Bien negra y bien noruega El género negro está teniendo muy buenos ejemplares, que se suman a una tradición destacable. Desde la saga Millennium , de Stieg Larsson, sabemos que en la península escandinava que comparten Suecia y Noruega, además de mucho frío, hay autores de talento, tramas que entrecruzan corrupción, manejos turbios en empresas y personajes más o menos detestables con comportamientos privados… ¿cómo decirlo? Mejor ocultarlos. Roger Brown, el protagonista de Cacería implacable ( Headhunters es su título internacional) surgió de la inventiva de Jo Nesbo, quien es famoso por crear otro personaje, Harry Hole, un policía violento y depresivo. Nuestro Roger es la antítesis. Siempre de traje o con el saco puesto, está casado con una bomba noruega y le mantiene los gustos a un costo alto. Trabaja como un cazatalentos para una empresa tecnológica en Oslo, entrevistando y recomendando directivos. No le alcanzaría lo que cobra, así que se las arregla de otra forma. Fácil. Cuando entrevista a estos cuasi millonarios, tiene su estrategia. Manipulador, averigua sus horarios y quiénes viven en su casa, si tiene pinturas y, con la ayuda de un empleado de una firma de seguridad que le desarma las alarmas a distancia, entra, corta la tela, pone una reproducción y después las vende. La cosa se le complicará cuando un recién llegado le sea presentado por Diana en la galería de arte que Roger le ayudó a abrir. Clas dice tener un Rubens tasado en casi cien millones, en la casa que era de su abuelita. Roger lo tienta para el empleo, averigua horarios, etcétera… Como una suerte de Nueve reinas nórdica, al comienzo, y hasta con algo de El socio del silencio (1978), cuando el que engaña es el engañado, Cacería implacable son tres películas en una. Hay tres segmentos bien diferenciados: el primero, el que acabamos de narrar, y otros dos que no vamos a adelantar. La película de Morten Tyldum es un instrumento de precisión, de relojería. Nada de lo que se diga o vea habrá sido dicho o puesto en pantalla por que sí. El noruego Aksel Hennie lleva adelante todo el metraje -sin pestañear, un dato no menor-, mientras el danés Nicolaj Koster-Waldau ( Game of Thrones ) se convierte en su perseguidor, como dice el título local. La hermosa Synnove Macody Lund sale airosa en su debut como actriz aquí: era crítica de cine. Si se la pierden, ya una productora hollywoodense compró los derechos para la remake estadounidense. Mientras no hagan lo mismo que con Nueve reinas ...
...que se acaba el mundo Steve Carell se prueba en la comedia y el drama como un humano más que debe hacer lo que pueda antes de que la Tierra desaparezca. “¿Qué vas a hacer el resto de tu vida?” es una pregunta capciosa en el marco de esta película, si se sabe que en 21 días un asteroide chocará irremediablemente con la Tierra, por lo que el resto de son tres semanas. Apocalipsis ahora, sí, y como en Melancolía , de Lars von Trier, pero ante la misma hipótesis, distintas circunstancias y resultados. Dodge (Steve Carell, como siempre, con cara de yo no fui) le suma a su preocupación existencial que su mujer, presa del pánico, lo ha abandonado. No va a morir solo, va a morir con todo el mundo, pero le quieren encontrar -rápido- pareja en un universo en el que hay saqueos, suicidios sorpresivos, padres que entusiasman a beber a sus hijos menores... Es tiempo de mandar allí, adonde usted sabe, a quien siempre quiso mandar. Y también es tiempo de, ejem , que se acaba el mundo. La opera prima de Lorene Scafaria, guionista de TV y de Nick y Norah, una noche de música y amor , parte de una premisa que atrae, y la va acicalando y renovando en cada escena. Cuando hace que Dodge deje la ciudad para ir a buscar al amor de su vida, el de la Secundaria, le adosa a su vecina (Keira Knightley, sí, con ese acento tan british). Y los hace cruzar con personajes inesperados. O al menos que tienen presencias episódicas, cuando parecía que iban a tener más peso en la trama. Y no vamos a adelantar quiénes. Podría parecer una película del camino, con personajes que no son lo mismo cuando llegan que cuando partieron, pero es tan poco el tiempo que tienen, que Dodge y Penny son como uno los conoció de primera vista. Carell y Knightley se llevan de primera en pantalla. Y el actor de The Office no puede quejarse, ya que ya ha compartido escenas con Anne Hathaway, Julianne Moore, Juliette Binoche. Pone cara de tonto, pero es evidente que no lo es. Divertida y con giros entre inesperados y efectivos -Dodge se “emborracha” con líquido para limpiar vidrios; se despierta en un parque y descubre que le ataron la correa de un perro; la parada en el camino en el bar, donde no hay demasiadas vueltas con el sexo-, el espectador se suma al desconcierto de los personajes. Y si hay escenas que podrían o no estar -la de la prisión sirve para que los protagonistas se cuenten cosas, pero pudo haber sucedido en la camioneta-, todo está amenizado con ritmo y muy, muy buena música.
