Esta tercera entrega del Opus, en el sentido menos coloquial del término, del director italiano Giovanni Veronese, cuyo titulo original es “Manuale d’amore 3”. De esa trilogía se había estrenado la primera, producida en 2005, mientras que la segunda, que data de 2007, pasó de largo sin arribar a estas playas. Ahora retorna con la tercera que entre nosotros conocemos como “Las edades del amor”, precedida por su buena “acogida” en el viejo continente, según comentan, en este caso sin nada que lo justifique. Este manual de amor se despliega en tres historias, cada una a más vulgar, común, chabacana, previsible, elemental, que la anterior, en el orden en que están articuladas. Todas las historias se interrelacionan por un único personaje, que jugaría hasta de narrador testigo de las mismas, un taxista de nombre Cupido, sí, leyó bien, así de obvia es toda la producción, interpretado por Vittorio Emanuele Propzio, a quien viéramos en “Mi hermano es hijo único” (2007) Lo que además tienen en común es una mirada crudamente misógina sobre los personajes, femeninos, claro, lo que definiría los textos no como historias de amor en sus distintas etapas de enamoramiento sino de sexo, que no estaría mal pensando en Alfonso Sade, pero cuyo resultado dista mucho del gran escritor francés. La primera historia se centra en Roberto (Ricardo Scarmaccio), un joven abogado a punto de casarse, que debe viajar por trabajo a un pueblito en La Toscana para corroborar si realmente vive allí Micol (Laura Chiatti), una rubia infartante que le hará perder la “cabeza” ¿Le resulta conocido? Este episodio podría encuadrarse dentro de lo que se suele llamar “cine turístico”. Las imágenes son realmente bellas, no por las imágenes mismas sino por el paisaje que reflejan, hasta mueve a deseo a los hombres La segunda es protagonizada por un periodista de TV que en su primer acto de infidelidad se enreda con una mujer que se presenta como psicóloga, pero que en realidad es una paciente psiquiatrita, “affaire” que termina costándole perder la vida familiar que había construido. Pura originalidad, mire usted. Asimismo no estaría tan mal si su construcción y los gags que la constituyen no fuesen tan paupérrimos como previsibles. Para cerrar las historias nos presenta aquella que promociona la producción, sobre todo desde el engaño que promueve el afiche de la película. Adrian (Robert de Niro) es un ex profesor de arte yankee que se retiro a Italia, a vivir allí donde supone que es la cuna del arte que venera. La hija de su mejor amigo, Viola, es nada menos que Monica Bellucci, quien guarda un secreto que una vez descubierto será defenestrada, ahora si en sentido coloquial, por Augusto, (Michele Placido), su padre. Automáticamente será rescatada por el viejo verde de Adrián, perdón, por el galán septuagenario de turno. Esto hará, al igual que en las otras dos historias, que se desplieguen escenas en paso de comedia de “Problemas de alcoba” (1959). Otra vez pido perdón. Si la primera de las narraciones tiene en su función turística algo rescatable, en la segunda y la tercera sólo queda en función de las actuaciones. Tampoco desde los parámetros formales del análisis de un filme hay algo que lo destaque. Todo está en el orden de lo establecido, por no redundar, la fotografía permite ver, que menos, la música sólo acompaña a las imágenes, así de empática y por momentos melosa e insoportable. Ni vale la pena ponerse a dilucidar cuestiones de la dirección de arte en particular, menos el vestuario ya que parecería que los actores trabajaron con su propia vestimenta. Dinero no falto en esta producción, pero… Nadie pide que un filme que narre sobre las distinta formas de amor se constituya en una versión audiovisual de “El arte de amar” de Erich Fromm, pero pretender manipular al espectador con recursos tan infantiles, prosaicos, elementales, ya ni siquiera convencionales, es tomarlo por idiota. Eso, gracias a no se quien, todavía no funciona demasiado bien.
Ilusión de movimiento En una nota anterior había confesado que trato de ir a ver un filme sabiendo lo menos posible del mismo, nada si es dable, por una cuestión de predisponerse, para bien o para mal. A veces esto no lo logro. Varias son las razones. La expectativa generada por la mala critica o burlas, o en contra sentido de los premios otorgados, a veces merecido otras no, los actores, los directores, etc. Bien, en este caso pasa por otra variable del conocimiento ya desde el titulo, también en idioma original, sabemos que nos enfrentamos a “El Mago de Oz”, y con ello a la memoria icónica de aquél maravilloso filme de Víctor Fleming de 1939, que sirvió para que Judy Garland, su protagonista, quedara para siempre en el recuerdo popular cantando “Algún lugar sobre el arco iris”, también conocida como “Somewhere over the rainbow”. Pero sorpresas que da la vida y el cine de vez en cuando, esta precuela, (ya que cuenta como un prestidigitador de feria se convierte en el Mago de Oz), a partir de su estructura ficcional se sostiene de principio a fin, con altibajos, mesetas narrativas, algunas cuestiones mejor elaboradas, desarrolladas y constituidas que otras, pero que, en definitiva, termina redondeando un muy buen producto. Para justificar lo antedicho empecemos como se debe, por el principio del filme, con muy buen criterio en sentido de homenaje. Abre en blanco y negro en formato cuadrado, no rectangular, y nos ubica en espacio y tiempo, Kansas, durante la primera década del siglo. Un mago, de nombre Oz (James Franco) con pocos recursos, algunos atractivos físicos, rostro agradable, sonrisa fácil, cuando no encantadora, y muchas ambiciones, pasa sus días en un circo sin demasiadas pretensiones. Secundado por su fiel ayudante Frank (Zach Braff) al que maltrata y lo equipara constantemente a un mono amaestrado hasta que por un malentendido de polleras es perseguido por el hombre fuerte del circo, o sea el forzudo. En medio de su huida en globo aerostático es absorbido por un tornado y depositado en algún lugar luego de atravesar un hermoso arco iris. Ese atravesamiento no sólo produce el inicio del relato propiamente dicho sino que, consecuentemente, modifica la estética utilizada hasta ese momento para, tal cual la original, entrar a