Hay otros mundos, distintos al nuestro, que desconocemos y que presentan variadas aristas como para resultar realmente atractivos. El estado de las cosas es un documental diferente, no toma a una personalidad como centro de crítica u homenaje; no muestra una realidad actual o histórica con ojo periodístico; tampoco avanza sobre una comunidad perdida (aunque algo de eso hay). El documental co-dirigido por Joaquín Maito y Tatiana Mazú podría denominarse documental de oficios. Una mirada aguida sobre el mundo de los remates, eso ofrece El estado de las cosas; ese trabajo en el que a todo se le pone valor y lo que para algunos ya no sirve para otros puede ser un objeto de valor incalculable. Pero tener una mirada aguda no significa ser sentencioso, todo lo contrario, lo que sobresale en este trabajo es un sentido del entretenimiento a medida que se exponen los testimonios y se grafican los ejemplos. Desde las personas que se dedican a ir a buscar casa por casa lo que las familias ya no quieren tener (sobre todo abundan los materiales de familiares difuntos), los restauradores, el entramado del remate, y los que con curren a esos remates para encontrar cosas que después ellos revenderán, o terminarán de darle su forma propia. Hay entrevistas de todo tipo, siempre ágiles y vívidas, lo que llamará de inmediato la atención del espectador. Se los indaga por su trabajo y por la vida fuera de la profesión y cómo llegaron ahí. Esto se suma a algunas imágenes, hallazgos, de la vida de los entrevistados fuera de su horario laboral, en momentos claves que escapan a la rutina, y que sin embargo cuelan algunos berretines del oficio. El estado de las cosas es un documental brioso, curioso, pequeño, imperfecto pero realmente muy entretenido. Quizás la idea de conocer una profesión ajena a la de uno, trabajo del que no se tiene demasiada idea de en qué consiste, logré ser lo suficientemente llamativa como para llamar la atención. No en vano, los tramos que hablen de lo que todos conocemos/suponemos, los del remate a bajada de martillo sean los más anquilosados del film, pareciera que tanto al espectador como a los directores les interesa conocer el más allá, el detrás de lo que todos vemos y no se nos muestra. Documental simple y directo, sin grandes hallazgos en lo estético más allá de algunos planos cuidados y pensados de antemano, como ciertas imágenes alegóricas y ejemplos comparativos muy ingeniosos; El estado de las cosas es un film que invita a descubrir, no una persona, no un hecho histórico, una tribu olvidada, o una cruda realidad; simplemente a gente como uno que trabaja de algo que rara vez nos imaginamos que podía ser así.
Tres directores, tres episodios, un día, un departamento, una pareja. Estos son los elementos con los que cuenta Mañana Tarde Noche tríptico dirigido por Federico Falasca, Tatiana Perez Veiga y Laura Spiner, integrado por tres fragmentos integrados entre sí. Cada director se encargará lógicamente de uno d los episodios, cada episodio representa un momento del día, y por lo tanto, cada uno será encarado de manera distinta. Los protagonistas y únicos personajes son Julia y Tomás (Katia Szechtman y Jair Toledo) una pareja joven que convive pero no sabemos hasta cuándo, parecieran atravesar una crisis. La mañana es a puro cámara en mano, pulsión sexual. Ambos expresan sus sueños con la infidelidad latente, y estos se representan. Por su estética se demuestra que si bien lo infiel parece ser aceptado, no está bien, causa convulsión, ruido en el otro. Los diálogos son incómodos aunque no parecieran tratarse de nada en concreto. Al llegar la tarde el diálogo ya no abunda, Tomás chatea con un amigo y se muestra lo que escriben; Julia llega y comienzan a escucharse voces del afuera; vuelve a surgir la idea de la infidelidad, tienen que salir a investigar de dónde vienen esas voces, y la situación entre ellos es cada vez más tensa. De noche, se preparan para asistir a un cumpleaños, la infidelidad otra vez pero ya no expresada en palabras sino vívida y no aceptada; nuevamente la pulsión sexual cerrando un círculo que podría comenzar como el día que está finalizando. Si bien cada director pondrá su sello, el clima general es similar, el agobio; lo cual nos retrotrae a la muy reciente Rosa Fuerte con la cual guarda más de un punto en común. Si bien se habla de otros personajes, como un omnipresente hombre vestido de gris, Julia y Tomás son lo único que se ve, encerrados, jadeados; y para eso es necesario, inevitable, apoyarse en los dos intérpretes. Szechtman y Toledo se cargan el film al hombro y salen airosos individualmente, aunque en conjunto lucen una química extraña, quizás por las propias situaciones que deben atravesar sus personajes. Individualmente, podríamos hablar del segmento “Tarde” como el más concreto y de algún hallazgo en lo narrativo subjetivo, pero como conjunto, Mañana Tarde Noche luce como un film experimental, introspectivo, curioso; para un público que busca formas nuevas y gusta de este tipo de historias que rozan lo voyeurista. Film festivalero, de estudiantes de cine; hay un público adepto a ellos, y el mismo puede disfrutarla todos los jueves de noviembre en el Centro Cultural de la Cooperación.
