Producida por el maestro del cine de terror James Wan, en compañía de la prestigiosa casa BlumHouse (lo creadores de la reciente y exitosa “Teléfono Negro”), nos llega esta sátira social gestada bajo los códigos del cine de terror. “Megan” resulta una abierta crítica a la hiper conexión e interacción con dispositivos tecnológicos en nuestra cotidianeidad. La incomunicación es un mal propio de nuestros tiempos y anclándose en dichas coordenadas es como el director Gerard Johnston echa una mirada hacia el mundo digital, ese ecosistema despersonalizado en donde el desapego emocional predispone el juego de ambivalencias: ¿proteger significa asesinar?, ¿qué ocurre cuando jugamos con la inteligencia artificial? Tales son los interrogantes que parecieran impulsar la labor de la guionista Akela Cooper, quien retorna a trabajar junto a Wan (luego de “Maligno”). Resulta imposible no trazar vínculos entre Megan y el recordado muñeco diabólico Chucky, aquel regalo de cumpleaños para un nuño solitario que se estrenara en la gran pantalla en 1988. Si en aquel momento, el ritual satánico necesario para volver a la vida a un ser inanimado, en plena era digital es más esperable encontrar en el mejor amigo no humano a esta muñeca hiperrealista que nos cuida, educa y otorga bienestar. A lo largo de la película, se erigen reflexiones con intermitente violencia y un sentido del absurdo necesario para comprender las tonalidades de una propuesta que adolece de cierta fuerza y consistencia. Escasea lo sinestro entre meros golpes de efecto. Un “Megan” es un juguete siniestro desperdiciado.
La veterana directora francesa Claire Denis ha dirigido trece películas en total a la fecha. Como marca de autor, sus personajes son seres ciertamente marginales que se mueven en un territorio hostil. Denis, de setenta años de edad y con total prestancia, retrata los complejos mecanismos que caracterizan a las relaciones humanas y la sensualidad omnipresente en su mirada del mundo es otro rastro inconfundible de su filmografía. Todas estas variables confluyen en su más reciente obra: “Con Amor y Furia”. Las dimensiones que alcanza un asunto doméstico que involucra a un tercero en discordia describen el abismo emocional al que accede una pareja de mediana edad. Un giro melodramático al mejor estilo Douglas Sirk irrumpe en la trama, enmarcando el regreso de una sombra del pasado, y un magnífico tour de forcé de sensaciones a cargo de dos glorias vivientes de la actuación a nivel mundial. Dos titanes de la interpretación como Juliette Binoche – quien rueda junto a Denis por tercera vez, luego de “Un Bello Sol Interior” (2017) y “High Life” (2019)- y Vincent Lindon otorgan intensidad a este poderoso drama vincular. El pasado vuelve, siempre. “Con Amor y Furia” -adaptación de la novela de Christine Angot, “Un tournant de la vie”) nos habla acerca del reconocimiento y la aceptación de los impulsos (y las respectivas consecuencias) que nos mueven. Los sentimientos confundidos de la pareja protagonista se revuelven en una madeja de engaños. El punto de vista de la autora se posa sobre ella, una mujer de cincuenta y pico que decide ser fiel a sí misma y descubrir qué siente. La inseguridad parece desbordarla, ella envidia a la ex mujer de su actual compañero. Aunque en el presente ocupe ‘ella’ el rol de la mujer de la calle Ámsterdam, y viva cómodamente en sus estructuras. Él la contiene y resuelve casi todo. Hasta que regresa a la ciudad un antiguo amor que involucrara, de modo tangencial, sus respectivas vidas diez años atrás. Las aguas en las que está a punto de sumergirse Sara ya no están tranquilas como en aquel primer plano del film. Ahora es ella quien repite su nombre (el de ‘el otro’) en silencio subiendo en ascensor, ¡oh, mon amour! Con sus manos aprieta el propio pecho y ese contacto (anhelo) físico) lo dice todo. La suya es una lucha de cuerpo y alma contra la auto represión. La vida privada está a punto de autodestruirse, al tiempo que, incontenible, recobra el sentido de las lágrimas y de la piel. El día a día se trastoca cuando la atracción se torna inevitable. La examinación es moral: ¿de quién es la mano que tomamos? ¿a quién decimos amar mirando a los ojos? ¿A quién elegimos para compartir la vida? ¿podemos amar a dos personas en simultáneo? “Con Amor y Furia”, rodado en tiempos de pandemia -aspecto que la ficción