Una película singular ya desde su gestación, decidida realmente como independiente, sin apoyo financiero alguno, autogestiva, de manera cooperativa y comunitaria. Es la opera prima de Federico Jacobi, con guión de Gastón Varela, que se basó en un cuento propio. Y pone su acento y su mirada en lo que le ocurre a un hombre, deteriorado física y espiritualmente, enojado con la vida, padeciente de la soledad, en sus últimos días. Es un protagonista que difícilmente logre una primera empatía con el espectador que es testigo de su decadencia y mal humor, en una casa deteriorada, con una actitud de sordidez y rebelión frente a un cuerpo enfermo que no le responde y la negativa constante a cualquier intromisión, al mínimo gesto de ayuda que siente como una pérdida de independencia. Pero también seremos testigos de su relación con un hijo que no sabe como tratarlo y es maltratado, de sus fantasías luminosas, de unos recuerdos dolorosos. No hay concesiones al golpe bajo y mucha verdad en un filme que también puede ser leído como la llegada de jirones de recuerdos de una vida que ya no existe. Una gran actuación de Daniel Quaranta. Bien filmado, de sólida construcción sin pasos en falso, con intensidad y dolor puestos en toda su dimensión herida.
Pocas veces un documental nos sorprende porque su foco de atención significa descubrimiento y calidad. Es lo que sucede con la película dirigida por Pablo Hernán Zubizarreta (reciente ganador en el Festival internacional de Cine de las Alturas) sobre un guión que compartió con Juan Pablo Young y con un trabajo minucioso que lo llevo por Latinoamérica y Europa. El film da a conocer la vida de una mujer adelantada a su época. Se trata de Blanca Luz Brum. Ella vivió con intensidad y brillo, participó de las vanguardias intelectuales del continente, se destacó por sus escritos, poesías y autobiografías, tuvo amores intensos y lacerantes como el de Siqueiros que la dibujo en ese mural privado en nuestro país, fue asesora política y organizadora de hechos fundamentales junto Perón, por solo enumerar algunos hechos que para otros humanos hubiesen alimentados varias vidas. Pero la investigación tampoco elude las grandes contradicciones, las críticas venenosas, las mentiras que construía, la contradicción de haber sido de extrema izquierda y haber trabajado con Pinochet. Una mujer única, bellísima, intensa y fascinante. El realizador resuelve con acierto reconstrucciones, se basa rigurosamente en documentos y testimonios, conmueve con su latido poético y buen gusto, acierta siempre en una indagación con ribetes de leyenda y ensueño. Un relato fascinante e imperdible.
Un documental que pone el acento en un costado muy doloroso y poco frecuentado de las consecuencias de la desaparición de las personas en los años más oscuros de nuestro país. Por un lado esta el caso del desaparecido Dr. Samuel “Sami” Slutzky por el que sus hijos prestan testimonio para que se haga justicia. Pero los directores unidos por la casualidad, el oficio de periodistas y el parentesco (Shlomo Slutzky y Daniel Burak) también indagan a la familia que miro para otro lado cuando ocurrió la desaparición de Samuel y eligió el secreto, el silencio y la indiferencia total sobre el destino de los hijos de Samuel, que fueron a parar a un hogar extraño en Holanda, socorridos por Amnistía Internacional. El relato no solo tiene testimonios del juicio, de cómo los autores se encuentran sino que muestra como las cuentas pendientes familiares pesan como heridas difíciles de cerrar. Pero también se descubren a un represor que vive en Israel y es denunciado y puesto en evidencia por esta investigación. La justicia pública y la justicia del corazón como caminos a la reparación.
