Pollerudo viejo Michael Douglas, obsesionado por las mujeres. Hay que haber vivido en una cueva para, al ver a Michael Douglas en El hombre solitario , no emparentar la figura de Ben Kalmen, su personaje, con la vida del actor de Wall Street . No tanto porque el protagonista sea un estafador sino porque uno y otro tienen problemas con el sexo, el alcohol y tienen un rol decididamente ausentes con sus hijos, como es público y notorio con el hijo de Kirk Douglas. Pero hasta allí conviene seguir con la similitudes, porque Ben es un inescrupuloso no solamente en los negocios: fue tapa de la revista Forbes , pero también apareció en las páginas del The New York Times por estafas en el negocio de la venta de automóviles. Y al borde de los 60 odia que el nieto le diga abuelo y que su hija lo llame padre. Se cree irresistiblemente seductor pero quienes lo conocen, por más que sean de la familia o algo así, lo tildan de “nefasto” o “nocivo” para las relaciones. Los directores Brian Koppelman y David Levien no le han ahorrado cinismo, ni al personaje ni a su manera, desde la realización, de enfrentar a su criatura con quienes lo circundan. Ben ha sido infiel a su primera mujer (una Susan Sarandon siempre espléndida) y también a su segunda pareja (Mary- Louise Parker, de quien no puede decirse exactamente lo mismo), pero lo peor es su comportamiento con otras chicas jóvenes. Ben comienza la película en una visita a su médico, y seis años y medio después lo vemos casi en bancarrota, despilfarrando dinero y su propia vida. Douglas asume el rol central del filme y está presente en todas y cada una de las escenas. No hay nadie que hable de otra cosa que de su personaje. Tamaña decisión asumida ya desde el guión no hace otra cosa que predisponer al espectador a focalizarse sólo en Ben. Desde la platea uno va construyendo quién es él, a partir de lo que observa en su comportamiento, pero también por lo que relatan quienes lo conocen. ¿Es posible ser amigo de un hombre como Ben? ¿Por qué todos lo abandonan y le dan la espalda? Y si es así, ¿por qué su amigo de la universidad, ahora detrás del mostrador de un bar –encarnado por Danny DeVito, amigo personal de Douglas- le tiene tanto aprecio… y paciencia? Todas cuestiones que se revelan en los últimos minutos de El hombre solitario , película plagada de referencias sexuales que al actor de Atracción fatal, Bajos instintos y Acoso sexual le venían mejor hace unas décadas que ahora. El aporte que dan a Douglas desde los roles secundarios los mencionados Sarandon y DeVito, y los más jóvenes Jenna Fischer y Jesse Eisenberg son más que esenciales para sostener los 90 minutos de este drama con toques de humor sobre la necedad de un hombre, la necesidad de afecto sincero y, sí, la naturaleza humana.
Papá, ¿es un ídolo? Clive Owen cria a sus hijos al quedarse viudo en su primer melodrama. Increíblemente inteligente, luchadora, sensual, enérgica”. Difícil ganarle a la descripción que Joe Warr hace de su segunda esposa, Katie. Si eso es difícil, más aún será reemplazarla -en cualquier sentido que se le ocurra- cuando Katie muera y lo deje a él, periodista deportivo, solo en su casa en el campo australiano con su pequeño Artie para criar. Joe no cree tener aptitudes para criar niños. En la puerta de la heladera alguien ha formado las palabras “Di que sí”, que ha pasado a ser una de las pocas reglas que Joe intenta no claudicar, ya que lograr que Artie se lave los dientes o el pelo es algo que logra una o dos veces. Por año. Y de hecho, cuando dejó a su primer mujer en su Inglaterra natal, también se fue dejando a su hijo Harry, cuando embarazó a la amazona australiana Katie y partió a la tierra de los canguros. Que es donde se desarrolla casi íntegramente De vuelta a la vida , la nueva película del ugandés radicado en Australia Scott Hicks, el de Claroscuro . Tal vez sea, no llamémosle desarraigo, el vivir en tierra ajena hasta sentirla como su lugar en el mundo lo que llevó a Hicks a adaptar la novela autobiográfica del periodista Simon Carr. Porque De vuelta a la vida es un filme de interiores más que de tomas en exteriores que no sean un viñedo, un camino de tierra, un jardín por donde corretea una gallina y el océano. Casi todo transcurre puertas adentro de esa casa ahora tan desordenada en la que Joe no permite