El grave problema de éste filme, basado en hechos reales (¡vaya uno a saber cuáles fueron!), es que de todo lo que se ve, lo efectivamente real, intenta sustentarse en la alegoría hitchcockiana de un personaje ordinario envuelto en una situación extraordinaria. John Matthews (Dwayne “The Rock” Johnson) es un hombre de trabajo, un empresario exitoso, a la vez que un padre que sale a resguardar a su joven hijo Jason (Rafi Gavron), quien por inexperiencia queda enredado en el trafico de estupefacientes. Ante la posibilidad de un arreglo, el de trabajar como “soplón” (de ahí el titulo original del filme “Snitch”) para el FBI, a la cual se niega el joven, lo que sí es asumido por su progenitor. Ahí esta el problema. El actor Dwayne Johnson, aquí también en función de coproductor, héroe de filmes de acción por excelencia (próximamente lo veremos en “Hércules”), no da, desde el “fisic du rol”, por presencia, con el personaje principal, es de todo menos una persona ordinaria. Por ende casi todo se torna inverosímil. Para poder cumplir con la “tarea”, arreglo de por medio con la fiscal de turno. Joanne Keeghan (Susan Sarandon), con el propósito de que le sea reducida la condena de su hijo, se “infiltrará” en una red de narcotraficantes despiadados, todos latinos o negros, con el peligro que eso conlleva, para tenderles una trampa. Se pone bajo las ordenes del experimentado agente Cooper (Barry Pepper) miembro de la DEA, quien lo guiara y le dará el apoyo necesario para que logre el éxito en su misión. Al mismo tiempo que estamos en presencia de una producción de acción, como planteo original e importante, ya que es en el desarrollo de este conflicto que el filme va desplegando las acciones y su recorrido, se va planteando una subtrama que en realidad es la disparadora de todo, la reconstrucción de la relación padre/hijo, algo demasiado elemental. La narración es previsible, plagada de lugares comunes, clisés, y personajes demasiado estereotipados. Es verdad, entretiene, pero más por la velocidad de las imágenes impuesta desde le montaje que por la credibilidad del texto. Punto.
La primera de la serie, y viendo los resultados de la segunda entrega espero que ésta sea la ultima, traía aparejado el enemigo invisible, “el tiempo”, ese que avanza inexorablemente. Los personajes de la originaria “Red” (2010), “Retirados Extremadamente Peligrosos” (es la traducción de las siglas) todos ex espías, debían ser “silenciados” por los secretos que podrían revelar o develar. Todo un juego perverso entre “ya no los necesitamos”, les “tenemos miedo” más que respeto y “todavía cantamos” Ahora, años después, nos encontramos con los mismos personajes, y he aquí uno de los errores del filme, dar por sentado que el público los conoce, porque no hay casi presentación de los mismos, lo que implica hacer imprescindible, casi, el haber visto la primera. Sí hay algunos personajes agregados, también casi sin presentación oficial, de manera bastante informal, con un poco más de desarrollo respecto de los que hacen su segunda aparición, eso si, todos interpretados por grandes actores, que cumplen profesionalmente, lo que termina siendo sólo eso: Grandes nombres. Todos los originales sobrevivientes de la primera son acusados de ser los participes necesarios de la construcción y ocultamiento durante la “guerra fría” de la bomba más poderosa construida por el hombre, situación que los pone en categoría de ser los terroristas más buscados. El director de esta secuela (me vuelve a sonar como definición de enfermedad) no le imprime a la producción nada de lo logrado en la primera, no hay sorpresas, no hay giros ni en el relato ni en la estructura narrativa, los personajes no tienen ni dobleces ni progresión. Los actores todos eficientes, destacándose nuevamente Mary Louise Parker, como la pareja de Bruce Willis, ansiosa de aventuras; John Malkovich tiene reiteradamente a su cargo los mejores remates humorísticos, más por el personaje que por diálogos; Helen Mirren, David Thewlis, Anthony Hopkins correctos los tres, salvo que del trío Helen es la que más en serio se toma el personaje y causa más gracia, en tanto el actor coreano Byung Hun Lee sólo demuestra que sabe dar patadas, con coreografía cero, y que posiblemente Jet Li le hubiese dado otro carisma al personaje, lo que, por otra parte, hace extraña a Jackie Chan; por ultimo Catherine Zeta Jones no termina por definirse en su personaje de malvada, sexy, femme fatale de buen corazón, que parecía proponérsele desde el guión. La fotografía parece estar puesta más por obligación que por una búsqueda estética, esto es que los objetos y los héroes tienen que verse, con lo que ya es suficiente. Las escenas de acción, las persecuciones, no generan el vértigo necesario que es, en definitiva, su razón de ser, mientras el diseño de sonido y la banda sonora se emparentan en su definición con la fotografía, o sea, es necesaria, mientras que la música pasa desapercibida, digamos que hubiese dado lo mismo que no esté, no genera climas ni tensión, ni nada. El filme en sí mismo es un catalogo de lugares comunes, previsible, con humor nulo, mientras el texto es una excusa para recaudar dinero, pero tampoco creo que en esta variable los productores vean colmadas sus expectativas, lo que demuestra que a veces es bueno retirarse a tiempo, valga la paradoja.
