Calentando corazones De Rob Reiner. Michael Douglas y Diane Keaton, dos viudos y vecinos con humor y romance. Si en los ‘80 y ‘90 Meg Ryan era la reina de la comedia romántica, Rob Reiner se había ganado el título en cuanto al director del género en cuanto realizó Cuando Harry conoció a Sally. Veinticinco años más tarde, Juntos... pero no tanto es, también, una comedia romántica, pero con personajes de la tercera edad. Como si Harry y Sally estuvieran al borde de la jubilación. Es que Michael Douglas y Diane Keaton interpretan a dos viudos y vecinos, que se llevan horrible. Dos almas heridas que no pudieron superar la muerte de sus parejas, pero uno imagina que el final los encontrará mejor. Unidos y dominados. El protagonista claramente es Oren Little, que como agente inmobiliario espera vender una propiedad (la casa que compartió con su esposa) para mudarse a una casita en Vermont. Cascarrabias -al estilo del personaje de Jack Nicholson en Mejor... imposible-, de su boca salen espinas y ninguna rosa. Las películas de Reiner suelen tener muy buenos diálogos, con mejores respuestas, y Douglas se mueve muy, pero muy suelto con sus, claro, remates. La necesaria complicación llega cuando el hijo de Oren, que debe cumplir una pequeña condena en prisión -por algo que no cometió, obvio- le deja en la puerta del condominio donde vive a Sarah, la nieta por cumplir 10 años que no conocía. A partir de ahí, Oren y Leah (Keaton) tendrán algo en común, hacer lo mejor posible para que Sarah no extrañe a su padre, y comenzarán a encariñarse. Reiner -que se quedó con el papel del pianista con peluquín enamorado de Leah, que es cantante aficionada en bares- mantiene con el correr de los años el timing apropiado. Los chistes sexuales ya son como de salón, pero eso es tan cierto como que por fin a Douglas le pusieron como contrafigura a una mujer de su edad, no haciendo de galán jovencito. Está... viejo. Y si el actor por cierto se luce gracias a sus diálogos, Diane Keaton está encantadora con su look a lo Annie Hall, sombreros y pantalones incluidos. Igual, los personajes secundarios funcionan como deben hacerlo en el género: tienen su momento de lucidez, apoyan a los protagonistas y desaparecen en el momento justo. Como el hijo drogadicto de Oren -que es hijo, y nada más-, o la compañera de inmobiliaria, interpretada por la siempre exquisita Frances Sternhagen. En síntesis, en tiempos en que la comedia de Hollywood busca ser efectista antes que efectiva, y es grosera o banal, Juntos... pero no tanto es el tipo de película que veíamos hace años, y como hijos compartíamos con los padres.
Hay custodios para un buen rato Llega la primera parte de lo que promete ser una saga con bastante humor y desparpajo. Y con muchos personajes que traen la venganza grabada en sus ADN. En el universo de los cómics hay personajes e historias más serios que otros. Guardianes de la galaxia, de Marvel, no tiene el status ni la popularidad previa de otros. No son celebridades. Perdón. No eran celebridades. Porque a partir del salto a la pantalla grande, este quinteto con mucho de los viajeros de la saga de La guerra de las galaxias -es inevitable la comparación, y no sólo porque el Episodio VII se esté rodando en estos momentos- van a ganarse un lugar en el Olimpo hollywoodense de las adaptaciones pochocleras. Son renegados o bandidos, ladrones o aventureros, la mayoría con el chip de la venganza grabado en el ADN. Empezando por Peter Quil (Chris Pratt), un humano que, como abre la película en 1988, estaba fanatizado con la música ochentosa, es abducido por extraterrestres y convertido en saqueador intergaláctico. En eso está él, y en eso estarán el mapache creado genéticamente Rocket (voz de Bradley Cooper), el Arbol Groot (voz de Vin Diesel que sólo dice "Yo soy Groot"), el forzudo Drax (Dave Bautista) y la verdolaga Gamora (Zoe Saldana): de aquí en más, los Guardianes de la galaxia. Como todo filme presentación, y