que ni su ex suegra ni una potencial novia (Emma Booth, una Renée Zel-weger a la australiana) interfieran en la crianza de Artie o de Harry, cuando el hijo mayor decida visitar a papi. Ahora, si por tener que viajar para cubrir el Abierto de Australia a Melbourne, Joe tiene que dejar a sus hijos a cuidado de ellas, no dudará en intentarlo. Así le irá. La película tiene un click cuando resta media hora de metraje, en el que, por más que se base en una historia verídica, lo que sucede suena a desmedido y resta verosimilitud. Pero el error que le cabe a Hicks es optar porque sus personajes hablen de más. Verifíquelo: cuando en la escena final –y no adelantamos nada- se decide por mostrar en imágenes el estado de ánimo de sus personajes en vez de hacerlos hablar, la emoción nace genuina. Aún no dijimos que Joe es interpretado por Clive Owen, cuyo rostro enjuto, poceado y viril ha sido la máscara correcta para filmes de otros géneros, sea Closer o Niños del hombre . En su primer melodrama hecho y derecho el actor de Sin City no desentona y, es más, da perfecto en el papel del padre que siente que debe rehacer todo para ayudar a sus hijos. Es mirar para afuera antes que al ombligo. El director de casting le puso a dos pequeños grandes intérpretes como el londinense George MacKay (Harry) y el más extrovertido Nicholas McAnulty a su lado, y a una Emma Booth que es 18 años menor que él (tiene 45) como posible interés romántico. Todo bien, ya que si de algo puede jactarse De vuelta a la vida es de ser una película de actuación.
El trauma y la pérdida Brenda Blethyn y Sotigui Kouyate llevan adelante este drama de ribetes cosmopolitas. Un hecho histórico emparienta las vidas de una madre y un padre, o de una protestante y un musulmán, una inglesa y un africano, una blanca y un negro o, mejor, de Elisabeth y Ousmane. Sin haberse relacionado previamente, los une el no tener noticias de sus hijos desde el atentado terrorista del 7 de julio de 2005 en Londres. Jane, hija de Elisabeth, era estudiante. Alí trabajaba donde podía. Las vueltas de la vida y del guión del parisino de padres argelinos Rachid Bouchareb ( Días de gloria ) harán el resto. El resto es un drama que si se sigue con atención es porque en la búsqueda de los jóvenes van sucediendo encuentros y reflexiones sobre la interrelación entre gente que piensa y vive diferente, entre inmigrantes y “locales”, por los avances en la investigación y por las soberbias actuaciones de Brenda Blethyn y Sotigui Kouyate, premiado en Berlín ‘09 por esta interpretación. Es que la película tiene como principal soporte a Elisabeth y Ousmane, los miedos de ella y el pesar de ambos. No es un dato menor que ella, una granjera que abandona su hogar en una isla para llegar e instalarse en Londres, ya haya perdido a su esposo –era oficial en la Armada británica y murió en la Guerra de las Malvinas- y que él no tenga contacto con su hijo desde que éste tenía 6 años y él lo abandonó. Con el trasfondo del barrio de inmigrantes en el que Jane y Alí vivían, que sirve como caja de resonancia, pero también sabe ocupar el primer plano en la historia, el filme se basa en una experiencia traumática para ahondar en el costado más humanístico, cotejar prejuicios y analizar no desde el cuestionamiento ético -ni siquiera sociopolítico- al terrorismo, sino las vidas de relaciones de los personajes. Si Jane y Alí están o no vivos, si se conocían y cómo, son capas que irán sedimentando hasta abordar un final no por previsible menos emocionante. Brenda Blethyn sabe lo que es sufrir en pantalla, enfrentando situaciones inesperadas que le explotan en la cara de Secretos y mentiras , de Mike Leigh, a esta parte. Y por más que se haya probado en alguna comedia, es la cuerda del drama la que mejor sabe tensar. La cámara de Bouchareb muestra ese mundo cosmopolita, con asistentes sociales, policías y empleados varios. Gente común, para ayudar a contar una historia extraordinaria por ribetes propios, pero con un tono medido, para nada grandilocuente, sobre un drama en particular, contado con verosimilitud. No era tarea fácil, y al margen de algunos baches narrativos -la extensión de dos o tres escenas de manera innecesaria- London River conmueve, a veces, y logra que Elisabeth y Ousmane se ganen la em patía del espectador. No es poco.
