Una mujer partida en dos La cantante de tango (2009) es la tercera película del argentino radicado en Bélgica Daniel Martínez Vignatti (La marea, 2007), reconocido por ser el director de fotografía del mexicano Carlos Reygadas. Su nuevo film, estrenado en el Festival de Locarno, es una extraña mezcla de cine europeo con nostalgia porteña que actúa como una exploración hacia los sentidos pero sin alejarse de los sentimientos. Helena es una cantante de tango abandonada por una pareja de la que pareciera no poder desprenderse. El cordón umbilical que la ata a su antiguo amor no quiere cortarse y el desagarro que le provoca el abandono lo transmite a través del tango. Helena no puede o no quiere olvidar para recomenzar y ese proceso es el que el film nos cuenta. La historia de un olvido plasmado en canción. Articulada en dos tiempos cinematográficos, La cantante de tango es un ida y vuelta continuo hacia el pasado y el presente. Viaje que no sólo está determinado por el tiempo sino también por el espacio, Buenos Aires y Europa; el idioma porteño y francés; la música y las palabras que van a marcar a una mujer despechada que huye del espacio físico para olvidar y aún así no puede lograrlo. Martínez Viganatti trabaja la fotografía de un modo tan particular y único que lo que transmite a través de la pantalla es el estado más puro y sentimental por el que atraviesa cada uno de los personajes involucrados en la trama. Una historia de un desamor que deberá cicatrizar para dar a luz un nuevo amor. Y eso es lo que las imágenes reflejan, no hacen falta palabras para expresar los sentimientos pareciera ser la premisa del film. Condición que cumple a rajatablas y que en ningún momento se corre del eje. Decir que esta película no es un tanguera, más allá de que si se canten tangos y de cada uno de los estados por los que atraviesa el personaje de Helena, una extraordinaria composición de Eugenia Ramírez Mori, asi lo reflejen, sería una injusticia. No es un film tanguero si uno busca un relato clásico, lineal, anodino, burgués. Pero el tango no es eso, el tango es pasión, desgarro, abandono, sufrimiento, y todo lo tiene La cantante de tango y mucho más. Por momentos uno siente la presencia de un cine diferente, un cine europeo pero con la nostalgia del arrabal, de la milonga, de lo nuestro. Un film que transmite todos estados más allá de la pantalla y que provocará los mismos amores y desamores por los que atraviesa la protagonista. Un film que se ama o se odia.
Los tiempos muertos (o de cómo filmar la abulia) Ocio (2010) sigue el abúlico estilo narrativo de los anteriores films de Juan Villegas (Sábado, Los suicidas), aunque este no sea un trabajo en solitario sino que está codirigido junto al periodista Alejandro Lingenti. A pesar de la interesante construcción de los personajes, la versión cinematográfica del libro homónimo de Fabián Casas deja más dudas que certezas. En Ocio se sigue la pasiva vida de un muchacho (Nahuel Viale) tras la muerte de su madre y como éste hecho aleatorio va a ir provocando rupturas en su ámbito familiar, motivo que servirá para afianzar los lazos entre sus supuestos amigos. El relato cinematográfico se cimienta a partir de una historia común en la que van a suceder un sinfín de hechos, pero mostrados a través de tiempos muertos en los que pareciera que nada aconteciera. Todo esto se suma a una serie de situaciones no resueltas con claridad que apelan de manera errática a la ambigüedad interpretativa por parte del espectador, dejando varios cabos sin resolver dentro de la propia historia. Actoralmente todo el peso está puesto en Nahuel Viale (Glue, Antes, La Sangre Brota) que una vez más demuestra que es uno de los actores de la nueva camada con un futuro interesante y al que ya le llegó la hora del reconocimiento. Su trabajo demuestra, una vez más, que su sola presencia puede ser determinante para salvar una película insalvable y otorgarle algún mérito. Más allá de una notable forma para presentarnos personajes creíbles y bien determinados, y de la creación de climas en dónde a pesar de no suceder nada se logra tensión, Ocio nos presenta más de lo mismo. Un cine en dónde la abulia de los personajes se termina apoderando de la propia historia, haciendo que se termine por naufragar en un mar vacío de palabras y de bonitas imágenes.
