Carpenter y un thriller psicológico sobre jóvenes encerradas en un neuropsiquiátrico Atrapada es una de esas películas en las que el espectador puede quedarse con la mitad del vaso llena o lamentarse por su parte vacía. Se trata de un típico thriller psicológico sobre atractivas jóvenes encerradas en un neuropsiquiátrico (en este caso, en un hospital público de un pueblo de Oregon durante los años 60) que regala unas buenas dosis de tensión y de suspenso a la hora de trabajar temas como las presencias fantasmales, los excesos de los tratamientos (como las sesiones de electroshock), las alucinaciones y las personalidades escindidas. Así, en principio, uno podría quedarse con la satisfacción de haber encontrado un aceptable film de cine de género construido con un look old-fashioned que se ubica en las antípodas del tan de moda terror sádico en la línea de Hostel o El juego del miedo . Sin embargo, si se analizan los pergaminos de su director, John Carpenter, el balance no resulta tan estimulante. Es que de un artista que ha concebido joyas como Asalto al precinto 13 , Halloween , La niebla o En la boca del miedo, cualquier cinéfilo exige bastante más que un trabajo por encargo a partir de un guión construido a base de golpes de efecto y vueltas de tuerca, con elementos que ya se han visto en clásicos como Shock Corridor , de Samuel Fuller, en Inocencia interrumpida , de James Mangold; en las recientes Sucker Punch : Mundo surreal , de Zack Snyder; y La isla siniestra , de Martin Scorsese; o en docenas de exponentes del j-horror japonés. Carpenter jamás logra imprimirle un sello personal al material que tiene en sus manos y aparece como un artesano dócil, eficaz y previsible. Demasiado poco para un autor de referencia en el cine fantástico que se ha destacado por películas mucho más audaces y contestatarias que este apenas correcto producto al servicio de la industria.
Romero en su laberinto Luego de semanas (meses) sin conseguir fechas de estreno, se estrenan el mismo jueves los más recientes trabajos de dos grandes cineastas del género de terror/fantástico: John Carpenter y George A. Romero. Más allá de lo ridículo de la situación (que deban competir entre sí por el limitado público que hay para este tipo de propuestas), en ambos casos la sensación es decepcionante, ya que se trata de dos excelentes y revulsivos narradores con quienes me formé en materia cinéfila y a quienes he exaltado en no pocas oportunidades. Para mí, de todas maneras, juegan en diferentes ligas: Carpenter es un grande de verdad, mientras que Romero es un anarquista impiadoso, un buen cultor del cine de clase B, pero que no alcanza el status de maestro. En este sentido, si bien Atrapada está muy lejos de los mejores trabajos de Carpenter, lo considero igual un film más que atendible (incluso mejor de lo que Federico Karstulovich lo califica aquí). En cambio, La reencarnación de los muertos me parece un film decididamente fallido, de lo peor que Romero ha hecho en su carrera. No hay en sus 90 minutos ninguna idea medianamente sorprendente, ingenio para reelaborar elementos genéricos ni citas inteligentes. Ni siquiera la habitual ironía e incorrección política del director de La noche de los muertos vivos, Martin: el amante del terror, El amanecer de los muertos, Creepshow, La mitad siniestra, Tierra de los muertos y El diario de los muertos. ¿Qué queda entonces? Pura cáscara. Un festival gore (no demasiado divertido) que remite al primer cine de los Peter Jackson y los Sam Raimi, y el reciclaje del cine de zombies que el propio Romero ya trabajó hasta el hartazgo (y mucho mejor que aquí). Elementos del western bastante torpes (el eje es el enfrentamiento en una isla entre la familia Muldoon y los O'Flynn), efectos digitales para mostrar cabeza que explotan, pésimos actores, diálogos berretas y situaciones elementales completan el menú de un film que desmerece la carrera de un director que es referencia, ícono, modelo de varias generaciones de artistas y espectadores que aman la clase B. Esperemos que esta película haya sido sólo un paso en falso en su carrera y no una demostración del agotamiento de un realizador al que hemos admirado y con quien hemos disfrutado tanto.