Hay gente morbosa... Una mujer contrata una prostituta para seducir a su marido. Hay gente morbosa dando vueltas por allí. Hay mujeres que contratan el servicio de alguna prostituta para seducir y averiguar si sus maridos les pueden ser infieles. Hay quienes descubren, tardíamente o no, sensaciones o placeres que no habían experimentado antes. Y hay gente como Catherine, que a todo lo que dijimos antes, le suma una insatisfacción mayúscula, de tal tamaño que no entra en su enorme casa con forma de cubo en un bello suburbio canadiense. Chloe (pronúnciese Cloi ) no es un filme original, no tanto porque toma un tema archiabordado por el cine, sino porque se basa en otro, francés, de 2003, Nathalie X , en el que Fanny Ardant conocía casualmente a Emmanuelle Béart y mandaba a encarar a Gérard Depardieu. El canadiense Atom Egoyan no se anduvo tampoco con chiquitas a la hora de acometer la adaptación: Julianne Moore contrata a Chloe -Amanda Seyfried, sí, la angelical hija de Meryl Streep en Mamma Mia! - para ver qué onda con Liam Neeson. El resto es historia. Es historia si usted vio aquella película y recuerda qué sucede. Egoyan prácticamente trasladó la trama a una casi irreconocible Toronto –pasa por cualquier otra gran ciudad- y no la varió mucho. No es –ni era el original- una aproximación a la pareja y sus conflictos existenciales, como la que planteara Stanley Kubrick en Ojos bien cerrados , sino que Chloe se centra mucho más en Catherine que en el personaje del título. Las comparaciones son válidas, ya que Béart da mucho más por su físico y su sensualidad como f emme fatal , además de una cuestión de edad, que Seyfried, cuyos ojitos saltones no dejan de perturbar (o recordar, exagerando, a Marty Feldman o a quien usted se imagina en un plano más cercano y nacional). La chica, de 24 años, pasaba algo menos inadvertida que la perversa Megan Fox en Diabólica tentación . Hay algo extraño en su elección de prostituta, en sus diálogos dando detalles de sus relaciones y alguna escena de fuerte contenido sexual. Y pensar que en breve hará La Cenicienta … A Egoyan le gustan las historias, más que rebuscadas, que a veces lo son, que planteen conflictos serios, duros, que hagan replantear el sentido de la vida a sus protagonistas. Hizo una gran, gran película como El dulce porvenir , llena de dolor, en la que desde la platea se sentía el pesar de sus personajes. Aquí tiene a la actriz de Las horas , Magnolia y Sólo un hombre sufriendo como pocas, y como pocas veces. Aunque cabe preguntarse si tanto morbo por saber qué hace su marido con otra, cuando cree que le fue infiel, se aproxime a cierto grado de insalubridad, Moore saca adelante su papel. Neeson, como siempre, presta su máscara para ser enigmático, y Seyfried, se nota, se esfuerza para “dar” ese plus que su personaje le pide y que, sabe, puede lograr. Intensa por momentos, intrigante por otros, Chloe tendrá su público en aquéllos que quieran ver, pizpear como en un peep show las intimidades de una mujer, su esposo y su amante. Es cierto: falta el cocinero y sería una película de Peter Greenaway.
