Con una producción cuidada, el film polemiza con la política francesa en Argelia Conocido en la Argentina gracias a los estrenos de Días de gloria y London River , Rachid Bouchareb -nacido en París, pero de origen argelino- se ha convertido en el director que más se ha sumergido en las siempre conflictivas relaciones entre Francia y las que fueron sus colonias del norte de Africa. En su más reciente largometraje -presentado en medio de fuertes, ásperas polémicas en el marco de la competencia oficial del Festival de Cannes de 2010 y nominado al Oscar-, narra las vivencias de tres hermanos (interpretados por los muy populares en Francia Jamel Debbouze, Roschdy Zem y Sami Bouajila), integrantes de una familia despojada de sus tierras en los años 20 y víctima de la matanza de Sérif en 1945. Precisamente, la reconstrucción de la represión contra manifestantes independentistas argelinos es uno de los puntos más controvertidos del film, ya que las cifras de víctimas -según los historiadores de cada "bando"- difieren por mucho: 1165 según unos y casi 45.000 según otros. Tres hermanos, tres destinos sigue la historia de esos tres personajes (un soldado que vuelve del frente de batalla en Indochina, otro que se convierte en líder del grupo revolucionario FLN y el restante que se gana la vida manejando prostíbulos, cabarets y boxeadores en la zona de Pigalle) en un relato de indudable potencia, con una producción muy cuidada (el presupuesto superó los 25 millones de dólares), aunque con un sentido didáctico que lo vuelve demasiado obvio y explícito. Hay en esta épica una interesante idea de conectar lo familiar, con lo social, lo político y lo histórico (un modelo posible sería el de la saga de El padrino , de Francis Ford Coppola, matizado con elementos del cine de Gillo Pontecorvo y su clásico La batalla de Argelia ), pero el resultado no es todo lo satisfactorio y convincente que podría haber sido. De todas formas, se trata de un film atendible y con varios puntos de interés para el debate posterior.
Andrés Wood y un intenso retrato de la multifacética cantautora chilena Con media docena de largometrajes previos ( La fiebre del loco , Historias de fútbol , El desquite , La buena vida , Machuca ), Andrés Wood se ha consolidado como uno de los directores más sólidos de la generación "intermedia", aquella previa a la explosión reciente del denominado Nuevo Cine Chileno. En esta película sobre Violeta Parra, la cantautora más importante de la historia de su país, Wood consigue un retrato casi siempre intenso, que termina sobreponiéndose a ciertos excesos y subrayados gracias a su solvencia como narrador y, sobre todo, a la interpretación de Francisca Gavilán, quien carga con el peso no menor de un relato dominado por situaciones extremas que ella sortea con absoluta naturalidad y convicción. Gran éxito comercial en su país, con más de 350.000 espectadores, y candidata por Chile al Oscar en idioma extranjero, Violeta se fue a los cielos está construida con una estructura de rompecabezas que va y viene en el tiempo y en los lugares (desde su búsqueda casi antropológica de las raíces ancestrales de la música de su país hasta su experiencia con la "universidad del folklore" en una carpa de circo que montó en La Reina, pasando por sus coqueteos con la pintura en París o sus tortuosas relaciones afectivas) para llegar al abrupto final que ya todos conocen. Una de las decisiones artísticas más torpes e innecesarias del film tiene que ver con una subtrama que -quizá para justificar la coproducción con la Argentina- le dedica muchos, demasiados minutos a una entrevista que Violeta le concede a un periodista porteño (Luis Machín), utilizada de manera obvia y didáctica para ramificar la estructura narrativa. Lo más interesante de esta biopic es, precisamente, que no cede a las tentaciones (convenciones) de este género tan transitado por el cine hollywoodense , especialmente a la hora de acercarse a artistas torturados, como fue el caso de Violeta Parra. Wood y Gavilán escapan de toda demagogia a la hora de moldear a la protagonista y, en vez de convertirla en una heroína del todo empática, se animan a presentar su costado casi dictatorial, su individualismo, su desconexión, su inconformismo, su desencanto, su resentimiento, su desapego familiar y su angustia existencial. La película, es cierto, se permite unas cuantas licencias "poéticas", pero no estamos aquí frente a un ensayo intelectual ni ante un documental preciosista, sino ante una mirada sobre (una interpretación de) una artista multifacética, rebelde, caótica, inasible y, por supuesto, con rasgos geniales. Así, el film, aun con sus altibajos y concesiones, logra seducir al espectador y alcanza una dimensión artística que no queda a tanta distancia de la que alcanzó en vida la figura que retrata.
