Una vida de película La biopic (película biográfica) es uno de los géneros más transitados por el cine norteamericano. Aquí, ha tenido un desarrollo limitado, y generalmente centrado en personajes ya fallecidos. Por eso, en lo que constituye una verdadera rareza, Verdades verdaderas... reconstruye la historia de Estela de Carlotto (interpretada en la ficción por Susú Pecoraro), desde que era una simple ama de casa, madre y docente en La Plata hasta convertirse en presidenta de Abuelas de Plaza de Mayo, en el marco de la incansable búsqueda de su nieto Guido por juzgados, hospitales, comisarías y cuarteles. Con un elenco pletórico de figuras (además de Pecoraro, aparecen Alejandro Awada, Inés Efron, Carlos Portaluppi, Fernán Mirás, Laura Novoa y varias más) y una cuidada producción y reconstrucción de época, se trata de una narración clásica -correcta y cuidada, pero al mismo tiempo sin grandes hallazgos ni audacias- en la que la verdadera Carlotto aparece sólo en la imagen final. La narración va y viene en el tiempo (1975, 1979, 2009), con un buen trabajo de ambientación y maquillaje, pero no resultan tan convincentes ciertos elementos (artificiales y hasta altura casi demodé) como la inclusión de testimonios a cámara de los distintos personajes con monólogos "emotivos". Más allá de lo que pueda opinarse respecto de estas u otras decisiones narrativas, Verdades verdaderas... es un film más que atendible y un merecido homenaje/reconocimiento a Carlotto.
Sobreviviendo Luego de su presentación en el marco de la Competencia Argentina del reciente Festival de Mar del Plata se estrena este documental que -a partir de un largo testimonio- reconstruye la historia de una mujer montevideana que trata de recuperarse de la muerte de su beba, mientras vive en una precaria casa ubicada en el aislado balneario uruguayo. Golpeada, curtida por la tragedia, sobreviviente de una existencia llena de dolor y de excesos que la dejó muy cerca de la locura, trata de encontrar cierta paz y sanación con la soledad invernal de ese balneario hippie como fondo, con la ayuda de una terapia psicológica y del misticismo y la espiritualidad de las enseñanzas del gurú Maharashi. La historia de vida alcanza cierta intensidad, pero más allá de la crudeza, el resto del film (los personajes secundarios que interactúan con la protagonista, el contexto inhóspito del lugar) es bastante limitado en sus alcances. N. de la R.: Me enteré de este estreno porque me lo comentó un colega y escuché un spot radial. Nadie se comunicó con nosotros para anunciarnos la noticia. A veces, parecería que algunos directores y productores "esconden" sus películas. Por suerte, la había visto en el Festival de Mar del Plata.
La ópera prima de Javier van de Couter no está a la altura de sus intenciones Esta ópera prima de Javier van de Couter tiene las mejores intenciones (visibilizar a grupos minoritarios y muchas veces marginados, exponer temas duros, como la violencia familiar o la descontención infantil), pero su principal problema es que prioriza la elocuencia discursiva, la obviedad y linealidad de los diálogos y el subrayado de sus situaciones y conflictos por sobre las herramientas puramente cinematográficas. El film está narrado desde el punto de vista de Ale (Camila Sosa Villada), una travesti que trabaja como cartonera y vive en una villa miseria conocida como La Aldea Rosa, cuyos habitantes son reprimidos con asiduidad por la policía. En uno de sus recorridos diarios por las calles de Buenos Aires, la protagonista encuentra tirado el diario íntimo de Mía, una mujer joven que ha muerto dejando solos a su marido, Manuel (Rodrigo de la Serna), y a su pequeña hija, Julia (Maite Lanata). El padre se ha convertido en un alma en pena y la encantadora niña, en la víctima de sus descargas de ira, dolor e impotencia. Ale se sensibiliza ante la situación y empieza a establecer una relación con la pequeña, mientras Manuel se opone a puro prejuicio y con muy malos modos a que la desconocida ingrese en su casa. Lo que sigue es la previsible crónica de un caso de redención, de aceptación, de solidaridad, de entendimiento y de respeto hacia las diferencias (sociales, sexuales, ideológicas) en el seno de una sociedad marcada por la discriminación y la intolerancia. Son sentimientos nobles y reivindicables, por supuesto. Sin embargo, no estamos aquí ante un discurso sino ante una película. Y, en términos estrictamente cinematográficos, este debut de Van de Couter acumula sobreactuaciones, superficialidades, lugares comunes y bajadas de línea. El relato, por lo tanto, no está a la altura de los temas que aborda y, así, las palabras les terminan ganando por goleada a las imágenes.