Para atrapar al ladrón En esta producción hay muchos puntos de contacto con “Como robar un Millón” (1966) de William Wyler, con Audrey Hepburn y Peter O’Toole en los papeles protagónicos, también hace referencia directa a las comedias de la época de oro de Holywood, pero que sin embargo no la desacredita en la comparación. Esto en principio se debe a la buena química que en pantalla demuestran Valeria Bertuccelli y Daniel Hendler, y los buenos actores secundarios, empezando con Martin Piroyansky como el hacker asesor de Hendler, donde compone un personaje que resulta el soporte ideal, siguiendo con el malvado, interpretado por Juan Leyrado, y a Pablo Rago en la piel de ese policía bueno, tipo Jean Reno en “French Kiss” (1995) de Lawrence Kasdan, quien siempre esta tras los pasos de un ladrón (Kevin Kline antes y Hendler en esta), con el que tiene una deuda que termina siendo más una herramienta de protección para sostener en esa función a nuestro héroe que su transformación en villano sin remedio. Finalmente, y para hacer justicia, ha de apuntarse que las pocas apariciones de Mario Alarcón le alcanzan para demostrar toda la gama histriónica que posee. Una comedia cuyo elemento principal está en el engaño desde todo punto de vista, los personajes desde el ladrón hasta la victima que se retroalimentan, el objeto robado y a robar, una mascara desde el principio, y el “vino” del titulo, (todo un McGuffin hitchcockiano) la motivación falaz, los malos y los buenos, hasta al espectador lo derriba el ser objeto de la artimaña, pero cae con buenas herramientas y argumentos honestos. Otro hallazgo del director es emplear los espacios físicos, demandados desde el apoyo del gobierno de la provincia de Mendoza, no como propaganda turística encubierta sino haciendo que los paisajes funciones como elementos necesarios para el avance del relato. Hay abusos de referencias a otras tantas películas, como la serie James Bond, no sólo desde el personaje tipo Pierce Brosnan, algunas otras hasta se podría decir forzadas, como que la protagonista en varias escenas use una remera del filme “North by Northwest” (“Intriga internacional”, 1959) de Hitchcock, que aquí da la sensación de estar sólo puesto, más allá de toda interpretación, como postura jactanciosa del realizador, pero a partir de los resultados, le perdona. Una comedia fresca, para pasar el rato de manera agradable, bien contada, con buen ritmo y mucho humor, en formato de exportación, aunque por momentos un tanto localista, que no esta nada mal. (Pinta tu aldea y pintaras el mundo). (*) Obra de Alfred Hichcock, de 1955.
