Amorosa obsesión La nueva película del veterano Alain Resnais (87 años) habla del amor y la casualidad. Las ambigüedades propias del ser humano inundan la pantalla en cada escena de Las hierbas salvajes , la película del jovencísimo Alain Resnais (87 años al presentar este filme en Cannes el año pasado). Así como al director de Hiroshima mon amour le gusta no repetirse y que sus filmes sean bien distintos entre sí, al adaptar por primera vez en su carrera una novela también se ha permitido, en la misma película, saltar de un género a otro. Todo comienza con una pérdida y un encuentro. Georges Palet (André Dussollier) es un marido supuestamente feliz, casado hace 30 años con una mujer más joven, que encuentra en el estacionamiento de un shopping un portadocumentos. Es de Marguerite Muir (Sabine Azéma), a quien un ladrón le arrebató la cartera y tras quitarle el dinero, lo arrojó. Georges siente el deseo, primero, de devolver lo encontrado, pero poco a poco sus ansias van in crescendo, hasta transformar el encuentro en una obsesión. El amor ¿no es en sí una obsesión?, parece preguntarnos Resnais? “Si uno quiere que todas esas cosas funcionen tiene que aceptar, aún a regañadientes, renunciar, ceder. En fin, comprometerse... Finalmente eligió un modelo que se acercaba a lo que quería”, dice una voz en off. No habla de amor. Habla de la elección de Marguerite por un par de zapatos. Resnais siempre estuvo en la avant garde, por lo que se permite jugar con las imágenes, los colores, los pensamientos (“Todos cometemos errores, es nuestra naturaleza imaginar cosas”) de sus protagonistas. La luz emocional, no realista, del fotógrafo Eric Gautier, la manipulación del tiempo a través de la edición (un rasgo del realizador), todo aúna en un filme que por momentos es comedia de enredos, por otro se asemeja a un thriller y finalmente es una película romántica al viejo estilo del cine francés de los ’50. Es que, al fin y al cabo, como dice Georges, “después del cine, nada nos sorprende, todo puede ocurrir con total naturalidad”... Y así es como sus personajes pueden usar pilotos en días de sol, la dentista y aviadora Marguerite puede decir algo y querer manifestar lo contrario, tomar decisiones intempestivas, temer, soñar... “Uno puede preocuparse sin amar, pero ¿acaso uno puede amar sin preocuparse?”, Georges afirma más que le pregunta a Marguerite. “Sí”, es la desconcertante respuesta de ella. Igual que la pregunta que una niña hace a su madre al final, que descoloca al espectador y permite abrir un abanico de posibilidades sobre su inclusión por parte de Resnais. Claramente los actores juegan a lo que Resnais les pide y se sienten a sus anchas. Dussollier y Azéma expresan esas ambigüedades que marcábamos al principio. La relación de sus personajes es como esas hierbas salvajes que menciona el título, que crecen en cualquier lugar, sin que medie un motivo aparente. Nada podía hacer pensar que Georges y Marguerite podían conocerse y/o amarse. Pero las hierbas salvajes se abren paso sin motivo, sin razón aparente. “Si pone algo nuevo en algo viejo, tiene que reemplazarlo todo. Sí, no hay opción. Lo viejo pronto se vuelve insoportable”. Y Georges no habla de las relaciones afectivas.