se encarga de remarcar- deposita en nosotros inmensos interrogantes, a medida que cobra cuerpo de drama poderosísimo. ¡Ah, volvieron esas noches de amor y miedo!, de temblar esperando el llamado, de mojarse y hablar por teléfono a escondidas bajo las sábanas. Eso nos (se) dice, mientras se mira al espejo, desnuda. La infidelidad es tan antigua que explica mitos y leyendas. Aquí, implosiona en la dinámica de una pareja madura. El equilibrio suele ser frágil y dista de la postal idílica de los primeros minutos de metraje. Hay sociedades que mejor no deberían ser…la fortuna en los negocios se torna su anverso en materia del corazón. Denis plantea el asunto con extrema complejidad y sutileza. ¿El acuerdo conyugal equivale a prisión? ¿Se trata de cumplir esa dulce condena? ¿Quién es recluso, al fin? ¿Qué cuentas pasadas están a punto de saldarse? Como espectadores, no tendremos todas las respuestas y la moneda tiene dos caras. Obligación o dispersión. Ganadora al galardón de Mejor Dirección en la última edición del Festival de Berlín por el presente largometraje, la cineasta Denis recurre a reconocibles huellas personales. La vertiginosa mirada urbana y el recorte social que se posa sobre aspectos como la inmigración y las minorías raciales estarán presentes en el film, encontrando alternancia -más o menos uniforme- en medio de un relato que centra su atención en el triángulo amoroso descripto. El rol de la mujer es examinado sin concesiones, las pasiones mueven a sus personajes y la mirada de la autora pivota entre las convenciones masculinas y femeninas que aborda para luego dinamitar. ¿Puede Sara jugar a dos puntas en las propias narices del propio Jean? ¿Debe Jean entregar su preciado trofeo en bandeja de plata solo porque su confianza es infinita? ¿Sabrá Francois aprovechar la ocasión y abalanzarse sobre la carnada más obvia que se ha posado delante de sus propios ojos? Su ex cumple ahora el rol de amante… Cuidado con los dispositivos, podrían borrar toda evidencia y compromiso de un plumazo o torcer los planes amorosos; aunque amoroso, en realidad, es una palabra que adquiere notable ambigüedad; el cuchillo siempre tiene dos caras y lastima sin dudar. ¿A quien ama Sara? ¿Ama, realmente, Sara? Lo que vemos, finalmente, no es oro que reluce en la cotidianeidad de una convivencia resquebrajándose. El deseo, que nunca es ingenuidad, es el capitán de un barco que acaba huyendo hacia ninguna parte. ¿Quién lleva el timón cuando la mentira se torna rutina? ¿Cómo sostener la farsa y enmascarar propósitos? En tiempos donde impera la soledad, la repulsión y la culpa, el ser fiel a lo que sentimos se convierte en un personaje más. Se es fiel a la realidad, aunque los pliegues sean infinitos. El dilema ético nos sacude, nos ponemos en los zapatos de cada uno de los personajes intervinientes en esta regla de tres escrita con calentura. ¡Qué triste la realidad!, dice Sara, en brazos de su amante, recordando aquellos viejos tiempos, solos en una habitación. Es hora de volver a casa. Víctima del desconcierto y balanceándose en el desequilibrio que describe a sus días, el personaje de la excepcional Binoche, brindándonos una de sus más intensas interpretaciones en mucho tiempo -lo que no es poco decir-, describe a una mujer que antepone a sus estructuras consolidadas el hecho de sentirse deseada y busca alcanzar su verdad impostergable. Aunque para ello se preste a jugar un peligroso juego. Incluso a manipular y herir, viendo en su compañero la necesidad de controlar que a ella le provee excusas pasajeras.; proyecta en su pareja la contradicción interna que la agobia. Aunque, en verdad, se está traicionando a sí misma. Dice que necesita tiempo para pensar y recuperar el aliento, entre oración y oración. Pero ya son dos gritándose sin escuchar. Porque no hay nada más que hablar. Y en el buscar justificarse se empantanan, hasta que Jean (el formidable Lindon) coloque en su boca palabras que valientemente Denis aprueba, resignificando por completo el film. Zorra, prostituta. La escena nos pone la piel de gallina. Él muestra su amar genuino y poco más tiene qué hacer en este juego salido de cauce. Sin tarjeta de crédito en mano, pero con la dignidad intacta, la salida es por la puerta de adelante. Los deberes de padre esperan, allá afuera en la vida…y hay un mundo que se desmorona. ¿Qué partido tomamos?