con tantos personajes, hace falta desandar un poco para conocerlos. Pero el quinteto aventurero no tiene nada que ver con la cofradía de los X-Men, por ejemplo. Y el tono humorístico que le imprime el director James Gunn -el de Super, sobre un extrañísimo superhéroe¨- es acorde. Los Guardianes de la galaxia mezclan parodia con humor bien simple, todo esto tamizado sobre una trama en que la amistad es el bien supremo. Entonces, ¿nadie debería tomarse demasiado en serio nada de lo que se cuenta? No es para tanto. Todos, los buenos y los malos, empezando por Yondu (Michael Rooker, el alien que secuestró por algún motivo a Peter de niño) o Ronan, el malo más malvado, quieren esa gema por la que todos pelean, aunque peor se intuye que será Thanos (que tendrá mayor envergadura en filmes por venir -la secuela se anunció esta semana, será para 2017-, con la voz de Josh Brolin). Y hay muchos más personajes dando vuelta, encarnados por John C. Reilly, Glenn Close, Benicio Del Toro y Djimon Hounsou. Hay mucho despliegue para llenar la pantalla. Si a otra saga se acercan estos Guardianes... es a Piratas del Caribe. Hay acción, mucho humor, desparpajo y ganas de pasarla bien entre los personajes, y eso salta de la pantalla, se ve con o sin anteojos 3D. ¿Seguirá así? Vamos viendo.
El placer de tu compañía Alejada de los melodramas, la directora danesa Susanne Bier cuenta una gran historia de amor, con Pierce Brosnan. Contra lo que muchos suelen pensar, de que a cierta edad, parece, en materia de amor la gente está a la vuelta de todo, Ida y Philip desafían a más. Y eso que en la nueva película de Susanne Bier tendrían más para perder que para apostar. Bier es de los realizadores daneses surgidos de los '90 que mejor se lleva con el público femenino. Sin la iracundia de Lars von Trier ni el escepticismo de Thomas Vinterberg, sus ex compañeros del Dogma, a la directora de Corazones abiertos le llaman más las relaciones de pareja enrevesadas.Lo que puede un accidente automovilístico inesperado. Si en Corazones... la pareja de un hombre que quedaba paralítico se enamoraba del esposo de la mujer que había causado el accidente de tránsito, en Todo lo que necesitas es amor también cruza a una mujer y a un hombre que a priori no deberían unirse. O tal vez sí. Ida es danesa y madre de Astrid, y Philip, el padre de Patrick, jóvenes que se van a casar en Sorrento. Ida viene de sufrir golpes de todo tipo, ya que si la quimioterapia ya pasó, teme que el cáncer regrese, y lo que menos esperaba era encontrarse a su marido revolcándose con una compañera, "la puta de Contabilidad", en el sillón de su casa. Philip es viudo y ni siquiera acepta ponerse los zapatos para bailar tango que le obsequia su más joven y linda secretaria. Están, claro, uno y otro para otra cosa. Bier maneja el humor como un escape. No hay escena dramática que no tenga como corolario un gag bien cosido. Porque Todo lo que necesitas es amor es una comedia, romántica, y por momentos dramática, con muchos personajes secundarios rondando esa historia central que arranca mal (Ida choca el auto de Philip, aún antes de saber que sería su consuegro) y que va tocando extremos como un subibaja, o un electrocardiograma. Hay tal vez demasiadas subtramas y algunas historias inverosímiles en cuestión de que cada familia tiene sus secretos (otra constante en Bier) y está todo muy mezclado. Pierce Brosnan vuelve a viajar para asistir a una boda a un lugar paradisíaco (Grecia en Mamma mia!, donde cometía el sacrilegio de cantar; aquí es Sorrento, al sur de Italia), pero parece más aplomado, aunque su Philip es, por momentos insufrible. Trine Dyrholm, que sufría como pocas en La celebración, y vista en En un mundo mejor, Aguas turbulentas y Pequeño soldado, tiene el papel más complejo. Y a veces dan ganas de arroparla, pero otras lo que extrae de uno es bufar: todo ello indica que estamos ante otra gran trabajo de esta monumental actriz danesa.
