Michael Bay debe ser uno de los directores hollywoodenses más vapuleados, sino de la historia, por lo menos de la actualidad. Aunque sus películas suelen ser un éxito de masa; su nombre, figurando como director o productor, despierta todo tipo de comentarios descalificadores y una suerte de expectativa cero frente al producto en sí. Razones no faltan, es el responsable de la saga Transformers (ruido de metal retorciéndose AQUÍ), productor de buena parte de las pobres remakes de clásicos de terror de los ’80, y también puso su firma a algunos de los films más ranciamente patrióticos como Pearl Harbor. En el medio, se tiende a olvidar que el hombre ha hecho alguna que otra buena acción (La Isla, Bad Boys 1, La Roca, la primera hora de la primer Transformers, y nos regaló la banda sonora de Armageddon). Sin ser perfecta ni una gran obra, 13 Horas: Los Soldados Secretos de Bengasi, podría incluirse en este selecto apartado de “lo mejorcito de Bay”. Basada en hechos reales, 13 Horas se centra en el atentado terrorista a la embajada estadounidense en Bengasi, Libia, el 11 de septiembre de 2012. La historia se cuenta desde dos flancos, la propia embajada, y un centro de actividades de la CIA en el mismo lugar; y el punto de vista protagónico es el de un grupo mercenario de fuerzas especiales que debe cumplir la labor de rescate. Este grupo de ex soldados debió introducirse en ambos lugares atacados y actuar con rapidez, sin medir demasiadas consecuencias. Los hechos reales resultaron bastante controversiales, y la verdad sobre lo ocurrido nunca quedó demasiado clara, aun internamente. Por supuesto, toda estas controversias, son suavizadas al extremo bajo la lente del patriota Bay. ¿Por qué decimos entonces que es uno de sus mejores filmes? Principalmente por lo riguroso de la puesta. Sin resignar ritmo, 13 horas presenta un escenario técnico que hará las delicias de los amantes del género bélico (quienes no disfrutan del género, obviamente que esta no es su película). Más allá de las escenas sentimentales que sobran, y de las increíbles líneas de diálogo ultra patrióticas, Bay no recae aquí en excesos de grandilocuencia; juega a una suerte de sobriedad que fortalece el resultado. También se beneficia en mostrar una historia que no se ha epresentado hasta el cansancio, es un hecho puntual, particular, más chico que una guerra a gran escala; lo cual permite que se siga con cierto interés y se manejen buenas líneas de tensión. Más centrada en los personajes que el el ambiente (otro acierto) John Krasinsky como el agente privado Jack Silva es el claro protagonista, y su interpretación es adecuada para este tipo de propuestas, a mitad de camino entre lo heroico y la seriedad. Por supuesto, quien escribe, analiza el cuadro teniendo en cuenta que, por la filmografía de su director, los resultados podrían haber sido otros. En sí, no estamos frente a un futuro clásico del género, y posee varios puntos cuestionables. Las críticas que realiza al propio sistema de EE.UU. suenan a una tonta excusa, cae en clichés cada dos o tres escenas, y repito, Bay debe aflojar con el sentimentalismo en cámara lenta. De más está decir que sus puntos fuertes siguen siendo las escenas de acción, y los momentos en que puede lograr algunas explosiones. Pero esta vez, de la mano del novel guionista Chuck Hogan, el marco no suena a mera excusa. Michael Bay sigue siendo aquel de cuerpos eternamente sudados, grasa de auto por las venas, y banderas rotas flameando en el desastre; solamente que, de vez en cuando, su fórmula funciona. Ahora, a esperar la próxima entrega de Transformers.
