Esta ácida comedia de Seth Gordon (quien antes filmó el largometraje Navidad sin los suegros , el documental Freakonomics y dirigió episodios de populares series como Community, The Office y Breaking In ) tuvo un gran éxito comercial en los Estados Unidos y hasta generó un debate mediático respecto de las muchas veces tensas relaciones entre patrones y empleados. El film describe las desventuras de tres amigos que deben lidiar con los "horribles" jefes a los que alude el título original: Nick (Jason Bateman) trabaja en una corporación y tiene un superior sádico (Kevin Spacey) que le promete un ascenso pero siempre termina humillándolo; Dale (Charlie Day) es un asistente dental que sufre el permanente acoso sexual de la odontóloga que lo emplea (Jennifer Aniston); y Kurt (Jason Sudeikis), que tenía una relación idílica con el dueño de la empresa que lo contrataba (Donald Sutherland) es víctima de los excesos y las manipulaciones de Bobby Pellitt (un irreconocible Colin Farrell). Hartos y desesperados, los tres fantasean con deshacerse de sus pesadillescos jefes y hasta se entrevistan con un asesino a sueldo (Jamie Foxx). Hasta aquí el interesante planteo inicial del film, que luego deriva hacia terrenos bastante más previsibles, elementales y no demasiado logrados. En su segunda mitad, la película gana en vértigo y pierde en ingenio, ya que incursiona en la comedia de enredos con elementos que remiten de manera más que directa a la muy superior saga de ¿Qué pasó ayer? , al cinismo de Un Santa no tan santo , y al ritmo trepidante de Después de hora , de Martin Scorsese. Los diálogos subidos de tono parecen reciclados de la factoría del director, guionista y productor Judd Apatow; y la incorrección política (la historia coquetea con la vulgaridad, la misoginia, el racismo y la homofobia) tiene un vuelo demasiado bajo. Así, una comedia negra con una propuesta provocadora termina dilapidando sus hallazgos iniciales para convertirse en un producto sin demasiada inteligencia, gracia ni originalidad. Una película más. Una oportunidad perdida.
Atrapados sin salida Remake de un elogiado telefilm que la cadena ABC emitió en 1973, esta película del debutante (aunque con atecedentes en el TV) Troy Nixon tiene como principal carta de presentación a su coguionista y coproductor Guillermo del Toro, cineasta mexicano que se ha convertido en un exitoso sello, una marca de alcance internacional. Sin embargo, el resultado final de No le temas a la oscuridad es infinitamente menos interesante que cualquier trabajo del creador de la saga de Hellboy. El film -que se estrena en la Argentina de manera simultánea con los Estados Unidos- tiene un prólogo ambientado en el pasado que remite a las viejas producciones de la casa británica Hammer y luego adscribe a los tópicos de ese subgénero del terror de familia encerrada en una casona embrujada (en este caso aparecen unos espectros demasiado parecidos a los Gremlins). La protagonista -otro lugar común- es una niña solitaria y conflictuada (Bailee Madison) que va a vivir con su padre (Guy Pierce) y la novia de éste (Katie Holmes) a una mansión del siglo XIX en plena refacción. Ella percibe que hay algo extraño allí, pero los escépticos adultos creen que sólo son "cosas de niños". Lo que sigue es una acumulación de elementos fantasmagóricos y toques sobrenaturales amplificados por efectos de sonido (ruidos en los sótanos, tormentas en el jardín, etc) y visuales. Si el lector "huele" remedos del j-horror nipón, de La huérfana, de Los otros, de El orfanato y de tantos otros títulos, estará en lo cierto. No hay nada demasiado novedoso, sorprendente o medianamente satisfactorio en esta operación de "reciclaje". Seguiremos esperando, por lo tanto, los próximos proyectos de Del Toro (sobre todo cuando figure como director) para encontrar allí ese talento personale que esta vez escasea bastante.
