Entra por los ojos Filme de animación, del director de “300”. De Avatar a esta parte, cualquier película animada en 3D que además contenga paisajes paradisíacos y escenas de vuelo corre el riesgo, sino la desventaja, de tener que ofrecer más, y mejor. Ningún inconveniente en ese sentido para Ga’Hoole , del mismo estudio que hizo Happy Feet . Y de Zack Snyder, el director de 300 y Watchmen , podía esperarse algo tan decididamente belicoso, combativo y aguerrido, y su concepción de Ga’Hoole tiene momentos de genuina y cautivante expresión cinematográfica –las escenas en las que los protagonistas vuelan en plena tormenta-, pero también superficialidad y sencillez en la historia que relata. Soren es un búho que disfruta los relatos míticos que su padre le cuenta sobre los Guardianes, que batallaron y protegieron el mundo. Basado en el primero de tres libros de una serie de quince de la autora Kathryn Lasky, Soren y su celoso hermano Kludd son capturados y secuestrados por los Puros, que desean esclavizarlos junto a otros búhos para recuperar el trono. Soren se cruzará con otras aves, escapará –no así su hermano, que es “tomado” por el lado oscuro- y llegará hasta Ga’Hoole, el árbol donde los Guardianes viven, se enteran del maléfico ardid de Nyra y su esposo e irán al rescate de los pichoncitos de búho secuestrados. Cualquier semejanza con los nazis y los Aliados no es pura coincidencia. Y tampoco con Hamlet o, si se quiere, El Rey León animado de Disney, ya que así como Scar y Mufasa se enfrentaban, en Ga’Hoole la disputa entre los hermanos bien pronto pasa a ocupar el primer plano de la película en 3D. A los chicos menores de 7 años algunos enfrentamientos los van a asustar, y quizás el hecho de que Kludd sea tan pérfido con Soran y hasta con la pequeña Gylfie, su hermanita menor, hará que los ojos de los más pequeños salten más allá de los anteojos tridimensionales. A la manera de lo que hizo Robert Zemeckis, que del cine con actores saltó a la animación (la diferencia es que el director de Forrest Gump se abrazó al motion capture ), Snyder se prueba con protagonistas no humanos, pero a los que, por una cuestión de simplificación, les falta sangre. Y no es que no haya enfrentamientos de vida o muerte en los combates en pleno vuelo. No es el entramado, pero ya es evidente que a Snyder le cuesta instituir singularidad a sus personajes. Ocurría en 300 , pasaba en Watchmen y sucede en Ga’Hoole . Sean humanos o búhos, los personajes son superhéroes, lleven espadas o plumas. El despliegue visual es, por cierto, el gran punto a favor que tiene la experiencia de disfrutar Ga’Hoole . Snyder dirige como pocos las escenas de luchas cuerpo a cuerpo y de batallas, por lo que el espectáculo está asegurado. Con todo, el mensaje del filme es claramente eficaz y provechoso, y tan generoso como altruista. La máxima o consejo sería confíá en vos, apoyate en quienes te aman y saldrás adelante. Los ejes de los Guardianes son fortalecer al débil, curar al herido y derrotar al mal, para luego, sí, disfrutar de un vuelo en plena tormenta. Y eso sí que no está nada mal.
