Nobleza obliga; antes de embarcarme en una reseña de esta clase, es bueno empezar aclarando que no soy un fiel lector de comics ni mucho menos. Tiendo a pensar que la fidelidad de una obra se debe a un precedente en su mismo formato, digamos una secuela; y en ese sentido, Batman V Superman se ubica justo después de la semilla que fue Man of Steel. En esa oportunidad, Zack Snyder tuvo la enorme tarea de iniciar lo que se sabía una saga de películas que terminaría uniendo varios personajes clásicos de la saga DC; y ahora es el momento de empezar a mostrar los primeros pasos de esas uniones. ¿Es un Dios o un demonio? Enfrentándose al General Zod, Superman destruyó gran parte de Metrópolis, causando estragos, pero también salvando de un mal mayor. La sociedad está dividida y la polémica, que es llevada a juicio por la Senadora June Finch (una Holly Hunter que sigue siendo un lujo), traspasa la ciudad y llega a oídos del justiciero de Ciudad Gótica. La gente lo idolatra y le teme en partes iguales, y en el mismo Clark Kent/Superman se entraña esa dualidad por los hechos sucedidos. Y quien pretende sacar provecho es el ambicioso e inescrupuloso empresario Lex Luthor (un psicótico Jesee Eisenberg copiando algunos modismos del Joker de Heath Ledger) buscando enriquecerse bajo la excusa de un armamento a base de kryptonita capaz de controlar al hombre de acero. El guión creado por Chris Terrio y David S. Goyer dispara hacia varios flancos, presentando una gama amplia de personajes y puntas, guiños, sobre lo que puede venir en el futuro. Pero jamás se desvirtúa de su principal enfoque. Esta es una película de Superman, y su conflicto sobre cómo presentarse frente a la sociedad. Batman también entra a la historia por el mismo frente, enterado de la existencia del héroe de Metrópolis, y habiendo sufrido la tragedia en una filial de su empresa en aquella ciudad, se convence de la peligrosidad de aquel, y solo desea enfrentarlo. Enfrentamiento que, como avecina el título, llegará. Tanto desde el guión como en la dirección de Snyder se decide tomar el tiempo necesario para plantear el argumento. La acción no está asegurada desde un principio, lo cual no quiere decir que carezca de ritmo. Mediante un montaje ligero y correctamente fragmentado se nos introduce en la historia, se enfocan los conflictos internos de los personajes; y hasta hay espacio para hablar de política internacional y trazar un drama con mucho simbolismo. Hay imágenes que son obvias y no por eso dejan de ser logradas, Snyder se encargan de mostrarnos a Superman como un Dios desde todos los ángulos posibles, plano onírico incluido. A diferencia de un Batman al que se lo presenta con toda su negritud, conflictuado, y más high tech que nunca. Tenemos también la presencia de Diana Prince/Wonder Woman, correctamente introducida y lista para la aventura propia; más algunos asomos que mejor no revelar. Batman V Superman se guarda varias sorpresas y giros, su mejor fortaleza es que su guión no es una mera excusa para ir a la acción, presenta un debate real. Más allá de algunos agujeros en su desarrollo (que los hay en todas este tipo de películas), y alguna aparición algo comprimida sobre el final un poco forzada (aunque era de esperarse, lo mismo que el sobrecargo de CGI en esta instancia). Todo se sostienes muy bien durante sus más de dos horas y media, que hay que remarcarlo, pasan rapidísimo. Nunca se pierde, no nos entrega caramelos visuales empalagoso pero vacíos (repetimos salvo el “necesario” final), y se erige con la idea de ser más que otra película de superhéroes. Henry Cavill, convincente, no tiene mucho más que demostrar como Superman, aunque aquí gana algo más de espacio Clark Kent. Quien si toma más importancia que en la anterior película es Amy Adams como Lois Lane, y ya sabemos que a la colorada no parece haber personaje que le quede grande. Jeremy Irons como un Alfred mucho más actual se encuentra en un rol justo. Gal Gadot como Diana Prince juega al misterio, se asoma, y se prepara para lo que será su protagonismo. Y lo que todos se preguntaban, Ben Affleck cumple, sale más que airoso de representar a un personaje tan icónico, más que Batman, a Bruce Wayne, le otorga una impronta propia y lo hace suyo; no hay nada que dudar de él. Podrán decir que Batman V Superman: El Origen de la Justicia no es una película perfecta, tiene sus flaquezas, es cierto. Pero como viene marcando DC en modo distintivo, convence favorablemente con su ímpetu de otorgar algo más que un entretenimiento ligero y pochoclero. El Snyder de Watchmen (aunque más encorsetado) parece presentar nuevamente la pregunta sobre qué es un superhéroe y cómo nos pararíamos frente a él como pueblo. Proeza nada menor.