un mundo plagado de colores y objetos a pura magia. En relación a esto es que la vuelta de tuerca sobre el personaje es lo más interesante. En principio es tomado como el salvador de la tierra de OZ, tal cual rezaba la predestinación del mito del lugar que gran mago bajara del cielo. Descubierto por una joven, Theodora (Mila Kunis), que se presenta como una bruja buena, es llevado a la Ciudad Esmeralda siendo subyugado por la belleza, no solo de la bruja y de su hermana Evanora (Rachel Weisz), sino por los tesoros allí guardados. Sobre la ciudad pesa la maldición de la bruja mala, Glinda (Michelle Williams), pero como es un mundo mágico nada es lo que parece. El deberá enfrentarse a la maldición y en ese viaje se le ira revelando la verdad y descubriéndose a sí mismo. Para ese periplo contara con la ayuda de un mono alado, Finley, al que Zach Braff le prestara su voz, y no es casual la utilización del mismo actor en el mismo rol de ayudante de mago y una de pequeña muñeca de porcelana. Lo interesante del texto esta puesto en qué herramientas utiliza para engañar al mal que se cierne sobre ese mundo, y ese es otro homenaje al cine, creando la ilusión de un poder que existe pero no es real, en el sentido estricto del termino, sino desde otros parámetros. Producción dirigida a chicos púberes, con guiños hacia los padres, donde se coloca como declaración de principios el esfuerzo personal, la amistad y la bondad como valores, y la ciencia y el arte como objetos del conocimiento. En síntesis, una realización cuya duración de 130 minutos no se siente, bien actuada, con música de alto vuelo y una fotografía exquisita que termina casi siendo la vedette de la producción.
Un mundo perfecto Lo primero que hay que decir de este filme es que por no ser condescendiente con el espectador medio termina por ser de difícil visión, y esto no debe leerse como soberbia o de manera peyorativa, ni para unos ni para el producto en sí mismo. Se trata de una realización que necesita ser visto varias veces para finalmente poder disfrutarlo como lo que es, una gran película. Constantemente Paul Thomas Anderson plantea una dualidad impuesta de manera extraordinaria desde el texto, esto que esta siendo narrado, en contraposición con las imágenes que lo constituyen. Como parámetro abre con la imagen de un mar de color intensamente azul, bello, casi hipnótico, y enseguida vemos que se trata de un barco de guerra, temporalmente ubicado durante la segunda guerra mundial. De ahí a las consecuencias que el conflicto bélico produjo en las personas involucradas, léase los soldados, sólo hay un paso. Una escena y un cierre de secuencia que podría haber caído en el mal gusto, pero que se define de otra forma. De esta manera el director nos presenta a Freddie Quell (Joaquin Phoenix), y con muy pocos detalles sobre el personaje deja instalado las características principales del mismo. En su deambular por la vida sin rumbo ni proyecto, mostrando su cada vez más deteriorado psiquismo, se cruza de manera azarosa con Lancaster Dodd (Philip Seymour Hoffman), personaje con muchos puntos de contacto con Ronald Hubbard, el creador de la iglesia de la cienciología, a la que son muy adeptos algunos actores famosos de Hollywood, entre ellos John Travolta y Tom Cruise. En esa confluencia de momentos de cada personaje se instala entre ellos una clara doble dependencia, no sólo puede ser vista como la alegoría del amo y del esclavo, sino que todo apunta a otras profundidades psíquicas. Ya no esta en juego que para que exista un amo debe de haber un esclavo, sino que Lancaster manipula de tal manera a la frágil e influenciable psiquis de Freddie para tenerlo como otro fanático para su proyecto llamado “La Causa”, mostrándole la posibilidad de vivir en un mundo perfecto, pero no de manera inocua sino como casi un frente de defensa contra aquellos que perturben su crecimiento, y en esta situación queda atrapado en ese sometimiento dual que se retroalimenta. Por supuesto que con grandes diferencias entre ambos. Siempre aparece Freddie como subyugado ante el carisma de su maestro. Es desde ese lugar que cobra importancia el personaje de Peggy Dodd (Amy Adams), la esposa del maestro, quien juega de equilibrio entre ambos, pero sobre todo protegiendo de los propios desatinos de su marido, poniendo al mismo tiempo ciertos limites al discípulo preferido. Otra marca clara de esta elección de hipnotizar con las imágenes y provocar con lo narrado, se visualiza notoriamente en varias escenas, algunas netamente oníricas, como el sueño de Freddie o, mucho más realista, como la que esta filmada a espalda de Lancaster junto a su esposa, frente al espejo, notable y genial momento de Amy Adams. Por este filme estuvieron nominados a los premios de la Academia de Hollyood, sus tres actores principales ya mencionados. Sobre la increíble caracterización de Joaquin Phoenix sólo podía ser relegado por la de Abraham Lincoln, digo que la excelente interpretación de Daniel Day Lewis corría con el caballo del comisario, en este caso, en realidad, de un presidente. Hoffman choco contra la impecable actuación de Christoph Waltz en “Django sin Cadenas”, y para Amy Adams parece que no sólo no era su momento, sino que Anne Hathaway se lo “robo” con su interpretación de Fantine en los “Los Miserables”, aunque no se puede hablar de injusticia, pero…