Hay películas que nacen mal desde su mero anuncio. Ya cuando meses, se corrió el rumor en Hollywood de la intención de realizar una aventura épica protagonizada por dioses egipcios; deben haber sido muy pocos quienes se entusiasmaron. La confirmación de Alex Proyas (El Cuervo, Ciudad en Tinieblas) levantó las esperanzas que la llegada de los trailers terminó por desterrar. Nada, ninguna baja expectativa, ninguna intención mordaz, podría imaginarse ser tan “superada” por el resultado. Sobre el punto más controversial, tenemos un producto que posee cero rigor histórico en todo sentido. Los personajes tienen actitudes y llevan una vida bastante similar a la actual, el léxico tampoco es muy diferente, los actores son un cúmulo de “no estadounidenses” de varias partes del mundo, ninguno de procedencia persa o árabe. Aun así, esta falta de compromiso veraz se convierte en un punto menor en el desarrollo. Dioses de Egipto nos presenta un mundo en el que humanos y dioses conviven. En el que los segundos forman una suerte de linaje de realeza y asumen el rol de monarcas. En este contexto, se nos ubica en la asunción de Horus (Nikolaj Coster-Waldau) como nuevo rey; cuando en medio de la ceremonia irrumpe Set (Gerard Butler), el despiadado hermano de Horus, condenado a vagar por el desierto por su abuelo Ra (Geoffrey Rush). Set asesina a su padre, quita ambos ojos de Horus (su supuesta fuente de poder) y lo condena al ostracismo asumiendo él en su lugar. Del lado de los humanos nos encontramos con los heroicos y plebeyos Bek (Brenton Thwaiters) y Zaya (Courtney Eaton), una parejita que ingenia un plan para robar los mencionados ojos y restituirlos a su dueño. Tragedia mediante, Bek y Horus formaran un dúo de buddy movie para recuperar lo que les pertenece a cada uno. Los guionistas Matt Sazama y Burk Sharpless crearon una historia de intrigas palaciegas bastante reiterada, en medio de un universo en el que los dioses/realeza se comportan y son como una suerte de superhéroes y supervillanos. Cada uno tiene uno o más poderes especiales distintivos, se transforman en algún monstruo o animal, y hacen aparecer unas armaduras muy, demasiado, similares a la de los recordados Caballeros del Zodíaco. El tipo de batallas que se libran corren por el mismo carril, lejos de ser épicas con centenares, miles de soldados participando; son peleas cuerpo a cuerpo, donde ambos dioses se miden y destruyen todo lo que tienen a su alrededor. Los diálogos tampoco ayudan, enfatizados por una partitura compuesta por el todoterreno Marco Beltrami que mezcla unos monótonos acordes de épica junto a otros más propios de gags humorísticos; de la boca de los personajes salen frases que pretenden ser graciosas, cancheras, o carismáticas; cualquiera de los tres adjetivos no llegan a lograrse. Si por algo se lo conocía a Alex Proyas (aunque últimamente ya venía cuesta abajo) era el cuidado en sus puestas en escena. El juego de colores, la expresividad de las imágenes, los conceptos claros en tonalidades. Dioses de Egipto nunca se define, abundan los dorados (la sangre de los dioses es oro líquido) y el lente rojo. Luce sobrecargada pero jamás impactante. Hay imágenes en el espacio, ríos flotantes, naves conducidas por pajaritos, dioses alados, universos subterráneos, arenas voladoras, y los mencionados monstruos y armaduras estrafalarias, quizás todo puesto en un mismo plano; pero nada de eso causa un impacto visual, empalaga y se nota que abusaron de efectos digitales de un nivel más bien bajo. El rubro interpretativo es el típico de este tipo de propuestas, los actores son obligados a pronunciar líneas indecibles y no se esfuerzan en hacerlas creíbles. La creación de personajes es nula, son unidimensionales y con el sólo propósito de cumplir el objetivo que la historia puntual les depara. Realmente cuesta, pero no hay nada a destacar dentro de Dioses de Egipto. Lo peor, su falta de timing y ritmo de aventura, sumado a su extensa duración, hacen que se transforme en un bache aburrido que ni siquiera llega a completar el divertido círculo del “tan mala que es buena”. Las expectativas pueden ser bajas, pero películas como esta siempre nos demuestran que se puede esperar menos y menos.
