Dinámica propuesta en la que la formula probada en la primera entrega se potencia con humor y música en una película para toda la familia que sabe hacia dónde debe ir, incorporando nuevos personajes y sumando a Baby Groot como estrella de la película. Tal vez el excesivo apelar al recurso de la utilización de la banda de sonido resiente su lúdica mirada sobre el universo de los superhéroes.
Detrás de esta obra previsible, aburrida, llena de golpes bajos y de una excesiva puesta lacrimógena, parece que no estuviera Hany Abu-Assad, creador de grandes títulos e historias atrapantes. El intento por encontrar en el manual de estilo de los biopics de superación una respuesta para potenciar el relato, se termina por abusar de un cine ya visto miles de veces y que no aporta nada nuevo, ni siquiera para reflexionar sobre la zona en conflicto de la que habla.
La película de Moroco Colman juega con una potente propuesta visual el desandar los pasos de dos mujeres que se reencuentran luego de mucho tiempo, y en ese reencuentro la llama de algo que pasó anteriormente se reaviva ante la ausencia masculina. Algunos desaciertos en cuanto a su tratamiento “sexual” terminan por deslucir esta ópera prima.
Película que nunca termina por definir su rumbo, “La Cabaña”, basada en el best seller de autoayuda del mismo nombre, se presenta como todo aquello que no debe hacerse, excepto que se quiera apelar a golpes bajos, lugares comunes, y el sinsentido, en la desesperada búsqueda de un padre por encontrar a su hija desaparecida. Para ver luego de la presentación de Virginia Lago en la televisión y levantarse a los pocos minutos de iniciada.
El retornar a un departamento conocido desde siempre, y el enfrentarse por un objeto de deseo que estimula la imaginación de dos hermanos, es tan sólo el puntapié inicial de este debut en solitario del realizador Federico Godfrid que se inscribe en un subgénero muchas veces trabajado por el cine independiente, pero que en esta oportunidad gracias a la solvencia de los protagonistas masculinos se refuerza su idea original.
¿Qué es lo que nos define como argentinos? ¿El dulce de leche? ¿El mate? ¿El tango? ¿Maradona? ¿El asado? Si bien hay muchas cosas que nos definen, hay otras que nos distinguen, pero eso es algo que no se va a analizar en esta crítica de “Todo sobre el asado” (2016), película que además de estrenarse en salas tendrá un lanzamiento en una señal de cable y luego se sumará al catálogo del sistema de streaming más importante del mundo. Concebida como un documental de hechos, y que con dirección de Gastón Duprat y Mariano Cohn, se propone como la absoluta verdad sobre este tipo de cocción y comida, pero también sobre nuestra idiosincrasia, el film avanza gracias al humor, a paso seguro en la narración. Recuperando cierto espíritu lúdico y dinámico del recordado ciclo “Televisión Abierta”, y sumando a sus huestes al Negro Álvarez como narrador y entrevistador, la película se manifiesta como una libre interpretación sobre la comida preferida de muchos argentinos, excepto, claro está, los veganos y vegetarianos, y sobre las diferentes teorías e interpretaciones que se tejen alrededor de ella. Los directores recorren su historia y los elementos de este tipo de preparación, comenzando con definiciones casi de manual, para luego avanzar en un análisis profundo sobre ítems y puntos que lo rodean, apoyándose en el humor y en el pintoresco grupo de personajes que convocaron para la propuesta. Especialistas en desarmar particularidades y ofrecer desde la casuística una mirada lúcida sobre infinidad de temas, acá Cohn y Duprat se despegan de la burla, para poder construir un verdadero catálogo enciclopédico del argentino, que va mucho más allá de un pedazo de carne. ¿Quién prepara mejor el asado? ¿El hombre? ¿La mujer?, ¿Cuánto tiempo se aconseja dejar la carne en la parrilla? ¿Jugoso o seco? ¿De dónde proviene la expresión “cortar con cuchara”? Los datos se acumulan y van tejiendo una urdimbre que consolida de una manera única las relaciones que hábilmente los directores y Álvarez van presentando. Y en ese acumular enciclopédico “Todo sobre el asado” va ganando espacio, va formando un magma de sentido que potencia su propuesta, la que, además, contiene especialistas que van opinando sobre aquello que se muestra y dice en pantalla. Así, si se reflexiona sobre quién hace mejor el asado, un “filósofo” hablará de la connotación homosexual de aquellos hombres que se acercan a este centenario ritual para luego dejar que una “vegana” especialista en teorías, termine por disparar a quemarropa el consumo de los derivados de la carne y embutidos asados. Pero Cohn y Duprat van más allá, potenciando algunas ideas al entrevistar a personajes excéntricos, que hacen que la particularidad de sus singularidades, universalicen el discurso que poseen sobre la parrilla y su consumo. El acercamiento activo, no la expectación pasiva, es uno de los puntos más interesantes de “Todo sobre el asado”, una película que experimenta y juega, que suma y declara, que estimula y entretiene, pero que por sobre todas las cosas, analiza desde su visión sobre aquello que determina nuestra identidad como cocineros.
