El cazador cazado. En pleno hype por los films de superhéroes, murciélagos, mutantes y dicotomías Marvel o DC, siempre alguna película fantástica con elementos mágicos -en un envoltorio de acción/ aventura- suele colarse entre medio, aprovechando los ecos lejanos de sagas enormes como El Señor de los Anillos y Harry Potter. El año pasado la problemática El Séptimo Hijo (Seventh Son, 2014) logró filtrarse en la cartelera sin ocasionar mucho ruido; esa oportunidad cayó en este 2015 a los pies de El Último Cazador de Brujas (The Last Witch Hunter, 2015). Vin Diesel (saga Rápido y Furioso) forma parte del núcleo central de esta historia en la cual interpreta a Kaulder, un cazador de brujas inmortal de más de 800 años de edad. Y a pesar de lo que diga el título del film, el argumento nunca se encarga de clarificar en profundidad su calidad de “último cazador de brujas” del mundo. Pero en pos de la suspensión de la credulidad, vamos a suponer que así es. Nos encontramos en la época actual y Kaulder -con sede en Nueva York- sigue siendo servicial a una antigua orden que se encarga de mantener a las brujas en vereda, cuando descubre que fuerzas ocultas planean resucitar a la bruja más poderosa de todas, esa que casualmente el propio Kaulder creyó haber destruido hace 800 años. El personaje de Diesel podrá ser el último cazador, pero no está solo en esta empresa. Dos curas de la orden (el mítico Michael Caine y Elijah “Frodo” Wood) y una bruja “de las buenas” (Rose Leslie) se suman a su cruzada. Tal vez el mayor problema del film sea su tibieza: muy light para ser considerada una producción de terror/ suspenso y demasiado oscura para ser considerada una película de aventura ATP. Nos quedamos a mitad de camino de todo. Si bien cuenta con un diseño de producción interesante y hace un buen trabajo insertando todo un universo mágico en la urbe moderna, el abuso de los efectos especiales hechos por computadora -que tienen un tufillo muy de inicios de este milenio- rompe un poco con la magia, irónicamente. Por momentos nos da la sensación de estar viendo un híbrido entre Highlander (1986) y Hansel & Gretel: Cazadores de Brujas (Hansel & Gretel: Witch Hunters, 2013). El reparto hace una buena tarea acompañando a Vin Diesel y eleva la calidad de una cinta que se guarda algunos giros interesantes en el tercer acto, a pesar de contar con ciertos puntos clave convenientemente desarrollados en el preciso momento en que la historia así lo requiere, con la única función de lograr que la trama avance. Diesel es un fan confeso de Calabozos y Dragones y todo este universo lúdico de magos, pociones y encantamientos: hoy busca hacer de esta película una nueva plataforma para despegarse del Dominic Toretto de Rápido y Furioso. Sólo resta esperar y ver si la taquilla lo apoya como el último cazador o termina siendo el último gran héroe…
Derrapar en smoking. Siempre nos atraen las historias de esos personajes que pelean solos contra todos, que cargan con el peso de salvar al mundo de esas amenazas invisibles que operan desde el anonimato. El film número 24 de James Bond transita este remanido eje temático con aciertos y pifies casi en igual proporción. La historia en Spectre (2015) arranca con 007 -interpretado por cuarta vez por Daniel Craig- justo donde lo dejamos en Operación Skyfall (Skyfall, 2012), sólo que ahora tanto la organización de inteligencia británica MI6 como el propio Bond penden de un hilo ante lo que parece ser la inminente cancelación del programa de agentes secretos. Y al mismo tiempo, Bond busca desenmascarar a una organización secreta -cuyo nombre compone el título del film- que parece estar conectada con los villanos que ha enfrentado en las entregas previas de la “era Craig”. Sam Mendes (Belleza Americana, 1999) vuelve a dirigir la saga luego de su experiencia tras las cámaras en Operación Skyfall. La dirección de Mendes tiene ese aire tan característico del universo Bond, donde las secuencias fluyen, y entrega momentos visuales enriquecedores, como esa escena inicial que nos lleva a México en plena celebración del Día de los Muertos. Después de todo, qué es James Bond sin una secuencia de apertura épica, ¿no? La historia no está basada en ninguna de las novelas de Ian Fleming, creador del mítico personaje, y al igual que los tres films previos de la saga, busca seguir esclareciendo los orígenes de Bond, algo que en esta ocasión se siente accesorio a la trama general y termina desdibujado conforme avanza el relato. Posiblemente sea la película Bond con más aire a Roger Moore de los últimos tiempos: comienza a percibirse cierto alejamiento del realismo dramático de Casino Royale (2006) o Quantum of Solace (2008) y proliferan las