Libertad, amor mío El director italiano Luca Guadagnino y la actriz escocesa Tilda Swinton han conformado una extraña pareja (artística) que alcanza en El amante su mejor versión. Es ella -una de las productoras del proyecto- lo más destacado de un film de claro espíritu viscontiano sobre las desventuras (y aventuras) afectivas de una matrona de origen ruso en el sento de una familia aristocrática de Milán. El film -que también tiene algo de Madame Bovary- expone los usos y costumbres, las contradicciones y las miserias, los secretos y mentiras del núcleo intergeneracional (abuelos, padres, hijos) y cómo se maneja el poder dentro de una empresa familiar que tiene (debe) adaptarse a los retos de la globalización. En medio de ese universo bastante tenso y represivo, la Emma de Swinton (quien aprendió a habar italiano con acento ruso para este trabajo) encuentra el placer y el escape en un affaire con un joven chef (Edoardo Gabbriellini). Me gusta el sentido del erotismo que maneja el film, pero las escenas de sexo -en especial una larga en medio de una naturaleza exuberante- me parecieron demasiado forzadas, calculadas y, por momentos, hasta un poquito grasas. El amante consigue en ciertas secuencias una gran intensidad dramático-emocional y hasta fascina con sus climas que van de lo opresivo a lo sensual. Sin embargo, en otros pasajes, a partir de la invasiva música de John Adams y los regodeos exhibicionistas del DF Yorick Le Saux cae en ciertos clisés del cine de qualité y en el ejercicio de estilo. Más allá del notable protagónico de Swinton, Guadagnino construye interesantes personajes secundarios (el rígido marido, la hija lesbiana que interpreta Alba Rohrwacher, la ama de llaves que encarna Maria Paiato y que todo lo entiende). Melodrama nominado al Globo de Oro al mejor film extranjero y al Oscar por su vestuario, El amante es de esos films que pueden dividir aguas. Quienes gusten de las pasiones amorosas con elementos trágicos, de las historias que van contra las convenciones sociales y la corrección política, la película de Guadagnino constiutye uno de esos estrenos que ya no abundan y que no debería pasar inadvertido.
Extraño cruce de géneros que entretiene pese a sus contradicciones ¿Indiana Jones y James Bond juntos en el Viejo Oeste? No interpretan aquí a esos famosos personajes, pero Daniel Craig y Harrison Ford son los protagonistas de este producto que combina el más clásico de los géneros del cine norteamericano (el western) con la ciencia ficción (invasión extraterrestre incluida). Basado en una novela gráfica reciente, este film dirigido por Jon Favreau (responsable de la saga de Iron Man) se desarrolla en un desolado pueblo de Arizona en 1873 dominado por un poderoso hacendado (Ford) y su caprichoso hijo adolescente (Paul Dano). Hasta allí llega Jake Lonergan (Craig), un pistolero buscado por la justicia que terminará sumándose al sheriff local (Keith Carradine) e incluso a los indios de la zona en la lucha contra los despiadados aliens. La película funciona mejor en su primera mitad, cuando trabaja la iconografía y los elementos del western a lo Howard Hawks (con los vaivenes económicos propios de la fiebre del oro y las diferencias sociales) que cuando apuesta por una elemental veta romántica (la relación entre Craig y la bella Olivia Wilde) o termina cediendo a la tentación de las explosiones y el vértigo durante el duelo final con los extraterrestres. Cowboys & Aliens no termina de definir su tono y, por lo tanto, se queda a mitad de camino entre la épica de aventuras (en este sentido, se lucen las imágenes en pantalla ancha del director de fotografía Matthew Libatique, el mismo de El cisne negro) y un tímido intento por explotar el absurdo más propio del cine clase B de su conflicto principal (hay dosis de humor, pero limitadas a un puñado de gags y diálogos). Más allá de sus evidentes limitaciones y contradicciones internas, Cowboys & Aliens resulta un producto bastante entretenido, con dos veteranos protagonistas acostumbrados a encarnar a esos héroes duros del viejo Hollywood y con toda la parafernalia de efectos visuales de la que dispone la producción contemporánea. La combinación es extraña, es cierto, pero termina funcionando de manera razonable.