La saga continúa, y ahora la espectacularidad se suma a la humanización de los primates. Si en 2011 El planeta de los simios: (R)Evolución auguraba una nueva concepción sobre el best seller de Pierre Boulle, esta Confrontación, con nuevo director, supone un paso adelante hasta que finalmente se llegue a la nave madre de la historia, El planeta de los simios. Porque tanto (R)Evolución como Confrontación son precuelas, narrando acontecimientos que suceden mucho antes de que los primates gobiernen la Tierra, como ocurre en la novela y se veía en la película original de 1968, con Charlton Heston como astronauta que creía haber llegado a otro planeta, pero no, estaba en la Tierra. Aquí todavía hay resistencia. Rebelión humana. Han pasado diez inviernos, dice un simio, desde que el científico que encarnaba James Franco diseminó un virus genético que dio más inteligencia a los primates. Muchos de ellos habían sido torturados en laboratorios. Y el aroma de la venganza, que se ha esparcido en buena parte de la producción de acción del Hollywood contemporáneo, aquí brota a borbotones. El director Matt Reeves (Cloverfield) le ha dado al tratamiento un estilo visual diferente. Si (R)Evolución prácticamente transcurría en interiores, en Confrontación la acción pasa al aire libre. La ferocidad y la inteligencia, combinadas, dan más adrenalina. Es cierto que las batallas con los simios son visiblemente animadas, y eso distrae, le quita mérito a la narración. Pero en la construcción de los personajes gana la película, que en su primera mitad es como un cargamento de explosivos a punto de dinamitarlo todo. César (Andy Serkis, por movimiento captado y luego animado digitalmente) ahora es el líder de una colonia de unos 2.000 simios que viven en el bosque de las afueras de San Francisco. Hay caos y ley marcial en los pocos centros urbanos que se mantienen en pie. Dreyfus (Gary Oldman) es el cabecilla de lo que quedó de San Francisco, y enviará a Malcolm (Jason Clarke, de La noche más oscura) a reparar una represa eléctrica, para así intentar sobrevivir y poder comunicarse con el resto del mundo. Si es que afuera queda alguien con vida. Reeves acierta en cimentar, asentar en los personajes de las dos facciones, humanos y simios, características contrapuestas. Ha humanizado a los primates, si cabe el término, y la lucha, cuando se desate, ya no parece ser entre especies, sino entre facciones de una misma índole. Imposible no sentir empatía, entonces, por unos u otros, algo que ya sucedía en (R)Evolución. César tiene familia, y hay varias familias cercenadas de lado de los humanos. Hay traidores, y seres que actúan de acuerdo a lo que creen es lo mejor... Lejos de la mecanicidad de Transformers, aquí no hay ruido a lata, sino sangre corriendo por las venas. Y el final preanuncia la nueva precuela (y secuela de ésta), prevista para 2016. Y tal vez nos acerquemos a aquello que Pierre Boulle planteaba: quién es más salvaje, el hombre o el simio. Algo que Confrontación hace más que esbozar.
