Evil Dead: El despertar arranca de cero, con guiños a El resplandor y La masacre de Texas La saga se renueva. Ya sin Sam Raimi en la dirección, pero sí como productor, es sangrienta, brutal y divertida. La saga de terror, originalmente debida a Sam Raimi, el que sigue pegado a ella, aunque ya no como realizador, parece tener lugar para más y más películas. O habrá que decir para más y más muertes, guiños, sangre, humor y descalabros. Ahora nos llega no una secuela, sino una película que renueva todo, Evil Dead: El despertar, que le pondrá los pelos de punta a más de uno. No por los desmembramientos y la posesión diabólica, sino porque se centra en que, todo eso, ocurra en el seno de una familia. Y cuando uno de los miembros del clan se infecte, muera, pero no muera y empiece a atacar al resto, sean sus hijos o su hermana, bueno, a prepararse, porque acá todos se defienden y si una niña se ve en una situación extrema, pongamos, en la que tuviera que empalar a un pariente cercano, ¿por qué no habría de hacerlo? No hay que haber visto ninguna de las Evil Dead para entender este El despertar, precisamente porque es el inicio, se cuenta el origen. Hay una suerte de prólogo, que luego se verá cómo interactúa o no con el centro del relato, en el que en una cabaña cercana a un lago ocurre alguna que otra muerte espeluznante. Así que, no entren tarde a la sala de cine. Vuelta de hoja, y estamos en Los Angeles, en un edificio de departamentos muy próximo a demoler. Tanto, que quedan pocas familias viviendo allí. Así que la inesperada visita de Beth (Lily Sullivan) no es bien vista por Ellie (Alyssa Sutherland, sin parentesco con Donald o Kiefer, y vista en Vikingos), madre de tres hijos, dos adolescentes y una niña, y hermana de la recién llegada. Beth viene con un test de embarazo positivo, pero no deseado, y se ve que la relación con su hermana fue buena, hasta que dejó de serlo. No abran El libro de los muertos No importa aquí tanto el por qué, sino que cuando Ellie se encuentre poseída por un demonio que escapa de El libro de los muertos -sí, ése con páginas de piel humana-, que no adelantaremos como aparece, Beth bien podría ser la única que pueda defender a sus sobrinitos de una madre que los quiere mal. Por supuesto que, aunque no aparezca Bruce Campbell (!), protagonista de la trilogía de Raimi, en toda película que lleve en su título Evil Dead debe haber un personaje capaz de enfrentar lo que haga falta. Y hacer lo necesario para, al menos, intentar triunfar. A diferencia, entonces, de la trilogía de Sam Raimi, y mientras que el renacimiento de la franquicia en 2013 dirigida por Fede Alvarez tenía fuertes efectos, de impacto, aquí el director Lee Cronin (El bosque maldito) va introduciéndonos de a poco, pero a paso apresurado, en un auténtico infierno. Es una película con apuntes de humor, pero totalmente gore, con guiños a La masacre de Texas y El resplandor. Las muertes son espeluznantes, gastaron más en maquillaje y en efectos que en actores o locaciones: casi todo transcurre en ese edificio maldito.