El bosque Aokigahara, o Mar de Árboles, es una zona de Japón, a 30km del Monte Fuji, que debido a las leyendas que existen a su alrededor se convirtió en un retorcido atractivo turístico. Dentro de la mitología japonesa se lo menciona como un lugar relacionado a los demonios. En el Siglo XIX, asolados por la hambruna, niños y ancianos eran abandonados en sus profundidades cuando no podían ser mantenidos. En la década del ’60 la novela Nami No Tou incrementó su fama utilizándolo como lugar para el suicidio de sus protagonistas, y en 1993 se publicó una guía para el suicidio que lo ubicaba como un lugar predilecto. Gracias Wikipedia. Semejante historia alrededor no podía ser desaprovechada por Hollywood, y su manía a la hora de realizar films de terror, de ubicar todo tipo de horrores fuera de su país. El Bosque Siniestro acomoda la mitología a su gusto y nos cuenta la historia de dos gemelas, Sara y Jess (Natalie Dormer x 2) con el pasado turbio que toda protagonista de terror tiene que tener. Jess se encontraba en Japón cuando desapareció, la última vez que se la vio fue penetrándo en el bosque. Sara viaja hasta ese país con la idea de atar cabos y encontrarla, y nada la detendrá frente a su deseo de entrar al susodicho lugar con tal de localizar rastros. El guión, escrito por tres personas (Nick Antosca, Sarah Cornwell, y Ben Ketai), narra algunos hechos previos a las apuradas para crear un contexto, y de inmediato nos pone en escena con Sara dentro del bosque acompañada en un principio por un periodista estadounidense que de casualidad se encuentra en el país oriental, y un guía del bosque que le da una serie de instrucciones. Pero luego, retoma esos hechos del pasado, y también nos muestra la búsqueda desde del afuera por las autoridades de Sara, que por supuesto, rompe las reglas y se pierde. El bosque siniestro no se ahorra unos cuantos sustos, algunos más logrados que otros. Si la leyenda dice que los espíritus de los suicidas se quedan dentro del lugar, no hay que ser muy avispado para saber con qué se encontrará Sara, aun así, los sobresaltos llegan. El problema es que los tres guionistas y el director operaprimistra Jason Zada no pudieron darle fluidez a la narración. La sucesión es aclimática, precisamente por esa necesidad apurada de presentarnos a la protagonista en el lugar maldito, y luego retroceder sobre sus pasos cortando los cuadros. La historia de las hermanas no termina de armarse, y no se entiende bien para qué existe más que como excusa para lo que vendrá luego (como si fuese necesario). Se trata de enfatizar los momentos en el bosque con los recursos ya conocidos de la soledad y los imprevistos por cualquier lado. Pero este ritmo cortado, hace que se note lo gastado de los recursos, que de haber formado un solo bloque se hubiese disimulado mejor. De todos modos, El bosque siniestro, como modesto film de horror logra sostenerse sin mayores esperanzas que las de ver una más. Natalie Dormer cumple una labor satisfactoria para este tipo de películas y sostiene con su solo rostro buena parte del relato. La historia real del bosque, y la iconografía del lugar (en las que aparentemente hay hasta carteles que advierten a los turistas con frases para evitar las ganas de matarse y ese tipo de cosas) ya de por sí son bastante interesante como marco para una película de terror, el resto puede ser sólo un agregado. Un final que dividirá aguas, terminará por dar el veredicto final sobre esta película, para saber, en cada uno, si la experiencia fue satisfactoria, o una pérdida de tiempo. Lo que sí es seguro, sea cual sea el resultado, a ninguno que la vea le darán ganas de suicidarse, las hay mejores, pero también peores.
Un poco de historia para quienes llegan imprevistos. En la década del ’60, cuando el peronismo es proscripto, surge de la mano de los cineastas Octavio Getino, Gerardo Vallejo y Fernando “Pino” Solanas, el llamado Grupo Cine Liberación con la idea de plasmar para la posteridad las ideas del General y las bases de la doctrina peronista. La obra más conocida y nombrada del grupo quizás sea La Hora de los Hornos, un inconmensurable trabajo documental sobre la lucha peronista, con muchísimos problemas durante su realización e intentos de estreno, llevados a la existencia de varias copias con diferente duración (todas bastante extensa) y mucho material “perdido”. Además de La Hora de los Hornos, Getino y Solanas produjeron dos documentales, Perón La Revolución Justicialista y Perón, Actualización Política y Doctrinaria para la Toma de Poder; consistentes en entrevistas que pudieron realizarle a Juan Domingo durante el exilio en Puerta de Hierro. Estas imágenes, bastante conocidas como bloques individuales, nunca llegaron a estrenarse comercialmente como el conjunto de los dos largometrajes. De esa experiencia, en primer término, surge El Legado (o EL LEGADO estratégico de Juan Perón, tal como se presenta su título completo). El Legado se presenta como una crónica, en palabras y cuerpo de Solanas, del rodaje de aquellas entrevistas. Se mezcla material de archivo vario, y podemos ver y escuchar el testimonio del propio Perón dando lecciones sobre sus ideas y doctrina, y también sobre varios de los hechos ocurridos durante su Primera Presidencia. Pero luego, se nos introduce a una clase sobre peronismo que Pino le da a un grupo de estudiantes. En este tramo, parecieran cerrar las reales intenciones del director. Solanas pasa de entrevistador, alumno; a maestro. Asume un rol en el que completa con su visión e ideas varios hechos que en las entrevistas a Perón no se encuentran. Da el testimonio de muchos hechos controversiales y trascendentales, y es el testimonio suyo. Luego de un paso bastante exitoso por la ficción, Solanas retomo en el Siglo XXI