Corre, Víctor, corre Más que agradable sorpresa es este thriller paraguayo. Las sorpresas que puede deparar el cine, cuando uno ingresa a una sala y se deja llevar por la narración, sin preocuparse por los antecedentes. Es estar con la cabeza alejada de los prejuicios.Eso es 7 cajas, un thriller contundente y sin mirada cuestionadora o social. La cámara sigue a Víctor, un carretillero de 17 años, que para conseguir la otra mitad del billete de cien dólares que le dieron, debe transportar las siete cajas del título en el Mercado 4 de Asunción, sin saber qué es lo que contienen. Pero llevar ese cargamento se transformará en un acontecimiento entre épico e increíble, cargado de trabas, aparición de delincuentes, traiciones, policías honestos (!) y una serie de vicisitudes que conviene no adelantar para no quebrar el clima intenso de continua sorpresa. La historia del personaje que de la nada se ve metido en un asunto peligroso, que se le escapa de las manos, y que sufre el acoso de agentes externos y se siente como encerrado en su ámbito, no es seguramente nuevo. Hay mucho aquí de Corre, Lola, corre, y hasta de El Mariachi, y desenvolviéndose en un entorno como el de Ciudad de Dios. Si 7 cajas no fuera una producción paraguaya -Paraguay no tiene una industria de cine, sino que son películas, arrestos individuales- y de otra nacionalidad con una trayectoria cinematográfica medianamente importante, y con rostros conocidos, estaríamos hablando de un filme que hasta podría convertirse de culto. Y en su país de origen lo fue: vendió en Paraguay más entradas que el Titanic de James Cameron... Pero 7 cajas mantiene aún el encanto de ls operas primas. Juan Carlos Maneglia y Tana Schembori debutan en el largometraje. Es que lo que cuentan es enteramente universal y, al margen de alguna redundancia o repetición que aminora el ritmo y resiste la credibilidad, la película entretiene y mantiene en tensión desde que arranca hasta el final.
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La cebrita que quería rayas "A veces retroceder es la única forma de continuar". El mensaje, que puede sonar algo contradictorio, es en esta película de animación sudafricana toda una síntesis de los temas que abarca. Hay una cebra que nació diferente al resto -no tiene rayas negras de la mitad del cuerpo hacia la cola-, por lo que la cargan y le dicen "ceb", marginándola. Y que, antes que sentarse a sufrir la discriminación, parte decidida siguiendo el consejo de un conejo: la leyenda dice que en algún lugar existe un pozo mágico de agua, donde podría recuperar las rayas. Y por si fuera poco, no llueve desde hace rato, por lo que la supervivencia en esa región rocosa africana se hace más difícil. Las metáforas y las comparaciones en los filmes para chicos están claras, a la vista. Pero no siempre, por fortuna, son remarcadas. Y Khumba baja su línea, pero lo hace de manera casi natural.La fauna es amplísima: están el leopardo malo, ciego de un ojo, que amenaza a las cebras, un águila negra que es blanca (?) y otros extraños especímenes, sean suricatas, cabra, avestruz, bisonte, coyote, oveja (?) y hasta un mantis. ¿Quieren más cosas insólitas, singulares? Las cebras juegan al fútbol -¿efectos del Mundial de Sudáfrica?- y hasta gritan gol. El 3D no es algo que sume, añada demasiado, por lo que no afecta verla con o sin anteojitos. Amable, se deja ver con o sin pochoclo, y le fue tan bien en su país de origen que el año que viene se estrena la secuela.