Este filme podría ser esgrimido para demostrar, una vez más, el deterioro de la cultura, ya que utilizando recursos narrativos consagrados, probando su eficacia en infinidad de películas, “Ladrona de identidades” se constituye en uno de las peores producciones en lo que va del año, ¿de lo que va del siglo también? Sólo es rescatable la composición y conjugación de los personajes, apoyándose en la actuación de Jason Bateman, en buena interacción química con Melissa McCarthy, sobre todo por poner en juego esa clásica unión de los opuestos. Sin intención alguna de comparación, se podría decir que el registro de Bateman esta en el orden de la escuela de actuación en comedia de Buster Keaton, por momentos pétreo, por momentos anodino, a su lado McCarthy se descubre, pues aquí el texto no se lo permite hace que cruce constantemente la línea del buen gusto hacia lo vulgar, lo mismo que le sucedía con “Damas en guerra” (2011), como una gran actriz de comedia (en todo sentido) realmente desperdiciada. Ella hace un uso primordial de su cuerpo, del registro de emociones y estados de ánimo en su rostro, nuevamente sin propósitos de comparar, un humor más físico como los inicios de Charles Chaplin, sabiendo que esta diferenciación entre Keaton y Chaplin es de un reduccionismo atroz, sólo dicho en pos de lo explicativo, fuera del orden de lo real. No sólo el enfrentamiento de estilos sino también de personajes así diseñados, viene a la mente rápidamente “Extraña pareja” (1968) escrita por Neil Simon, quien recuerda que la dirigió Gene Saks, esto dicho con toda la intencionalidad de hacer hincapié en la importancia de contar con un guión inteligente como prioritario en este género. “Ladrona de identidades” no es ni original, ni inteligente, ni graciosa, y lo más importante no es creíble, no obstante lo inverosímil de todo el producto. El disparador de todo, la chispa de la idea, es aplicada por un pequeño detalle: el personaje masculino tiene nombre “unisex”, aclaración que se repite demasiadas veces a lo largo de los extensísimos 111 minutos que dura la proyección. Sandy Patterson (Jason Bateman) es un característico empleado medio de una gran empresa en Denver, analista de riesgos matemáticos, una labor no muy convencional para la cual es muy competente, pero no reconocido en sus honorarios. Casado con Trish (Amanda Peet) y en espera de su tercer hijo, se le presenta la oportunidad de cambiar de empresa al mismo tiempo que alguien le falsifica la tarjeta de crédito y hace gastos excesivos. El robo es perpetrado por la “gorda” Diana (Melissa McCarthy), quien no sólo es una ladrona cibernética, sino que es todo un catalogo de la incorrección, “droga” no sólo consumo, además como distribuidora, “sexo” no sólo casual sino hasta promiscuo, y sin nada de “Rock and Roll”, metida en cuanto acto inmoral, criminal o antiético se le presente. Aquí empieza el derrumbe total de la producción, empezando por la apertura discriminatoria, la misma “gorda” que se cagaba encima en “Damas en guerra” aquí es la salvaje fuera de control y del sistema que irrumpe en la apacible “way of life” de Sandy. La policía va en busca del pobre de Sandy, pero se comprueba que no es él, pues alguien en Miami le ha robado su “identidad”, situación por lo que la policía de Denver queda fuera de la jurisdicción ¿?. Le aconsejan (la misma policía) que haga justicia por mano propia, la vaya a buscar y la traiga a la ciudad para llevarla a juicio, total es una lumpen, gorda, golfa despreciable, o eso intenta el director que sintamos por Diana, mientras Sandy recupera su vida. De su llegada a Miami, del encuentro con la obesa despreciable, de los imprevistos que transforman la narración en una road movie de persecución, ya que la horrible gorda es buscada por un cartel, no se sabe si de Colombia o de Méjxico, y un cazarrecompensas yankee. El filme esta plagado de lugares comunes, personajes estereotipados al extremo, exageradamente previsible, y no menos chabacano y vulgar. De la comedia construida por los opuestos se queda en eso, en los opuestos, pero esto sólo no genera ni una mínima mueca parecida a una sonrisa. Si a todo esto le sumamos un final de historia que intenta justificar al personaje femenino por una infancia pseudo traumática y una línea discursiva moralizante tipo clase media americana, tenemos de frente el deterioro de la cultura.
Madre e hijo Esta producción, si bien termina no siendo el tema central, se instala en las antípodas de “Madre e hijo” (1997). Ambas tratar de ser una radiografía de la relación madre/hijo, en una, la rusa, el amor esta expresado en cada plano y en cada gesto, en la francesa una madre tiránica, casi despótica, y un hijo, ya adulto, no puede luchar contra ella. En ambas la muerte acecha a la madre, y en ambas el hijo esta a su lado, las diferencias estaría en las razones. Pero a partir de la apertura sabemos que la realización de Stéphane Brizé se centra en Alain, ya que ese primer plano, toda una concepción de construcción de la imagen, toma justificación recién con el último cuadro, que no sólo se demuestra sino que simultáneamente transforma al primero en una imagen concepto. Se me hizo presente inmediatamente la muy buena realización “Cama adentro” (2004) de Jorge Gaggero, la historia interpretada por Norma Aleandro, donde una mujer, Beba Pujol, de clase alta en caída libre teniendo que, ya siendo abuela, tenga que salir a vender productos a la calle para conseguir su propio sustento. En una escena clave termina aceptando el canje de productos por un almuerzo en un restaurante tenedor libre, con un plano ya justificado y explicado per se y, por