Con ánimo de amar Lo primero que se debe mencionar de esta realización de Michael Haneke, el mismo de “La Cinta Blanca” (2010) y “Cache, escondido” (2005), es que realmente resulta imprescindible verla, y simultáneamente, casi como un mal chiste, se puede decir que no es necesario. Comenzando a justificar lo último, pues es un filme que enfrenta desde la primera imagen al espectador a sostener un nivel de angustia impuesto desde la pantalla que en ningún momento intenta aliviar. No lo hace pues el tema que construye al texto fílmico, pide eso. Trata sobre el amor de una pareja octogenaria, pero al mismo tiempo sobre el deterioro de los individuos que la conforman. En esa primera escena-secuencia el director nos informa de la muerte de Anne (Emmanuelle Riva). Los bomberos irrumpen en un departamento. En el dormitorio yace el cuerpo sin vida de la mujer. El encargado del edificio habla con los bomberos del marido. Eso abre interrogantes y exacerba su ausencia. ¿Dónde está? ¿Qué paso con él? A partir de ese momento, y constituido por un gran flash back, nos narran los últimos tiempos de la pareja. Promovido por un episodio de Accidente Isquémico Transitorio (AIT), Anne entrara en un continuo deterioro neurovegetativo, con repetición de pequeños accidentes de la misma naturaleza. Esta enfermedad no es terminal, el paciente puede vivir muchos años, pero es progresiva, irreversible, produciendo paralelamente lo mismo en el ánimo de las personas que rodean al paciente. Pero esa primera aparición de los síntomas, durante un desayuno, es utilizado por el realizador para determinar el nivel de la relación amorosa entre ambos. Anne queda como en estado de ausencia, no responde a los estímulos visuales ni sonoros, muy similar a un ataque de Petit Mal Epiléptico, mientras Georges (Jean Louis Trintignant) se asusta, trata primero de socorrerla, luego, dándose cuenta de su inoperancia, ira en busca de ayuda. Es en ese momento en que Anne retorna a un estado de conciencia sin darse cuenta de lo sucedido, pero preocupada por él, pues Georges olvidó cerrar el grifo de agua, olvidos muy comunes en los preludios de la Demencia Senil. Todo lo relatado transcurrirá dentro de un mismo lugar, salvo una escena en el que la pareja concurre al concierto de un ex alumno de ella. Todo se sitúa allí, en un departamento característico de la clase alta francesa, en este caso tanto en lo económico como en lo cultural. Ella pianista clásica, a él, sin muchos detalles, lo presentan como artista plástico, por lo cual el espacio físico donde se desarrollan las acciones cobra la fuerza de un personaje. Es a Anne a quien le suceden las cosas. Vamos siguiendo el gradual detrimento de una mujer amada y que supo amar, pero lo interesante es que el personaje actuante, aquel que promueve las acciones, es George. Si a Anne le sucede, es George acciona. El filme nos muestra la enfermedad y las consecuencias, tanto físicas como psíquicas, que se van produciendo en la mujer, y al mismo tiempo instala, como lo importante, el deterioro emocional y sus consecuencias en George, de ir viendo como muy lentamente ese no “tan oscuro objeto de deseo”, o sea su compañera de casi toda la vida, va desapareciendo sin casi dejar huella ni rastro de lo que fue, dejando sólo aquello que ella misma, en los pequeños momentos de lucidez pide, un poco de dignidad. Anne no quiere que nadie la vea en ese estado, sabe que no hay retorno, y prefiere que la recuerden sentada frente al piano, tocando obras de Franz Schubert. Ya que nombramos al gran compositor vienés digamos que no debe ser casual que la poca música que se escucha es netamente diegetica, en el sentido amplio del término. Por un lado, cada vez que la banda de sonido se impregna de música el espectador sabe o ve la fuente emisora de la misma, por otro, Schubert es considerado el primer romántico de la historia de la música, (el filme se titula “Amour”, recordemos), creador de infinidad de piezas musicales, lieders (canciones) sonatas, operas, etc. Esto es sólo una interpretación personal, pero, si se dice que en el cine nada es casual, no creo que sea aleatorio que Haneke haya elegido a ese músico, que sólo vivió 31 años, para contarnos una historia de octogenarios, y siendo una de las obras más conocida del autor la sinfonía Nº 8 “La inconclusa”. Quien esta todo el tiempo escuchando es George, no sólo viejas grabaciones realizadas por su amor, sino que esto lo transporta a recuerdos imborrables, al mismo tiempo que ve y escucha el sufrimiento de ella. Sobre él se carga todo el peso emocional de la realización. El espectador se va identificando paulatinamente con sus cambios de estados de ánimo, en una gran actuación de ambos protagonistas, acompañados por la inmensa Isabelle Huppert, quien cada día que pasa parece estar más bella, dándole carnadura de Eva, la hija de la pareja, que no sabe como actuar en relación a la vejez de sus padres. Al principio de la nota mencione esta cuestión de la crudeza que el director alemán eligió para relatarnos la historia, esto se debe a que en ningún pasaje trata de edulcorarnos nada, ni desde lo estético, utilizando siempre planos enteros, generales, algún que otro primer plano largo, a veces muy estáticos, donde las cosas suceden dentro del encuadre. No hay en toda la obra un plano detalle, todo es mostrado, nada cercenado. Por momentos pareciera ser casi una cámara testigo, tal la escena del baño de Anne, contando con una iluminación y fotografía acorde a la estética buscada, esto es respondiendo a un realismo extremo. Tampoco se notas intenciones de sensibilizar al espectador con diálogos amorosos, melosos, al contrario, son realistas, cotidianos, coloquiales, y sirven para ir construyendo personajes creíbles, naturales, comunes, gente como uno, normales. Los cambios continuos de esa relación, ella mostrando la tragedia irreparable y él modificando el trato que le propensa a ella, van de la extrema delicadeza a momentos de intolerancia por impotencia. El titulo de la nota hace referencia a una película de Wong Kar Way, uno de los más importantes realizadores de la actualidad, en la que hay dos personajes que no se dan permiso para corporizar el amor que sienten uno por el otro. En la que me ocupa, por el contrario, ese amor que se profesan no les cabe en esos cuerpos. Por supuesto que siendo quien es el director, y a través de casi toda su filmografía, en esta realización hay de soslayo, y pareciera en realidad que ese es una de sus máximas preocupaciones, una fuerte crítica a la sociedad actual, al deterioro de la cultura y la perdida de los valores, que en este caso no desarrolla en demasía, pero no pierde la oportunidad para mostrarlo. Que esta producción esté nominada en cinco categorías a los premios Oscar, incluyendo mejor película y mejor película extranjera, y haya obtenido innumerables premios internacionales, entre ellos el de mejor filme en el festival de Cannes, no le agrega demasiado, pues ella habla por sí misma. Oscar Wilde, en una de sus obras más famosas, dice que “la naturaleza imita al arte”, frase bien recordada por todos, pero antes, en el mismo texto, afirma que “la vida imita al arte”. Este filme juzgaría correcto esta última aseveración, corroborando al escritor irlandés. (*) Realización del 2000, dirigida por Wong Kar Way
