Cuando el cine deviene en manual de autoayuda Nada menos que 15 años se tomó Tom Hanks para escribir y dirigir su segundo largometraje luego de su más que digno debut con el musical Eso que tu haces. Para este regreso detrás de cámara (también aparece delante) se asoció en el guión con Mia Vardalos, quien desde el inmenso éxito con la comedia Mi gran casamiento griego no paró de hacerle "daño" a Hollywood con subproductos uno peor que el otro. Cuando nos topamos con un film tan fallido como Larry Crowne el problema es (aunque no sólo) del guión. El antihéroe del relato es Larry (Hanks), laborioso jefe de sección en un hipermercado al que le ha dedicado buena parte de su vida, desde que abandonó su puesto de cocinero en el ejército. Sin embargo, ante la crisis y debido a sus escasos estudios, es despedido de la manera más cruel. A punto de perder su casa hipotecada, este cincuentón solitario y querible pero también con un dejo algo patético (¿homenaje a Forrest Gump?) se inscribe en la universidad; más precisamente, en un curso de oratoria liderado por una profesora bastante frustrada (Julia Roberts) y en uno de economía comandado por un riguroso docente japonés. En medio de muchos jóvenes, Larry comenzará a salir de su depresión, se unirá a un grupo de compañeros que se dedica a pasear en scooters (prefiero a Nanni Moretti andando en su Vespa por las calles de Roma), retomará su labor como cocinero (ahora en el restaurante de un amigo) y se irá acercando a la profesora que también lucha con una profunda crisis de madurez tanto en lo afectivo como en lo laboral. Hay, por lo tanto, un intento de romance (la química entre Hanks y Roberts es decididamente pobre y lo de él es todavía peor que lo de ella), unos cuantos personajes secundarios "simpáticos" (como el vecino que encarna Cedric The Entertainer), pinceladas sobre la crisis socioeconómica y una mirada bastante complaciente, autoindulgente, pintoresca y elemental sobre casi todos los temas y conflictos. Si la comedia no funciona, si el romance no engancha, si las actuaciones son llamativamente sosas, lo único que queda, entonces, es el "mensaje" ("no te des por vencido ni aún vencido", "persevera y triunfarás", "nunca es tarde cuando la dicha es buena" serían alguno de los refranes apropiados para la ocasión). Así, el único "género" al que Larry Crowne aplica es al de la "autoayuda" y, por lo tanto, sólo está destinado a aquellos que quieran recibir una acumulación de buenas intenciones y mensajes positivos. De cine, poco y nada.
Empleadas y patrones no pretende desarrollar un estudio sociológico sobre la diferencia de clases en Panamá ni examinar a fondo la variedad y complejidad de una relación tan peculiar como la que se establece entre las empleadas domésticas y los dueños de casa que las contratan. Lo que se propone, no tanto registrando escenas reales ilustrativas de esa relación sino recogiendo los puntos de vista de unas y otros en una sucesión de entrevistas (registradas necesariamente por separado para que cada uno pudiese expresarse con entera libertad), es exponer algunos de los rasgos que caracterizan esta relación asimétrica, en la que se revelan el prejuicio y las diferencias sociales, económicas y culturales. Sobre todo está la contradicción. La de empleada y empleador es, en este caso, una relación demasiado próxima y, al mismo tiempo, demasiado distante. La mucama, la niñera y la cocinera que se reparten las tareas de la casa conviven con sus jefes en sus casas lujosas, lavan y planchan sus ropas, preparan su comida, atienden a sus hijos, están ahí cuando ellos enferman o cuando están de fiesta. Conocen quiénes son y están al tanto de lo que les pasa. Sin embargo, en buena parte de los casos, y aun en aquellos en que el vínculo se ha prolongado por décadas, hay silencio entre ellos. La barrera de la diferencia impide el diálogo. Lo ilustra cabalmente el caso de la señora extranjera que se incluye sobre el final. Ella no puede dar un paso sin la ayuda de la asistente, a quien considera como de la familia, aunque es muy poco lo que sabe de su vida personal, pero cuando llega la noche una come en el comedor; la otra, en la cocina. Es uno de los momentos en que el film abandona el formato del relato a cámara y sale a recoger otras perspectivas. En una informal reunión de empleadas en un parque donde intercambian experiencias vividas en su trabajo; en el tramo que ilustra sobre las creencias religiosas de las trabajadoras; en el seminario casi surrealista donde se insiste, nada ingenuamente, en que "servir a los demás es uno de los privilegios que tiene el ser humano"; en los veloces pantallazos que en el comienzo resumen entrevistas de trabajo. A Benaim se le ocurrió este documental cuando, en busca de material para un film sobre su familia, entrevistó al personal doméstico que había trabajado en su casa y se asombró del cariño con que los recordaban a él y a los suyos. Por eso, quiso hacer hincapié en los lazos afectivos que suelen nacer de una larga convivencia. Tal asunto es el que ocupa casi toda la parte final de la película y aporta un leve tono emotivo a un relato que en general, aunque no omita experiencias dramáticas, busca el enfoque irónico y ligero. En ese sentido ayudan el montaje de Carlos Revelo y Fernando Vega y la música de Pedro Onetto.
