” en la que para muchos es la máxima expresión literaria de la lengua inglesa del siglo XX. Con esto quiero decir que descubrimos muy pocos elementos de la obra aludida, ello sin considerar la traslación de un lenguaje a otro, es decir del literario al cinematográfico. ¿Que componentes permanecen? Muy pocos, algunos nombres que se mantienen, situación irreprochable, principalmente el de Molly (Cecilia Roth), pero querer trasladar el recurso que utiliza Joyce de manera asidua durante la mayor parte de la novela, el del monologo interior de sus personajes, y hacerlo en cine mientras el personaje ejecuta la acción que los espectadores están viendo, termina por ser no sólo redundante sino al mismo tiempo, y por repetición del recurso, distrae. Algo así como que si me está diciendo con voz en off, (voz del pensamiento, fuera de cuadro) lo que esta haciendo mientras lo muestra, dejo de mirar, hago otra cosa y escucho. Peor aun cuando el director cuenta con la capacidad actoral de la pareja protagónica y la desperdicia de esta manera. Si esto fuera todo no estaría mal, el problema es que estamos frente a la radiografía de la muerte de la sorpresa que sostiene el amor de una pareja que cayo en las redes del acostumbramiento, y la rutina es la vedette de la relación. Todo transcurre, supuestamente, en un día, que comienza cuando se despierta el marido y ella no da acuse de recibo, continuará tapada con la sabana, ¿durmiendo? Esteban (Darío Grandinetti) es un publicista que afronta una crisis de creatividad que podría estar directamente relacionada a la crisis de vivencia familiar, no sólo de la pareja sino el tener que constituir con “optimismo” el enfrentarse al síndrome del nido vacío: la hija vive en otra ciudad, en otro país, de otro continente, así de lejos. Por su lado Molly atraviesa, según las primeras imágenes, un síndrome depresivo grave, alguien preguntaría ¿personalidad “bipolar”? La respuesta es no, no viven en ninguno de los dos Polos, viven en Buenos Aires. Más allá de la chanza esa falta de asesoramiento con profesionales de la salud mental también se ve reflejada en la escena de la sesión psicológica. En que ambos, paciente y terapeutas, están sentados en paralelo, pero no hablan, sólo escuchamos el diálogo entre ambos. ¿Adivine como? Acertó, con voz en off ¡UF!!! Pero por si esto fuera poco, una persona en ese estado hace nada, pues la pérdida del pasado lo ha dejado sin futuro. Uno no se puede recuperar en tanto el otro no se vislumbra. ¿Para qué me voy a levantar de la cama? El personaje no sólo lo hace, sino que destruye lo construido con acciones que contradicen su estado. La narración comienza con el intento de mostrarnos la vida desde el punto de vista de él, para luego, sobre la mitad del metraje, virar sobre ella. En realidad lo que sucede es que lo que vemos no es desde los distintos puntos de vista, sino lo que les ocurre a los personajes. Así aparece construido todo el texto y si hay detenimientos en detalles que querrían significar lo que construye una relación, “son aquellas pequeñas cosas” diría Serrat, pero el resultado es otro, el de la redundancia y previsibilidad. Qué es lo que llevo al estado de situación de cada uno, y al de ambos en forma conjunta, nunca lo sabremos, no se trata de que sea necesario justificar las acciones pero ante la poca información entregada no plantea un misterio, sino que aburre. Podría haberlo realizado en montaje paralelo, o alterno, hacer que los personajes secundarios vayan a la deriva, aunque encuadrados en segmentos determinados en realidad están a la deriva, con cierres abruptos o ausencia de los mismos. Pero nada de eso importaría demasiado cuando lo que falla en primer lugar es el guión, y en segundo termino la estética y estructura elegida. El relato cierra de forma inesperada con un giro sacado de contexto, tan injustificado como el resto, como reza la canción. “Uno de mi calle me ha dicho que tiene un amigo que dice conocer un tipo que un día fue feliz.” (Otra vez, ¡Gracias Nano!) Nada alterará le mediocridad del producto, ni la buena dirección de fotografía, ni las anteriormente mencionadas buenas actuaciones.