su rol de documentalistas con una serie de films denuncia sobre las problemáticas sociales actuales del país. En una producción bastante fructífera también en este tramo, con el correr de los mismos, se lo fue acusando de alterar algunos testimonios o hechos en favor del mensaje que pretendía dar el documental. No vamos a dar ningún tipo de veredicto sobre esas acusaciones ya que no nos consta; simplemente sirve para encuadrar a un director que nuevamente se ubica en el centro del relato. Si vemos el afiche del documental, se aprecia a un Perón gigante frente a un Solanas muy chiquito a sus pies; el resultado no pareciera ser tan así. Mejor sería decir que, si no se ubica a la misma altura, se ubica en la creencia de ser un buen intérprete (¿El mejor?, ¿El único?); algo que se nota al escucharlo hacer contrapuntos con los hechos posteriores y la actualidad. Si “La Revolución Justicialista” y “Actualización Política y Doctrinaria” eran Peronismo por el propio Perón; El Legado, es Peronismo por Solanas, sin lugar a rebatir ninguna de sus puntos. Se menciona alguna objetividad el hacer uso de las palabras de la figura histórica, en el conjunto, esa objetividad es descartada; lo cual no estaría mal si se hubiese sincerado la propuesta desde el inicio. Propuesta más acorde a los seguidores del cineasta que en los últimos años devino en fuerte figura política; El Legado es un trabajo formal, con mucho protagonismo y poco espacio para la discusión interna. De seguro tendrá su público.
¿Hasta cuánto puede estirarse una idea? Esta es la pregunta a realizarse el novel realizador Brian Maya y los guionistas Omar Quiroga y Eduardo Marando. ¿Cuál es el límite para que algo no se transforme en demasiado? En su ópera prima, Maya (recordado por algunos por una participación actoral en Peligrosa Obsesión y sobre todo por esa ¿obra de culto? a descubrir, Palermo Hollywood) se inclina por un producto puramente de género fantástico del que se podrá escribir mucho pero no puede negársele una frondosa inventiva y originalidad. Magia, fantasía, esoterismo, guerras, conflictos sociales y familiares, alucinaciones psicóticas, y nazismo; todo eso y (mucho) más se conjuga en menos de una hora y media de relato. Carlos Belloso es Salvador Santiso, un periodista, cronista de guerra, que en 2003 tiene la posibilidad de viajar a Irak junto con su esposa e hija a cubrir la invasión estadounidense. En medio de la crónica se desata la tragedia, tras un confuso episodio su hija es dada por muerta. Salvador no puede recuperarse, entre en picos de depresión, alucina con la posibilidad de ver a su hija, y es internado en un neuropsiquiátrico del que saldrá diez años después. Cuando intente rearmar su vida, todo será más problemático aún, su mujer (Leonora Balcarce) lo rechaza, afloran rencores familiares, y el recuerdo de su hija continúa intacto. Aunque reciba ofertas laborales para volver a ser el gran periodista que era, su interés está focalizado en otras cuestiones; asegura que el secuestro de su hija forma parte de un extraño plan que tiene como finalidad imponer un nuevo régimen nazi a través de los refugiados de aquella organización en Argentina. Desandar el camino de aquel macabro plan requerirá del espectador tener la mente abierta, muy abierta. Ante la posibilidad de un guión que incluye aristas disparadas hacia muchísimos ángulos, Maya optó por una puesta que luce ampulosa, grandilocuente, quizás más grande desde las intenciones de lo que los recursos le permitían. Hay varios efectos, explosiones, un montaje que oscila entre la agilidad videoclipera y unos cortes o fundidos elípticos que llevan a un relato fragmentado. Todo pareciera ser enorme en Expediente Santiso, y las interpretaciones corren por el mismo carril. Belloso tiende normalmente a una suerte de sobreactuación, y aquí tiene todas las posibilidades y rienda suelta para entrar a ese juego; lo mismo sucede con Leonora Balcarce, Vivian Saconne, Lurdes Mansilla, Edgardo Nievas, y demás secundarios. El guión exige que todo sea expresado en palabras, verbalizado, y la dirección actoral lleva a un recitado esquemático que resalta la teatralidad. Pero atención. En medio de una propuesta que juega una apuesta más grande de lo que podría manejar, el resultado, en su conjunto, termina siendo mejor que en sus partes individuales. Sería extenso explicar las razones, pero Expediente Santiso termina creando un ambiente de por sí altamente entretenido y extrañamente divertido. Me arriesgaría a decir que tiene los elementos para alcanzar en un futuro (como es debido) un status de culto. Dejando volar nuestros recuerdos y nuestra imaginación, da la sensación de un niño jugando con sus juguetes, creándole un argumento cada vez mayor para que sus personajes entren en conflicto y todo explote. Dentro de ese contexto en el que la verosimilitud se hace a un lado y se impone el entretenimiento, hasta esas falencias (sobre todo las interpretativas) pasan a ser un visto bueno. Quizás – muy probablemente – este sea un efecto involuntario (más observando la seriedad con la que se trata de encarar todo), pero decididamente conseguido. Antes de su estreno comercial, la ópera prima de Brian Maya tuvo la posibilidad de proyectarse en las medianoches de Cannes y en el último Festival Buenos Aires Rojo Sangre. Es en el contexto de este último dónde quizás se haya sentido más cómoda; una película que presenta un avance interesante en el trabajo de la imagen, con mucho vuelo argumental, y en el que la diversión hace que las falencias más que disimularse, se disfruten. En el desarrollado panorama actual del cine de género local, hay lugar para propuestas rigurosas e impecables; y también para pequeños deslices entretenidos como este; bienvenidos sean los polos.