Muchos dirán, o encuadraran, a este filme, producido por la factoría Disney, como una gran fabula, pues entonces demos algún elemento primordial de las fabulas para que la misma se constituyan como tal. Toda fabula termina con una moraleja de signo formativo tendiente a valores morales o éticos, nunca debe caer en términos de doctrina. Pues bien, sin comparar con Esopo, digamos que el guión, escrito por el mismo que cumple con la función de director, intenta construir un cuento fantasioso priorizando el tema de la paternidad, y lo hace a través de un cúmulo de recetas, una mas edulcorada que la otra, plagada de múltiples golpes bajos y, por si esto no alcanzará, intentando discurrir sobre infinidad de temas, ninguno bien expuesto y menos aún profundizado. El tema inicial de esta producción, catalogada como “comedia familiar”, es la adopción. Cindy Green (Jennifer Garner) y Jim Green (Joel Edgerton) se enfrentan en la primera escena a una junta de adopción, donde deben explicar y justificar las razones por las que pondría ser considerados legalmente aptos para ese fin.. ¿Por qué una pareja decide adoptar un niño? Varias pueden ser las razones, muy diferentes pues puede haber infinidad de motivos. Reduciendo el espectro digamos que, en la mayoría de los casos, la idea de adopción surge luego que, estos futuros padres, son informados por algún especialista que él o ella, o ambos, no son aptos para asumir la paternidad, o en un punto más flexible es que podrían no ser compatibles. También es muy común el sentido de solidaridad con los niños abandonados. En los primeros casos hay etapas en que las parejas cumplen en su desarrollo hasta llegar a la idea de adoptar a un niño. Posiblemente luego del normal estado depresivo que provoca esta noticia, la más importante es poder elaborar el duelo de no ser aptos biológicamente. Una vez pasadas estas etapas de ahí a la idea hay un paso. En esa sala donde Jim y Cindy enfrentados a esa junta deben mostrar su condición de aptos para la adopción, narran una historia que anticipan y les, (nos) parecerá increíble. ¿Tras la noticia de no ser aptos para la paternidad, la pareja entra en un estado depresivo, de angustia, de dolor insostenible, que les dura a lo sumo dos horas? Luego botella de vino en mano, deciden seguir con sus vidas, para eso escriben y describen las cualidades que hubiese tenido su hijo, esas hojas son puestas en una caja de madera, parecida a la que lleva Martin Sheen en “El Camino” (2010), aunque en ese caso era de metal, que termina cumpliendo las mismas funciones, o sea de una urna fúnebre. La joven pareja entierra en su jardín la cajita con los deseos de cómo sería su hijo. Lluvia torrencial, truenos, y aparece nacido de la “Madre Tierra” Timothy, un niño de casi 12 años que empieza a cumplir con todas y cada una de las expectativas de los “padres” La llegada de ese niño frente a toda la parentela esta tan justificada como la irrupción del salariazo prometido por Carlos I de Añillaco, allá por el 1989, o a la no devolución en dólares de los depósitos en esa moneda prometido por el, “yo no lo vote”, presidente Eduardo Duhalde el 01 de enero de 2002 Volviendo al filme, toda esa fantasía va a narrar como ira ese chico cumpliendo con los deseos enunciado por sus padres, mostrará los errores que ellos incurren en la educación de un chico de 12 años. Aguante Kaspar Hauser Lo primero que el guión deja de lado es que quienes enseñan a ser padres a los padres, son los hijos, aunque el modelo parental haya contribuido con modelos a elegir o en muchos casos a desestimar. “A menudo los hijos se nos parecen Y así nos dan la primera satisfacción Esos que se menean con nuestros gestos Echando a mano a cuanto hay a su alrededor”. Gracias Nano. Pero parece que el gran cantautor catalán no es muy popular en el gran país del norte, pues nada de eso se ve reflejado en el filme. El tema inicial queda olvidado para convertirse en la mirada de un niño diferente, no sólo desde lo visible, ya que se lo postula como toda dulzura. El tiene el don de ver el lado positivo de todo, sólo quiere satisfacer el deseo de sus padres, lo que debería trabajarse desde la naturalidad se nota tan forzado en el desarrollo del personaje del niño que termina teniendo tanta frescura como el desierto de Atacama. Digamos que salvo los intersticios temporales, en que el filme retorna a la actualidad de la sala para mostrarnos los cambios que se van produciendo en el equipo de jueces que conforman la junta. Se puede decir que es una realización con una estructura narrativa clásica, con personajes maniqueístas en el sentido de la dualidad entre los buenos y los malos, con algunas excepciones. Pero Timothy es el abanderado del bien. Todos los rubros están en función empática con el texto: música tal edulcorada como toda la producción; dirección de arte sin demasiadas pretensiones, en el que la fotografía basa sus elecciones en que los elementos se vean, no hay búsqueda estética de ninguna naturaleza; en cuanto al guión, donde el conflicto nunca termina de serlo, se va diluyendo a medida que transcurren los minutos, al mismo tiempo que todo se vuelve exageradamente previsible, por ende aburrido. Posiblemente las actuaciones sean de los más loables, sobre todo por algunos personajes secundarios como James Geen (David Morse) o Ms. Bernice Crudstaff (Diane Wiest). El punto es que no se sabe a quien va dirigido: no es para niños pequeños, no; no está destinado a un público adulto; no es para adolescentes, ni tampoco para púberes, si desde lo discursivo, y con el único motivo de proteger a niños en edad escolar, tampoco la recomiendo. En definitiva este cuento de hadas es sólo para Los Ángeles. La interpretación de lo dicho queda a criterio del lector. En síntesis, una cantidad de elementos fundacionales de la vida cotidiana de cualquier familia, banalizada con el sólo argumento de ser una ilusión. Lamentable Podría ahora entrarle al filme por el apellido (Green) de los personajes, pero, como ya me dijo mi colega y amigo Iván Steinhardt, sería gastar pólvora en chimangos.