Pasajeros en tránsito Es Tournée una película acerca de lo que un hombre cree ser y lo que es. De lo que no hay dudas es del talento de Mathieu Amalric, a quien en todo el mundo se lo reconoce como un gran intérprete más que como director, porque se lo ve más delante que detrás de la cámara. En su tercer filme como realizador, el actor de La escafandra y la mariposa se basa en su personaje (Joachim), un productor de televisión exitoso que se fue de Francia y que regresa con una troupe de cinco artistas de neo burlesque estadounidenses. Tournée es un relato que se ve y que va de afuera hacia adentro, hasta en sus alegorías más simples. Las chicas actúan, por elección de Joachim, en salones de ciudades portuarias, arrancando en Le Havre. Les cuesta llegar al centro, a París. Son como esos viajeros que están en tránsito en los aeropuertos, sólo que aquí viajan en tren, en una combi y paran en hoteles, lugares donde nadie puede sentirse como en casa. Y eso es lo que, uno vislumbra, Joachim ansiaba más que nada y nadie. Los cuerpos de las artistas son bien fellinescos. Exuberantes, pero también cuyos encantos comienzan a desaparecer. Joachim y sus mujeres son eso: un sexteto, si no en descomposición, viendo cómo la notoriedad se está transformando y reflejando más en una sombra que en lo que les devuelve el espejo. Joachim trata a sus figuras -actúan de lo que son en la vida real, figuras del burlesque- como niñas, las adula y les miente, a veces como forma de apoyo, otras todo lo contrario. Amalric elige a una, Mimi Le Meaux (Miranda Colclasure) casi como explicación o interpretación del mundo que relata. Ella podrá estar bien, mejor o peor, sintetiza los sueños y miedos de todos. Joachim regresa a su tierra, y espera ser recibido más que como lo que es, como lo que fue. Se imagina un regreso con gloria. Un pasado mejor, un presente que no se sabe, y un futuro… que quién sabe cómo será. Pero que será de él, y de ellas. Como esa única, la última lágrima que se ve recorriendo su rostro.
