Unas chicas poco responsables Becky (Rebel Wilson) no es la más linda del cuarteto de amigas del secundario. Sin embargo va a ser la que se case primero. Ni los kilos de más, ni la poca estatura fueron inconveniente para que un novio bastante agradable, decidiera proponerle matrimonio. Y así las chicas, Gena (Lizzy Caplan), Katie (Isla Fisher) y Regan (Kirsten Dunst), se enfrentan a la perspectiva de ser damas de honor y formar parte de una despedida de soltera en la que, ¿por qué no?, pueden conocer al hombre de su vidas. Todo saldrá al revés y nada sucederá como pensaban, pero será un buen momento para disfrutar de ciertas irresponsabilidades que el futuro seguramente no les brindará. LOS DESORDENES La joven directora Leslye Headland, originalmente, escribió una historia sobre desórdenes alimenticios, drogas y sexo casual y más tarde por sugerencia de actores y productores conocidos, decidió convertirla en un guión de cine, lo que dio como resultado "Despedida de soltera". En la película, una de las chicas padece algunos problemas de bulimia y drogas, otra tiene tendencia a la glotonería y la mayoría gustan del sexo rápido y el alcohol. Con antecedentes como "La boda de mi mejor amiga" o "¿Qué pasó ayer?" "Despedida de soltera" es la tradicional película de bodas, con estereotipos adolescentes, mucha droga, conversaciones sobre sexo y un mal gusto destacable. LOS ENREDOS Malentendidos y enredos serán la guía de estos jovencitos que hacen de lo escatológico un culto y del alcohol un componente indispensable de toda reunión, en la que un stripper puede aún asombrar y los chistes viejos ser capaces de despertar carcajadas. En síntesis, ni un asomo de originalidad, nada de buen gusto y la presencia en el papel de la chica con sentido común de la encantadora Kirsten Dunst ("María Antonieta"), que debe resignarse a que para vivir también hay que hacer filmes como éste.
Con sangre, patadas y algo más Diablo" es cine de género, pero la sangre, las vísceras, las patadas a lo ninja se juntan con el silencio, el humor y las ondas sonoras de un cine fuerte, sin concesiones y con la originalidad de los diálogos y lo insólito del reparto. La canción de Joan Manuel Serrat, dice "hoy puede ser un gran día...". Eso debe pensar el Inca del Sinaí (Juan Palomino) después de levantarse y recibir la gloriosa llamada de su novia que lo quiere ver. Pero a continuación el teléfono suena nuevamente y esa llamada lo puede transportar a la más cruda realidad. Es Huguito (Sergio Boris), el primo que siempre se mete en líos. Ese que seguro lo hizo pelear de chico contra otros, con los que no tenía que estar, cuando el Inca se llamaba Marcos Wainsberg y todavía no había matado a nadie en las peleas de catch. Después que Huguito entre nuevamente en su vida, la puerta se va abrir un montón de veces y los que van a entrar pueden hacer que el Inca del Sinai tenga más de un dolor de cabeza. HUMOR NEGRO La película es dura. Tiene humor negro. A veces lo va a dejar sin aliento. Si no está acostumbrado a la vorágine del cine tipo Quentin Tarantino, Guy Ritchie, o nuestro muy apreciado José Celestino Campusano, no vaya. Este director es tan delirante y puro como él. "Diablo" es cine de género, pero la sangre, las vísceras, las patadas a lo ninja se juntan con el silencio, el humor y las ondas sonoras de un cine fuerte, sin concesiones y con la originalidad de los diálogos y lo insólito del reparto. Desde un Juan Palomino, genial en su "peruano, judío y peronista", hasta Sergio Boris en el incalificable Huguito, o la sorpresa de Kato, el Ninja Blanco de "Titanes en el ring". Una película de una personalidad tan negra, como contundente.