El que no arriesga, no gana El director de “El Diablo viste a la moda” toma al tenor Paul Potts, primer ganador de un reality, y cuenta su historia de superación. Los guiones que se basan en historias de superación de la vida real tienen un handicap, pero también algnas contras. Y más aún cuando el personaje es contemporáneo, la gente tiene fresca su historia y, aún más, como es el caso de Paul Potts, surgió y ganó un reality televisivo... Potts triunfó en la primera edición de Britain's Got Talent, en 2007, y no por cantar baladas o pop. Paul era un aficionado a la ópera, pero que la pasó mal -muy mal- ya desde pequeño, cuando el término bullying no se había acuñado ni mediatizado como en el presente. "Si no se arriesga no se gana", le dice su novia. Y tiene razón. El filme, de David Frankel, cuyo as en la manga es haber dirigido aquella brillante comedia que fue El Diablo viste a la moda, toma a un personaje entrañable y lo vuelve más querible aún. Y a aquéllos que conocen la vida real de Potts, la versión les resultará resumida y/o pasteurizada. Para los que sólo saben que triunfó de inmediato en cuanto cantó la primera nota de un aria ante el jurado que integraba Simon Cowell, conocido por su sarcasmo (y que hace de sí mismo en el filme) la película es, si cabe, mucho más disfrutable. Es que cuando la emoción es la que tiene que saltarle a los ojos al espectador, es allí donde, pese a algunas notas falsas, da en el blanco. A Paul, el personaje, lo rodearon de familiares que son, mire, como para la mesita de luz. Desde su novia y esposa -Alexandra Roach, que hacía de joven Margaret Thatcher en La Dama de hierro- hasta sus padres, interpretados por Julie Walters y Colm Meany, que cada vez que abren la boca lo hacen siguiendo un arco dramático previsible, pero bien llevado y sumamente entrador. James Corden debió engordar unos kilos para dar con un phisique du rol que se asemeje a Potts, pero lo suyo no pasa por la apariencia ni la gestualidad. Lo suyo es generar empatía con el público. Y lo hace. Es que Paul, de no ser por su peso, también es para la mesita de luz. Es un naive, un tipo común que tiene un sueño, pero él lo cumplió. Ya lo dijo un coterráneo suyo, un beatle. Pueden decir que Paul es un soñador, pero seguramente no el único, y ésos que son como él seguro se deleitarán con Mi gran oportunidad más que otros.
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De amor y desamores La nueva película de Marcelo PiñeyroUn niño de 10 años deja su hogar para localizar a su padre, a quien no conoce. Un importante giro ha dado Marcelo Piñeyro a su cine con Ismael, que rodó enteramente en España. No es que sea un filme sin la marca del director de Tango feroz y Caballos salvajes, porque algunas constantes están, pero hasta ahora no se había decidido a mostrar los sentimientos de sus personajes, y los propios, como en esta ocasión. La búsqueda de la identidad es troncal en Ismael, en la película, en el protagonista que le da su título al filme y en los personajes que lo rodean. Ismael es un niño de unos diez años, de color, que un día se escapa de su casa en Madrid para encontrar a su padre en Barcelona, a quien no conoce. Félix es su padre biológico, ya que dejó a la madre de Ismael cuando se enteró de que estaba embarazada. Historia de encuentros y reencuentros, Ismael va creciendo a medida de que los personajes dejan de ser rótulos, nombres y empiezan a decir sus verdades. Tal vez Piñeyro se ha ceñido en demasía a los textos, y en su afán por explicar en palabras lo que las imágenes no dan por sí mismas sobrecarga la atención dramática. Porque Ismael es un melodrama, sin que esto signifique un juicio de valor: es un género con sus propias reglas a las que Piñeyro le aporta su mirada nunca distante y sí emocionante. Y el amor y el desamor están allí presentes. A Ismael, Félix y Alika se suman la madre de Félix (Belén Rueda) y el más pintoresco de los que cruzan la pantalla, Jordi, un Sergi López que en su relación con Rueda consiguen una química tan fuerte que empañan a la central. También está Luis (Juan Diego Botto), la pareja de Alika (Ella Kweku) y el hombre que Ismael tiene como referencia paterna. El guión está planeado con enigmas planteados, todos alrededor de las relaciones interpersonales. ¿Cómo será el encuentro entre Ismael y su padre? ¿Y entre Félix y Alika? ¿Y Félix con su madre? Si a veces las miradas dicen más que las palabras, aquí Piñeyro optó por el camino inverso. Y así las cosas es en los contrapuntos donde se genera la tensión y donde debe estar centrada la atención. Mario Casas (Antonio en Las brujas, de Alex de la Iglesia, también visto aquí en Carne de neón) compone a la más jeroglífica de las criaturas de Piñeyro. Es un profesor de alumnos con problemas de conducta, y el filme pivotea en él, por su vínculo (auténtico o inexistente) con Ismael, la abuela y la madre. Búsqueda de identidad, como decíamos, genuina exploración para descubrir e integrarse al otro, no adosarlo. En eso, se ve, está el realizador.