Desventuras de un metrosexual Adrián Suar se descubre de golpe padre y abuelo en esta comedia con los elementos para ser un éxito. Aunque se parezca en el afiche, donde se toma la cara, al Macaulay Culkin de Mi pobre angelito , Freddy no tiene nada de pobre y menos de angelito. Freddy vive al día, es un playboy sin ataduras que pasa el día haciendo negocios -o negociados- o en la peluquería -es un metrosexual-, y la noche bailando en una disco, seduciendo chicas jóvenes. Hasta que intenta “levantar” a una chica, pero Aylin, a la que Florebncia Bertotti le aporta su cuota de gracia, resulta ser la hija que nunca supo que tenía. La sorpresa es doble: Aylin está embarazada, así que de pronto descubre que es padre y que será abuelo. Con el correr de los años, y de las películas, Adrián Suar se ha afianzado en la combinación de la comedia de situaciones y el cine de raigambre popular. Los buenos guiones, como el de Un novio para mi mujer y el de su estreno de hoy, Igualita a mí , le permiten expresar su andamiaje interpretativo volcado al género, pero –y la diferencia es vital- no sólo a su servicio. Suar ya no es el mismo de los tics de Comodines , aunque algunas escenas de Igualita a mí parecieran escritas para él. Detrás de El Tenso ( Un novio… ) y de Freddy hay un personaje o, mejor aún, una persona distinta. Otros actores nacionales se reiteran a sí mismos, no importa el papel que deban jugar en la trama. Los ejemplos abundan. Es que Freddy no es aquel mismo que conoce a Aylin al final de la proyección. Pese a la previsibilidad de la historia, lo que la hace entretenida son los enredos, las líneas de diálogo, las resoluciones de las situaciones y, claro, las propias actuaciones de los protagonistas: todo para ser un éxito. El guión de Juan Vera -involucrado en la producción en cinco de las seis películas que Suar tiene como protagoniosta- posee el timing, el humor y el sentimentalismo justos. Como toda buena comedia, los intérpretes principales tienen un fuerte soporte en los papeles llamados secundarios (con Claudia Fontán a la cabeza). Y los rubros técnicos son de una calidad propia de una superproducción. Un párrafo aparte merece el ecléctico Diego Kaplan, que de joven soñaba con ser Spielberg, y luego de dirigir a Carlos Calvo en la miniserie Drácula debutó en cine con la mucho más críptica Sabés nadar? y ahora, esta comedia. Lo que se dice un todoterreno.
Vértigo y violencia en partes iguales Segunda parte de la saga “Millennium”, impresiona. Ha pasado más de un año desde que Lisbeth Salander y Mikael Blomkvist se vieron por última vez. Ella, hacker, con tendencias violentas, y él, periodista redimido, salieron indemnes de Los hombres que no amaban a las mujeres , cuando descubrieron una trama de sexo y violencia familiar que se mantuvo oculto en una familia por cuatro décadas. Ahora el presente vuelve a cruzar a la punk bisexual de cabello negro azabache y el hombre de cutis problemático en un caso de homicidio, trata de mujeres y corrupción. Igual que en la primera novela de Stieg Larsson, Lisbeth y Blomkvist son vistos en paralelo: cada uno por su lado. Ella tiene asuntos pendientes con su vigilante penitenciario Bjurman -el que la violó- y él va a dar cabida en su publicación Millennium a un trabajo de investigación de Dag, un periodista sobre tráfico de seres humanos, preferentemente de Europa del Este. No sólo quiere difundir los nombres de los proxenetas: hay clientes importantes, desde jueces y fiscales a policías y miembros del Gobierno. Obvio: Bjurman aparece asesinado con un revólver en el que hay huellas de Lisbeth, y Dag y su pareja Mia, ajusticiados en su departamento. A partir de allí, y con menos dramatismo que en Los hombres... , pero con mayor protagonismo de Lisbeth, La chica que soñaba con un fósforo y un bidón de gasolina comenzará a desandar el camino del thriller, con policías que no siguen las pistas adecuadas, Blomkvist creyendo a ciegas la inocencia de la joven, y Lisbeth transformándose en una investigadora cada vez más sagaz. Y perversa. Daniel Alfredson, que reemplazó en la dirección a Niels Arden Oplev ( Los hombres...) y dirigiría el capítulo final de la saga de Milleniumm , La reina en el palacio de las corrientes de aire , no tiene que presentar a los personajes, ahorra palabrerío y va directo a la historia. Hay muchas revelaciones importantes, un asesino enorme y rubio que por un asunto genético no percibe dolor, sexo, violencia, y un pasado doloroso que marca cada acción de la protagonista. Lo que no ha cambiado con la variación de realizador es el ritmo vertiginoso, el profundo clima de suspenso y esas volteretas de la trama, que más que desconcierto, sorprenden y cautivan. El papel de Lisbeth es realmente uno de los más difíciles de llevar adelante para cualquier actriz. Su carga de sadismo, de pena, su contracción y pocas palabras hacen que la labor de Noomi Rapace se gane un elogio merecido. Y cuesta pensar quién podrá reemplazarla en la versión hollywoodense de la saga, con un Daniel Craig que tiene un phisique du rol similar al de Michael Nykvist, el sueco que interpreta sin muchas luces aquí a Blomkvist. Ya en Los hombres... se sabía que aquella chica que jugaba con un fósforo y la gasolina era Lisbeth, prendiéndole fuego a su padre. Y es bueno recordar que Lisbeth odia a los hombres que no aman a las mujeres... Lástima que habrá que esperar, para la resolución, al estreno en cines locales de La reina... , que empieza justo, justo cuando termina La chica...