Son feos, sucios y también malos Los actores de primera y Bradd Pitt (Jackie), como el criminal pago, a tono con este impactante filme, en el que también lo acompañan James Gandolfini, como Mickey, un veterano criminal venido a menos. Frankie (Scoot McNairy) y Russell (Ben Mendelsohn) parecen salidos del álbum de oro de los perdedores, sobre todo Frankie, drogado hasta el desafuero y poco consciente de que la realidad sigue produciéndose alrededor suyo. Los dos piensan progresar como maleantes, pero desgraciadamente eligen asaltar una casa protegida, donde se juegan cartas. No saben que están en un momento desafortunado. Crisis económica en el país, época de la campaña que llevara como ganador a ocupar la Casa Blanca a Barack Obama. El asalto planeado se produce con violencia y nada saldrá bien a partir de ese momento. Filme de gángsters, basada en un clásico de George V. Higgins, que además de escritor, fue abogado del caso Watergate y de un capo de los Panteras Negras; el director neozelandés Andrew Dominik ingresa a escena a fuego y sangre. Todo es violento, el humor es negro, los asesinatos brutales y todo lo que rodea a los personajes deprime. Nueva Orléans está irreconocible, los perdedores hieden y mueren como moscas. LA BUENA MUSICA Andrew Dominik ("Chopper"), fiel a aquella película, no da respiro al sumergir al espectador en un lodazal con una música estupenda y los personajes más insólitos del hampa. Habrá asesinatos crueles, la constante de Barack Obama hablando para las elecciones que lo declararon victorioso y el peso de que se está en crisis y hay que protegerse. Bradd Pitt (Jackie) es el sicario de la historia, tan poca cosa como los que va a matar, pero eso lo sabremos cuando negocie los precios de la muerte en el mercado. Con él, sus métodos son tan crueles que no hay otro remedio que someterse al juego. Dispuesto al desafío, "Mátalos suavemente" revitaliza el humor negro y es interesante por el nivel de degradación que ataca. Los actores de primera y Bradd Pitt (Jackie), como el criminal pago, a tono con este impactante filme, en el que también lo acompañan James Gandolfini, como Mickey, un veterano criminal venido a menos.
La pareja tiene sesgo letal El filme se basa en la novela del mismo nombre escrita hace trece años por el escritor chaqueño Mempo Giardinell ("Luna caliente"), que debuta aquí como director y guionista junto al colombiano Méndez Restrepo. "El décimo infierno" se ubica en una ciudad nordestina de nuestro país, donde conviven Alfredo (Patricio Contreras) y Antonio (Atilio Clavo Fanti), socios de una inmobiliaria y Griselda (Aymará Rovera), la esposa del segundo y amante del primero. La relación entre Alfredo y Griselda data de tiempo atrás y por lo que observamos en el filme es puramente sexual, porque los caracteres fuertes de los dos chocan constantemente. Ante el intempestivo "¿y por qué no lo matamos? de Alfredo, se desata una suerte de torbellino pasional que convierte a los amantes en asesinos seriales. LA GEOGRAFIA La voz en off de Alfredo, no olvidemos que la historia se mantiene en la línea de la novela negra y este es un recurso muy utilizado por el género, habla de cierto determinismo geográfico, aludiendo al intolerable calor de la zona, la hipocresía de los que lo rodean, el doble discurso y en algún momento revela el odio de quien habla, por un padre golpeador. "El décimo infierno" despierta interés en su comienzo, reiterándose luego. La clásica pareja que se potencia para matar estando juntos (un caso más de las parejas letales de la realidad tipo Bonnie y Clyde) es mostrada en esta road-movie hacia la destrucción, pero lamentablemente el exceso de palabras y cierto academicismo en los conceptos, impide el fluir de imágenes, algunas de ellas excesivamente trabajadas formalmente. Hay un evidente problema de guión, que remite al problema de las diferencias entre lenguaje literario y cinematográfico. Por más bueno que sea el primero, un género diferente, exige un lenguaje diferente. Se destaca la labor de Patricio Contreras (Alfredo) rostro y espíritu de un enfermo y Aymará Rovera (Griselda), de sensual presencia y físico contundente.