BASADA EN UN HECHO REAL. Esta inscripción en el marco de una película a esta altura de las circunstancias ya debería ir indicándonos con qué tipo de películas podemos encontrarnos. Bien un melodrama sobre el triunfo, o no, frente a las adversidades varias de la vida; una historia que ocupó primeras planas mundiales, o locales, durante cierto tiempo; o un film de denuncia sobre alguna clase de injusticia social; o todo eso junto como es el caso de La verdad oculta (local título de manual para el original “contusión”). Will Smith es Bennet Owalu, un inmigrante proveniente de Nigeria, que posee varios diplomas, entre ellos un título como Médico Forense/Patólogo. Estamos en inicios del Siglo XXI en una de sus causas, se topa con el cadáver de un jugador de Fútbol Americano con un pasado reciente alejado de todo tipo de gloria. Este hecho, depara una investigación que pondrá en jaque a la NFL, liga de estadounidense de Fútbol Americano. Owalu relaciona varias muertes en el mundo del NFL, junto a otros deportes violentos, mediante el síndrome de encefalotropía traumática, a causa de los golpes proporcionados en las prácticas, y que lleva como consecuencia tendencias suicidas. Hasta aquí, tenemos un film de denuncia, sobrio, y hasta de manual, con todas las idas y venidas típicas, y los personajes típicos, esquemáticos, que, o son buenos o son malos; que no presenta sorpresas pero tampoco fuertes decepciones. El asunto es que estamos frente al Will Smith del drama; aquel que nos trajo En Busca de la Felicidad y Siete Almas, aquel que quiere a toda costa que la industria lo considere para un premio como mejor actor, o como mejor película/guión (o lo que sea) en algo que él (y su familia) se encargó de producir. Ahora, quienes recuerden los dos títulos mencionados en este párrafo sabrán dónde radica el problema. La verdad oculta no se conforma con denunciar el comercio detrás del deporte profesional, pretende encumbrarse como otra lección sobre el sueño americano. A medida que avanza el relato, Owalu descubre las bondades de vivir en el país donde los sueños se hacen realidad, y este deseo de convertirse en un ciudadano más se contrapone a la continuidad de su investigación y su lucha. Para enfatizar estas cuestiones, se introduce una historia de amor con otra inmigrante, en este caso de Kenya, con la que convive, y con la que pretende llevar adelante el estilo de vida americana que tanto anhela. Llena de frases hechas, lugares redundantes, personajes acartonados, y situaciones que bordean y traspasan el verosímil; La verdad oculta hace agua en su propósito de ser tomada en serio. El director Peter Landesman tiene como único antecedente Parkland, otro film de similar o aún más tono patriótico. Aquí, se limita a desarrollar una labor correcta sin demasiado vuelo ni demasiados traspiés. La verdad oculta es un film de Will Smith, en su deseo de hacer otra carta de amor al país que lo vió progresar. Esta vez, lo disfraza con una denuncia que en el desarrollo sólo sirve como excusa para hablar de esas otras cuestiones.
