Cine nórdico de terror, esta vez proveniente de Finlandia. Tinja es una niña adolescente gimnasta que intenta desesperadamente complacer a su madre, una mujer obsesionada con mostrar ante el mundo, a través de sus redes sociales, la imagen de una vida familiar perfecta. La tensión familiar va en crecimiento con diferentes señales ominosas. Una noche, Tinja encontrará un extraño huevo. En lugar de deshacerse de él, lo esconde y mantiene caliente, porque percibe vida dentro de él. Pero ni ella misma podría haber imaginado nunca lo que saldría del cascarón que se ha vuelto enorme. Cómo si fuera una mezcla de géneros fantásticos con un oscuro tono amargo, la película juega la fórmula de E.T. pero en versión maligna. La criatura que surge de ese cascarón parece ser la suma de todas las angustias, enojos y deseos de muerte de la niña protagonista. Es una monstruosidad corporizada del mundo interior de Tinja. Eso es lo que le da a la película su verdadera potencia, más allá de algunos buenos momentos de terror y bastante ideas visuales.
Bill Evans (1929-1980) fue uno de los pianistas de jazz más importantes de todos los tiempos. La película Bill 79 (Argentina, 2022) cuenta su paso por Argentina por segunda vez. La primera fue en 1973 y esta, la última, fue casi al final de su vida, luego de dos tragedias que los golpearon duramente. Luego de los suicidios de su hermano y su ex mujer, el pianista estaba sumido en el alcohol y las drogas, lo que dañaba cada vez más su salud. Aún así, y según cuentan las crónicas de la época, brilló cuando tocó en la ciudad de Buenos Aires. Luego de ese concierto, Evans, su dos músicos y la manager se movilizan hasta la ciudad de San Nicolás junto con un empresario que, convencido del gusto por el jazz de un grupo de locales, Evans podrá dar un gran concierto. La película mezcla ficción con realidad sin ningún problema, sabiendo que imprimir la leyenda funciona siempre y confiando en que los expertos en jazz e historia podrán corroborar o desmentir lo narrado. Bill Evans, en una crisis que luego se sabrá terminal, ve en el pueblo recuerdos de su infancia y se integra a sus anfitriones comiendo empanadas o viendo la pelea de Galíndez por el título mundial. Todo es un poco raro, teñido por la visión del propio pianista y su estado emocional. Sorprende Mariano Galperín con esta película por varios motivos. En primer lugar se nota un presupuesto bajo y aún así nunca pobre, donde todo cierra y funciona perfectamente. El tono es exacto, tiene humor, tiene drama, es algo absurdo y siempre es interesante. Y finalmente los actores, ya que la película está casi totalmente hablada en inglés pero el elenco es argentino. Diego Gentile como Bill Evans está brillante y lo mismo Marina Bellati como su manager, aunque ella no se someta a la comparación con el personaje real. Bill 79 es una película que aborda un hecho bastante insólito y, lejos de aclararlo, lo vuelve aun más mágico y misterioso.
El triunfo (Un triomphe, Francia, 2020) es un largometraje dirigido por Emmanuel Courcol y está basado en una historia real. Etienne (Kad Merad, actor muy taquillero de comedias francesas) es un actor no muy exitoso que dirige un taller de teatro en un centro penitenciario. En dicho espacio reúne a un grupo de internos para representar la famosa obra de Samuel Beckett Esperando a Godot. Todo empieza con desconfianza y burla, pero luego se va transformando en algo más serio. Todos parecen disfrutar del taller. Cuando Ettiene consigue la autorización para realizar una gira fuera de la cárcel con su troupe de actores estos empiezan a vivir con plenitud el placer de ser aplaudidos por el público. Pero cuánto más actúan en teatros, más empiezan a añorar la libertad, por lo que la guardia asignada para vigilarlos deberá duplicar su esfuerzo para evitar una posible fuga. Libres o presos, todos han aprendido a amar la actuación. La película se mueve por los carriles más estándar de la comedia dramática francesa. Un poco de humor, un poco de drama, una buena dosis de emoción. Los niveles de efectividad de esta clase de películas varía y un mismo espectador podrá pasarla bien con una de ellas y a la siguiente no creerle nada. Esta comedia podría haberse hecho en otro país. Le tocó ser francesa, pero podría haber sido italiana, española, mexicana o norteamericana. Posiblemente termine siendo todas ellas, en una época en la cual las remakes se han multiplicado por todo el planeta.