Cuba mirada con ojos críticos A fines de la década de 1950, en los 60 y aún en los 70, estuvieron de moda las películas en episodios, generalmente las preferencias pasaban por las comedias. Títulos como "Rogopag", "Los monstruos", la inolvidable "Bocaccio 70", se conservan en la memoria de los que las vieron. El denominador común de de "7 Días en La Habana", es la zona vieja de la capital cubana, en la que puede pasar de todo. Un estudiante de cine puede vivir una historia de amor de final sorpresivo, Emir Kusturica, el director y músico serbio, llega a Cuba para recibir un premio entre vahos etílicos que no le permiten diferenciar La Habana, de Leningrado, o Shangai, pero sí disfrutar del jazz que un músico devenido chofer ejecuta. LA CIUDAD VIEJA La Habana Vieja también es una postal para analizar por la mirada de un periodista palestino (papel a cargo del director Elías Suleiman), mezcla del recordado monsieur Hulot y Buster Keaton, que esperando entrevistar a Fidel Castro -"decidor" de interminables horas televisivas-, con mirada inteligente, radiografía seres y lugares que mutan, según se observen en distintos momentos del día. Habrá alusiones a las populares barcas migradoras, al disconformismo con la amplitud sexual, a la posibilidad del sincretismo religioso con una Virgen con mucho de "Yemanya", que ordena a su anfitriona mejoras en la vivienda y psicólogas, que como el chofer músico, tienen que vivir más de sus habilidades culinarias que de sus charlas profesionales televisivas. LA NOSTALGIA Filme irregular, un tanto pasado de moda, pero con ciertos atractivos que, a veces, surgen de esa misma nostalgia por lo que se perdió, o de la música y las cadencias del bamboleo de directas raíces africanas. Si el mejor capítulo nos puede parecer el del palestino Elías Suleiman, con sus encuadres perfectos y la ironía de la mirada; el francés Laurent Cantet y "La fuente" nos divierte con las peripecias de la señora de la Virgen y su llamado solidario, evocador de viejas producciones latinoamericanas, como "La estrategia del caracol". "7 Días en La Habana" cuenta con recordables actores como la dupla de "Fresa y chocolate", ahora veteranos, pero siempre activos (Jorge Perugorría y Mirtha Ibarra), el mismo Elías Suleiman, o ese gigantón "marciano" llamado Emir Kusturica, protagonista del episodio "Jam Session" de Pablo Trapero.
El amor, en dos por cuatro Es un filme con una historia de amor con final feliz. Fue la que unió a José María Contursi, popular letrista de tangos ("Niebla del riachuelo", "En esta tarde gris", entre muchos otros) y Susana Gricel Vigan, dando origen al tango "Gricel". En la película, un personaje, joven cantante lírico, decide escribir una ópera sobre el romance y comienza a transitar los distintos pasos de la historia original. EN LOS AÑOS 30 A través de individuos, espacios geográficos que recuerdan los sucesos, diarios de la época, el filme recrea el encuentro que el popular "Katunga" Contursi tuvo en 1935 con esta chica, ganadora de varios concursos de belleza y que las hermanas Omar (Gory y Nelly, cantantes ambas) le presentan en Radio Stentor. Ella tenía quince años. Lo que se convertiría con el tiempo en romance prohibido por el compromiso del autor ya casado y con una hija, se prolongó con encuentros esporádicos y largas cartas en una relación que finalizaría con la muerte de Contursi, treinta y siete años después. Gran parte de su obra estaría teñida de ese tono de melancolía y tristeza que caracterizó la relación hasta el momento del reencuentro final. TRAMA NOSTALGICA El director Jorge Leandro Colás, valiéndose de un joven personaje, que obra como investigador de la historia, recurre a distintos elementos para ir armando la trama que rodea la realidad de la pareja. Testimonios escritos, diarios de la época, charlas con investigadores, tangueros (Oscar Fresedo, José Gobello, Oscar del Priore, Ernesto Pierro, Marcelo Oliveri, entre otros), la misma hija de Contursi, la nieta adolescente de Susana Gricel Vigan, gente de Capilla del Monte, donde fueron a vivir, ya mayores, luego del reencuentro, van armando el rompecabezas de aquella relación. El tango como "leit-motiv", las tanguerías, el recuerdo, dan vida a una historia con la que el espectador se identificará emocionalmente. Antecedentes fílmicos como "Yo no sé que me han hecho tus ojos" de Lorena Muñoz, enmarcan una película cálida con la música de Buenos Aires y la sensibilidad de lo que ya no está.
