Chiquititos, pero divertidos Una pequeña joya animada, del cine francés, para chicos y grandes. No hay por qué saber que Minúsculos llega como resultado del éxito de una serie de cortometrajes de los mismos realizadores, los franceses Hélène Giraud y Thomas Szabo. Lo integraban por 78 episodios y fueron presentados desde el año 2006. Y tampoco hace falta haber visto ninguno de los trabajos de 6 minutos -aunque no habría por qué perdérselos- para disfrutar esta maravilla sin diálogos entendibles entre animales, sobre el micromundo de los insectos, en una aventura en la que la solidaridad, la valentía y el humor, están en primer plano. La protagonista es una vaquita de San Antonio, que por curiosa que es, se separa de su familia. Y termina reuniéndose en el campo con una hormigas laboriosas, que encuentran una caja con terrones de azúcar, que deciden llevar a su hormiguero para beneficio en común. Pero hay unas hormigas rojas más holgazanas quieren quedarse con la caja. Minúsculos no se parece en nada a Bichos, una aventura en miniatura, de Pixar, ni a Antz, de DreamWorks. Tiene vida y ritmos propios. Por un lado, la falta de diálogos hace que todo se parezca más a una experiencia del viejo y querido cine silente, aunque hay ruidos, efectos y música. Seguramente los chicos la disfrutarán a su manera, y los grandulones, también. Tiene, sí, gags y guiños propios para el entendimiento del público más adulto, al margen de elipsis que los más pequeños se pueden perder. La animación de los ojos de la Vaquita, o de las hormigas buenas y malas, la combinación con fotografía “real” del campo, todo está mancomunado para lograr un efecto de realidad que, dentro de la ficción de este pequeño micromundo, funcione y resulte, en lo posible, creíble. Y a no sorprenderse si Minúsculos entra en el lote de las películas finalistas candidatas al Oscar a mejor filme animado.
La mitad de la milanesa Dividido en dos filmes, la primera parte del capítulo final de la saga de “Los juegos del hambre” es como un aperitivo. Difícil criticar la mitad de algo, sea un libro, una obra de teatro o, como en este caso, una película. Porque Sinsajo, Parte 1 es, como su título lo indica, la primera mitad de la adaptación del tercer y último libro de Los juegos del hambre, de Suzanne Collins. Y sobre todo porque es en el desenlace de la saga donde más cosas atrapantes suceden. Sinsajo, Parte 1 es como un aperitivo. Como un enlace entre el fuerte final de En llamas, y la conclusión. Para los que leyeron el libro -igual, no vamos a adelantar dónde decidieron terminar la película-, lo que prima en la adaptación es un aspecto de reality show, con Katniss Everdeen (Jennifer Lawrence) convertida en símbolo de la revolución y de la resistencia, una vez que fue raptada por los rebeldes, y -caramba- luego de ser emblema de la Capital del totalitarismo, con el presidente Snow (Donald Sutherland) a la cabeza. Como en esta película no hay Juegos del hambre, batallas de supervivencia, la guerra se desata en los medios, básicamente en la TV. A Katniss pretenden manipularla los rebeldes de la misma manera que lo hizo la clase dominante en los capítulos anteriores, con asesores de imagen y demás. Igualmente hay acción, pero todo se desenvuelve más en el terreno de las palabras. Y si Katniss tiene sus fans, no es precisamente por su destreza extrema en el uso del arco y flecha, sino porque la rebeldía le hierve la sangre. Y así Jennifer Lawrence vuelve a ser el elemento que late en el filme. El que lo lleva hacia delante. El que lo mantiene vivo. Hay nuevos personajes (la presidenta rebelde Alma Coin, interpretada por Julianne Moore), hay que ver en qué anda Peeta (Josh Hutcherson) y cómo se lo ve a Plutarch (Philip Seymour Hoffman, en la mitad de su último papel...). Los filmes por entregas (Harry Potter y las reliquias de la muerte también se dividió en dos, y Peter Jackson decidió que El Hobbit fueran tres películas cuando pudo haberse limitado a una, tal vez) terminan siendo así. En Norteamérica ya creen que Sinsajo, Parte 1 superará a las dos entregas anteriores en cuanto a recaudación en sus tres primeros días en cartel, por lo que la idea de dividir el libro en dos tiene su razonamiento económico. El final de Sinsajo, Parte 1 es como si alguien apretara pausa, o pusieran el cartelito de continuará. Como si al comer su plato preferido, usted dejara para el final lo que sabe que es lo más rico. Continuará exactamente dentro de un año. Ahí hablamos.