En 2021, Guy Ritchie regresó a sus raíces de acción más pura con “El Despertar de la Furia” y dos años después retorna a la gran pantalla, repitiendo de la mano de los muy sólidos Jason Statham, Josh Hartnett y Hugh Grant. Viejos e ilustres conocidos que vuelven a ponerse a las órdenes del brillante director, creador de logrados films como “Snatch: Cerdos y Diamantes” (2000) y “Rock and Rolla” (2008). La premisa nos sumerge en una clase de cine de género en franca extinción, pero que el británico maneja a piacere. Un agente del servicio secreto británico recluta a una estrella de Hollywood para que lo ayude a rastrear una letal tecnología de armamento en posesión de un multimillonario. Ritmo frenético y humor negro se mixturan bajo la mano maestra de un epítome de la comedia de acción. “El Agente Fortune” cobra típica forma, proveniente de la factoría de un autor para el cual la mordacidad y la ironía resultan indispensables y fieles aliadas. Con la intención de entretener y ofrecer dinamismo, una destacada banda sonora (nuevamente a cargo de Christopher Benstead) compagina secuencias de situación, persecuciones, explosiones y luchas cuerpo a cuerpo. Ritchie rueda con estilo su personalísima visión del subgénero de espías. Aun careciendo del virtuosismo de otros tiempos, firma a pie de página los redituables preceptos que lo hacen dueño de una concepción estética tan particular como consecuente con su entera trayectoria.
“El Peor Vecino del Mundo” llega a las salas locales en formato de drama desgarrador enmascarado de comedia. Remake de “Un Vecino Gruñón”, film sueco estrenado en 2015, a su vez adaptado del best seller homónimo, tras su realización se encuentra el siempre sorprendente Marc Foster. Dueño de una filmografía variopinta, capaz de abordar registros tan distintos entre sí como en los films “Monster’s Ball”, “Descubriendo el País del Nunca Jamás” y “Guerra Mundial Z”. La magnífica interpretación de Tom Hanks, pasando de ser el mejor (“Un Buen Día en el Vecindario”) al peor integrante de la comunidad aquí examinada, se convierte en principal foco de atracción. Apoyándose en la masterclass brindada por el doble ganador del Premio Oscar, la película inyecta un positivo mensaje de vida, invitándonos a una reflexión moral que impera desbordante de emotividad. Uno de los actores contemporáneos de mayor renombre se coloca en los zapatos de este veterano que ha probado el bocado más amargo que la vida le ha puesto delante. Riguroso en su actuar, todo alrededor de sí parece milimétricamente cuidado. Sin embargo, sumido en el duelo y en la superación de una devastadora pérdida, no posee motivo alguno para ser feliz. Disgustado con su presente, cada día le pesa. El vuelco de ciento ochenta grados que da su existencia funge como gancho argumental, efectivo en transmitir valores que nos hacen reflexionar acerca de la soledad que atraviesan adultos mayores en determinada etapa de la vida. El sentimiento impulsa el minuto a minuto del metraje de esta comedia gestada con corazón y nobles intenciones. Nunca sabremos qué ocurre en la casa de al lado.