Con variados tonos de sangre Lo formal es como siempre impecable, se destaca el uso del sonido y tiene que gustar a los fanáticos del horror y la sangre cinematográfica. En épocas lejanas, las películas sobre coleccionistas eran más o menos exquisitas. Ya en la década de 1950, apareció el bueno de Henry Jarrod, que protagonizaba Vincent Price, en "Museo de cera", que reunía seres humanos luego de asesinarlos y los ubicaba en su museo (previo proceso de conservación). Después la cosa se simplificó. Fue la época en que un bancario, simplemente, coleccionaba mariposas, pero después se le dio por pasar a los humanos y raptó a una chica. El era Terence Stamp, el filme se titulaba "El coleccionista" y nada tenía que ver con éste que estamos viendo desde la inicial "El juego del terror" (2009). Esta suerte de "Fantasma de la Opera", que incorpora al coleccionismo humano, la variante de las sádicas formas en que mata a sus víctimas, más los siniestros obstáculos que hay que sortear para ganarse la muerte final. EL DIVINO MARQUES En esta "Juegos de muerte", aunque la historia de morbo y horror se repite, ciertos elementos se depuran. Se aprecian creaciones estéticas en paneles de agua que harían las delicias del Marqués de Sade, aparece la famosa silla de púas de "La condesa sangrienta" y hay una escena de aplastamiento en un garaje utilizado para una fiesta disco, digna de un asesino serial. Aquí aparece una señorita de nombre Elena (Emma Fitzpatrick), que no es la de Troya, pero que por ser elegida por el siniestro coleccionista (Randall Archer), desencadena una guerra en la que participarán, desde un ex prisionero de la "Casa de la muerte", hasta mercenarios contratados por el millonario padre de Elena y que logran entrar en el hotel del horror. La atmósfera es la misma, el sadomasoquismo y la morbosidad permanecen, pero el manejo de ciertas líneas argumentales, características de los personajes y motivaciones de conducta dan al "thriller" una onda diferente. Lo formal es como siempre impecable, se destaca el uso del sonido y tiene que gustar a los fanáticos del horror y la sangre cinematográfica. Correctas las actuaciones de Emma Fitzpatrick (Elena), Randall Archer (el coleccionista) y Andre Royo (Wally), una de las víctimas.
Un gángster raro y sensible Si uno tiene un problema y un amigo trata de ayudarlo, no hay por qué negarse. Eso es lo que le pasa a Marty (Colin Farrell), que no encuentra el tema para su obra sobre psicópatas y su amigo Billy (Sam Rockwell), que complementa su magro sueldo de actor de segunda, con el negocio del rapto de perros, tarea fácil y lucrativa. Lo que ninguno piensa es que en una de las jaulas de perros, en proceso de espera para ser recuperadas, va a estar la clave de su desgracia. EL SOCIO La historia se complica con Hahn (Christopher Walken), el socio de Billy, en proceso jubilatorio y que lo ayuda en el negocio perruno. El asunto es que uno de los perritos capturados, un shi tzu de ojos enormes, es el amado de Charlie (Woody Harrelson), un capo mafia de fijaciones freudianas. Establecida la ronda, el asunto se completa con otra ayuda del amigo de Marty, que convoca psicópatas a través de un aviso en un diario para ayudar a su amigo del alma. Y el caos comienza. Martin McDonagh ("Escondidos en Brujas"), su director, no transforma el filme en drama, no es su estilo. El excéntrico inglés, con una narración poco fácil, pero absolutamente clara al final, ensarta las cuentas de un collar complicado y las va definiendo. HUMOR ACIDO Con un humor ácido, la ironía constante, el sarcasmo a flor de piel, construye una comedia lunática, donde la causalidad es una excepción y el azar una constante, con minutos finales en locaciones desérticas que evocan el cine de cowboy y la Arizona de un clásico del cine americano, "Duelo al sol". Sin embargo esa eclosión de energía que es el comienzo se desinfla y distrae inexplicablemente en los minutos finales. A pesar de todo, "Sie7e psicópatas" es una obra inteligente, creativa, muy con el estilo de Quentin Tarantino, que permite disfrutar de notables actores como Christophen Walken y la troupe que lo rodea. No falta nadie, incluso Harry Dean Stanton, en una pequeña participación y haciendo de él mismo.