Irlanda, en la mira Es posible aproximarse a la verdad y a la reconciliación, cuando hay un asesinato a sangre fría? Ese es el tema central de Cinco minutos de gloria , la nueva película del alemán Oliver Hirschbiegel ( La caída ). De nuevo la controversia: si en el filme mencionado se abordaba el final de Hitler, aquí es el enfrentamiento entre los católicos del Ejército Republicano Irlandés (IRA) y los protestantes del Ulster, en Irlanda del Norte, por 1975, y décadas después, cuando el asesino y el hermano de una víctima puedan mirarse cara a cara. Liam Neeson -que es católico en la vida real- interpreta a Alistair, el protestante que de joven, y para ganarse el reconocimiento de los suyos, se pone una máscara, se acerca a la casa de los Griffen y dispara desde afuera al hermano mayor de Joe, por entonces un niño que jugaba con la pelota en la calle. En el presente, un canal de TV quiere reunilos, con el pretexto, la excusa aquélla de la reconciliación posible. Por momentos Cinco minutos de gloria asemeja tener una estructura teatral. Juega con el suspenso creado ante lo que el espectador sabe (el muy nervioso Joe lleva un cuchillo al encuentro en el castillo), el aparente remordimiento de Alistair y la confusión de Joe. La película está estructurada claramente en tres secuencias, como si fuesen los actos de una obra teatral. Es fácil advertir que Cinco minutos de gloria (la referencia es a lo que Joe cree que sentirá en cuanto ajusticie al asesino de su hermano) es un filme “de actuación”. A medida que avanza la trama, Alistair muestra rasgos de su carácter y es el personaje mejor construido, no sólo por la calidez y hasta enjudia que le pone el actor de La lista de Schindler . James Nesbitt (el actor de Bloody Sunday , también sobre el conflicto en Irlanda del Norte) juega con un rol menos preciso, cuyas (in)decisiones lo hacen tan vulnerable como poco empático. Hirschbiegel, quien había tenido su paso por Hollywood con Invasores , vuelve a demostrar ahínco desde la marcación, aunque en los tiempos muertos no parezca saber cómo hacer para que la historia fluya. Hay un mensaje en contra de la violencia, un paralelismo con lo que sucede en la Inglaterra actual y los musulmanes terroristas, muy buenas intenciones y un dolor palpable en cada fotograma.
Gru es malo, y le gusta serlo Animación 3D con un maldito tan despreciable... y tan querible. Las buenas películas suelen ofrecer un plus. A los lineamientos generales de su trama le adosan miradas o subtramas, capas superpuestas para que, en una visión lineal, se vea el conflicto y lo más rudimentario, pero a poco que se escarbe en el relato se encuentren otros elementos más para disfrutar. Y eso es lo que pasa, al menos en la primera hora de Mi villano favorito , filme animado en 3D, cuya producción es de estadounidenses y la animación, francesa. Semejante combo redunda en una incorrección política de su personaje principal, un malvado que responde al nombre de Gru y que debido a los traumas que tiene por su relación con su madre, el exacerbado sentido de su egocentrismo, los celos por otro villano más joven y consentido, y su claro sentimiento de inferioridad lo vuelven tan despreciable como… querible. Gru es malo y le gusta serlo. Maltrata a todo el mundo, escapa de la Justicia y tiene un plan para convertirse en el villano más grande de la historia. Su deseo es robar la luna (!) y para lograrlo necesita un invento: con un rayo encogedor, se convertirá en el ladrón más importante, ejem, del universo. El problema es que Gru, que tiene a sus Minions –unos personajitos amarillos de uno o dos ojos, que en algo remedan a los marcianitos de Toy Story - y a un científico, el Dr. Nefario, que le fabrica los gadgets como si fuera el Q de James Bond, le falta aquel invento supremo, que ahora está en manos de Vector, el villano soberbio y más joven con el que compite. La película podría circunscribirse a la lucha descarnada entre estos dos maléficos personajes, pero –por fortuna del filme hay un pero- ingresan en la historia las tres hermanitas huérfanas a las que Gru adopta, no por sentimentalismo si no por una razón de necesidad: cree que con ellas logrará ingresar en la mansión guarida de Vector y robar el rayo encogedor. Entre los