Casadas con hijos Crítica “Mi familia” Julianne Moore y Annette Bening componen una pareja que tambalea con la llegada de un hombre. De no ser porque quienes crían a Joni y Laser no son mamá y papá, sino mamá y mamá, la trama, el principal conflicto de Mi familia pasaría por un caso de infidelidad. Pero claro, Jules (Julianne Moore) y Nic (Annette Bening) son pareja, y eso tiñe invariablemente todo lo que ocurra en la película de Lisa Cholodenko, desde el primer beso. Ellas llevan una larga relación, y tienen dos hijos, una engendrada por Nic (Joni, la adolescente de 18, a punto de ingresar a la universidad) y el otro, por Jules (Laser, el varón de 15). Ambos son hermanastros, tienen distinta madre pero un mismo padre desconocido: es el donante de esperma que se ha mantenido de manera anónima, desde siempre. Hasta que los chicos, que aparentemente están bien como resume el título en su versión original, quieren conocerlo. Lo antedicho: la relación entre Nic y Jules es en la práctica casi la misma que la de cualquier matrimonio heterosexual. Nic es profesional, trabaja fuera del hogar y podría pasar por el padre de una familia convencional. A Jules siempre le costó abrirse camino en lo laboral. Una necesita el control, la seguridad. La otra prefiere mayor libertad. Si desean, adivinen qué sucede cuando Joni (por Joni Mitchell) y Laser conocen a Paul (Mark Ruffalo, el donante). Y más que nada cuando Nic y Jules terminen sentadas a una misma mesa compartiendo una comida con Paul. Con mucho más drama que comedia, en Mi familia las situaciones se plantean básicamente alrededor de una mesa bien servida -y con buen vino, un pequeño problema que afronta Nic- o directamente dentro de una cama (o dos). Mi familia es un filme en el que las palabras valen mucho más que una imagen. Pese a algunos típicos clisés que pudieron haber sido salvados -el alcoholismo de Nic, los reproches de Jules- la película tiene un sesgo marcado: no exagerar ni recargar las tintas más de lo que debe el asunto. Lo que consiguen Moore y Bening no es fácil: que se sienta desde la platea que esa relación “Es”, así, en mayúsculas, una pareja formada, establecida, con lazos fuertes aunque aparezcan dobleces. No es descabellado imaginar nominaciones a premios para ellas. Si la dupla Moore/Bening funciona a las maravillas como pareja, quienes cumplen los roles de sus hijos no se quedan atrás. La australiana Mia Wasikowska se parece más a la conflictuada Sophie de la serie In Treatment que a la Alicia en el País de las Maravillas que protagonizó para Tim Burton, y Josh Hutcherson (el sobrino de Brendan Fraser en Viaje al centro de la Tierra ) tiene el carisma y la frescura indispensables para que Laser fluctúe entre el cariño por su familia y su deseo por conocer mejor a su padre biológico. En fin, un filme para ver sin prejuicios y descubrir qué tan bien están los chicos...
La historia de un gay sin máscara Un padre de familia se asume homosexual. No hay muchos actores con éxito en Hollywood que se arriesguen a la hora de elegir qué guiones filmar. Jim Carrey es uno de ellos. Tras el exitazo que fue La máscara aceptó protagonizar un filme oscurísimo, no sólo en su humor, que fue El insoportable . Y alejándose de la comedia, probó suerte (variable) con el drama, en The Truman Show y El Majestic , y hasta en el thriller ( Número 23 ). Pero Una pareja despareja lo ponía –y lo puso- en una situación que resultó más incómoda de lo que podía esperar. De hecho I Love You Philip Morris (tal su título original), se estrenará en los EE.UU. en diciembre, casi dos años después de su première en Sundance y su paso por Cannes. ¿El motivo? No, no es porque sea una mala película. Es una película muy pero muy jugada sobre una pareja gay, que se conoce en prisión, se ama con desesperación más que con locura, que incluye una fuerte escena de sexo entre hombres y, además, se inspira en hechos reales. Tal vez demasiado para el standar estadounidense. Carrey es Steven Russell, que de un día para otro, aunque casado y con hijo, admite que, en verdad, siempre fue gay. Lo que no le gusta aceptar ni reconocer es que es un estafador. Así que termina tras las rejas, donde conoce al Philip Morris del título (un mucho menos sobreactuado Ewan McGregor) y lo que nace ahí no morirá jamás. Podrá sucederles de todo, y de hecho, les sucede, pero lo que siente Russell por Morris no conoce límites. Aunque no faltará quien piense que le vendrían muy bien. Lamentablemente, las extravagancias del personaje de Jim Carrey han hecho que la película pase más por el costado de la ironía, la zafaduría y el humor grosero que por lo que pudo ser una historia romántica con todas las de la ley (ahora que está el matrimonio igualitario). Los debutantes Glenn Ficarra y John Requa también son dispares y heterogéneos: fueron los guionistas de otra subida de tono como Un Santa no tan santo , pero también de la infantil Como perros y gatos , y tienen por estrenar en 2011 Crazy, Stupid, Love , con un elenco de estrellas. Con Una pareja despareja demuestran que tienen con qué sorprender en un universo como el hollywoodense, donde a las cosas se las llama por su nombre, y a esta película nadie la quiere recordar…