Según el manual básico de la escuela de Hollywood, Nueva York parece ser la ciudad en donde el amor flota en el aire. Superpoblada, a las apuradas, atiborrada de rascacielos, y sin demasiado contacto personal. La meca del cine se empeña en querer convencernos que un gran porcentaje de sus ciudadanos son solteros, exitosos, y con el solo deseo de encontrar a alguien para sentirse completos. No vamos a enumerar la cantidad de ejemplos que se nos han dado al respecto tanto en el cine como en la televisión; ¿Cómo ser soltera? Es otro ladrillo más en esa construcción. Basada en una novela de pseudo autoayuda para mujeres en crisis amorosa escrita por Lizz Tuccillo, sigue las historias de un grupo de solteros jóvenes (algunos más que otros) y exitosos, muy frescos y espontáneos. Pero principalmente, dentro del grupo focaliza en dos, Alice y Robin. Alice (Dakota Johnson), es una soltera reciente que necesita de ayuda para reinsertarse, y para eso está Robin (Rebel Wilson), su amiga con bastante más experiencia en reventar la noche. Juntas emprenden un camino de enseñanza en medio de la ciudad, en donde los personajes son solitarios que quieren aprovechar la noche para encontrar compañía, o por lo menos, quitarse el polvo de encima. Hay otra serie de personajes periféricos, como dijimos, Meg (Leslie Mann), Tom (Anders Holm), Lucy (Alison Brie), y David (Damon Wayans Jr.), cada uno con sus historias que no aportan gran sustancia. El director encargado es el alemán Christian Ditter, con el antecedente de la bastante más carismática Love, Rosie. Quizás se entienda que al ver aquella comedia con Lilly Collins y Sam Coffin se haya pensado en este director, porque comparten, en cierta medida un tono algo zafado. Pero allí donde los personajes de Coffin y Collins rebosaban de carisma y química entre sí, en esta oportunidad sobreabundan los parches con gags sexuales para disimular la falta de conexión, entre el grupo y para con la pantalla. Dakota Johnson no es una buena opción para este tipo de films, su personaje pasa a ser la que da pie para que otros hagan el remate. Si de por sí no ha demostrado hasta el momento ser una actriz con una alta gama de ductilidad, la comedia pareciera quedarle incómoda. El lucimiento es para Rebel Wilson, con un personaje algo más pulcro o estilizado que en otras oportunidades, pero igualmente zafado. Wilson se repite a sí misma, pero es la que sacará alguna sonrisa; más allá de alguna participación del resto de los periféricos. Hay consejos, hay una mezcla entre Sex & The City y la comedia femenina post Paul Feig; pero falta el encanto que directores como Nora Ephron supieron darle a la ciudad. Nueva York se ve lujosa, sudorosa, precoz o pecaminosa. Tampoco es esa ciudad apretada de cabezas bajas y andar ligero. Es un marco para que los personajes suelten sus máximas sobre el romance (duradero pero más aún casual) de modo adecuado, aunque no sabemos cuántas de ellas puedan aplicarse realmente fuera de la isla. Ditter, lejos de aplicar algún sello particular – que no lo necesitaba -, deja que las situaciones fluyan sin demasiado interés, cayendo en algo episódico, y con cierta pereza en el ritmo, más allá de lo ampuloso de la banda sonora machacadora. ¿Cómo ser soltera? Se deja ver como lo que es, una comedia romántica, feminista (esto estaría en seria discusión), llena de preconceptos, y con personajes concebidos con la sola idea de ser funcionales a lo que se quiere decir. Es simpática, liviana, y tiene algunos momentos de gracia. Pero es tan olvidable como aquel encuentro casual de unos minutos, en medio de un raid sexual fructífero.