Los homenajes hay que hacerlos en vida, se suele decir; y aunque Ulises Dumont nos abandonó hace ya seis años; en Ulises, un alma desbordada se lo siente vivo, como si estuviese viendo su merecido reconocimiento ahí, al lado nuestro. Como buen intérprete Ulises siempre habló a través de su obra, no necesitó de ventilar su vida privada para llegar al reconocimiento del público, de la crítica y de sus pares; y esto es lo que queda claro al ver este trabajo documental de su amigo Eduardo Calcagno. Dumont participó, y protagonizó, cuatro de los seis films del director de El Censor y Los Enemigos; pero ya se conocían de antes, cuando Calcagno trabajaba como crítico y periodista. Fueron director y actor fetiche, pero antes fueron amigos; ¿y qué mejor que un amigo para realizar tan sentido premio? Ulises, un alma desbordada se arma a través de retazos, no es ni una biopic, ni el simple y conocido documental de personalidades; se habla de la persona a través de su arte, y deja que sean los que más lo conocieron los que hablen por él. A la manera del brillante documental estrenado el año Mercedes Sosa, La voz de Latinoamérica; no hace falta que nos metamos con su vida privada para conocer a la persona. En ese caso había sido la enorme colaboración del hijo de La Negra, en este caso, la dirección e intervención de un gran amigo. Es la ventaja de conocer al homenajeado de antemano, sentirlo propio y hacérselo saber al espectador. Ulises fue actor de cine (quizás de dónde más se lo recuerde) y televisión, pero antes fue actor de teatro, ámbito en el que se adueñó de personajes como Yepeto, al que pudo también llevar a la gran pantalla gracias al propio Calcagno. Todo esto se ve en el documental, fragmentos de su obra, y testimonios de quienes lo conocieron, artistas, familia, y nuevamente, el propio director. Ulises también habla con la voz prestada por ellos. Norman Brisky, Tito Cossa, Carlos Gorostiza, Esther Goris, Emilio Disi, y hasta el “Ancho” Peucelle (que falleció recientemente y haber cuándo le hacen un trabajo fílmico similar) entre otros, dan sus palabras sobre los encuentros con el actor. Se siente la pasión, las convicciones, y sobre todo las ganas de actuar y de querer decir algo con la interpretación. El artista tiene que comprometerse. Hay mucha emoción, al terminar el film uno siente la necesidad de aplaudir cómo si estuviese frente a la mejor de las puestas teatrales, quiere expresarle su contento a quienes le hicieron pasar un momento tan enriquecedor. Calcagno también logra que a través de la mirada de Ulises, se reflejen la de muchos actores y muchos artistas en general, sus palabras pueden ser las de muchos pares que viven para la profesión, y aunque no alcancen el status de estrella mediática, lejos están de necesitarlo. No conviene contar demasiado cuáles son las expresiones del reconocido y los suyos, es mejor sorprenderse y vivirlo en el contexto. Su director supo darle ritmo y hacer más allá de un documental, una película muy amena y conmovedora. No sabemos si Ulises tuvo tamaña caricia de sus colegas en vida, como suele suceder muchas veces con los artistas argentinos, se fue y dimos vuelta la página para ver qué sucedía en la vida de las estrellas extranjeras; pero esté donde esté, Dumont se sentiría muy complacido ante tanta demostración de cariño, una muestra de que no pasó en vano y dejó una huella imborrable para todos quienes lo conocieron personalmente o lo disfrutamos a través de su trabajo. Ulises no fue uno más, y este maravilloso documental lo bien claro. Recomendación total.