Una película sin rumbo Boca de fresa (2010) desde su primera escena sugiere que podemos llegar a estar frente a una gran película. Un cine diferente, narrativo, rítmico, ese cine de extraños personajes que rozan lo kitsch, lo retro, la comedia moderna con nuevos códigos. Lástima que todo eso haya sido sólo una apreciación que se diluyó apenas cinco minutos después de los títulos iniciales, cuando nos dimos cuenta que la película necesitaba una brújula para llegar a destino y que aún así nunca encontraría el camino. Oscar (Rodrigo de la Serna) es un mediocre productor discográfico que trabaja junto a su tío (Roberto Carnaghi), un decadente fabricante de estrellas que supo conseguir éxitos en épocas pasadas y que hoy sobrevive gracias a la caza de nuevos talentos. Un día escuchan un tema por la radio que es un viejo hit de los 70 remixado y que se ha convertido en éxito mundial. Con esta premisa comienza una road movie cuya meta es hallar a quién fuera en un pasado autor de un tema musical que hoy no para de sonar y del que no se tiene ninguna noticia. Claro está que todo es por el vil metal o alguien pensó lo contrario. Jorge Zima plantea un film al que no se sabe muy bien como seguir. ¿Comedia clase B? Esa hubiera sido una buena opción pero ni siquiera se le acerca. El principal desacierto del film es el de nunca encontrar el tono para contar la historia. Lo que empieza como un homenaje a películas como La discoteca del amor (Adolfo Aristarain, 1980) perderá el rumbo y se convertirá en una especia de drama como virajes a la comedia rosa, el thriller, el melodrama y como si fuera poco todo en clave de absurdo pero con mensaje moralista y redentorio. Si Boca de fresa no naufraga al zarpar es gracias a un elenco que hace lo que puede para salir airoso de un coctel de variados elementos sin ningún sabor. De más está hablar del histrionismo de Rodrigo de la Serna (Crónica de una fuga, 2006) y Erica Rivas (Por tu culpa, 2010), dos actores que ya demostraron - y esta es otra ocasión- de cómo se puede salvar una película gracias a su sola presencia. Resulta difícil imaginar que hubiera sucedido si el film no contará con ambas presencias. Ambos personajes deben luchar de manera constante en un mar de incoherencias y aún así logran salir airosos, convenciendo al espectador de sus actos indescifrables. Junto a ellos María Fiorentino y Roberto Carnaghi acompañan sin desentonar y hacen que la hora y media al menos se vuelva apacible y pasatista. Al resto del elenco mejor olvidarlo que recordarlo, al menos en este trabajo. En la búsqueda que el cine propone, hay quienes encuentran su rumbo y quiénes no. El caso de Boca de fresa es contradictorio, ya que desde lo actoral fue encontrado por el cuarteto protagónico pero perdido de manera contundente por un director que necesita una brújula para llegar a destino sin desbarrancarse en el árido camino de filmar una película.