El documentalista Miguel Kohan busca en El despenador mezclar los límites entre la ficción y la realidad, aprovechando su ojo de documentalista para armar una historia con guión de ficción. Raymundo es un antropólogo que investiga a El Despenador, un personaje andino cuyo oficio es terminar con la vida de las personas enfermas que no se mueren utilizando la técnica de un abrazo certero, evitando así contagiar la muerte por el aliento, una creencia arraigada en una zona de La Puna en Jujuy. La creación de este documental es el puntapié para mostrar la crisis del propio protagonista que se plantea sus propios dilemas frente al tema que investiga. Kohan descubre que la ficción le permite armar planos artificiales y bellos, sin tener que responder al rigor ético de la puesta en escena del documental. Pero cae en el peor riesgo cuando alguien plantea algo así: ni es una buena ficción ni es un buen documental. Muchos cineastas se han movido por este delicado filo y pocos han logrado resultados memorables. No se puede evitar pensar en directores como Abbas Kiarostami, el último genio que jugo este juego. El despenador regala algunas grandes imágenes, pero jamás consigue ni la complejidad ni la belleza de una obra cinematográfica total.
Vera Gemma vive a la sombra de su famoso padre, el legendario actor de Spaghetti Western Giuliano Gemma. La actriz se interpreta a sí misma y toda la película es una mezcla de documental sobre ella con una ficción construida alrededor de su persona. No sabemos cuánto de la película es real y cuánto está armado. Algunas cosas se pueden definir más o menos con facilidad, pero muchas otras juegan al límite. Gem tiene problemas para relacionarse y sufre la superficialidad de vínculos con hombres que no están preocupados realmente por ella. Con más de cincuenta años, Vera intenta buscar en Roma la respuesta a sus angustias. Busca mantenerse joven y lucir espléndida, aunque en el fondo la figura de su padre es un refugio y a la vez una sombra. Un retrato de Giuliano Gemma sobre su cama habla de una relación especial. Vera es, en definitiva, encantadora. Sincera, complicada, generosa hasta la inocencia, tratando de ayudar, cayendo en la trampa de quienes sólo desean aprovecharse de su nombre. Cuando accidentalmente se cruza con un niño al que su chofer choca, decide ayudarlo en todo lo que pueda, aunque tal vez eso pueda producir en ella una nueva herida. Y también tiene una amiga que no es otra más que Asia Argento, la hija del gran director Darío Argento. Ambas mujeres comparten la problemática herencia de padres famosos y admirados por todos. Las charlas entre ellas fluctúan, de eso no hay duda, entre lo escrito y lo improvisado y la película saca provecho de ambas cosas. Vera Gemma, la real o la inventada, es un gran personaje cinematográfico.
Silencio en la ribera se presenta como un ensayo documental sobre la última crónica del escritor argentino Haroldo Conti, publicada en abril de 1976, un mes antes de su secuestro y desaparición, durante la dictadura militar. La película revive la crónica sobre la isla Paulino de Berisso y recupera material fílmico, estableciendo un vínculo con el presente del lugar. El interés del personaje en sí mismo se diluye en la pretensión de una película que explora el uso excesivo e intrascendente de planos largos describiendo actividades fascinantes exclusivamente para el consumo de documentales festivaleros. Haroldo Conti tal vez merecía un documental menos soporífero y las imágenes documentales rescatadas por el realizador de Silencio en la ribera demuestran a las claras que Roberto Cuervo, quién las filmó en aquellos años, buscaba algo más interesante que lo que terminó siendo esta película que emula a realizadores extremos como Lisandro Alonso, pero no en su esplendor sino en sus peores títulos.
Misántropo es el primer largometraje de Damián Szifrón luego de Relatos salvajes (2014). Fueron demasiados años entre los dos films, aunque el realizador estuvo involucrado un buen tiempo en el proyecto no concretado de El hombre nuclear. Pero la espera se terminó y no sólo ya se estrena su nueva película, sino que además está anunciada la versión cinematográfica de su serie Los simuladores. Ironías del mundo del cine, Szifrón hizo una película de circulación limitada en Estados Unidos mientras hace éxitos récords de taquilla en Argentina. El título en inglés de la película es To Catch a Killer, un poco estándar y repetido, pero el que se eligió para usar en castellano es en exceso sofisticado antes de ver la película y algo obvio al verla. Es lo menos importante porque la buena noticia es que Damián Szifrón ha hecho un gran policial. Misántropo tiene como personaje central a Eleanor Falco (Shailene Woodley) una oficial de policía de la ciudad de Baltimore. En la noche de año nuevo el terrible ataque de un francotirador deja un saldo de veintinueve muertos. Falco responde al llamado de ayuda de uno de los departamentos donde alguien ha sido asesinado por el desconocido criminal. Cuando se establece desde donde se realizaron los disparos ella acude contra su propia seguridad a la escena. El agente especial del FBI