Toda la tensión emocional, el tono épico y la espectacularidad estética que los espectadores necesitaban y merecían El cartel de "The End" que figura en el cierre de esta octava película de la saga significa bastante más que en otros casos: es el punto final a uno de los fenómenos (primero literario y luego cinematográfico) más importantes de la última década y media. Pasaron diez años desde la primera película y aquellos niños que eran Harry Potter (Daniel Radcliffe), Ron Weasley (Rupert Grint) y Hermione Granger (Emma Watson) se convirtieron en jóvenes capaces de luchar contra las fuerzas más oscuras de la magia y, en el transcurso, de convertirse en emblemas, iconos, ídolos para más de una generación de fans al reflejar como pocos esa etapa tan contradictoria, llena de inseguridades, miedos y códigos de lealtad e identificación, como el de la adolescencia. Así como la séptima entrega (primera parte de Las reliquias de la muerte ) había dejado una sensación agridulce con una narración demasiado lenta y estirada, esta película final concentra toda la tensión emocional, el tono épico y la espectacularidad estética que los espectadores necesitaban y merecían luego de haber dejado 6000 millones de dólares en las boleterías. Este octavo film es, además, una reivindicación para ese inteligente guionista que es Steve Kloves (pieza clave en el éxito de las transposiciones a la gran pantalla) y, sobre todo, para un director surgido de la televisión inglesa como David Yates, que había dejado algunas dudas respecto de su solidez como narrador en las tres entregas anteriores, pero que aquí consigue un film que, en muchos sentidos (y gracias a las generosas posibilidades artísticas que hoy la tecnología le regala al cine), resulta incluso más convincente e impactante que las palabras impresas de la escritora J. K. Rowling. No todo en este último film funciona a la perfección: sobran imágenes y diálogos que una y otra vez (sobre) explican hasta el último detalle, quizás ante el miedo de desilusionar a algún espectador; ciertos personajes no alcanzan el desarrollo que los notables actores que los interpretan merecerían; y el poco creíble maquillaje "envejecedor" de la secuencia final resulta ridículo a la hora de mostrar a los protagonistas en sus nuevos roles paternos (salvo que la magia logre rejuvenecerlos). Sin embargo, hay tantas grandes secuencias -y no sólo la batalla final entre los seguidores de Harry y de Voldemort (Ralph Fiennes) en el castillo de Hogwarts-, tanta potencia visual y dramática, que todos esos reparos terminan siendo insignificantes ante la fuerza demoledora de un final que los productores aplazaron lo más que pudieron y que los lectores/espectadores aguardaban con tanta ansiedad, por más que -claro- con la llegada de los créditos finales se les piante más de un lagrimón. Preparen los pañuelos.
Porque te quiero, te aporreo Con su opera prima, multipremiada en la sección Quincena de Realizadores del Festival de Cannes 2009, Xavier Dolan se convirtió en una de las grandes apariciones del cine de los últimos años dentro del prolífico movimiento quebecois, un status que este multifacético chico-maravilla ratificaría un año más tarde con la vistosa Les Amours imaginaires. El propio Dolan interpreta en Yo maté a mi madre a un frustrado joven gay de 17 años que mantiene una relación de amor-odio (con más odio que amor) con su mamá, una mujer divorciada, mientras intenta -sin suerte- conseguir su ansiada independencia. El film logra una tensión (psicológica) que lo hacer por momentos insoportable, pero se trata de una impecable e implacable disección de dos personalidades al borde de un ataque de nervios (y de otras cosas también) en la que muchos vieron ciertas huellas de la filmografía cassavetiana.
El prolífico Fund -La risa (BAFICI 2009) y Los labios, codirigida con Santiago Loza (BAFICI 2010)- propone dos películas de 60 minutos en una. Si bien estos films son "hermanos" en tiempo y forma, en el segundo aparece una apuesta todavía más experimental que en el primero (que no es precisamente una narración tradicional), con la aparición del equipo de rodaje "conviviendo" con los protagonistas y un juego con distintas capas de sonido (y silencio). Hoy no tuve miedo es una película de pueblo, con sus bailes adolescentes, sus perros, sus bares, sus fiestas familiares, su naturaleza exuberante y sus atardeceres (y amaneceres). Chicas que preparan sus vestidos de noche, jóvenes que consultan a un tarotista gay, curtidos trabajadores, noches de truco y canto... todo eso conforma el universo que Fund registra en un film (híbrido entre la ficción y el documental) ambicioso, caótico, caprichoso, pero también lleno de talento y sensibilidad. El director, de apenas 26 años, filma y prueba: del ensayo y error, estoy seguro, aflorará en poco tiempo más lo mejor de su cine. Buen ojo, ideas y sensibilidad no le faltan.