El amor imaginado Si algo distinguía a Pequeña Miss Sunshine era que rompía con lo preestablecido. La pareja que forman sus directores Jonathan Dayton y Valerie Faris -con éxitos en la publicidad y el videoclip antes que en el cine- se tomaron su tiempo, y seis años después ya no analizan a una familia particular, sino a un escritor bloqueado y necesitado de atención amorosa. En Ruby, la chica de mis sueños muestran a un individuo -que tiene su familia, pero el centro no es la interrelación, sino él-. Calvin tuvo un éxito editorial con su primera novela a los 19 años. Una década después, no sólo está paralizado: no sabe cómo empezar a escribir algo nuevo, ni cómo iniciar una cita. Y siguiendo el consejo de su psicólogo (Elliott Gould) esos sueños sobre la chica soñada los plasma en el papel de su máquina de escribir. Y un día Ruby, la chica sobre la que escribía, se reaparece en realidad. Ya Calvin dirá que no escribe “sobre” Ruby, sino que “la” escribió. Ruby es como él la quería. Y si algo no le gusta, va, se sienta ante la vieja máquina, tipea y, por arte de magia, Ruby es y hace lo que él desea. Película sobre el amor, la manipulación del ser amado, la necesidad de querer y de no querer, Ruby... abreva en varias fuentes. De la obvia Más extraño que la ficción (del mismo año que Pequeña… ), pasando por Harvey (con James Stewart), El ladrón de orquídeas , de Spike Jonze, y hasta cruzando con The Truman Show . No se le busca originalidad a la trama, lo original pasa por el tratamiento, y por qué harán los directores con Ruby. Con o sin final feliz, el filme plantea más que lo que resuelve. De qué sirve tener a alguien soñado si se puede maniobrar sobre él como con plastilina. Aquí no hay cinismo -sí algo de presunción e inmodestia desde la realización, que en momentos nos aleja de los personajes-. ¿Vale más ser querido o querer? Siguiendo con las parejas, Zoe Kazan (Ruby) escribió el guión, siendo nieta de Elia Kazan ( Nido de ratas ), y su novio en la vida real es Paul Dano, el protagonista de este filme singular e insólito. Por ahí está Antonio Banderas, en una de esas películas en las que no debería estar.
Matrimonio mayor Meryl Streep se luce interpretando a una mujer que trata de encarrilar la relación con su esposo, un malhumorado Tommy Lee Jones. Algo decididamente no anda bien entre Kay y Arnold. Sentados a la mesa junto a sus hijos, celebrando sus 31 años de casados, Kay cuenta que como presente “nos regalamos la suscripción al cable. Son muchísimos canales...”. Duermen en cuartos separados, la rutina diaria es asfixiante. “¿Se puede cambiar un matrimonio?”, le pregunta intrigada Kay a una amiga. No, no haría como en Dos más dos . Nada de swingers. A los sesenta y pico, Kay y Arnold están más cerca de ir a la cama a ver la tele que hacer otra cosa. La pregunta es quién quisiera estar con un especimen como Arnold, con el rostro, el malhumor y todo lo negativo que sabe darle a su personaje el insufrible Tommy Lee Jones. Bueno, ésa es Kay, la protagonista a la que Meryl Streep sabe dotarle de toda una paleta de ricas características, cambiante pero coherente en cada salto de escena, más aún cuando el guión los lleva a pasar una semana en Hope Springs (el título original del filme), donde el doctor Feld (Steve Carell) intentará ayudar a ambos en su centro de terapias de parejas. Con experiencia en la pantalla chica -ha dirigido capítulos de Sex and the City , Band of Brothers y Entourage -, el director de El diablo viste a la moda vuelve trabajar con Streep, y eso, se nota, es un handicap. La actriz se roba cada una de las escenas en las que está incluida, aunque sin proponérselo. Debe ser difícil compartir encuadre con ella: Aunque Carell y Jones no desentonan, la estrella de La amante del teniente francés sigue imponiendo su estilo y magnetismo como siempre. Meryl compone a un personaje, distinto a lo de siempre, Tommy Lee hace lo de siempre, el insoportable, quejoso, amargado. Claro, lo bien que le sale. Para que la película no terminara siendo un capítulo de una buena serie de televisión, se necesitaban, además de las buenas actuaciones, diálogos jugosos, situaciones cambiantes, un ritmo distinto en cada salto de secuencia. Y Frenkel lo hace. A veces, con meros apuntes (la mesera que los atiende en el restaurante del pueblo inmediatamente detecta que están para la terapia de parejas), otras dejando fluir las acciones y expresando la simpleza de una mirada cómplice entre el matrimonio, o con las preguntas de tono sexual que les hace el terapeuta. “No es tarde para el que se atreva a intentarlo”, dice el doctor Feld, con más ímpetu de libro de autoayuda que otra cosa. En una pareja en la que no se cuentan sus fantasías ni sus sentimientos, debe hacerse difícil sostener la intimidad a futuro, se tenga la edad que se tenga. Y por eso ¿Qué voy a hacer con mi marido? es tan divertida como cuestionadora. Tal vez Kay y Arnold no tengan éxito en lo suyo, quién sabe, pero del otro lado de la pantalla, el que gana es el espectador.
