Un amor en tiempo de selfies

Crítica de Fernando Sandro - El Espectador Avezado

Lo mejor de caer hasta el fondo es que a partir de ahí sólo se puede empezar a subir. Algo de esto deja de enseñanza Un amor en tiempo de selfies, ópera primera de Emilio Tamer, co-dirigida por Federico Finkielstain que bucea por las aguas de la comedia dramática y romántica. Vehículo para el lucimiento del promisorio Martín Bossi en su promocionado debut protagónico en el cine, interpreta a Lucas, un comediante del under, “standapero” (¿existe esa palabra?), y profesor en un taller de actuación, o mejor dicho, monólogos.
El hombre lleva la insignia del teatro under tatuada a fuego. Se reúne con colegas para contar anécdotas y planear posibles regresos a escena; y vive de un modo totalmente alejado de la fama y las ataduras. Pero en su clase se encuentra Guadalupe (María Zamarbide, a quien pueden tener de un divertido rol en la miniserie Babylon), una chica que intenta escalar posiciones en su ámbito laboral y recae en las clases para superar cierto temor a la oralidad pública. Por supuesto, el destino y la fuerza del guión querrán que los dos se conecten y nazca algo más que una relación profesor-alumna.
Pero eso es sólo una parte previa de lo que Un amor… quiere contarnos, un inicio para lo que sería su verdadero centro de argumental. El asunto es que esta parte previa toma una hora de metraje, la mitad de la película. Con guión del propio Tamer, el film parece dividio en dos etapas marcadamente diferentes, en varios niveles. Es una película hasta que ellos se conocen, se relacionan, chichonean, y se enamoran; y otra cuando nos cuenta la etapa de relación formal de Lucas y Guadalupe. Con casi dos horas de duración (quizás mucho para una comedia romántica casi de manual como se presenta).
El primer tramo del film presenta, hay que decirlo, todo tipo de fallidos. Cae en cuanto cliché se le cruce, los diálogos son indecibles. Sus protagonistas no muestran química y al forzarse en decir sus parlamentos pierden naturalidad. Los momentos dramáticos quedan desencajados y remarcados por una banda sonora omnipresente y altisonante para recordarnos que ahí, en ese momento, tenemos que emocionarnos.
Los personajes secundarios tampoco aportan demasiado, y recaen en el mismo histrionismo innecesario. Lo que acentúa cierta sensación de irritabilidad, sumada a un compendio de escenas imposibles de ser tomadas en serio.
Listo, dividamos la cuestión, hablamos de la primera mitad, Lucas y Guadalupe ya son pareja, se apresuran en convivir, y ahí comienza otra película mucho más estable, mejor, que le da sentido al oportunista título. Lucas y Guadalupe sufrirán vivir un noviazgo en tiempos tecnológicos (no se habla de selfies pero sí de Facebook, Twitter, What’sApp, Instagram, y otras yerbas), en el que las relaciones pasan más por dar a conocer la vida privada a una cierta cantidad de gente que no nos conoce en verdad, que a una relación cara a cara.
Guadalupe es invasiva, moderna, quiere que su novio triunfe en su arte y para eso va a hacer uso de todas las armas a su alcance. Y Lucas se encuentra en una encrucijada, se rinde al amor o mantiene su espíritu under. En ese momento todo comienza a funcionar, la película gana dinamismo, el timing entre la pareja se vuelve mucho más real, algunos gags funcionan muy bien y el mensaje es mucho más claro y contundente.
Por supuesto, se arrastran algunos errores imposibles de dejar de lado de su primera mitad, pero al nivelar el sabor será definitivamente otro. Hasta su banda sonora mejora notablemente plagándose himnos de nuestro rock nacional de años nacientes y en situaciones mucho más acordes. Manuel Wirtz, Luís Rubio y Roberto Carnaghi (entre muchísimos otros cameos famosos) caen en la misma situación, sus personajes van en un crescendo y toman forma recién en la segunda mitad. De este modo, Un amor en tiempo de selfies es difícil de analizar en su totalidad.
Entre una primera mitad en la que se arriesga hasta a escenas de una suerte de realismo mágico que llevan a la risa involuntaria, y la otra mitad mucho más certera y con descubrimientos y planteos acertados a la sociedad moderna, definitivamente habrá que hacer un promedio. Quizás, su director y guionista se vio en la problemática de no poder llegar al nucleo de su propuesta de modo más rápido y certero, sin tanto preámbulo; si lo hubiese conseguido, el resultado, claramente sería otro.