El pasado como responsable del presente La nueva y postergada película del español Alejandro Amenábar (Mar adentro, 2004) no es un film fácil de digerir, al menos con una sola mirada. Ciencia, religión, amores y odios se unen en una historia épica de más de dos horas de duración con el claro y conciso objetivo de generar polémica. Agora (2009) cuenta la historia de una mujer, de una ciudad, de una civilización y de un planeta. El ágora es el planeta en el que todos tenemos que convivir y que Alejandro Amenábar intenta mostrar junto con la realidad humana en un contexto terrenal, mientras que la tierra se hallará en el contexto universal, es decir formando parte de un todo mucho más complejo. Mirar a los seres humanos como si fueran hormigas, y a la tierra como una pelota más que va flotando en un océano de estrellas, es la intención que el film plantea y que, el propio Alejandro Amenábar recalcó hasta el hartazgo. Para lograr ese objetivo se ha jugado con el cambio de la perspectiva de la historia, uno de los puntos más interesantes de un film narrativamente complejo, en el que más allá de poner en crisis las leyes que rigen la física y la religión, hay una minuciosa reconstrucción de época. Uno de los desaciertos de la trama es el de poseer un carácter demasiado academicista, algo que le juega en contra a la hora de brindarle ritmo narrativo y que puede llegar a "aburrir" al espectador, claro está, en caso de que éste no se deje llevar por los códigos propuestos de antemano. La historia propuesta por Agora es la de dar una lectura sobre el pasado, ver cómo era aquella época, y en muchos sentidos, mostrarnos una historia del pasado sobre lo que está pasando en el presente. El público mirará la película como si se tratará de un espejo y observará desde la distancia del tiempo y del espacio, descubriendo, sorprendentemente, que el mundo no ha cambiado tanto, al menos para bien.
Tres personajes atrapados en la fantasía Mientras el cine de género triunfa en la taquilla del mundo entero, en Argentina todavía cuesta que encuentre su lugar, ya sea en difusión, distribución o exhibición. De factoría mayoritariamente independiente, numerosos realizadores han transitado por este camino con mayor o menor suerte. En los últimos tiempos hubo ejemplos claros de que el cine de terror, gore y fantástico argentino funciona, y El bosque es un claro ejemplo de que hay directores que se arriesgan a no seguir a las convencionalidades impuestas y lograr así hacer un cine diferente. Con claras referencias a la leyenda del Minotauro y a la literatura borgeana, los realizadores se toman la licencia de adaptar la historia al mundo de hoy. En ella, tres personajes atrapados en un bosque se dejaran llevar por la tragedia de un destino marcado con antelación. Una cuidada y minuciosa construcción estética logran un film atractivo desde el plano visual pero justificado desde la narrativa. Cada plano, cuidado en su más mínimo detalle, tendrá un porqué dentro de la historia a la que se está refiriendo. A pesar del espacio reducido y de contar con sólo tres personajes, la cámara se abre de tal forma que lo chico parecerá grande y lo feo se convertirá en bello, sin por eso convertirse en un film abyecto. Temporalmente El bosque transcurre en fracciones de tiempo que hábilmente, los directores, lo dividieron utilizando separadores fundidos al negro, elemento que sirvió para marcar cada una de las pequeñas elipsis temporales que serán determinantes a la hora de subrayar los cambios en las personalidades de cada uno de los personajes implicados. Fantasía, leyenda o realidad El bosque juega con los géneros de la misma manera que manipula al espectador para llevarlo hacia el estado que propone, ya sea de tensión, zozobra o relax. Algo que en el cine argentino muy pocas se permite y que hacen de que un espectador pasivo se convierta en activo. Pablo Siciliano y Eugenio Lasserre construyen un film homogéneo tanto en contenido como forma y a su vez heterogéneo a los cánones al que éste nos tiene acostumbrados. Queda claro que es un mérito que debe ser tenido en cuenta a la hora de elegir qué película ver este o cualquier otro fin de semana de noviembre. Sólo se proyecta en el Arte Cinema de la Ciudad de Buenos Aires.