Es probable que nos hayamos malacostumbrados a la hora de ver películas de terror. Más que nada, cuando son bien, pero bien gore: sangrientas, con desmembramientos, gritos y efectos de sonido al palo. Tan es así que una de terror como Renfield, pero con Nicolas Cage, Nicholas Hoult y Awkwafina, bueno, nos motiva más. Aquí Cage, cuya carrera va en un constante sube y baja, es Drácula, y Nicholas Hoult (El menú), su -hasta ahora- fiel asistente, Renfield. Pero por algo la película lleva en el título el nombre del “sirviente” del vampiro, y no el del Conde. Drácula sigue viviendo mejor de noche que de día, la luz del sol lo daña y para alimentarse depende exclusivamente de lo que haga Renfield. Su cuerpo se descompone si su asistente no le consigue carne fresca, nuevas víctimas. Cuando es bien alimentado, Drácula emerge como el Ave Fénix, robusto, con su smoking de terciopelo negro, su tez con su blanca palidez, pero no destruida, peinado achatado hacia atrás y una fila de puntiagudos dientes, no solamente los colmillos. Jefe tóxico Drácula, digámoslo de una vez, es un jefe de lo más tóxico. Y claro, un día el joven Renfield se cansa. Y así arranca la película de Chris McKay (La guerra del mañana, con Chris Pratt, y Lego Batman: La película), con el protagonista sentado en una reunión para personas que no pueden salir de relaciones codependientes. Renfield va ahí porque su jefe es un narcisista abusivo. Es otro tiempo, no solo el que transcurre en la pantalla, que es en tiempo presente, sino también otra época del cine de cuando Francis Ford Coppola rodó Drácula de Bram Stocker. Y el Renfield que componía Tom Waits es prácticamente la antítesis del que ahora interpreta Nicholas Hoult. Así, Renfield come bichos, pero para tener fuerza, las pupilas de sus ojos se vuelven amarillas y se convierte en algo como un superhéroe de Marvel. Salta, pega, corre, le faltaría volar, que para eso está su jefe. Drácula es todo lo extravagante que se puede uno imaginar al Nicolas Cage desatado de los años ’90. No es justo compararlo con el de Gary Oldman de Coppola, y menos con el de Bela Lugosi. Este Drácula que vive en Nueva Orleans es un megalómano, que bien podría sumar fuerzas con la familia mafiosa que maneja el mercado de la droga en el lugar. Porque por ahí va otra historia, en la que interviene Awkwafina (Shang-Chi y la leyenda de los diez anillos), una agente de policía que también desea vengar el asesinato de su padre, por parte de esa familia mafiosa. No tardará en cruzarse con Renfield, porque esta película es un combinado de acción, comedia y algún que otro dislate. ¿Si es divertida? Sí, por momentos lo es. Es entretenida, y volvemos al comienzo, los amantes del gore estarán saltando de alegría. Lo que no tiene Renfield, la película, es misterio. Drácula ya es Drácula, no vamos a descubrirlo aquí, y los responsables de Renfield suponen que el que entra al cine ya debe saber cómo es.
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No, no estamos ante una película -y un título- que se aprovecha y utiliza dos palabras -exorcista y Papa-. El exorcista del Papa existió, fue el padre Gabriele Amorth, que sirvió durante 30 años en el Vaticano y que, aquí encarnado por Russell Crowe, anda en motoneta. Así que a las películas que se centran en la práctica de exorcismos a individuos indefensos, que por alguna extraña razón han sido elegidos por algún demonio -porque si algo aprendimos estos años viendo películas de exorcismos es que estos ángeles caídos son muchos, no uno solitario-, aquí se le suma el actor que ganó un Oscar por Gladiador. Y que nunca, pero nunca había actuado en una película de terror. Buena, alguna de terror, por floja, el neozelandés sí hizo. No es el caso. Crowe le imprime al padre Gabriele algo así como una desacralización al cura motoquero. No solo por la moto -raro que viaje de Roma a España en motoneta, cuando el Papa le encarga un exorcismo, pero bueno, eso es lo que se ve- sino porque Gabriele bromea con las monjas, a las que les dice “Cucú”, y hasta con algún demonio. O sea, es un cura como de pueblo, pero que se las sabe todas. O casi. 70.000 exorcismos Tras el primer exorcismo que vemos, de los 70.000 que practicó -a varios poseídos debió practicarles más de uno, porque a veces les costaba más que otras-, el Papa Juan Pablo II le hace el encargo del que hablábamos. Un Juan Pablo II, te quiere todo el mundo, el que vino a la Argentina en épocas de Malvinas, y que interpreta un Franco Nero con barba. ¿Recuerdan al Papa Juan Pablo II con pelos en la cara? Una licencia, que le dicen. Gabriele llega a ese pueblito español. En una vieja abadía un joven (Peter DeSouza-Feighoney, en su primera actuación) está poseído. El lugar estuvo abandonado por años, y la madre de Henry llegó hasta ahí luego de la muerte de su esposo, para reacondicionarla y vender la propiedad. Ah, desde que murió su padre, Henry no pronuncia palabra. Ya van a ver, y escuchar, las asquerosidades que le dice a Gabriele, a la madre, a su hermana y al curita hispano que compone Daniel Zovatto. La vuelta de tuerca, sin spoilear, es cierto secreto guardado por allí. Julius Avery, que había dirigido la tremenda Operación Overlord, sobre soldados estadounidenses que se topaban con “algo” espeluznante el mismísimo Día D en la Segunda Guerra Mundial, mete sus buenos sustos, siempre y cuando uno no haya visto muchas películas de exorcistas. Escuchar a Crowe hablando en italiano es algo raro, pero uno se acostumbra. Y supongo que es mucho mejor que escucharlo así, que en las copias dobladas al castellano, donde se da en algunas salas en todos los horarios. Cosas del demonio.