Pecados de guerra Tras su exitoso paso por el reciente DocBsAs/11, la Sala Leopoldo Lugones del Teatro San Martín presenta durante 6 días (24 funciones en total) este demoledor trabajo que denuncia de manera descarnada los abusos y excesos que se cometen con los prisioneros en Guantánamo. El tema no es nuevo (allí está, por ejemplo, un film que incursiona en parte en la ficción como El camino a Guantánamo, de Michael Winterbottom y Mat Whitecross; o un documental como Standard Operating Procedure, de Errol Morris), pero aquí hay varios aspectos que lo convierten en una historia singular: la víctima es de origen canadiense y... ¡es un menor de edad! (Omar Khadr fue capturado en Afganistán a los 15 años acusado de asesinar a un soldado estadounidense en 2002). Luego de ser herido y torturado brutalmente, Khadr permaneció durante años en Guantánamo. En 2003, recibió la visita de unos agentes de seguridad que lo interrogaron durante cuatro jornadas. Esas sesiones fueron registradas por unas cámaras de seguridad. El video, de 7 horas, fue desclasificado por una decisión de la Corte Suprema de Canadá. A partir de ese material, el canadiense Cotê y el chileno Henriquez exponen los torturas psicológicas que debió soportar Khadr, mientras sus familiares, sus abogados, diplomáticos y funcionarios de su país, ex compañeros de prisión, militares y periodistas que investigaron su caso opinan y amplían sobre aquellos sucesos. La estructura del film es bastante cruda, directa y efectiva: fragmentos de los interrogatorios mechados con testimonios de los expertos que miran el desgarrador video en una laptop. No hay necesidad aquí de agregar nada más. Estamos ante un documento único que desnuda algo que intuimos o leímos, pero que aquí queda ratificado en toda su dimensión: la denominada "guerra contra el terror"... es de terror. Los norteamericano -parafraseando un eslogan trístemente célebre que tanto conocemos, no son derechos ni humanos. PD: El caso de Khadr se definió recién el año último. No voy a entrar en detalles. El film lo informa recién sobre el final. También, claro, lo pueden "googlear".
Ahí viene la plaga... Se sabe que Steven Soderbergh es uno de los pocos directores de Hollywood que hace (casi) lo que quiere. No sé si es por su prestigio, por su imagen o por su poder de convencimiento, pero lo cierto es que -cuando no filma proyectos experimentales e hiper independientes- se las ingenia para convocar elencos pletóricos de figuras. En su nueva película, el prolífico realizador de La gran estafa, Traffic y Erin Brockovich consiguió nada menos que a Matt Damon, Kate Winslet, Jude Law, Gwyneth Paltrow, Laurence Fishburne, Marion Cotillard, Elliot Gould y varios más para que trabajaran en este thriller apocalíptico sobre un arrasador virus (originado en Hong Kong por una combinación entre murciélagos y cerdos) que causa millones de víctimas. Película coral (el protagonista es Matt Damon pero no está demasiados minutos en pantalla), Contagio pasa de personaje en personaje (y va y viene en el tiempo) para exponer los estragos de la pandemia y el caos que se genera también en una sociedad dominada por el pánico y la paranoia. Es extraño ver a grandes estrellas de Hollywood (Winslet y Paltrow lo son) muriendo en pantalla a los pocos minutos (a la cabeza de Gwyneth, pobrecita, se la hace una autopsia que generará más de una repulsión) o a Jude Law interpretando a un blogger de San Francisco dueño de un cinismo y de un oportunismo rayano con lo enfermizo. Incluso cuando parece que cerca del desenlace va a ceder a la tentación del lugar común sentimentalista del melodrama familiar, lo gambetea a-lo-Bochini y entrega una impecable escena final. Es que Contagio es un film que se aleja por completo tanto del amarillismo como de la demagogia. Soderbergh resulta un digno heredero del cine de los años '70 y propone una narración seca, tensa, urgente y visceral, sostenida por un gran trabajo de cámara (digital), una edición vertiginosa y una climática banda sonora compuesta por Cliff Martinez. Puede que la película perturbe a cierto sector del público (a mí hasta me incomodaban las toces de otros críticos durante la proyección de prensa) más habituado a películas condescendientes, que generan una mayor empatía con los personajes y que entregan un "mensaje" conciliador y bienintencionado, pero creo que en el actual contexto de Hollywood poder apreciar un film tan a contracorriente y a la vez inteligente resulta una verdadera rareza. Bienvenida sea.