¿Nuevo Cine Cordobés o Viejo Cine Argentino? Tras el estreno porteño de De caravana, llega una semana después Hipólito. Si en el primer caso exaltábamos la frescura, el desparpajo, la capacidad de sorpresa del film de Rosendo Ruiz, aquí nos encontramos con una épica histórica bastante solemne, obvia y adocenada. Ambientada a mediados de los años '30 en una Córdoba dominada por la represión y el fraude electoral de los sectores más conservadores que imponen el terror a sangre y fuego con tal de sostenerse en el poder, esta ópera prima está narrada desde el punto de vista del niño (un huérfano de 10 años) del título. Técnicamente impecable (con una sólida reconstrucción de época y una indudable pericia formal), Hipólito no propone nada demasiado novedoso desde lo narrativo ni desde una marcación actoral algo torpe (los diálogos tampoco ayudan demasiado). Así, este exponente del Nuevo Cine Cordobés remite a antiguos vicios del Viejo Cine Argentino. Una pena.
Corazón gitano A 14 años de Flamenco, su exitoso documental-tributo al cante, la música y el baile flamenco, el ya casi octogenario Carlos Saura filma una segunda parte que nos regala una veintena de números (coreografías o simples imágenes de los creadores tocando y cantando) iluminados en todos los casos por ese gigante de la fotografía que es Vittorio Storaro. En pantalla aparecen desde los maestros insoslayables (Paco de Lucía, Manolo Sanlúcar, José Mercé) hasta las grandes figuras de la actualidad (Estrella Morente, Sara Baras, Miguel Poveda, Israel Galván, Tomatito, Farruquito, Eva la Yerbabuena y un largo etcétera). Algunos podrán decir (y es cierto) que es "más de lo mismo". Pero aquí "más de lo mismo" significa otra verdadera fiesta para los sentidos, indispensable para quien gusta del arte de ese origen.
Dos hombres y una mujer, treinta años después La directora de Herencia y Lluvia se basó en un cuento de Sergio Bizzio para un relato que trabaja sobre elementos quizás ya vistos muchas veces en el cine, pero que son abordados con encanto y sensibilidad en una película que encuentra un sano equilibrio que le permite conseguir la emoción sin caer en el sentimentalismo o el golpe bajo. Construida en dos tiempos distintos (unos adolescentes durante unas vacaciones de verano a fines de los años ‘70 en un pueblo entrerriano y la actualidad de esos tres personajes ya adultos), Un amor pendula entre la inocencia, el despertar sexual, los códigos de amistad y las contradicciones íntimas de Lalo, Bruno y Lisa, y el reencuentro de los protagonistas tres décadas más tarde, ya adultos, curtidos, bastante golpeados por la vida ¿Recordar? ¿Olvidar? ¿Retomar aquello que quedó pendiente? ¿Volver a empezar? ¿Una simple ilusión? ¿Un ejercicio de nostalgia? De eso se trata esta película honesta y sentida. Quizás sobren algunos parlamentos o ciertos pasajes musicales que enfatizan demasiado lo que la directora y sus actores ya habían conseguido con sus imágenes y sus climas, pero más allá de algún lugar común del subgénero "triángulo amoroso" y de los aislados subrayados, estamos ante una película sobria y tierna. Con el sello de una realizadora que, como Hernández (a contramano del minimalismo y la austeridad de buena parte del Nuevo Cine Argentino), parece no tenerle miedo a exponer en pantalla los sentimientos más primitivos y esenciales de sus criaturas.
Una propuesta llena de ideas, ingenio, talento y grandes momentos ¿Una "superproducción" financiada de manera independiente y rodada íntegramente en Córdoba, con la Mona Jiménez cantando en vivo (y hasta actuando); con una trama que incluye secuestros, dealers , marginales, un fotógrafo de clase alta, una heroína popular y un encantador travesti de la mejor cepa almodovariana; con un trasfondo romántico y, al mismo tiempo, con un retrato sobre las fuertes diferencias de clases que transcurre en clubes nocturnos, cabarets, barrios castigados y bares de mala muerte? Todo eso (y bastante más) es lo que regala esta ópera prima de Rosendo Ruiz, una propuesta llena de ideas, de ingenio, de talento, de grandes momentos (también de otros no tan convincentes) y, especialmente, de genuinas aspiraciones masivas, algo que ya ha conseguido tras el estreno comercial en las salas de su provincia con más de 20.000 espectadores. Es cierto que hay pasajes que evidencian cierta torpeza, desniveles interpretativos en el elenco y situaciones algo forzadas que podrían haberse evitado, pero los problemas quedan minimizados frente a la intensidad, la tensión, la empatía, la energía, la alegría, la inocencia, la "vida" que se desprende a cada instante de esta comedia romántico-musical a puro cuarteto, a puro vértigo y a puro amor por el cine. Una verdadera sorpresa de ese diamante en bruto que es el Nuevo Cine Cordobés.