Me quieren volver loca Christine sufre de amnesia: cada mañana se olvida de todo. Algo que tiene provechos y desventajas, claro. Los géneros en el cine tienen sus bemoles, pero a diferencia de los clásicos drama y comedia, el thriller ofrece posibilidades de reinventarse. O al menos variar el formato. Algo de ello quiso hacer Rowan Joffe (hijo de Roland, quien vino a rodar a Iguazú parte de La misión, con De Niro) al adaptar él mismo el best seller de S. J. Watson sobre una mujer que, repite como un loro, tengo 40 años, soy amnésica y esta noche, mientras duerma, mi cerebro borrará todo. ¿Quién es Christine (Nicole Kidman) y por qué le pasa lo que le pasa? Cada mañana para ella no es como el Día de la marmota para Bill Murray, pero casi, de no ser porque Ben (Colin Firth), su marido, le armó una suerte de cuadro sinóptico con imágenes de su vida en común. Christine se despierta medio marmota. Pero las dudas la carcomen. ¿Quién es ese doctor que la llama por teléfono tooooodas las mañanas (Mark Strong) y le pide que agarre la cámara que tiene oculta en el ropero? Christine empieza a sentir que su marido le oculta algo. ¿Por qué el Dr. Nasch le asegura que sufrió un ataque sexual, y a partir de entonces padece este cuadro atípico, y Ben le afirma que tuvo un accidente? ¿Alguno miente? ¿La engañan los dos? ¿Por qué apenas se despierta, Nicole está tan pero tan linda y sin una lagañita? Salvo la última pregunta, todas tendrán su respuesta, pero a su debido tiempo. Si uno quiere hilar muy fino, Antes de despertar plantea qué cree uno a su pareja, qué le quiere creer, en qué confía y en qué se embauca a si mísmo. Las vueltas que va teniendo el relato -cada escena que se sucede está construída para que Christine vaya descubriendo, junto al espectador, nuevos aspectos “ocultos” de su existencia- aseguran y requieren una atención constante. Si hay o no una confabulación, o si la quieren volver loca es el interrogante insistente. Y el filme es bastante sutil hasta cierto momento, para no hablar del final. Hasta ese momento Kidman, Strong y en menor medida Firth van jugando con sus rictus como para desconcertar al público. Rodada en Inglaterra, los vacíos que se irán llenando y las hipótesis que el público se inventa, todo parte de un guión que arranca con potencia. Y al final, hay que creer o reventar. Usted elija.
Los gansos salvajes Jim Carrey y Jeff Daniels vuelven en una comedia de enredos, simple y efectiva, zafada e inocente. El humor de los hermanos Peter y Bob Farrelly hizo eclosión en Hollywood poco antes de que las comedias socarronas y guasas ganaran más y más espacios en las carteleras de los Estados Unidos y del mundo. El chiste con el gel del cabello de Cameron Diaz en Loco por Mary hoy parece de salón. Los Farrelly inauguraron con Tonto y Retonto (1994) una comicidad que, si quisiéramos encontrarle parangones nacionales, salta sin previo aviso de Biondi a Capusotto. Los personajes también son pavísimos o zafadísimos, y no hay duda de que Ben Stiller le echó el ojo a Lloyd y Harry a la hora de volcar a Derek Zoolander a la pantalla. Es que Lloyd (Jim Carrey) y Harry (Jeff Daniels) son dos gansos como no debe haber en el mundo real. Los Farrelly hacen hincapié en la confraternidad, el compañerismo y la solidaridad, al igual que en muchos de sus filmes, como bien supremo, aunque tamizado por el humor ridículo. Para quienes vieron Tonto y Retonto (y la recuerdan) hay muchos puntos de referencia, además de la casa donde vivían los personajes. Pasaron veinte años, pero los muebles son los mismos y el afiche de Bo Derek en la pared resiste el paso del tiempo. Igual que la inocencia de los protagonistas. Y si en la primera película eran perseguidos por error, aquí las confusiones se mantienen al día. Lloyd ha estado los veinte años internado en un “loquero”, y Harry yendo a visitarlo todas las semanas. Pero Harry necesita un transplante de riñón y, ya verán cómo salen, ambos irán tras el rastro de una hija que Harry no sabía que tenía, para que se lo done. O al menos eso intentan. Tanto Carrey como Daniels se han probado en relatos no necesariamente humorísticos, aunque al primero las morisquetas, se nota, le salen espontáneas. Hay chistes de salón, y otros como para taparle los oídos y los ojos a los más pequeños. Ah, atención que el verdadero final viene después de los créditos, que son igualmente pavotes. Pero la película termina luego de que pasen los títulos. Así que, a quedarse sentados.