¿Se viene otra saga? Nuevo filme del equipo de “La leyenda del tesoro perdido”. A partir de ahora se podrá acuñar la frase “más viejo que hechicero de brujo”. Nicolas Cage encarna a Balthazar Blake en El aprendiz de brujo , no como el aprendiz, sino como el brujo: hace 1.400 años que este discípulo de Merlín está buscando un joven profetizado que siga su magia y detenga a las fuerzas del Mal que quieren destruir el mundo con un ejército de almas en pena. O algo así. Y encuentra en Nueva York a un estudiante de física, llamado Dave Stutler (Jay Baruchel, con una dicción que lo hace distinguible más que por sus aptitudes histriónicas). Dave es mitad nerd mitad sabio, como corresponde al clisé, y será el proceso de aprendizaje el que depare los momentos, si no mágicos, más risueños del filme producido por Jerry Bruckheimer y dirigido por Jon Turteltaub. Sí, ambos, más Cage, son el trío detrás de La leyenda del tesoro perdido . ¿Se viene otra saga? Basándose vagamente en el episodio en el que Mickey se las veía feas en Fantasía –que inclusive es homenajeado en una escena en la que Dave ve inundarse su estudio y es salvado por Balthazar-, el relato recorre todos los caminos que el manual del buen filme de aventuras indica que se deben seguir: hay un malvado perverso (personificado por Alfred Molina, igual que en El Hombre Araña 2 ), un hechicero antiguo que tiene en el presente también a un aprendiz –Tobby Kebbell, de El príncipe de Persia y la reciente Chéri , suerte de David Copperfield punk-, intereses románticos –Monica Bellucci, el de Cage; Teresa Palmer, el de Baruchel- y mucho, pero muchos efectos especiales para que los mundos paralelos en los que transcurre la historia parezcan más reales. Típica película del nuevo Disney, que incluye aventuras, acción, violencia y humor, El aprendiz de brujo necesitaba más magia y menos barullo, pero nadie puede negarle a Turteltaub destreza a la hora de amalgamar los ingredientes. Para los fanáticos: después de los créditos finales hay una toma, que no agrega mucho, pero que es un clásico en los filmes de Bruckheimer, y si El aprendiz de brujo llega a funcionar con el público, da pie a la consabida secuela.
Las vueltas de la vida... Stephen Frears vuelve a dirigir a Michelle Pfeiffer, tras “Relaciones peligrosas”. Nada conduce al amor. Es el amor el que se arroja en tu camino.” Tal era el pensamiento de Colette (1873-1954), de cuyas novelas se nutrió Christopher Hampton para escribir el libreto de Chéri , nueva asociación tripartita entre el guionista portugués, el realizador inglés Stephen Frears y la estrella californiana Michelle Pfeiffer luego de Relaciones peligrosas (1988). El personaje del titulo no es el que interpreta la actriz de Los fabulosos Baker Boys . Por más que vista con elegancia en una Francia apenas posterior a la que vivió en la Nueva York de La Edad de la inocencia , Pfeiffer juega de nuevo a la amante. Claro que está mayorcita, y si como ex cortesana decide iniciar en el amor a Chéri (Rupert Friend), hijo de 19 años de una ex colega (Kathy Bates), nunca había caído en el mayor problema que tenían las prostitutas de entonces: enamorarse. Las diferencias de edad no serán un problema para nadie y tras seis años de buena vida, la mamá de Chéri decide que ya es hora de que su nene le dé nietos. No con Lea de Lonval, sino con una joven. Así que arregla el matrimonio por conveniencia sin importarle la ídem de Chéri y menos la de su amiga. Pfeiffer luce radiante en sus 50, y no sólo por el vestuario diseñado por la irlandesa Consolata Boyle ( La reina , del propio Frears, quien relata en off). Esos ojos tan celestes, los labios entremordidos y su sensualidad innata hacen que valga la pena seguir mirando la pantalla cuando Frears y Hampton se preocupan más por dotar de diálogos a un relato que pide más concentración, menos dispersión y mucho, mucho más contenido que un paseo por los interiores de un París o un Biarritz de esplendor. Frears ha sabido ser sarcástico y molestar a los pensamientos más conservadores, sobre todo con sus primeras películas allá por los ’80, cuando dejó la TV y filmó Ropa limpia, negocios sucios , Susurros en tus oídos o Sammie y Rosie van a la cama . No hay visos de la genialidad de La reina , y sí un director contemplativo, pero más que observador, un curioso ante lo que el relato muestra.