lo visto anteriormente, que muestra a Beba sentada de perfil, mirando hacia la izquierda, casi sobre el limite del cuadro, con todo libre detrás de ella, clara alusión a que “hay pasado, no se vislumbra futuro” De igual modo el director Brizé, termina por instalar esa imagen primera como concepto, para lo que hizo uso de la relación tortuosa de dos personajes madre e hijo, no importa las circunstancias. Alain, de profesión camionero, 48 años, esta de viaje es un retorno, luego de salir de la cárcel después de cumplir una condena acusado de haber transportado droga, para volver a vivir con su madre, la que nunca le perdonó la trasgresión legal y que convertirá esa estadía en otro tipo de cárcel, una ya conocida. Esta convivencia forzada traerá al presente una violenta y enfermiza relación pasada, nunca hablada, secretos y mentiras de una familia disfuncional. Alain comienza a trabajar, a disgusto, en una empresa de reciclajes de residuos, conoce a Clemence (Emanuelle Seigner), tratando de ocultar su pasado reciente que lo avergüenza, lo mismo que el reconocer que vive con su progenitora. Su madre es una manipuladora, casi al limite de lo perverso, pero siempre anteponiendo su egoísmo a ultranza, situación a la que el hijo ya no esta dispuesto a soportar, mientras ella lo quiere retener a su lado para su propio beneficio. Pero al poco tiempo de estar instalado se enterará que su madre padece una enferma terminal y planifica ponerse en manos de una empresa de Suiza que practica el suicidio asistido, algo aceptado en ese país, un paso importante para que las legislaciones mundiales acepten la eutanasia como elección personal. El director, el mismo de “Un affaire de amor” (2009), se instala como un autor, no sólo a partir de temáticas parecidas, en una el no poder hacerse cargo de los sentimientos propios, en la otra no poder expresarlos. En esta, esa dificultad en poder mostrar los sentimientos, puesto como símbolo de debilidad, de falta de autoestima, y la relación madre e hijo se tensa hasta que explotan ambos. El diseño de construcción de la narración se apoya en una fotografía naturalista, una música trabajada más como sustento del relato que de manera empática a la historia, y principalmente en los movimientos de cámara, en la elección de los planos, en la cercanía de la tomas, lo que lo constituye en un filme intimista, haciendo foco desde el relato en la relación madre-hijo, pero desde la intención de decir en el clásico dicho que mientras hay vida hay esperanza, sobre todo de cambio. Lo mejor de la producción son las actuaciones, soberbios los tres, pero algo del orden de la construcción a través de las imágenes se pone en juego desde el principio de manera muy sutil, no por eso menos importante. Hace poco pudimos ver “Amour” (2012), el tema sobresaliente en ambos es similar, la eutanasia en el de Haneke, y lo que se conoce como suicidio asistido en éste, en uno como acto de amor, en el otro…..defína usted el por qué. El filme de Stéphane Brizé, es una de esas que no sólo se aconseja, se podría exigir no dejar pasar.
El fútbol “Pasión de Multitudes”, vociferaba un viejo relator deportivo allá por la segunda mitad infame de la década de los ‘70. Dictadura militar, silencios, muertes, secuestros. “El silencia es salud”, “Los Argentinos somos derechos y humanos”, frases acuñadas por la dictadura asesina, pero el fútbol todo lo puede, hasta producir un mundial del más popular de los deportes como encubridor, o una película a pedido como fue “La fiesta de todos” (1979), dirigida por Sergio Renán. Ahora, 30 años después, un grupo de hinchas el club River Plate, luego que el club descienda por primera vez a la segunda categoría en la Argentina, y en lo que sería el momento más triste de su historia, deciden, empujados por la pasión por sus colores y para fortalecer los ánimos alicaídos, coser la bandera de un club de fútbol como más larga en el mundo. Esto es lo más honesto que planea el filme. Para ello convocan a todos los seguidores a que “donen” tela para su realización, la extensión de la misma iría desde el lugar donde estaba emplazado el original estadio de “los millonarios”, en Libertador y Tagle, hasta el actual Monumental, en el barrio de Nuñez, cubriendo un recorrido de casi 8 kilómetros. El documental trata de cómo fue elaborado a partir de la idea, para continuar con la presentación del proyecto y su concreción reuniendo la tela, posterior costura, tarea realizada por los mismo partidarios, incluyendo entrevistas que dan testimonio y valoración del emprendimiento, para culminar reflejando la convocatoria multitudinaria (casi 100.000 personas), una de las mayores movilizaciones populares en la Argentina para éste tipo de propuesta, que acompañó su despliegue el 08 de octubre de 2012. Como tal es dable ponderar su muy buena factura, podría haber aburrido, pero todo esta dosificado como para ir metiendo de a poco al espectador en el espíritu de la intención, haciéndolo participe del apasionamiento mostrado más allá de las preferencias. El único inconveniente, sólo para tenerlo en cuenta, es que de todo este esfuerzo puede desprenderse el viejo axioma “al pueblo pan y circo”, por supuesto que el circo, sobre todo el romano, fue desplazado por el “Fútbol para todos”, o su otra versión “Todos para el fútbol”, esto claramente está instalado “a priori” de todo el acontecimiento. Pues si algo queda claro en la intención de sus realizadores es mostrar que nada del orden de lo político estaba en juego, sólo la pasión por el balompié, sin dar cuenta que eso ya esta inmerso en nuestra cultura y muy bien explotado por los poderosos de turno.