Ya muchos ven en Makoto Shinkai, el director de Your Name (2016) como el heredero natural de Hayao Miyazaki, el genial realizador de La princesa Mononoke, en lo que respecta a la animación japonesa. Suzume es lo más nuevo de Shinkai, y como suele hacer el director El viaje de Chihiro, hay algo entre mágico y de ciencia ficción, no solamente porque hay personajes que en la vida cotidiana sería imposible que hablaran (un gato, y hasta una silla de tres patas). También es un filme sobre desastres sobrenaturales, a la vez sobre la Naturaleza, y con toques de comedia. La protagonista es Suzume (que quiere decir gorrión), una adolescente algo solitaria, pero valiente e inteligente. Vive con su tía desde que su madre falleció. Yendo de su casa al colegio, en el camino montañoso se cruza con un joven, Souta, que le pide ayuda para encontrar un lugar. Suzume queda extrañada ya en la escuela ve un gusano rojo, gigante, hecho de humo y fuego, presumiblemente brotando de aquellas ruinas. Lo curioso es que nadie más que ella lo ve. Y decide ir hasta las ruinas abandonadas a las que ella le indicó a Souta que fuera. Para qué. Bueno, allí hay una puerta, en medio de la nada. Una puerta a un lugar que le recuerda sus sueños y, como si se tratara de la Alicia de Lewis Carroll, intenta, pero no puede pasar. La abre, y desata unas fuerzas cómicas. Tropieza con una estatua de piedra que se convierte en un gato y encuentra a Sōta tratando desesperadamente de cerrar la puerta. La misión del recién llegado es “cerrar” esos portales, pero para ello necesita una suerte de llave. Hay un terremoto mientras cierra la puerta. ¿Se acuerdan del terremoto y el tsunami de Tōhoku de 2011? Por la fecha en la que transcurre la película, queda claro, metafóricamente, que se refiere a eso. Ya en casa de su tía, el gato, Daijin, aparece y habla, y convierte a Souta en la forma de la silla infantil,que mencionábamos antes -propiedad de Suzume, un regalo que le había fabricado su mamá- y el gato, que daba vueltas por ahí, no sería otra cosa que la piedra angular del asunto. Que Suzume sea una adolescente, y no una niña, no es un dato como para dejar pasar desapercibido. Hay cierta atracción que siente por Souta, en una etapa de su vida en la que está definiendo, también, quién es. La silla que ahora habla, o sea, Souta, le cuenta a Suzume que el gato era anteriormente una piedra angular, una criatura que mantenía cerradas las puertas al más allá, lo que evita que el gusano salga y cause terremotos. Siendo una silla, Souta necesita ayuda, por lo que parte con la adolescente a buscar al gato y devolverlo a su forma, en lo posible antes de que otro terremoto destruya la nación. La idea de aventura -y de inocencia- campean a lo largo de toda a proyección, que dura dos horas. La solidaridad de la gente con la que se cruzan y que no los conocían -que invitan a Suzume a pasar la noche o hasta a cuidar a sus hijos-, habla de un pueblo abierto a ayudar al prójimo. Shinkai ha dicho que esta película es una suerte de respuesta a un sentimiento de culpa, propio, por hacer algo en animación frente a las catástrofes naturales que contábamos. Deseaba usar su arte para que la gente supiera qué había sucedido. Ah, quédense a ver los créditos finales.