Volver a las fuentes El ¿cierre? de la saga del ogro recupera algo de la ironía y el desparpajo del filme original. No deja de llamar la atención que el mismo personaje que hace sólo nueve años se limpiaba el traste con una página arrancada de un cuento de hadas y que en su primer filme daba una vuelta de tuerca impensada, precisamente, a los relatos de fantasía, llegue a su cuarto y final capítulo adaptándose a las reglas del juego presente, esto es, en 3D. Al margen del formato, Shrek para siempre disipa lo que fue Shrek tercero , la más anquilosada de las películas de la serie y que hacía prever que la ironía y el desparpajo original se habían agotado o ahogado en el pantano. La nueva vuelta de tuerca trae al personaje verde hastiado de su vida personal, ser esposo y padre de trillizos, una rutina que parece agobiarle, y quiere volver a aquellos tiempos en los que los aldeanos temían al ogro malhumorado que sabía ser y cuando “podía hacer lo que quisiera y cuándo quisiera”. Ya no tiene tiempo ni de limpiarse la cola. Allí entra en la historia Rumpelstitskin, un diminuto personaje con el poder de realizar “transacciones mágicas”, y quien iba a apoderarse del reino de Muy Muy Lejano cuando los padres de Fiona, cansados de que nadie rompiera el hechizo que pesaba sobre su hija, estuvieron a punto de cambiar su reino con tal de que la princesa no se transformara en ogra de noche. Pero Shrek le dio el primer beso de amor, y chau arreglo. Así que mientras le pasa la lengua a los platos sucios en la calle, Rumpel escucha cómo el ogro que le birló el poder desea volver a ser ogro. Y Rumpel engaña a Shrek, haciéndole firmar un contrato por el que él le devuelve un día de ogritud plena a cambio de un día de Shrek. El engaño consiste en que Rumpel elige el día en que nació Shrek, por lo que Fiona nunca fue salvada, sino que se unió a la resistencia contra Rumpel, quien se quedó con el Reino de Muy Muy Lejano. Nadie reconoce a Shrek –ni Burro, ni el Gato con Botas, menos Fiona- y si Shrek y Fiona no se dan el primer beso de amor antes del amanecer, Shrek muere. Antes de que lo que muera fuese la saga, los productores le insuflaron algo de chispa y agudeza, sarcasmo y mucho slapstick –las caídas, marca que los productos de DreamWorks llevan cosidos indeleblemente, a excepción de Cómo entrenar a tu dragón - y los guiños a la cultura pop, Carpenters incluidos, como quien hace un refresh antes de que la cosa se estanque. Hay en el libreto un ¿homenaje? a Qué bello es vivir , de Frank Capra (y en el comienzo a Hechizo del tiempo ), con Shrek atrapado en una crisis de los 40 y ansiando recuperar lo que tenía y más amaba, de lo que se da cuenta recién cuando lo pierde. Y algunos gags y líneas de diálogo mueven a la risa franca –los juegos de palabras a veces sufren por la traducción: sólo hay 8 copias subtituladas-. Si termina aquí, Shrek para siempre es un digno cierre. En los créditos finales hay un repaso de la saga y, por lo menos, ahora se sabe por qué los ogros tienen esas orejas símil trompetita, que algunos llamarán vuvuzela. Nunca falta un oportunista.