muchos puntos a favor que tiene Mi villano favorito uno que cuenta y mucho es el humor, el delirio de algunas secuencias –su visita al banco, sus intentos por ingresar a la mansión de Vector- y principalmente el hecho de que Gru no viva como otros villanos algo dementes en una isla alejada del mundo. No. Gru vive en una casa sin pasto en los suburbios de una ciudad, tiene vecinos y se mueve como pancho por su casa. Gru puede ser el hombre de la próxima puerta. Los más pequeños seguramente se perderán algunas de las humoradas de Gru, pero disfrutarán el triple con las huerfanitas (¿alguien dijo Las Trillizas de Bellville ?), con los Minions y con la escasa suerte de Gru. Que sí, empezará a encariñarse con Margo, Edith y Agnes –la más pequeña y cuyos ojitos enternecen tanto o más que los del Gato con botas de Shrek -. La composición de Gru (en el original, la voz es de Steve Carell) es magnífica desde lo visual, pero también desde la voz. Es una cruza entre un alemán y un ruso de la Guerra fría. No es el único malo. La Srta. Hattie, a cargo del orfanato donde estaban las hermanitas, también tiene lo suyo, y qué decir de la mamá de Gru. Mi villano favorito acerca a los chicos a un antihéroe, demuestra por enésima vez que los malos pueden ser más entretenidos que los héroes, descoloca los cimientos de la narración convencional de películas para niños y si bien no llega a la excelencia de Pixar en cuanto a los toques sentimentales, tampoco es la andanada de gags sin ton ni son de algunos títulos de DreamWorks. En fin, es una película que disfrutarán –y es la tercera vez que utilizamos el término- tanto los grandes como los chicos.
Si la vida es sueño... DiCaprio se mete en la mente y los sueños de la gente en el nuevo y avasallante filme de Nolan. La inspiración espontánea no se puede falsificar. Esa es una de las premisas de El origen , una película ambiciosa desde donde se la quiera observar. Por más que el guión en el que trabajó Christopher Nolan durante diez años esté lleno de recovecos y laberintos para hablar supuestamente y en un primer plano de los sueños, son tantos los artilugios, las vueltas de la trama, los temas que aborda –la culpa, el amor- y el avasallador despliegue visual, que la proyección de El origen puede resultar tan placentera –casi siempre- como por momentos de-sorientadora. Cobb (Leonardo DiCaprio, siempre en el tono justo) tiene la habilidad de ingresar en la mente de la gente, cuando duerme y sueña, cuando sus defensas están presumiblemente más bajas, para descubrir sus secretos. Es un espionaje industrial. Cobb roba esa información al mejor postor. Cuando uno de estos atracos sale mal, la víctima se convierte en su próximo cliente: el japonés Saito (Ken Watanabe) le pide que le implante, le origine una idea sencilla al heredero de un imperio energético (Cillian Murphy), que está a punto de apoderarse del monopolio de la energía mundial, y es su competidor, y lo obligue, manipulando esa idea, a disolver el imperio. Cobb tiene una razón para hacerlo: no puede volver a los Estados Unidos a reunirse con sus hijos, acusado de haber asesinado a su mujer (Marion Cotillard). Saito, con sus contactos, le permitirá volver. Hasta ahí, la base. A partir de allí, la superposición y complejización de los sueños, la lógica interna del trabajo de Cobb y los suyos, que deben “fabricar” un mundo de ensueño que parezca real para poder manejarse en él y manipular al heredero. El éxito obtenido con Batman, El Caballero de la noche le franqueó al director londinense (mañana cumple 40 años) el acceso a realizar lo que quiera. Warner le dio 200 millones de dólares y Nolan optó por una trama que se asemeja mucho más a Memento , la obra que lo catapultó como un cineasta original, que al Superhéroe. Si en Memento (2000, hace 10 años, el tiempo que le demandó a Nolan escribir el guión de El origen ) Leonard vivía la historia –su historia- de atrás para adelante, del presente hacia el pasado porque no tenía memoria reciente, en un recuerdo dentro de un recuerdo, aquí Nolan hace que Cobb y su gente vivan un sueño dentro de un sueño… dentro de otro sueño. Si DiCaprio y los otros intérpretes debieron leer más de una vez el guión para entenderlo, es fácil adivinar que El origen permite