Atracción fatal Esta historia sobre la ambigua, contradictoria, tensa relación entre un profesor de natación (Carlos Echevarría) y uno de sus alumnos adolescentes (Javier de Pietro), que no puede volver a su casa y termina en el departamento de su maestro, está narrada con sofisticación, climas enigmáticos, combinando elementos más cercanos al thriller psicológico (es un ensayo sobre la atracción, la represión, la culpa y la manipulación), aunque con pulso de thriller hitchcockiano, mientras que sobre su desenlace adquiere incluso un sesgo casi fantástico. Más allá de que no todos los climas son igual de logrados y de que hay momentos en que los detalles y observaciones pasan de la sutileza a cierta obviedad, se trata de un muy logrado segundo trabajo de Berger, en el que además se nota un salto cualitativo en cuanto a puesta en escena y dirección de actores. Un director a seguir con suma atención.
¿Debo irme o debo quedarme? Cuando uno se topa con una comedia romántica tan fallida como Güelcom inmediatamente piensa dos cosas: 1) Qué buenos fueron los recientes trabajos dentro de este mismo género de directores argentinos como Hernán Godfrid (Música en espera), Mariano Mucci (Motivos para no enamorarse) o Juan Taratuto (Un novio para mi mujer); y 2) Qué injustos (exigentes) somos los críticos con tanta película menor pero correcta que en esta misma línea llega desde los Estados Unidos. Esta ópera prima de Yago Blanco (también coguionista) acumula tópicos hiper transitados (lo cual en sí mismo no es la madre de todos los problemas, ya que muchas veces el trabajo sobre clisés y estereotipos da lugar a logradas relecturas, parodias o sátiras): por ejemplo, tenemos en el centro de la escena una ex pareja (Mariano Martínez y Eugenia Tobal) que juegan el juego del re-matrimonio (uno de los subgéneros más clásicos), tenemos terapia y obsesiones sexuales (con déja vu woodyalleniano incluído) a partir del personaje protagónico que es psicólogo y de una bella paciente que lo "acosa", tenemos conflictos propios de la inmigración a España, y -claro- la infaltable subtrama gastronómica (ella es una cocinera tan talentosa como frustrada). Pero, reitero, las principales falencias de Güelcom ni siquiera tienen que ver con adscribir a todos los lugares comunes que puedan imaginarse dentro de esas temáticas, sino que lo hace mal: los secundarios "simpáticos" resultan insoportables, la veta guarra (alcohol, descontrol, gritos, erotismo de cabaret) es berreta (el personaje del novio español de Tobal es uno de los peores que he visto en mucho tiempo), los recursos "modernos" (la voz en off con las "10 frases más usadas por los argentinos que se van del país", las confesiones a cámara de Martínez, etc.) suenan forzados y viejísimos, y los intentos desde la banda sonora y la edición por dotar a los 105 minutos del film de algo de ritmo parecen esfuerzos desesperados ante la escasísima fluidez, encanto y ligereza del material. No tengo nada contra el cine argentino que busca acceder a un público masivo. Al contrario: a esta altura, ante la escasez reinante, suelo celebrar incluso más un apenas aceptable exponente de género que una muy buena película nacional "de arte" o "de autor". Quiero que las apuestas industriales nacionales tengan éxito, pero que lo logren con recursos nobles y medianamente inspirados. Güelcom es, apenas, un producto profesional, pero está muy lejos de ser un buen film.
