Es una lucha Con grandes actuaciones de Channing Tatum, Steve Carell y Mark Ruffallo, Bennett Miller ("Capote") cuenta esta historia alrededor del mundo de la lucha olímpica. La película ganó en Cannes el premio al mejor director. Es una de las mejores películas de la producción 2014. Una de esas realizaciones que tensa los nervios del espectador, que conjuga drama y thriller psicológico, que debutó en competencia en Cannes, donde ganó el premio al mejor director, y tiene a tres actores taquilleros al frente del elenco. ¿Más? Está basado en -increíbles pero reales- hechos verídicos. Toda una revelación es Channing Tatum como Mark Schultz, ganador de la Medalla Olímpica en 1984 en lucha libre. El excéntrico multimillonario John du Pont (un excepcional Steve Carell, con nariz prostética y alejado de la comedia) lo convence para que se mude a Foxcatcher, su granja, donde este heredero de una de las empresas líderes de la química ha construido un complejo, un gimnasio donde entrenar a la selección de lucha libre para las Olimpiadas de 1988 en Seúl. Ambos personajes son taciturnos, y hasta pareciera que viven a la sombra de algo o alguien: Mark, de su hermano y entrenador Dave –Mark Ruffalo, excepcional-, también ganador de la Medalla de oro; Du Pont, de sus apariencias y sueños de grandeza, de su incompetencia e ineptitud, y de su madre en silla de ruedas –Vanessa Redgrave-. El rol que Du Pont quiere ejercer sobre Mark, el de falso mentor, o de padre, colisiona con la relación de los hermanos. Y, tarde o temprano, se estrella. Basta observar cómo a Bennett Miller, el director de “Capote” y “Moneyball, El juego de la fortuna”, le bastan pocas pero contundentes imágenes para presentar -y definir- a su tres roles protagónicos. El contacto como luchadores de Mark y Dave, el apoltronamiento de Du Pont en su sillón en el salón de premios. Cuánta razón tienen los que sostienen que menos es más. Du Pont cree tenerlo todo. Y así como maneja sus millones, cree que puede tener personas. La convivencia en Foxcatcher dista de ser sencilla y apacible. Hay quienes quieren ser más de lo que en verdad son. Y al verse desnudos ante la realidad, las piezas del ajedrez cambian de estrategia. “Foxcatcher” es un filme sobre celos, ambiciones, oportunidades, el amor fraterno, la familia, pero también lo oscuro de algunos corazones, el poder, la gloria –falsa o no-, el respeto y la falta del mismo. También sobre el patriotismo y la exaltación del orgullo. No deja de ser llamativo cómo la película no es tan exitosa en los Estados Unidos: es una patada al hígado del sueño americano, algo que por allá nunca es bien recibido. Porque “Foxcatcher” es un thriller psicológico. Con un suspenso in crescendo. Como si una bomba se activara y el espectador -y varios de sus protagonistas- no supieran la hora en la que va a estallar. Y si usted no sabe o no recuerda qué sucedió, mejor. Déjese llevar por la intriga, los vericuetos de la trama. La excelencia del trío protagónico es una ventaja a la hora de sumergirse en la historia que, como en toda gran película, deja reflexionando al espectador hasta mucho después de terminada su proyección. Por que sí. Por cómo desnuda a sus personajes, sus celos, miserias y la necesidad de afecto, por los temas que aborda y las excepcionales actuaciones del trío protagónico.
