No es una biografía del cineasta franco suizo, definido por el director y guionista Michel Hazanavicius (“EL artista”) como la “nouvelle vage” en si mismo. Es un acercamiento a un talentoso y revolucionario cineasta, que después de sus tres primeras y festejadas películas, realiza una cuarta no bien recibida, “La chinoise” (luego revalorada como siempre ocurre), con una joven actriz de l9 años, 20 años mas joven que el director, que se transformara en su esposa. Y es la autobiografía de ella (Anne Wiazemsky) en la que se basa Hazanavicius. En esa relación y en la enorme influencia del mayo francés, corren los años l967 y 1968, donde Godard interviene, discute, saca conclusiones, cuestiona, y es rechazado, abucheado, se enoja con amigos como Bertolucci, se cuestiona como siempre su propia profesión. Caprichoso y único, fiel a si mismo, confundido y enredado. Todavía le quedan por hacer obras maestras. Una mirada sobre un creador que sigue dando que hablar a sus 87 años, capaz de hacerle un desaire doloroso a Agnes Varda (ver “Vissages villages”), y de decir que esta idea de película es, como era de esperar de su juicio, “una estúpida, estúpida idea”. Porque ningún creador es totalmente asible, porque su cabeza inquieta y creativa nunca será totalmente comprendida, este film vale para un momento específico donde el artista entró en un estado de confusión. Con una magistral interpretación de Louis Garrel, vale la pena embarcarse en este entretenimiento irónico y, aunque no parezca, respetuoso de una mente excepcional.
Una realización austera, un personaje donde las emociones se escapan, salvo en un epílogo sorprendente, una vida regida por sueños de fama y poder, apenas ocultos en sus aspiraciones de locutor y actor de anuncios publicitarios, en una Nueva York donde este inmigrante español se instala en una rutina alienante. Es un obrero de mudanzas en una empresa pequeña montada en un sótano, va a reuniones de un cura evangélico que le asegura que la felicidad esta al alcance de su mano si se entrega a un dios generoso que todo lo puede, y se presenta a castings donde siempre le prometen llamarlo. Pero en este film intenso, donde cada pieza encaja perfecta, comienzan a naturalizarle hechos sorprendentes, realizados con la limpieza y efectividad de una mente obsesiva y criminal que no mide ninguna consecuencia. Es tan anónimo en esa gran ciudad, que se siente impune, inalcanzable. La dirección de Carles Torrás, que hizo el guión con el protagonista, el efectivo y talentoso Martín Bacigalupo, apunta a un verdadero mecanismo de relojería que muestra un comportamiento terrible, con la mirada de un entomólogo que analiza a un insecto que lo fascina. Redonda, brutal, muy bien resuelta.
El secuestro de un avión de Air France por cuatro terroristas, dos palestinos de Frente de Liberación Palestina y dos alemanes del movimiento Baader Meinhot, ocurrido en l976, que terminó con 102 rehenes en la Uganda de Idi Amin, (en parte liberados y el resto rescatado por el ejercito israelí) ya fue visto en cine y en televisión. Volver a ese acontecimiento, con dirección de José Padilha (serie “Narcos”), con guión de Gregory Burke, requería al menos una mirada distinta sobre ese confuso episodio que implicó tantas nacionalidades y complejidades. Por la elección de actores y metraje de personajes se centraron en los terroristas alemanes (Daniel Bruhl y Rosamund Pike), como en el juego de poder de egos, de Shimon Peres (Eddie Marsan) y Yitzhak Rabin (Lior Ashkenazi). En ninguno de esos contrapuntos se nota una verdadera profundización de los acontecimientos. Ni en las dudas de la pareja de terroristas, que intentan ser humanos mientras apuntan con sus armas a los rehenes y separan, aunque a regañadientes, a israelíes de otras nacionalidades porque no quieren parecer nazis. Ni el comportamiento de los dirigentes israelíes enzarzados en posiciones unívocas con reflexiones poco creíbles. Sobre los palestinos solo una mirada rasante, lo mismo que los rehenes y ni hablar del comando de rescate, ni de los ciudadanos que se negaron a irse aunque fueron liberados, por solidaridad con el resto. Cada uno de esos aspectos valía una profundización de la que toda la película carece y por querer quedar bien con todos, resulta anodina y poco real. Quizás por eso las escenas del ballet del talentoso Ohad Naharin, con el Batsheva Dance tienen más dramatismo que algunas escenas tan rápidamente jugadas. Se mantiene la tensión en el relato, pero sin llegar a buen puerto.