Cuenta conmigo... Venerado realizador, guionista y productor de cine y televisión, referente de la Generación X y profeta geek, J.J. Abrams hizo un poco de todo: creó series como Lost, Fringe o Alias, y rodó tanques como Misión: Imposible III o Star Trek: El futuro comienza. Amante del (primer) cine de Steven Spielberg -que ha sido algo así como su mentor y que aquí ofició de productor-, Jeffrey Jacob consigue su mejor película como guionista y director con una propuesta que tiene algo de E.T., el extraterreste, Encuentros cercanos del tercer tipo, Los Goonies (idea original de SS) y del espíritu de Cuenta conmigo, el clásico de Rob Reiner, Pero, más allá de estas y otras referencias posibles, lo cierto es que en una época casi monopolizada por secuelas y remakes es un placer descubrir una historia original, un entretenimiento con efectos visuales y no de efectos visuales (las set-pieces, como el descarrilamiento del tren o las apariciones del monstruo alienígena son funcionales a la trama y no su eje). Súper 8 es una película de múltiples aristas pero jamás ambiciosa ni grandilocuente (es la mejor historia "spielbergeana" en mucho tiempo, sobre todo porque el propio SS se ha dedicado en los últimos años a proyectos "importantes", veremos qué pasa dentro de poco con Las aventuras de Tintín). Ambientada en un pueblito de Ohio durante el verano de 1979, es un retrato de los códigos de amistad y del despertar sexual preadolescentes (los protagonistas rondan los 12-14 años). Es, también, una nostálgica reivindicación y declaración de amor hacia las producciones amateurs en Súper 8 con estructura de cine dentro del cine (los chicos filman un corto noir casero de zombies llamado The Case mientras el lugar es invadido por una poderosa fuerza extraterrestre y la zona se militariza). Contada con un bienvenido clasicismo (JJ jamás hace ostentación de su talento como narrador) y protagonizada por un excelente elenco de jovencitos (Elle Fanning, otra vez, brilla con luz propia), Súper 8 resulta una película noble, atrapante, emotiva, luminosa y encantadora. Un último consejo: no se pierdan los créditos finales.
El director de El custodio construyó una comedia asordinada, que describe las desventuras de Boris (Esteban Bigliardi), un joven al que su pareja, Ana (Cecilia Rainero), le pide “un tiempo” para pensar si quiere continuar con una relación que siente demasiado previsible, sin riesgo. El protagonista (un típico antihéroe) entrará en un estado de confusión que lo hará vagar sin rumbo fijo. En su viaje (tanto interior como exterior), Boris se irá a vivir a un decadente hotel de dos estrellas, adquirirá un viejo auto rumano con el que deberá atravesar una tormenta eléctrica, visitará bares y librerías de usados, seguirá a mujeres por la calle, tendrá algún romance fugaz, irá a fiestas y al casino, viajará sin suerte a Colonia y terminará cenando con un mecánico en la noche de Año Nuevo. Con un humor negro que por momentos remite al absurdo del cine del finlandés Aki Kaurismäki, del estadounidense Jim Jarmusch o del argentino Martín Rejtman, Moreno se arriesga con un film libre hasta lo anárquico y bastante desconcertante por sus bruscos cambios de situaciones, de tono, y de personajes secundarios. Bigliardi, actor-fetiche de la nueva generación del cine nacional, resulta el intérprete ideal para el atribulado Boris, mientras que en el terreno visual se destaca la fotografía de Gustavo Biazzi en el poco utilizado (en cine) formato casi cuadrado (1:1,33).