Para disfrutar a rabiar El desenlace tiene emoción y acción a raudales, ya que es una aventura en estado puro. Espectacular. Es el mejor desenlace que podía tener la trilogía, las tres partes en las que Peter Jackson dividió El Hobbit: emoción, acción a raudales y aventura en estado puro. Para este capítulo final, Jackson -que tiene una maestría única en el manejo de la cámara- dejó el enfrentamiento con el dragón Smaug y la gran batalla en las Lindes de Erebor, la Montaña Solitaria, el lugar del que Smaug se había apoderado y que era el reino de los enanos. Enanos, humanos, elfos y orcos tendrán un combate final de, dicen los que lo midieron, 45 minutos. Pero lo cierto es que La batalla de los cinco ejércitos es toda una gran lucha, matizada con diálogos y textos de boca de intérpretes como Ian McKellen, Cate Blanchett y siguen las apariciones prestigiosas, pero lo que prima es la acción trepidante. Todo aquí es más (si se podía) grandilocuente que en las dos partes anteriores, y tal vez que en toda la trilogía de El Señor de los anillos, con peleas cuerpo a cuerpo espectaculares y momentos que parecen de dibujitos animados (Legolas a estas alturas parece un personaje de Marvel), pero siempre con la mira apuntando a un único sentido. Si el espectador se ha hecho amigo, cómplice de Bilbo, Thorin, los enanos y Gandalf, difícilmente no disfrute a rabiar, se emocione y sufra las muertes por venir. Una vez terminada la batalla con Smaug en Esgaroth, la ciudad del lago, todo apunta hacia Erebor, y el tesoro escondido. Allí confluirán los ejércitos, habrá quienes reclamen su parte, habrá amores imposibles entre la elfa Tauriel y el enano Kili, y habrá mucha, pero mucha, demasiada crueldad de los orcos. Si el espectador se perdió las dos partes anteriores, es probable que se sienta como quien seguía los partidos del Mundial de Brasil sin haber visto nunca un partido de la Selección: no sabrá, presumiblemente, quién es quién. Para los entendidos hay suficientes guiños hacia lo que vendrá (esto es, lo que ya vimos, porque El Señor de los anillos ocurre sesenta años después que El Hobbit). Lo que aquí interesa es, de nuevo, la acción. Jackson les ha dado a los enanos y al rey Thorin (Richard Armitage) el protagonismo necesario, y también a Bardo, el humano (Luke Evans), en eso que llamaríamos el prólogo de esta tercera parte. Bilbo no está dibujado, sino que participa como en comunidad. Es que son tantos los personajes, que Jackson y sus coguionistas han sabido darles personalidades a cada uno, y eso juega a favor de la trama o si se quiere del espectáculo. Una recomendación: si está dispuesto a ver La batalla de los cinco ejércitos, gástese unos pesitos más y véala en 3D HFR. La definición que tiene no la habrá visto nunca, se ha superado la de El Hobbit: Un viaje inesperado, que por momentos parecía arrastrar las imágenes en los paneos. Es una sensación única. Como estar allí, presente, en el medio de la Tierra Media... Se los extrañará.
La mejor sorpresa Une el costado artístico y el comercial, tiene personajes queribles, mucho humor y emotividad. Una gratísima sorpresa es esta Familia Bélier. Gratísima porque reconforta ver una película que aúna el costado artístico con el comercial, en el que la trama fluya y sea tan rica como atrapante. Y sorpresa porque la Argentina es el segundo país en el que se estrena esta comedia de Eric Lartigau. Tan poco se conocía del filme que hasta seduce no contar por qué a Paula (Louane Emera) le cuesta horrores, siendo jovencita, aceptar participar en un concurso en París, lejos de la granja donde vive con sus padres y su hermano menor. Es que ella es la única que escucha y habla en la casa, y no es un giro metafórico. En una familia de sordos, Paula es como el nexo con el mundo circundante, sea para negociar los granos que comen los animales, vender los quesos que hace la familia en la feria o traducir en la visita al médico. La película tiene varios disparadores temáticos y subtramas. Porque si Paula es el personaje central, no todo al comienzo gira a su alrededor. Rodolphe, su padre, está harto del manejo del alcalde, y decide postularse como candidato a gobernar el pueblo. “¿Por qué no votarían a un sordo si votaron a un imbécil?”, le dice Paula sin eufemismos al mismísimo alcalde. Es que los Bélier son gente sin demasiadas vueltas. Tras un estudio sobre las familias de sordos, el director de Mi novia Emma e Infieles anónimos comprendió en seguida que los sordos van directo al grano. Y Lartigau (50 años) pasa a preguntarle a Paula, preguntarse él y preguntarle al público si la actitud de la protagonista, una vez que descubre y escucha su voz (es un profesor de música en el colegio quien advierte su potencial en el canto) es de egoísmo o superación. ¿Justo ella tiene un don que sus padres y su hermano no pueden percibir ni disfrutar? ¿Cuánto de frustración hay en ella si su familia no puede compartir su sueño? Pero lo mejor de La familia Bélier es que todo está contado desde el humor, la emotividad llega tamizada y no resulta edulcorante puro. Porque abre distintas vetas e historias, y todas son como encantadoras. El único sordo de verdad es Luca Gelberg, el hermano menor de Paula, ya que François Damiens y Karin Viard debieron aprender el lenguaje de señas durante cinco meses, lo mismo que Emera (surgida del reality La voz en Francia). La independencia, la familia, la adolescencia y el primer amor son todos tópicos abordados por esta comedia que llega sin bombos ni platillos, pero que bien merece ser recibida con ellos.