Un psiquiatra ahí para el psiquiatra mujeriego Comedia checa con un personaje que pudo enloquecer a Freud. Siempre elegí mujeres que no valieran la pena. En verdad, ellas me eligieron a mí.” La confesión es de Frankie, de profesión psiquiatra, a quien una tormentosa relación amorosa con una paciente -en fin, por un código de ética médica- lo deja sin licencia, matrícula ni trabajo. Frankie sufre una disfunción hormonal física: tiene un deseo sexual excesivo, le dicen, y habría una cura, con procedimientos médicos modernos y progresivos. Bah, tendrían que castrarlo. En lugar de eso, decidió casarse inmediatamente. Si Frankie hubiera sido argentino y no checo, tal vez lo habría interpretado Francella. Pero no. Josef Polášek tiene la capacidad de poner su mejor cara de póker ante situaciones disímiles. Casado, sí, su mujer decide hartarse de sus infidelidades, echarlo y casarse con Viktor, abogado y amigo de Frankie. Pero Frankie, que se reconoce inestable, no quiere perder a su mujer, que encima está embarazada y no sabe de quién. Amores de diván tiene momentos jugados de comedia y otros tamtos más dramáticos, serios o románticos. Ningún personaje parece salvarse de las infidelidades de otros -al hermano de Frankie su mujer lo cornea repetidamente con el mecánico que trabaja para él-, la madre del protagonista también tiene su secreto bien guardado, hasta que Frankie trabaje como instructor de manejo y conozca a una joven... también con un as en la manga. De la tierra donde surgieron Milos Forman y Jirí Menzel, Jan Prušinovský tiene la misma habilidad de desmenuzar un personaje como una migaja de pan... sobre todo si no es trigo limpio. Es su opera prima, a los 29 años, y con Polášek, a quien dirigió en su época de cortos, se nota que se entienden a las mil maravillas. En síntesis: una comedia con humor, romance y toques dramáticos que no tiene localismos ni apuntes de Europa del Este. Lo que se ve en pantalla pasa en todos lados...
La resistencia danesa La obra de Ole Christian Madsen trata sobre dos asesinos en la Dinamarca ocupada por nazis. Con miembros de la resistencia danesa viviendo al filo de la navaja a fines de la Segunda Guerra Mundial, Flame & Citron es un combo de acción, thriller, romance, guerra, traición y grandes actuaciones, debido al talentoso Ole Christian Madsen. Los protagonistas que dan título al filme son, básicamente, dos hombres desencantados que combaten, antes que a los invasores nazis, a los colaboracionistas de su propia patria. Comenzando en mayo de 1944, ajustician militares y/o periodistas que ayudan al régimen alemán aunque cuando los maten las víctimas por lo general no estén armados. Quedan pocos rebeldes: la mayoría de sus colegas han sido descubiertos (o sea, delatados) y torturados, fusilados o exiliados. Y sí, a veces se les va la mano –sobre todo a Flame-, pero como es por la patria, y alguien dice “no es que sea justo o injusto: es la guerra”… Si por momentos el espectador siente que está ante un relato más o menos convencional -¿cuántas películas ha visto sobre el mismo tema, sean los rebeldes franceses o de cualquier otra nacionalidad?-, el hecho de que Flame se relacione con mujeres que están muy inmiscuidas en la traición, y que Citron no pueda convivir con su mujer y su hijita comienza a darle otros tintes al relato. Que se sigue con atención, porque el peligro es inminente en cada secuencia que comienza. A veces, el director muestra a los protagonistas a punto de asesinar a alguien sin previo aviso. Otras, demuestra sus ¿flaquezas? El problema con Flame es que escucha demasiado a sus víctimas, y a veces, decide no ajusticiarlas. Es allí cuando Flame se sincerará, y dirá que “olvidé que no matamos a personas, sino a nazis”. Pero no todo queda en la lucha fratricida. El guión, basado en hechos reales, apunta que Flame quiere eliminar a Karl Heinz Hoffmann, jefe de la Gestapo en Dinamarca, cuando en realidad su grupo recibe órdenes de los ingleses y en sus actividades clandestinas tienen vedado aniquilar oficiales de alto rango nazis. Y por allí las cosas se irán complicando para el dúo. Antes de que los eleve a un pedestal, el realizador danés testimoniará las contradicciones de sus héroes, que pelearán como Butch Cassidy y Billy the Kid en Bolivia. Cuestión de lealtad, que le dicen, ambos viven épocas difíciles en que no se puede confiar en nadie, ni en aquéllos que le tienden una mano… o les tienden una trampa. Todo un descubrimiento, Thure Linhardt es Flame (Llama, por sus cabellos pelirrojos) y Citron es Mads Mikkelsen, el actor más popular de Dinamarca, el malvado de Casino Royale . Ambos son capaces de mostrar la hidalguía de sus personajes, pero también sus bemoles. También cumplen con sus actuaciones el alemán Christian Berkel (el jefe de la Gestapo), que luego de rodar esta película sería visto en Operación Valquiria y Bastardos sin gloria ; Jasper Christensen, como el padre de Flame, y Stine Stengade como una enigmática mujer. Pero lo que da más valor al filme es que muchos de los valores aquí mostrados, en situaciones límites, siguen teniendo el mismo peso moral de siempre en el mundo contemporáneo. Y eso vale doble.