De dudoso gusto De Antonio Mercero, trata sobre el mal de Alzheimer. Dicho y comprobado en infinidad de oportunidades, sólo las buenas intenciones no alcanzan para que un filme sea lo logrado que sus hacedores seguramente desean que sea. Mucho de eso ocurre en ¿Y tú quién eres? , la película del vasco Antonio Mercero (que tenía 71 años cuando la dirigió), realizador de Espérame en el cielo , con Pepe Soriano, y del éxito de TV Farmacia de guardia . El tema que aborda el filme, más que la enfermedad de Alzheimer, es todo lo que conlleva esa penosa enfermedad con quienes rodean afectivamente al enfermo. En este caso, don Ricardo (Manuel Alexandre, el interés amoroso de China Zorrilla en Elsa & Fred , aquí a sus 90 años), a quien su hijo de 60 decide internar en una clínica mientras él, su mujer y sus dos hijos menores se la van a pasar bárbaro a las playas de San Sebastián. Y Ana, la nieta mayor, se queda estudiando, pero siente algo que los otros integrantes de la familia evidentemente no: un apego hacia el anciano y la necesidad de preservar lo mejor que pueda su calidad de vida. Por un lado, Mercero acierta con los apuntes dramáticos –las manifestaciones de la enfermedad, que Ana primero trata de disimular ante el doctor que atiende a su abuelo-, pero, por el otro, apuesta a pasos de comedia. Si éstos fueran para relajar la tensión, se comprende, pero ver a José Luis López Váquez en su último papel expulsando flatulencias (aquí se habla de “el pedo luminoso” –sic-) y contando cómo colecciona preservativos, da una pista de que se quiso hacer un drama con pasos de comedia, pero más que risa da estupor. Tampoco la subtrama del romance entre el doctorcito y la nieta sirve en ninguna instancia para apuntalar el relato, sino que pareciera desdibujar el centro de la cuestión. Cómo el hijo de Ricardo y padre de Ana ve con malos ojos que su hija abandone sus estudios para dedicarse a su abuelo no tiene razonamiento en el guión, y la relación entre el abuelo y su hijo es tan desdibujada que al menos merecía un refuerzo, en algún diálogo o situación que explicara o justificara tan poco contacto. Manuel Alexandre y la catalana Cristina Brondo ponen todo el énfasis por parecer creíbles -aunque los lloriqueos de ella cuando descubre lo mal que está otro par de pacientes aparenten sobrecargados-, pero recién en el final el drama gana su espacio, algo escasamente tarde.
Errores del amor ciego Es antes propaganda política que una buena película. A veces, cuando se pretende homenajear a una figura, el resultado, en lugar de vanagloriarla, la destiñe. Es lo que sucede en Lula, el hijo del Brasil , rodada y estrenada en pleno auge de popularidad del líder brasileño, y cuyos déficits son superiores a algunas cuestiones propias de una megaproducción como ésta. La película es un panegírico sobre Luis Inacio Lula da Silva, desde su nacimiento hasta que alcanza la primera magistratura del país vecino. Son cinco décadas también de historia brasileña, contada a grandes pinceladas con todos los clisés, y tratando de pivotear en distintos aspectos de la vida y trayectoria del líder metalúrgico. Se pasa por el abandono y el posterior maltrato del padre de Lula hacia él, su madre y sus numerosos hermanos (el propio Lula dijo, ante el estreno en Brasil, no recordar que su progenitor fuera tan violento), el viaje a San Pablo, su primer amor, las penurias económicas, inundaciones, el nacimiento de su hijo muerto y el deceso de su primera esposa, su casamiento, la relación con su madre, los compañeros del sindicato y el rápido ascenso político. Es claro el deseo de Fábio Barreto, el director, por ensalzar a su protagonista, desde lo enérgico que lo pinta para comandar las masas hasta lo “canchero” que resulta al seducir a la que será su segunda esposa. La escena en la que Lula se saca de encima a un pretendiente de ella, es elocuente. Lo que no se ve es su ambición por presidir Brasil: sólo al final, con sobreimpresos, se cuenta que falló en tres intentos por ser electo. “Necesito tener ocupada mi cabeza” es todo lo que se le escucha decir, antes de postularse como primer secretario de su sindicato, luego de las muertes de su esposa e hijo. Están las huelgas, el golpe de Estado, la fuerte presencia de su madre, su devoción por el Corinthians, la cárcel y el acceso a la presidencia, todo enmarcado en una biopic partidista. Rui Ricardo Diaz no está mal interpretando a Lula, pero no logra levantar el entusiasmo en los 127 minutos que dura esta coproducción argentina brasileña (Costa Films, por nuestro país). Cuestión al margen, el filme se estrenó en Brasil este año, en el que se está a punto de elegir nuevo presidente tras dos mandatos de Lula. Vista como propaganda política, se entiende. Pero si no...