El nombre de Nicholas Spark se hizo fuerte en el mundo de Hollywood cuando la adaptación de su novela The Notebook se convirtió en un sorpresivo éxito y referencia romántica imbatible, aún entre ambos sexos. De eso hace ya doce años, anteriormente se habían llevado al cine otras dos de sus novelas, y desde 2008 es una suerte de clásico esperar una película de una novela suya por año, como el Woody Allen anual, o la de Disney para las vacaciones de invierno. El asunto es que Allen y Disney renuevan esas esperanzas cada año superándose o manteniéndose, el caso de Nicholas Spark es extraño porque desde aquel taquillazo de 2004, ninguna de esas películas estuvieron a nivel, pero ni cerca. Todo esto a cuenta de que se acerca San Valentín y ya tenemos nuestro Spark de 2016, en este caso, En nombre del amor, dirigida por un tal Ross Katz, algo más conocido como productor. Adentrémonos en el manual básico de película romántica. Travis y Gabby (Benjamin Walker y Teresa Palmer, respectivamente) son vecinos, él es veterinario, ella pediatra. Supuestamente son opuestos, aunque la atracción es inmediata. Él es alocado y quiere seguir siéndolo, ella es algo más centrada aunque tampoco se compromete demasiado. Ah, el amor, el amor, cuando toque a sus puertas querrán cambiarlo todo, pero como esto es un drama, y si ya vieron o leyeron algo de Spark al hombre le gusta ser un poco tortuoso, nada les será tan sencillo, infortunios varios, personajes en el medio, decisiones erróneas, de todo deberán atravesar para lograr estar juntos. Dejemos un poco de intriga, aunque si ya vieron el muy revelador tráiler, nada queda por decir. En nombre del amor no presenta sorpresas, se le puede criticar todo tipo de asuntos, que hay personajes que hablan con un muy recalcado acento sureño y otros de la misma sangre no; que todos son unidimensionales, que la química entre Walker y Palmer no es abundante, que los secundarios no terminan de explotar, que se puede adivinar cada una de las escenas, y como consecuente es un cúmulo de clichés. Por otro lado es innegable que estas películas tienen un público fiel, que caen bien en estrenarse cerca de estas fechas de romances y parejas florecientes, y que, en definitiva, no es peor que las anteriores películas alla Spark (quizás, sí podríamos decir que no tiene demasiado para narrar, ni en lo emocional). Un público que difícilmente ahonde en los detalles a corregir, y que espere el beso de los protagonistas para repetir con quien tenga en la butaca de al lado. The Notebook se convirtió en lo que es porque abundaban las buenas labores, tanto delante como detrás de cámara, algo que en En el nombre del amor no se vislumbra más allá de aparecer algún actor de renombre como Tom Wilkinson, en total piloto automático. Pareciera que no lo necesita, que puede conformarse con ser una más de las románticas de temporada, una tarea que cumple sin sobrarle nada.
Después de muchas idas y venidas, finalmente Deadpool logró tener su propia película: Las dudas, sobre todo luego de su fallida intervención secundaria en X-Men Origins: Wolverine abundaban, más aún cuando se anunció que repetiría el mismo interprete, Ryan Reynolds, cuyo currículum poniéndole la piel a superhéroes no era el mejor. El personaje no es de los más sencillos en llevar a la pantalla, prueba de ello el fallido intento en aquel film de Gavin Hood. Entonces, lo primero que hay que decir para tranquilidad de los fans; la prueba ha sido superada. Deadpol es un film que no engaña. Desde sus primeras imágenes promocionales, sus múltiples y llamativos afiches, y trailers; podíamos adivinar cómo vendría la mano. Estamos frente a una comedia más que a un film de acción o aventuras (llamar a Deadpool Superhéroe sería complicado). Desde los “originales” créditos iniciales (prepárense para tararear el clásico naif Angel of Morning durante días), uno de los mejores momentos del metraje, la sonrisa se instala en la cara y la carcajada se suelta a raudales sin abandonarla nunca. Estamos en medio de algo no convencional. Wade Wilson/Deadpool le habla a los espectadores, se ríe de todo, provoca, maneja referencias constantes a la cultura pop, se mofa de su productora, de su universo comiquero, de los clichés típicos de toda película de este género, y principalmente apunta sus mejores dardos al mundillo de Hollywood, Hugh “Wolverine” Jackman, y Ryan Reynolds, el actor detrás de la máscara. La historia es sencilla, y quizás ese sea el punto debatible del asunto. Mediante constantes flashback nos presentan a Wade Wilson (Reynolds), un matón y asesino a sueldo de poca monta pero eficacia comprobada. Es una historia de amor (y una bastante buena en tiempos de San Valentín), en un bar conoce a su enamorada Vanessa (Morena Baccarin, dando justo en la talla para los requerimientos del personaje), la atracción es inmediata, pasan los años, se fortalecen, llega la desgracia. A Wade le descubren cáncer con metástasis varias, sin ninguna solución, por lo menos no de las tradicionales. En el bar de su amigo hace su aparición un hombre de traje que propone curarlo haciendo despertar los genes mutantes en él (es el universo de X–Men) para que luego se una a una supuesta