Vamos a ser claros, "Una familia numerosa" tiene todos los elementos necesarios para ser, por lo menos, una comedia entretenida. Un actor de probada eficacia en el género, actores secundarios ídem, una premisa bastante original aunque algo disparatada, y hasta el antecedente de estar basada en otra película (con la cual comparte equipo detrás de cámara) que ganó premios como mejor guión. Sin embargo algo se pierde en el medio, el conjunto de esos aportes toma otro rumbo y se entra en un mar de indefiniciones. Basada en el film canadiense "Starbuck" de 2011 dirigida por el mismo director de esta, Ken scott (con más experiencia en guiones sobresalientes como "La Gran Seducción"). El protagonista es David (Vince Vaughn) el típico eterno adolescente que no sabe muy bien cuál es el camino al que conduce su vida y poco le importa. Repartidor de carnes, en su juventud fue un donante de esperma; y por un error, en la clínica aquella vez le dieron su muestra a todas las clientas del lugar. El resultado toca a su puerta cuando un hombre le anuncia que es padre de 533 hijos y varios de ellos, 142 para ser exactos quieren conocerlo; además espera otro hijo de modo “natural”. Pasada la sorpresa, la ira, y todos los estados que permitan a Vaughn hacer unas muecas aparentemente graciosas y subir su tono de voz a límites entre el grave y el agudo; David decide, con los perfiles de sus hijos en mano, ir a conocer a cada uno de ellos; y así emprende un camino al autoconocimiento. El principal inconveniente de Una familia numerosa es su permanente intermitencia. A diferencia de la original canadiense más inclinada a un tono desprejuiciado con tonos dramáticos, aquí se pretende utilizar el film como un vehículo para otro protagónico del actor de Los rompebodas. Así, constantemente hay un debate entre el gag y la comedia rápida y ligera, y el drama aleccionador que no se priva de algún golpe bajo. Chris Pratt (a quien dentro de muy poco veremos en la nominada Ella) y Cobie Smulders ("How I Met Your Mother") secundan de manera acorde a Vaughn, intentan agregarle algo de gracia y simpatía; pero el guión constantemente los va desplazando a favor de la veta más autocomplaciente del film hasta llegar a un final que no cuadra del todo bien. Vince Vaughn tiene momentos alegres, alguno disparatado, y hasta puede parecer gracioso en ciertos tramos, pero falla cuando tiene que hacer que su personaje empiece a sentar cabeza; cuesta encontrarle un término medio, una transición, que en definitiva es lo que propone el film. Hollywood suele hacer remakes de películas extranjeras para adaptarlas no sólo a su idioma sino a su idiosincrasia. Algo de eso hay en "Una familia numerosa", y es su principal falencia, intentar crear una típica comedia norteamericana en medio de un drama aleccionador que les resulta completamente ajeno.
No puede pasarse por alto que Extrañas Apariciones es un título que llega destiempo, a destiempo de todo. Ya ese sólo hecho lo hace un film verdadera curioso en la cartelera. Empecemos remarcando que llega a nuestro país un año más tarde que su estreno en EE.UU.; que aquí la primera parte no se conoció como Extrañas Apariciones “1” – este fue su título en México - sino como Invocando Espíritus; y además su título original ya no guarda coherencia tampoco, se sigue llamando Haunting in Connecticut cuando en verdad la historia – sin relación con la anterior – sucede en Georgia (tal cual lo aclara en el subtítulo). Aún si obviáramos estas peculiaridades estamos frente a un film que pertenece a una temática que, en el mundo tan fluctuante como el del género de terror, pertenece a una “moda” que “ya pasó”, la de los films de casas embrujadas por espíritus con asuntos pendientes, dispuestos a tomar “posesión” de los nuevos integrantes. Claro, todo toma más claridad si vemos que el año pasado, James Wan la pego por dos con El Conjuro y la secuela de Insidious, talvez revitalizando el subgénero. Veamos, “primera parte” tenía el atractivo de la siempre llamativa Virginia Madsen como una madre que pasaba todas las penurias cuando se mudaba a una casa en Connecticut y su hijo enfermo de Cancer tenía visones y era poseído por un espíritu vengativo. También estaba Elias Koteas como el Padre exorcista. Aquí esos mínimos alicientes desaparecieron. La historia ahora es la del matrimonio de Lisa y Andy que se mudan a una casa en Georgia junto a su hija Heidi y la hermana de Lisa, Joyce. Claro, la casa viene con espíritus incluidos. Pero