El hombre detrás del asesino Benicio del Toro, más que conmover, asusta con el modo en que encarna a Pablo Escobar Gaviria. Un personaje puede tranquilamente deglutirse una trama, y con ello toda una película. Pablo Escobar Gaviria tuvo suficientes elementos en su vida como para crearle otros de ficción a su alrdedor, pero así y todo Escobar: Paraíso perdido se las arregla para que, con eso que es mentira, se construya una historia que sigue atrapando por el peso específico del personaje. Y por el de quien lo interpreta. En Escobar: Paraíso perdido el punto de vista no es el del zar del narcotráfico, si no el de un joven surfista y canadiense (Josh Hutcherson, Peeta en Los juegos del hambre), que llega hasta Colombia y se enamora de una sobrina de Escobar. Nick irá ingresando de a poco al círculo íntimo. La estrategia no es nueva, pero tampoco llega a ser como la de Missing, de Costa-Gavras, donde en verdad la dictadura pinochetista era un telón de fondo y lo que importaba -a los estadounidenses- era la suerte del hijo de Jack Lemmon y esposo de Sissy Spacek. Eran norteameicanos en una tierra extraña. Aquí por más que Nick -que aclara no es estadounidense, sino canadiense, “que no es lo mismo”- sea protagonista, importa la suerte de más gente. De su amada, de su hermano y de un pueblo. La mirada del actor Andrea Di Stefano, italiano que debuta en la realización, está puesta en cómo Escobar podía ser un padre de familia babeándose por sus hijos, pero también actuar con una crueldad inusual, pero ya reconocida. Tampoco es que Benicio Del Toro -cumple otra de esas caracterizaciones tan profundas, de adentro, que por el personaje que encarna, más que conmover, asusta- esté poco tiempo en pantalla, como le tocaba a Anthony Hopkins en El silencio de los inocentes, e igual era el protagonista. Aquí Del Toro impone su presencia cada vez que entra a cuadro. Y si no está en él, intimida desde el fuera de campo. Algunos verán una versión almibarada del personaje, pero lo cierto es que la ferocidad y las atrocidades no tardan en aparecer. Y que al mostrar a Escobar “como un ser humano más” el director no hace más que potenciar su salvajismo, una vez que lo ponga en práctica. La bonita Claudia Traisac proviene de la TV y, mal que le pese, se le nota en su actuación para la cámara. Hutcherson es más convincente en la pareja, un rol en el que el director depositó toda la empatía que debe poner el espectador para sentir el temor que despertó una figura, más que polémica, siniestra y contradictoria.
El cómic, según el ojo de Disney Basada en una historieta de Marvel, la trama combina muy buena acción y emoción genuina. ¿Qué es lo que diferencia a Grandes héroes de otras películas recientes de los estudios Disney? Una estética de manga y mucha tecnología futurística, en una película que no es la antítesis del último cuento de hadas de la empresa (la taquillera Frozen), pero claramente deja su marca propia. Hablamos de manga y hablamos de San Fransokio -así, sin explicaciones mediante-, que es la ciudad donde transcurre la acción y donde vive Hiro, el protagonista. Japón y los Estados Unidos juntos, pero no mezclados sino combinados, y el toque Disney para que Hiro sea huérfano y por ahí pueda perder a otro pariente cercano. Nada nuevo. Hiro es algo así como un nerd, pero con onda. Un innovador solitario. Fabrica sus propios robots y los hace participar (y ganar) en combates ilegales. Su hermano mayor Tadashi trabaja en un grupo de elite en una compañía de robótica junto a otros talentos -¿metáfora sobre Silicon Valley, quizá?- y logra entusiasmar a Hiro, pero -sin peros estas películas no avanzan- ocurre un imprevisto y el invento revolucionario de Hiro -los microbots- queda en la nada. O no. Grandes héroes tiene humor, momentos de una negritud en los que se empapa del manga japonés, y esa relación entre Hiro y Baymax, el robot "sanador", que se parece al logo de Michelin, o al muñeco de Los Cazafantasmas, o -mejor- a Totoro, creado por Hayao Miyazaki, que Tadashi le lega a su hermano menor. Es en esa relación donde la película de Don Hall y Chris Williams (este último director de Bolt, el perro que se creía con superpoderes) gana, y en la eterna pregunta de si los robots pueden tener sentimientos donde el filme, desde la perspectiva que la ciencia ficción, y la animación moderna le permiten, saca buen provecho. Cómo el sentimiento de pérdida puede jugar en contra a cualquiera, y que recluirse o encerrarse no es bueno, sino que es mejor compartir para salir adelante. Hay un malvado que se esconde, que se apoderó de los microbots, y Hiro y los antes compañeros de Tadashi, más Baymax, conformarán ese sexteto al que hace alusión el título original de la película. E irán tras él. La devoción que John Lasseter, de Pixar y Disney, tiene por Miyazaki paga aquí su tributo, con el robot sanador como mencionábamos, más un guiño hacia Stan Lee, -Grandes héroes se basa en un olvidado cómic de Marvel- y porque en definitiva puede no haber nada nuevo bajo el sol, pero la renovación, o el regurgitar, no están mal vistos si tienen buen olor y color como aquí.