Intensa y conmovedora historia sobre la lealtad y las convicciones En 1986, un grupo de ocho monjes trapenses de origen francés fue secuestrado por un grupo fundamentalista islámico que irrumpió en un convento ubicado en una aislada zona montañosa de Argelia. Aquella tragedia conmovió al mundo por la ferocidad del ataque (y del desenlace) hacia unos religiosos que habían sostenido una tarea solidaria y una convivencia ejemplar con la población de la región. Ganadora del Gran Premio del Jurado en el Festival de Cannes 2010 y del César (el Oscar francés) a la mejor película del año, De dioses y hombres opta por narrar de manera tangencial los hechos de violencia para concentrarse, en cambio, en la intimidad (con toda su carga de tensión, sus contradicciones, sus miedos) de ese núcleo humano que se mantiene unido contra todo y a pesar de todo por la devoción, la fe y la vocación. Puede que cierto sector del público encuentre a este film de Xavier Beauvois (un reconocido actor que ya había hecho algún film más que atendible como el drama policial El pequeño teniente ) demasiado solemne y contemplativo, pero si se le dan el tiempo, la atención y el compromiso necesarios se descubrirá una historia cargada de intensidad y significación. Este relato austero y riguroso sobre la lealtad y las convicciones que se mantienen en alto -aun cuando muchos puedan percibir como exagerado semejante nivel de (auto)sacrificio- encuentra el tono justo para describir desde la tarea cotidiana (la atención a pacientes, el trabajo en la huerta, la elaboración de miel) hasta pasajes de una épica espiritual sublime como cuando se reúnen a tomar vino y escuchar música clásica ( El lago de los cisnes , de Tchaikovski), como forma de amplificar esa comunión a pesar (o a propósito) del caos y la violencia que los acechan. Beauvois también acierta al evitar la censura facilista del Islam para cuestionar, en cambio, los efectos del fanatismo religioso (también del colonialismo francés en la zona) y, así, establecer un inteligente diálogo entre el cristianismo y el Islam. Con una puesta en escena impecable (léase los diálogos, el trabajo con el sonido, los encuadres, la iluminación de la fotógrafa Caroline Champetier, la dirección de un elenco de muy virtuosos actores), De dioses y hombres se convierte en una película no sólo inteligente, profunda, lírica y conmovedora (sin golpes bajos), sino también necesaria.
El fútbol como instrumento político y liberación social Que el fútbol es un instrumento de manipulación política (y no sólo de las dictaduras militares) es algo que los argentinos conocemos (y no sólo por el Mundial '78). En Uruguay ocurrió algo similar con la Copa de Oro (el Mundialito) que en 1980 convocó a cuatro campeones mundiales (Alemania, Brasil, Argentina y el anfitrión) y a Holanda en reemplazo de la renunciante Inglaterra. Los dueños de casa, se sabe, se quedaron con el triunfo y se desató el festejo masivo por las calles en medio de uno de los regímenes militares más largos (1973-1985) y represivos del mundo (la proporción de asesinados, desaparecidos, torturados, presos y exiliados en relación con la población total fue altísima). El director Sebastián Bednarik se basa en una sólida investigación, en lúcidos testimonios y en una narración clara e inteligente, combinando la "justa deportiva" con la pretensión de los militares uruguayos de perpetuarse en el poder mediante un plebiscito para modificar la constitución (terminarían perdiendo por el 57 por ciento de los votos). La contradictoria situación de los presos políticos, los incómodos recuerdos de los jugadores de aquella selección, la presión sobre los periodistas deportivos (la figura de Victor Hugo Morales tiene un papel importante), la aparición de insólitos financistas con fondos de dudosos orígenes en una trama que llegó hasta Silvio Berlusconi o la infame presencia del por entonces mandamás de la FIFA Joâo Havelange son algunos de los tópicos que Bednarik maneja con gran sagacidad y pericia, en un relato que se sigue siempre con interés más allá de cierto lenguaje que por momentos parece más televisivo que cinematográfico. Un pequeño gran documental sobre hechos que ocurrieron del otro lado del charco, pero que bien reflejan lo que pasó también en nuestra sociedad. Nota: En los créditos finales se indica que el ex presidente Tabaré Vázquez -por entonces tesorero de la organización del Mundialito- y Julio Grondona -eterno presidente de la AFA- fueron los dos únicos que no quisieron prestar su testimonio para el film, algo que sí hicieron decenas de personas, incluidos los ex mandatarios Jorge Batlle y Luis María Sanguinetti y el actual José "Pepe" Mujica.