El juego de las diferencias Reiterativa en secuencias de acción y persecución, sólo ofrece adrenalina. Los tanques de Hollywood se diferencian entre sí cuando detrás de ellos hay una idea -que no es precisamente, la que los reúne y permite definir como tanques, y es recaudar con pala-. Son los casos que ofrecen películas con una trama, una intriga, un aliento o llámenle alma. Sea Batman, el Caballero de la noche , Los Simpson o Toy Story 3 . El tardío traslado de Brigada A al cine no se emparienta en nada con “esa” buena idea, pero tampoco es aburrida y reiterativa como recientes tanques, tipo Furia de valientes . Porque Brigada A sí es reiterativa en las secuencias de acción y persecución, pero no aburre ni cansa. Es como estar en la montaña rusa: uno sabe, lo tiene a simple vista: habrá momentos de adrenalina. Y nada más. Ya tener al frente del elenco a Liam Neeson, que hace casi veinte años salvaba prisioneros de campos de concentración nazis en La lista de Schindler , y a la nueva estrella Bradley Cooper como Aníbal y Peck habla de un mínimo esfuerzo por rodear bien un guión inexistente en historia y desarrollo. La película tiene un prólogo de unos casi veinte minutos que, si terminara allí, todos quedarían contentos. En él se cuenta cómo Aníbal y Peck conocen a Baracus y Murdock. Luego, claro, para empalmar con la serie hacía falta que estos militares que forman su propio grupo sean sentenciados por algo que no cometieron -en la tele era asaltar un banco para terminar antes con la guerra de Viernam (!), ahora en Bagdad debieron robar de manera clandestina unas placas para imprimir dólares-, huir de cárceles de máxima seguridad y limpiar su nombre. Ideológicamente la película no comienza bien (los policías mexicanos son corruptos y asesinos en el prólogo), pero como después son los militares estadounidenses y hasta miembros de la CIA quienes son igual o más sucios, todo queda parejo. Lo antedicho: habrá alguna secuencia de acción que impacte más que otra, vuelos rasantes en helicóptero o avión, estará la camioneta que ama Baracus, las locuras sin freno del esquizofrénico Murdock, la pinta y seducción de Peck y el cinismo y las frases hechas del coronel Aníbal. Si usted seguía la serie, ya sabe lo que Los magníficos le pueden brindar. Y si no, también. ¡Ah!, los fanáticos abstenerse de levantarse cuando comiencen a rodar los títulos finales. Un par de sorpresas les tienen reservados a los más pacientes.