Parte de la religión Ridley Scott se anima a otra película de sangre, sandalias arenas, con el relato bíblico. Protagoniza Christian Bale, el último Batman. Hay que tener coraje para meterse con Moisés, las plagas de Egipto, Ramsés, el cruce de las aguas y los Diez mandamientos. Ridley Scott lo tiene, y hasta para hacer poner los pelos de punta a más de un líder religioso, del credo que sea, mostrando a Dios como un niño engreído y vengativo. El director de Blade Runner tiene debilidad por las historias épicas, sean en un futuro más o menos lejano y en el espacio exterior (Alien, Prometeo, o The Martian, que está rodando ahora con Matt Damon) y por las películas con sandalias y arena (la ganadora del Oscar Gladiador). Y aquí Scott se muestra a sus anchas, con esas batallas cuerpo a cuerpo que tanto le gusta filmar (de nuevo, Gladiador, más Robin Hood) y hasta hacer su propia interpretación del relato bíblico. Vean por qué las aguas del Nilo se tiñeron de rojo, su color favorito. No es Exodo una versión Siglo XXI de Los diez mandamientos, de Cecil B. De Mille. Scott puede -y quiere, y le sale- ser grandilocuente, pero en su afán por mostrar más, se olvida un poco de sus personajes. Algunos terminan recitando, y a otros directamente los deja perdidos entre las pirámides y desaprovechados (Sigourney Weaver como la madre de Ramsés). Para quienes no saben que Moisés fue el elegido de Dios, en la famosa escena del arbusto quemado en el desierto le va dictando -según Scott- todo lo que debe hacer. Y si no lo hace, se encargará de que paguen por la esclavitud de los hebreos. Es una película símil mamut, en la cual visualmente no hay objeciones -la reconstrucción de las ciudades, las pirámides, el desierto, los efectos visuales con la apertura de las aguas-, pero lo que le quedó en la cabeza, en la mesa del guión (y hubo cuatro coguionistas, Scott no escribe guiones) o en la edición fue más carnadura a sus personajes. Christian Bale ejercitó su cuerpo, y recita. John Turturro no está cómodo como el faraón que prefiere que Moisés y no su hijo Ramsés (un acobardado Joel Edgerton) dirija en el futuro a su pueblo, y hasta el australiano Aaron Paul, de Breaking Bad, como Joshua, pasa desapercibido. Ya dijimos que esto no es Los diez mandamientos, ni lo quiere ser. DeMille había optado por la voz en off de Dios, y Scott lo muestra como un niño casi caprichoso. Y Yul Brynner como Ramsés inspiraba de todo, desde temor hasta cierta compasión. Scott pudo terminar su relato tras la epopeya de 600.000 esclavos en el cruce de las aguas, pero su película tiene como tres finales posibles más. No siempre más es mejor, algo que Darren Aronofsky olvidó en Noé, otro estreno bíblico de este año. Masacres, cadáveres de niños, aves de rapiña mordisqueando por ahí, como una mezcla de cine bíblico y catástrofe. Cada uno relata la historia como quiere, y en 3D, para que lo grande sea más grande.