hay algo más, Lisa y Joyce justo poseen el don de ver fantasmas, lo heredaron de su madre, y tal parece que Heidi tiene ese don también, en fin, casualidades, o no, no importa. Así, el ignoto Tom Elkins (el director) va a hacer uso de todas las armas frecuentes de estas películas para contarnos a través de flashbacks y apariciones varias la historia de los integrantes anteriores de la casa y del pueblo, y parece que viene pesada. Lisa y Joyce se toman el tema de la visiones de modos diferentes, y en el medio Heidi, la nenita, sufre y se espanta. Extrañas apariciones 2 no es un film de terror, aún menos que Invocando espíritus, es un drama sobre tres mujeres que ven fantasmas y se enteran de un hecho feo del pasado del pueblo; hay algunos golpes de efectos, movimientos de cámara y música incidental para el caso, pero no va más allá de eso. Todo en la película apunta al promedio, no tiene otras aspiraciones, y así se conduce al espectador a una suerte de letargo, del que solo saldrá cuando la música retumbe. Casi no hay caras conocidas, tal vez a alguno le resulte conocido el carlindo Chad Michael Murray como Andy. El resto del elenco lo integran Abigail Spencer (Lisa), Katee Sackhoff (Joyce) y Emily Alyn Lind (Heidi) todos con interpretaciones sin destacar, como la mayoría de los elementos que rodean este film. Al final, las intrigas mayores no tienen que ver con el argumento sino con todo lo que rodea a su estreno, y al oportunismo de un título algo engañoso.
El cine inglés tiene trayectoria en narrar historias de marcado tinte social con un tinte de agradable humor para descomprimir o bien burlarse de sus propias desgracias. El célebre Mike Leigh es uno de los ejemplos más fuertes con su filmografía plagada de comedias dramáticas en barrios obreros. Dentro de ese “estilo”, Stephen Frears siempre buceo por las ambigüedades, dueño de una carrera ecléctica, podemos hablar de dramas victorinos, films generacionales, biopics de la realeza, y claro, también, alguna película de denuncia sin llegar nunca al fondo de la cuestión. Philomena es el nuevo film de Stephen Frears, por el cual recibió varias nominaciones a los Premios Oscars, inclutendo a Mejor Película, y podríamos decir a primera línea que todos los tópicos de su filmografía están ahí presentes, esta vez en plan “historia de vida”. Basada en un hecho real, Philomena Lee (Judi Dench, magnífica como – casi – siempre) es una mujer que sabe de pelearla, y cómo. Su historia bien podría integrar el panel de testimonios de algún programa “vespertino”, de esos que se dedican a escuchar (¿y solucionar?) dramas personales. Philomena es una enfermera jubilada, realmente entrañable, perteneciente a los barrios obreros, a las clases bajas, pero necesita seguir en pie. Hace cincuenta años tuvo que dar a su hijo en adopción, obligadamente, y de ahí en más su vida está dedicada a encontrarlo. Frears sabe cómo narrar una historia y llegar al alma del espectador, unió a la Philomena de Dench con el personaje de un ex presentador de la BBC que también supo integrar la dirección de comunicaciones de Tony Blair, personaje que también se encuentra atravesando una mala etapa. Que este personaje, Martin Sixsmith, sea interpretado por el simpático Steve Coogan ya nos marca algo. El film nos muestra la búsqueda actual de Philomena, la relación con Sixsmith que se interesa en su historia, y el pasado de la mujer, como una adolescente interna de un colegio de monjas, que quedó embarazada y a la que, básicamente, le quitaron su bebé, o la obligaron a desprenderse de él. Inteligentemente Frears no recarga las tintas, cuando la crudeza de la represión religiosa se pone áspera, intercala una situación amena, para relajarnos. También es cierto que cuenta con un manejo técnico envidiable al que hay que sumarle una banda sonora más que potente a cargo del reconocido Alexander Desplat. Dench y Coogan se encuentran en su juego, juntos o separados sus interpretaciones realzan el film; y como ya se ha dicho, esta calidad interpretativa es acompañada por un armado técnico sobresaliente similar al que Stephen Frears realiza en cada uno de sus films para coronar un todo redondito. Philomena es un film que sabe ser agradable, y sabe ponerse serio cuando lo necesita; talvez pueda reprochársele cierto “paseo” por algunos temas, alguna falta de profundización. Pero estamos frente a un típico producto de temporada de premiaciones, y en ellos, la profundización no es lo acostumbrado.