El origen de la ficción aquí contada puede rastrearse en historia personal de la directora islandesa Solveig Anspach, fallecida en el año 2015, a la edad de cincuenta y cuatro años. Un guion inspirado en su propia madre resultó la semilla original de esta indagación sobre el amor, la finitud de la vida, las enfermedades, el paso del tiempo y el deterioro físico que, paradójicamente, encontró a su conclusión la temprana partida de su creadora. Para su cuarto largometraje, la destacada realizadora Carine Tardieu, más de un lustro después, retoma dicha idea acerca de la historia de amor de nuestros padres como espejo en el cuál vernos, brindando un emotivo homenaje. Deconstruyendo el argumento en ciernes, reinterpretando a los personajes protagonistas y legándonos el regreso a los primeros planos de una de las grandes actrices galas de todos los tiempos, concibe una obra sensible y empática. Deliciosa y detallista, la historia relatada comienza en Lyon, en el año 2006, para luego trasladarse a París y Dublín en la actualidad. Del vértigo citadino al entorno bucólico de una casa de campo, nos sumergimos en el cambio de estaciones, que también funcionan como metáfora de un romance que crece reconociendo las espinas de las propias rosas, en proporcional medida a que un seno familiar se resquebraja producto de una relación paralela. Rápidamente, los años han pasado y nos hemos olvidado de sentir. Nos miramos al espejo y notamos que ese cuerpo ha cambiado. Tomamos conciencia de la propia finitud. Las excusas sabrán hacer su aparición para favorecer una cita, porque los destinos están prestos a entrecruzarse. El factor del azar también juega su papel y sabe reencontrar a dos que buscan descubrirse. Oportunamente, también poblará el horizonte de ausencias, interrogantes y sufrimiento; sabrá ser cruel. Los simbolismos se multiplican en relojes de arena, manos enlazadas bajo la mesa, viajes en tren, flores marchitas y diagnósticos médicos poco alentadores. Con precisión y gran gusto estético, Tardieu modela un arte de amar dotado de la calidez en primeros planos de rostros y manos, ojos que brillan en la oscuridad, respiran que se agitan, cara a cara -y ya no a través del teléfono-, una vez que la pareja de amantes consuma el postergado encuentro físico. La realizada aquí es también una exploración sobre los vínculos familiares, la maduración de la pareja, los sueños de envejecer de a dos y el deber de ser padre y madre. Los amantes comparten fugaces momentos; la llama se aviva dentro del apartamento y las obligaciones de la vida rutinaria llaman fuera. Entonces, el personaje de Ardant nos lee un conmovedor poema de Silvya Plath, ¡ese corazón suicida!, escrito poco tiempo antes de su trágica muerte. Si permanecemos atentos captaremos la enorme riqueza en matices que exhibe esta historia de amor a contramano. La intensidad melodramática bajo la lluvia no faltará a la cita en esta mixtura drama y romance cuya composición estética nos lega, por añadidura, una exquisita banda sonora (de Éric Slabiak). Tardieu desplaza puntos de vista, por momentos centrándose en el efecto devastador que el affaire produjo dentro del hogar del médico felizmente casado. Cuesta encontrar el auténtico sentido a la palabra plenitud, pero sí existe un redescubrimiento que produce profundos replanteos. No es sencilla la resolución; las limitaciones aparecerán por doquier y ninguna será agradable. Hay tanto en juego, y que perder. Fanny se resigna y aporta su cuota de experiencia, la belleza se ve con otros ojos. El flechazo instantáneo es un instrumento de ternura, pero también de autoconocimiento. Se clava en nosotros en el momento menos pensado y produce abismos en el alma y terremotos en cada fibra de nuestro cuerpo. “Los Jóvenes Amantes” es una nostálgica y crepuscular revelación del deseo en el otoño de la vida. Sólida en el reparto actoral que acompaña a la eterna Fanny, la película nos ofrece intensas interpretaciones de Melvin Poupad (a quien vimos lucirse en la reciente “Pequeña Flor”, de Santiago Mitre) y de la extraordinaria Cecil De France (una habitué de François Ozon). Piezas claves del relato, otorgan calidad y prestancia a sendos roles de extrema exigencia. Ardant, inmersa en una transformación física y espiritual conmovedora, nos brinda su poderoso arte interpretativo en las instancias del desenlace. Inhalamos profundo; ese aire nuevo que respiraremos es el mismo que compartiremos hasta el instante final.