En 2007, el israelí Oren Peli rodó con apenas 15.000 dólares una película de terror basada en la idea del found-footage (videos caseros encontrados) que manejaba con inteligencia los mínimos elementos sobrenaturales y los ruidos para generar tensión y miedo. El film se estrenó dos años más tarde y se convirtió en uno de los más rentables de la historia. En 2010 llegó la inevitable secuela, y ahora es el turno de la precuela -ambientada en 1988-, que describe la niñez de las hermanas Katie y Kristi. Esta tercera entrega no es una mala película, pero tiene un gran problema: repite con muy escasas variantes la fórmula explotada por sus dos antecesoras. Así, la experiencia se parece bastante a escuchar un chiste por enésima vez: ya no tiene el mismo efecto, la fluidez ni la capacidad de sorpresa que en aquella primera oportunidad. En un rapto de nostalgia, la historia se traslada a fines de los años 80 y las dos cámaras que tomarán las imágenes (a veces fija, a veces en mano) son en el viejo y ya casi extinto formato VHS. Las protagonistas de las dos primeras entregas (Katie Featherston y Sprague Grayden) aparecen sólo en la primera escena, un prólogo que transcurre en 2005, pero luego las veremos de pequeñas (ya interpretadas por Chloe Csengery y Jessica Tyler Brown) en la casa familiar californiana que comparten con su madre (Lauren Bittner) y con su nuevo padrastro (Christopher Nicholas Smith), que se gana la vida filmando bodas y es un adicto a la imagen. Poco a poco, con el estilo pausado y progresivo de la saga (casi minimalista frente al terror sádico de, por ejemplo, la franquicia de El juego del miedo ), los directores Henry Joost y Ariel Schulman (cuyo principal antecedente era el documental Catfish ) irán mostrando las presencias fantasmales (¿demoníacas?) hasta llegar a un final bastante más explícito que apuesta por el impacto.
Elogio de la locura Otro egresado de la FUC que debuta con un ambicioso documental sobre un tema fascinante, abordado desde muy diferentes aristas. En 1971, el talentoso, delirante y aventurero artista gráfico y publicitario Juan Fresán (padre de Rodrigo) se lanzó con más ganas que que recursos a filmar una película sobre Orélie Antoine de Tounens, un francés de 33 años sin alcurnia que en 1861 se autoproclamó "Rey de la Patagonia y la Araucanía". El rodaje de La Nueva Francia quedó inconcluso por falta de fondos y por un escándalo sexual que entró en la mitología. En 2004, pocos meses antes de morir, Juan Fresán le pidió a Lucas Turturro que lo ayudara a rescatar y conservar las imágenes filmadas tres décadas antes. Ahora, el director propone -a partir de un guión del gran Christian Ferrer- una triple reconstrucción: la de la vida de Fresán (exiliado en Venezuela durante la dictadura), la de Tounens y la de la película que no fue (al menos hasta que Carlos Sorín, director de fotografía del film original, retomó la idea y concibió La película del rey). Sorín, Ferrer, Rodolfo Terragno, amigos, colegas y técnicos dan su testimonio, mientras Turturro apela a imágenes inéditas de la malograda película y a un hilarante reportaje que un joven Tomás Eloy Martínez le hizo en Francia a un descendiente del monarca patagónico. Por momentos, el off (a cargo de Miguel Dedovich) resulta demasiado "canchero" y remite un poco a cierto tono Llinás (Balnearios). Además, tanto el diseño sonoro como el gráfico son un poco ostentosos (y modernosos), pero aun con estos reparos estamos ante un ensayo muy interesante sobre unos personajes (Fresán, Tounens) que son definidos por los disintos participantes del film de muchas maneras ("farsantes, fantoches, locos lindos, visionarios, románticos, perdedores"), pero que sin dudas merecían un reconocimiento póstumo de esta envergadura.