Hay películas que están pensadas para ganar, o por lo menos ser firmes candidatas, en los premios Oscar. Esto es tan innegable como que pareciera haber una fórmula para asegurarse esta premiación o candidatura (que por otro lado trae dividendos que muchas veces el film de otro modo no traería); y que esa fórmula varía, en pequeñas proporciones temáticas, dependiendo, claro está, del momento histórico/político de la sociedad norteamericana. En los últimos años, presidencia de Barack Obama y post atentado 11-S y guerra contra Irán, afloraron los relatos sobre la libertad, sobre una mirada regresiva a su propia sociedad, algún conflicto contra Oriente, y más aún, las historias sobre el segregacionismo de la raza negra. 12 años de esclavitud, salvo en el tópico Oriente Medio, no se priva de ninguno de los puntos clave para ser oscarizable; y algo de razón debe tener, es el segundo film con más nominaciones a estos premios en este año (detrás de Escándalo Americano), y ya se llevó importantes premios en el sector dramáticos de los Globos de Oro. Ahora, pasado el brillo de las ceremonias, ¿recibir estas premiaciones automáticamente lo convierte en un buen film? Aclaro, antes de seguir, que no soy un fiel admirador de la filmografía de Steve McQueen, a mi modo de ver un cineasta acostumbrado, con tan sólo tres films (incluyendo este, por supuesto) al golpe de efecto, al impacto, a la polémica para atraer público. Hecha la aclaración del caso, vemos que aquí el protagonista es Solomon Northup (Chiwetel Ejiofor) un hombre, de color (como les gusta decir a los norteamericanos), músico, culto, y lo más importante, libre. Pero estamos a mediados del Siglo XIX, y Solomon es engañado, y es vendido como esclavo... durante 12 años. En este período, Solomon pasará por varias manos, varios amos, y aunque variarán los perfiles (el primero, Ford, interpretado por Bennedict Cumberbatch hasta parece buena gente) con cada uno vivirá un tormento diferente. Tormento que McQueen no se arriesgará a insinuar, sino que pondrá toda la carne al asador, literalmente. A Solomon lo latiguean, lo laceran, lo vejan de miles de formas, todo en primer plano y con música y sonido rimbombante como para que el espectador lo acompañe en el sentimiento. Formalmente 12 años de esclavitud luce fríamente calculada, su fotografía, de impacto, es más que correcta, se logran planos complejos, juegos de luces, y un manejo de la cámara para nada reprochable. Pero a su vez, este correctismo sumado al impacto constante de las imágenes que la llevan a un regodeo lo vuelven un film, precisamente, frío, distante, sin real alma. El relato es lento, perezoso, como si tuviese miedo de profundizar en datos y recae siempre en lo obvio, en el golpe de impacto, en la carne mutilada. Ejiofor, ya está acostumbrado a hacer de esclavo, y su labor es muy convincente; lo mismo podríamos decir de Cumberbatch y otros roles secundarios como el de la también nominada Lupita Nyong’o. Pero otros, sobre todos los malvados, y en especial el Edwin de Michael Fassbender (actor fetiche de McQueen) lucen demasiados estereotipados, casi caricaturescos en su “maldad” lo cual los convierte en difícil de asimilarlos a la realidad. Por supuesto, como manda la regla, tenemos la placa “Basado en un hecho real” (se basa en la biografía del Solomon real); pero lo que se ven en pantalla no parece querer ajustarse a un hecho histórico real, sino al regodeo de una tortura. Por otro lado, es interesante la acumulación de estos films de denuncia salidos de una sociedad que aunque abolió la esclavitud, sigue manteniendo las diferencias raciales intactas; tan intactas como para realizar un film en el que la cuestión de la esclavitud es reducida a ser tratada de un modo similar que en un film gore.