Alguien, no recuerdo quien, tuvo el desatino de comparar este producto hollywoodense, que se queda a mitad de camino en todo lo que se propone, con la ya clásica obra maestra del genio ingles Alfred Hitchcock, me estoy refiriendo a “Psicosis” (1960) Tal comparación quiero creer que se debe a que más o menos cuarenta minutos de película aparece un cuchillo en la escena de un crimen y la desaparición de un personaje importante de la historia, no de la proyección. Para aclarar algunas cosas vale recordar que la muerte de Marion Crane, en “Psicosis” motiva no sólo la aparición de los demás personajes que la buscarán, y que su presencia en ausencia es la que determina además del argumento como relato, sino también la instalación de un personaje principal diferente. Esa es una de las tantas genialidades que construyó el maestro del suspenso. En este caso eso no se da. Cuando la producción se presenta como un thriller, las primeras imágenes son el rastro de sangre en un piso de parquet de lo que parece ser un departamento, sobre todo por la luz, nada más, se instala un ¿misterio? Flashback por medio, nos encontramos con Emily (Rooney Mara) preparándose para ir a buscar a su marido Martín Taylor (Channing Tatum), quien sale de cárcel, luego de 4 años, en libertad condicional. Sin justificación alguna, hasta podría decirse a favor del filme y de la construcción del personaje, que por formación reactiva, mecanismo de defensa típico de las neurosis, Emily termina constituyéndose en una depresiva. El síndrome depresivo de Emily permite la aparición, necesaria, del Dr. Jonathan Banks (Jude Law), quien será su psiquiatra. Con tal de hacer evolucionar al paciente con tratamiento desde la química, léase psicofármacos, probará con un nuevo medicamento, una panacea de la cual no se conocen sus efectos secundarios, de donde deviene el titulo de esta producción. Uno de esos efectos son los trastornos del sueño que aparecen en Emily, y es afectada por el más importante, el sonambulismo. Es posible que sea así, como también es sabido que los actos son automatizados por efecto de esa afección del sueño. Es en un acto en plena acción del personaje en situación de noctámbulo en que se quiebra el relato, cambia de personaje y se va diablo el verosímil, que hasta ese momento había sido instalado de manera casi perfecta, lo que daba como resultado hacer poner en foco la atención del espectador. A punto tal que muchas de las situaciones planteadas luego de esa escena con tono de filme clase B son incoherentes e inverosímiles, no sólo por la prosecución del relato sino también porque los personajes se tornan sino risibles bastante inocuos. Alfred Hitchcock decía que en las películas mediocres si un personaje menor, esto es, aquel que no hace avanzar a la trama principal de manera fluida, es interpretado por un actor de renombre entonces seguramente tendrá incidencia en la resolución de la intriga. Esto exactamente es lo que sucede con Catherine Zeta Jones interpretando a la Dra Victoria Siebert, la antigua psiquiatra de Emily, que será consultada por el Dr. Banks ¿Por qué? Otra elemento que hace que el verosímil se diluya. Si hasta ese momento la historia circulaba como una gran denuncia contra la industria farmacéutica, a partir de esa escena derrapa en infinidad de motivaciones con giros imprevistos, personajes que se incluyen forzosamente por esos giros, policías, abogados, jueces, empresarios farmacéuticos, pero mal constituidos y peor cerrados. Claro que, en honor a la verdad, como estamos frente a un director que sabe contar, el relato en ningún momento se vuelve confuso, es fácil de seguir, como también se hace factible aceptar las mentiras con las que manipulan al espectador. Tantas son las vicisitudes que atraviesan los personajes, desde sus dualidades y ambigüedades, tantas las vueltas de tuerca del guión y tantos los temas que aborda, económicos, amorosos, ética medica, moral cotidiana, que ninguno termina por instalarse como el verdadero motivo, cuando este aparece, muy compelidamente, el desengaño es mayúsculo por lo oportuno, en sentido de lo políticamente correcto. Una lastima, pues la realización se deja ver. Desde las imágenes es atractivo, cuenta con aciertos importantes desde la dirección de arte, la fotografía, el diseño de sonido, y las actuaciones, en las que sobresale Rooney Mara, todo un camaleón cuando recordamos que fue la protagonista de la versión yankee de “La Chica del Dragón Tatuado” (2011); el muy buen actor Jude Law, Channing Tatum que esta demostrando ser algo más que un cuerpo que hace suspirar a las mujeres. La única que desentona es Zeta Jones, quien sólo pone ojos de mala, el resto de su cuerpo y su rostro denota otra cosa, bastante indefinida por cierto.