Responsable de tres entregas de la exitosa saga de terror sádico El juego del miedo, Darren Lynn Bousman escribió y dirigió esta coproducción estadounidense-española que intenta -sin demasiada fortuna- incursionar en un subgénero que parece haber resurgido luego de su época de oro en los años 70 para estar otra vez de moda: el thriller religioso con elementos apocalípticos. Joseph Crone es un escritor torturado, un alma en pena: a pesar de que sus libros venden millones de ejemplares, no ha podido recuperarse de la muerte de su esposa y su hijo en un incendio. Cuando se entera de que su padre está a punto de morir en Cataluña, sale de su largo encierro y viaja hasta la casona, ubicada en las afueras de Barcelona. Allí, se reencontrará con su hermano Samuel (Michael Landes), un cura en peligro ante la inminencia del 11-11-11 del título, día en que supuestamente se abrirá un portal para la llegada de fuerzas diabólicas. La trama (una acumulación de situaciones sobrenaturales, profecías, rituales, sacrificios, pesadillas, alucinaciones, referencias a la numerología y traumas psicológicos derivados del dolor y la culpa) describe la obsesiva investigación que Crone realiza para desentrañar el misterio y salvar a su hermano. La película no termina de funcionar en ninguno de los terrenos: ni en el narrativo ni en la descripción de los personajes ni en el visual ni mucho menos en el actoral. El ominoso film transcurre en buena medida dentro de las paredes de la vieja casa familiar, y cuando la acción se traslada al Barrio Gótico o a las playas de Barcelona tampoco alcanza climas mínimamente sugerentes. Bousman va sumando elementos con la idea de generar una tensión y un suspenso que deberían resolverse de manera satisfactoria y convincente sobre el final. Sin embargo, el desenlace es tan torpe y manipulatorio que todo resulta todavía más frustrante que durante la ya mediocre hora y media inicial.
Luego de un par de auspiciosas experiencias de creación grupal (UPA! Una película argentina y Las hermanas L.) y de un no del todo convincente debut individual (Toda la gente sola), Santiago Giralt consigue su mejor film con esta tragicomedia inspirada en Opening Night (1977), el clásico de John Cassavetes. Como guionista, escritor, director y/o productor, el prolífico y multifacético Giralt parece obsesionado por la trastienda y las miserias de la creación artística (y de los artistas). Aquí se basa en el trabajo de la gran Erica Rivas ("su" Gena Rowlands), bien acompañada por Nahuel Muti y la niña Miranda de la Serna (hija en la vida real de Rivas y Rodrigo de la Serna, quien también tiene una participación especial en el film), para describir los cuatro días previos al estreno de una obra en el Teatro San Martín que constituirá el primer protagónico de ella. Juana Garner (Rivas), una joven intensa, neurótica y alcohólica, y Román Costa (Muti), un director de cine en pleno bloqueo creativo, comparten un tortuoso fin de semana en una bella casa de campo, pero cada uno parece vivir en su propio mundo, casi incomunicados. Con unos largos, impecables y fluidos planos-secuencia (gentileza de los directores de fotografía Facundo Pires y Galel Maidana, y de la destreza del camarógrafo Pablo González Galetto), que permiten el despliegue histriónico y la interacción entre los intérpretes, un ya maduro Giralt expone en toda su dimensión y facetas la neurosis, la angustia, la histeria, los celos, la alienación, la esquizofrenia, los excesos y la fragilidad de sus criaturas, que viven entre sus inmensos egos, reproches mutuos y una falta absoluta de contención. Si bien el film se va agotando un poco durante su segunda mitad, Antes del estreno resulta un triunfo cinematográfico porque combina la capacidad narrativa de Giralt y la ductilidad de Rivas (mejor actriz de la Competencia Argentina del Festival de Mar del Plata 2010 por este trabajo) para un relato simpático, impiadoso y disfrutable a la vez.
Retrato de una obsesión En la etapa más reciente de su ya prolongada carrera, Pedro Almodóvar se ha sentido fascinado por los géneros, especialmente por el thriller y el film-noir. Aquí, propone una relectura de los clásicos de suspenso de Fritz Lang y de una de sus pelícujlas favoritas, Les yeux sans visage (1960), de Georges Franju con Pierre Brasseur, mezclada con el mito de de Prometeo (que a su vez es el origen del Frankenstein, de Mary Shelley) para narrar los experimentos que un brillante y psicopático cirujano plástico (Antonio Banderas, en su reencuentro con el director) realiza en su propio laboratorio para cambiar la piel (y luego también el sexo) de una de sus víctimas (Elena Anaya), a quien mantiene encerrada en una suerte de cárcel de lujo. En verdad, La piel que habito combina varios temas, climas y géneros: es una historia de amor, obsesión, manipulación y venganza, un retrato de una familia salvaje y amoral con al gran Marisa Paredes como la madre de Banderas, un ensayo sobre los excesos en la bioética y una desgarradora mirada al abuso de poder que combina también elementos propios de la ciencia ficción y la comedia negra. A partir de la novela Tarántula, del francés Thierry Jonquet que el propio realizador de Atame y Matador modificó a su gusto, Almodóvar propone una explosiva combinación de incisiones en los cuerpos, perversiones varias, relaciones posesivas, escenas sexuales y disparos a quemarropa. Una mezcla que funciona bastante bien (hay altibajos, pero también grandes momentos) y que definen el actual estado de las cosas en el universo de este cambiante, pero siempre provocativo y singular artista.