La mirada transforma el objeto observado”, reza el afiche de la película, y es dicho en un momento crucial de la película. Las impresiones de lo que observamos estarán indefectiblemente cargadas de subjetividad. Esto es lo que le sucede a Tito (Eduardo Blanco), protagonista de la ópera prima en largometraje del actor Daniel Alvaredo; observará su entorno desde una subjetividad distorsionada. Tito hereda una casilla, útil para la pesca a orillas del río, por parte de un tío que según expresiones de alguien era un pastor que decía comunicarse con Satanás. Cuentos; al hombre, fotógrafo, le viene bien conocer su herencia para despejarse de la realidad que lo aqueja. Su mujer, Carmen (Adriana Salonia), va por el tercer embarazo y parece que sufrió una nueva pérdida. Desde que inicia el viaje, las alarmas de lo extraño se encienden, un hombre misterioso llamado Ferdás (Hector Calori) hace su aparición; y al regreso la mujer no ha perdido el embarazo. Pero el misterio no termina ahí ¿Qué relación hay entre Carmen y Germán (Iván Balsa) el amigo de la pareja? El guión de Osvaldo Canis (debutante en la ficción, pero con el antecedente del más que interesante documental “El triángulo rosa y la cura nazi para la homosexualidad”) transita los caminos de la obsesión. Tito lucha contra sí mismo, quiere convencerse que su esposa le es fiel y que por fin podrá concretar el feliz el sueño de un hijo; pero la distorsión de su mirada se empeña en mostrarle otra cosa. Las señales están aquí y allá, y Tito las ve pero no puede comprender que no todo es como lo que le hacen ver. Con algún tono que nos hará recordar a la reciente Pájaros Negros, pero sin las desgastantes exageraciones de aquella; Paternoster se imprime en una tradición en la cual un film de género puede también tener una impronta cotidiana, cuasi naturalista. Desde la construcción de diálogos y la elección de los actores (todas caras muy reconocibles de la TV) se intuye la idea de buscar una identificación con los sucesos por más que exista el necesario elemento esotérico. Tito es un hombre común, con problemas que nos pueden suceder a cualquiera; lo mismo para Carmen; parecieran personajes salidos de algunas ficciones televisivas que buscan concientizar sobre alguna denuncia. Esto, que escrito pareciera una desventaja, en la pantalla es un acierto, porque permite que el espectador se compenetre y siga todo lo sucedido con la suficiente atención. Si la puesta en escena es más bien austera, con el naturalismo impuesto, se logra que no sea necesario ir hacia la grandilocuencia. Algunos detalles en la remarcación de la música incidental, y algunos clichés típicos de los films que se arriman desde lejos a lo fantástico; terminan siendo un detalle menor frente a una película pequeña pero de gran esmero. Paternoster, con su tono medio, confluye una alternativa diferente, y se consolida como una más que interesante opción en el creciente mercado de nuestro cine de género. Sin sorpresas, sin sobresalto, ni hectolitros de sangre; Alveredo y Canis logran mantener cierta tensión y cautivar la atención sobre este pobre hombre en desgracia. Las almas son puras pero corruptibles.