Historias que se cruzan sin fin El guionista Peter Morgan ( La reina ) fue sincero al decir que se basó en Reigen , una obra que había sido adaptada para el cine en 1950, La ronda , de Max Ophuls. 360 es el tipo de filme coral, con varios personajes que viven distintas historias que, en algún momento, se irán a cruzar. El mexicano Alejandro González Iñárritu (con Babel , por ejemplo) se había especializado en el género. Y el propio Morgan lo hizo en el guión de Más allá de la vida , para Clint Eastwood. Ahora es otro latinoamericano, el brasileño Fernando Meirelles ( El jardinero fiel ), quien se aboca a juntar y seccionar las historias en diferentes ciudades. Como si fuera el efecto mariposa, ése que hace que lo que pasa en una punta del mundo repercuta en otra distante. Empezando por una prostituta de Europa del Este que hace sus primeras armas en Viena, con un frustrado cliente (Jude law), que engañaría a su esposa (Rachel Weisz), quien ya de por sí lo engaña en Londres. Y hay un padre inglés (Anthony Hopkins) desesperado buscando viva o muerta a su hija, que abandonó el hogar. Volando a los Estados Unidos a reconocer un cadáver, conoce en el avión a una brasileña (María Flor), que dejó a su novio que le pone los cuernos y que se encuentra en el aeropuerto con un pedófilo recién liberado de prisión (Ben Foster). Y hay un dentista en París que no sabe qué hacer con su asistente, si avanzar en una relación que nunca comenzó. Aquellos espectadores a quienes esta clase de relatos le sea atractivo, sin profundizar demasiado en las relaciones (a cualquier película le resulta imposible realizarlo si tiene una duración normal), terminarán satisfechos con el filme del director de Ciudad de Dios . Hay, sí, tremendas actuaciones, como la de Weisz y la de Hopkins, mientras Ben Foster bien sabe cómo infundir temor y ambigüedad desde su extraño personaje. Pero es un virtual desconocido por estos lares el ruso Vladimir Vdovichenkov, como un asistente de un mafioso que planea redimirse, junto a la checa Lucia Siposova (la prostituta del comienzo) quienes, sin interactuar con las estrellas, llaman la atención y generan la empatía necesaria para sostener sus propias historias.
Yo soy tu amigo fiel Mark Wahlberg y un oso animado protagonizan una comedia de lo más incorrecta. Hay que tener hombría o ser un soberano lelo para pedir que el osito que tus papis te regalaron cierta Navidad se convierta en tu mejor amigo por siempre jamás, que hable y te acompañe por el resto de tus días, amén. John Bennett lo hizo. Chico impopular en su barrio, si le pidió un deseo a una estrella, mejor que después se haga cargo. Y si Ted termina hablando y creciendo -es una manera de decir, porque John será un eterno adolescente con su compinche de peluche- y es su amigo inseparable, al fin y al cabo, John lo deseó. Y al fin y al cabo es su vida. El asunto con John es que en su vida, cuando crezca y tenga 35 años y un trabajo por el que nadie pelearía, estará Lori (Mila Kunis), su novia, esperando que él termine por comprometerse con ella, le pida matrimonio, dé un paso adelante. Cuando Lori advierta que Ted es un osito bárbaro, pero también el amigote al que su novio sigue pegoteado, le llegará al muchacho el ultimátum. No es o él o yo, pero casi. La comedia hollywoodense más exitosa, en términos de cantidad de público, del siglo que corre, tiene en su trama, por lo general, a personajes como John. Si no son adolescentes en su documento de identidad, nítidamente lo son en su adultez, y se niegan a