Dirigida por el actor y productor Ignacio Rogers -en lo que representa su segundo largometraje- “Las Fiestas” nos habla acerca de la profundidad, contradicción y complejidad que atraviesa a vínculos familiares. En tiempos festivos, las reuniones suelen predisponer balances, procurar la unión familiar o revivir antiguas rencillas. Los fuegos de artificio consiguen, apenas, desviar nuestra atención. De modo inusual, el guion se divide en cinco colaboradores, entre quienes se acreditan los intérpretes Julieta Zylberberg y Esteban Lamothe. Con motivo de la Nochebuena, en medio de la tranquilidad que provee un entorno natural tan cuidado como salvaje, se llevará a cabo el encuentro de un núcleo vincular hecho de ambigüedades, ausencias paternas, silencios, verdades dichas a medias, conversaciones súbitamente interrumpidas y regalos prometidos. Una casa quinta ubicada en una localidad de provincia, en un sitio equidistante entre Córdoba y Catamarca, se convierte en el hábitat que cobijará a estos hermanos provenientes del ruido de la gran ciudad. Cada uno trae consigo excusas para dar con la cita, en igual medida que cargan cuentas pendientes en sus respectivas mochilas emocionales. Cecilia Roth, Daniel Hendler, Dolores Fonzi y Ezequiel Díaz brillan integrando un sólido elenco, a la hora de representar el momento clave de recomponer la fragmentada relación con su madre. La misma atraviesa por estadios tan frágiles, tal como las tazas de café del hogar; una a una, fueron rompiéndose. “Las Fiestas” aborda con estilo lo confuso del aspecto verdadero que ha tramado la historia familiar y la carencia de su absoluto: con buen pulso, expone las dificultades que describen la conciliación entre afectos. Hay un ambiente viciado y no es por el humo que aflora en demasía. Contenemos la respiración, no todos los conflictos se resolverán… Centro absoluto del relato es la progenitora y dueña de casa, María Paz; controladora, con exiguo espíritu de autocrítica y más reproches hacia sus descendientes. Ella es Cecilia, dando vida a un magnífico regreso a la gran pantalla. La mujer desea reunir a sus hijos, luego de atravesar un delicado trance de salud. Literalmente, resucitó. O eso afirma. Brinda amor y libertad a sus invitados. Prodiga abrazos, recomienda la lectura de “Los Cuerpos Vaciados”, prefiere hacer oídos sordos a ciertas recriminaciones. ¿Cuánto hay de auténtico y cuánto de fachada en su maniobrar? ¿Resulta genuino su modo de hacer las paces con el propio pasado? “Las Fiestas” posee la virtud de eludir todo tipo de estereotipos y lugares comunes a la hora de abordar las mencionadas aristas. El drama gira en derredor de la gran estrella y todos parecen comportarse a su merced; contemplamos el dominio de la anfitriona por sobre sus invitados…somos espectadores voyeurs. La lograda música compuesta por Pedro Onetto y la intimista ambientación que consigue Rogers nos remiten a climas adquiridos previamente por un excelso film como “La Ciénaga” (2000, Lucrecia Martel). En un tono más siniestro, en una casa de campo, se develaba el misterio de “La Quietud” (2008, Pablo Trapero), reciente obra maestra del cine nacional. Influencias aparte, lleva a cabo el realizador una sutil exploración de lo atávico y lo efímero que reviste a nuestras existencias. Aquí, el cine funciona como dispositivo para amplificar una zona de sensaciones imprecisas, desnudando rencores, decepciones e incertezas en una época del año que invita al acercamiento y al replanteo, en el fondo de la cuestión puede que conozcamos menos de lo que creemos a aquel que se sienta a nuestro lado. Lo apacible del entorno ha quedado definitivamente de lado. ¿Quién será invitado a sentarse a la mesa con el fin de apaciguar los ánimos?