secuencias de acción con un toque fantástico, ejemplo patente de esto es la escena en que 007 escapa de un edificio que se desploma cayendo sano y salvo sobre un sofá, para luego levantarse, sacudirse el polvo de su traje y salir caminando como si nada. Lo que llamaríamos “derrapar con estilo”. Monica Bellucci interpreta a una de las dos “chicas Bond” de la trama y de esta forma se subsana el error de no haber convocado antes a la bomba italiana, quien fuera descartada allá en 1997 durante el casting de El Mañana Nunca Muere (Tomorrow Never Dies, 1997). Léa Seydoux (La Vida de Adèle, 2013) será el componente romántico y si bien podría no ser considerada una belleza indiscutida como otras chicas Bond, su presencia en pantalla logra imponerse a través de sus dotes actorales. Otro rasgo rogermooresco en esta entrega es la facilidad con que las féminas caen bajo los encantos del agente con licencia para matar sin mucho desarrollo dramático de por medio, menos del habitual, incluso para los estándares de 007. El siempre interesante de ver Christoph Waltz (Bastardos sin Gloria, 2009; Django sin Cadenas, 2012) interpreta a Franz Oberhauser, villano de turno que maneja los hilos de Spectre. Su participación es un tanto escueta y lo vemos en apenas algunas secuencias del film. Es mayor la intriga generada alrededor de Spectre como organización que el peso de Oberhauser como némesis de 007, por más que todo indica que estamos ante el origen de uno de los villanos míticos del “universo Bond” más clásico (el cual no vamos a espoilear). Oberhauser es uno de los tantos elementos nostálgicos que son colocados cuidadosamente dentro de un film compuesto en igual proporción por el Bond camp de los 70 y el Bond hiperrealista de los inicios de la actual etapa del agente secreto. Una tarea cumplida a medias, veremos qué le cae en suerte en su próxima misión.
Calabazas y diablitos. El Día de Brujas -mejor conocido por su definición anglosajona: Halloween- es una celebración que año tras año continúa atravesando la epidermis de nuestro inconsciente colectivo, sin importar cuantos “angry posts” aparezcan en Facebook diciendo que deberíamos darle más bola a tradiciones autóctonas como la Pachamama y diversas criaturas de dudosa mitología, como el lobizón o el pombero. En concordancia con este ímpetu importador de festividades foráneas, llega a nuestras salas Cuentos de Halloween (Tales Of Halloween, 2015), una antología de historias mínimas cuya temática gira en torno a dicha celebración. Se trata de diez cortos dirigidos por once directores de diverso nivel y orígenes. Si hacemos un cálculo rápido y dividimos los noventa y dos minutos de duración total de esta antología por la cantidad de historias que la componen, no es difícil deducir que estamos ante “cortos de terror” no sólo desde lo metafórico sino también desde lo literal. Los antecedentes que más rápidamente nos vendrán a la mente serán en primer intancia Creepshow (1982) y los clásicos Cuentos de la Cripta (Tales from the Crypt), y luego Terror en Halloween (Trick ‘r Treat, 2007). Aunque en esta ocasión lo terrorífico propiamente dicho deja espacio en muchas ocasiones a lo cómico y al absurdo. Si bien en ningún cuento faltan tripas, sangre y sustos, la estructura narrativa de cada uno de ellos (u ocasionalmente la falta de la misma) nos acerca tal vez a antologías más recientes como La Crónicas del Miedo (V/H/S, 2012) o The ABCs of Death (2012), donde el hecho fantástico en sí tiene más peso que la construcción de la historia. En el caso de Cuentos de Halloween, esta apuesta funcionará mejor en algunos cortos que en otros. Tal vez aquellos sedientos de terror con nombre y apellido logren saciar su sed con los múltiples cameos: Barbara Crampton y Stuart Gordon (Re-Animator), Lin Shaye (La Noche del Demonio), John Landis (Un Hombre Lobo Americano en Londres), Joe Dante (Gremlins), Mick Garris (Critters 2) y la inconfundible voz de Adrienne Barbeau (La Niebla), que unifica este compendio de historias cuyo universo se circunscribe al día de Halloween y los mitos construidos desde una suburbanidad norteamericana que funciona como telón de fondo. Ante todo se nota mucho cariño por el género de forma simple e inocente, y proliferan los guiños a clásicos como Diabólico (The Evil Dead, 1981), Martes 13 (Friday the 13th, 1980) y El Loco de la Motosierra (The Texas Chain Saw Massacre, 1974), entre otros, volviéndose uno de los mayores entretenimientos encontrar cada pequeño homenaje escondido en cada historia. Los entendidos del género podrán disfrutar sin mucho esfuerzo requerido, y los recién iniciados pueden sentirse cómodos con el tono amistoso y no excluyente de la antología. Ganamos todos.