Guionistas de revulsivas sátiras como Un santa no tan santo , Glenn Ficarra y John Requa debutaron en la dirección hace dos años con la no menos audaz Una pareja despareja . Por suerte, buena parte de ese desparpajo subsiste en Loco y estúpido amor , comedia familiar de estructura coral y retrato intergeneracional de gran presupuesto para la que contaron con una historia que esta vez no les pertenece (el autor es Dan Fogelman, responsable de la saga de Cars y de Enredados ) y con uno de los mejores elencos jamás reunidos para un exponente de este género. Los protagonistas son Cal (Steve Carell) y Emily (Julianne Moore), un matrimonio que lleva casi 25 años juntos hasta que ella, en medio de una cena en un restaurante, le propone que se separen y hasta le confiesa una infidelidad con un compañero de trabajo (Kevin Bacon). Tras esa primera secuencia, la película se dispara hacia múltiples (quizá demasiados) personajes y subtramas. El cuarentón Cal -convertido en un alma en pena- empezará a recibir consejos por parte de un joven Don Juan (Ryan Gosling) que concurre todas las noches al mismo bar que él, tendrá un romance fugaz con una maestra (Marisa Tomei), mientras intenta sostener como puede la relación con su conflictuado (y enamorado) hijo de 13 años (Jonah Bobo). La cosa se complica aún más porque hay en la propuesta más de un romance juvenil, con la ascendente Emma Stone como principal referente. En principio, el film apuesta por una negrura y una acidez poco habituales (más cerca del espíritu del cine independiente norteamericano o de algunos proyectos de Judd Apatow que de la producción mainstream ). Sin embargo, conforme avanzan las distintas historias, la narración va adoptando un tono más sentimental, concesivo, demagógico y tranquilizador, más acorde con lo que la comedia familiar hollywoodense nos tiene acostumbrados. De todas formas, hay en Loco y estúpido amor buenas dosis de inteligencia, diálogos punzantes y aportes actorales de primerísimo nivel. Con eso le alcanza (y le sobra) a este film de la dupla Ficarra-Requa para disimular algunas carencias o ciertos lugares comunes a la hora de resolver los conflictos y ubicarse, así, bastante por encima de la media de la producción que suelen ofrecer los grandes estudios.
Sólido artesano del género de acción y aventuras ( Rocketeer , Jumanji , Cielo de octubre , Jurassic Park III ), Joe Johnston se encargó ahora de presentar en sociedad uno de los más ilustres personajes surgidos de la editorial Marvel, el Capitán América, como paso previo a una propuesta todavía más ambiciosa: reunir a varios de sus populares superhéroes en Los Vengadores (quien tenga la paciencia suficiente como para soportar los larguísimos créditos finales tendrá un amplio panorama de lo que vendrá en mayo de 2012). Johnston se toma el tiempo necesario para presentar a Steve Rogers, un escuálido y débil joven de Brooklyn que intenta -sin suerte- ser admitido en el ejército estadounidense, en plena Segunda Guerra Mundial. Sus esfuerzos, finalmente, se verán recompensados y no sólo podrá viajar al frente de batalla sino que su esquelético cuerpo se convertirá en el de un superhombre capaz de hacer suspirar a las oficiales de turno y de combatir a una poderosa organización nazi denominada Hydra, que lidera el siniestro Cráneo Rojo (Hugo Weaving). Lejos de las pirotécnicas y adrenalínicas tendencias que alimentan a casi todo el cine de acción contemporáneo, Johnston y sus artistas proponen un relato bastante más clásico y con un estética retrofuturista y un look old-fashioned que está más a tono con el de los viejos seriales y con el de una historieta cuyo origen se remonta a siete décadas atrás que con el universo de los Transformers . En este sentido, la conversión que a último momento se realizó al 3D estereoscópico resulta mejor que -por ejemplo- el proceso similar que se hizo con la última entrega de Piratas del Caribe , pero más allá de darle algo más de profundidad de campo a algunas tomas o de ver cómo el famoso escudo se nos acerca cuando es lanzado por nuestro héroe, no agrega demasiado y se parece bastante a una mera "justificación" para cobrar una entrada más cara que la normal. Si bien algunos personajes (como la tardía aparición de Samuel L. Jackson, que sirve para establecer la apuntada conexión con Los Vengadores ) tienen un mínimo desarrollo, hay otros secundarios (como los que interpretan Tommy Lee Jones, Stanley Tucci, Toby Jones, Sebastian Stan o Dominic Cooper) que sí tienen momentos para su lucimiento. La pareja protagónica (Chris Evans y la inglesa Hayley Atwell) también alcanza una más que aceptable química romántica inspirada por los clásicos de los años 40. El resultado, por lo tanto, sin ser demasiado sorprendente es más que aceptable, especialmente si se lo compara con otros recientes (y decepcionantes) films de superhéroes como El avispón verde . Así, luego de este más que digno menú, todo queda servido para el gran banquete que los fans esperan con devoción: Los Vengadores .