Si esto es el futuro... En un futuro cercano, Torrente sale de prisión y es tentado por el personaje de Alec Baldwin para robar la bóveda de un casino. Pocos tipos hay más repugnantes y queribles que Torrente. Facho, racista, misógino, asqueroso, pero de buenos amigos, este ex policía ya marcha por su quinta producción, con un Santiago Segura haciendo guiños a otras películas, invitando a amigos a hacer cameos -Ricardo Darín incluido- y en esta oportunidad, copiando cierto formato de Hollywood. No ya el de la comedia escatológica y sin límites, sin moderación, que viene siendo moneda corriente en los Estados Unidos, porque Torrente siempre ha sido un guarro. No. Ahora contrató a Alec Baldwin para calcar sin plagiar las películas de La gran estafa. Torrente sale de la cárcel en 2018 y se encuentra con una Madrid desconcertante. No sólo la peseta ha vuelto a ser la moneda oficial, lo que más le preocupa al protagonista es que haya cada vez más negros, y que el Vicente Calderón, el estadio del Atlético de Madrid, club del que es fanático, esté hecho ruinas. Demasiado para él. La excusa para los gags más descabellados, en los que la ridiculez se entremezcla con el absurdo y el mal gusto, es que John Marshall (Baldwin) contrata a Torrente para robar la bóveda de un casino, y Torrente recluta a personajes de lo más extravagantes para dar el golpe. Torrente 5: Operación Eurovegas es tan despareja como todas las entregas de Torrente. Tiene momentos de comicidad alta y otros en que cae en una incomprensible meseta. Muchos de los personajes son interpretados por actores conocidos en la Madre Patria, pero aquí, joder, que no son tan populares, así que no hay sobreentendidos ni guiños que valgan. Alec Baldwin compone al cerebro-malvado de la historia, chapuceando en español, hablando en inglés, parodiándose y, se ve, pasándola bárbaro. En síntesis, Operación Eurovegas es una comedia con un personaje tan roñoso y desaliñado como su humor, y en la que todo -o casi- es posible que suceda.
Una película que son muchas Entre la ciencia ficción, el new age y la acción y el suspenso, el filme es un caldo espeso en el que hay que creer. O no. Es (¿era?) la película más esperada de esta parte de la temporada. La nueva creación de Christopher Nolan, uno de los pocos grandes talentos que le quedan al cine mainstream, el cerebro que realizó la última trilogía de Batman. El hombre que no tolera que las compañías le impongan condiciones en sus producciones. El que no acepta el 3D. El que se lanzó al espacio, o a la pileta, con todo. Con todo su ingenio y también su egocentrismo. ¿Qué es Interestelar? ¿Una fábula new age? ¿Un filme sobre quiénes somos? ¿Una película de ciencia ficción? ¿Una de acción y suspenso? ¿Una producción en la que, si el espectador no acepta ciertas convenciones, se queda definitivamente afuera? En el cine de Nolan las tramas importan, pero más sus ideas, sus disparadores, que gatillan lo suficientemente atractivos como para atraparnos de inmediato. Piensen en Memento. Recuerden Noches blancas. Evoquen cómo presenta a Bane en la última Batman. Interestelar comienza en un futuro no preciso, pero no muy lejano, en una granja donde insistentes tormentas de polvo lo cubren todo. Hay indicios de que el orden global cambió. Se suelta por allí que ya no hay ejércitos. Y que lo que necesita el mundo es, además de amor, comida. Cooper (Matthew McConaughey recuperado de la falta de peso de El club de los desahuciados por la que ganó este año el Oscar) es un granjero que en el pasado fue piloto de la NASA. Sin haber visto el trailer, pero con ese título, o simplemente observando el afiche, sabemos que Cooper viajará al espacio exterior. La cuestión pasa a ser, no para qué -para salvar a la humanidad-, sino la manera. La forma. Cooper, y otros astronautas, viajan a través de un agujero negro. Nolan había sido muy erudito en El origen, película que muchoa amamos y que otros tantos aborrecen, porque decían que el director parecía creérsela. Como si le endilgara en el rostro al espectador miren lo ingenioso e inteligente que soy. Pero en El origen las vueltas del relato lo justificaban plenamente. Aquí… Aquí hay que creer. Creer en las cinco dimensiones, creer en “ellos”, en que alguien posibilita a los humanos ese camino a la salvación, para que envíen naves a través de ese agujero negro, a ver si es posible colonizar otro planeta y que sea habitable. Crer que “la gravedad puede al tiempo” y al espacio. Hay que creer mucho para entregarse a Interestelar. Cuánto lo decidirá cada espectador. Dentro de la inventiva de los Nolan (Jonathan, su hermano, es el coguionista) hay mucho homenaje. El H.A.L. de 2001 está corporizado en una inteligencia artificial que camina. Hay algo de Inteligencia artificial, de Spielberg. Hay mucho de mucho, y cuando uno encuentra similitudes, ¿será que le resulta más atractivo buscarlas que zambullirse en lo que le ofrecen? Visualmente impactante, con un elenco impresionante -no conviene ni siquiera nombrarlo, para reservarle las sorpresas a los espectadores-, las estrellas que hacen este viaje a las estrellas terminan siendo lo de menos. Para disfrutar de Interestelar hay que confiar, casi ciegamente, en lo que le están contando.