El dolor y el deber ¿Qué pasa cuando nos ahoga la impotencia?¿Cómo se canaliza la ira en un mundo que no es justo con nadie? Estos cuestionamientos se vuelven los ejes en Una segunda oportunidad (En Chance Til, 2014) la nueva película de la danesa Susanne Bier (Después del casamiento [2006], En un mundo mejor [2010]). Andreas es un joven policía nórdico casado y con un bebé de apenas unos meses. Esta trabajando en el caso de una pareja de delincuentes y adictos que tienen un niño de la misma edad, a quién mantienen en pésimas condiciones. Cuando el bebé de Andreas muere súbitamente una noche, la desesperación lleva al policía a intercambiar a su difunto niño por el de la pareja criminal, y de esta forma ocultar la muerte de su hijo “rescatando” al mismo tiempo al otro. Susanne Bier vuelve con una historia que guarda similitudes con sus últimos trabajos, donde el relato plantea dos realidades paralelas bien diferenciadas, las cuales muestran el contraste entre dos senos familiares distintos y al mismo tiempo reflejan la forma en que la miseria humana no sabe de clases sociales ni cuestionamientos morales. El desarrollo dramático es tan crudo como la situación amerita y se percibe la intención de poner al espectador en primera fila, sin rodeos, para que no pueda dar la espalda a una historia lúgubre y cargada de tensión. Nikolaj Coster-Waldau -mejor conocido por interpretar a Jaime Lannister en la exitosa serie Juego de Tronos- se luce en el papel de un policía preso de un dilema moral, quien terminará aprendiendo que en todos lados se cuecen habas y el peligro puede estar más cerca de lo que suponemos. Muchos se debatirán qué es lo que busca Susanne Bier con este tipo de films: ¿Su intención es tirar el golpe bajo en pos del simple efectismo, o busca transmitir un mensaje mucho más profundo sobre el modo en que la miseria humana decanta en tragedia en todas las esferas sociales?