más de una lectura, y pide, tal vez, más de una visión. Por momentos pareciera que Nolan quisiera demostrarle al espectador todo lo ingenioso que puede ser, pero esa supuesta soberbia se astilla cuando explica en imágenes lo que los personajes acaban de decir con palabras. El origen tiene de fondo una historia de amor –la de Cobb y Mal, vaya nombre que le tocó al personaje de Cotillard-, pero la estructura es la de un thriller de acción trepidante. No en vano los momentos más adrenalínicos tiene que ver con la “arquitectura” de los sueños (el personaje de Ellen Page, creando con su imaginación una París que, literalmente, se dobla, y más) y con las escenas de acción, que por lo general son de persecución. Nolan tiene un poder de plasmar en imágenes grandilocuente. “No tengas miedo de soñar algo grande”, le dicen a un personaje en medio de un sueño. La mención es a un arma más potente para eliminar enemigos. Nolan hace de esa línea, como de aquélla con la que comenzamos la crítica, un leit motiv de su propio metier. El origen es un filme fascinante, un compendio de realidades virtuales, de saltos en el espacio y el tiempo, y de virtuosismo cinematográfico. Nolan es un creador, con todo lo que eso implica: es un tipo creativo, que refresca con ideas el anquilosado mundo que ofrece Hollywood, por más que un ojo atento detecte citas, homenajes o robos a Matrix , El Ciudadano , al cine de Kubrick y más. ¿Cuántas veces usted pidió que le dejaran interpretar lo que deseara en la oscuridad del cine, en ese contrato implícito con el director, que puede guiar, orientarlo, pero en definitiva el dueño del relato es uno mismo? Los regodeos de Nolan están presentes en más de una escena, pero de eso también se trata el mejor cine: de maravillarnos y dejarnos sorprender.
Misterios del amor Kristin Scott Thomas encarna a una mujer que deja a su marido y se mete en serios problemas. La estructura, el tema, el conflicto y hasta la presentación de la trama son archiconocidos, pero cuando saltan en la pantalla los sentimientos que afloran en la relación entre los personajes que magníficamente interpretan Kristin Scott Thomas y Sergi López Partir se aleja del clisé del triángulo amoroso para convertirse en un filme dinámico, potente y, a la vez, sensible. Suzanne llega a sus 40 queriendo volver a trabajar como fisioterapeuta, profesión que había relegado para la crianza de sus dos hijos. Con su marido, Samuel, deciden reacondicionar un sector de la casa que habitan en el sur de Francia para que sea su consultorio. En la refacción conoce a Iván, un obrero español (catalán) y es verlo y enamorarse. Suzanne deja todo por él: marido, hijos, profesión, casa, una vida supuestamente resuelta. Supuestamente, porque si hace lo que hace es que algo (mucho) no cuajaba en su existencia. Desdibujado el papel del marido (Yvan Attal), más que nada porque es el único de los personajes que tiene un solo perfil –odia la situación, maltrata a su esposa pero está desesperado para que vuelva al hogar-, Corsini se apoya y mucho en el dúo protagónico. Y lo bien que ha hecho. Kristin Scott Thomas es ya una adalid en el cine europeo, francés o inglés, a la hora de encarnar mujeres insatisfechas que viven una realidad romántica que muchas veces las supera y que van más allá de lo que imaginaban. Y Sergi López, al margen de deber cumplir con el physique du rol del macho latino, tiene ese rostro entre angelical y perverso que a Iván le cae como anillo al dedo. La historia de la burguesa y el proletario es más que un clisé cuando Suzanne hace cualquier locura con tal de mantener a su lado a su amante. Algunas líneas de diálogo ahora leídas (como “Me gusta todo cuando estoy contigo”, dice ella; “Te vas y pierdo el mundo de vista”, le dirá luego él) pueden parecer banales, pero en el contexto en el que las coloca la directora de El ensayo (o La répétition ) tienen un sentido preciso. Tal vez mantener fresca en la mente la primera escena ayuda poco a disfrutar, si cabe el término, el desarrollo dramático del filme. Un amor loco, apasionado, vivido con intensidad, necesitaba dos intérpretes como los que tiene para redondear un filme que se gana su propio lugar para el público adulto en la cartelera de las vacaciones de invierno.