Una maravilla La adaptación del cuento inglés es brillante, y no sólo disfrutable para los más chicos.. Una maravilla. Eso es Paddington, el arribo a la pantalla grande del personaje de la literatura infantil inglesa (Un oso llamado Paddington, de Michael Bond), con un humor y un cuidado estético que merecen el aplauso. Rodada con actores y también por animación computarizada, Paddington tiene en su centro a un oso, que vive con sus tíos en la selva peruana. Hasta allí, mucho años antes de que naciera el osezno, llega un explorador inglés, que al conocer a sus tíos decide no llevarlos para su estudio, sino invitarlos en un futuro, si lo desean, al Reino Unido. Los mamíferos tiene la particularidad de aprender rápido el lenguaje humano, y, con un manual de urbanidad, sueñan con ese postergado viaje. No vamos a contar la historia, porque en sí es lo de menos. Paddington llega como polizonte a Londres, y allí una familia poco menos que lo adopta, pero hay una malvada que quiere secuestrarlo (Nicole Kidman). ¿Por qué? ¿Cuál es el móvil? Paddington va a avanzando y a medida que pasan los minutos uno siente mayor simpatía por él, y por los integrantes de la familia (mamá y papá, que fueron hippies, ahora conservadores, y sus dos hijos, más la señora que limpia). Más allá de confundir música peruana con centroamericana y algún desfasaje en los años (se dice que pasaron 40 desde que los visitó el explorador, lo que vemos en un noticiero tipo Sucesos argentinos en blanco y negro, y cuando el oso llega a Londres parece tiempo presente), la película es entretenidísima. Los más chicos la disfrutarán, por las cosas que dice y los descalabros que hace el oso. La película viene con moraleja, pero no de ésas que parece que se la refriegan a los chicos en el rostro. Los actores están muy bien (Kidman pareciera que se rehizo la cara, luego de esa cirugía espantosa, y está bella como siempre) y Paddington, el oso, es la antítesis de Ted, su primo estadounidense zafado. En síntesis, una comedia ágil, con una animación sorprendente, para pasar más que un rato amable y en familia.
Hombre bueno perseguido Jason Statham es un ex agente de la DEA que cambia de identidad para preservar a su hijita. Adivinen lo que pasa. Jason Statham alterna buenas y malas películas, y por lo general, siguiendo su carrera, es fácil descubrir que las mejores son aquéllas en las que la sutileza integra no sólo la trama sino el tratamiento de la acción. Cuando la violencia es extrema, ahí se desbarranca. Su actuación, la violencia, la película. Línea de fuego tiene guión de Sylvester Stallone, su amigo y con quien integra el elenco de Los indestructibles. Aquí el pelado británico compone a un ex agente de la DEA, que cuando empieza la proyección es un agente de la DEA en problemas. Infiltrado, termina en un cruento tiroteo, en el que muere el hijo del capo de los malos, quien allí descubre que Phil Broker (Statham) lo estuvo engañando, y lo culpa de la muerte de su primogénito. De ahí que Phil se vaya con su hijita a otro pueblo, y cambie el nombre, pero no las mañas. Porque ya se sabe que cuando alguien arregla las cosas a las piñas, es porque se sabe superior, o porque no le queda otra. A Phil le pasan las dos cosas, ya que al acoso de la banda, una vez que descubran que está escondido, se suma el de los pendencieros del lugar, comandados por un productor de droga y dealer (James Franco sin bañar durante cuatro semanas: háganse una idea), y su novia (Winona Ryder intentando recomponer su trayectoria). No sólo es que la trama esté salpicada de clisés (los grandotes, brutos; la hijita, heredera de la rectitud de su padre), y de sangre a raudales, lo que no vuelve entretenida y sí aburrida a Línea de fuego es que es una sumatoria de escenas de acción, casi sin ton ni son. Y cuando no vuelan las piñas, las líneas del guión adelantan la escena siguiente. Con haber visto una película en la que el bueno debió cambiar de identidad, en este caso, alcanza. Y sobra. Statham demostró que de la nueva camada de héroes de acción es el que sale más airoso, porque tiene carisma. Copia la carita de oler excremento de Bruce Willis, OK, y le sale bien, pero si no elige mejor los guiones, va a terminar como Chuck Norris.