El cine indie norteamericano se convirtió en una suerte de género en sí mismo. Con festivales y galardones propios en donde se lo celebra; con artistas medidos por su fidelidad a este “estilo”, y con reglas (auto) impuestas diferentes a la del cine independiente de otro país. Sean Baker, director de la sobre valorada Starlet, regresa con otra película ubicada dentro de Los Ángeles, y en una primera mirada pareciera que los puntos en común terminan ahí. La historia se desarrolla de modo simple. Una travesti prostituta, llamada Sin-Dee Rella (en un juego de palabras que se pierde en doble vía al no poder traducirse), apenas de terminar su estadía en prisión, en plena víspera navideña, se entera por medio de una amiga del oficio, Alexandra, que su novio Chester, proxeneta, la estuvo engañando (con una mujer blanca) durante ese tiempo de ausencia. Sin tener en claro cuál es el motivo, Sin-Dee inicia una búsqueda por las calles de esa ciudad. En el medio, se cruza con una fauna de personajes variopintos. Presentada en el último Festival Internacional de Cine de Mar del Plata, recarga las tintas sobre sus personajes, el fino entramado de relaciones, y por supuesto – regla básica del indie – el modo en que esta sencilla historia es narrada. Aquí, el enganche es que está filmada con tres IPhone 5, y una simple aplicación de filtro. El director ha transmitido que no desea que su película sea vista desde esa perspectiva. Sin embargo, en cada festival, galardón, función especial, o publicidad para su venta en que se presentó, este dato es el que más se remarcó. El tono es ágil, y el uso de esas cámaras colabora con la idea de travesía, o road movie urbana. Lo mismo se podría decir de la paleta de colores, o el susodicho filtro, que aporta una gama de tonalidades que resalta ese submundo de neón, de antros. Kitana Kiki Rodriguez y Mya Taylor, como Sin-Dee y Alexandra son el foco de atención, su naturalidad (son realmente actrices trans y ex trabajadoras sexuales) para con el film aporta la comodidad que el espectador sentirá desde el minuto cero. Baker construyó un largometraje que en ciertos aspectos, parece una profundización en historia de aquellos programas documentales que se hicieron famosos en la pantalla de HBO en mediado de la década del ’90 – el más famoso Taxicab confessions – , con testimonios sobre bajo mundos y sus usos y costumbres de modo naturalizado y no sin algo de amarillismo. Aquí, es donde Starlet se encuentra nuevamente con el más reciente opus. Ambas son historias de personajes que disfrazan su soledad, que entrelazan relaciones no convencionales, y que intenta mostrar una cara oculta de la ciudad de la fama; pero con cierta liviandad, sin llegar al desagrado o al impacto. Pretendidamente india, con todo lo necesario para caerle bien a sus adeptos, y oscilando entre el drama aportado por la historia en sí (como una suerte de triste o desangelado cuento navideño), y la comicidad natural impuesta por los diálogos; Tangerine se muestra desde el inicio como un film ameno, aunque ciertamente anecdótico.
Hacia mediados de la década de los años setenta del siglo pasado, varios hechos policiales vinculados a la droga y al consumo de estupefacientes en la costa francesa, terminaron por configurar y alertar sobre la estructuración de un cartel mafioso que lideraba la región. Sabiendo esta trascendencia, y queriendo construir un relato épico basado en el tradicional juego del poliladrón, es que “Conexión Marsella” (Francia/Alemania, 2014) acerca su propuesta de policial y thriller para narrar la lucha de Pierre Michel (Jean Dujardian) un policía recientemente ascendido, que deberá desentrañar el misterio sobre “La French”, el cartel que domina todo. La tensión que Cédric Jimenez impregna todo el filme, el que se potencia con una cuidada reconstrucción de época no sólo visual, sino musical y estilística, permiten que no se resienta el visionado, aún al poseer una extensión considerable. La historia de “Conexión Marsella” pone la lupa en la vida de Pierre, en su trabajo, y en su descanso, cuando puede, junto a su mujer y dos hijas. El director expone ante la pantalla los conflictos con los que diariamente el oficial debe enfrentar y más aún cuando como nuevo líder del equipo antidrogas comience a trabajar con éste y vea cómo el vacio y la poca colaboración puede llegar a influenciar algunas decisiones. Mientras avanza en la investigación e identifica a Tany (Gilles Lellouche) como la cabeza de la ensamblada y lograda facción, el personaje pasará por una serie de disyuntivas políticas y económicas que terminan por desnudar un complejo problema de corrupción dentro de la misma policía. Así, Perri deberá decidir continuar enfocado en su tarea sin atender a nadie externo y con las ganas intactas de poder avanzar cueste lo que cueste en el caso. Pero cuando una mala decisión hace que todo peligre, es removido del caso momentáneamente y luego sumado una vez más hasta la resolución final del conflicto. “Conexión Marsella” profundiza, de manera atractiva, en la vida de seres que desde el momento cero deciden brindarse a los demás sin medir si la implicancia que en su cotidianeidad esto puede implicar. La mujer exige un comportamiento acorde al rol que debe cumplir dentro de su hogar, mientras Perri se debate entre el deber ser y el querer hacer sin desatender, al contrario, su rol como hombre clave para lograr, mediante su deducción, la desestructuración de la cofradía que asiste con drogas y asesinatos diariamente a Marsella. Además, el foco de Jimenez en los impedimentos burocráticos y la corrupción inherente a la fuerza, suman interés a un logrado filme que en detalles como la banda sonora, la vestimenta, y otros puntos, sumados a las logradas interpretaciones, potencian la fuerza narrativa de un filme que, a pesar de su clásica estructura, mantiene vigente un tema que nunca pasa de moda como lo es el del tráfico de estupefacientes.
