El ojo del tiburón

Crítica de Fernando Sandro - El Espectador Avezado

Hay una idea preconcebida sobre los géneros cuando nos acercamos a ellos. El espectador se predispone de diferente modo para ver un drama, una comedia, o una de terror; también si afrontaremos un documental. ¿Pero qué pasa si esos límites se corren? Si la diferencia entre un documental y una película de ficción ya no es tan clara. Eso es lo primero que llama la atención en El ojo del tiburón cuarto largometraje de Alejo Hoijman, en el que vuelve a utilizar esta fórmula luego de Unidad 25 ganadora del BAFICI 2008 como Mejor Película Argentina.
La película sigue los andares diarios de Maicol y Bryan, dos adolescentes, de 14 y 15 años respectivamente, que viven en un pueblo selvático, alejado de toda urbanización, en los interiores de Nicaragua.
Estos jóvenes aprovechan esa soledad que les da vivir en un lugar al que sólo se puede llegar por agua. No tienen conexión con el exterior y viven de un modo totalmente distinto al de cualquier otro adolescente que conozcamos en la ciudad. Claro, sus preocupaciones tampoco son las mismas.
Pareciera no ser mucho lo que les sucede a estos dos amigos, y sin embargo, su micromundo está plagado de riquezas, de conocimientos que a otros les parecerán salvajes, pero que resultan fundamentales para la supervivencia, para realmente pelear la vida.
Su vida pasa por cazar, recostarse en el suelo o en la hamacas, aprender conocimientos sobre supervivencias, y agudizar los sentidos en pos de ello.
Ahora, Maicol y Bryan no son personajes de ficción, sus diálogos no parecen ficcionalizados sino enteramente naturales; actúan como si la cámara no estuviese allí... o casi.
El documental tradicional emplea métodos conocidos como las cabezas parlantes, los testimonios, placas y ese tipo de elementos que cortan el argumento típico de un film de ficción. Por otro lado, el documental de observación permite que la cámara sea imperceptible, que no la veamos, que el film se viva como una ficción aunque sepamos que la historia real, los personajes tienen un fin y lo desarrollan y en ningún momento hacen referencia al espectador o al detrás de cámara. Hay (muchísimos) ejemplos que mezclan las dos vertientes, y hasta la clásica mirada lejana que utiliza la voz en off del documentalista para acercarse a una realidad ajena, el documental etnobiográfico.
El ojo del tiburón no es nada de ello, pareciera un puro documental de observación, pero de pronto, Maicol y Bryan miran a cámara, de reojo, como si fuese un insecto que les molesta, algo que perturba esa soledad a la que están acostumbrado. También, de la nada, en medio de sus charlas reposadas cuelan frases que hacen referencia a quienes los están filmado, o a quienes los van a observar desde el otro lado de la pantalla, desde el otro lado del mundo.
Así, la cámara de Hoijman se transforma en un tercer intérprete, que el espectador no percibe pero los dos amigos sí, e interactúan en base a ello.
El ojo del tiburón ofrece una mirada curiosa, diferente, un acercamiento cabal y frontal a una realidad diferente a lo que vemos todos los días. Vale como documento, como testimonio, y también vale como una experiencia cinematográfica muy singular.