Otros personajes de videogames del pasado, como Pikachu y Sonic tuvieron recientes adaptaciones al cine que, con mayor o menor suerte, eran mínimamente divertidas. De Super Mario Bros ya hubo otros intentos, incluido con actores, como el de hace tres décadas exactas, con Bob Hoskins como Mario, John Leguizamo como Luigi, su hermano, y Dennis Hopper como el malvado Rey Koopa. La trama de esta nueva Super Mario Bros.: La película se parece en algo a la de aquella película, que para algunos fans se ha convertido en un filme de culto. Ahora, para esta adaptación del videojuego de Nintendo, está Illumination Studios, los mismos que crearon a Gru y los Minions, así que si algo de antemano está asegurado es que habrá una buena producción. Después, si la película es buena o no, es otra cosa. Pero por suerte sí, la trama que es simple para que cualquier chico la pueda seguir -aunque seguramente va a haber en los cines más padres que han jugado al videogame que sus hijos-, está bien llevada y hay buenos efectos. Hay versión subtitulada Para los adultos o aquéllos que no quieran escuchar las voces con acento mexicano más que español neutro, sepan que hay salas que exhiben la película en idioma original, con subtítulos en castellano. Y así podrán reconocer (o no) las voces de Chris Pratt (es, claro, Mario) o nuestra Anya Taylor-Joy (la princesa Peach), Jack Black y Seth Rogen. Así que, a pensarlo dos veces. Volviendo a la historia, los hermanos plomeros más famosos del mundo, o al menos de Brooklyn, Nueva York, aquéllos que se sientan a una mesa larga con tutta la famiglia insieme, y que cada tanto largan un “¡Mamma mia!” invirtieron todo en una campaña de publicidad. No les va muy bien, hasta que, trabajando bajo tierra para reparar unos caños de agua, son transportados a través de una misteriosa tubería a un nuevo mundo. Como nada puede salir bien -de entrada, al comienzo- los hermanos se separan, y el del mameluco rojo (Mario) va a buscar al del mameluco verde (Luigi). Porque, juntos, nada puede salir mal. Mario encuentra en el Reino Champignon -justo a él, que no le gusta comer champignones- a la princesa Peach, que le da un curso de aprendizaje rápido que mucho tiene que ver con el espíritu del videogame original, caminos de arco iris incluidos. Y sí, están Jack Black, cuando ya nos preguntábamos en qué última película lo habíamos visto u oído, prestándole su voz a Bowser, ese dragón de ojos rojos, y Seth Rogen a Donkey Kong. Super Mario Bros.: La película es entretenida, a los cinco minutos de terminada uno se olvida de todo, no es que tenga escenas memorables. Los fans seguramente la disfrutarán apelando a su memoria emotiva. Y un dato más para los fanáticos: la película tiene a Charles Martinet, el actor de voz que ha estado interpretando a los personajes Mario y Luigi de los juegos de Super Mario durante más de 30 años.
La pregunta que últimamente no nos hacen, pero nos hacían en los aeropuertos antes de presentar la valija -¿La armó usted o se la armaron?, o ¿Alguien le entregó algo para llevar?- nunca se la hacen a Alejandro Petrossián (Guillermo Francella) en La extorsión, una película que es más de suspenso que un thriller. Se entiende: el hombre es piloto de avión, pero si le hicieran alguna de aquellas preguntas, estaría en problemas. El carrion que está llevando últimamente no lo armó él, y sí, le entregaron o le pusieron algo allí para que llevara. ¿Cómo llega Alejandro a esta situación inesperada? Fácil. Un día dos agentes de la Policía aeroportuaria lo van a ver a su casa, y le piden que los acompañe. A él le extraña, pero tranquiliza a su esposa Carolina, que es auxiliar de vuelo (Andrea Frigerio) y va al aeropuerto de Ezeiza, donde lo entrevista un tal Saavedra (Pablo Rago). Secretos compartidos Bueno, Saavedra y su gente no son de la Policía Aeroportuaria sino del Servicio de Inteligencia. Ellos saben dos cosas de Alejandro: ocultó una leve disminución auditiva en su examen de aptitud física, que confeccionó una doctora que, ahí viene la segunda cosa, fue su amante. Lo primero lo puede dejar fuera de su trabajo, a poco de retirarse por jubilación; lo segundo, lo puede dejar afuera de su casa, si su mujer se entera. Así