Con las mejores intenciones Una gran historia, un protagonista anodino, un muy cuidado y correcto documental. Así podrían sintetizarse los contrastes de esta opera prima de Misael Bustos. ¿Por qué "una gran historia"? Porque abarca desde la historia política internacional (con eje en la caída de la Unión Soviética) hasta el retrato de un intenso drama de desarraigo y conflictos familiares ¿Por qué "un protagonista anodino"? Porque Viktor, el marinero que había llegado a bordo de un buque pesquero y quedó varado en Mar del Plata, en 1991, tras el desplome del comunismo (una versión local del Tom Hanks de La terminal, de Steven Spielberg), resulta no demasiado interesante en sus recuerdos, anécdotas, contradicciones y disyuntivas (es un hombre de mar, hosco y huraño, y por lo tanto escasamente empático para el espectador) ¿Y por qué "un muy cuidado y correcto" trabajo? Porque tiene un nivel de producción infrecuente en el medio local (se rodó en Moscú, Bielorrusia, Letonia, Mar del Plata y la Patagonia Argentina, y hasta se terminó en fílmico), porque regala una calidad de imágen, sonido y edición de primer nivel, pero al mismo tiempo extraña cierta audacia, cierta "incorrección", ese riesgo de salirse de la fórmula, de lo preestablecido, de quebrar el decálogo del "buen" documental. Creo que Bustos y sus productores hicieron todo lo posible para conseguir que la historia alcanzara una dimensión humana que llegara a conmover (porque realmente es dura y absurda la parábola de los dos marineros que aquí se retratan, uno más "adaptado" a la Argentina y otro que parece perdido en una suerte de limbo), pero aún yendo a buscar a sus familiares y amigos a la otra punta del planeta (un pueblito helado en el medio de la nada) el film no alcanza ese punto en que la narración se hace carne en el público. De todas maneras, El fin del Potemkin no deja de ser un relato interesante (por momentos atrapante), hecho con enorme profesionalismo y con las mejores intenciones. Aunque, a veces, todo eso no alcance para redondear una gran película. Nota: Aclaro que mi hermano Nicolás es uno de los coproductores del film.
Antes del atardecer El resultado de esta primera incursión del realizador de El sabor de la cereza, Y la vida continúa..., A través de los olivos y El viento nos llevará en Europa (la película transcurre en los bellísimos exteriores de Arezzo y Lucignano en la Toscana italiana) es muy estimulante. Aunque no pocos cinéfilos extremos denostaron tras su estreno en la sección oficial del Festival de Cannes 2010 la "occidentalización" de Kiarostami, otros -en cambio- consideraron muy positivo el hecho de que este reconocido cineasta se haya animado a filmar una historia de amor bastante más clásica y accesible que sus trabajos previos. Binoche se luce (como siempre, como nunca) en el papel de una galerista francesa que pasa un día en compañía de un escritor inglés (un no del todo convincente debut en la actuación del cantante de ópera británico William Shimell). La película envuelve un misterio que se irá disipando en parte (nunca se sabe qué es verdadero o no) con el transcurso del film, y que es mejor no develar. Más allá del apuntado desnivel interpretativo, Kiarostami construye un relato inteligente, luminoso, magnético y perturbador a la vez, que remite en su esquema al díptico Antes del atardecer / Antes del amanecer, de Richard Linklater; y a Viaggio in Italia, de su admirado Roberto Rossellini, sin dudas su principal fuente de inspiración. Su demorado estreno comercial (en varias buenas salas) no deja de ser una buena noticia en estos tiempos de penurias en el circuito comercial argentino. Nota al margen: en los últimos años, muchos reconocidos autores de países periféricos (Tsai Ming-liang, Brillante Mendoza, Hou Hsiao-hsien, Alejandro González Iñárritu y un largo etcétera) rodaron en Europa (y sería esta una buena tendencia para el análisis). En este sentido, y aunque Copia certificada para mi gusto no alcanza el nivel de sus mejores películas iraníes, creo que Kiarostami sale muy bien parado de este desafío.