Segura y dúctil, la película confirma el talento de Victoria Galardi Luego del promisorio debut como codirectora de Amorosa s oledad, la joven guionista y realizadora neuquina Victoria Galardi da otro convincente paso -esta vez como única responsable detrás de cámara- con esta tragicomedia de estructura coral, ambientada en el pueblo del título pocos días antes de que arranque la temporada invernal, período clave para un centro turístico pegado a la hoy castigada Villa La Angostura. Con una típica estructura de "pueblo chico, infierno grande" y una familia disfuncional en el centro de la escena (por momentos, el film remite a ciertos modelos impuestos por el cine independiente norteamericano), Cerro Bayo tiene como eje principal la codicia y cómo esa desesperación por el dinero afecta las relaciones humanas. El guión de Galardi tiene múltiples aristas y connotaciones. En primera instancia, está la disputa entre dos hermanas (Adriana Barraza y Verónica Llinás) por la posible herencia de su madre, quien ha quedado en coma tras un intento de suicidio. Pero el film va todavía más allá y aborda desde la especulación inmobiliaria con inversores extranjeros ávidos de comprar tierras hasta el despertar sexual y los problemas de autoestima de una joven que se presenta a un concurso de belleza (Inés Efrón) o los deseos de abandonar la monotonía del lugar y salir a conocer el mundo de su hermano (Nahuel Pérez Biscayart). El lector podrá sospechar que hay demasiadas subtramas y personajes (hay, además, varios otros secundarios) para los escasos 86 minutos del film, pero Galardi se las ingenia para construir un mosaico, un rompecabezas, un retrato panorámico sobre la dinámica pueblerina, siempre con la tentación y el deseo como motores del relato. La directora, además, evita los estereotipos y los clisés al exponer las contradicciones y los matices de los distintos protagonistas, capaces de combinar sinceros actos de ternura con manipulaciones y miserias varias. Puede que algunas transiciones entre escenas resulten un poco forzadas, pero en líneas generales Galardi se muestra muy segura de los tonos, los climas y las actuaciones que necesita para cada segmento y se muestra dúctil a la hora de recurrir al plano-secuencia o a la cámara en mano en busca de mayor tensión. Además, confía en su capacidad como narradora y no necesita de música incidental para subrayar el mayor dramatismo o patetismo de cada una de las situaciones que aborda. Pródiga en directoras con talento, sensibilidad y dueñas de subyugantes mundos propios, el cine argentino encuentra en Galardi una nueva mirada que se suma a las de Lucrecia Martel, Celina Murga, Albertina Carri, Lucía Puenzo, María Victoria Menis, Paula Hernández, Ana Katz y Anahí Berneri, entre muchas otras. Bienvenida sea.
Grandes actrices, película menor En una de las primeras imágenes de Viudas, se ve a Adela (Valeria Bertuccelli) con la mirada perdida en la guardia de un hospital con su cuerpo sólo cubierto con un impermeable de hombre. Ese momento absurdo -en la línea de los Anderson (Wes y Paul Thomas)- permitía augurar una historia arriesgada, fuera de norma. Pocos minutos después -cuando ya sabemos que Adela era la amante y Elena (Graciela Borges), la esposa del fallecido Augusto- entra en escena un personaje a todas luces almodovariano. Se trata de Justina, la empleada doméstica (travesti y paraguaya para más datos) que interpreta Marín Bossi (sí, aquel que personificó a CFK y a Macri en el Gran Cuñado tinelliano). Está claro -y no sólo por este detalle- que a Carnevale le gusta mucho el cine de Pedro, pero la cosa no va mucho más de allí. Sin embargo, a pesar de esas referencia, lo que termina primando en Viudas es el costumbrismo más ramplón (al menos en este terreno Bertuccelli ratifica sus dotes de excelente puteadora) y el melodrama humanista, aleccionador (y tranquilizador). El material, que en principio daba para algo más que un film sobre el entendimiento, la solidaridad y la redención en medio del dolor, termina siendo demasiado obvio y complaciente. Si el largometraje resulta atendible y, por momentos, convincente es básicamente por el aporte de sus dos protagonistas: Bertuccelli demuestra que es una de esas actrices que realza cada película en la que interviene. Aquí, en el papel de una estudiante treintañera con tendencia suicida, tenía todo para perder. Sin embargo, como en Un novio para mi mujer, termina elevando el piso (bajo) de los conflictos que Carnevale y la guionista Bernarda Pagés le proponen. Graciela Borges también sortea las limitaciones de esa directora audiovisual y viuda engañada que pasa del resentimiento a la comprensión. Es por ellas (y por Rita Cortese, típica secundaria a lucirse como la amiga, confidente y asistente de Elena) que Viudas se eleva un poco por sobre la mediocridad de su trama, la previsiblidad de su conflicto y la demagogia de su resolución.