Gente como uno Hay una sola cuestión que me molesto en este filme. En medio de su desarrollo un personaje da cuenta del titulo, a mi entender de manera totalmente innecesaria. Su sola mención plantea una evocación icónica y directa al género del western, situación que produce en mucha gente reticencia a concurrir al cine. Estarán equivocados, nada más alejado de esa realidad en términos de la historia, si bien la apertura y la construcción del texto están dando cuenta de que algo del western se puso en juego. La narración abre con música que hace referencia directa al género instalado por Hollywood, luego copiado por los italianos, si bien desde otra estética, lo que se dio en definir como spaghetti western. También los españoles incursionaron en ese sendero, sobre todo desde la producción, tema desarrollado por Juan Gabriel García en el libro “Los españoles del western” (edición Circulo Rojo), o que asimismo plasma Alex de la Iglesia en su filme “800 Balas” (2002). La primera escena dará cuenta del tipo de estructura a la que nos encausa el director. Una conversación entre dos personajes que se va extendiendo, y a medida que avanza empieza a incomodar al espectador pues parece que no despegará. En realidad estamos en un enfrentamiento de personalidades, casi un duelo en el sentido más cinematográfico del término, además de un duelo de actuación. En ese primer cuadro nos encontramos con Eduard Fernandez y Leo Sbaraglia que se cruzan en un edificio, casi se diría por casualidad, se conocen de antes, hablan, y en el hablar pujan por discutir sobre un tema intentando terminar como vencedores, o al menos no salir demasiados lastimados. Todo el filme esta construido de esa manera, pequeños cuadros de situación de enfrentamientos, casi cotidianos, en los que los diálogos son la vedette, pero las actuaciones son los diamantes. De entre todos posiblemente el encuentro entre Luis Tosar y Ricardo Darín sea el que se lleve las palmas, pues combina ambas, dialogo y actuación, de manera perfecta, al mismo tiempo que podría ser la más previsible de todas. También Javier Cámara compone magistralmente a un marido que quiere volver, que no puede registrar nada. Entre las actrices se destaca por su personaje, que plantea alguna pequeña diversidad de registros y algo más en su desarrollo, Candela Peña, por mostrar como una oficinista un nivel de actuación superior a las demás. Los personajes, mayoritariamente masculinos, pertenecen al grupo etario de mayores de 40, no así las mujeres. Una lectura rápida encuadraría al texto como problemas de cuarentones, pero en rigor a la verdad el argumento es mucho más profundo. Los temas en juego son el amor, la pareja, la amistad, la infidelidad, las crisis, tanto personales como sociales, todas desarrolladas en escenarios naturales: el edificio, una oficina, el banco de una plaza, la ultima nos confronta a un montaje paralelo de dos parejas de amigos cruzadas, una en un coche la otra en la calle, yendo ambas hacia un mismo destino. Ese destino cierra con todas las historias y lo que parecía ser sólo una sucesión de encuentros casuales termina por plantearse como un filme coral, lo que determina que todo podría transcurrir a lo largo de un solo día, donde finalmente los personajes se encuentran, en un mismo tiempo, esa noche, dentro de un mismo espacio, un departamento, y por un solo motivo: el cumpleaños de alguien. Podría haber seguido construyendo historias, tal es la maravilla que provoca ver esta selección de actores interpretando personas comunes y corrientes en entornos habituales.