Animación a la Española El cine de animación cada día ganas más adeptos en el mundo gracias al perfeccionamiento de la técnica y el gran nivel en la narrativa de films como Toy Story 3 (2010) o Mi villano favorito (Despicable me, 2010). Pero no todo es Hollywood y en el resto del mundo la animación también existe. El lince perdido (2008) es uno de esos claros ejemplos de cómo con buenas ideas y profesionalismo se puede hacer una buena película. La historia no presenta nada de nuevo ni extraordinario. Los animales se están extinguiendo y en un centro especializado intentan salvarlos llevando a cada una de las especies en peligro al lugar para cuidarlas y lograr que se reproduzcan. Pero un señor aparentemente malvado contrata a otro mucho más malvado para que las robe y se las llevé a su barco. Los animales, que corren otra vez serios peligros, deberán luchar para salvarse ellos y en cierta forma salvar al mundo de los malvados. Si de estructura narrativa hablamos, en El lince perdido no vamos a encontrar demasiadas sorpresas. La eterna lucha de los buenos y los malos entablada por animales y humanos con redención final, al menos en parte, y final abierto para una secuela serán el eje del conflicto. El mayor logro que presenta el film es el de servir como antítesis de Madagascar (2005), aquel extraño y exitoso film en el que querían hacernos creer que los animales eran felices en el zoológico mientras en su hábitat natural la pasaban mal. Al menos los autores de El lince perdido tomaron la precaución de que la historia cuente lo natural y no el artificio de una historia falsa e increíblemente cuestionable. La animación, de la que uno en estos días espera cada vez más, cumple con lo que promete y está correcta. Sin grandes pretensiones construye un mundo de fantasía pero cargado de realismo en dónde técnica y oficio se conjugan para mostrarnos un nivel de altísima calidad, que si bien difiere de lo que Hollywood nos presenta de manera habitual, logra una puesta personal rozando la perfección. El film dirigido por los españoles Manuel Sicilia y Raul Garcia y producido por Antonio Banderas aprueba el examen. Sin ser descollante ni sobresaliente cumple con lo que promete, entretener y no defraudar. ¿Se puede pedir algo más? Especial para nenes de todas la edades.
Crónica de una restauracíon improvisada Extraño coctel de imágenes sin sentido acompañadas de imperdonables falencias técnicas es la propuesta del realizador argentino Bebe Kamin (Los chicos de la guerra, 1984) en el documental Teatro Colón, música, palabras, silencios (2010) que puede verse la sala Incaa Doc de Capital Federal. La idea original o al menos lo que decía la sinopsis en la gacetilla de prensa de la película, era la de reflejar un momento del periodo de restauración de uno de los máximos iconos de la arquitectura Argentina como lo es el Teatro Colón. De esta manera el film centraría su trama en la convergencia de toda la fauna estable del teatro con los que vinieron de afuera para remodelar las obras. Premisa que en la película no queda del todo claro y hasta resulta confusa. Además de los serios problemas en la estructura narrativa, que hasta podrían parecer adrede para denotar cierto modernismo cool enmarcado dentro de la nueva era del documental argentino, Teatro Colón, música, palabras, silencios presenta graves problemas formales desde lo técnico que exponen cierta precariedad y hasta desidia a la hora de cuidar algunos detalles como resultan ser la desprolija construcción de los encuadres, la fotografía distorsionada que en nada favorece a sus protagonistas y un montaje que por momentos suena a improvisado y carente de coherencia. Mezclando testimonios de restauradores con imágenes de alguna función de gala con muy poco sentido de la estética y la narración, Teatro Colón… no es más que un fallido documental acerca de un momento histórico que se hubiera merecido un mejor tratamiento artístico.