Va a ser hermoso hacer un puente. No es ninguna novedad que la extensa filmografía de Steven Spielberg resulta difícil de catalogar si uno piensa en términos de tiburones, extraterrestres, dinosaurios, campos de concentración, caballos de batalla y conflictos bélicos, para nombrar tan sólo algunos de los universos creados por uno de los directores más determinantes del cine moderno. En esta ocasión lo tenemos nuevamente embarcado en una obra basada en hechos históricos, los cuales tienen lugar durante uno de los picos más altos de la Guerra Fría. Puente de Espías (2015) cuenta la historia verídica de James Donovan (Tom Hanks), un abogado neoyorquino encargado de defender al ruso Rudolf Abel debido a los cargos en su contra por espionaje contra los Estados Unidos, hecho que convierte al abogado y su familia en parias ante los ojos de la sociedad. Cuando un piloto norteamericano, Francis Gary Powers, es derribado en territorio enemigo, la CIA convoca a Donovan para negociar un intercambio entre Abel y Powers en territorio de Alemania del Este. Esta cuarta colaboración entre Spielberg y Hanks marca el regreso del director a los dramas históricos despojados del costado bélico y más enfocados en la problemática coyuntural de una época determinada, más en sintonía con Munich (2005) y Lincoln (2012) que con Rescatando al Soldado Ryan (1998) y Caballo de Guerra (2011). Sin duda se nota su mano en cuanto al nivel de recreación de época, visible hasta en el más mínimo detalle, y en la magnitud de un rodaje entre Nueva York, Alemania y Polonia. Como en muchas obras de antaño, se inspiró en parte en la historia de su padre, un ingeniero que viajó a Alemania en el momento preciso en el que el avión de Powers fue capturado, experimentando de primera mano la hostilidad del ambiente. En esta colaboración entre el director y los hermanos Joel y Ethan Coen -en el rol de guionistas- el drama también hace lugar al humor negro, palpable en cada uno de los diálogos, desnudando en forma crítica la lógica del pensamiento de un momento histórico en el que cada palabra, cada acción y cada idea podían ser interpretadas como un acto conspirativo: había que ingeniárselas para lograr los objetivos entre tantos obstáculos físicos, diplomáticos e ideológicos. Las extensas escenas de diálogos, acuerdos y negociaciones recuerdan un poco a lo hecho hace unos años, en la ya mencionada Lincoln, por el mismo Spielberg. Estamos ante un relato liviano en cuanto al nivel de tensión durante los casi 141 minutos de película, a excepción de la escena final. Pero esto no hace menos atrapante al film, sino simplemente pone el acento en otro lugar. Un film histórico llevado adelante con firmeza de la mano de un director épico que se apoya en la performance de Hanks como centro del relato, convirtiendo a su James Donovan en el corazón indiscutido de la historia.
Neo-adultez servida en bandeja (de DJ). El sub-género “coming of age” en el cine norteamericano suele moverse dentro de tropos cuyo telón de fondo suele ser familiar y de rápida asimilación: el último verano, el último año de secundaria, la llegada a una nueva ciudad, el viaje iniciático, etc. Respaldados por el hecho de que la psicología declaró hace tiempo que la adolescencia habría corrido sus límites incluso hasta los 25 años de edad, podemos decir que Música, Amigos y Fiesta (We Are Your Friends, 2015) intenta hacerse un lugar dentro de esta categoría. Cole (Zac Efron) es un joven que vive en el valle californiano junto a sus tres inseparables amigos, y su sueño es convertirse en DJ. El entorno no colabora y Cole se ve forzado a arreglárselas subsistiendo como sea en pos de mantener vivas sus aspiraciones de pincha discos. Un famoso DJ que ya pasó su momento de gloria lo tomará bajo su tutela e intentará guiarlo al mismo tiempo que introduce en la vida del joven a su atractiva novia/ asistente personal Sophie (Emily Ratajkowski). El director Max Joseph -conocido por su labor en la serie de MTV Catfish– intenta mostrarnos cómo es la vida en el lado menos lujoso de la soleada California, donde se vive al día y los sueños tienen que hacer lugar a las obligaciones. Logra un buen trabajo representando a una generación cuyos anhelos no son trabajar en una oficina o un banco hasta jubilarse, como supieron hacer sus padres: los nuevos jóvenes quieren inventar el próximo Instagram, hacerse millonarios y vivir de fiesta. Cole vive atrapado en un eterno conflicto entre perseguir sus sueños o “desperdiciar” sus mejores años drogándose y enfiestándose con sus amigotes. Efron queda encerrado nuevamente en un personaje que es demasiado bueno y siempre intenta hacer las cosas bien para todos, sin grises. Ratajkowski por su parte cumple con creces la función de ser el atractivo visual dentro del film; la modelo y actriz no entrega por el momento interpretaciones descollantes pero su belleza (posiblemente la razón por la cual la tenemos en pantalla) distrae de forma efectiva respecto de otras habilidades. Por momentos estamos ante una película que se propone narrar muchas cuestiones al mismo tiempo: intenta ser una crítica o análisis de la juventud actual, una historia de amor, un relato de amigos y una crónica de superación. Promediando el film la narración se apoya demasiado en el dramatismo y el tono cambia drásticamente, algo de lo que después se le hace difícil volver. Vale la pena mencionar ciertas secuencias con interesantes animaciones y efectos visuales que ayudan a poner en imagen el submundo de la música electrónica y las drogas, e incluso se animan a desarrollar una teoría respecto de la biología del género musical. Es una pena que esta veta no tenga mayor desarrollo dentro del film. Así como Fiebre de Sábado por la Noche (Saturday Night Fever, 1977) en su momento supo retratar desde las pistas el drama adolescente a fuerza de música disco, Música, Amigos y Fiesta intenta hacer algo similar tal vez con un resultado más discreto; su mayor aceptación seguramente estará dentro del target de 18 a 25 años, lógicamente.