Una comedia que se vio antes De Robert Luketic, es una suma de clichés del género. La ingesta de arroz sin condimento, de tan repetida puede cansar, aburrir, sencillamente porque ya no se le encuentra sabor a nada. Algo similar ocurre con Asesinos con estilo , comedia romántica sin una pizca de originalidad, con todos los clisés del género “marido-que-lleva-doble-vida-laboral”, que por supuesto su mujer ignora, hasta que se entera. Tal vez sí sea original suponer que Jen (Katherine Heigl), a los treinta y pico salga de vacaciones a Europa con sus padres (un Tom Selleck teñido y una Catherine O’Hara regordeta, lejos de la mamá de Mi pobre angelito ), pero es poco creíble. Menos original aún es que se enamore de Spencer (Ashton Kutcher), a quien conoce cuando éste está en plena misión. Spencer es un asesino, y decide abandonar todo por Jen. Y sí, adivinó: la mentira tiene patas cortas, el pasado vendrá a buscarlo, y por más que la pareja se la pase corriendo a partir de entonces por toda la película, la chica descubrirá el secreto del chico, se pelearán, volverán a amigarse y el amor todo lo podrá. El problema con este filme es que prácticamente no tiene gags. O si los tiene, han sido ya tantas veces vistos y probados que pierden gracia. El australiano Robert Luketic ya había dirigido a Heigl en La cruda verdad , y también tiene en su haber Legalmente rubia , aunque lo mejor que haya hecho sea 21 Blackjack , que no tenía nada que ver con la comedia romántica, sea o no subida de tono. Asesinos con estilo carece de ídem, aunque a los espectadores menos exigentes, que sólo quieran pasar un rato, les sirva para eso. Eso sí: no olviden llevar aceite, manteca o queso de rallar.
Barney, mercenario Stallone reunió otros viejos del cine de acción. Y se divierte. Es tanta la acción, la violencia y la sangre que salpican los fotogramas de Los indestructibles que la confusión en las peleas cuerpo a cuerpo, cuchillo a cuchillo y balazo a balazo puede hacer perder al espectador la atención. No la cabeza, ya que ésa -y varios miembros del cuerpo de los malos- se perderán de a montones en la nueva película de Sylvester Stallone, en la que lo inverosímil gana por robo. Stallone también coescribió y dirigió esta aventura por “una isla del Golfo” adonde Barney (Stallone, el chiste fácil con el dinosaurio es inevitable) y sus compañeros mercenarios viajarán para hacer limpieza. La trama es tan añeja como los músculos de Dolph Lundgren, uno de los merce y que ya hace 25 años en Rocky IV boxeaba con Sly: el lugar está regido por un militar corrupto y revolucionario, pero en verdad es un títere de un estadounidense (Eric Roberts, con menos suerte que su hermanita Julia, siempre de traje aunque vaya a una plantación de coca y se muera de calor). Barney viaja por un pedido de un agente de la CIA (Bruce Willis, en el prometido cameo que incluye a Arnold Schwarzenegger y el mejor gag de la película) para eliminar al General Garza. Pero allí conoce a Sandra, la hija buena del militar, quien no acepta escapar de la isla a bordo del hidroavión de Barney, y bueno, el tipo planea volver. Volver, no por el dinero (cinco millones de dólares le promete Willis). Volver, no para liberar al pueblo oprimido. Volver, sin la frente marchita -pasó por tantas cirugías que ahora hasta tiene un aire, con todo respeto, a Horacio Guarany-, para salvar a Sandra. Entre quienes secundan a Barney, el mercenario, están también Mickey Rourke, otro al que las cirugías le dejaron el rostro lisito, como un tatuador de reflexiones indelebles, el mencionado Lundgren, Jet Li y Jason Statham, el benjamín del grupo que saca cuchillos de donde uno no se imagina. Observen el tamaño con el que amasija a uno de los peores malvados y traten, si pueden, de averiguar dónde lo tenía escondido... Stallone, como decíamos al comienzo, apela a atrocidades varias como en Rambo , como se tituló la cuarta (y última) aventura del ex marine, que dirigió y que era revulsiva por donde se la viera. Los indestructibles , que tendrá su secuela, es como una estudiantina de gente grande, con una trama mínima que atrasa tres décadas, más o menos. Que es la época en la que en Hollywood veían a Centroamérica como repúblicas bananeras, y sus intérpretes tenían su momento de gloria. Así, todo cierra, incluidas las heridas de muerte.