¡Socorro! Tengo una hija lesbiana Liliana Paolinelli sorprendió hace un par de años con una ópera prima que pasó de manera inadvertida en la cartelera argentina. Por sus propios ojos (2008) nos presentaba desde un estilo narrativo diferente, en el que se mezclaba la ficción y el documental, la extraña relación entre una estudiante y un convicto. En su segunda película, la realizadora, sigue interesada en el tema de los vínculos aunque de una manera mucho más clásica y menos innovadora. Ruth de 40 y pico lleva adelante una relación gay desde hace algunos años. Estela, la madre, piensa que su hija vive con una amiga y se entera de sopetón y sin previo aviso que la amiga no es la amiga y que en realidad es su pareja. A partir de esa situación la trama virara en la relación vincular entre estos dos seres y de cómo la madre intentará asimilar la situación actuando de la manera más normal posible, aunque para el resto suene raro. Paolinelli utiliza un estilo muy poco usado en el cine argentino como lo es la comedia clásica, con una historia que transita la linealidad y en donde todo el argumento gira en la relación madre e hija, más allá de algunas subtramas que sirven únicamente para matizar un guión, por momentos anacrónico, focalizado en dicha relación. Resulta casi imposible imaginar la película sin la antológica actuación de Claudia Lapacó como esa madre que ante el desborde de la situación camina sobre una pendiente que de caer la hará estrellarse contra el ridículo. Con tonos justos, sin desbordes y con una naturalidad que parecía olvidada en el cine de los últimos tiempos, la actriz de Eva & Lola (Sabrina Farji, 2009) es uno de los sostenes de una historia simple y sin demasiadas pretensiones. Junto a ella Virginia Innocenti, Mara Santucho, Claudia Cantero y Ana Katz aportan los condimentos extras que la película necesita, aunque sin ninguna sorpresa. Tras una ópera prima tan arriesgada, uno hubiera querido ver un poco más de osadía en Lengua Materna (2010), algo que rompa con el clasicismo y que por ahí resulte más vanguardista. Pero eso es lo que uno hubiera querido y no lo que en definitiva se ve. Así que como no se puede criticar lo que no está simplemente nos remitiremos a lo que vimos y lo que se ve es una historia honesta, contada de manera simple y con una interpretación memorable de Claudia Lapacó. El resto fueron sólo las expectativas de ver algo diferente, aunque seguimos poniendo fichas en Liliana Paolinelli.
Mucho más que una película sobre Facebook Red social (Social Networt, 2010) es un film complejo, a pesar de lo simplista que pueda resultar para muchos. Sus múltiples y posibles lecturas indican que estamos ante uno de los mejores relatos cinematográficos que ha dado la industria en mucho tiempo y que Facebook fue sólo la excusa para realizar una gran película. A priori la historia es la ya conocida por todos. Un geniecillo estudiante y un amigo “capitalista”, ambos alumnos de la afamada Universidad de Harvard, crean una red social interna que más tarde se convertiría en uno de los sitios virtuales más cotizados del mundo. Pero más allá de esta idea, lo interesante del film de Fincher está puesto en el cómo y el porqué del surgimiento de Facebook y de cómo este sirve como un espejo de las necesidades de cada uno de sus mentores. Red social es un film demasiado abarcativo para desarrollar en sólo algunos párrafos, y como ya lo dijimos, sus lecturas resultan ser múltiples. Sin duda lo que más llama la atención es la forma en que David Fincher eligió contar una biopic que rompe con todos los elementos característicos de este tipo de films. El primero es desacartonar la historia y trasladar los personajes reales a la ficción con rasgos característicos que remiten a ciertas comedias adolescentes, para ello elige un estilo cercano a películas como Adventureland (2009, Greg Mottola) o Supercool (Superbad, 2007, Greg Mottola) que difieren en demasía de la típica y clásica biografía americana como la que se puede preciar en films de la talla de Ray (2004, Taylor Hackford), Nixón (Oliver Stone, 1995) o Una mente brillante (A Beautiful Mind, 2001, Ron Howard) El segundo elemento con el que Fincher logra una ruptura es mostrando a los protagonistas como personajes reales y no provocando una distancia por enaltecimiento a pesar de sus