Pelota de trapo Nada más acertado que reiterar lo que dice el negro Fontanarrosa en su cuento “Memorias de un wing izquierdo”, todo un dicho popular, que parece no tener justificación ni significantes: “El fútbol es el fútbol”. De ese cuento, en realidad el cuento termina por ser un simple disparador , es a esa frase a la que se amarra el director Juan José Campanella para deleitarnos, más allá de algunas pequeñas cuestiones que tienen que ver con la estructura y el desarrollo del relato, con una realización netamente Argentina, donde los personajes son reconocibles per sé. También es netamente reconocible una infinidad de películas a las que se hace referencia, directa o no, como homenaje o simple sustracción, algo que no queda del todo claro. La primera y, por el hecho de ser eso, hace una referencia clara a “2001, Odisea del Espacio” (1968), pero en éste caso los monos no están en función del origen de lo humano sino en la creación del fútbol como juego, deporte y competencia. El hecho que haya utilizado por primera vez la animación le otorga al texto un plus de significación e inclusión a priori al género de la animación, el que está evaluado como cine para los niños, aunque el mito ya se haya roto hace mucho tiempo. Lo que es indudable es que el mismo género entrega la posibilidad de construir, recrear, y fomentar un verosímil para luego transgredirlo e igualmente permanecer en el orden de lo creíble. La historia comienza cuando un padre, empujado por su esposa, le cuenta a su hijo, a modo de confesión, su propia historia y la del pueblo en el que viven. Amadeo (David Masajnik) es un niño retraído, cuyo único lugar de placer en la vida es jugar al metegol. Esmirriado, flaco, sin nada de gracia, ni grandes luces intelectuales, aparentemente desarrolla una habilidad infrecuente para ese juego, ya nadie quiere enfrentarlo, no tiene contrincantes. En la vida cotidiana es otra cosa, los chicos, miembros de una barra de patoteritos en potencia, comandados por el Groso (Diego Ramos), el mejor jugador de fútbol del pueblo, lo hacen centro de sus burlas. Pero se produce el milagro. En un desafío de metegol, al que el Groso impera para desacreditarlo frente a Laura (Lucia Maciel, en el personaje más logrado de todos), la chica de sus desvelos, pero Amadeo, apoyado e incentivado por Laura, gana, y esa será la única derrota del Groso en toda su vida. El paso del tiempo nos devuelve a Groso convertido en una estrella de fútbol internacional, y su retorno al pueblo sólo tiene como objetivo la venganza: Comprar el pueblo e intentar reformarlo a su imagen y semejanza, esa es su estrategia, tal como sucedía en “Volver al futuro 2” (1989), para de paso aprovechar y “robarle” esa novia que hasta ahora no fue. Pobre de Amadeo, ¡atájate esta! Pero nuestro héroe intentará recuperarlo todo, no importa las vallas que tenga que sortear. El daño ya se produjo. Lo primero, destruir el espacio de la vergüenza; lo segundo, hacer desaparecer el objeto intimidante e indicador de la derrota, el metegol roto y aquellos “soldaditos de plomo”, jugadores de tantas batallas, esparcidos por el basural. Se instala un nuevo desafío entre los contrincantes, pero esta vez en el fútbol de verdad, el equipo de profesionales de Groso, contra el equipo de amateurs del pueblo. La apuesta incluye nada más y nada menos que el pueblo. La necesidad de recuperarlo da pie a que Amadeo se haga fuerte en la desventaja, es su “pueblo” y puede rescatarlo de las manos del villano capitalista. En este punto hay una clara referencia a “Luna de Avellaneda” (2004), otra realización del mismo director, injustamente desvalorada por al crítica vernácula. El filme está netamente dirigido a la platea infantil, pero con muchos guiños para los adultos, por lo que no sorprende ni molesta que los personajes, en su mayoría, estén construidos desde una mirada maniqueísta: El Groso es malo por definición y Amadeo (Amadeus: amor a Dios) es bueno por antonomasia. Todo esto en los primero 20 minutos, durante los cuales la técnica de animación es impecable, y no tiene nada que envidiarle a las superproducciones hollywoodenses, pero nada de esto aparece justificado desde el texto, pero la animación, siempre y por esencia misma, promueve el milagro, es así que una gota de una lagrima de Amadeo cae sobre el Capi (Pablo Rago), el wing y cobra vida. Acá comienza a justificarse la animación, pero empieza a perder un poco de consistencia el relato, no el desarrollo progresivo de la narración, sino los elementos constitutivos de la misma. En principio