El mono tremendo Uno de los términos que más se utilizan por estos días en la industria de Hollywood es reboot. Se trata, ni más ni menos, que de "revivir" una franquicia caída en desgracia y eso es lo que han hecho (muy bien) en este caso. A la salida de la proyección de prensa, con varios colegas/amigos trazábamos unas metáforas y analogías caseras. Un reboot sería algo así como agarrar una computadora demasiado baqueteada y que, por lo tanto, ya anda lenta, borrarle el disco rígido completo, volver a cargarle los programas y pasársela a uno de nuestros hijos. Luego del desastre artístico y comercial de Tim Burton en 2001 (El planeta de los simios es, sin dudas, uno de los peores títulos de su filmografía), esta larga saga de películas y series quedó casi en el olvido. Una década más tarde, resurge de sus cenizas en gran forma de la mano del inglés Rupert Wyatt (en su haber tenía un digno thriller carcelario como El escapista). O sea lo que uno de los mejores directores en actividad (Burton) había arruinado es recuperado por un realizador casi ignoto... Paradojas y curiosidades que ocurren en la gran familia hollywoodense. En una temporada veraniega (hablo de los Estados Unidos, claro) dominada en este 2011 por muy discretos tanques (con los omnipresentes superhéroes y las múltiples secuelas a la cabeza), El Planeta de los Simios: (R)Evolución resulta un bálsamo, un oasis. No estamos -a pesar de su título- ante ninguna obra (R)evolucionaria, pero sí ante un entretenimiento que funciona con fluidez durante sus 105 minutos, con un sólido acabado técnico (el eje es la performance capture que permite filmar movimientos de intérpretes de carne y hueso y luego animar y retocar esas imágenes vía computadora para transformarlos, por ejemplo, en los simios). En este sentido, la mejor "actuación" del film por lejos corresponde a Andy Serkis, quien "encarna" al mono César y que a esta altura ya merecería el Oscar en una nueva categoría por crearse: mejor actor digitalizado (cabe recordar que ya fue el Gollum de El señor de los anillos y concretó un trabajo similar en King Kong). Ninguno de los personajes humanos alcanza tanta expresividad ni matices como César, el hiper inteligente simio nacido en un laboratorio y criado en el seno de un hogar que se convertirá en líder de la revuelta en la San Francisco contemporánea. Ni el científico idealista que hace el siempre exagerado y simpático James Franco, ni su novia que interpreta la bella e inexpresiva Freida Pinto, ni el padre del protagonista deteriorado por el Alzheimer (John Lithgow), ni los crueles guardianes de los chimpancés (Tom Felton y Brian Cox), ni el ambicioso jefe del holding farmacéutico (David Oyelowo) consigue asustar, divertir ni emocionar como lo hace el César de Serkis. Esta precuela (en los títulos finales ya adelantan una secuela que transcurrirá en Nueva York) regala buenas set-pieces (como la secuencia en el Golden Gate de San Francisco), dignas pinceladas propias de la comedia negra y del terror (subgénero: virus + paranoia) y, si bien la cosa funciona bastante menos a la hora del romanticismo y de la relación padre-hijo, el film se sigue con interés y, a esta altura, hasta con entusiasmo. Quizás este largometraje de Wyatt merezca un puntito menos que el de esta calificación, pero ante tantas decepciones recientes encontrarse con una película así constituye una sana "anomalía". Bienvenida sea.
Melodrama arriesgado y provocativo, que por momentos peca de didáctico Susanne Bier (conocida por films como Hermanos, Después del casamiento y Lo que perdimos en el camino ) ganó el premio Oscar a la mejor película extranjera por este melodrama que vuelve a trabajar sobre los temas favoritos de la directora danesa: los dilemas morales de la burguesía europea, el sinsentido de la violencia en sus diferentes expresiones, la crisis de valores, la descontención de los adolescentes, la culpa, la degradación y la muerte. Llena de buenas intenciones, de ideas políticamente correctas, En un mundo mejor cede por momentos a la tentación aleccionadora y se torna demasiado programática, esquemática, alegórica, solemne y didáctica. La realizadora acumula temas y conflictos "importantes" y se dedica a pontificar sobre ellos con resultados dispares, ya que pendula entre lo inquietante y lo banal. El protagonista es Anton (Mikael Persbrandt), un médico sueco que pasa buena parte de su tiempo en un campo de refugiados de Sudán dominado por la más absoluta pobreza y la violencia (hay un zar local que se dedica a ultrajar a las embarazadas). Mientras tanto, en el frente interno, debe lidiar con una profunda crisis de pareja con su esposa, Marianne (Trine Dyrholm), que vive en Dinamarca con los dos hijos del matrimonio. Eso no es todo: una subtrama (no menor) tiene que ver con la fuerte carga (y posterior explosión) de violencia en el ámbito escolar. Bier nos (de)muestra que las contradicciones, los excesos, los riesgos y las miserias humanas brotan en los puntos más distantes del planeta: en la arrasada Africa y en la (ya no tan) opulenta Europa. El problema es que por momentos lo hace subrayando, mostrando más de lo necesario. Hay, por supuesto, una solidez formal y dramática similar a aquella de la que suele hacer gala buena parte del cine nórdico (especialmente el danés) y que tiene que ver con la elegancia de la puesta en escena, con la sobriedad y convicción de sus actores, pero el film dilapida varios de sus mejores momentos con resoluciones demasiado obvias. De todas maneras, quedó dicho, se trata de una película arriesgada y provocativa en los temas que aborda. Merece, por lo tanto, ser vista y discutida.