Eran ocho indiecitos... Hay ocho postulantes para un puesto codiciado, encerrados en un ambiente único. Buen thriller, con intriga. No es una obra de teatro, pero podría serlo. Un ambiente único, diez personajes y una premisa enmarcada en la intriga constante. La trama de El examen se centra en ocho postulantes para un puesto en una empresa, que son reunidos en ese ambiente cerrado, con un guardia de seguridad incluido. Alguien les indica las reglas según las cuales, el que incumple uno, resulta expulsado. El que sale, pierde. El que habla al guardia, es eliminado. Y así. Tienen 80 minutos para responder “la pregunta”. Pero la pregunta no aparece escrita a simple vista en la hoja de papel que le entregan a cada uno. El examen pone a prueba la paciencia del espectador. No porque sea lenta, sino porque minuto a minuto los postulantes tratan de averiguar cuál es la bendita -a cierto momento, maldita- pregunta que deben responder para quedarse con el puesto. Coguionista de ésta, su opera prima -es de 2009-, Stuart Hazeldine esquematiza todo un poco al dar a cada postulante una característica: el blanco, el negro, la morocha, la rubia, el sordo, y así. Y lo que qeda claro de entrada es que sólo si cooperan entre sí -o tal vez, ni siquiera- podrán resolver el acertijo, aunque compitan entre sí, y se enfrenten, a veces con métodos innobles. El británico debe haber visto El método Grönholm, la obra teatral del catalán Jordi Galceran, donde eran cuatro y no ocho los postulantes. En la adaptación al cine de Marcelo Piñeyro (El método), al menos iban al baño. Aquí, ni eso. El misterio va más allá de la pregunta, ya que el espectador intuye que -tal vez sí, o tal vez, no- uno de los ocho no esté compitiendo por el puesto, e integre la empresa. Si nadie da puntada sin hilo, aquí también habrá quién ponga en riesgo su vida. Por algo es un thriller. Vaya uno a saber por qué El examen tardó tanto en llegar a los cines locales. Cinco años es una enormidad, pero la película no ha perdido vigencia. No parece teatro filmado, ni tampoco una idea sacada de un reality show, porque la intriga es lo que motoriza. Las vueltas de tuerca son bienvenidas.
Reportero del crimen Jake Gyllenhall es un chacal que graba con su cámara crímenes y accidentes y los vende a los noticieros de TV. Una película puede ser una crítica despiadada, y hacer sentir incómodo al espectador no por lo que muestra, sino por la forma en que lo hace. Primicia mortal ahonda en lo inescrupuloso que es el mundo de las noticias de televisión, mostrando crímenes y accidentes sangrientos. Ese es el fondo. Al frente están quiénes lo llevan adelante, en particular un ladronzuelo que de robar tejidos de alambres, relojes y bicicletas profesionales pasa a comprar una camarita de video, un radio intercomunicador de la Policía (en los Estados Unidos todo se vende) y ponerse a registrar escenas de heridos y muertes, tiroteos y accidentes, para luego venderlas al mejor postor entre los noticieros matutinos de TV de Los Angeles. Jake Gyllenhaal es de esos actores que uno ve en la pantalla, y no sabe, no puede predecir qué reacción va a tomar, sea en un thriller o un drama. Eso habla bien de él, de su versatilidad a la hora de interpretar distintos personajes, pero también a la hora de elegir los guiones. Bueno, Gyllenhaal también produce Primicia mortal, por lo que la apuesta del actor de Secreto en la montaña, Zodíaco y El hombre duplicado se multiplica. Es que da miedito lo que pueda hacer, hasta pensar, Louis Bloom. Es valiente, corajudo, pero a la vez embaucador y se hace el ingenuo. El está allí, en el momento justo y por casualidad la primera vez que descubre el negocio que puede ser llegar antes que nadie a la escena de un crimen. Y sale a cazar noticias policiales. Por 300 dólares vende entrevistas a testigos e imágenes del herido en un tiroteo nocturno. Louis prepara la toma no sólo con la cámara. Si hace falta, levanta y mueve el cadáver, para que se vea mejor. “Nos gusta el crimen”, le dice Nina, productora de noticias, como para que no queden dudas y fijar posición. El director Dan Gilroy, guionista de El legado Bourne, que dirigió su hermano mayor, Tony, eligió a su esposa en la vida real, Rene Russo, para componer a esa mujer golpeada por el trabajo, que esconde su vulnerabilidad pero no duda a la hora de jugarse por lo más escabroso y real... si le da una décimas más de rating. Pero ¿quién es en realidad Louis? ¿Cómo y por qué llega a hacer lo que hace? El progresa, en lo suyo, eso es innegable. No será el sueño americano, pero… “Un amigo es un regalo que uno se da a sí mismo”, le dice a Nina tras amenazarla con no darle más noticias. Con un final para la polémica, la pregunta más filosa es ¿dónde está el peligro?