Con el amor en los ojos Remake del éxito argentino con China Zorrilla, tiene a Shirley MacLaine como figura central. “Vos no le tenés miedo a la muerte. Le tenés miedo a la vida”. Tamaña sentencia sale de boca de uno de los protagonistas de esta remake del filme que en 2005 protagonizó China Zorrilla, dirigido por Marcos Carnevale. Y es incuestionable que si forma parte de un diálogo entre personas de la tercera edad, tiene distinto significado a si lo dijera un joven. Pero en ese detalle reside el centro de Elsa & Fred. Porque sería un error enmarcar a la película en “el amor entre dos personas mayores”, porque la sal de la historia pasa por el amor, sin importar las edades. No son muchas las oportunidades en que una película argentina atrae tanto a Hollywood como para que hagan una versión propia. Un espanto fue Criminal, sobre Nueve reinas; no prosperó la de El hijo de la novia, con Adam Sandler; ahora preparan la de El secreto de sus ojos, con Julia Roberts y, tal vez, Nicole Kidman. Las diferencias entre la Elsa & Fred argentina, con Zorrilla y Manuel Alexandre, y la que estrena hoy, dirigida por Michael Radford, con Shirley MacLaine y Christopher Plummer, pasan más por el tono que por los cambios en la trama y los diálogos. El filme de Carnevale era inmensa y armoniosamente romántico. Uno respiraba la necesidad de Elsa de estar con Fred y viceversa. Aquí el director de El cartero apostó más por el humor. Tanto una como otra descansan en las actuaciones y en la calidez de los diálogos y las situaciones. En eso se emparientan, y si usted no vio la original, disfrutará mucho más la actual. Es que no empieza del todo bien esta Elsa & Fred, pero el cariz de telefilme con que arranca mutará rápidamente cuando el enamoramiento entre los viudos (Fred se muda al departamento de al lado de Elsa) se concrete. Las mentiras en cadena de Elsa, y el desgano y la apatía de su vecino, que se la pasaba recostado hasta que Elsa entró a su vida, van alimentando el asunto, con una MacLaine con gran timing, cadencia para el enredo, y a la que se le notan en su físico sus 80 años -la escena en la Fontana de Trevi lo delata-. Como decíamos antes, Elsa & Fred es una película sobre el amor, las oportunidades que se dejan pasar y las relaciones familiares. Como buen filme hollywoodense, los parientes de uno y otro tienen espacio para su lucimiento en este entretenimiento casi de cámara, romántico y ameno.
Hermanos en canto Dos hermanos llegan a Buenos Aires para triunfar en la lírica. Pero todo se les trastoca. Todo lo que Rodolfo Mórtola aportó al cine de Leopoldo Torre Nilsson y de Leonardo Favio, como su asistente y coguionista en varias oportunidades, está ausente en Los elegidos. La película es discursiva, no tiene acción interna, las actuaciones son desmedidas y las vueltas que va teniendo su trama, en vez de atraer, generan apatía. La historia es la de dos hermanos que viajan desde el interior hacia Buenos Aires. La meta es triunfar en la lírica ("Este es el teatro Colón", señalan cuando pasan por la 9 de julio), pero las vueltas de la vida, de ellos y de Estela, el personaje femenino que también canta, pero en un boliche nocturno, trastocarán todo. La cosa es que Román, el menor, se enamora de ella, y ella, de Martín, el mayor. Amores no correspondidos, sentimientos de culpa, relaciones conflictivas entre los hermanos, que además son huérfanos, una búsqueda espiritual, la adicción y los excesos hacen un batido que, revuelto, es fatal. Poco puede hacer Florencia Otero como Estela, más que cantar, correr y/o mostrar pesadumbre o desasosiego. Pablo Heredia (Martín) y Rodrigo Gosende (Román) tampoco parecen moverse con comodidad por la pantalla.