El triángulo rosa era la insignia con la cual de identificaba a los homosexuales en los campos de concentración pertenecientes al nazismo. Por supuesto, en un régimen con tanto odio visceral de raza, era lógico que los homosexuales fuesen “otra presa a combatir”. De ese combate, entre otros, se encargó el Mayor de la SS y médico Carl Peter Vaernet, monstruo que bajo la excusa de pretender curar ese mal que según él y sus estudios tenía que ver con las hormonas, realizó varios experimentos con los detenidos logrando una considerabla cantidad de muertos en sus manos; claro, está, muchos más muertos que los que producía la “enfermedad” que él quería exterminar. Vaernet gozó de cierta popularidad durante los comienzos del régimen nazi, y hasta varios laboratorios se vieron interesados en sus curas (que incluían, por ejemplo, lobotomía para los homosexuales), es así como luego de pasar por varios países europeos en plan de fuga llega a Argentina en calidad de refugiado, lugar en el que permaneció hasta su muerte en la década del ’60. Los directores Nacho Steimberg y Esteban Jasper toman como puntapié a este personaje nefasto de la historia del Siglo XX como puntapié para hablar en generalización de la marginación que los homosexuales han sufrido a lo largo del tiempo e inclusive en nuestros días bajo un aparente manto de mayor inclusión de la diversidad sexual. Steimberg se calza el documental al hombro, es él quien oficia como investigador y es su voz la que se escucha y la que le da visión y opinión al fin, no esperen ni por asomo, imparcialidad… y es que en estos casos es imposible lograrla. La investigación es minuciosa e íntegra, recorre no solo los pasos del doctor en nuestro país sino por toda Europa, y logra testimonios realmente interesantes, hasta de un heredero de Vaernet que dará su punto de vista al asunto. "El triángulo rosa…" se sigue con interés y también cierta angustia de hacer un balance y ver cuántas cosas realmente hoy han cambiado. Hay sentimiento y pasión en él, hay compromiso y seriedad. La diversidad sexual se convirtió en un tópico frecuente en el cine, sobre todo en el catalogado indie, pero documentales como estos caen como un balde de agua helada, necesario para despabilarnos de una buena vez, para hablar de la verdadera marginación. Para entender hasta dónde nos puede llevar el odio hacia el otro, y ya no hablamos sólo de una diferencia sexual, es el dejar de ver al otro como un igual. "El triángulo rosa y la cura nazi para la homosexualidad" es uno de los mejores documentales estrenados en el año; temática, causa, y técnica lo avalan.
Muchos fueron los festejos que se dieron en el marco del festejo por el Bicentenario de la Revolución de Mayo. En variados ámbitos, formatos y locaciones. No solamente ese descomunal desfile de varios días en la plaza frente a la Casa Rosada. Quizás uno de los más significativos, y que debió contar con una mayor difusión fue el proyecto Argentina Canta por la Paz. Enorme reunión de chicos de distintas procedencias formando un coro de 1810 integrantes para entonar canciones relacionadas con la búsqueda de la unión y por ende la paz definitiva. El realizador Alexis Roitman documentó el proceso de creación de este coro multitudinario, y el resultado es un bellísimo canto a la armonía titulado Ensayo de una Nación. Roitman apuesta a una suerte de minimalismo, no hay grandilocuencia, no hay superioridad de la forma por sobre el contenido. Técnicamente estamos frente a un documental formal, de cámara posada dejando que las cosas fluyan por sí. Y en ese aspecto gana, porque lo expuesto no necesita de adornos. La iniciativa muestra a los líderes del grupo coordinando todo, tomando las decisiones difíciles, logrando que nada se les escape de las manos y ultimando los detalles para que todo salga perfecto. Argentina Canta por la Paz consiste en un gran número musical, con canto y baile, varios artistas involucrados acompañando el evento, y como figura principal estos chicos, todos del quinto grado escolar, pero de disímiles puntos de nuestro país; y esto es lo que expone en primer plano el documental. Los hay de escuelas privadas y escuelas públicas, de clases más acomodadas y de pueblos y barrios carenciadas, de distintas razas, de diferentes orígenes. Pero todos se involucran en una masa en el que las diferencias desaparecen y no importa