grandezas y miserias. En Red social la identificación con alguna faceta de los protagonistas será permanente, tanto en sus éxitos como fracasos. Basada en la novela de Ben Mezrich The Accidental Billionaires: the Founding of Facebook, a Tale of Sex, Money, Genious and Betrayal, la historia está narrada a partir de un flashback. Red social comienza cuando Facebook ya es un imperio y Mark Zuckerberg debe enfrentar dos demandas millonarias. Una de su socio por estafa y otra de quienes aseguran ser los verdaderos mentores de la idea. A partir de esa situación, el film seguirá un camino para nada lineal en el que se irán desarrollando los diferentes aspectos que llevaron a todas esas personas a terminar ahí. La ética, los códigos, la propiedad de las ideas, el reconocimiento, la creatividad, la vulnerabilidad y el por qué uno hace lo que hace son sólo algunos aspectos a los que Fincher nos va sometiendo como al descuido, mientras que en el trazo grueso del film vemos a un grupo de adolescentes que hacen todo esto para conseguir chicas, amigos o sólo un poco de atención. Fincher quién ya había expuesto en Zodíaco (Zodiac, 2007) su estilo personal para teñir situaciones dramáticas de un humor corrosivo, vuelve a demostrarlo con toques que ya son una marca registrada en él. La escena de quienes estudiaron en Harvard y la pregunta final logran convertir una de las escenas más estúpidas que el cine dio en una tesis sobre la frivolidad humana y como lo único importante es la fama mediática. El casting actoral resulta ser un atractivo extra a la hora de evaluar la película. Quienes son lindos y exitosos resultan ser en su conjunto los grandes perdedores de la historia y aquellos que tienen un fisic du rol que se puede llegar a asociarse a un nerd resultan ser quienes terminan llevándose la gloria, Aunque esa lectura pueda ser contradictoria según quien y como decida leerse. Jesse Eisenberg, Andrew Garfield y Justin Timberlake son una elección más que correcta a la hora de componer tres personajes sin caer en la burda imitación y el estereotipo a la que muchas veces nos presenta una biopic. ¿Por qué hacemos lo que hacemos? Resulta ser la gran pregunta a la que nos somete Red social, una película que va más allá de todo y que resulta imposible analizar en sólo unas líneas, sino presten atención en el plano final y como esa sola imagen da para realizar un ensayo sobre la soledad a pesar del éxito. Si no quiere quedarse fuera del sistema no puede perderse una de las mejores películas que el cine dio en mucho tiempo, sino de que va hablar con sus amigos virtuales. O acaso Facebook no es para eso.
La guerra de las galaxias Siguiendo con el mecanismo de El documental del mes, que consiste en estrenar en diferentes partes del mundo el mismo documental en el mismo mes, llega Pax Americana (2009) de Denis Delestrac. El mismo puede verse en Argentina desde el jueves 7 de Octubre en el Cine Club Mon Amor y el Foro de las artes (Vicente López). A partir del jueves 14 en el Cine El Cairo (Rosario) y desde el jueves 21 en el Cine Gaumont y el Malba (Buenos Aires). El documental de Denis Delestrac funciona como una tesis acerca de la militarización del espacio exterior y como los Estados Unidos se victimiza ante la dominación del mismo por su parte. A raíz de un ataque de China a un satélite se produce un debate en el que el gran país del norte se pone en el lugar del más débil para así seguir sometiendo al mundo entero haciéndonos creer cuan buenos son. Dicho debate perderá sentido y minutos más tardes nadie se acordará del ataque sino que las conjeturas serán otras. Pax Americana juega con la ambigüedad, tanto de unos como de otros. A través de imágenes de archivo, testimonios de especialistas y noticieros se va armando una discusión que no involucra no sólo a los protagonistas sino también al espectador, para así lograr que tome partido por un bando o por el otro y es ahí en donde radica el eje de la cuestión y lo interesante de la forma en que fue concebido. Delestrac, a través de un estilo dinámico, no por eso menor, nos permite adentrarnos en un tema que los grandes medios de comunicación se encargan de oculta muy a menudo y que sólo pueden llegar al público masivo a través de estas propuestas que se estrenan en lugares tan alternativos como las propuestas que presentan.