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Crítica de Maximiliano Curcio - Revista Cultural Siete Artes

Producida por el maestro del cine de terror James Wan, en compañía de la prestigiosa casa BlumHouse (lo creadores de la reciente y exitosa “Teléfono Negro”), nos llega esta sátira social gestada bajo los códigos del cine de terror. “Megan” resulta una abierta crítica a la hiper conexión e interacción con dispositivos tecnológicos en nuestra cotidianeidad. La incomunicación es un mal propio de nuestros tiempos y anclándose en dichas coordenadas es como el director Gerard Johnston echa una mirada hacia el mundo digital, ese ecosistema despersonalizado en donde el desapego emocional predispone el juego de ambivalencias: ¿proteger significa asesinar?, ¿qué ocurre cuando jugamos con la inteligencia artificial? Tales son los interrogantes que parecieran impulsar la labor de la guionista Akela Cooper, quien retorna a trabajar junto a Wan (luego de “Maligno”). Resulta imposible no trazar vínculos entre Megan y el recordado muñeco diabólico Chucky, aquel regalo de cumpleaños para un nuño solitario que se estrenara en la gran pantalla en 1988. Si en aquel momento, el ritual satánico necesario para volver a la vida a un ser inanimado, en plena era digital es más esperable encontrar en el mejor amigo no humano a esta muñeca hiperrealista que nos cuida, educa y otorga bienestar. A lo largo de la película, se erigen reflexiones con intermitente violencia y un sentido del absurdo necesario para comprender las tonalidades de una propuesta que adolece de cierta fuerza y consistencia. Escasea lo sinestro entre meros golpes de efecto. Un “Megan” es un juguete siniestro desperdiciado.