El director iraní Ascar Farhadi, elogiado y premiado por films como “Una separación”, “El viajante” entre otras, despliega aquí esos temas que tanto le interesan, los secretos familiares de la familia extendida, los temas del pasado macerados en años y nunca resueltos, los lazos demasiado fuertes de tradiciones y traiciones. Cuenta aquí con un elenco internacional: Penélope Cruz, cada vez más intensa en sus trabajos dramáticos, Javier Barden transformado en el corte final en el eje de las cuestiones, sufriente, torturado y Ricardo Darin en un papel que por el metraje que se le quito tiene menos lucimiento pero no pierde intensidad. El argumento muestra un encuentro en el origen con la excusa de una boda. El personaje de Penélope regresa desde Argentina con sus hijos sin su marido (Darin) para el casamiento de su hermana. Todo es alegría del reencuentro especialmente con el personaje de Barden, alguien con quien Penélope se crió y luego fue su amor de juventud. En el medio del casamiento un corte de luz y una lluvia torrencial frenan la fiesta y la enfrían con una noticia terrible: Han secuestrado a una adolescente, la hija de la protagonista, se recuerda un trágico caso anterior, y se desata el drama, el nudo que amarra a todos los familiares y amigos y los rencores del pasado en un pueblo donde la frase del título es significativa. Un camino policial por un lado, con un policía retirado un poco desaprovechado, un costado del film que al director no le interesa especialmente. Y con un poco de confusión en como se relacionan los personajes, se muestra el complejo entramado familiar y social con un planteo interesante y profundo aunque no es lo mejor del director. Entretiene la intriga y la pintura de los personajes donde cada uno tiene algo que ocultar o sospechar.
Una distopia desarrollada por Rodrigo Vila, Dan Bush y Gustavo Lencina que es una coproducción argentino- canadiense que le permite a Vila meterse de lleno, con un elenco que reúne a Harvey Keitel, Hayden Christiansen, Liz Solari, Rafael Spregelburd, Fernán Miras, Iván Steinhardt y otros argentinos, en su primera película de ficción rodada en Buenos Aires (Villa Lugano, Puerto Madero) y Canadá. La llegada del fin del mundo como una posibilidad concreta y cercana, en una tierra dominada por la escasez, el cambio climático, la desaparición de la organización del estado y el resurgimiento de grupos violentos, de raíz nazi y otros mafiosos que aprovechan la ocasión sin medir riesgos. En ese entorno la estrella de Star Wars es un soldado con stress post traumático y Keitel una suerte de pastor que predice lo que ocurrirá. Con ese planteo la acción transcurre entre enredos amorosos, venganzas, traiciones, escenas violentas y la construcción de un búnker para resistir el apocalipsis cercano. Con buenos climas, buena iluminación y el esfuerzo de los actores, se logra una atmósfera creíble pero no temible. Con demasiados cruces que complican la trama y que nos traen recuerdos muchas veces vistos del género, este gran esfuerzo de producción no alcanza para redondear un film que despierte gran interés. Es un entretenimiento módico.
Es de esas películas que agradan, hacen pensar en temas trascendentes y con una pátina de melancolía que tiñe todo lo que ocurre aunque se convoque a la esperanza. El director Robert Guédiguian, co-autor con Serge Valetti, vuelve sobre los temas que prefiere y con los actores que siempre están en sus films, desde la talentosa Ariane Ascaride ( su esposa)Jean Pierre Darroussin, Gérard Maylan, que encarnan a tres hermanos y tienen esa química, esa intimidad que resulta encantadora y funcional para la historia. La reunión ocurre en un pequeño pueblo de Marsella, el lugar donde se criaron, tras un ataque que sufre el padre. Forzados e incómodos en un comienzo, esa convivencia obligada da paso a los recuerdos, las cuentas pendientes, las heridas que nunca cerraron. Lo mejor del film es la recuperación de ese vínculo luego de una tragedia ocurrida hace 20 años. Pero el director decidió jugarse con nuevos costados, historias cruzadas y nuevas, amores que terminan y nacen y hasta una pincelada política no muy aprovechada de actualidad con el tema de los inmigrantes ilegales, esto último lo mas forzado de la historia. Pero los momentos a favor son mayoría, las actuaciones realmente deliciosas, las reflexiones sobre las verdaderas prioridades y las valentías para parar y dar de nuevo valen.