Hay una idea preconcebida sobre los géneros cuando nos acercamos a ellos. El espectador se predispone de diferente modo para ver un drama, una comedia, o una de terror; también si afrontaremos un documental. ¿Pero qué pasa si esos límites se corren? Si la diferencia entre un documental y una película de ficción ya no es tan clara. Eso es lo primero que llama la atención en El ojo del tiburón cuarto largometraje de Alejo Hoijman, en el que vuelve a utilizar esta fórmula luego de Unidad 25 ganadora del BAFICI 2008 como Mejor Película Argentina. La película sigue los andares diarios de Maicol y Bryan, dos adolescentes, de 14 y 15 años respectivamente, que viven en un pueblo selvático, alejado de toda urbanización, en los interiores de Nicaragua. Estos jóvenes aprovechan esa soledad que les da vivir en un lugar al que sólo se puede llegar por agua. No tienen conexión con el exterior y viven de un modo totalmente distinto al de cualquier otro adolescente que conozcamos en la ciudad. Claro, sus preocupaciones tampoco son las mismas. Pareciera no ser mucho lo que les sucede a estos dos amigos, y sin embargo, su micromundo está plagado de riquezas, de conocimientos que a otros les parecerán salvajes, pero que resultan fundamentales para la supervivencia, para realmente pelear la vida. Su vida pasa por cazar, recostarse en el suelo o en la hamacas, aprender conocimientos sobre supervivencias, y agudizar los sentidos en pos de ello. Ahora, Maicol y Bryan no son personajes de ficción, sus diálogos no parecen ficcionalizados sino enteramente naturales; actúan como si la cámara no estuviese allí... o casi. El documental tradicional emplea métodos conocidos como las cabezas parlantes, los testimonios, placas y ese tipo de elementos que cortan el argumento típico de un film de ficción. Por otro lado, el documental de observación permite que la cámara sea imperceptible, que no la veamos, que el film se viva como una ficción aunque sepamos que la historia real, los personajes tienen un fin y lo desarrollan y en ningún momento hacen referencia al espectador o al detrás de cámara. Hay (muchísimos) ejemplos que mezclan las dos vertientes, y hasta la clásica mirada lejana que utiliza la voz en off del documentalista para acercarse a una realidad ajena, el documental etnobiográfico. El ojo del tiburón no es nada de ello, pareciera un puro documental de observación, pero de pronto, Maicol y Bryan miran a cámara, de reojo, como si fuese un insecto que les molesta, algo que perturba esa soledad a la que están acostumbrado. También, de la nada, en medio de sus charlas reposadas cuelan frases que hacen referencia a quienes los están filmado, o a quienes los van a observar desde el otro lado de la pantalla, desde el otro lado del mundo. Así, la cámara de Hoijman se transforma en un tercer intérprete, que el espectador no percibe pero los dos amigos sí, e interactúan en base a ello. El ojo del tiburón ofrece una mirada curiosa, diferente, un acercamiento cabal y frontal a una realidad diferente a lo que vemos todos los días. Vale como documento, como testimonio, y también vale como una experiencia cinematográfica muy singular.