Geoffrey Lammark (Ben Mendelsohn) queda a cargo de la investigación y descubre en ella el talento y la locura para poder ayudarlo en el caso, por lo que la suma a su equipo. Juntos emprenderán una carrera contrarreloj para atrapar al hombre que tiene en vilo a toda la ciudad y a las autoridades. Szifrón, también guionista y productor, juega desde el título con la personalidad de la protagonista, no sólo la del asesino. Ella carga traumas del pasado y vive bajo el tormento que le ha impedido avanzar en su carrera. Toda la historia trata del poder integrarse a la sociedad o vivir en guerra con ella. O vivir en guerra pero integrado, si acaso esta última opción fuera posible. Para lograr eso el cineasta despliega todo su arsenal para mostrar el caos con el que conviven las personas a diario, la violencia, la locura y la sociedad al borde de estallar. Pero no sólo eso conforma el mundo, también está la pareja, la camaradería, el heroísmo y la valentía. Szifrón se pregunta acerca del evento o la situación que puede llevar a una persona a caer de un lado o del otro de la locura. Sus dardos apuntan a la sociedad americana pero es extensivo a cualquier lugar y época. No importan los argumentos de un criminal, este no puede ser aceptado. Falco tiene pensamientos y motivos para despreciar el mundo, pero su moral heroica le indica cuál es el camino correcto en un mundo torcido. La felicitación final de su jefe es la felicitación hawksiana por excelencia: buen trabajo. No se necesita más. Falco elige hacer su tarea dentro del sistema, no fuera de él. Estar o no en el sistema abre también las puertas de las dudas del propio director. En un momento alguien dice que en Estados Unidos: “Toman lo mejor de un país y lo devuelven empeorado para ganar plata”. Podría aplicarse a muchos directores de cine que brillaron en su tierra y que en Hollywood fueron explotados y arruinados. Szifrón pasó mucho tiempo con un proyecto que no prosperó y recién ahora llega con una película que tiene menos posibilidad de trascender que sus películas argentinas. Tal vez no hable de sí mismo, claro, sino de otras cosas, pero en todo caso es un apunte interesante a tener en cuenta. También, obviamente, muchos cineastas mejoraron su carrera así. Misántropo tiene la perfección narrativa y ritmo propios de Szifrón, sin excesos pero con ideas visuales. Varios momentos bien construidos y también una cinefilia bien expuesta. Desde algún diálogo brillante sobre su película favorita, Tiburón (Jaws, 1975) de Steven Spielberg hasta un momento donde se evoca de manera impactante el final de Frankenstein (1931) de James Whale. Consigue inquietar pero también, como los héroes clásicos, busca el orden, no el caos. Se rebela contra el sistema pero no pretende dinamitar a la sociedad. Falco, en ese aspecto, es como Los simuladores y no con el criminal que persigue. No quiere destruir a la sociedad, quiere hacerla más justa. En esas tensiones se mueve no sólo Misántropo, sino también gran parte de la obra de Damián Szifrón. Un cineasta al que prestigio se le cruzó en Relatos salvajes, pero que merece ser puesto en la noble línea de los autores de género, los que buscan, por encima de todo, contar una buena historia para expresar sus ideas del mundo.
Los méritos de Sombras de un crimen (Marlowe, 2022) están más en la teoría que en la práctica. Pero para los amantes del policial negro es un ejercicio divertido capaz de evocar las constantes del género y generar una nostalgia cuidada llena de amor por el cine. Marlowe es lo que se conoce como film noir. Este género cinematográfico, inaugurado en la década del cuarenta, estaba construido en base a la obra de varios escritores de policiales que renovaron el policial y lo pusieron en un clima de paranoia y angustia, generando universos de pesadilla que rápidamente el cine comenzó a copiar. El nombre film noir proviene de Francia, cuando dichos autores fueron publicados en una colección llamada Serie negra, de la editorial Gallimard. El concepto de policial negro fue más una creación de la teoría y la crítica que de una idea de los estudios, lo que le ha dado un prestigio mayor que a otros géneros. Los autores literarios más importantes que corresponden a dicho universo son Dashiell Hammett, James M. Cain y, por supuesto, Raymond Chandler. La película Sombras de un crimen se llama Marlowe en el original porque su personaje central es Phillip Marlowe, el protagonista de las novelas de Raymond Chandler. Este pastiche autoconsciente le servirá a quienes nunca hayan visto un film noir para entender en dos horas de que se trata. La trama lo tiene todo. A finales de la década del treinta, en los márgenes de la ciudad Los Ángeles, el detective privado Philip Marlowe (Liam Neeson) es contratado para encontrar al ex amante perdido de una joven heredera de una fortuna (Diane Kruger), hija de una famosa estrella de cine venida a menos (Jessica Lange). La regla de oro de los policiales negros es que aquello que parece sencillo es tan sólo el punto de partida de algo mucho más grande y peligroso para todos los involucrados. No hay detective que no termine recibiendo una golpiza o