pierden presencia protagónica los hasta ese momento importantes, son los pequeños jugadores de metegol que cobran vida y protagonismo (aunque sólo a uno lo toca la lagrima de Amadeo), y estos son los que en definitiva hacen alarde del argentinismo futbolero. Aparecen el Beto (Fabián Gianola), el Loco (Horacio Fontova), y Liso (Miguel Angel Rodriguez), una selección de personajes identificables sin necesidad de entrar en grandes rasgos, sino desde los pequeños detalles, los que alcanzan para generar empatia con el espectador, hasta la misma marcación de actuación conformada por los diálogos, encontrándose ello en el orden de lo mejor del guión, pero no pueden sostener el cuento por las derivaciones implícitas en el mismo. Esto es sabido por los hacedores de la producción y es por eso que retornan, de manera bastante desprolija, a los personajes actuantes de la historia, incluyendo por necesidad varios otros personajes satélites del relato que no tienen la calidad, calidez y solvencia de construcción de los otros. Por supuesto que uno puede dar cuenta que al final no es más ni menos que la realización de uno de los directores relevantes del cine nacional en toda su historia, por lo que los temas recurrentes en su filmografía esta presentes, el amor, la amistad, el honor, la heroicidad, la pasión, lo popular, la solidaridad, como así también el egoísmo, la envidia, la violencia cotidiana, como parte de lo humano. En definitiva, y a pesar de cualquier explicación, esta obra tiene sus mayores logros en los aspectos técnicos, en las cuestiones estéticas, hasta en la estructura narrativa clásica, que no es poca cosa, en cuanto a lo que va a generar el deseo de verla, ese homenaje a nuestra propia infancia, esa en la que perdíamos la noción del tiempo mientras jugábamos o en la cantidad de goles que gritábamos, queda relegado por las dos tramas principales del filme, la mencionada del rescate heroico, y la historia de amor. ¿Como terminó el partido? Es lo menos importante, lo mejor fue divertirse.
Una catarata infinita de artilugios, una gran dirección de arte, una mejor aplicación y presentación de efectos especiales (FX), y un montaje apropiado para las producciones de acción por la acción, vale decir con cortes a la velocidad de la luz, situación que le acrecienta el ritmo vertiginoso al relato, es lo que deja como resultado final un entretenimiento gernuino para los que disfrutan este género de tratamiento cinematográfico. Nada más. Pues el mismo que carece de todo tipo de originalidad, claro que no es esto lo importante para esta superproducción, cuya única intención es sólo atrapar al espectador con lucecitas de colores. “Titanes del Pacífico” es la última incursión en el cine del director mejicano Guillermo del Toro, quien supo deleitarnos y constituirnos en seguidores con filmes como “Cronos” (1993), “El Espinazo del Diablo” (2001), o la maravillosa “El laberinto del fauno” (2006), hasta que fue atrapado por la maquinaria de Hollywood. Si no fuese que todavía le queda mucha sapiencia en como narrar y algo de independencia estética, a esta altura podría pasar inadvertidamente a ser otro director técnico más de los que pululan dentro de esa maquinaria trituradora de identidades. En este filme que hace referencia directa a los clásicos del cine con monstruos japonés, plagado de escenas de luchas entre enormes criaturas y robots manejados por seres humanos. La historia comienza en un futuro cercano cuando catervas de criaturas monstruosas, conocidas como kaiju, palabra japonesa que significa “bestia extraña”, pero que desde el diseño nada tienen de estrambótico, comenzaron a emerger desde el Océano Pacifico con el fin de destruir la vida en la tierra. Esto da inició a una guerra que se cobraría millones de vidas y que consumiría los recursos de la humanidad durante años. Para combatir al “kaiju” gigante la ingeniería humana crea, como arma especial, robots enormes, llamados jaegers, nombre de relojes suizos o marca de alarmas en Argentina, algo justamente como relojes alarmas contra el invasor. Así de tonto es el cuento. Estos robots son manejados sincrónicamente por dos pilotos cuyas mentes se encuentran conectadas por un puente neural, con una base debe ser natural, un robot descerebrado, con cuatro hemisferios cerebrales. (¿¡Qué!?) Lo peor de todo es que no es confuso, es idiota. Además, frente al inclemente kaiju gigante, incluso los Jaegers son inoperantes. Ya casi perdida la guerra, las fuerzas conjuntas de la humanidad toda, (que frase protocolar me salio, ¿no?), defensoras