brillar por individual sino crear lo mejor para el conjunto. Sí, alguno puede decir que Ensayo de una Nación es un documental institucional, y no se equivocaría, pero estaría yendo por el camino contrario a lo que quiere dar por mensaje este film. No importa su procedencia, importa lo expuesto, el logro de ese evento único y ojalá que no irrepetible. Estos chicos crean un micromundo, esa es la idea principal, como esos simulacros de las reuniones de ONU que se hacen entre los colegios. Si estos chicos pueden hacerlo ¿por qué no podemos hacerlo nosotros? Como si fuese una suerte de botón de muestra del potencial que tenemos como país. De un lado y del otro se necesita olvidar las diferencias y unirse para tirar por un mismo lado… ya lo decía nuestra obra cumbre el Martín Fierro “…Los hermanos sean unidos porque ésa es la ley primera; tengan unión verdadera en cualquier tiempo que sea, porque si entre ellos pelean, los devoran los de ajuera…
Momento de decirle adiós a una de las sagas de terror mejor elaboradas de los últimos tiempos. Aquella que inició en 2007 como una inteligente entrega de ese recurso tan gastado y tan mal utilizado en general como es el Found Footage. Aquella que abandonó ese formato en [REC]3 Genesis, y se convirtió en todo un emblema del mejor horror fuera de los cánones hollywoodenses (sino observen lo fallido de la remake Cuarentena). En [REC 4]: Apocalipsis se promete que todo llega a su fín ¿Pero es realmente así? Será cuestión de verla. La acción comienza poco tiempo después de los hechos de los dos primeros films (y por ende, también del tercero que ocurría en paralelo con el primero), cuatro agentes entran al edificio de Barcelona con la idea de terminar con todo, en su interior se encuentran con la única sobreviviente; sí, es ella, Ángela Vidal (Manuela Velasco cada vez más parecida a Marisa Tomei) la reportera que tres entregas antes había entrado a ese edificio siguiendo la crónica de unos bomberos para toparse con una cuarentena zombi devastadora. Ángela y los agentes sobrevivientes despiertan en un barco, en medio de alta mar, y junto a ellos hay también una sobreviviente de la boda sucedida en la tercera entrega. De inmediato, y antes que “los durmientes” sabemos que ese barco es una suerte de laboratorio andante ¿pero cuáles son sus reales fines? Más personajes, buenos y malos, entradores y escondedores; todos se verán envueltos en un nuevo caos cuando el virus se desate nuevamente allí. Según las órdenes de las tareas divididas, esta cuarta entrega quedó bajo el mando de Jaume Balagueró, a esta altura un eximio en el tema de crear los climas perfectos, mover los hilos del suspenso, y dentro de esta saga jugar al gore extremo. El director de Darkness y Mientras Duermes es un maestro de la técnica, con grandes hallazgos en la fotografía de manera sutil y al servicio de la suciedad necesaria para el asunto. También se encarga del guión nuevamente junto a Manu Diez, y si bien no presenta grandes hallazgos narrativos, no deja cabo suelto, se maneja paso a paso en un crescendo increíble, y se destaca loa fluidez de los diálogos y personajes chispeantes como los de María Alfonso Rosso e Ismael Fritschi, los dos puntos de fuga hacia el humor y descargo de tensión de film. [REC 4] es pura adrenalina, es vértigo y diversión asegurada para quienes no temen de mancharse con sangre, al contrario, quieren más y más. Y eso es lo que nos da esta entrega, más, no se anda con largas explicaciones, con vericuetos y complejidades de argumento; desde el minuto cero y hasta en las escenas en las que no hay muertes y zombis se respira nervio y una idea de que cualquier cosa puede pasar a la vuelta de la esquina. Los personajes conquistan la pantalla, aún los más antipáticos, y verlos cazar todo tipo de herramientas filosas o de fuego será la gloria para el espectador. Algo más inclinada a la acción (sobre todo en el primer tramo) que sus entregas anteriores; en sus bases podemos encontrar huellas de clásicos o films muy reconocidos para los gustosos del género como Aliens, Agua Viva, Barco Fantasma, y hasta Virus. No esperen un gran argumento, no esperen enormes sorpresas, si lo que buscan es divertirse y reírse con lo desbordado del asunto, [REC 4] será el film para ustedes, sin dudas el más inclinado al gore de los cuatro. ¿Momento de decirle adiós a la saga? Esperemos que no.