Latinoamérica está “acostumbrada” a moverse como un bloque, lo que suele suceder en un país, su situación política, repercute en las demás repúblicas hermanas repitiéndose. Los procesos militares no han sido la excepción; por eso un documental uruguayo como El Almanaque se siente tan nuestro como cualquier film que hable de nuestra etapa comprendida entre 1976 y 1983. Jorge Tiscornia fue un preso político durante la última dictadura en Uruguay. Estuvo preso 4646 días, 12 años desde que fue detenido. En ese proceso, se dedicó a llevar un diario para jamás olvidar lo que viviría en ese tiempo. Si de algo estamos seguros es que tenemos prohibido olvidar. El documentalista José Pedro Charlo basa la historia en la recreación de ese diario, en mostrarlo a Tiscornia durante el encierro (con sus zuecos hechos por él mismo) y en el después, cuando recupera la libertad. Es poco lo que se dice del antes, lo justo y necesario para que sepamos cómo se desembocó. Tiscornia era un estudiante, militante de la agrupación Tupamaros por lo que el proceso militar lo tuvo desde el principio en la mira como a tantos otros. No hay un registro de esos años previos, talvez dejando bien claro que no importa cómo se termina en el horror de ser preso político, que no hay una justificación. Encerrado en el Penal Libertad (¿ironía? Seguro) lo único que puede hacer para escapar, para mantener su mente ocupada es escribir, documentar; y esos textos recién salen a la luz con este documental, sirviendo como un ejemplo cabal, en primera persona, de lo que debían pasar miles de personas, en toda Latinoamérica, presas por sus ideales políticos. Hoy en día Tiscornia Jorge trabaja en una cooperativa y es fotógrafo amateur, puede ser otra persona, pero las marcas estan ahí, para hacernos ver que sigue siendo el mismo, el que estuvo preso, y el que militaba en Tupamaros, las ideas no se doblegaron. La cámara de Charlo lo sigue de cerca, minuciosa, detallista, con planos cercanos o en panorama para mostrar el entorno. Posándose en un objeto, en un gesto, o moviéndose continuamente, según sea necesario. Se construye un relato, una historia, en base a un texto muy personal. Técnicamente el trabajo de Charlo es impecable, la fotografía es exquisita en varios tramos, y los detalles, que parecen insignificantes, cobrarán un singular valor para los más atentos. Pero lo fundamental es la historia, atrapante pese a su pasividad, construida en un documental, y a través de relatos sueltos; el espectador posará los ojos sobre lo que se muestra y no se desprenderá. El Almanaque es otro punto de vista del horror que Latinoamérica vivió por más de dos décadas, un asunto que sin duda alguna es inagotable, y que como lo demuestra este film, es imposible de olvidar
Un triángulo amoroso de cuatro aristas, eso es el planteo de Deshora, debut en la dirección de largometraje de Barbara Sarasola-Day que también se encargó del guión. Ernesto (Luis Ziembrowsky) y Helena (María Ucedo) son un matrimonio aparentemente consolidado, fuerte. Se encargan de una finca importante en la que desarrollan varias actividades (como la cría de animales y la cosecha de caña) con un número considerable de empleados. Pero a toda estabilidad le toca el cimbronazo para que haya argumento. Hace su aparición Joaquín (el colombiano Alejandro Buitrago), primo de Helena, inestable. El hombre se queda en el lugar, se instala en sus vidas, y pronto llega el trío amoroso, emocional. En esta relación de a tres, todos empiezan a cambiar a medida que se desarrolla, sobre todo Helena; demostrando que la estabilidad conyugal talvez no era tal. La cuarta arista de este triángulo la conforma el entorno, la finca y todo lo que la rodea. Inteligentemente Sarasola-Day no precipita su relato, lo va conduciendo como una canoa en aguas tranquilas, apacibles. Hasta la llegada de Joaquín el film nos muestra la rutina diaria, los hechos compartidos que hacen a la unión conyugal, el día a día del trabajo del campo, bien diferente a lo que podría ser una pareja citadina. Aún cuando ni bien llega el extraño, el extranjero parece amoldarse a esta rutina. Nada es inmediato en Deshora, todo se da progresivamente. Este ritmo paulatino, se cuela por dos vertientes. Por un lado en la primera parte del film pareciera ser de esas historias en las que nada trascendental fuese a ocurrir, una cámara posada en los detalles, fija, de tomas largas. Poco a poco comienzan los quiebres, se desarrolla la crisis y ahí la pasividad del primer tramo cobra otro tamiz, un significado que antes no se percibía. Aún así, el trío y la ingerencia que esa circunstancia tiene en cada uno de ellos no será súbito; la cámara de Sarasola-Day nunca perderá de vista los detalles, el tono intimista. Con una fotografía que sabe aprovechar los espacios rurales, un ritmo que sabe inducir la inminente violencia en la que todo decantará, y una dirección de actores marcada pero libre; Deshora luce como un trabajo riguroso, ajustado, y a su vez simple. Tanto Ziembrowsky, como Ucedo (que merece mayor reconocimiento del que tiene), y el por aquí desconocido Buitrago se notan sólidos en sus respectivos roles, variando sus matices y acrecentando sus personalidades. Deshora es un film que termina entregando más de lo que parecía, más de lo que prometía. Puede que no sea perfecto, que necesite algunos ajustes; pero sobre todo valorando el trabajo de una ópera prima, el resultado es más que esperanzador.