del tan maltratado planeta, no tienen otra opción que recurrir a dos absurdos héroes: un ex piloto fracasado (Charlie Hunnam) en plena crisis existencial, en estado depresivo pues su fracaso fue el artífice que “provoco” la muerte de su hermano mayor, toda un alma gemela, y una aprendiz sin experiencia (Rinko Kikuchi). Ambos son emplazados a manejar un vetusto, y aparentemente inútil, “jaeger” en desuso. Juntos no sólo se mantienen seguros siendo la última esperanza de la humanidad, sino que hay visos de que “el amor es más fuerte”. (¿Usted. compra?) En términos de entretenimiento puramente visual la producción cumple, pero el cine es mucho más que eso, y atravesado por las demás variables puestas en juego, como, por ejemplo, lo político del discurso o la intencion de omnibulacion de la conciencia la torna cuasi peligrosa. Si busca algo de suspenso olvídelo, esto es más previsible que un capitulo de la serie “Lassie”, lo cual no es un defecto en sí mismo, ya que hay otras variantes para producir hastío en el espectador, principalmente la banda de sonido, si bien el diseño sonoro no es malo, la música termina por empalagar no sólo las imágenes, el texto o la producción sino toda la sala de cine.
La gran comilona Hace unas semanas se estreno en Buenos Aires el “El Gran casamiento”, que se enrolaba en el genero de la comedia, siendo un ejemplo rancio del mismo, antiguo, previsible, pero sobre todo chabacano, desperdiciado una selección de actores que empieza con Robert de Niro, Susan Sarandon o Diane Keaton como iconos consagrados, hasta llegar a Amanda Seyfried o Thoper Grace como jóvenes que ya dejaron de ser promesa y son una realidad, pero el filme no funciona pues ni las actuaciones lo salvan. En este caso podríamos estar en presencia de una situación similar, una comedia pasatista, demasiado liviana en una primera lectura, pero…. es una producción francesa, y reza un axioma, acertado o no, que no importar el género la cinematografías de ese país intenta, y casi siempre lo logra, plantear la posibilidad de otras lecturas subyacentes al relato. La historia gira alrededor de un joven, Jacky Bonnot, quien sueña con triunfar como chef en un gran restaurante. Pero su frágil situación económica le obliga a aceptar trabajos como cocinero en lugares donde su “arte” no es aceptado, por lo que no dura mucho en ninguno. Un día se cruza en su camino Alexandre Vauclair, un célebre chef, tradicional por donde se lo mire, que se ve inmerso en la necesidad de un cambio hacia lo moderno por la posibilidad de perder una estrella en el catalogo de restaurantes, e impuesta por los dueños, y cuya imposibilidad de realizarlo amenazaría su estabilidad laboral. En esta pelea entre lo clásico y lo moderno, jugado desde la comida, se despliega la toma de posición del director, casi ironizando la cocina molecular, o la más francesa nouvelle cuisine, la comida rápida sin elaboración, o la más internacional cocina de “autor”, pasando por las nuevas tendencias culinarias, la comida sana, hasta los cocineros mediáticos, pero atravesado por las relaciones humanas, los celos, la envidia, el amor filial, de pareja, la amistad, todo se ponen bajo la lupa de las diferentes preferencias. Algo así como que en gusto no hay nada escrito, pero de lo humano hay demasiado. El problema principal se encuentra entonces en la vaguedad de las subtramas, puestas sólo en función de desplegar y acrecentar cierto ritmo de la trama principal, pero la falta de construcción de estas terminan por parecer casi innecesarias,. Historias tales como la hija del famoso chef que lo castiga haciendo gala de su preferencia por el fast food, o la mujer del joven cocinero a punto de parir, quien le exige al marido aceptar trabajos en desagrado, razón que le obliga a mentirle piadosamente, más por no herirla que por cobardía. Lo mejor esta en las actuaciones. Jean Reno demuestra su versatilidad para cualquier género cinematográfico, construyendo un personaje duro por fuera y tierno por dentro, muy bien acompañado por Michaël Youn quien hace solemnidad de cómo generar empatia con el espectador. No hay una búsqueda estética, no intenta deslumbrar con ello, ni variantes de estructura narrativa, sólo el hecho de contar una historia simpática, simple, incluyendo elementos que permiten poder analizar esa realidad un poco más allá del texto. Una comedia como las de antes, pero en ritmo actual, que parece superficialmente estar bien sazonada, pero que en realidad, en la preparación de los platos principales esta el secreto de su éxito.