Difícil la tarea de los estudios Dreamworks Animation, animarse a pelearle de igual a igual al hasta ese momento único gran monstruo de la animación hollywoodense, Disney. Con su primera producción ya se la vio en figurines frente a la retrasada segunda película de Disney/Pixar, y para colmo, las dos películas – Antz y Bichos – se presentaban llamativamente similares. Recién pareció aventajar a la empresa del ratón cuando encontró la “originalidad” de burlarse de todos los clichés de cuentos de hada de la vereda de en frente. Shrek fue un éxito increíble, y durante varios años se convirtió en la fórmula tranquila del éxito para este grupo. Para los detractores de ese estilo (entre los que debo confesar que me incluyo), recién se volvió a ver algo de chispa original con su estreno de 2010, Cómo entrenar a tu dragón; y de ahí en más parecía que el cambio favorable iba viento en popa. Entonces, lo primero que hay que dejar en claro frente a Kung Fu Panda 3, es que se trata de una vuelta a esa zona de confort para la gente de Dreamworks (luego, es cierto, de algunos títulos que no funcionaron del todo bien en taquilla). Aun para quienes celebran esta marca de humor físico, ligero, los guiños exclusivos para los adultos, y las referencias a la cultura pop, esta tercera entrada en la saga ofrece la comodidad de un lugar ya conocido. El guerrero ninja panda Po, parece haber cumplido todos los retos para cumplir con su destino en el Kung Fu. Pero desde la primera escena sabemos que se avecina una nueva amenaza, el legendario Kai desea instalarse en el trono en base a robarle la energía vital (Chi) a cada uno de los guerreros desde tiempos ancestrales; y ahora ha despertado para completar su misión. Por un lado, Po recibe la encomienda por parte de Shifu para ser el nuevo maestro de Kung Fu, y además deberá descubrir su propio Chi para enfrentar al nuevo malvado que captura la energía en forma de piedras de jade y las utiliza como una suerte de guerreros zombies a su antojo. Para esto, Po deberá iniciar un camino de introspección, descubriendo quién es realmente. Casualmente con la ayuda de su reaparecido padre biológico, que lo conducirá a la perdida ciudad panda. Si todo esto parece complejo, en la práctica no lo es; es más un armado para presentar algunos personajes nuevos y colocar a los ya conocidos de nuevo en acción. Po ya realizó caminos de auto descubrimiento tanto en la original como en la primera secuela. Tampoco se innova desde la presentación de personajes o conflictos. Pese a lo que uno podría suponer desde el afiche, no hay ni un interés romántico (con un personaje femenino extrañamente desaprovechado) y por lo tanto menos aún, la posibilidad de que nuestro protagonista se enfrente a la paternidad. Con las voces en el original de Jack Black, J.K. Simmons, Angelina Jolie, Bryan Cranston, Dustin Hoffman, Jackie Chan, Lucy Liu, Seth Rogen, David Cross, y Kate Hudson, entre otros. La propuesta de esta tercera entrega, como era de esperarse, retoma esa idea de un film que bien podría ser el de sus intérpretes humanos. Con slapsticks constantes, diálogos ligeros, gesticulaciones exageradas en los animales antropomórficos, y conflictos típicos de cualquier comedia norteamericana promedio (como los celos del padre adoptivo frente al biológico). ¿Kung Fu Panda 3 es entretenida? Por supuesto, no da momento para aburrirse, pero también huele a una fórmula ya probada. Los chicos se reirán y divertirán, se excitaran con las peleas, y hay más personajes para querer comprar muñequitos. Los adultos, a los que se les ofrece varias humaradas para su exclusividad, notarán que no hay desafío. De animación pulcra y utilización del 3D correcta aunque falta de impacto, Kung Fu Panda 3 es un producto correcto y probado en su efectividad. En la carrera de Dreamworks pareciera ser algo así como un retroceso.