Está vivo Esta producción, cuyo titulo original es “Warm bodies”, que traducido literalmente significaría “Cuerpo Caliente”, tiene la particularidad de ser una muy buena parodia sobre el género del terror, específicamente sobre las saga interminable de “los muertos vivos” y, análogamente, hacer honores al creador de este subgénero, George Romero, iniciada con “La noche de los muertos vivos” (1968). Al mismo tiempo que honra al maestro, dando a entender, como lo hace George Romero, mucho más de lo que supuestamente cuenta, con el agregado de poder hacer humor y al mismo tiempo respetar las reglas con las que se construyó esta subclase. En este sentido hay muchos elementos en el filme que pueden pensarse como metáforas, sin querer ser esquemático y adoctrinante debería decirse “deben pensarse”… Partiendo de una historia sencilla nos presentan a un joven zombie, en realidad él se presenta con su propia voz en off, dato no menor ya que de esa manera puede poner en juego qué piensa, cosa que los zombies no hacen, y con los cambios de tonos en la expresión sonora denotar cierto tipo de sentimiento. Todo junto, y paralelamente, nos ubica en tiempo, espacio, y situación. También nos presenta a los otros zombies. Finalmente, a la última categoría de los muertos que caminan, la de los esqueletos. La historia se centra en R (Nicholas Hoult), un zombie que por no poder explicarse nada de lo que le sucede no pasa por un buen momento anímico. Tras el apocalipsis Estados Unidos ha quedado devastado. Él y todos sus compañeros de desgracia no tienen, y no pueden tener piedad con los humanos que quedan vivos, pues son su alimento, pero R se siente diferente al resto, casi “come” con culpa, además su escondite, su refugio privado, es un avión abandonado en medio de un aeropuerto en desuso. La única forma de salvaguardar sus memorias es nutriéndose de los cerebros de sus víctimas. Sin embargo un día, movido por una emoción que creía haber perdido, se enamora a primera vista de una hermosa chica viva, Julie (Teresa Palmer), a quien no sólo rescata del ataque de sus pares sino que además se convierte en su guardián personal. Ella es la hija del Coronel Grigio (John Malcovich), líder de los humanos, quien sólo ve como solución el hacer desaparecer a esa “raza” de ex - humanos. En contraposición a esa suposición, en esa pequeña convivencia temporal, Julie aprenderá mucho de R, y dará cuenta del error de percepción de su padre sobre unas circunstancias que en realidad desconoce. Presentada y pensada como una comedia romántica, muestra giros interesantes. El humor se instala desde un principio con el relato de R, luego puede terminar de verse como una de esas películas románticas para adolescentes, tipo la bochornosa saga de “Crepúsculo”, pero sería una injusticia. Pues lo primero que se resalta y redime son los nombres de la pareja protagónica, él se llama “R”, pues no recuerda su nombre completo, y ella Julie. Incluyéndole la famosa escena del balcón, estamos claramente ante una reversión, muy antojadiza claro, de “Romeo y Julieta” de William Shakespeare. Si bien no hay diferencias de familias, aquí la divergencia radica en que ella está viva y él muerto, por ende las diferencias son palpables literalmente. Otro punto interesante esta marcado por la música, tanto la diegetica como la extra diegetica. R es fanático de los discos de vinilo, donde escucha una versión de “Missing You” de John Waite, “Shelter From The Storm” de Bob Dylan o “Patience” de Guns N Roses, en tanto Julie apenas tiene cierto registro de su existencia. Todo puede pensarse en que está puesto en función de establecer ciertos criterios ideológicos, tales como que algo de lo que queda de humano hace que sea posible una recuperación. De estructura narrativa clásica, de progresión directa, sólo con algunos flash back, puestos a la manera de entregar cierta información sobre los personajes y sus historias pasadas. Con un trabajo de fotografía respetando el criterio de la producción, esto es, constituyéndose como parodia, pero respetando la estética necesaria del género, repitiendo el criterio en cuanto a maquillaje, vestuario y un buen diseño de sonido, del que se destaca la selección musical. Claro que para que funcione debe irremediablemente tener buenos desempeños actorales, la pareja protagónica cumple, Malcovich lo hizo de taquito, y todos los personajes secundarios, pequeños pero trascendentes, cumplen sobresaliendo Rob Corddry como M, el amigo zombie de R.