crecer. Las películas de Judd Apatow lo testimonian. Y esta opera prima de Seth MacFarlane (38), creador de American Dad! y Family Guy ( Padre de familia ), dos irreverentes comedias animadas de la televisión estadounidense, se sube a la ola. Y al adosarle un personaje animado (no dibujado: se utilizó la técnica de motion capture , se lo agregó después por computadora), redobla la apuesta. Ted es una comedia todo lo políticamente incorrecta que cabía esperar de McFarlane, que en el cine no se puso límites. Ted (con la voz del propio MacFarlane, quien también lo hace con sus famosos protagonistas animados en TV) se enfiesta, se droga con John, recibe prostitutas (cuatro) y hablando podrá parecer inteligente, pero es una letrina. El guión de Ted tira un par de premisas (la amistad incuestionable, y la necesidad de crecer, como persona y con su pareja) y les da una y otra vuelta, con gags graciosísimos y otros pasados de rosca. Los treintañeros o cuarentones con nostalgia -otro tópico del Hollywood de hoy-, con guiños y homenajes del otro lado de la pantalla, también estarán complacidos y satisfechos con esta película. Hay mucha mención a Flash Gordon (el filme de los años ‘80 con música de Queen), a Indiana Jones y más. Mark Wahlberg, en el personaje de John Bennet, da ese típico adolescente -un Ralph Macchio, ¿qué será de la vida del actor de Karate Kid ?- y parece embobado cuando debe parecerlo, e irresoluto y simpático casi siempre. Kunis (que trabaja con MacFarlane desde Padre de familia ) es la compinche ideal para la trama. Y Ted es un personaje al que no se le puede discutir nada. A ver si contesta.
Objeto y persona Una periodista (Juliette Binoche) investiga a jóvenes europeas que eligen la prostitución para solventar sus gastos. No deja de ser curioso cómo una investigación cambia casi de cuajo la vida de la periodista que interpreta Juliette Binoche, madre de familia y con algunos problemas de pareja. Anne trabaja free lance para la revista Elle y la intriga el, llamémosle, fenómeno de las estudiantes europeas que eligen la prostitución para solventar sus gastos. Entrevista a dos, una francesa y otra polaca. Y ninguna de las dos jóvenes parece tener inconvenientes con su profesión. Son abiertamente francas en contar por qué hacen lo que hacen. Dirigida por Malgoska Szumowska, no es Elles una película a la que se pueda tildar de feminista, porque no toma partido. No se pone la realizadora en el lugar de sermonear, de decir qué está bien y qué mal. Prefiere dejar planteadas, en la conciencia del espectador, de manera más sutil qué dice todo esto de la sociedad que las cobija. Y también la directora polaca pone el centro en la percepción que Anne tiene con respecto a las chicas. En las entrevistas se muestran confidentes. Y Anne descubre, no sin sorprenderse, que Charlotte (Anais Demoustier) y Alicja (Joanna Kulig) son felices en sus vidas. Más que ella. La película ofrece escenas de fuerte contenido, en cuanto a diversas prácticas sexuales entre el sadismo y masoquismo, que pueden resultar shockeantes, aunque están dentro de un marco orgánico. Las jóvenes ¿viven su profesión como una sumisión o con la libertad de disponer del cuerpo como les plazca, más que como lo deseen? El filme sugiere, esboza la diferencia entre objeto y persona con el compromiso y el riesgo que conllevan. También habla de la soledad -de Anne, y de su esposo, de sus hijos, uno adolescente-. Binoche tiene un personaje para nada sencillo, del que sale adelante que su consabido aplomo.