Hay que decirlo de entrada, tener como protagonista a una comediante tan genial como Amy Schumer ya tiene una gran ventaja, lástima que aquí ella no es la autora del guión, que pertenece a los directores Abby Kohon y Marc Silvestre. El nudo de la cuestión es una chica de físico redondeado, una gordita bella que sufre porque no se parece a las admiradas y ultraflacas modelos que admira. En su intento por emularlas va a un gimnasio donde primero la humillan y se cae, y en un segundo intento vuelve a caer, las dos veces por exceso de peso. Pero esta vez se golpea muy fuerte la cabeza. Cuando reacciona y se mira en el espejo, ella se ve como hubiera soñado ser, aunque no cambio nada. En ese punto la película saca la mejor parte: de esa mujer hiper segura, que camina llevándose el mundo por delante, que conquista a su novio, que se atreve a un concurso de bikini, que se ofrece como recepcionista de la empresa donde trabaja (hasta ese entonces se desempeñaba en un sótano) que lo consigue y hasta se impone con sus opiniones en una estrategia empresaria. Ahí es donde el film es regocijante, arranca risas y sonrisas, Amy seduce y divierte al espectador. Esa personalidad arrolladora que pierde con otro golpe y que luego intenta recuperar con un discurso new age sobre la seguridad, embarra lo logrado con humor. Porque ideológicamente el supuesto “empoderamiento de la mujer” en esta ficción es una verdadera pavada de cuarta. Es más, cuando se ve divina la protagonista desprecia a sus amigas nerd. Ahí es donde la película hace agua, en sus conceptos de femineidad triunfadora y en ese final aleccionador del “tú puedes con un poco de seguridad…” Mención aparte merecen Michelle Williams como su empresario con voz espantosa y la insegura linda animada por Emily Ratajkowski.
Una adolescente con un grado de autismo y un cuento de hadas que redondea su historia poco creíble, aunque el trabajo actoral de Dakota Fanning, le da espesor a su protagonista. Es la historia de Wendy, que vive en una suerte de clínica con puertas abiertas donde conviven jóvenes con problemas, llevados adelante por una terapeuta que consigue que ellos avancen. En su, a tener un trabajo, a relacionarse con otros personajes, y a escribir un guión sobre “Star Trek” (Viaje a las estrellas) para participar de un concurso de la productora al cumplirse el cincuenta aniversario de la serie. En los créditos finales se ve que muchos chicos autistas participaron haciendo de si mismos y que una entrenadora, Elaine Hall, le permite a la Fanning construir a Wendy: su vida gira en rutinas y estructuras que le permiten superar sus ansiedades y falta de comprensión de algunos ritos sociales, repeler el contacto físico y visual, anotarse cada indicación. Pero desde ahí el guión se dispara a lo imaginativo lejos de una realidad probable. La chica huye para llegar a Los Ángeles y entregar a tiempo su guión, en un camino poblado de problemas y gratitudes, a cada peligro una compensación como para que nada llegue a ser tremendamente angustiante. Una aventura de rutas, con su chihuahua a cuestas, poco dinero que encima le roban, un accidente impensado, un policía bueno, y un objetivo añorado: Que la hermana de la protagonista le permita conocer a su sobrina y la acepte en su vida. Lo dicho un cuento de hadas dirigido por Ben Lewin, con guión de Michael Golamco, que busca la emoción fácil, y que no cae en terribles golpes bajos porque posee a grandes actrices. Fanning y Tony Collette.
Es un creativo film escrito y dirigido por Luis Bernardez, en su opera prima, que utiliza el formato de un documental, pero con partes imaginadas y dramatizadas que conjugan ficción, realidad, investigación al mismo tiempo. Parte de un mito del siglo XIX: una sociedad secreta de prominentes hombres del poder en nuestra sociedad que soñaron con replicar en Buenos Aires, nada menos que a Paris. Frente a ese mito, el autor imagina el viaje de una periodista francesa que sigue el rastro de un hombre que sabe mucho y desaparece, pero deja rastros. Entonces a la seria opinión de historiadores, críticos, sociólogos, arquitectos, guías de museos, investigadores, arqueólogos, que hablan de esa leyenda tan nuestra, se le suma lo ficcional, que apunta inteligentemente a demostrar, lo que para una generación era irrefutable, el querer ser, el objetivo cultural de toda una época. Lo real y lo imaginativo, en un juego que apunta nada menos que a nuestra identidad. Un juego inteligente y creativo.