Cría cuervos La primera imagen de “Elena”, tercer largometraje de Andrei Zvyagintsev, esta trabajada como un plano fijo, que en realidad no lo es, que ejerce diferentes funciones según la variable con que el espectador se adentra en el filme. La primera sensación es de que nada sucede, pero la pequeña, lenta, casi imperceptible variabilidad de los haces lumínicos terminan por dejar ver sobre esas ramas a un cuervo, mientras que de fondo se sigue distinguiendo el balcón de la habitación de un departamento, hasta que en el mismo árbol se posa otro cuervo. Corte, y la cámara se sitúa dentro de la habitación. Toda esta escena dura aproximadamente 45 segundos. Aunque la impresión sea la de mucho más tiempo, eso se debe a lo gradual de los cambios de luz que influyen en cambios del color sobre el plano, y al trabajo relativo al sonido. Entonces se podría decir, desde un cierto esquema analítico, que tal apertura funcionaria como talismán con tintes metafóricos, utilizando objetos reales, cuando el filme cierra, dará cuenta que ese primer plano que repite al cierre, pero con pequeñas y sutiles diferencias, además sirvió para instar la idea sobre la que va a trabajar el guionista- realizador en relación a su qué decir, el por qué y el cómo. Esto es, la forma y el contenido. Para contar esta trágica historia, galardonada con el Premio Especial del Jurado en la sección “Una cierta Mirada” del festival de Cannes, el director ruso eligió una estética sobria, al mismo tiempo que alegórica, instalada de manera meticulosa, utilizando la música sólo de anticipatoria del drama, pero que de igual forma actúa como fermento de emociones en el público. Varios son los temas que aborda desde el texto, siempre duales, desde los espacios en el que se desarrollan, léase los dos hogares, haciendo hincapié en el deterioro de la educación, la diferencia entre los hijos de los conyugues, la cultura, y el cuasi abandono de las responsabilidades primarias paternales, tema recurrente pues ya lo había afrontado en su primera producción, “El Regreso” (2003). La película confronta de manera constante significaciones incompatibles cuando no antagónicas, como amor y odio, amor e indiferencia, riqueza y pobreza, calidez y frialdad, ocio y trabajo, amo y esclavo. La historia se centra en Elena (Nadezhda Markina), una mujer de algo más de 50 años, que casada en segundas nupcias con Vladimir (Andrey Smirnov), un hombre viudo y rico, ante el primer obstáculo define la razón de su casamiento. Se la podría nominar como una parábola despiadada, que trabaja estupendamente los tiempos supuestamente muertos, ya sea por imágenes cotidianas que parecen inocuas y que parecerían no aportar al desarrollo del filme, o a la progresión de la trama, o bien en la variante de diálogos coloquiales que parece agregar nada, pero que en realidad, de la manera en que están puestos, sirven para crear tensión que con cierta elegancia estética asfixia la empatía que el concurrente pueda sentir con el “amor” absoluto que profesa por su descendencia una madre obnubilada. En contraposición, casi como un juego de estrategia de guerra, el director nos muestra, con una única escena de interacción entre un padre y una hija, separados por una situación que se revelara recién al final de la narración, del amor y el cariño que se profesan en realidad. Donde la reina de la relación es la ironía. Respecto de los rubros técnicos, todos son de impecable factura, pero el diseño de sonido es la gran vedette en este sentido, claro que todo se apoya en las soberbias actuaciones. No mucho más para decir, sólo que es una de esas películas que después de conocerla se dará cuenta, por su necesidad de volver a verla, que es de las imperdibles.