Juntos, pero no revueltos En apariencia menos ambicioso, el nuevo filme de Adrián Caetano se centra en las relaciones familiares. Como si la vida fuera un libro abierto de oportunidades, Francia plantea desde sus personajes protagónicos la esperanza y los temores ante situaciones comunes de cualquier mortal. El amor funciona como bálsamo o motivo de sana discordia. Si Francia se asemeja a alguna otra película de Adrián Caetano -largo, no cortometraje- es a Un oso rojo . Padre, madre e hija, el primero alejado de las segundas -en el filme con Julio Chávez, por estar preso; aquí, Carlos se separó de Cristina cuando Mariana era muy pequeñita- y enfrentando una difícil convivencia. Las comparaciones deberían terminar allí, ya que en Uno oso rojo a la relación padre-hija se sumaba un aliento de thriller que Francia está lejos de ofrecer. Francia es una película, en apariencia, menos ambiciosa que otras realizaciones del director de Bolivia o Crónica de una fuga . Carlos regresa al hogar más que por amor -nada se descarta- por penurias económicas compartidas: Cristina pensaba alquilar la piecita de arriba, a él le viene bárbaro y a Marianita, ni qué hablar. Es que, en verdad, la película está contada en buena parte desde lo que ve y absorbe como una esponja Mariana. A sus doce años la niña tiene problemas de conducta y de relación, vive como enfrascada con sus auriculares y el tema Gloria le fascina tanto como para querer que la llamen así. Pero el tener al padre bajo un mismo techo no le asegura que su mundo de relaciones cambie demasiado. Cada vértice del triángulo que conforman tiene asuntos por qué preocuparse, y Caetano les da su espacio propio. Al margen del tema familiar, al director le interesa la inclusión social -Cristina no la pasa bien como empleada doméstica- y el maltrato contra la mujer -Carlos golpeaba a su nueva pareja-. Caetano sorprende por el tono que utiliza, por la musicalización y hasta por elegir a su propia hija Milagros en el papel protagónico. Donde no hay lugar para el asombro es en el ya acostumbrado timing y rigor narrativo. Cuenta en planos secuencias -la escena en la que Mariana hace los deberes, con su mamá al lado- y es un gran director de actores. No es común ver a Natalia Oreiro en un papel como éste, y ganarse la simpatía del espectador. Chica de producción, Francia es más grande en su planteo que lo que parece a simple vista.
Para verla una y otra, y otra vez La que tal vez marque el cierre de la saga es una película tan emocionante -y humana- como divertida. La solidaridad y la amistad como bien supremo. No hay ser humano -o juguete- que no quiera que lo quieran. Pero para sentirse querido, se lo tienen que demostrar. Woody, Buzz y todo el grupete aguarda en el baúl a que Andy, que ya es un adolescente, decida qué va a hacer con ellos. Andy está armando literalmente la valija para ir a la universidad, y recibe un ultimátum de su madre -del padre, como desde la primera película, no se sabe nada-. O se los lleva con él, los manda a la buhardilla o los dona a una guardería. De ahí que los juguetes tiemblen por su futuro. Está claro que hace mucho que el niño ahora adolescente no juega con ellos, y de ahí el temor, pero Andy no olvida a sus amigos, elige al vaquero y mete en una bolsa al resto para mantenerlos, juntos, en algún lugar de la casa. Pero -si no hubiera un pero no habría película- la madre confunde la bolsa y el dino Rex, el perro Slinky, el cerdito Hamm, Sr. y Sra. Cara de papa, Buzz, Barbie, la vaquera Jessie y el caballito casi terminan en la basura, y al final llegan a una guardería. Los elogios que había despertado la primera película de PIxar, Toy Story , iban por el ingenio de crear juguetes que no sólo hablaran, sino que sintieran como humanos. La segunda lo multiplicaba todo: al ingenio original le sumaba la carga emotiva, ejemplificada con Jessie padeciendo el síndrome del abandono -igual que aquí-, acompañada por la canción de Randy Newman con la que era imposible no enternecerse. Bueno, sepan los amigos de Woody y Buzz que van a