Problemáticas de la tercera edad. Ese momento de la vida en el que es inevitable mirar para atrás haciendo un racconto del camino recorrido. La vida de Tadeusz (o Tadeo, como le dicen los conocidos, simplificando), no parece haber sido mala. Tiene el afecto de la gente cercana, alguna dificultad económica normal, y el reconocimiento de los pares. Eso sí, algún bache del pasado traslucido como un deseo a cumplir. Lo preocupante para este jubilado, ex obrero del subte – colaboró en su construcción – , es el presente. La medicación que necesariamente debe ingerir, le prolonga la vida frente al riesgo de infartos; pero le trae contraindicaciones. En palabras del propio señor “no se le para la pija”. Y cuando logra su momento erecto, piensa mejor, recupera la memoria y siente la pasión perdida. De eso trata Subte-Polska, la disyuntiva entre prolongar una vida, o vivir los últimos minutos con pasión. En su primer protagónico para el cine, el reconocido (no solo en la actuación, sino por su larga trayectoria política) Héctor Bidonde es el Tadeo de marras, y cumple sobradamente con las expectativas. Un hombre algo tosco, mañoso, pero ciertamente entrañable. Es que la propuesta que ofrece Alejandro Magnone en su ópera prima como director y guionista, juega todas sus cartas a eso, apuntar al corazón del espectador. Para eso, cuenta con un puñado de personajes queribles y reconocibles. A Tadeo lo circulan su hijo del corazón, Oslvado (Marcelo Xicarte, cara conocida de una famosa campaña publicitaria) un hombre frustrado con una actitud mucho más anciana que la del nonagenario; un grupo de amigos del bar – que lo admiran como eximio ajedrecista - , o un diariero del subte (Manuel Callau), cada uno con características propias. Tadeo quiere complacer a su amiga/novia/amante (Lidia Catalano, encantadora como siempre), para eso tiene dos requerimientos, o deja de tomar las pastillas, o le consiguen una bomba de vacío. Pero no todo es cuestiones sexuales, el vigor le hace recordar épocas mejores, amores pasados, lo que dejó en Polonia y en España durante la Guerra Civil ¿se puede recuperar algo del tiempo que pasó? Buscando paralelismos, el debut de Magnone quizás pueda compararse con el cine de Rodolfo Durán, cineasta que no ha recibido aún el reconocimiento merecido. Propuestas modestas, simpáticas, con guiños permanentes a la cotidianeidad, problemáticas simples, y un tratamiento cálido. Quizás no sea coincidencia que Magnone haya actuado en Vecinos, uno de los largometrajes de Durán. No hay grandes hallazgos desde lo técnico, no los necesita, el realizador se luce mejor como director de actores, todos en un tono preciso y ajustado, sin bordear la exageración ni el exabrupto (algo común en este tipo de películas). Subte-Polska pareciera desde su idea como una película para un público similar en edad al de su protagonista, pero su tratamiento es tan entrador que puede conquistar a un público amplio, ávido en historia de la vida real, sin la necesidad de bucear en ninguna parafernalia o ritmos ampulosos. Nos dejamos un párrafo aparte para una pequeña pero brillante participación de Miguel Ángel Solá, en un personaje que, repetimos, no cuenta con demasiado tiempo en pantalla, pero es trascendental para el desarrollo de la historia. El actor hace uso de todos sus recursos para lograr un perfecto balance entre la gracia y acercarse a la lágrima. Cada palabra y gesto que sale de sí, resulta querible y aplaudible. No confundamos, en Subte-Polska se habla, mucho, de erecciones y miembros viriles, pero no estamos frente a una propuesta provocadora. Se encuentra cómoda en ese día a día de cada uno, y dibuja una sonrisa y alguna lágrima que rodea desde el mismo inicio. Nada mal para una ópera prima, una muestra que no se necesita de grandes elementos para concretar una propuesta más que celebrada. Ansiamos ver los próximos pasos de su realizador.