poniendo en riesgo su vida al meterse con poderosos muy por encima de sus posibilidades. Sombras de un crimen es un curso rápido para entender el film noir, un seminario breve pero intenso para entrar en él. El detective perdedor que suele confiar que puede controlarlo todo pero el caso se complica cada vez más, la mujer bella y misteriosa – la femme fatale- que lo contrata pero no le dice la verdad, la oficina con el escritorio clásico y las persianas americanas en algún edificio viejo de la ciudad, el villano rico y poderoso con oscuros secretos, la policía entorpeciendo el caso, el asfalto mojada en las escenas casi siempre nocturnas y otros tópicos bien recreados en esta película. Para los que conocen bien el género este no será un film con calidad de clásico, pero igualmente tendrán un mundo de referencias que será más que divertido, porque las citas y homenajes tampoco faltan. En primer lugar, hay un respeto por el árbol genealógico del cine y el género. El personaje más siniestro es interpretado por Danny Huston, hijo del director, guionista y actor John Huston. Justamente este legendario realizador es una pieza clave del film noir. Huston fue quien dirigió El halcón maltés (1941) el largometraje con Humphrey Bogart que para muchos sería el puntapié inicial del film noir. Pero Huston también interpretó, ya veterano, al villano en Barrio chino (1974) de Roman Polanski, el más grande de los clásicos que el género tuvo en su época nostálgica. Ambas películas son citadas oportunamente aquí, no diremos hasta qué punto. Y Jessica Lange, claro, protagonizó junto a Jack Nicholson la versión de El cartero llama dos veces de 1981, un clásico del policial negro. La versión de 1946, con Lana Turner y John Garfield fue otro título insoslayable del film noir. Sin embargo lo que aleja a Marlowe de convertirse en una gran película es su guión, que tiene algunas vueltas de tuerca que le hacen perder a la trama su fuerza inicial. Son los actores quienes sostienen el espectáculo, en particular Liam Neeson. Aunque Marlowe debería tener muchos años menos que el actor, la presencia de Neeson es notable. Por eso y por su condición de estrella es que seguramente lo eligió su amigo Neil Jordan, el director de la película. Jordan trabajó anteriormente con Neeson en Michael Collins (1996) y Desayuno en Plutón (2005). El director de origen irlandés es conocido por dirigir En compañía de lobos (1984), Mona Lisa (1986), El juego de las lágrimas (1993) y Entrevista con el vampiro (1994). Un director algo desparejo que aquí juega al Hollywood clásico. El resultado es correcto y limitado, pero al menos sirve para recordar la edad de oro.
Durante décadas, la artista visual Eugenia Bekeris dedicó su obra a mantener viva la memoria de un genocidio, partiendo del Holocausto luego se preocupó por otros temas vinculados con las violaciones de derechos humanos. Mientras dialoga con su familia sobre las heridas del pasado, inicia una nueva serie de dibujos que la alejan del horror, para adentrarse en la naturaleza. El documental es sobrio, delicado en su acercamiento al personaje. Explora con el tiempo necesario lo que quiere mostrar y muestra el valor fundamental de la memoria, no sólo para la sociedad, sino para cada persona individualmente. Tiene más valor testimonial que cinematográfico y merece formar parte de cualquier archivo que busque preservar la mencionada memoria.
Los olvidados: Cicatrices, es una coproducción entre Argentina y Nueva Zelanda dirigida por el experto en cine de terror Nicolás Onetti. Aquí vuelve sobre la locación de Los olvidados (2017) el pueblo fantasma de Epecuén, ese que quedó bajo el agua y se convirtió luego en un espacio terrorífico abandona, ideal para filmar cualquier largometraje de género. La película tiene un arriesgado prólogo en la Guerra de Malvinas, una escena que incluye canibalismo, lo que es una osada apuesta al género con un tema todavía delicado. Bienvenido sea dicho riesgo. Luego pasa a otra época, con una banda de rock británica independiente que está al final de su pobre gira, cargados de conflictos internos, y terminan en dicha zona, luego de unos roces con una joven lugareña en el último bar más cercano. No podría pasarles algo peor que llegar a ese lugar. Cuando vayan conociendo a los pocos habitantes de esos pagos, pronto descubrirán que no son lo que parecen y que están todos conectados entre sí. Lo que sigue será una pesadilla total, una masacre de tortura y muerte inimaginable. Onetti ha dirigido varias grandes películas de terror, generalmente evocando otros títulos famosos del género. Los olvidados tenía mucho de La masacre de Texas (1974) y acá se mantiene ese tono, aunque menos cercano al coqueteo documental del cine realista de los setenta. Mezclar Malvinas resulta interesante. Porque los villanos buscan vengarse de los ingleses, pero en definitivamente son los monstruos malvados de la película, lo que descoloca cualquier bajada de línea posible sobre el tema. Menos efectiva que Los olvidados, Los olvidados: Cicatrices mantiene la calidad técnica, el cuidado visual y el estilo internacional de todas las películas de los hermanos Onetti.