La supremacía stoner. Conforme avanzamos como sociedad y nos insertamos en la modernidad, nos volvemos más tolerantes y abiertos a ciertas cuestiones que en el pasado eran consideradas aberrantes. Tal es el caso del consumo de las llamadas drogas blandas, en particular la marihuana. El cine no es un espacio ajeno a esta transición/ aceptación del consumo y el universo del cannabis. Desde los míticos personajes de Cheech y Chong (Up in Smoke, 1978), pasando por Harold y Kumar (Harold & Kumar Go to White Castle, 2004), y llegando hasta Superfumados (Pineapple Express, 2008), la pantalla grande supo y sabe dar lugar a esos personajes colgados, olvidadizos y perezosos cuyo universo gira entorno a fumarse un “fasito” (o varios) y tratar de pasarla lo mejor posible haciendo el menor esfuerzo. Un cuadro de situación similar es el de Mike (Jesse Eisenberg), empleaducho de un local perdido en el medio de la nada en Operación Ultra (American Ultra, 2015), lo nuevo de Nima Nourizadeh, director que obtuvo cierta notoriedad con otra cinta de excesos, Proyecto X (2012). Mike se pasa sus horas laborales detrás de un mostrador atendiendo los pocos clientes que se acercan y mata el tiempo haciendo dibujitos sobre monos espaciales en un anotador. Cuando no está “trabajando” se la pasa en el sofá de su casa con su novia Phoebe (Kristen Stewart), fumando porros y viendo televisión. Pero la trama se espesa cuando Mike descubre que en realidad es un agente entrenado por la CIA mediante un proyecto secreto: cuando el director de ese programa decide terminarlo, Mike pasa a ser considerado un bien prescindible. Su antigua entrenadora lo “activa” para que pueda salir vivo del conflicto y es en ese momento cuando un sinfín de explosiones y muertes -mediante objetos cotidianos- tienen lugar en la trama. La película funciona como un crossover entre el subgénero stoner (o “fumón”, en castellano) y las películas de acción con agentes de inteligencia al estilo Identidad Desconocida (The Bourne Identity, 2002). De hecho, abundan las referencias al universo de Jason Bourne: el jefe inescrupuloso, la empleada que ayuda desde adentro, el agente con pérdida de memoria que desconoce sus habilidades, las persecuciones, los secuaces de turno, etc. Las secuencias de acción se vuelven un extenso muestrario sobre cómo matar gente con los objetos más inesperados, y es así como la ultra violencia ocasional se estiliza y se expande al campo de lo humorístico. Jesse Eisenberg y Kristen Stewart repiten el rol de parejita joven, tal como los vimos en Adventureland (2009), y si bien Eisenberg continúa interpretando ese tipo de personaje neurótico que habla rápido y divaga en cada uno de sus pensamientos (sin importar si interpreta a un sobreviviente del apocalipsis zombie o al CEO de la red social más grande de la red), Stewart parece lograr más matices en su interpretación, algo que se puede percibir en sus últimos trabajos y que por suerte la aleja del mal karma de Crepúsculo (Twilight, 2008), que amenazaba con encasillarla en cierto tipo de personajes. Tal vez lo más flojo de la estructura narrativa se encuentre en el inicio, donde a modo de flashforward se nos develan imágenes claves del tercer acto, imágenes que -sumadas a lo ya visto en el trailer- tienen la duración suficiente como para darnos una idea bastante concreta de cómo va a decantar la cuestión, y eso hace que se pierda un poco el elemento sorpresa. Como película de acción, el film entretiene sin revolucionar el género y los momentos de comedia están lo suficientemente bien intercalados como para amenizar las cosas y robarle al público algunas risas, dentro de un relato que seguramente será más disfrutable para aquellas personas asociadas con la cultura canábica y sus bemoles.