Quiere la casualidad que en la misma semana se estrenen dos películas, diferentes entre sí, pero con una coyuntura en común, las trabas estatales frente a ciudadanos que intentan hacer bien su labor. Una es la ganadora del último BAFICI, la hindú La Acusación, la otra la alemana Agenda Secreta, de la cual hablaremos en estas líneas. Ya venimos hablando en otras ocasiones, del nuevo aire revisionista en el cine alemán actual. Aquel que durante años se negó a hablar del nazismo, o lo hizo de manera superficial, hoy se anima a punzar sobre sus errores y contradicciones históricas como Estado. El nuevo film de Lars Kraume (con una filmografía variada en estilos) se inscribe en esa línea. Fritz Bauer fue una figura reconocida de Alemania por su actividad política de resistencia durante el régimen de Hitler y su posterior labor como fiscal. Es en este segundo aspecto donde el film hace hincapié. Transcurren los años ’50, Bauer, es Fiscal en grado de jefe; y pese a todos los contratiempos, inicia una investigación para dar con el paradero de Adolf Eichmann, Teniente de la SS, responsable de la Solución Final y del traslado de judíos a los campos de concentración. Los datos dicen que Eichmann se encuentra oculto en Argentina, y el fiscal decide rastrearlo para enjuiciarlo. Pero la tarea no será sencilla, Bauer tropezará una y otra vez contra la negación del Estado Alemán para que su actividad sea llevada a cabo, hay algo enquistado que parece que más de una década después aún se encuentra en las esferas de poder. Todo héroe necesita de su coequiper, Fritz Bauer cuenta con el apoyo de Karl Angermann, fiscal más joven que Bauer, con el que entabla una suerte de relación profesor/alumno. Retomando la “forzada” comparación con La Acusación, aquí también el director decide mostrarnos cómo afecta en su vida personal, las trabas durante la investigación. En este caso, dividida en los dos personajes, sus puntos en común, y quizás más focalizada en Angermann sobre este aspecto personal. Aquí, el guión, también de Kraume, pareciera tomarse algunas libertades para enfatizar ciertos aspectos en la personalidad de los personajes, lo cual puede afectar al conjunto de la veracidad pero no afecta al resultado como film. Agenda Secreta es un film riguroso, quizás frío, y con algunos apuntes técnicos que hace que sea mejor ir con cierto background de información antes de apreciarla. La labor de Kraume es correcta tanto desde las elecciones técnicas, sobrias; como desde la dirección de actores, con la suficiente fluidez entre los personajes. Burghart Klaußner y Ronald Zehrfeld, como Bauer y Angermann respectivamente cumplen con solidez sus roles y hay entre ellos una química dinámica, justa y precisa. Cierta falta de pasión o vigor, y un ritmo más bien lento – su duración no es extensa pero se siente como tal -, sumado a algunos datos locales que no nos cierran del todo (datos imprecisos sobre nuestro país que hacen dudar de la investigación previa), descuentan en un film que se sigue con interés si bien no llega a la grandeza. Es hora para Alemania de secar sus trapos al sol, y el cine parece ser un bastión fundamental. Películas como agenda secreta quizás se aprecien mejor dentro de la localía. De todos modos, sus valores cinematográficos y el rigor con el que es llevada a cabo, redondean una propuesta interesante para quienes quieran ir más allá del entretenimiento.
Basada en un hecho real, Horas Contadas, narra la travesía en altar mar que debieron pasar dos tripulaciones ante un mismo hecho fatídico, una inesperada tormenta descomunal. Historias como estas ya se han contado repetidas veces, dentro y fuera de Hollywood. Sin ir más lejos, hace menos de dos meses que veíamos el estreno de la desilusionante En El Corazón del Mar, que también narraba hechos similares esa vez con el propósito de descubrir la verdad detrás de la novela Moby Dick. Los propósitos de Horas Contadas quizás sean más modestos que los del film de Ron Howard; narrar un cuento de épica y valentía, de ciudadanos comunes transformados en héroes. Por esta razón, la película de Craig Gillespie resulta mejor parada. En 1952, dos barcos petroleros, el Fort Mercer y el Pendleton se enfrentan en las costas de Cabo Cob, Nueva Inglaterra, a una terrible tormenta de nieve, granizo y olas de inmenso tamaño. Ambos son destrozados, partidos al medio, y los treinta y tres sobrevivientes (en el Pendleton) quedan a la deriva a la espera de alguna ayuda. Mientras tanto, en tierra, la guardia costera decide enviar un equipo de rescate mínimo, con escasos recursos, para socorrer a aquellos ¿Cuál será el resultado? Si bien no esperen sorpresas, por aquí no lo