El director Javier Palleiro que escribió el guión con Guillermo Rocamora nos muestra con acierto, sensibilidad y hondura esta historia de abandonos en los bordes de la locura. Una mujer que se acaba de separar se entera que esta embarazada de su ex y no solo debe decidir que hacer, si seguir o no con su embarazo (el Uruguay el aborto es legal), lidiar con el divorcio, una futura mudanza, volver al mundo laboral y sobrevivir a sus pesadillas recurrentes bajo el agua. Siente que el mundo es un lugar que no entiende y se deja arrastrar por las circunstancias. Demasiado sola y perdida su existencia va como una hoja al viento, al vaivén de sus impulsos y mentiras. Es el retrato exacto de un ser que sobrevive como puede, atontada por las circunstancias, sumergida en miedos y angustias. María Canale le da vida a este personaje torturado, con convicción y justeza. El clima logrado por el director es exacto, transmite como dice el titulo la necesidad de respirar con una pulsión de muerte, pero también de vida. En medio del temblor.
Un muy interesante documental de Mercedes Córdova que se realizó en Argentina, Italia y Estados Unidos. Una premisa que busca sacar conclusiones, vínculos, uniones, transformaciones, aportes y polémicas sobre como la cocina italiana se abrió al mundo y tuvo y tiene un éxito planetario. Desde los puristas que aseguran que solo se puede hablar de comida italiana en la madre patria, hecha con sus productos, hasta los investigadores que aseguran que los aportes e intercambios también son válidos. Hay quien afirma que la forma de hacer el asado, en una parilla plana, también es un aporte italiano, porque fueron los inmigrantes los que los primeros en hacerlo a porque antes de su llegada se usaba el asado en cruz. Esta investigación etnogastronómica es fascinante, regocijante, invita a las discusiones amables y acaloradas y aporta la opinión respetada de muchas voces.
Después de mostrarse largamente en el Malba, llega al Gaumont la película de Leandro Listorti, director, crítico e investigador, que ha realizado un trabajo original, una reflexión sobre el cine, las pérdidas, la nostalgia de lo que no fue y todavía permanece. Tomó materiales, escenas de viejas películas inconclusas, abandonadas, inacabadas, no estrenadas. Y con esas escenas, tomas de maquillaje, sin un relator, ni un hilo conductor, ordenó un recorrido que provoca en el espectador muchas sensaciones. La necesidad de saber, de interpretar, de descubrir un significado oculto, de enorme seducción e interés. Como si esas escenas (minuciosamente detalladas al final de la película) que contienen entre otras un intento de versión de “Zama” de Nicolás Sarquis, proyectos de Martín Rejtman, Mariano Llinas, Agustín Mendilaharzu, con rostros conocidos comos los de Pepe Soriano o Angel Magaña o Rosario Bléfari. Un rompecabezas fascinante que contiene climas, escaleras, momentos sombríos o luminosos, como secretos confesados a medias, susurros inteligibles pero que nos atrapan desde el comienzo al final. Material descartado, proyectos que no fueron, un cine que no existió pero que aquí cobra vida y nos permite fantasear a cada espectador con una trama propia y única.
Una comedia de amor ideal para almas adolescentes y románticas, con la única diferencia de que se trata de un chico gay que se enamora de alguien a quien no conoce y que todavía no esta listo como para contarle al mundo su preferencia sexual, definida hace muchos años. Él cursa el último año de la secundaria, tiene un grupo de amigos incondicionales, padres comprensivos, pero hasta que no se enamora prefiere guardar su “secreto”. La trama frecuenta cada uno de los clichés del género, equívocos, momentos de baile, climas melosos. La única y fresca diferencia es la naturalización de los conflictos de este chico que se ve chantajeado por un compañero que lo amenaza con rebelar su condición y su amor anónimo, si no le facilita la conquista de una de sus amigas. Un hecho fortuito hace que la verdad salga a la luz y la vuelta de tuerca es que sus amigos no se extrañan y solo le reprochan ciertas falsedades que cometió para satisfacer a su extorsionador. Un primer amor gay con los mismos mecanismos que hicieron famosos y tan trajinado al género. Ideal el protagonista, un seductor Nick Robinson que tiene el encanto suficiente como para ganarse al público. El director Greg Bertolini se basó en la novela best seller de Becky Albertalli, le otorgó el tono amable a todo el filme, con un buen elenco Jennifer Gardner, Josh Duhamel, Katherine Langford, Alexandra Shipp. Un entretenimiento que sostiene el relato, que no corre riesgos, pero tiene el valor de ser la primera comedia romántica para adolescentes donde el tema es una amor gay que posee la cualidad de seguir abriendo cabezas para un público joven.