Es la historia de un amor como no hay otro igual... Pocas semanas después del estreno de Juan y Eva, de Paula de Luque, llega otra recuperación de la figura de Evita; en este caso, con el énfasis puesto en la animación. Si bien hay varios puntos en común entre ambos films (empezando por la absoluta reivindicación de la vida y obra los protagonistas), esta película de la periodista devenida realizadora María Seoane tiene algunas aristas interesantes: en principio, tiene como narrador íntimo (casi en plan detectivesco) a Rodolfo Walsh, quien por un lado va reconstruyendo aquellos días mágicos y épicos del surgimiento del peronismo y de la historia de amor entre Juan y Eva; y, por otro, aborda uno de los aspectos más siniestros que cruzó la Argentina del último medio siglo: el derrotero del cadáver de la "jefa espiritual de la Nación", víctima del odio, del miedo y de la venganza de sus enemigos. La animación de Illusion Studios (la misma productora de Boogie, el aceitoso) está inspirada en los dibujos originales del recientemente fallecido Francisco Solano López (El eternauta) y luce bastante bien, incluso sobreponiéndose a sus limitaciones: lo artesanal aquí funciona porque no hay una búsqueda del perfeccionismo, ni siquiera un intento de trabajar en el realismo puro. La incorporación de imágenes documentales de archivo de la época (sobre todo de las masivas manifestaciones populares) también se amolda bien al relato. El problema, como siempre, surge a la hora de analizar el por qué, el cómo y el para quién. El film no logra trascender cierto esquematismo, cierta superficialidad y cierta solemnidad reverencial. Hay un intento por mostrar la bohemia del escritor/periodista/militante Walsh, en medio de la represión de la última dictadura, y algunas pinceladas sobre el costado más humano de la relación de Perón y Evita, pero así y todo al film le cuesta salir de cierto didactismo de manual y de discurso "para la hinchada". Más allá de estos reparos, quizás la animación (se dijo: bastante lograda) sirva para que adolescentes y jóvenes venzan cierto prejuicio hacia el cine "histórico" y puedan acercarse a aquellos tiempos y a esos personajes que, aún hoy, siguen siendo clave para entender la Argentina del pasado, del presente y, por qué no, del futuro.
A mitad de camino entre el thriller político y el cine de acción Este primer largometraje del director irlandés Gary McKendry (nominado al Oscar por el corto Everything in This Country Must ) aspira a incursionar en dos terrenos (el thriller político basado en un controvertido caso real y el cine de acción más puro), pero se queda a mitad de camino, sin profundizar en ninguno de esos aspectos y, por lo tanto, sin contentar del todo a aquellos que buscan una historia "con contenido" ni a quienes, en cambio, prefieren un producto más pasatista concebido con vértigo, espectacularidad y el aporte de estrellas del género. En principio, la historia sigue la línea de films sobre confabulaciones internacionales como Syriana o la saga de Jason Bourne, con los personajes viajando por todo el mundo. La trama central, de todas formas, tiene que ver con los asesinos de elite del título (Jason Statham y Robert De Niro), quienes se ven obligados a trabajar para un veterano jeque de Omán que en 1980 quiere vengar la muerte de sus hijos a manos de unos agentes británicos que trabajaron como mercenarios en la guerra civil que se desató en esa región. El principal problema es que la película abandona muy rápidamente cualquier atisbo de seriedad en su denuncia de los excesos de los servicios de inteligencia y empieza a apostar a situaciones y diálogos cada vez más risibles, a personajes estereotipados y a una acumulación de lugares comunes (como la historia de amor entre Statham y la bella Yvonne Strahovski). Asesinos de élite tampoco se anima a trabajar en un registro más irónico sobre el lugar de los viejos héroes de acción a punto de retirarse (como sí lo hizo Sylvester Stallone en Los indestructibles ) y, así, desaprovecha en buena medida el carisma y las siempre poderosas presencias en pantalla de Statham, De Niro y Clive Owen, que aquí funciona como la contracara de los protagonistas. De todas maneras, cabe aclarar que aun frente a las evidentes limitaciones del material (incluso de escenas de acción que no superan la media del cine a gran escala actual) los tres actores salen bastante airosos de semejante desafío. Un mérito doble porque la película no está a la altura de sus antecedentes, sus méritos y sus posibilidades.