liga. Desesperado acepta, pero las consecuencias son terribles, el científico y villano principal Ajax/Francis (Ed Skrein) lo somete, tortura y desfigura su rostro. De ahí en más, a la utilización del traje, la desaparición de la sociedad, y la búsqueda de venganza ya convertido en Deadpool, un implacable asesino a sueldo. Decimos que el argumento es lo más debatible, porque allí dónde Deadpool brilla en sus dardos cómicos, no es tan eficaz cuando de aventura se trate. Sus villanos, sobre todo el principal, Ajax, adolecen de peso narrativo y escénico. Las escenas de acción son resueltas de modo apenas correcto, discreto. Algo similar sucede con los dos X-Men que aparecen en pantalla Colossus (voz de Stefan Kapicic) y Negasonic Teenage Warhead (Brianna Hildebrand). Como se burla el protagonista, son personajes de segunda línea, sin mucho más para agregar. Como si todo girase alrededor de Wade/Deadpool y sus constantes y muy eficaces humoradas, todo está puesto al servicio de ello, y lo único que sobresale es Vanessa por la solvente labor de Baccarin, su imponente presencia en pantalla y la química que logra con Reynolds. Lo fundamental es que tal y cómo está concebida la propuesta, esta falta de peso argumental, no perjudica en gran medida al resultado del film del debutante Tim Miller. Deadpool es una comedia, uno entra a la sala a ver eso, y en ese aspecto, brilla, es novedosa (la ruptura de la cuarta pared, y la autoconciencia de “ser una película” es un hallazgo perfecto para la complicidad) y nos hace pasar una estadía muy placentera. Reynolds está a la altura de la circunstancia, y hasta aporta algún peso dramático en las contadas escenas serias; logra reivindicarse luego de tres intentos infructuosos en el mundo de lo heroico. Deadpool probablemente sea un film menor no destinado a ser el tanque más grande del año (para eso, su productora Fox tiene otra entrega de la saga X-Men); ni siquiera intenta serlo. Es un pasatiempo alegre, zafado, irreverente, lleno de doble sentido (ojo padres que se tienten frente a la posibilidad de las copias dobladas), y brioso. Tal cual los orígenes del comic, violencia y carcajadas en dosis similares. Ideal para un balde gigante de pochoclo.
Del mismo equipo que entregó la satisfactoria experiencia de Tadeo Jones, llega otro film animado con ciertos puntos en contacto con aquella oda a Indiana Jones. No caben dudas que a la dupla Enrique Gato, Jordi Gasull, director y guionista respectivamente de ambas propuestas, le gustan los films de aventuras hollywoodenses. Esta vez homenajean uno de los hechos históricos más trascendentales del país del norte, y probablemente, del mundo, la llegada del hombre a la Luna. El protagonista es Mike Goldwing, un niño de 12 años, perteneciente a una familia de astronautas con algunas dificultades en el pasado. Hay un villano que, mediante un artilugio temporal, pretende borrar la idea de que el hombre llego al satélite terrestre mediante el robo de la bandera yanqui que los tripulantes del Apolo XI plantaron en ese suelo, todo con el propósito de quedarse con una fuente de energía importante. Mike, quiere reivindicar a su familia, se inmiscuye en la NASA, y viaja a la Luna junto a su heroico y conflictuado abuelo, y a su mejor amiga Amy, para impedir los maléficos planes. En la Tierra, los agentes de la NASA, su familia, y otro amigo, Marty (en este caso un inventor que nos hará acordar a Los Goonies) serán los encargados de guiarlos. Hay también un lagarto chico, propiedad de Marty que viaja junto al trío, y hará las veces de comic relief. Hay buenos mensajes, un cuidado en los detalles importantes, y cierto ritmo que pese a decaer por momentos nunca llega a aburrir. La calidad de la animación mejoró aún más que en la sobresaliente Tadeo Jones, siendo ese su punto más alto. No sucede lo mismo con su guión que inmediatamente nos hará recordar a dos propuestas también provenientes de Europa rindiéndole pleitesía al país de tiras y estrellas, Planeta 51 (también española) y Fly me to moon (holandesa). En este caso, el argumento pone el mensaje por sobre las formas. Hay ciertas cuestiones que solo los más chicos podrán tomar como posibles, muchas casualidades, personajes pintados con el trazo grueso del histrionismo, y recalcamos, mucho amor a un país que no es el propio. A diferencia de Tadeo Jones, que homenajeaba y se tomaba en solfa en partes iguales la creación de Spielberg y Lucas; Una familia espacial (que en España se conoció como Captura la bandera) abandona cualquier burla, no solo porque es menos graciosa que Tadeo, sino porque se juega de pleno por la corrección política. La sociedad está descreída que realmente el hombre haya llegado a la Luna (la teoría de Kubrick, siempre presente en el inconsciente), y los personajes de Una familia… tienen como misión hacer que no queden dudan de la veracidad de aquella epopeya. Hablamos de un film entretenido, logrado desde lo técnico, agradable a la vista, y con el suficiente dinamismo como para atrapar a las distintas edades (aunque el tomo sea claramente para niños menores a los doce); si el análisis queda ahí, la propuesta es satisfactoria. Entonces, es mejor no indagar en el más allá.