Posesión satánica

Crítica de Pablo O. Scholz - Clarín

A ver qué hay adentro...

Una niña compra una extraña caja de madera en una venta de garage, sin saber que la habita un espíritu maligno.

En tiempos en los que el suspenso parace un instrumento dejado en desuso en las películas de terror, que en su inmensa mayoría prefieren el golpe de efecto, el golpe bajo o cualquier otro tipo de mazazo al espectador, Posesión satánica es una rareza. Su guión no es un dechado de virtudes, pero se toma sus tiempos en desarrollar la historia, casi a la manera de una de sus predecesoras, El exorcista .

Claro que la película de William Friedkin es de 1973, y ahora el público necesita todo ya, rápido. Pues bien, habrá que esperar sentados para que la cosa se vaya poniendo turbia.

La menor de dos hijas de una pareja separada le pide a su papá que compre una caja de madera en esas ventas de garage que son tan comunes en los Estados Unidos. Lo que no saben -ellos, porque el espectador, sí- es que la caja posee un Dibbuk, un espíritu maligno según la tradición judía, que está agazapado esperando que un alma ingenua lo deje libre y apoderarse de ella. Obvio que Em, la chica, la abre.

Basada, se informa, en hechos reales, la desesperación del padre (Jeffrey Dean Morgan, clon estadounidense de Javier Bardem) y de la madre (Kyra Sedgwick) va in crescendo al no saber qué es lo que le pasa a Em (Natasha Calis).

La película pega sus buenos sustos y en buena ley, mantiene la tensión casi siempre y cuando se apela a los clisés, éstos se ven hasta con complicidad. tal vez sea mérito de Sam Raimi, que oficia de productor, más que del realizador danés Ole Bornedal, quien sabe decirle ole a los convencionalismos del género.