Yo sé que tú sabes que yo sé El tema del doble y el enfrentamiento de los opuestos es crucial en este thriller, que mejora cuando transcurre en el Delta. Muchos son los temas de la opera prima de Ana Piterbarg, que en formato de thriller se estrena hoy. El enfrentamiento de los opuestos es el más claro, el que nítidamente atraviesa toda la trama del filme. Dos hermanos gemelos de distinta personalidad. El Delta y la ciudad. La naturaleza y lo urbano. La sinceridad y la mentira. Y la más obvia, el bien y el mal. La configuración es el thriller, porque hay un secuestro, y una muerte -que podrá potenciar otras-. Pero la película también es un drama, el de un hombre (Agustín) que está harto de su vida ordenada y que al entrever una oportunidad de cambio, se lanza sin medir las consecuencias. Agustín (Viggo Mortensen) es un pediatra aplicado y apocado, cuya pareja, Claudia (Soledad Villamil, en un personaje que merecía mejor desarrollo) quiere adoptar un bebe. “No tengo nada que darle, no sirvo para eso”, se sincera él. “¿A vos te está pasando algo? ¿Hay algo que no me dijiste a mí?”, es la respuesta de su mujer. La respuesta de Agustín será imprevista para ella, para él y para el espectador. Cuando Claudia esté ausente, Pedro, el gemelo de Agustín, lo visitará. Es su antítesis. Pedro usa barba, es un hombre desalineado. Agustín comenzó a dejarse la barba y a beber, a abandonarse ante el abandono de su mujer. Hubo un secuestro en la isla del Delta del Tigre, donde los hermanos pasaron su infancia y Pedro se gana la vida con su colmena. Tras esa visita, Agustín adoptará la identidad de su gemelo, viajará al Delta y se hará pasar por él. La directora ahonda en esa dualidad entre lo urbano y lo campestre, siendo mucho mejor el relato cuando transcurre en el Delta que cuando los protagonistas están en tierra firme. Será o no una metáfora buscada, pero el cambio de registro es brusco. Es que los personajes en el Tigre son mucho más ricos. Agustín/Pedro es en verdad un tercer protagonista, al que Mortensen le ofrece esa máscara de ambigüedad y temor que tanto le pedía desde el guión. Y fundamentalmente están la pichona Rosa (Sofía Gala Castiglione), un interés romántico de Pedro, a quien ayudaba en la colmena, y también de Adrián (Daniel Fanego), que lo conocen a Pedro en su intimidad y que -todos- quedarán descolocados en sus encuentros en la isla. El tema del doble en el cine es tan antiguo como el cine mismo. Piterbarg demuestra ser muy buena dialoguista, aunque su guión presenta, revele (demasiados) guiños literarios. Tal vez no haya sido necesario mostrar la tapa de un gastado Los desterrados , de Horacio Quiroga. Técnicamente la película está 10 puntos -con una gran dirección de arte-, y a un Mortensen que se ha entregado por entero lo secunda un Fanego con otra gran actuación (recordar ¡Atraco!). “Todos tenemos el mal adentro” advierte Rosa, y sugiere no hacer el mal a los otros. La cuestión es que muchos de los personajes no tienen un plan para luchar contra eso, aunque sí para otras cosas que sostienen el título del filme.
A ver qué hay adentro... Una niña compra una extraña caja de madera en una venta de garage, sin saber que la habita un espíritu maligno. En tiempos en los que el suspenso parace un instrumento dejado en desuso en las películas de terror, que en su inmensa mayoría prefieren el golpe de efecto, el golpe bajo o cualquier otro tipo de mazazo al espectador, Posesión satánica es una rareza. Su guión no es un dechado de virtudes, pero se toma sus tiempos en desarrollar la historia, casi a la manera de una de sus predecesoras, El exorcista . Claro que la película de William Friedkin es de 1973, y ahora el público necesita todo ya, rápido. Pues bien, habrá que esperar sentados para que la cosa se vaya poniendo turbia. La menor de dos hijas de una pareja separada le pide a su papá que compre una caja de madera en esas ventas de garage que son tan comunes en los Estados Unidos. Lo que no saben -ellos, porque el espectador, sí- es que la caja posee un Dibbuk, un espíritu maligno según la tradición judía, que está agazapado esperando que un alma ingenua lo deje libre y apoderarse de ella. Obvio que Em, la chica, la abre. Basada, se informa, en hechos reales, la desesperación del padre (Jeffrey Dean Morgan, clon estadounidense de Javier Bardem) y de la madre (Kyra Sedgwick) va in crescendo al no saber qué es lo que le pasa a Em (Natasha Calis). La película pega sus buenos sustos y en buena ley, mantiene la tensión casi siempre y cuando se apela a los clisés, éstos se ven hasta con complicidad. tal vez sea mérito de Sam Raimi, que oficia de productor, más que del realizador danés Ole Bornedal, quien sabe decirle ole a los convencionalismos del género.