emocionarse, sufrir, llorar y reír como no lo imaginaron nunca. La estructura de Toy Story 3 es similar a sus predecesoras -un juguete cae en manos peligrosas, sea un vecinito o un coleccionista- y hay que rescatarlo. Aquí es de nuevo el vaquero quien pone en juego su vida por salvar a sus amigos, porque la guardería está dirigida por un oso de peluche -Lotso, divino, sí- pero que en verdad es un déspota que desde que su dueña lo abandonó en el campo se volvió egoísta y desconsiderado con sus pares. Lee Unkrich -que codirigió la segunda Toy Story y Monsters Inc. - sabe mover con precisión los hilos de la trama, que alterna comedia y, sí, cierta angustia, y así la película no ahorra sustos a los más chiquitos (y a sus acompañantes). En más de un momento se sufre -sí: se sufre- por el destino de los juguetes. Y por eso, cuando los juguetes están a punto de ser destrozados y/o quemados, uno siente lo mismo que cuando era chico y sufría con Dumbo, Bambi y todos esos animalitos con que Disney nos supo torturar en nuestra niñez, y se pregunta: ¿los van a... matar? Lo que hace realmente grande a Toy Story 3 es la conjunción de humor, imaginación, colorido, animación 3D y sentimiento en estado puro. Purísimo. Y no hay que haber visto las primeras para comprender la tercera. Con tener corazón, alcanza. En las películas de Pixar las moralejas llegan por decantación, no por subrayados innecesarios. Con la solidaridad que nace de la amistad como bien supremo, los chicos las reciben con los ojos y los brazos abiertos. Es una película para compartir y ver una y otra vez. Si Toy Story 3 marca o no el cierre de la saga iniciada en 1995 no corresponde decirlo aquí. El final es tan emocionante que deja sin palabras.
Allí donde pertenecemos La película de Ozon habla de responsabilidades, amores pasajeros y la imposibilidad de ser feliz. Si cada película de Francois Ozon es distinta a la anterior -y seguramente a la próxima-lo que llama la atención en El refugio no es la trama ni el tema (los grandes directores no suelen cambiar de tema, sí hacer distintas variaciones) sino la sequedad con que trata a su protagonista, Mousse, una joven embarazada que decide hacerse cargo de su estado cuando su pareja muere por una sobredosis. Ozon, director de 8 mujeres y La piscina , trata sin ningún tipo de miramientos o condescendencia a Mousse, quien si no murió junto a Louis es porque tuvo más suerte. Adicta a las drogas, desoye el consejo de la madre de su pareja, que apenas ha enterrado a su hijo le “sugiere” que lo mejor sería que ese bebe no naciera. Mousse, que será cualquier cosa y, además, independiente, se marcha y aloja en una casona cerca del mar, a esperar que su físico cambie y tener su criatura. Si la película abre con escenas fuertes -la inyección de la droga propiamente dicha-, luego Ozon decide narrar con mesura y hasta una puesta de cámara más tradicional. La llegada del hermano de Louis a la casa en la playa -nunca se sabe si enviado por su madre para “controlar” a Mousse-, de paso hacia España, le devuelve ese protagonismo compartido a Mousse, ahora con un gay y, en muchos aspectos, distinto a Louis. Pero el centro es Mousse. Siempre. Ozon sí parece entusiasmarse con los cuerpos -el de Mousse en sus distintos momentos del embarazo, el del hermano en la playa-. Ellos son jóvenes, apuestos, pero algo no condice con esa situación de apariencia, de lo externo: no hay regodeo sino contraposición con, más que lo que dicen, lo que hacen. El refugio del título no es, como podría preverse, el cuerpo de Mousse con respecto al bebé, sino el lugar, físico, en el que Mousse decide alojarse. La pertenencia, la ausencia del amor, la imposibilidad de ser feliz y las responsabilidades que se deben asumir son sólo un puñado de los asuntos que aborda Ozon, y para los que Isabelle Carré aporta mucho más que su phisique du rol. Mousse es una mujer inabordable. Cuando creemos saber qué o cómo piensa, muy probablemente estemos equivocados. Ella sola sabe adónde pertenece: pese a todo lo que sucede, el filme nos dice lo afortunada que es.