Queríamos tanto a Haroldo Presentado hace ya un par de años en ámbitos como la Biblioteca Nacional, el Centro Cultural de la Cooperación y el que lleva el nombre del propio escritor en la ex ESMA, ahora llega al Gaumont este retrato sobre Haroldo Conti. La historia del proyecto es casi tan interesante como la del propio creador (y militante del ERP/PRT) desaparecido durante la última dictadura militar (fue secuestrado en mayo de 1976). En 1975, un joven director y foógrafo llamado Roberto Cuervo se encontraba filmando un "retrato humano" de Conti. Con la tensión propia del terrorismo de Estado y la posterior desaparición del escritor, la película quedó inconclusa y, en 1979, Cuervo falleció. Su esposa, Cristina Pannunzio, escondió las latas de 16 milímetros y los cassettes con 9 horas de entrevistas en un armario y, casi tres décadas más tarde, fue su hijo Andrés -que tenía apenas 10 meses cuando su padre murió- quien desempolvó el material y decidió completar -a su manera, claro- aquel retrato humano y tan postergado. El resultado de estos 64 minutos es, por supuesto, muy emotivo e interesante, aunque también queda la sensación de que daba para un acercamiento más profundo, ya que las distintas facetas de Conti (sus contradicciones y dudas en la tarea literaria, su mirada del mundo, su militancia, su amor por el Delta y por su Chacabuco natal quedan expuestos de una manera algo superficial). Cuervo combina imágenes (y, sobre todo, la voz) de Conti que había conseguido su padre y a eso le suma desde un contrapunto entre Marta Lynch y Eduardo Galeano opinando en pleno 1975 sobre la obra del autor de Sudeste, Alrededor de la jaula, En vida y Mascaró, el cazador americano hasta ficcionalizaciones o largas tomas de pasillos con imágenes en sepia, y animación stop-motion que el propio director aseguró están inspiradas en el trabajo del gran Jan Svankmajer. El patchwork es vistoso, sentido, delicado y atrapante en su mayor parte, pero -reitero- queda la impresión (casi la certeza) de que la fascinante, inasible, compleja y multifacética figura de Conti permitía un film todavía más sólido, potente y contundente. Será cuestión de que alguien retome la senda que los dos Cuervo (Roberto y Andrés) transitaron juntos y a la distancia con muchos más logros que carencias.