Empleado del mes. Nada detiene al progreso. El mundo laboral actual es una topadora tecnológica que se lleva todo puesto sin el más mínimo ápice de piedad sobre aquellos que no hablan el idioma. Esta es la premisa inicial de Pasante de Moda (The Intern, 2015) la última obra de Nancy Meyers (Enamorándome de mi Ex, 2009; El Descanso, 2006; Alguien Tiene que Ceder, 2003). Claro que esa aproximación inicial irá mutando conforme el relato se desarrolla, y tanto el juicio de los personajes como el de los espectadores cambiarán, en un ya clásico movimiento meyersesco. Ben (Robert De Niro) es un hombre viudo y jubilado que ha aprendido a disfrutar todo lo que la vida tiene para ofrecerle desde su retiro del mundo laboral: viajar, ejercitarse, cocinar, leer, conocer gente nueva, etc. Su afán por probar nuevas experiencias lo lleva a responder al anuncio de una compañía web que inició un nuevo programa que busca internos de la tercera edad. Y es así cómo Ben entra a trabajar en About the Fit, un sitio web para comprar ropa y accesorios. Tal será su suerte que su primera tarea dentro de la compañía será asistir a Jules (Anne Hathaway), la fundadora y CEO de la empresa, que convirtió su micro emprendimiento en un boom de la noche a la mañana, y que se ve constantemente abrumada por los viajes, los deadlines y las obligaciones. El guión -también obra de Meyers- plantea la típica historia de la “pareja-despareja” que se ve forzada a trabajar en equipo, y la vuelta de tuerca reside justamente en hacer que la persona con mayor edad es la que se encuentra por debajo de la más joven. Haciendo un poco de intertextualidad entre films y universos ficcionales, podríamos decir que esto es una suerte de revancha para Hathaway, quien en El Diablo Viste a la Moda (The Devil Wears Prada, 2006) interpretaba a un personaje que tuvo que soportar los caprichos de una jefa excéntrica. Sin dudas De Niro y Hathaway, ambos ganadores del Oscar como Mejor Actor y Actriz, elevan el nivel de una historia que no reboza de originalidad, pero de todas formas se las ingenia para exponer algunas de las ideas de la directora, como por ejemplo el rol de la mujer en el mundo de los negocios y la nueva dinámica familiar, con padres que cuidan a los hijos y madres exitosas en el ámbito laboral. A pesar de un final que termina percibiéndose bastante conservador en relación a todo lo que se expone en 121 minutos de película, Pasante de Moda es una obra que seguramente dejará satisfechos a los amantes de la comedia, al mismo tiempo que permite reflexionar sobre la voluntad del espíritu y su reticencia a ser encasillado en un grupo etario predeterminado.
Clavale el visto El terror es un género que necesita reinventarse todo el tiempo, necesita cada tanto una purga para sacarse de encima esos vicios que parecen darle la razón a quienes lo ningunean como si se tratase de un género menor. El Terror vive de encontrar formas novedosas de narrar prácticamente las mismas historias. Eliminar Amigo (Unfriended, 2014) llega como parte de ese constante devenir que atraviesa el género. Todo arranca con el suicidio de Laura Barns, una adolescente que decide ponerle fin a su vida después de que un avergonzante video suyo se vuelve viral en redes sociales. Al cumplirse un año de su muerte, seis de sus amigos se encuentran haciendo un chat grupal vía Skype cuando un invitado misterioso se suma y comienza una serie de juegos macabros con los jóvenes. Los 83 minutos del film los veremos –excepto por unos segundos finales- en tiempo real y a través de la pantalla de una laptop, la de Blair, mejor amiga de la fallecida Laura. Desde su interfase veremos a sus amigos chateando, cada uno en su ventana correspondiente y sus imágenes llegando a través de sus respectivas webcams. Mientras los jóvenes intercambian archivos, mensajes, videos y links se irá desentramando un argumento que expondrá cuanta responsabilidad tuvo cada uno de ellos en el destino fatídico de la víctima, y quién o qué busca venganza. Más allá de una trama bastante sencilla en clave “muerte violenta seguida de venganza sobrenatural” lo más interesante del film de Levan Gabriadze es entender como la nueva generación –conocida por algunos sociólogos como los millenials- interactúa y se comunica entre