Grandilocuente y hueca, el personaje pierde su gran oportunidad En medio de la fiebre hollywoodense por trasladar al cine a los distintos superhéroes surgidos de la historieta, Linterna Verde merecía mucha mejor suerte. Es que esta legendaria creación de la editorial DC Comics, con más de siete décadas de vida e incursiones en la animación televisiva (en el marco de la serie Liga de la Justicia), tenía todos los elementos artísticos y las condiciones técnicas -empezando por un presupuesto de 200 millones de dólares- para una más que atractiva transposición. El director contratado para la ocasión fue nada menos que Martin Campbell, cuyos antecedentes marcaban más que dignos trabajos en las sagas de El Zorro y, sobre todo, de James Bond (la sólida GoldenE ye y la notable Casino Royale ). Sin embargo, en esta oportunidad el realizador neozelandés no logra jamás engarzar los diferentes niveles del relato: la aventura de ciencia ficción con el básico enfrentamiento entre el Bien (los 3600 integrantes del cuerpo intergaláctico de los Linternas Verdes) y el Mal (el cruel y poderoso Parallax), las contradicciones íntimas del piloto de pruebas Hal Jordan (Ryan Reynolds) que se convierte en superhéroe, pero que es incapaz de comprometerse afectivamente con la bella Carol (Blake Lively), y la búsqueda de liviandad y espíritu lúdico a partir de pinceladas (brocha gorda) de humor irónico. De todas maneras, el principal culpable no es Campbell, ya que las ideas que propusieron los cuatro guionistas (tres de ellos con sólidos antecedentes en el universo de las series de TV y el restante, guionista de Harry Potter y la Orden del Fénix ) distan mucho de ser originales o sorprendentes, mientras que el despliegue visual y los efectos en 3D tampoco lucen demasiado. En sintonía con el resto de los rubros, en el terreno actoral ni la pareja protagónica (tan carilindos como anodinos) ni los actores secundarios (entre ellos, Mark Strong, Angela Bassett, Tim Robbins y Peter Sarsgaard) consiguen "robarse" alguna escena que les permita un mínimo de lucimiento personal. Uno de los tantos desperdicios de esta grandilocuente y al mismo tiempo hueca película.
Héroe del Súper 8 El estreno de este documental es sólo una parte de la asociación artística entre el aquí director (Di Tella) y el protagonista (Caldini). Es que en los últimos tiempos estos dos creadores han sumado esfuerzos para concebir además un libro y un espectáculo multimedia que incluye performances en vivo. El objetivo de Di Tella (el más joven, el más conocido, el más "moderno") es claro: reivindicar la figura de Caldini, uno de los patriarcas del cine under, indie, autogestionario y experimental argentino, figura de culto, director "secreto" para la mayor parte del público (incluidos muchos cinéfilos). Di Tella "rescata" (en el doble sentido) a un Caldini recluido en su mundo de viejas y nuevas películas (o como quieran llamar a sus "experiencias") y casi retirado de la civilización, en íntimo contacto con la naturaleza y la soledad (trabajó como casero en una quinta de General Rodríguez). Y aprovecha, claro, este viaje para repensar su propia relación con el cine y buscar nuevas formas y lenguajes. Austera, despojada, individual -como la personalidad del propio Caldini- su obra acumula elementos no sólo del cine sino también de otras artes audiovisuales. Y Hachazos mantiene el espíritu, el tono, el legado del mundo Caldini. Di Tella lo siguió durante más de dos años, entrevistándolo para recuperar recuerdos de sus viajes a la India, de sus colaboraciones con Marta Minujín o de sus experimentaciones estéticas, pero también participando de (y recreando) sus particulares búsquedas artísticas, y revisando su frondoso y ya bastante degradado archivo de viejas latas de fílmico (el documental incluye mucho material inédito). Sin caer en el tributo obvio de este "héroe del súper 8" ni en el culto a la melancolía del "todo tiempo pasado...", Di Tella consigue un retrato que -más allá de algunos desniveles e indecisiones- termina siendo tan atractivo como fascinante.