que la extorsión del título se cobra de inmediato su víctima. Pero no la única. Claro, Ale no es el único al que agarraron con algún pecado que no ha sido expiado o perdonado. Ahí está su compañero de trabajo, que encarna Guillermo Arengo, transportando un carrion similar, con la misma calcomanía de una vaquita. ¿Cómo zafar, más cuando quien sí es de la Policía aeroportuaria (Carlos Portaluppi, que tras ser uno de los jueces de la Corte Suprema en Argentina, 1985, vuelve a ser incorruptible), lo descubre y le pide que denuncie a Saavedra y al resto de la Primera Junta, perdón de los Servicios de inteligencia. El único asunto con La extorsión es que, tras una primera hora que engancha, en la que el espectador es bien llevado al centro de la trama, escrita por Emanuel Diez (las series El encargado, con Francella, y Nada, de Cohn y Duprat por estrenarse) tiene algunas resoluciones algo menos convincentes. No importa. El elenco es solvente, sólido. A los mencionados hay que agregar a Alberto Ajaka, que es el tipo que recibe siempre en Madrid a Alejandro, a Mónica Villa y a la recientemente fallecida Julieta Vallina. Usted no tiene por qué saberlo, pero detrás de La extorsión hay una combinación de productores que incluyen a Juan José Campanella, Axel Kuschevatzky, Tomás Yankelevich y Hernán Musaluppi. La estrena una multinacional (Warner Bros.) y en seis semanas seguramente esté en el streaming de HBO Max, como sucedió con Ecos de un crimen, En la mira y Un crimen argentino, todos thrillers o filmes de suspenso como La extorsión, que probablemente esta Semana Santa dé otro batacazo para el cine nacional.
Hay películas, generalmente las buenas, que permiten interpretarlas y desmenuzarlas de distintas maneras. Air: La historia detrás del logo, de Ben Affleck y con Matt Damon, sobre cómo Nike convenció a Michael Jordan a firmar con ella, es un ejemplo clarísimo. Porque podemos entender que trata sobre un hombre, testarudo pero entrador, que contra todos los pronósticos alcanza lo que quiere -no Michael Jordan, al menos no en este filme, sino Sonny Vaccaro, el personaje que encarna Matt Damon-. También, que es una película sobre una gran empresa que hace lo que haga falta por ganar más dinero. Una historia sobre las bondades del capitalismo. O sobre cómo el sueño americano es -o era en los años '80- posible. Para ponernos en contexto: en 1984, Nike era una marca de zapatillas para correr, que deseaba meter la nariz en el negocio del básquetbol, cuando Converse y Adidas manejaban el mercado. Tienen un presupuesto reducido, y quieren fichar a tres jugadores de la NBA para (auto)promocionarse. Pero es Sonny Vaccaro, un gurú del básquetbol, que contra la opinión de sus superiores, como Phil Knight, cofundador de Nike (papel secundario que se guardó Ben Affleck), o Trob Strasser, el ejecutivo escéptico, pero inteligente que compone Jason Bateman, y Howard White, experto en marketing (Chris Tucker), decide ir por todo a un jugador. Sí, el novato Michael Jordan. Vaccaro era también un jugador en Las Vegas, un tipo que sabía tanto de básquetbol como de estadísticas y tenía eso que se llama olfato, intuición o sencillamente suerte a la hora de apostar por algo. Jordan, invisible en su propia película Lo más extraño de Air es que el mismísimo Michael Jordan, que es el centro de la cuestión, está prácticamente invisible en el filme. Si aparece, lo hace de espaldas. Es un personaje intrascendente en la trama, porque por algún motivo delegó todo -absolutamente todo- en su madre Deloris (Viola Davis). Las razones por las que el Ben Affleck director eligió esta opción, pueden tener no una sino varias causas: mostrar al emblema, uno de los mejores deportistas de la historia con el rostro de un actor ignoto podría bajarle el precio a la caracterización. La otra es si quiso jugar al misterio. Y hay una tercera: al delegar tanto poder en Deloris, se fortalece -en la trama del filme, eh- la necesidad del personaje de Matt Damon por congraciarse y ganarse al único personaje femenino potente, con fuerza, en toda la película. Lo que no gastó Affleck en encontrar un actor parecido al ganador de 6 anillos de la NBA con los Chicago Bulls, se ve que lo puso en