En su reciente visita a la Argentina, para el Festival Internacional de cine de Mar Del Plata, Olivier Assayas centralizó la información en las entrevistas en su particular idea sobre el más allá y los fantasmas y con los que quiere profundizar su obra. Habló sobre su interés en desarrollar historias que contengan esta mirada sobrenatural para incorporarlas naturalmente a los relatos, tal vez porque tenemos más preguntas sobre lo que no sabemos que sobre aquello en que las certezas y seguridad se despliega. Y justamente “Personal Shopper”, su más reciente propuesta es un catálogo de algunas ideas que recuperan la mística y las atmósferas de sus primeros films enmarcándolos en la actividad de una joven (Kristen Stewart) que para algunos tiene el mejor trabajo del mundo, adquirir objetos y prendas para los demás. Yendo de un lado para el otro, soportando los delirios y pedidos más extraños de su jefa, Maureen (Stewart), se fortalece socialmente, pero también, en otro plano, uno que la acerca a su hermano recientemente fallecido, y del que aún no puede superar su pérdida. Pero como se mencionaba en el comienzo de esta nota, Assayas se concentra en el plano de la conexión de Maureen y su hermano, de cómo lo siente en lugares a los que se acerca por placer. Para acentuar y remarcar estas percepciones el director juega con el fuera de cámara y el sonido, generando por momentos tensión de la que no se puede volver y potenciando la experiencia del cine, contradiciendo a aquellos que dicen que las películas se pueden ver en cualquier lado. La necesidad de Maureen por saber qué pasó con su hermano es el principal motor de una historia que necesita de un espectador atento a cada detalle que se despliega en y fuera de la pantalla. “Personal Shopper” logra su punto máximo cuando las respuestas no llegan y se debe completar el trabajo de esta joven desde los indicios que el impecable guion va dejando como rastros en el total de la propuesta. Hay una escena particular, envolvente, hipnótica, enigmática, en la que Maureen es acosada a través de su teléfono móvil. Toda la sinergia de la película tiene allí una intensidad única, la que, repercute con un nerviosismo pocas veces visto en el cine. Si en “El otro lado del éxito” Stewart lograba un punto de quiebre en el camino que ha querido forjar tras el éxito como protagonista de sagas románticas para adolescentes, en esta oportunidad vuelve a reafirmarse como la perfecta intérprete para un tipo de cine que requiere de una precisión y una naturalidad única, sobre la cual se terminará por construir el verosímil del relato. “Personal Shopper” habla sobre la vida y la muerte, sobre el dolor y la lucha, sobre cómo superar las pérdidas, sobre la resiliencia, todo enmarcado dentro de un relato de género que funciona como un mecanismo de relojería.
Los Padecientes Hace unos meses, en una presentación del estudio que produce la película, Gabriel Rolón comentó cómo se había acercado a él Nicolás Tuozzo, para proponerle llevar a la pantalla grande su novela “Los padecientes”, un best seller que atrapaba a cuanto lector se pusiera delante de él. Al parecer, la transposición terminó por generar algún mecanismo por el cual la originalidad del texto se quedó en medio del viaje al llevarlo a la pantalla. Thriller de gran presupuesto, “Los Padecientes” tenía todo para poder triunfar en todos los aspectos, un elenco protagónico convocante, un gran despliegue poco visto en el cine nacional, pero a diferencia de otro blockbuster comercial como “Nieve Negra”, con una búsqueda personal y una mirada de autor, acá todo suena a ya visto y a forzado, a exigido y poco natural, a sobreactuado y deslucido. Será tal vez que en vez de seguir mirando hacia afuera, es hora que los realizadores y productores puedan imponer una identidad local, dejando de lado aquellos manierismos que emulan cinematografías de otras latitudes, y que, como en este caso, configuran un híbrido sin pasión por aquello que cuenta.
La locura tiene cara de mujer Mío o de nadie (Unforgettable, 2017) trabaja con las familias ensambladas y mujeres que comienzan una nueva vida acompañando a sus hombres y sus descendencias como temas, en el debut tras las cámaras de la productora Denise Di Novi, quien intenta poner al día los thrillers en los que la obsesión de una mujer por la felicidad de su expareja, termina convirtiéndose en una sangrienta venganza. Mío o de nadie (Unforgettable, 2017) trabaja con las familias ensambladas y mujeres que comienzan una nueva vida acompañando a sus hombres y sus descendencias como temas, en el debut tras las cámaras de la productora Denise Di Novi, quien intenta poner al día los thrillers en los que la obsesión de una mujer por la felicidad de su expareja, termina convirtiéndose en una sangrienta venganza.
Ozon es un provocador. Cuanto más uno se acerca a su obra comprende ciertos mecanismos a los que apela y ciertos motivos que utiliza para, en realidad, hablar de otra cosa, como en “Frantz” su último opus, en los que la guerra es solo la excusa para hablar de la resiliencia y el amor. En el devenir de Ana (Paula Beer) hay un profundo interés no sólo en retratar el espíritu de época (pos primera guerra), sino en dejar bien en claro, el rol de la mujer en la sociedad. Y en el dolor de esta joven al perder a su prometido en combate, y en el entregarse a las mentiras de un amigo de éste (Pierre Niney) con el que conecta en otro plano, uno inimaginado para ella, el de volver a cierta luz. De hecho este punto de conexión es subrayado con la aparición del color en la narración, que otorgan cierta estilización a la propuesta, una historia de dolor que recibe al espectador y lo envuelve, mientras acompaña a Ana en su derrotero y búsqueda de vida ante la muerte.