Ya sabemos que Hollywood siente un placer especial por devorarse los orígenes clásicos en los que basan varios de sus relatos, y convencernos de que esa idea, esa nueva historia o versión que inventaron ellos es mejor que el relato lo que se creo originalmente y que por algo alcanzó el “status” de clásico. Así, por ejemplo, se me viene a la memoria ahora, recordar una frase de la olvidable Tomb Raider: La Cuna de la vida “¿La caja de Pandora?,-el mito griego- eso es sólo un cuento de niños”. Esto servía para dar pie a un argumento en el que una cajita con FX’s desplegaba virus mortales y hacía que la gente mutase, en fin, vemos cuál de los dos es un cuento de niños. La leyenda de Hércules es otra prueba más de este mal del cine mainstream, y lo más significativo es que en las últimas semanas se estuvieron agolpando vatios ejemplos como 47 Ronin y Yo, Frankenstein; y en los últimos tiempos podríamos sumar a Jack, el Cazagigantes, Hanse & Gretel cazador de monstruos, o Blancanieves y el cazador. La fórmula parece sencilla, se toma sólo el lineamiento general, se le agregan datos que supuestamente la hacen más “terrenal”, una buena dosis de violencia y efectos digitales, una cámara de estilo Matriz, y pasamos por caja a cobrar. Veamos, en esta oportunidad se toma al mito de Hércules, pero sólo sus orígenes, y por supuesto con muchísima “inventiva” capaz de alterar hechos o mezclar la mitología griega con la romana. El Rey Amphitryon es un déspota que somete a su pueblo y vive entre combates sangrientos. También somete a su esposa Alcmene que recurre a la ayuda divina sucumbiendo ante la lujuria de Zeus por lo que quedará embarazada de un semi-Dios cuyo destino es ser el salvador. Pero el rey desprecia al pequeño desde el comienzo, niega la pretensión de Alcmene de llamarlo Hércules y por el contrario lo llamará Alcides, que crecerá bajo la sombra de su hermano (o medio hermano en verdad) Ificles. Pasan 20 años y las cosas no cambiaron más allá de que ahora los bebés son muchachos musculosos y aceitados. Alcides se enamora de Hebe, princesa de Creta... pero esta tiene un compromiso con Ificles que complicará todo. En medio de un conflicto Amphytrion hará desaparecer a Hércules/Alcides, se lo dará por muerto, pero no, terminará como esclavo desde donde se pergeñará una venganza para reclamar su amor a Hebe y terminar con la tiranía del rey y su medio hermano. Hay más situaciones, pero esto es lo principal. Los hechos se narran con gravedad, música y ritmo grandilocuente, desde ahí todo parece enorme. Lo que se contrapone con una puesta en escena más propia de un film clase B. El director finés radicado hace añares en EE.UU. Renny Harlim tiene basta experiencia en este tipo de películas, films de aventuras menores, de argumentos sónadamente inverosímiles. Su capacidad radica en tapar los agujeros con entretenimiento, y aquí lo vuelve a hacer. La película hace uso de todos los recursos ya conocidos para estas películas, objetos que se nos vienen encima (sea 3D o no), un tono mate permanente, combates porque sí, escenas polvorientas, lluvia copiosa y digital, ralentis sn ninguna lógica, y hombres exhibiendo pectorales trabajados. Pero de alguna manera no resulta tan sobrecargada como las dos Furia de Titanes (nueva versión) ni tan vacía y ensamblada como 300. Con muchas ideas tomadas de Gladiador, ese sentido Clase B termina beneficiándola, el ritmo de la narración se asemeja a las miniseries noventosas para televisión, y los efectos lucen baratos pero desprejuiciados, claro sin acercarse si quiera a la magia de Ray Harryhousen. En cuanto al rubro actoral, es poco lo que hay para destacar, a Kellan Lutz Hércules le queda enorme principalmente porque adolece de carisma; Gaia Wess como Hebe aporta sólo belleza, y Scotr Adkins se presenta sobreactuando como el pérfido rey. Podríamos decir que Harlin impuso su marca en un típico producto de la última era hollywoodense. La leyenda de Hércules, para quienes desconozcan qué es la mitología puede ser un producto apenas pasable, superior a los dos films basados en leyendas clásicas estrenados en lo que va del año, pero no mucho más que eso. Un entretenimiento que no profundiza demasiado, no tiene reparo en tomarse todas las libertades posibles... pero en definitiva que cumple con la premisa.