la compra de derechos de temas musicales emblemáticos de los años '80. Nombren alguno, y lo escucharán en la sala de cine. He dicho en otras oportunidades -y lo sostengo- que Affleck es mejor director que intérprete. Con todo, Air no es de lo más destacable, si recordamos Desapareció una noche, Atracción peligrosa (The Town) o Argo. Tiene un ritmo vertiginoso: Affleck posee la habilidad de meternos en la trama y hacernos preocupar por sus personajes, algo tan sencillo como necesario para que una película nos atrape. Y tiene a su viejo amigo Matt Damon en el rol principal, ése que tan bien le sale al actor de Misión rescate: el del hombre común, envuelto en una circunstancia extraordinaria. También contó con dos de sus actores favoritos: Chris Messina, el agente puteador de Jordan, y Matthew Maher, como Peter Moore, el genio del diseño de calzado deportivo que trabaja en el sótano de Nike. Affleck se quedó con el rol del multimillonario Knight, metiéndole líneas de comediante, o escupiendo aforismos y pareciendo zen, pero al que le preocupa su auto deportivo color cereza.
Bien dicen que la primera escena, cuando no la primera imagen, define en buena medida a una película. Los cinco diablos -ya diremos a qué entendemos le debe el título esta película con Adèle Exarchopoulos-, en ese comienzo, presagia mucho de lo que se verá. La directora francesa Léa Mysius (su filme Ava estuvo en la Semana de la Crítica en Cannes en 2017) elige mostrar a Adèle Exarchopoulos de espaldas. La actriz de La vida de Adèle (Palma de Oro en el Festival Cannes hace ya una década) tiene un brillante traje de gimnasta. Pero no está sola. La acompañan otras jóvenes, y todas miran un enorme fuego. Cuando Joanne se da vuelta, vemos que está llorando. En esa primera imagen, decíamos, están muchos de los elementos que se desarrollarán en la trama de Los cinco diablos: la pasión y la presumible muerte, atizadas por el fuego y la belleza. Pero luego Joanne no parecerá tan vulnerable. Esa escena del comienzo no es en el presente, ya veremos, sino en el pasado. El tiempo presente la tiene a Joanne dando una clase de aquagym a señoras en una piscina. Sea lo que haya pasado con ese fuego, la vida de Joanne es, en apariencia, otra. Está en pareja con un hombre que llegó de Senegal, con quien tuvo una hija. Y es Vicky (Sally Dramé, todo un descubrimiento) uno de los ejes centrales del filme. Un don, o un poder Vicky tiene, digamos, un extraño don, o poder. Ve cosas del pasado. Tal vez la escena del fuego la vemos a través de sus ojos. No importa. Vicky tiene una muy buena relación con su madre, a quien acompaña en un extraño ritual. Tras la clase, a Joanne le gusta ir hasta el lago y nadar. No importa que haga un frío impresionante. Vicky la ayuda a untarse el cuerpo con grasa de leche, allí, tan cerca de los Alpes, para ayudar a su cuerpo a retener el calor. Eso sí: a los 20 minutos tiene que soplar el silbato y avisarle a su madre que llegó al límite que Joanne se autoimpuso y permite. Tanta vida placentera con Vicky no tendría su correlato con su esposo, Jimmy (Moustapha Mbengue). Su padre (Patrick Bouchitey) le pregunta sin vueltas si sigue sin tener relaciones sexuales con él. Para más, en la casa Vicky se la pasa preparando brebajes por lo menos raros. Cuando Joanne se entere de que su hija tiene un sentido del olfato increíble, ya estará preocupada por otro asunto. Julia (Swala Emati), la hermana de su esposo, ha venido para quedarse. Como en aquel filme de Abdellatif Kechiche, Adèle Exarchopoulos interpreta a una mujer lesbiana. Sí: Joanne se casó con el hermano de Julia luego de que ésta desapareció. Bah, en realidad estuvo encerrada por aquel incendio del comienzo, hace muchos años. Y ahora busca refugio en el hogar de su hermano y de su examante. El amor y el deseo se presentan como fuerzas inexplicables. Como lo son en la vida real. La realizadora se apoya en su director de fotografía Paul Guilhaume para utilizar una paleta de colores contrastantes y contraponer a esos cinco personajes (a los nombrados sumen a Nadine, interpretada por Daphné Patakia, Bartolomea en Benedetta), los cinco diablos de una ficción por momentos atrapante, cuando no desconcertante.