El amor brujo Debo confesar que esta nota esta impregnada por la primera sensación que me produjo el filme, me sorprendió. Intento adentrarme en las películas sabiendo lo menos posible de las mismas, pero antes de comenzar la función un critico amigo me dijo: “….Mirá, que es la primera de una saga tipo Crepúsculo”. Eso hizo que me mal predispusiera a verla. Pero no, la historia transcurre en un pequeño pueblo, donde nunca pasa nada, y lo poco que pasa esta regido, controlado, supervisado, por la Iglesia, pero luego de transcurrido unos minutos vemos que el espacio físico más importante es la biblioteca. Este hecho, que no es aislado, estará propulsando la construcción de los protagonistas y a los personajes secundarios, de soporte y los laterales. La historia narra la relación casi imposible, tipo Romeo y Julieta, entre dos jóvenes, uno, un NYC (nacido y criado en el lugar), hijo de una familia influyente, el otro, una joven que llega para vivir con su tío, el hombre rico del pueblo, sobre el que se cierne una maldición sabida por todo el pueblo y negada por la familia. En ese típico pueblo sureño, donde la historia paso por el costado pero que no quedo inerme a los cambios tecnológicos, las salas de cine casi en desuso, pues los filmes llegan primero en DVD e Internet, es la forma de comunicación cotidiana hasta entre los habitantes del lugar. Pero Ethan Wate (Alden Ehrenreich) no es el adolescente pueblerino común, corriente y adaptado, fantasea con aventarse de su aburrida y monótona vida, donde todo es previsible y estipulado, hasta que conoce a Lena Duchannes (Alice Englert). La atracción es instantánea, mutua, acelerada, ella es concretamente la chica de sus sueños. Son tal para cual. El primer detalle de identificación entre ellos es que ambos son amantes de la lectura, de ahí su concurrencia a la biblioteca. Tampoco es casual los libros que leen, “Matadero 5” de Kurt Vonnegut, cuyos protagonista son niños inmersos en al segunda guerra mundial. Él quiere ser escritor, ella por su parte lee y le recomienda “Trópico de Cáncer” de Henry Millar, cuyo protagonista es un escritor que apenas puede sobrevivir. Este es uno de los pequeños grandes hallazgos del filme, ambas novelas tiene en coincidencia que fueron publicadas en los Estados Unidos en los años 60, la de Miller escrita en la década del 30, y luego de publicada fue prohibida por obscena, época de grandes cambios y tragedias en los Estados Unidos, recordemos el asesinato de Martín Luther King, sobre todo en ese sur discriminador, xenófobo, racista, que todavía sigue pagando las consecuencias. Hasta se podría hacer un paralelo entre este amor prohibido y aquellos que fueron castigados por concretarlos en ese momento y lugar. Volviendo a la película, él es un humano común y corriente y ella enseguida le confiesa ser una casper, no le agrada el término bruja, esa es la maldición que cae sobre su familia, pero aclara hay brujas buenas y brujas malas. Lena esta por cumplir 16 años, es el momento donde las fuerzas del bien y del mal se disputaran a la joven para llevarla para sus huestes, pero no sólo por eso, esto es así, la edad de los personajes esta estipulada para que sean verosímiles a sus actos y sus proyectos. Él tiene la misma edad, ambos concurren a la misma escuela y transitan por el último año, es el momento elegir una universidad para continuar los estudios. Él desea irse lo más lejos posible, secundado por su mejor amigo, hasta que la conoce a Lena. Claro, ahí cambian sus prioridades. El segundo punto, y no menos importante para que estos personajes, es que se proyecten uno sobre otro, es que ambos son huérfanos recientes. La gran diferencia con su paupérrima antecesora saga, la impresentable antes nombrada de “Crepúsculo”, es que si bien es un relato romántico, y hasta previsible, no es edulcorado, y a pesar que el tema principal es ese amor imposible, no desdeña entrar a jugar los conflictos internos de los personajes enfrentados a los cambios de ídolos, a la separación de ese mundo adulto protector, y al mismo tiempo enfrentados a un primer amor, ese que parece ser para toda la vida y que nunca se olvida. Circundando y apoyando a la pareja protagónica aparecen los otros personajes muy bien construidos y desarrollados, con pocos elementos, dado que están interpretados por grandes actores y parece que el director supo usar los recursos histriónicos de los mismos en pos de una economía discursiva, con unos pocos gestos esta todo aclarado. En primer lugar aparece el tío de Lena, Macon Ravenwood (Jeremy Irons), toda una versión humana de Shrek vestido con ropa vampiresas, quien no puede aceptar esa relación, cuyo detalle más significativo es que todo lo que sabe, lo sabe por Google, el buscador más usado de internet. Esa contraposición entre los jóvenes y los adultos de hoy, esos cambios de costumbre de apoyarse en la palabra, a dejarse llevar por las imágenes, léase, internet, TV, cine, etc. Por su parte, luego de la muerte de su madre, Ethan va a vivir a casa de su tía, la Sra. Lincoln (Emma Thompson), significativo apellido para un personaje discriminador, secundados por otros grandes actores como Viola Davies, la bibliotecaria, el ascendente Thomas Mann como el amigo de Ethan, o Emmy Rosum en el papel de la prima bruja de Lena. La otra gran diferencia es que este es un texto más inteligente, más adulto, con guiños y toques de humor que lo instalan por momentos como burlándose del mismo género al que adscribe. En cuanto a los rubros técnicos se destaca la dirección de fotografía a cargo de Philipe Rouselot, el mismo de “Charlie y la Fabrica de Chocolate” (2005), con una estética que hace resaltar los elementos más comunes del cine “gore”, el diseño de vestuario y la banda de sonido que dan otro tipo de sostén a la producción general. Tal fue la sorpresa que me lleve que al finalizar me sorprendí a mi mismo deseando ver la segunda parte.