Chico conoce chica Las comedias románticas que parten del encuentro amoroso entre dos seres de distintos sexo que eran amigos tienen, desde Cuando Harry conoció a Sally… un mojón arduo de mejorar. Y ¿Sólo amigos? comparte ese encuentro, pero como sus personajes son de edades diferentes a los de aquel filme se permite un humor algo soez, y también apunta a un público más joven que el de aquella genial comedia con Billy Crystal y Meg Ryan. Y no es que Daniel Radcliffe, que ya se sacó definitivamente la capa de Harry Potter, y Zoe Kazan (nieta de Elia) no compongan una linda parejita… de amigos que empiezan a enamorarse. Wallace conoce a Chantry en una fiesta, pegan onda y la acompaña a la casa. Antes de despedirse, ella le blanquea que tiene novio. Y él hace como que no le importa. Como todas las comedias románticas, llega un punto en que la trama necesita tomar un giro hacia lo dramático, y la secuencia chico conoce chica/ se enamoran/ se pelean/ vuelven a estar juntos, tiene que tomar necesariamente otro aspecto, porque aquí hablamos de dos personajes que estarían parejos. Una pareja despareja. En lo que el realizador Michael Dowse es equivalente es en darle a Wallace y Chantry momentos jocosos o emotivos. También, hace que descansen en personajes secundarios que pueden robarse, si no la película, al menos algunos momentos. Eso pasa con Adam Driver (Balada de un hombre común), aunque la “tensión” romántica no debería perderse entre los protagonistas. Radcliffe ya ha demostrado que es un buen actor, creció y no necesita una comedia para probarlo, pero en un registro alejado al que nos tenía habituados no sólo no desentona sino que es hasta, por momentos, comprador. La adaptación de esta obra teatral al cine es clásica, por lo que la puesta en cámara aprovecha los diálogos. Ligerita pero entretenida.
Lo que el tiempo nos dejó El paso del tiempo -y sus consecuencias- es un tema recurrente en buena parte de la filmografía de Richard Linklater. Sin ir más lejos, su trilogía de Antes de…, con Ethan Hawke y Julie Delpy -cada nueve años se reúnen para rodar una nueva historia con los mismos personajes- es un cabal ejemplo. Pero hace doce años, el director de Escuela de rock comenzó a pergeñar -y filmar- otra película. Una película, Boyhood, en la que el paso del tiempo es fundamental. Porque el proyecto le demandó doce años, y terminó de rodarlo hace uno, siguiendo el crecimiento de un niño de 5 años hasta los 17. Filmaba una semana por, más o menos, cada año. Y el resultado es no solamente ingenioso, sino asombroso. Linklater sigue a Mason (Ellar Coltrane) en toda la que sería la problemática de un niño, que llega a la adolescencia y trata de ver qué hará en su adultez. El director se permite contar a su favor con la familiaridad del público con la propuesta. Así, el paso de Mason por la escuela, los amigos, su primer amor, sus discusiones con la hermana mayor y las charlas con sus padres divorciados se siguen con particular interés. Quién más, quién menos, no pasó por esas instancias Pero ¿lo más, o lo único interesante de Boyhood radica en cómo se filmó? No, y sí. Porque la sutileza con la que se aborda las transiciones, y la naturalidad con que se sigue la historia, son un modelo, un paradigma. Cómo la relación entre el padre y Mason, o con su hija, va ganando terreno y afianzándose… Todo, en un contexto sociopolítico que le concede a Linklater bordar momentos jocosos, o no tanto (Bush, Obama, Irak). Los padres son Ethan Hawke y Patricia Arquette, y la hermana, Lorelei Linklater, hija del realizador. Hay que agradecer que por suerte en los doce años nadie se enojó -o le pasó otra cosa- y el proyecto pudo seguir avanzando. La película tiene esa marca registrada del director, según la cual los personajes tiran frases más o menos bien elaboradas, certeras y que quedan repiqueteando en nuestra cabeza horas después de la proyección. “La vida no te da topes” –por las barreras a los costados en la pista de bowling-, “A veces hay que pelear en la vida”, “Sólo pensaba que habría más en su existencia”, se queja un personaje casi al final de la película. O “Hay quienes creen que hay que aprovechar el momento, y es al revés”, es otra. Crecer, madurar -o no-, vivir y mirar con nostalgia… De eso trata Boyhood, una experiencia de casi tres horas que, cual balance, se pasan disfrutando.