Hollywood ama homenajearse a sí mismo. Ya sea en grandes ceremonias, en eventos publicitarios, o realizando películas autoreferenciales. En los papeles El Sueño de Walt parecía encaminada a ese propósito, pero en su traspaso del guión a la pantalla ofrece un elemento que la diferencia, una actriz, Emma Thompson, que se adueña de todas las escenas, aún de aquellas en las que no aparece. Erróneo título local, el nuevo film de John Lee Hancock no se apoya en la figura de Walt Disney, ni siquiera (como nos quieren hacer ver) en la relación de este con P. L. Travers autora del libro Mary Poppins; es la historia de esta última y sus sensaciones ante la posibilidad de una adaptación al cine de su personaje tan celosamente cuidado. Pamela Travers (Emma Thompson) no es para nada una mujer sencilla, ni menos fácil de llevar. De porte inglesa, Pamela se auto recluyó hace tiempo, detesta a casi todos (en especial si son norteamericanos), y viene rechazando las ofertas del ambicioso Walt (Tom Hanks) para comprarle los derechos del personaje hace varios años. Pero las deudas la aquejan, y forzosamente acepta viajar hacia los estudios del Ratón Mickey para supervisar el guión del posible film, sino está de acuerdo y no aceptan todas sus sugerencias, no firmará el contrato de cesión de derechos y el proyecto por lo tanto quedará trunco. savingmrbanks-trailer_ew Para quienes lo desconocen, el Sr. Banks del título original es el padre de los niños que cuida Mary Poppins, y su inclusión en el título de esta película tiene que ver con los dos relatos que se iran contando en paralelo. Mientras la actual Pamela sigue de cerca el proceso de creación del guión y disiente sobre cada punto y coma de modificación (enloqueciendo a todo el estudio), a través de recuerdos la veremos de niña junto a su familia y en especial su padre (Collin Farrell) tan amoroso con sus hijos como descuidado y sumido en el alcohol. La relación de Pamela con su padre va progresando (o involucionando), y mientras la Pamela adulta va abriéndose ante las posibilidades y reconociendo el espíritu de aquella niña que por circunstancias de la vida ya no es. Es importante remarcar que otra sería la película sino contásemos con estos rubros actorales, Hanks no aborda todo el personaje que fue el inmenso, aunque ambivalente (hecho que acá se desconoce), Walt Disney pero lo resuelve con muchísimo carisma. Farell se luce en su rol de un padre con una faceta para sus hijas y otra para el mundo adulto; lo mismo podríamos decir de Jasón Schwartzman, Bradley Whitford y Paul Giamatti. Pero aún así todos quedan a la sombra de la aplanadora que es Emma Thompson, P. L. Travers es ella, llena de gestos, matices, un modo de hablar y caminar particular, su interpretación es realmente inmensa y para aplaudir a rabiar. En cuanto al resto de los rubros hablamos de un film promedio, agradable. Hancock sabe construir películas edificantes, y se agradece que esta vez haya dejado de lado su cuestionable costado político. La ambientación de (las dos) época/s es prolija, sin desmesuras ni clichés; lo mismo para la visión que el propio Estudio Disney tiene de su imperio. Tierna, simpática, melancólica, y profundamente cinematográfica, El sueño de Walt es una de esas películas pensadas para las premiaciones, y como tal cuenta con un elenco de lujo, uno que la eleva a una categoría superior a lo que hubiese logrado sin ellos en sus puestos.