Lo mejor de caer hasta el fondo es que a partir de ahí sólo se puede empezar a subir. Algo de esto deja de enseñanza Un amor en tiempo de selfies, ópera primera de Emilio Tamer, co-dirigida por Federico Finkielstain que bucea por las aguas de la comedia dramática y romántica. Vehículo para el lucimiento del promisorio Martín Bossi en su promocionado debut protagónico en el cine, interpreta a Lucas, un comediante del under, “standapero” (¿existe esa palabra?), y profesor en un taller de actuación, o mejor dicho, monólogos. El hombre lleva la insignia del teatro under tatuada a fuego. Se reúne con colegas para contar anécdotas y planear posibles regresos a escena; y vive de un modo totalmente alejado de la fama y las ataduras. Pero en su clase se encuentra Guadalupe (María Zamarbide, a quien pueden tener de un divertido rol en la miniserie Babylon), una chica que intenta escalar posiciones en su ámbito laboral y recae en las clases para superar cierto temor a la oralidad pública. Por supuesto, el destino y la fuerza del guión querrán que los dos se conecten y nazca algo más que una relación profesor-alumna. Pero eso es sólo una parte previa de lo que Un amor… quiere contarnos, un inicio para lo que sería su verdadero centro de argumental. El asunto es que esta parte previa toma una hora de metraje, la mitad de la película. Con guión del propio Tamer, el film parece dividio en dos etapas marcadamente diferentes, en varios niveles. Es una película hasta que ellos se conocen, se relacionan, chichonean, y se enamoran; y otra cuando nos cuenta la etapa de relación formal de Lucas y Guadalupe. Con casi dos horas de duración (quizás mucho para una comedia romántica casi de manual como se presenta). El primer tramo del film presenta, hay que decirlo, todo tipo de fallidos. Cae en cuanto cliché se le cruce, los diálogos son indecibles. Sus protagonistas no muestran química y al forzarse en decir sus parlamentos pierden naturalidad. Los momentos dramáticos quedan desencajados y remarcados por una banda sonora omnipresente y altisonante para recordarnos que ahí, en ese momento, tenemos que emocionarnos. Los personajes secundarios tampoco aportan demasiado, y recaen en el mismo histrionismo innecesario. Lo que acentúa cierta sensación de irritabilidad, sumada a un compendio de escenas imposibles de ser tomadas en serio. Listo, dividamos la cuestión, hablamos de la primera mitad, Lucas y Guadalupe ya son pareja, se apresuran en convivir, y ahí comienza otra película mucho más estable, mejor, que le da sentido al oportunista título. Lucas y Guadalupe sufrirán vivir un noviazgo en tiempos tecnológicos (no se habla de selfies pero sí de Facebook, Twitter, What’sApp, Instagram, y otras yerbas), en el que las relaciones pasan más por dar a conocer la vida privada a una cierta cantidad de gente que no nos conoce en verdad, que a una relación cara a cara. Guadalupe es invasiva, moderna, quiere que su novio triunfe en su arte y para eso va a hacer uso de todas las armas a su alcance. Y Lucas se encuentra en una encrucijada, se rinde al amor o mantiene su espíritu under. En ese momento todo comienza a funcionar, la película gana dinamismo, el timing entre la pareja se vuelve mucho más real, algunos gags funcionan muy bien y el mensaje es mucho más claro y contundente. Por supuesto, se arrastran algunos errores imposibles de dejar de lado de su primera mitad, pero al nivelar el sabor será definitivamente otro. Hasta su banda sonora mejora notablemente plagándose himnos de nuestro rock nacional de años nacientes y en situaciones mucho más acordes. Manuel Wirtz, Luís Rubio y Roberto Carnaghi (entre muchísimos otros cameos famosos) caen en la misma situación, sus personajes van en un crescendo y toman forma recién en la segunda mitad. De este modo, Un amor en tiempo de selfies es difícil de analizar en su totalidad. Entre una primera mitad en la que se arriesga hasta a escenas de una suerte de realismo mágico que llevan a la risa involuntaria, y la otra mitad mucho más certera y con descubrimientos y planteos acertados a la sociedad moderna, definitivamente habrá que hacer un promedio. Quizás, su director y guionista se vio en la problemática de no poder llegar al nucleo de su propuesta de modo más rápido y certero, sin tanto preámbulo; si lo hubiese conseguido, el resultado, claramente sería otro.
