Operación Ultra

Crítica de Alejandro Turdó - A Sala Llena

La supremacía stoner.

Conforme avanzamos como sociedad y nos insertamos en la modernidad, nos volvemos más tolerantes y abiertos a ciertas cuestiones que en el pasado eran consideradas aberrantes. Tal es el caso del consumo de las llamadas drogas blandas, en particular la marihuana. El cine no es un espacio ajeno a esta transición/ aceptación del consumo y el universo del cannabis. Desde los míticos personajes de Cheech y Chong (Up in Smoke, 1978), pasando por Harold y Kumar (Harold & Kumar Go to White Castle, 2004), y llegando hasta Superfumados (Pineapple Express, 2008), la pantalla grande supo y sabe dar lugar a esos personajes colgados, olvidadizos y perezosos cuyo universo gira entorno a fumarse un “fasito” (o varios) y tratar de pasarla lo mejor posible haciendo el menor esfuerzo.

Un cuadro de situación similar es el de Mike (Jesse Eisenberg), empleaducho de un local perdido en el medio de la nada en Operación Ultra (American Ultra, 2015), lo nuevo de Nima Nourizadeh, director que obtuvo cierta notoriedad con otra cinta de excesos, Proyecto X (2012). Mike se pasa sus horas laborales detrás de un mostrador atendiendo los pocos clientes que se acercan y mata el tiempo haciendo dibujitos sobre monos espaciales en un anotador. Cuando no está “trabajando” se la pasa en el sofá de su casa con su novia Phoebe (Kristen Stewart), fumando porros y viendo televisión. Pero la trama se espesa cuando Mike descubre que en realidad es un agente entrenado por la CIA mediante un proyecto secreto: cuando el director de ese programa decide terminarlo, Mike pasa a ser considerado un bien prescindible. Su antigua entrenadora lo “activa” para que pueda salir vivo del conflicto y es en ese momento cuando un sinfín de explosiones y muertes -mediante objetos cotidianos- tienen lugar en la trama.

La película funciona como un crossover entre el subgénero stoner (o “fumón”, en castellano) y las películas de acción con agentes de inteligencia al estilo Identidad Desconocida (The Bourne Identity, 2002). De hecho, abundan las referencias al universo de Jason Bourne: el jefe inescrupuloso, la empleada que ayuda desde adentro, el agente con pérdida de memoria que desconoce sus habilidades, las persecuciones, los secuaces de turno, etc. Las secuencias de acción se vuelven un extenso muestrario sobre cómo matar gente con los objetos más inesperados, y es así como la ultra violencia ocasional se estiliza y se expande al campo de lo humorístico.

Jesse Eisenberg y Kristen Stewart repiten el rol de parejita joven, tal como los vimos en Adventureland (2009), y si bien Eisenberg continúa interpretando ese tipo de personaje neurótico que habla rápido y divaga en cada uno de sus pensamientos (sin importar si interpreta a un sobreviviente del apocalipsis zombie o al CEO de la red social más grande de la red), Stewart parece lograr más matices en su interpretación, algo que se puede percibir en sus últimos trabajos y que por suerte la aleja del mal karma de Crepúsculo (Twilight, 2008), que amenazaba con encasillarla en cierto tipo de personajes.

Tal vez lo más flojo de la estructura narrativa se encuentre en el inicio, donde a modo de flashforward se nos develan imágenes claves del tercer acto, imágenes que -sumadas a lo ya visto en el trailer- tienen la duración suficiente como para darnos una idea bastante concreta de cómo va a decantar la cuestión, y eso hace que se pierda un poco el elemento sorpresa. Como película de acción, el film entretiene sin revolucionar el género y los momentos de comedia están lo suficientemente bien intercalados como para amenizar las cosas y robarle al público algunas risas, dentro de un relato que seguramente será más disfrutable para aquellas personas asociadas con la cultura canábica y sus bemoles.