Con la idea más que fija Drew Barrymore, perdida en una comedia sexual. La comedia sexual no es un género en sí mismo, al menos made in Hollywood. Amor a distancia se disfraza de comedia romántica cuando en verdad habla (y habla, y habla) mucho más de sexo que de amor, de necesidad física que del corazón. La misma noche en la que a Garrett (Justin Long, novio en la vida real de Drew Barrymore) lo abandona su novia, porque es su cumpleaños y no le compró regalo, el muchacho bebe cerveza, se lleva a su departamento compartido, droga y termina en la cama con Erin. Como terapia parece que le da resultado, porque Erin, estudiante de periodismo (Barrymore, que dice tener 30), hace una pasantía en el New York Sentinel (?), pero le quedan seis semanas antes de dejar Manhattan y regresar a San Francisco. Tal vez ahora entienda lo de Amor a distancia , porque tratarán de sobrellevar la relación más allá de la diferencia horaria y geográfica. Nada de amor platónico. No. Si la premisa no era mala pero tampoco original, lo que la convierte en un fiasco es que, como comedia, los gags se alargan indefinidamente, y cuando debe llegar el punch, está fuera de tiempo. Luego de que le publican un artículo, Erin bien podría trabajar como free lance , pero parece que nadie oyó hablar de eso entre el equipo técnico, y el “remedio” que Nanette Burstein encontró para paliar la escasez de humor es apelar a la vulgaridad. Y si hay pocos chistes, los que abundan son referidos específicamente al sexo, a lo escatológico, masturbación, autofellatio y la lista sigue. No, no es un filme de Judd Apatow, y el humor es más verbal que visual. Drew Barrymore trata de mantener su dignidad, pero la pierde en dos escenas, la del sexo telefónico y la de la borrachera en la que le pide a un grandote..., en fin, para qué repetirlo. Igual, Amor a distancia deja sus enseñanzas en un par de líneas de diálogo, cuando Garrett y Erin recién se conocen y antes de advertir que se necesitan muchos mas física que románticamente, él le dice en Atlantic City (con el mar, las gaviotas, el muelle de madera y todo) que le gusta observar a las parejas grandes la felicidad y, más allá de la felicidad, el verlos satisfechos con sus vidas. Que luego esto no tenga nada que ver con la película es otra extrañeza, igual que el final apresurado en los últimos cinco minutos.