Una periodista al salir de ver esta película dijo que se la autodefine desde el titulo, pero a mi entender no me resulta demasiado comprensible la elección del mismo una vez que trato de formular algún tipo de análisis sobre el texto fílmico. Claramente, y ya desde las primeras escenas, el director da cuenta, o nos muestra, que el personaje sufre algún tipo de alteración psíquica, el que podría encuadrarse dentro de lo que se conoce popularmente como psicosis esquizofrénica. Digo claramente del personaje y no especifico sobre el protagonismo del mismo, ya que Rosario, que es el que más aparece en pantalla, está jugado por varias actrices, y la que ocupa más tiempo en pantalla es Florencia Raggi, pero sobre el final guionistas y realizador hacen un giro sobre el mismo y da por tierra con lo anteriormente estipulado. Rosario es una asesina a sueldo que sólo se ocupa de matar a hombres que maltratan a las mujeres, pero la primera que lo encarna es Liz Solari y su transformación en Florencia Maggi está jugado por efecto. Luego, todas y cada una de las que ponen el cuerpo para animarlo repite algún detalle de la anterior. La historia comienza cuando Rosario, en el cuerpo de Raggi, es perseguida por un sinfín de policías tras el asesinato de uno de esos maridos. Finalmente capturada, para luego ser liberada de la cárcel meced a la fianza depositada por una mujer perteneciente a la clase económica dominante, personificado por Ana Celentano, ex campeona de tiro con ballesta, postrada en un sillón de ruedas, quien la contrata para que mate a su ex marido al que culpa de su parálisis. El ex marido esta a punto de ser padre con su joven pareja, interpretada por Juana Viale, pero quien se acerca con el fin de concretar lo encomendado por la ex es otra actriz. Sólo un detalle de actitud demuestra que todas están dentro del mismo personaje. El problema principal de esta producción no es tanto lo confuso que se determina desde la estructura narrativa, demasiado descuidada en cuanto al montaje, sino lo pretencioso del mismo sin demostrar algún tipo de asesoramiento sobre la construcción de un ser tan complejo como éste. Hace un tiempo se estreno en Argentina una producción de similares características, “Identidad” (2003), del realizador James Mangold, que si bien no era un dechado de virtudes tenia una apertura que desplegaba la trama de manera coherente y el final no se tornaba abrupto e incomprensible. Situación que si se presenta en la ultima producción de Israel Adrián Caetano, de quien viéramos otras realizaciones mucho mejores, más sencillas pero mejor construidas, como “Pizza, birra, faso” (1998) y “Bolivia”. En este caso no sólo desde lo narrativo, sino que también la puesta en escena, presenta fallas incomprensibles en un director que ya demostró ampliamente que sabe tratar el audiovisual, igual que en las decisiones de cómo contar la historia, con un manejo de la cámara que en esta oportunidad parece deambular sin un orden ni una progresión definida, en parte debido al hecho de que los personajes no están bien construidos. ¿Será que todos parten del delirio psicótico de uno solo? No aparece esta idea en el transcurso de la narración, sólo al final y con muy pocos datos, o con detalles mínimos, trata de ponerlo al descubierto, pero ya es tarde para el espectador. Posiblemente lo mejor de este producto este dado por la actuación de Ana Celentano, quien hace creíble el personaje hasta el final, y de Florencia Raggi, la única de las que la interpreta a Rosario que salva a la asesina de ser una caricatura. Todo esto no quita que estemos a la espera del próximo proyecto de Caetano.