Los sospechosos de siempre Los hermanos Taviani, octogenarios ellos, vuelven al ruedo del arte cinematográfico rejuvenecidos ya desde la propuesta: Documentar, en términos de ficción, la experiencias teatrales llevadas a cabo en una cárcel de Roma en la cual los presos ensayan, y luego presentan, una obra teatral. Este filme recibió el “Oso de Oro” en la 62 edición del festival de cine de Berlín, la declaración de sus autores en ocasión de recibir el premio, fue…”aunque un hombre esté condenado a cadena perpetua no dejará de ser un hombre hasta su último día”…. Algo del mismo orden que planteara Primo Levy en su texto más conocido: “Si esto es un hombre”. El cine de los Taviani en principio siempre fue inteligente, humanista, complejo, poético sin esfuerzo. Cabe recordar producciones como “Tu Ridi” (1998), “Las Afinidades electivas” (1996), “Kaos” (1994), o su Opus, a mi entender, “Padre padrone” (1977). En este caso, ya desde el origen de la idea hay planteado un doble juego. La elección de la obra “Julio Cesar” de William Shakespeare no es casual, pues como es de esperar en autores de esta talla, no se quedan en la mera impresión del “experimento” carcelario. Indagan y forman paralelismo entre la vida cotidiana de los “actores” y sus representaciones, profundizando cada tema que proponen, como la amistad, la lealtad, la venganza, la culpa, la tiranía, etc. Simbolizando con veracidad y potencia formal esa tragedia sobre dilemas morales, planteos de actos éticos, como la confabulación, la ingratitud, la traición, la avidez de poder, la venganza y la manipulación psicopatica de la opinión popular, en esa arenga incomparable de Marco Antonio ante los restos de Cesar consiguiendo modificar la opinión de ese pueblo que minutos antes parecía haber interpretado y alababa las razones del acongojado Bruto para asesinar al hombre que le funciono como un padre, pero que, desviándose por ansias de poder, intentaba ejercer el despotismo. El montaje que eligieron para contar una historia con tantas ramificaciones está en función de poner como manifiesto su propia idea de la personalización de los sujetos, sea el momento que sea que estén viviendo, no juzgan a sus criaturas, solo las presentan Para eso van construyendo el filme como un gran flashback, que comienza cuando termina la representación de la obra, y luego hay un retroceso de seis meses en el tiempo, tal cual reza el axioma, que la historia no empieza con el relato de la misma, ni se cierra en sí misma, siempre hay un antes y habrá un después. El primer obstáculo, luego de presentar la propuesta a los internos de la presidio, es conseguir los interpretes con actores no profesionales, o si se quiere no actores. El segundo, es hacer viable, sobre todo seductor, el estudio del texto. El universalismo de Shakespeare beneficia a los presos para poder identificarse con los personajes. Es un “camino largo y sinuoso”, arduo, invadido por la incertidumbre que genera y la esperanza, imaginaria, por momentos falaz, que les provoca. Son los mismos sentimientos que suelen tener los presos en la intimidad aislada de su celda, ¿Quién es realmente Giovanni, el hombre que interpreta a César, y quién es Salvatore, transformado en Bruto? ¿Qué han hecho para estar condenados al encarcelamiento? La película no intenta en ningún momento esconder sus crímenes. Pero lo “novedoso”, si es que le cabe el termino, además de lo expuesto, esta en cómo es conjugado el texto con los distintos elementos que configuran el cine, la estética utilizada, el uso de color o el blanco y negro, las diferencias temporales mostradas también con el diseño de sonido, y principalmente los escenarios elegidos, los espacios utilizados como los pasillos, las celdas, las rejas, rígidos, por momentos asfixiantes, que parecen por momentos funcionar, casi como personajes, gracias a la forma de manejar la cámara, los movimientos y los planos utilizados acorde a la necesidad dramática que impone el argumento. Un film intenso, provocador y comprometedor.