La niña y la portera Bellísimo filme francés acerca de todo aquello que no se ve, pero está, en las almas sensibles. El psicoanálisis compite con la religión en su amor al sufrimiento“. Tamaña afirmación no proviene de un erudito en la materia, ni siquiera alguien cercano a la filosofía. Ni siquiera de una persona adulta, aunque sí: los comentarios de Paloma (11 años) asombran por su sencillez, su grado de agudeza... y su sinceridad. La niña precoz que protagoniza El encanto del erizo , opera prima de Mona Achache, sabe lo que quiere, y lo que no quiere. Apenas abre el filme, el espectador descubre, como en un diario íntimo, lo que sus padres y hermana mayor desconocen: cuando termine el curso del año escolar, Paloma planea suicidarse. El mundo visto desde la mirada de una niña en esa edad tan particular en que no se es chico pero tampoco adolescente, allí transcurre el grueso del relato, hasta que la directora pegue un aparente volantazo y deje a la portera del edificio en el que la familia, rica, de Paloma habita, y un nuevo inquilino, el japonés Kakuro Ozu. “Todas las familias felices se parecen, pero todas las familias infelices son diferentes”, dice Ozu, que -se aclara en el filme- no tiene parentesco con el mítico realizador. Mientras Paloma desea no acabar “como un pez en una pecera, con la que los adultos chocan contra su vidrio como moscas”, la señora Michel (para Paloma luego será Renée, algo huraña, sí, inicia una relación de amistad que vaya a saber en qué desembocará con el Sr. Ozu. “La señora Michel me recuerda a un erizo: por fuera llena de espinas, pero creo que por dentro es refinada, solitaria”, se dice a sí misma Paloma. La película sabe elegir la manera en que los personajes se comunican, cómo alguien que en apariencia parece invisible, está, vive, sufre. ¿Paloma será una Renée en su adultez? ¿Cuánto más podrá soportar su corazoncito tamañas angustias referidas al amor, la muerte y la vida? Aquella temprana referencia al psicoanálisis no es más que una pose de la niña. Que muchos adultos se valgan de lo mismo para creer y hacerse creer superiores es, en definitiva, la pantalla sobre el que El encanto del erizo descansa gran parte de su preciso encanto. Josiane Balasko y la pequeña Garance le Guillermic son los dos mejores motivos para arrojarse de cabeza en el filme.
Vecinos invasores El conflicto por una ventana es el disparador en este controvertido y sanguíneo filme. La dupla detrás de El hombre de al lado , la misma que hizo El artista , sabe muy bien esconder sus intenciones, que son mostrar las características más sórdidas de sus personajes, cuando pocos espectadores lo esperan. En aquel filme con el que debutaron en el largo tomaban el mundo del arte, lo examinaban y descomponían. Lo superfluo, lo naif y lo snob se daban de la mano hasta arribar a un final destructivo . Como si la mirada, la observación, fuera más que un tamiz, un filtro, en El hombre de al lado comienzan hablando de una relación conflictiva para terminar indagando en profundidad en uno de los hombres de al lado . Porque si hay un hombre del otro lado, también está el de éste. Las interpretaciones sobre quién es el centro no admiten dudas en el -algo- inesperado final. “Sólo quiero unos rayitos de sol”, le dice Víctor (Daniel Aráoz, en un papel completamente diferente a todo lo que se le vio) a Leonardo (el dramaturgo, director y actor Rafael Spregelburd). Un albañil está abriendo una ventana en la medianera, nada menos que de la Casa Curutchet, la única construcción de Le Corbusier en Latinoamérica, y Leonardo quiere hacer entrar en razón a su vecino para que desista. Poco a poco Leonardo, que es un diseñador exitoso, profesor universitario, comenzará a ver cómo su estructura -personal, familiar, laboral- comienza a resquebrajarse. Ese conflicto exterior no viene a hacer más que a estallar los problemas internos de esa casa, y de Leonardo en particular. Su relación con su esposa -que le exige que haga algo ante esa intrusión en su privacidad- y con su hija adolescente cambian. En un filme que levantará polémica, a todas luces Víctor tiene todos los números para llevarse en el sorteo el mote de malvado. Lo que quiere hacer -lo que hace- está mal. Decididamente mal. Gastón Duprat y Mariano Cohn han visto el cine de Polanski, y dominan la ambigüedad como pocos cineastas en el medio local. Y han extraído de Aráoz y Spregelburd dos actuaciones sorprendentes, en la acumulación de tensiones y lejos de distender al espectador, lo llevarán a una situación límite. Son impiadosos con sus personajes y pese a que algunas escenas denotan una falta de montaje preciso, son dueños de un estilo propio, controvertido y bien, bien sanguíneo.