La eterna aventura de crecer Hubo un buen libro, ahora hay un atractivo guión, bien diseñado desarrollo con situaciones creíbles, música atractiva y ritmo contagioso. Este es un filme basado en una novela exitosa de Stephen Chbosky, que habla sobre los problemas de los adolescentes y ubica la acción en Pittsburgh, durante la década de 1990. Charlie (Logan Lerman) es el introvertido protagonista que trata de superar conflictos familiares y ubicarse en el primer año de su secundaria. Por supuesto que es un mundo nuevo, muy distinto del que proviene y que supone un desafío. La muerte de su amigo, la no dependencia de los padres trae una independencia social, que difícilmente pueda alcanzar solo. El suicidio de su compañero lo afectó y necesita urgentemente formar una red que lo contenga. Por suerte aparecen los medio hermanos Patrick (Ezra Miller) y Sam (Emma Watson). La tabla de salvación de Charlie está a la vista. UN BUEN GUION "Las ventajas de ser invisible" es una atractiva comedia sobre problemas de la adolescencia y las posibilidades que brinda el entorno para sobrevivir. Presiones emocionales, acoso sexual, miedo a no integrarse, aceptación de la homosexualidad, violencia, alcohol, drogas. Un mosaico intimidante ante el que los pares serán una contención invalorable para cualquier evolución posterior. Hubo un buen libro, ahora hay un atractivo guión, bien diseñado desarrollo con situaciones creíbles, música atractiva y ritmo contagioso. Y fundamentalmente muy buenas actuaciones, especialmente de Ezra Miller (Patrick), el recordado actor de "Tenemos que hablar de Kevin", donde el ahora divertido Patrick enloquecía no sólo a su familia. En cuanto a Sam (Emma Watson), su media hermanita en la ficción, que hizo el papel de Hermione en "Harry Potter", muestra ductilidad en su nuevo personaje junto con Logan Lerman (Charlie), el tecladista del grupo Indigo.
Una herencia algo compleja Filme de rutas, de soledades, de la imposibilidad de cerrar ciclos, de permanentes vueltas de llaves impidiendo la realidad. Un intento de utopía que puede llegar a concretarse. Es como meterse en un laberinto del que la única forma de salir es por arriba, porque los accesos están blqueados. Esa es la sensación que debió tener la figura central del documental, Daniele Incalcaterra, ante los obstáculos que debió superar para acceder a las cinco mil hectáreas que le legó su padre en la zona del Impenetrable, en Chaco. Cuando Incalcaterra decidió entregar esas tierras para la construcción de una reserva natural, no imaginó el desbarajuste que provocaría. Porque a medida que se desplaza por el Chaco Paraguayo, ve que sus tierras, ésas que quiere dejar para los que siempre la habitaron, los guaraníes, forman parte de extensiones mayores y monopólicas, que la tala de árboles es una realidad, que la burocracia domina todas las oficinas que visita, que el contrato de propiedad es doble y que sus tierras fueron vendidas dos veces a diferentes personas. ARDUA DONACION Daniele quiere esas tierras para los indígenas, pero llega a la conclusión de que lo único que puede preservarlas, e impedir que la donación sea anulada es que sean consideradas reserva nacional. Y eso es un largo camino. Camino en que nombres como Tranquilo Favero, o un tal Romero, sean tan poderosos como para poder detener la investigación. El viaje de Daniele Incalcaterra por las rutas rojizas, con un ornitólogo de acompañante, parecerá no querer acabar, e ir derribando una a una las barreras que la burocracia mantiene. Viaje hacia lo que el destino reservó para uno. Viaje con algo de zonas prohibidas, donde un candado aisla una estancia de la realidad, o la memoria no deja paso a la nostalgia. Cuando finalice el viaje, y no revelamos el final, la realidad parecerá imposible, las trabas resultaron inútiles y el hijo que está por nacer de Incalcaterra no tendrá ya tantos problemas para considerar su herencia. Filme de rutas, de soledades, de la imposibilidad de cerrar ciclos, de permanentes vueltas de llaves impidiendo la realidad. Un intento de utopía que puede llegar a concretarse.