adelantaremos. La historia, con guión de Scott Silver (The Fighter, The Mod Squad) basada en una novela de 2009 que transcribe los hechos reales, tiene todo servido para ser una gran aventura para realzar valores de coraje, esperanza y temple, ¿Por qué no termina de configurarse como tal? Craig Gillespie tuvo un auspicioso debut como director en la genial e infravalorada Lars y Las Chicas Reales, pero rápidamente dilapido su prestigio estrenando en el mismo año la comedia Mr. Woodcock. De ahí en más sucedieron la apenas pasable (siendo condescendientes) remake de Fright Night y la terrible y odiosa Un Golpe de Talento. Lo más que se puede decir de Gillespie es que se encuentra en un impasse de director por encargo (es más ni siquiera fue la primera opción para dirigir esta película), de fórmula, aquellos que filman según las órdenes del estudio. En Horas Contadas, esa situación se nota. El guión de Silver tampoco colabora, centrándose más en los personajes pero sin la capacidad para desarrollarle aristas dimensionales. En un elenco numeroso (con varios actores desaprovechados o recortados como Eric Bana – el jefe de la guardia costera -), cada uno cumple el rol que la historia necesita para que la situación fluya por los carriles normales. El protagónico recae en dos puntas. Por un lado, Chris Pine es el líder de la embarcación de rescate, y posee también una historia de amor que pareciera no aportar mucho más que un distractivo. Por el lado de los náufragos, Casey Affleck le saca mayor jugo a la película y es quien se erige por sobre los demás. Aun con sus fallas (o flaquezas más que fallas), Horas Contadas termina conformando un producto correcto, con intenciones no muy ambiciosas (no pareciera ser un tanque más allá que su fuerte está en las escenas de peligro con olas CGI bien logradas) y que hace pasar sus casi dos horas con la suficiente fluidez. En los muchos ejemplos que hay de estas historias llevadas a la pantalla, hay varios ejemplos memorables (Una Tormenta perfecta, Kon Tiki), y precisamente es eso lo que le falta al film, ajustar sus tuercas, tener el coraje que impregna a sus personajes, para ser una gran película que trascienda los tiempos. Como lo que termina siendo, más que un océano bravío, pareciera un mar calmo, para disfrutar mientras se lo contempla, y olvidable una vez que abandonamos el barco.
Uno de los estrenos nacionales más fuertes desde lo comercial llega esta semana a las pantallas. Hablamos de un co-producción que en lo cierto, tiene más de española que de argentina, Cien años de perdón. Película de género, de fórmula, con una idea clara; si el cine entra por los ojos, se impone la estética ante todo. Una de robo a un banco, eso es el nuevo film de Daniel Calparsoro. Las hay de todo tipo y clase, con más o menos personajes, con más o menos rigor, y algo que queda claro, Cien años… no busca innovar, no tiene necesidad de hacerlo. La acción transcurre en Valencia, seis ladrones irrumpen en la sede principal de un importante banco con la clara idea de vaciar las arcas. Pero desde el vamos sabemos que hay algo más, que puede que los atracadores lo sepan o no, y que involucra un secreto guardado en las cajas de seguridad relacionado a una figura política de renombre. Seis ladrones, tres argentinos y tres españoles… aunque a uno de ellos le digan “El Uruguayo” y a otro “El gallego”, ¿o no? ¿Será que El uruguayo es realmente de Uruguay y lo que se ve escrito en un papel está mal? ¿Dos de los tres ladrones españoles, serán realmente españoles? Son algunas de las preguntas que la historia no se hace, pero que sin dudas surgen durante el metraje. Más allá de algunos problemas de sonido, con el típico volumen de la música incidental por sobre las voces, los rubros técnicos de Cien años de perdón son impecables. Valencia se presenta en permanente tormenta, con planos abiertos, aéreos, y una clara distinción en la fotografía para el interior del banco y otra para el exterior. Todo esto le otorga fluidez que se realza con un montaje ligero, que comete el pecado menor de transformarse en algo videoclipero en ciertos tramos. Pero todo el esfuerzo puesto desde la técnica, queda nulo frente a la pobreza en el resto de los rubros. El argumento posee varios baches, visibles aún para el menos avispado. La clásica y necesaria estructura de una introducción, un nudo y una conclusión se derrumba con una introducción demasiado escueta, y un desarrollo a mitad de camino; como por el medio no supiesen como completar el tramo faltante. La construcción de personajes no ayuda, no solo el detalle en la confusión de los “alias” (lo cual es un detalle realmente menor, circunstancial). Cada uno