¿Sin tetas no hay Paraíso? Una atractiva y cruel maestra de escuela secundaria dispuesta a todo para seducir a quien corresponda, para ganar como sea un adicional a su magro sueldo, para hacer trampa, seducir y/o engañar a funcionarios y colegas, y finalmente conseguir el dinero para ponerse tetas siliconadas. Así es el personaje de Elizabeth Halsey que Cameron Diaz interpreta con su habitual desparpajo en este film de Jake Kasdan (hijo de Lawrence), una suerte de Billy Bob Thornton femenino en comedias negras como Un santa no tan santo o Los osos de la mala suerte. La película -una explotación de estereotipos y arquetipos- tiene unos cuantos flancos débiles para ser atacada: su escasísima sutileza (nunca sabe cuándo dejar de ser cruda y cuando baja un poco la guardia se pone concesiva y convencional), sus inevitables chistes escatológicos, el escaso interés que despierta el triángulo romántico que "justifica" la historia, pero también es cierto que tiene una significativa cantidad de buenos gags (ideas, one-liners), que se permite introducir elementos como la marihuana, el alcohol, la delación o la incorrección política en el ámbito escolar y que tiene un buen elenco en el que no sólo se luce Cameron sino también la británica -redescubierta por Woody Allen- Lucy Punch (como la maestra rival), la gran Phyllis Smith (como la compañera de trabajo bienintencionada y miedosa) y, por momentos, hasta Justin Timberlake (como un profesor suplente de familia millonaria), que entrega una desopilante canción romántica titulada Simpatico. Como ocurre casi siempre con la NCA (Nueva Comedia Americana) hay bastantes momentos de relleno, chistes pifiados, arbitrariedades y clisés que se reiteran una y otra vez. No será la de Loco por Mary, pero Cameron Diaz se carga la película al hombro y termina con un aprobado. Las críticas han sido despiadadas con el film, pero creo que hay no pocos méritos en su hora y media. La verdad es que, aún sin grandes entusiasmos, la pasé bastante bien. No es poca cosa en estos tiempos de fórmulas, sagas y productos codificados.
Curva peligrosa En los últimos días arreciaron las voces en contra de esta continuación de Cars: que Pixar había hecho lo mismo que el resto de los estudios animados (reciclar una secuela con “piloto automático”), que Lasseter y compañía habían relegado la magia y el lirismo en pos de un cine convencional (léase ruido, vértigo y confusión) y varios cuestionamientos más. Como fan confeso de la producción de Pixar, admito que Cars 2 queda -en la comparación- bastante lejos de las cimas alcanzadas por la trilogía de Toy Story, Ratatouille o WALL-E (¿alguna vez alguien podrán repetir semejante nivel de creatividad, belleza, emoción y elegancia?), pero estas nuevas aventuras del Rayo McQueen y Mate siguen estando bastante por encima de la media del mercado de animación (este año, de todas maneras, me quedo con el notable western Rango, de Gore Verbinsky). A cinco años del film original, los personajes abandonan el pueblo de Radiador Springs (y los Estados Unidos) para embarcarse en una historia bastante más compleja, ambiciosa (y, sobre todo, internacional) ambientada en Tokio, París, Londres y la Riviera italiana que incluye una trama de espías a-lo-James Bond (aparecen en escena un neo 007 llamado Finn McMissile cuya voz en la versión original pertenece a Michael Caine y la sexy Holly Shiftwell de Emily Mortimer) y un World Grand Prix organizado por un magnate petrolero (Eddie Izzard) en el que el Rayo se topará con un excéntrico rival italiano (John Turturro) y con una oscura organización que nada tiene que envidiarle a Kaos del Súper Agente 86. Los problemas de Cars 2 son varios: por un lado, le cede demasiado protagonismo a Mate, un antihéroe tan recargado en su torpeza (y su suerte) que termina por abrumar un poco y, efectivamente, la acumulación de subtramas, personajes y locaciones distancia al espectador de ese toque Pixar (ingenio + sensibilidad). De todas formas, esta secuela sigue siendo una experiencia disfrutable y de indudable belleza (que el 3D esta vez no realza demasiado), en la que Lasseter ratifica su amor por los autos y esa inagotable imaginería visual (y cuidado por el más mínimo detalle) que sus colaboradores luego traducen en formas, color y movimiento. Cars 2, quedó dicho, no es una obra maestra y -para los excelsos cánones de Pixar- hasta puede ser catalogada como una pequeña decepción. Pero, así y todo, sigue siendo cine del bueno, un entretenimiento noble y genuino, una película con el sello de esa troupe liderada por un inmenso artista como John Lasseter. Nota: Antes de Cars 2 se exhibe Vacaciones en Hawai, corto ligado a la saga de Toy Story (con los populares personajes tratando de ayudar a Barbie y a Ken a disfrutar de una estadía romántica en condiciones -artificiales- que se asemejen a las de la paradisíaca zona del título). No está nada mal, pero tampoco está a la altura de la trilogía de largometrajes.