Alguien podría afirmar luego de leer estas líneas que su autor no adscribe al género musical en el cual se encuadra la producción británica de “Los miserables”, de corte netamente hollywoodense, que llega a nuestros cines. Nada más desacertado. Precedida de varios premios, algunos justificados, como el que se le otorgo a Anne Hathaway por su composición del personaje de Fantine. Dirigida por Tom Hooper, ganador del Oscar 2011 con “El discurso del Rey”, tiene ocho nominaciones a los próximos premios que entregará la Academia de Hollywood. Pero es un musical, y su principal pecado es que llega en un momento en que la música grandilocuente, pomposa, empática, se hace insoportable, muchas veces ayudado por interpretaciones vocales paupérrimas, tal el caso del muy buen actor Russell Crowe, en la piel del policía Javert, antagonista del héroe, que aquí carraspea más que canta. Un escalón más arriba aparece Hugh Jackman personificando a Valjean, el verdadero protagonista. Ellos son quienes transitan con sus vidas a lo largo de todo el relato. La mencionada Anne Hathaway. y en menor medida, sólo por el tiempo en pantalla, la siempre sorprendente Amanda Seyfried, personificando a Cosette, la hija de Fantine, son quienes levantan con sus interpretaciones la calidad del producto en cuanto a actuación bien secundados por un grupo de actores, la mayoría jóvenes, que dan con el tono y el registro que el drama necesita. Por supuesto que la producción denota con la puesta en escena, el diseño de arte, escenografía y vestuario, una recreación de época impecable, una excelencia exacerbada por la muy buena fotografía e iluminación. Esto es, que en cuanto a producción es muy prolija y nada hay que no pueda ser calificado como superproducción, pues lo es y se nota. El otro problema que se suscita es el abuso de planos cerrados sobre los protagonistas, situación que sólo puede ser disfrutada en una escena trabajada casi toda en un primer plano pero, claro está, sobre Anne Hathaway quien sostiene toda la escena. Es el cuadro musical más emotivo, donde todo esta puesto para el lucimiento de la actriz y ella no lo desaprovechó. Lo demás transita entre primeros planos, planos medios y planos generales cortos muy cerrados y temporalmente largos, que producen hastío. Pero estos rubros, tanto técnicos como artísticos, quedan relegados a un segundo lugar, y no pueden ejercer una influencia definitiva sobre el producto terminado, pues lo que falla es aquello que debería constituirlo para atrapar al espectador, lo ya referido a una música empalagosa y algunas interpretaciones. Convengamos que dura dos horas treinta y siete minutos, casi no hay diálogos, todo es cantado, difícil de continuar con la ilación dialogística entre los personajes, y esta cuestión asimismo atenta contra la posibilidad de mantener la atención constante del espectador. En realidad, y agrego algo demasiado personal, lo que más me subleva de la versión musical de la novela de Víctor Hugo es la tergiversación en cuanto a los conceptos que articulaba el gran autor francés, donde claramente los temas que exponía eran el bien y el mal, la injusticia ejercida por aquellos de los que imparten la ley, la política, la ética, la moral, la religión, poniéndose claramente en contra de los castigos desmedidos, en contra de la pena de muerte, y realizaba una radiografía exhaustiva de la sociedad francesa de esos años. “Los miserables” para Hugo no estaban determinados por su condición social, no lo establecia a partir de la pobreza, del hambre, o la miseria, sino por los actos. Eran, a mi entender del texto original, los inmisericordiosos, los que hacen alarde del poder, ya sea policial o económico, los egoístas, los envidiosos, hasta coloca en esa categoría a los lacayos del poder instituido, aquellos que delatan a los de su misma condición por agraciarse con el poderoso, ya sea el dueño de una fábrica con pautas legales injustas o un policía impiadoso. En esta traslación, o adaptación, llámela como quiera, da vuelta los conceptos y pone en categoría de miserables a los que se sublevan, a los pobres, a los que alguna vez fueron castigados desmedidamente y cargan con la marca, pero que intentan escaparle a su predestinación. De esta manera suicidan el alma de la novela, y esto, no importa si es una adaptación del musical, su origen es literario, y esta dicho en la película.
Siempre es muy bueno, según mi criterio personal, no saber nada de la película que voy a ver para dejarme sorprender. En este caso esto se tornaba muy difícil ya que Bruce Willis (John McClane) interpretaba por quinta vez a su personaje. Sabemos que entramos a dejarnos llevar por un género establecido, en este caso la acción, lo que debe redundar en un filme de montaje de planos cortos, a velocidad extrema por los cortes, autos, motos, aviones, helicópteros y todo tipo de transporte humano que pueda explotar, estará presente. ¿Qué hizo que éste personaje, creado allá a fines de la década de los 80, sobreviva? Sobre todo su construcción. Un policía que siempre se encontraba en el lugar menos indicado, en el momento menos favorable, o sea en el medio de la tormenta. Uno podría equiparar a ese protagonista al de aquella primera entrega con Will Kane, el sheriff que interpretaba Gary Cooper en “A la hora señalada” (1952), sólo que en el caso de McClane siempre tuvo un ayudante sostenido y creíble durante todo el relato, situación que no se dio en la segunda, que no era el único yerro y fue la más floja de la saga, hasta ahora. Pero lo que lo constituyó como héroe de acción, además de representar a un cowboy urbano siglo XX, fueron sus maneras de enfrentar las situaciones. Capaz de romper con las reglas establecidas con el sólo fin de reestablecer el orden impuesto, inteligente, sagaz, carismático, impertinente siempre, y a pesar de ser un convidado de piedra (así se autodenominaba en la primera) parecía tener el control de las acciones, anticipándose a los antagonistas de turno. Esta situación en la producción que me ocupa no sucede, todo el desarrollo de las acciones, toda la construcción de la trama, está puesta al servicio de las imágenes explosivas. Se olvidaron del guión, o no le dieron la importancia necesaria. Sólo creyeron que transportar al personaje a un ambiente enteramente desconocido podría surtir efecto. Y hubiese sido así, si desde el guión hubieran explotado, valga la redundancia, o hubiesen hecho jugar a ese espacio como un protagonista, cosa que no sucede. Las escenas de acción bien podrían transcurrir en cualquier ciudad de los Estados Unidos de América. Tampoco sucede con el enfrentamiento cultural. Es verdad que los seres humanos lo son en cualquier lugar, que las virtudes y defectos se van repitiendo, pero