cumple un rol determinado y no posee personalidad propia o un background. Se acumulan los clichés, desde los diálogos y desde el modo en que son dichos. Para coronar, los mencionados dos ladrones españoles son directamente borrados del metraje (o casi) dando una extraña sensación de haber quedado en la mesa de edición. El rubro interpretativo hace un esfuerzo, pero el peso del guión es mayor. Rodrigo de la Serna (el Uruguayo) se ve en la necesidad de gritar permanentemente y repetir modismos porteños, puteadas incesantes incluidas. Luciano Cáceres no logra impregnar de alguna característica a un personaje que nunca encuentra su lugar dentro de la historia. Luis Tosar es quien quizás salga mejor parado en una suerte de galán rudo, o ladrón noble, pero su historia no termina de cerrar. Por último Joaquín Furriel es quien más sufre en medio de un personaje realmente odioso, una suerte de ¿cliché de villero? ¿iletrado?. No tenemos dudas de la capacidad interpretativa del conjunto, cada uno lo ha demostrado con creces en otros productos, y hasta aquí mismo, en ráfagas, cuando logran por un instante salirse del encasillamiento, demuestran una gran solvencia. Lo llamativo del guión en manos de Jorge Guerrica Echevarría (con una trayectoria rica e interesante), es su constante indefinición. Hay pasajes de comedia, y otros de rigorismo abstracto. Los dos polos no llegan a unirse creando un híbrido. Definitivamente un film fallido, Cien años de Perdón queda en las intenciones de hacer un producto comercial con un empaque vistoso y llamativo. Lamentablemente la impericia desde el guión, que suena a una excusa para poner las cosas en acción; y la dirección de actores, hace que los resultados queden en eso, intenciones.
Un hogar hermético, reglas internas inquebrantables, una visita que llega para desacomodar todo. La ópera prima del chileno Mauricio López Fernández nos hará acordar de inmediato a cierto cine proveniente de aquel Nuevo Cine Argentino de comienzos del Siglo XXI, en su modo de expresar aquello que no se quiere decir. Felipe debe regresar al hogar en el que su madre Coya (Rosa Ramirez) trabaja desde hace años como ama de llaves tras la muerte de su padre. Esa casa, perteneciente a una familia acaudalada, que esconde varios secretos que todos prefieren callar. Simulan, la familia pasa malos momentos, hay un quiebre en el matrimonio central, una mujer mayor que se lamenta, y los niños que practican el libre albedrío. Pero desde el exterior pareciera que todo está bien, o sigue igual que antes. Será necesario el arribo de Felipe para empezar a cambiar el cuadro de situación. ¿Y por qué su presencia resulta tan disruptiva? Felipe regresa como Elena (Daniela Vega), transexual. El mayor acierto de López Fernández estará en el lugar en el que decide focalizar la situación. no hay dudas sobre la sexualidad de Elena, ella es la más segura de todo el conjunto. El foco está puesto en la mirada ajena, en cierta hipocresía. El mundo de La Visita parece ser un mundo femenino, pero que necesita del hombre para existir. Su madre Coya se resiste ver a Felipe como Elena y crea entre ellas un vínculo tenso de violencia próxima. El resto, una familia que no es la suya, esconde, utiliza la presencia para desviar la atención sobre lo que realmente sucede. Hay un esquema familiar a romper, en donde el hombre es el que domina, el que provee, y su ausencia puede desequilibrar ese orden. Cada miembro lo vive a su manera; y otro acierto del realizador es centrarse también en la mirada “inocente” de los niños, quizás los únicos conscientes de lo que sucede alrededor de esa familia encorsetada. La visita se inclina por los silencios, como una muestra del núcleo que cuesta quebrar, en donde es mejor silenciar que verbalizar. La calma y la tensión se conjugan de modo simultáneo y se confunde, como si detrás de la pausa en la que viven se avecinara un vendaval que nunca termina de llegar. Los ritmos no necesitan de apurarse y el clima se construye de apoco, plano a plano, con una acertada fotografía que transmite una extraña serenidad. El conjunto interpretativo también transita la misma línea, se destaca Daniela Vega haciendo pasar todo tipo de emociones por su cuerpo, con gestos mínimos, sin necesidad de sobre exponerse. López Fernández creo una obra que traspasa la temática de cine LGTB, se anima a hablar del quebrantamiento de los tradicionalismos, de las relaciones de clases, y de la necesidad de una figura diferente para movilizar el avispero. Todo esto con una solvencia narrativa, un manejo de la imagen, y una tonalidad de climas, llamativo para una ópera prima. Hablamos de un film que no debería pasar desapercibido.