Nuevo acercamiento a un triángulo amoroso, de una intensidad notable Paul (Mimi Branescu) y Adriana (Mirela Oprisor) están casados desde hace diez años, tienen una hija, un amplio y moderno departamento, un auto y un buen nivel económico. A pesar del paso del tiempo, el matrimonio parece bastante armónico, hasta podría decirse que feliz. Sin embargo, él lleva una doble vida, ya que desde hace seis meses mantiene una relación paralela con Raluca (Maria Popistasu), una atractiva dentista bastante más joven que él. Así planteadas las cosas, este nuevo acercamiento a un triángulo amoroso podría resonar en primera instancia como una historia vista ya demasiadas veces. Sin embargo, el notable director rumano Radu Muntean trasciende cualquier limitación o lugar común con un sofisticado, minucioso y sutil andamiaje narrativo construido a partir de un puñado de largos y virtuosos planos secuencia para concretar un profundo e incisivo retrato psicológico en el que cada detalle, cada observación, cada gesto, cada palabra adquiere una significación y una trascendencia insospechadas. Para que el largometraje (cuarto en la carrera de Muntean) alcance la potencia, naturalidad, consistencia, fluidez y credibilidad que finalmente logra, el director de Boogie se basa en el trabajo de tres intérpretes extraordinarios (a esta altura, una marca recurrente en el nuevo cine rumano) que sostienen y amplifican cada una de las situaciones y conflictos (sorpresa, incredulidad, rabia, dolor, culpa) que aquí se plantean a la hora de exponer la crisis íntima y, en un terreno más amplio, las contradicciones de la clase media-alta rumana en medio de una sociedad que todavía digiere su transición de tantos años de socialismo hacia las tentaciones y placeres burgueses que propone el capitalismo. Esta perfecta interacción entre un realizador y su elenco (que denota un gran trabajo previo conjunto) remite a sociedades artísticas como las que generaron con sus actores directores de las dimensiones de Ingmar Bergman o John Cassavetes. Dueño de un estilo austero y depurado, en el que jamás hay lugar para el exceso ni la grandilocuencia, Muntean redondea una propuesta que destila tanta verdad, tanta convicción en cada uno de sus fotogramas, que la convierten en un experiencia de una intensidad muy poco habitual en el cine contemporáneo.
Ciudad sin Dios En la línea del realismo sucio y estilizado de ese cine latinoamericano tan elogiado en el exterior (léase Amores perros o Ciudad de Dios), Pinto continúa ciertas búsquedas narrativas, estéticas y temáticas presentadas en Palermo Hollywood. El resultado es un film en el que los regodeos con los "chiches" visuales (Pinto es un reconocido creador de videoclips) le ganan por goleada a la profundidad y creatividad de su historia. Entre vistosos planos-secuencia, cámara ultralenta, reencuadres, (des)enfoques, efectos de montaje y de sonido, propulsión de CGI, rebuscados encuadres, símbolismos religiosos y una omnipresente banda sonora con ritmos que van de la cumbia villera al indie-rock (Pity Alvarez, Karamelo Santo, Estelares, etc.) se narra la historia de un joven herrero (Lautaro Delgado) que vive con su madre (Tina Serrano) en una villa miseria y subsiste fabricando caños (escopetas) artesanales de un tiro. Entre punteros/mafiosos y policías, intenta sostener una historia de amor con una menor (Camila Cruz). Hay escenas de cierta intensidad y una indudable pericia técnica, pero el resultado final de esta película siempre previsible no es, por lo tanto, demasiado estimulante.