Llámeselo culpa de la modernidad, del estilo de cultura estadounidense, o simplemente falta de creatividad para crear historias nuevas; el espectador tuvo que acostumbrarse de acá en unos años atrás a todo tipo de anacronismos, extrapolaciones estéticas de personajes o historias populares a los modos del hoy día. Más si pensamos que la nueva moda del cine de acción y aventuras es adaptar comics o novelas gráficas de cierto éxito; esto es lo que sucedió con 300 (de inminente secuela), Abraham Lincoln: Cazador de Vampiros, la aún en cartel 47 Ronin; y es el caso de Yo, Frankenstein que posee de la novela de Mary Shelley poco más que el nombre del Doctor que figura en el título. Basada en la novela gráfica de Kevin Grevioux (co-autor del guión junto a Stuart Beattie el también director), la historia, contada en una suerte de primera persona, comienza luego del asesinato del Doctor Frankenstein a manos de su creación, que ahora se llama Adam (Aarón Eckhart) en busca de venganza por todo el sufrimiento que le hizo padecer. Pero ahí nomás interrumpen en la acción unos guerreros que se transforman en gárgolas protectores y están interesados en “la criatura”. En realidad nos cuentan que desde épocas ancestrales las gárgolas protegen a la humanidad del intento de dominación de los demonios (que también se transforman humanos pero trajeados); y Adam es el botín preciado. Naberious (Bill Nighy), príncipe de los demonios descubrió cómo poseer un cuerpo humano, pero tiene que ser un cuerpo sin alma; por eso la invención de Victor Frankenstein, junto al Diario de anotaciones en el que detalla cómo llevar a cabo el proceso de resurrección de un muerto, es tan valioso. Quiere crear un ejército de no muertos poseídos por el demonio para dominar el mundo... claro que Leonore, reina de las gárgolas (Miranda Otto), tratrá de impedirlo protegiendo, o en todo caso asesinando, a Adam que ya no es más un gigante que no sabe moverse sino que se convirtió en todo un guerrero de armas tomar. Lo dicho, no hay ningún tipo de referencia a la obra El Moderno Prometeo, como así tampoco a la iconograía de la historia adoptada de los clásicos de la Universal. Adam es un ser creado con retazos de varios humanos (que encajan a la perfección salvo algunas cicatrices no muy notorias) y vuelto a la vida como un hombre capaz de desarrollar músculos. Para los propósitos de esta historia pareciera que no variaría si habláramos de cualquier afectado con un virus de “muerto vivo”. No son muchas las sorpresas que ofrece Stuart Baettie en su segunda película como director, y más acostumbrado a la escritura de guiones para tanques plagados de FX’s como este. Un argumento destinado a un público joven que desconoce todo antecedente, y aún así posee fisuras indisimulables; un impacto visual que a esta altura ya no sorprende; un incomprensible paso a la actualidad de la acción; y un puñado de actores de renombre en plan recaudación. Es un estilo de cine que se consume a sí mismo, que tiene seguidores fieles sin demasiadas exigencias, y que en base a un montaje videoclipero y música que no culmina nunca, intenta tapar los varios defectos que con un poco más de detalle y apego a las fuentes hubiese determinado un mejor destino.