Seis veces, entre películas y producciones animadas, fue adaptado el juego de rol Calabozos y dragones, siendo ésta que se estrena este jueves solo en cines la sexta, protagonizada por Chris Pine y Michelle Rodriguez. Stranger Things bien que le dio una mano a Calabozos y dragones más que nada al comienzo de su cuarta temporada, emitida el año pasado. Muchos jóvenes conocieron el juego de rol, o lo recordaron, gracias a la serie de Netflix. Ahora, transformar el famoso juego de mesa de 1974 en una película no es tarea sencilla. Hay que echar mano a personajes con carnadura, recrearles una historia y tratar de mantener, para que los fanáticos no estallen en las redes sociales, mucho de la base real del juego. En la historia que dirigen los cineastas Jonathan Goldstein y John Francis Daley (Noche de juegos, 2018) se combina un poco de todo. Hay por supuesto abundante acción, pero también momentos de humor, sin llegar nunca, jamás, a la parodia. Vean la secuencia en la que el cuarteto de inadaptados debe preguntar a distintos cadáveres, despertándolos de sus tumbas, dónde quedó un mítico casco que necesitan para abrir cierta bóveda, para alcanzar su objetivo. Porque si el objetivo de cualquier juego es ganar y -entretener-, esta Calabozos y dragones: Honor entre ladrones cumple con lo segundo, apelando a una historia de camaradería y de la búsqueda de una niña para que se reúna con su padre. Hablábamos de un cuarteto de personajes, de quienes hay dos con carácter más protagónico. Son Edgin (Chris Pine) y Holga (Michelle Rodriguez, no solo recordada por la saga de Rápidos y furiosos). No son pareja, sino amigos, y ella ayudó a criar a Kira (Chloe Coleman, de Juego de espías) cuando su madre, y amada esposa de Edgin, ya no está entre los vivos. El problema es que, y no vamos a revelar aquí por qué, Edgin y Holga terminan prisioneros en un enorme castillo cárcel. Ya pasaron un año, y tienen la oportunidad de ganarse el perdón de sus condenas (robaron, bah, de ahí el subtítulo de la película). Una vez afuera, tanto uno como la otra lo único que desean es volver a estar con Kira. Hugh Grant, el malvado Pero, y en toda película siempre debe haber un pero para que la trama se (re)active, quien no quiere saber nada con eso es Forge Fitzwilliam (Hugh Grant), compañero de aventuras y asaltos, pero ahora convertido en un Lord. Y que le ha mentido, llenado la cabeza a Kira con respecto a su padre. Este nuevo villano de cuarta de Grant tiene una aliada, o algo similar: Sofina (Daisy Head, Geny en la serie Sombra y hueso), la Reina Roja. Edgin en verdad lo que quería era conseguir un elemento mágico, que le permitiría volver a la vida a su esposa. Conseguirlo será -de nuevo- uno de los objetivos del juego (perdón, del filme), que tiene suficientes escenas de acción como para que las dos horas y cuarto que dura la proyección no se hagan más eternas de lo que parece. Hay buenos efectos, allí donde son necesarios. En la construcción de los monstruos que deben enfrentar. Hay peleas de espadas, mucha magia. Los personajes que completan el cuarteto son el joven y siempre nervioso hechicero Simon (Justice Smith, de la última trilogía de Jurassic World), incapaz de controlar su magia salvaje, y Doric (Sophia Lillis, Beverly en la primera It), que puede cambiar de forma y de animal, sea un ratón, o una suerte de osa. También está Xenk (Regé-Jean Page, de la primera temporada de Bridgerton), que ayuda en una batalla con magos asesinos no-muertos. Si esto se convertirá o no una franquicia lo decidirá el público. Que hay material para seguir, sepan que sí, lo hay.