Love story En principio he de confesar que si bien podría obviarse el titular la nota con una referencia directa con algún otro texto ya sea fílmico, literario o musical, a mi eso no sólo me gusta sino que además me sirve de disparador para adentrarme en el filme a analizar. La historia de ”Anna Karenina”, novela escrita por León Tolstoi, es mucho más que un drama romántico, un amor trágico. La obra fue publicada por primera vez en 1877. Puede ser pensada como una gran representación literaria de la sociedad rusa de aquel entonces. Narraba la historia de un pecado de amor, la infidelidad de Anna para con su marido Karenin, con el Conde Vronsky. Paralelamente se iba construyendo la historia de Lev, un terrateniente con ciertas ideas progresistas, en relación al contrato con sus obreros del campo, y al mismo tiempo enamorado de Kitty. Estas dos historias son las que recorren toda la novela, con diferencias en cuanto al nivel de importancia por el desarrollo de las acciones, pero no así como representación de los distintos grupos sociales que describen y la hipocresía de una sociedad en decadencia, en contraposición, al naturalismo de la otra historia de amor, más del orden de lo natural. Toda esta introducción viene a cuento porque la producción dirigida por el londinense Joe Wrigth, de quien viéramos “Orgullo y Prejuicio” (2005), “Expiación, deseo y Pecado” (2007), se aventura más por las formas que por el contenido, se pone en riesgo al intentar, y por momentos lo logra, llevar el estado de representación en diversas formas de signos con un sólo modelo de registro. “Anna Karenina” tiene múltiples versiones cinematográficas (11 en total, desde las dos primeras, rusas del periodo mudo, 1911 y 1914, a la que nos ocupa), siendo de las más recordadas la mítica interpretada por Greta Garbo, en 1935, o la animada por Vivien Leigh en 1948, pasando por la interpretación de Sophie Marceau en 1997, sin dejar de lado la versión rusa de la década del 60, o la adaptación en Ballet interpretado por Maia Plisetskaya en 1976. Quedaba claro entonces que una nueva traslación de la obra literaria, considerada como de las más importantes de la historia, debía necesariamente imponerse desde otro lugar que el narrativo ya muy conocido y muchas veces mal copiado. El filme abre y nos ubica en un teatro, esquema de representación que será llevado al extremo por el director, y nos plantea una dualidad de recorrido, el que intenta instalar desde la estructura narrativa implicada en la estética, la puesta en escena y la historia que respeta en su progresión a la novela que la inspira. Se corre el telón, literalmente nos enfrenta a una escena típica de ballet, donde todos los personajes configuran con sus movimientos una coreografía. Rápidamente la cámara abre otros espacios que pueden ser tan cerrados como el primero: las bambalinas del teatro, o espacios abiertos netamente cinematográficos. Hay una concepción de los espacios de representación audiovisual que terminan siendo la vedette de la producción, pero ello no significa que deje de lado la historia y sus implicancias, tanto sociales como de denuncia, que se encuentran en la novela. Entonces podemos hallarnos frente a una obra de teatro, o una película propiamente dicha, que hasta aísla y promueve la pintura como otra representación, en especial cuando la narración hace anclaje en la relación de Anna con su hijo. Va rompiendo con los cánones que el mismo construye sorprendiendo al espectador, pasando de un juego de especular entre la ficción dentro de la ficción jugada como realidad. Lo que en teatro se denomina la ruptura de la cuarta pared, aquí se muestra sin condicionamientos en los decorados puestos y mostrados como tales, si los fondos son de cartón así se muestran. También se da tiempo el realizador para incluir los hitos importantes de la fábula, como ejemplo la instalación del episodio del tren y la muerte del obrero que se oculta rápidamente, o la accidentada carrera de caballos donde Anna da cuenta del amor por el Conde, jugadas también como en espejo dentro de un teatro entre los protagonistas de la escena y los espectadores de la misma. Posiblemente esta arriesgada traslación estética y narrativa tenga finalmente defensores incondicionales y detractores a ultranza. Lo que no se puede negar es que se esta frente a una obra que se arriesga ha hacer algo diferente aunque no del todo original, y no tiene por que serlo. Todo lo descripto hasta ahora esta sustentado en principio por un guión de muy buena factura escrito por Tom Stoppard (autor de los guiones de “Brazil”, 1985, y “Shapespeare con amor”, 1998), la dirección de fotografía necesaria para que los saltos que se producen por los cambios de estructura de representación, léase cine, teatro, pintura, no se vivan como alteraciones. La muy buena dirección de arte en general, y del diseño de vestuario en particular, rubro éste último que le significó ganar el Oscar de la Academia de Hollywood. Posiblemente lo más desparejo sean las performances actorales o, más específicamente, en principio el casting. Keira Knightley cumple en su rol de heroína; no así su partenaire Aaron Taylor-Johnson como el Conde Vronsky; que de niño mimado y caprichoso, con gestos inadecuados, no puede salir muy bien parado Matthew Macfadyen en el papel del hermano de Anna; en tanto que como figura sobresaliente encontramos a Jude Law, como Karenin, el esposo engañado. En roles menores aparecen las siempre inquietantes Emily Watson y Olivia Williams, como la Condesa Lydia Ivanova y la Condesa Vronsky, respectivamente. Lo dicho, un filme con historia que podrá tener miradas negativas o de aprobación, pero nunca de indiferencia.