En un planteo actual en el que el documental ha ganado mucha pantalla y exposición dentro de los estrenos semanales, la aparición de un espécimen tan particular como El escarabajo de Oro es motivo de amplio festejo. Documental ficcionalizado, ficción documentada, prevalezca cualquiera de los dos polos, lo que se nos presenta aquí es algo que no se encuentra fácilmente. "El Escarabajo de Oro" se filmó dentro del proyecto DOX: LAB del Festival de Copenhagen que financiaba la realización de un documental co-dirigido por directores “de mundos opuestos”, de puntos geográficos, y realidades, dispares; de esa unión no podía salir otra cosa que algo peculiar. Un equipo de filmación se dirige hacia Misiones con la excusa de filmar un documental sobre el lugar. Pero en realidad, su deseo es otro, hallar un tesoro oculto en las Ruinas Jesuíticas. Su argumento es simple, en definitiva se trata de un pseudo documental, pero da pie a un sinfín de situaciones. Los directores Alejo Moguillansky y Fia-Stina Sandlund filmaron de modo que estuviesen rodando el mejor film de aventuras, y así "El escarabajo…" se convierte en un film intrépido, vigorozo, lleno de peligros, y también de cierta rutina propia de un viaje y de un detrás de escena. Los personajes debaten sobre varias cuestiones, hablan de cine, de las dificultades de financiación, de la necesidad y complejidad de los concursos para financiación externa, hablan de mujeres, de historia, y hasta de política. El puntapié inicial será el relato homónimo de Edgar Allan Poe, y posee mucho de él, mantiene cierta intriga y hasta un clima sombrío cuando lo necesita. También es un diario de viaje, y ahí entran en acción otras dos fuentes, los relatos de Leandro N. Alén y la escritora Victoria Denictsson. Otro punto a favor es su cuota de humor, los personajes tienen algo de disparatados y el ambiente y el hecho los potencia, todos quieren hacerse con el tesoro y ahí las fraternidades se terminan; el que pueda sacar ventaja no lo dudará, pero todo en un tono de comedia leve propio de los films de aventuras que utilizaban estos personajes para relajar. Si "El escarabajo…" no alcanza la perfección es porque en esa rutina y en ese plan humorístico, en determinado momento pierde el eje, se dispersa, se estanca, para luego retomar con todas las fuerzas. Moguillansky y Sandlund lograron un film atípico, entretenidísimo, una de esas gemas que rara vez se encuentran y que no conviene dejar pasar. Aventureros ávidos de buen cine ¡a por él!
La moda de los films juveniles basados en best sellers (si son saga mejor) ad hoc parece no tener fin. Año a año son más los títulos que se suman en cantidad en un corto plazo. Los hay de todo tipo, todos son vehículos para promocionar estrellas pre veinteañeras y cuentan con alguna estrella establecida en un rol secundario, algunas son propicias para probar directores noveles, y otras recaen en directores con cierto renombre que a esta altura filman casi de compromiso. Esto es lo que sucede en El dador de recuerdo, basada en la novela de Lois Lowry, dirigida por el polifacético Phillip Noyce, hábil director para manejarse en las aguas de la acción mechada con buenas dosis de dramas. Capaz de hacer las dos mejores entregas de la saga Jack Ryan, Terror a bordo, y las subvaloradas Cerca de la libertad, El coleccionista de huesos y Furia Ciega; pero capaz también de hacer El Santo y Agente Salt, films en puro piloto automático. Ese automatismo vuelve a encenderse para filmar la historia de Jonas (Brenton Thwaites), que vive en un mundo posmoderno en el cual los sentimientos y los recuerdos han sido eliminados en pos de una convivencia armónica. Si no hay sentimientos no hay odio, ni venganza, ni morbosidad, pero tampoco hay amor, pasión, que pueden ser los vehículos que lleven a los otros sentimientos; no hay dolor pero tampoco hay alegría. Esta sociedad está regida por la jueza Elder (Meryl Streep, en plan no voy a ganar un Oscar pero voy a pagar las cuentas) rígida mujer que lo vigila todo y controla que se suministren correctamente unas drogas inyectables supresoras. Por otro lado está El dador de recuerdos (Jeff Bridges, ídem Streep), ser