La cacería

Crítica de Héctor Hochman - El rincón del cinéfilo

La jauría humana

El director danés Thomas Vinterberg fue otrora uno de los iniciadores, junto a Lars Von Traer, de lo que se conoció como Dogma ‘95, todo un manifiesto sobre cómo y qué filmar, un movimiento vanguardista que finalizó, por no tener reglas muy claras, aproximadamente en el año 2005, pero que sin embargo dejó obras cinematográficas de importancia tales como “Los Idiotas” (1998), de Lars Von Traer, el mismo año que Vinterberg estrenaba “La Celebración”.

En esta última el tema principal era el abuso de menores dentro de una familia, trabajada como mentiras y secretos endogámicos en el sentido más coloquial y amplio del término. Ahora con “La cacería” vuelve sobre el mismo tema, casi como excusa, pero desde otra óptica, para desplegar otro “lema” subyacente sobre el originario.

Todo transcurre en un pueblo en el que, entre las actividades principales masculinas, los hombres salen a cazar ciervos y a tomar cerveza, festejando vaya uno a saber qué. De ahí que el título del filme se pueda entender a priori, luego de la primera secuencia, para luego justificarse desde otro lugar y con otra significación.

La historia se centra en Lucas (Mads Mikkelsen), maestro de un jardín de infantes, muy querido por todos los chicos, el que es acusado, luego de ponerle límites claros a Karla, hija de su mejor amigo, de haber abusado de ella.

Ante tamaña denuncia, y bajo el arbitrio de “los niños nunca mienten en estas situaciones”, la directora de la institución, en primera instancia, y luego, como una gran bola de nieve, todo el pueblo apuntan su dedo acusador sobre el docente implicado.

Nadie cree en el adulto, ni su ex mujer, ni su nueva pareja, ni su hijo adolescente, quien primero duda, y luego es victima del desprecio y la agresión de la comunidad como le ocurre a su padre.

Con gran maestría el director atrapa al espectador haciéndolo testigo de la inocencia del maestro para así comprometerlo empaticamente con el héroe.

Al mismo tiempo, y aplicando su forma de crear climas de sospechas sobre el personaje, de manera muy similar a la del maestro Alfred Hitchcock, va acentuando gradualmente como un martirio tal calvario sobre él, casi asfixiante, angustioso, en el que un hombre común se ve envuelto en una telaraña de la duda dentro de una situación extraordinaria que él no indujo.

La otra postura incomoda a la que el realizador promueve al espectador es, manipulación de por medio, y sólo a partir del personaje infantil que construye, la de sentirse enojado con la nena, de la que lo poco que sabe es que sus padres no le prestan atención, su hermano mayor la provoca, y que tiene su único refugio afectivo en Lucas.

La niña padece de un síntoma, en realidad es una metáfora trabajada en todo el texto, no puede, tal es el pensamiento y acto compulsivo, caminar cruzando líneas. Líneas morales, éticas, conductuales, que serán cruzadas por casi todos los demás personajes.

Entonces el tema principal deja de ser la pedofilia para pasar a ser el prejucio, la condena sin pruebas, la mentira que no tiene retorno, el rumor que se despliega tal cual la nieve que cae en el pueblo, lo que hará que la vida de Lucas cambie indefectiblemente.

El punto crucial del filme es que el director lo presenta desde determinado tipo de universalidad, no desde una necesidad universal sino que pone el énfasis en la posibilidad, o sea, esto no le ocurre a todo el mundo, pero le puede ocurrir a cualquiera.

Tal es el manejo sobre la duda que en determinado momento el espectador hasta vacila respecto lo que él mismo fue testigo. Vinterberg traza una línea muy delgada, a veces imperceptible para el público, entre el impacto emocional que provoca la historia y el efecto dramático que produce.

Esto encuentra su mayor apoyo en la elección estética, no tanto en la estructura narrativa, que es del orden de lo clásico, lineal, y progresivo, sino en función del diseño de un sonido ambiente que refuerza el clima.

El tipo de iluminación ya mencionada parece haber sido elegido a partir de trabajar con movimientos de cámara por momentos nerviosos, la elección de los planos, por instantes muy cerrados sobre los personajes, en relación a otros por encima de ellos, como subyugándolos, con los que va construyendo el relato de la mano la música y la banda sonora.

Su ilusoria insensibilidad es justamente en lo específico un recurso convincente y distintivo de provocar emotividad, para ello debía contar con la excelente actuación de Mads Mikelsen, al que el público argentino pudo haberlo visto en “Flame y Citron” (2008), acompañado de un muy buen elenco en el que se destaca la blonda niña (Annika Wedderkopp), y su padre Theo (échate un nombre) personificado por Thomas Bo Larsen, actor infaltable en las producciones del director danés.

Un filme que provoca al espectador y lo deja pensando por mucho tiempo más haya de lo que dura su proyección, debido al conflicto que instala en el público cuando nos revela el lado más oscuro del personaje con el cual nos identificamos y un interrogante con final abierto.