Liam Neeson se niega a abandonar el abordaje de acción más convencional. Habiendo realizado una cantidad de films genéricos, desde el primer capítulo de la saga “Venganza” (2008), su figura ha poblado la gran pantalla en films mediocres y pasatistas, como “The Ice Road” y “El Protector”. Con excepción de “Una Villa en la Toscana” y “Eternamente Enamorados”, la carrera del intérprete nominado al Premio Oscar por “Michael Collins” (1996) ha girado, durante la última década, en derredor de films como “Agente Secreto”. Lo plano describe de lleno las intenciones de este veterano e inoxidable héroe de acción funcional a la clase de productos que garantizan entretenimiento pochoclero, se reúne con Mark Williams, luego de la inferior “The Honest Tief” (2020). Un rebelde agente del gobierno descubre un secreto oculto; una conspiración involucra las cúpulas de poder. Allí está el actor irlandés, dispuesto a desmantelar al mismísimo FBI, liderado por un irreconocible Aidan Quinn. Lo sabemos de memoria, se nos ha contado la misma historia una y otra vez. Argumento nimio y previsible como el aquí impera, plagándose de escenas de inverosímil resolución. Deberá el eterno héroe proteger a su familia en peligro y se verá dispuesto a salvar el pellejo de inocentes, repartiendo golpes a diestra y siniestra. Si es necesario irá en contra de la agencia y su propio país. La corrupción sobrepasa, pero Neeson trata de mostrarse cool y ser mejor abuelo que padre. Es un paranoico que desea redimirse con sus afectos y no hay escuadrón suficiente que pueda detenerlo. La adrenalina parece brindarle la fuente de la inmortalidad. ¿Alcanza para ganar nuestra simpatía?
¿Valió la pena esperar trece años? La respuesta es positiva: “Avatar, El Camino del Agua” es una experiencia inmersiva y fascinante. James Cameron no se guarda ningún artilugio visual por explorar en este auténtico deleite de sentidos. Quien dedicara su entera trayectoria artística a elaborar una saga de películas hoy pertenecientes a la factoría Disney (tras su acuerdo con Fox) está de regreso, proyectando futuras secuelas que conoceremos, con intervalos de dos años, de aquí a 2028. Más de tres horas de metraje condensan la mayúscula visión cinética de un Cameron obsesionado con las profundidades marinas desde la magnífica “Abismo” (1988). Aquí, vuelve al elemento natural donde se siente más cómodo: la densidad del agua simulada es el origen de la vida para este ejercicio de cine de fantaciencia concebido mediante exorbitante presupuesto. Catorce años después del estreno de la ultra taquilla película “Avatar” -una integradora experiencia de paradigma tridimensional-, la flamante embriagadora imponencia visual duplica las expectativas puestas sobre semejante producto. Fotogramas en velocidad y sonido envolvente resultan las cartas de presentación de un film causante de tremendo hype. No era para menos, tanto es que técnicamente supera todo lo imaginable para el ojo humano. En los océanos de Pandora, el artificio audiovisual es instrumento para la creatividad y su forma de concebirlo revoluciona el sentido industrial de una propuesta del estilo. «Avatar, El Camino del Agua» moldea un sentido de profundidad narrativa encomiable, en donde el medio no conspira contra la idea. Reformulando los cánones de género y todo estereotipo habido y por haber, el gigante guionista y productor canadiense coloca la piedra fundamental de una obra a la que consagró su artesanal tecnicismo. Su vehículo tecnológico potencia el mensaje, a de manera que palpamos con extremo realismo relieves, texturas y contornos. El reto al que se enfrentaba el director era lograr, a través de un mundo digital, el perfecto equilibrio en dotar de protagonismo humano a una historia que pretendía prescindir de éste. Sin llegar a ser consumido por los efectos especiales, demostrando una gran capacidad de generar nervio y emoción, gana la pulseada y sortea su mismo gran obstáculo que década y media atrás: en tiempos de incredulidad y escepticismo, caer en la propia trampa del mediocre panorama hollywoodense. Reminiscencias de una labor estética y conceptual en la que comenzó a enfrascarse hacia fines de los años ’90, como compendio de una escritura adelantada al uso de efectos especiales que por entonces el cine disponía. Tiempo al tiempo, las herramientas adquiridas en pos del sentido de belleza perseguido por el autor han sabido conducir a buen destino aquella colosal quimera.