constituir un contrincante ruso con las mismas características culturales de un yankee no sólo no ayuda, sino que atenta contra la verosimilitud del relato, y, por sobre todas las cosas, además, parece lamentable. La historia es demasiado sencilla. El bueno de John, ya entrado en años, como en situación para jubilarse, se entera que su hijo, al que cree un descarriado sin remedio, y por lo cual se hecha la culpa, cayo preso en la Madre Rusia. Allí va él al rescate pues no confía ni en los policías rusos, ni en sus leyes. Estas nunca aparecen en el juego, ni los policías ni son nombradas las leyes. Pero su hijo no es quien él cree que es, sino que es un oficial de la C.I.A. en una operación de rescate de un preso político ruso. Todo se complica. Nada se concreta como lo proyectado. El hijo finalmente debe aceptar la ayuda del padre y ambos deberán hacer todo lo posible para lograr el éxito de la misión. Si bien señalé las razones del fracaso de esta producción en tanto y en cuanto una saga, porque no responde demasiado bien a sus antecesoras, esto sea dicho desde el guión, el mayor pecado del producto sabiendo que siempre es totalmente previsible que el bueno debe ganar por definición y que el malo lo es por antonomasia, siempre había una pequeña cuota de suspenso, mínimo, pero bien trabajado, situación que hacia que el espectador se mantuviera expectante. En este caso, que se podría catalogar como una sucesión indiscriminada de escenas de acción, por supuesto bien filmadas, plagadas de efectos especiales muy bien resueltos, con un excelente montaje de sonido, buena selección de banda sonora, donde homenajeando a la original se puede escuchar a Beethoven, con algunos intersticios mínimos de historia, algunos gags tan elementales y clichés como poco efectivos, termina aburriendo. El realizador John Moore sabe técnicamente que se debe hacer a cada instante, la ideación y el diseño de posiciones de cámaras, los movimientos, la elección de los planos, son correctos y se adecuan al género, lo mismo pasa con la fotografía, pero respecto a la creación de climas de suspenso parece que ha quedo para otra oportunidad Dije al principio que me gusta ir sin saber nada del filme, en este caso el subtitulo, “un buen día para morir”, me dio la esperanza de encontrarme con algo diferente. El personaje me agrada sobremanera, Bruce Willis lo hizo famoso y viceversa, y en algún momento, antes de empezar a verla, quise pensarla como la muerte de John McClane, pero esto no sólo no sucede, sino que ya esta preparada la próxima.
Esta producción se estrena precedida por varios factores. El primero, la dirección del Rey Midas del cine, Steven Spielberg, quien todo lo que realiza, cinematográficamente hablando, se traduce velozmente en positivos resultados de taquilla. El segundo, como buen conocedor del gusto y estructura yankee, siempre apunta a logros que también se podrían traducir en candidaturas a los premios de la Academia de Hollywood, los siempre bien ponderados “Oscars”. En esta ocasión no se aleja de sus antecesoras en cuanto a esta variable, es candidata a 12 premios, la de mayor cantidad este año, pero posiblemente no sea el tipo de cine a que nos tiene acostumbrado el bueno de Steve. Poseedora de una dirección de arte casi impecable, principalmente desde la recreación de época, la escenografía y el vestuario, ayudados por una muy acertada puesta en escena, conjugada con la brillante dirección de fotografía a cargo del polaco Janusz Kaminsky, con quien Spielberg ha trabajado en infinidad de películas. Ha todo esto se le agrega la selección de actores que se encargan de constituirse en los personajes como para hacerlos no sólo creíbles, sino también ser presentados como reales. En este sentido el primer lugar lo ocupa el genial Daniel Day Lewis interpretando a Abraham Lincoln, no tal cual lo demandaría la iconografía que gira alrededor del personaje, sino otro, más humano, más fuerte y más débil simultáneamente. Esto se debe a que la mirada que se eligió para contar la historia no es la de la tradición oral, o con la que se construyó el imaginario popular sobre ese líder político. El relato se centra en la lucha del primer presidente republicano en la historia de los Estados Unidos por abolir la esclavitud. Para lograr su objetivo debe recurrir a todo tipo de artimañas, algunas políticamente incorrectas, lo que implica una suerte de logrado suspenso, a cuenta y sabiendas que todos los espectadores conocemos el final. Si bien todo gira en derredor de Lincoln por presencia en pantalla, o en ausencia pero presente en la boca o la cabeza de los otros personajes, tal es así que sólo unos cuantos grandes actores salen airosos del enfrentamiento “virtual”, tal el caso de Tommy Lee Jones interpretando al senador progresista Thaddeus Stevens, el recuperado James Spader como uno de los asistentes, Bilbo, David Straitham encarnando a William Seward, el asistente personal de Lincoln, culminando en Sally Field y Joseph Gordon Levitt, componiendo a Mary Todd Lincoln, la esposa, y Robert Lincoln el hijo mayor, respectivamente. Si con todos estos logros, al que igualmente hace honores la música de John Williams, creando y sosteniendo tanto los climas, el montaje que responde muy claramente al diseño de producción, y al guión respetando el clasicismo de la estructura narrativa, en la sumatoria finalmente se llegue a la conclusión que el resultado no sea de alta calificación es porque algo falló. En este orden se debería aclarar que la falla esta dada en razón de que la realización termina siendo un tanto aburrida ¿Los motivos? No son demasiados, pero si suficientes. Fundamentalmente juegan un papel preponderante los diálogos a los que se los podría dividir en dos secciones, aquellos de la vida cotidiana donde sobresale Lincoln con algunas sentencias fatuas, y los que se generan en sentido estricto en prosecución de obtener la mayoría de los votos para poder promulgar la famosa 13 Enmienda, la mayoría desarrollados en el claustro de votación, donde en todas y cada una de las escenas esta omnipresente Lincoln, cerrando además cada una de dichas escenas con una frase aleccionadora. En este sentido los diálogos están plenos de formulaciones donde quedan claramente expuestos los actos de corrupción, compra de votos y voluntades ejercidas desde el poder, pero es tal la catarata de palabras sentenciosas expresadas que es muy difícil de asirlas, asimilarlas, comprenderlas y finalmente disfrutarlas.. Esto le vuelve a quitar a los personajes aquello que sostenía la idea primaria de cómo introducirse en el personaje y en la historia. y paralelamente introducirnos a los espectadores, por la variante menos conocida de la historia, lo que nos había entregado e intrigado.