utópico, fundador visionario que intentó hacer las cosas bien para que no hubiesen más conflictos pero al que las cosas se le fueron de las manos. El hombre atesora los recuerdos, lo que provoca sentimientos. Jonas es escogido para ser el discípulo de El dador de recuerdos, tiene el destino marcado… y si a estas alturas sigue leyendo esto es porque todavía no cayó en lo obvio, Jonas empezará a sentir sensaciones humanas y se revelará, comenzando una revolución en ese mundo del orden. El dador de recuerdos no ofrece específicamente originalidad, este tipo de argumentos en el mundo de la Ciencia Ficción se vieron desde Farenheit 451 hasta La Huesped, y este film claramente está mucho más cerca de la segunda. El film luce correcto, tiene cierto ritmo y puede seguirse con cierto interés (y algo de monotonía), pero precisamente, parece salido de la misma sociedad que presenta. Noyce dirige bien porque ya lo hace de taquito, no hay (notorios) errores, pero tampoco momentos destacables. En el elenco, los jóvenes (sumemos participaciones menores de Katie Holmes, Alexander Skarsgård, y Odeya Rush como la causante de sentimientos) quedan irremediablemente tapados por Streep y Bridges que aunque actúen casi mirando la puerta de salida del set, les alcanza con la sola experiencia para seducir a la cámara. Mezcla de autoayuda, drama y aventura, El dador de recuerdos puede entregar un poco más que otros films a los que se le parece, pero con eso solo no alcanza para redondear algo que con esa premisa pudo ser mucho mejor. Con algo más de pasión, de vigor, hablaríamos de otra cosa.
Cuando llegue el progreso, siempre habrá un sector que quede marginado del mismo, olvidado por el resto de la sociedad que avanza sin mirar atrás o a sus costados. Los documentalistas Julián Borrell, Franco Gonzáles y Demián Santander se internan en el Chaco Salteño para mostrarnos una parte de esa realidad que otros eligen esconder. El Río Pilcomayo abastece con sus brazos a Argentina, Paraguay y Bolivia; si se continuase su curso natural las zonas cercanas a esa frontera no deberían tener problemas relativos al agua. Pero el hombre, siempre el hombre con sus intervenciones. Diferentes acuerdos políticos entre Argentina y Paraguay hicieron que se desviara el curso, desabasteciendo a uno de sus brazos. El trío llegó a la zona con la idea de mostrar algo de cultura autóctona, pero se toparon con un reclamo que resignificó el objeto. Uahat tiene como propósito dar voz a aquellos que nunca se escuchan, a los que quedaron al margen y son ignorados. Mientras que la cámara se pos en paisajes y en las consecuencias, las voces en off cuentan una verdad que va calando cada vez más hondo en el espectador. Sequía, sequía por todos lados. La comunidad Wichi necesita de ese río para vivir, de ahí sacan su sustento alimenticio, sábalos. De ahí proviene su mayor dolor, la comunidad se terminará extinguiendo si el problema no se soluciona. Acuerdos firmados hace dos décadas, Paraguay se benefició del Proyecto Pantalón, a costa del desabastecimiento de los pueblos cercanos de Argentina y Bolivia; pero de ninguno de los dos países afectados tampoco parece hacerse nada para remediarlo. La cámara se traslada a otra comunidad afectada, los Weenhayek, en Bolivia, con el mismo penar que los Wichis en una zona que ya parece acostumbrada a sufrir. Uahat mezcla textura, es contemplativo y a la vez duro, expone una denuncia y exige una solución pero lo hace al mismo ritmo de los personajes que muestra. La cámara se trasladará a volátiles paisajes panorámicos que servirán para testimoniar las consecuencias, como así también expondrá en cámara a los habitantes que no necesitarían hablar para expresar lo que tienen para decir, su sola observación dice más que las palabras. Música andina y una lente observadora y captadora completan un documental informativo que si bien no se destaca de otros similares estrenados durante estos años cumple con el objetivo de hacer oír las voces que no escuchamos sin ser intromisorio. En todo caso, deberíamos preguntarnos ¿Cómo es que surgen tantos documentales con este tipo de reclamos? Es hora de que alguien indicado les preste atención.