sí. En otro momento se hubiese tratado de un grupo de adolescentes hormonales en una cabaña, en una isla exótia o festejando Halloween y teniendo relaciones prematrimoniales; pero ahora la interacción va por otro carril: el virtual. La ausencia de un espacio determinado y un montaje propiamente dicho son compensados por un fuera de campo y un montaje interno al cuadro que buscan que mantengamos constante atención a todo lo que se tipea, copypastea y clickea. Otro de los ejes temáticos que la convierte en una obra hecha especialmente para los millenials es el problema del Cyberbulling, el acoso a persona desde las redes sociales e internet. Muchas de las problemáticas adolescentes que conforman la trama están inspiradas en hechos reales, cuestión que provee un tono mucho más crudo y actual al relato. Cuando El proyecto Blair Witch (The Blairwitch Project, 1999) llegó a la pantalla grande a fines del siglo pasado, muchos la interpretaron como una película aburrida de tres personas filmándose a sí mismas en el bosque; la cual finalmente cambió al cine de terror sin proponérselo. Seguramente muchos pensarán que Eliminar Amigo es una película en la que no hacés otra más que ver una pantalla de computadora todo el tiempo. Y si bien el film tiene sus defectos, lo más interesante de todo esto será ver en que dirección podría llegar a orientar esta experiencia al género. Parafraseando a Marty MCFly: “Supongo que ustedes no están preparados para esta música, pero a sus hijos les encantará”.
La resistencia de la cinefilia. Normandie, Ocean, Atlas, Trocadero… las primeras imágenes de Un Importante Preestreno (2015) proponen un juego de contraste entre la actual calle Lavalle y sus épocas de esplendor, con sus salas de cine como faro de la cultura cinéfila, inundadas de gente un sábado por la noche. El documental de Santiago Calori se autodefine precisamente como “una historia oral e improblable de la cinefilia argentina”. Tal vez sea la forma más adecuada de encuadrar a esta obra, que combina revisionismo y anecdotario en partes iguales. A través de los testimonios de distribuidores, productores, intelectuales, historiadores y personalidades curiosas (si, nos referimos al ecléctico José María Dominguez) se reconstruye el devenir del circuito cinematográfico en general y del circuito de Lavalle en particular, desde el Onganiato de los 60s hasta la vuelta de la democracia en el ‘83. Una obra como esta es de suma importancia para dejar constancia de una época en la que alguien podía ir al cine a ver una película Ingmar Bergman, algun exponente clase B de exploitation o alguna obra que sugiriese algún tipo de contenido erótico en momentos en los cuales la nación no gozaba de la libertad que llegaría más adelante. Todo esto estaba a la disposición de un espectador que sin acceso a Wikipedia o IMDb depositaba su buena fe en aquello que la censura y los picaros distribuidores ponían a su disposición. Es curioso pensar en una época de la cartelera nacional en la cual este tipo de productos llegaban a las salas, en especial si se lo compara con la actualidad y sus tanques industriales que monopolizan el contenido disponible a través de las grandes cadenas exhibidoras. Se aprecia el gran trabajo de investigación y recolección de material de la época, tanto fílmico como fotográfico y publicitario, el cual sirve de soporte para aquello que es la columna vertebral del documental: los testimonios de los entrevistados. Pascual Condito, Bernardo Zupnik y Luis Lavalle ayudan a trazar una linea de tiempo que atraviesa las desventuras de los distribuidores; mientras que figuras como Bobby Flores, Axel Kuschevatzky, Daniel Melero, Fabio Manes -quien tiene una dedicatoria especial- y Guillermo Hernández aportan el costado más anecdótico, que incluye posters y títulos adulterados, copias pirateadas en Súper 8, viajes al Uruguay para ver Último Tango en París y “valijeros” de cines condicionados. Con una duración de apenas 72 minutos, la obra es lo suficientemente dinámica y entretenida como para condensar más de cuarenta años de cultura cinéfila local, a través de los cuales se puede constatar que cuando hay ganar de ver, cuando hay ganas de conocer y por sobre todo cuando hay ganas de hacer, el ingenio siempre lo supera todo.