Se trata de un “ Spin off” de las buenas películas que fueron “El Conjuro 1 y 2” Este personaje aterrorizó en la segunda y ahora se ganó este film para ella sola. Con sus dientes de tiburón y su cara maquillada de blanco y sus ojos y boca renegridos. En realidad se trata de la quinta entrega de la franquicia, contado las de “Anabelle”. El guión pertenece al Gary Dauberman (que hizo la vida de las muñecas malditas) y la dirección es Corin Hardy que no poseen ningún gramo de originalidad en cuanto a terrores y suspenso. Pero arman el combo de convento casi derruido de origen demoníaco con sustos, climas, efectos especiales, oscuridad y climas claustrofóbicos en un ambiente gótico que harán las delicias de los fanáticos del género, mejor de los bodrios que están acostumbrados a masticar. Este no lo es. Cumple con todos los ritos que ya conocemos del terror religioso cruces invertidas, posesiones demoníacas, necesidad de nuevas almas. Más un toque original que caracteriza el lugar y que no es muy explotado. Están muy bien en sus roles Damián Bichir como el experto que manda la iglesia, Taissa Farmiga (hermana de Vera) como la novicia y Jonás Bloquet como el campesino. Hay momentos en que la historia pierde coherencia, se olvidan cabos sueltos pero entretiene y asusta.
Iván Abello acierta en tomar una leyenda mapuche para desarrollar una leyenda que el escucho como tradición familiar y que transforma con efectos especiales en un film para niños y adolescentes. Tuvo la suerte de contar con Maite Lanata para su protagónico cuando contaba con trece años (los tiempos en el cine argentino suelen ser eternos) y ahora ella está transformada en una estrella por su personaje en “100 días para enamorarse”, como atractivo. El film se basa en la historia de esta jovencita que el día en que su papá vuelve a casarse se ve impulsada a encontrar a su madre de sangre mapuche que desapareció sin dar explicaciones. Y en esa aventura se cruzará con deidades terroríficas, duendes, humanos y su destino marcado Por momentos confusa y grandilocuente, con efectos subrayados más en la música y el trazado grueso, pero con la audacia de transformar para la mayoría las creencias mapuches de un rica tradición.
Es la opera prima de Mercedes Laborde y pone su acento en la elaboración de un duelo por un mundo femenino encarnado por tres mujeres que sienten la muerte de un hombre: su primera esposa, su hija y su pareja durante ocho años. Para ellas todo es difícil, y lo peor relacionarse nuevamente frente a la ausencia. Lorena Vega tiene el rol protagónico de una mujer todavía joven que tiene que lidiar con una nueva vida, acechada por recuerdos, necesidades vitales y reclamos de una ex esposa y una hija dolida. Con delicadeza pero con intensidad, la evolución de los personajes avanza a paso firme hacia una sanación posible. Con un muy buen trabajo actoral, se luce Vega y la siempre talentosa Julieta Vallina.
Primero fue una obra de teatro que acaba de reponerse donde Lola Arias tuvo la audacia reunir a tres ex-combatientes ingleses con tres ex-combatientes argentinos de la guerra de Malvinas que se llama “Campo minado”. Ahora es tiempo de convivencia con una película donde esta directora, pero también artista de muchas disciplinas, por sobre todo abierta a aplicar todas las técnicas para aumentar, entender, evidenciar lo que significa una guerra para sus participantes y las secuelas que deja. El resultado es realmente sorprendente. Por eso, estos hombres no solo cuentan sus recuerdos y experiencias, pasan por el psicodrama, el canto, el baile, el nado, sus dudas y desconfianzas, en un collage que desconcierta, atrae y penetra profundamente en los conflictos. Este tratamiento es tan novedoso como perturbador, tan profundo como experimental. Con una contundencia, humor y desprejuicio admirables. Entre la ficción y el documental.