Toda una vida construida de fotografías. Algunas de ellas portan anécdotas encantadoras, otras historias imposibles de olvidar. Imágenes que valen más que mil palabras. Del color al blanco y negro; del análogo al digital; del estudio al aire libre; en recitales o backstages. Andy lo registró todo y no cesó de experimentar formatos. Una a una, las fotos irán construyendo a la Andy Cherniavsky que hoy todos conocemos. Una pionera que luchó por obtener el crédito de sus trabajos, en tiempos donde era poco habitual la inserción de una mujer en el mundo del rock y la fotografía. Con dirección de Eduardo Raspo, el apoyo de Zarlek Producciones y música original a cargo de Hilda Lizarazu, “Expuesta” se presenta como una de las gratas novedades de nuestra cartelera hacia fin de año. La autora del imprescindible libro “Acceso Directo”, vuelca en este metraje su archivo personal y una serie de reflexiones acerca del propio tránsito en el medio. Una artista autodidacta que se abre camino por talento y derecho propio, hasta trascender las fronteras del género musical abordado, inmortalizando un puñado de icónicas imágenes, desde Andrés Calamaro hasta Charly García. El presente largometraje documental, estrenado en selectas salas del INCAA, nos alecciona acerca de la constitución de un legado hecho de miles de fotografías que son parte del universo rock. La búsqueda la impulsa, y nos interpela. ¿Por qué nos lanzamos a la captura de ese instante irrepetible? Las fotos son el disco externo de nuestra memoria, apunta Andy. La suya es una mirada que entendió la incidencia de la luz desde el constante aprendizaje. Ese ojo inquieto que supo transmitir la esencia de esas almas vibrantes que captó como nadie. Hoy, su trabajo forma parte del acervo cultural de nuestro país. Todo comenzó con el sueño de una fan que llegó a testimoniar su infinita pasión por nuestro bendito rock nacional.
Rodada casi exclusivamente en exteriores, en bosques, estepas y montañas patagónicas, el nuevo film de Juan Dickinson nos ofrece una mezcla de géneros apreciable. Por un lado, desarrolla su argumento el costado intimista que refleja un drama familiar y, por otro, contraponiéndose, complementándolo, el elemento del thriller que activa la trama de modo más tradicional, e incide de modo accesorio, otorgándole fluidez y, asimismo, concientizándonos de cierta realidad social. La naturaleza guarda misterios en la austral Tierra del Fuego, y allí está el inhóspito clima, convirtiéndose en un protagonista más de la historia. Juan Dickinson, dividiéndose créditos de escritura junto a Fernando Musa, elige trabajar los recursos de modo clasicista, rodeándose de un gran elenco: Vanesa González, Osmar Nuñez, Lautaro Delgado y Jorge Sesán. Protagonistas de un film que transita atmósferas reconocibles al cine del director argentino, retrotrayéndonos a “Los Perros del Fin del Mundo”, recomendable documental estrenado en 2018. Aspecto no menor, imbrica transformaciones sociales, ocupándose en retratar la problemática de la mujer moderna. Sin embargo, peca de cierta falta de sutileza en la resolución de escenas claves.