Lincoln

Crítica de Héctor Hochman - El rincón del cinéfilo

Esta producción se estrena precedida por varios factores. El primero, la dirección del Rey Midas del cine, Steven Spielberg, quien todo lo que realiza, cinematográficamente hablando, se traduce velozmente en positivos resultados de taquilla. El segundo, como buen conocedor del gusto y estructura yankee, siempre apunta a logros que también se podrían traducir en candidaturas a los premios de la Academia de Hollywood, los siempre bien ponderados “Oscars”. En esta ocasión no se aleja de sus antecesoras en cuanto a esta variable, es candidata a 12 premios, la de mayor cantidad este año, pero posiblemente no sea el tipo de cine a que nos tiene acostumbrado el bueno de Steve.

Poseedora de una dirección de arte casi impecable, principalmente desde la recreación de época, la escenografía y el vestuario, ayudados por una muy acertada puesta en escena, conjugada con la brillante dirección de fotografía a cargo del polaco Janusz Kaminsky, con quien Spielberg ha trabajado en infinidad de películas.

Ha todo esto se le agrega la selección de actores que se encargan de constituirse en los personajes como para hacerlos no sólo creíbles, sino también ser presentados como reales.

En este sentido el primer lugar lo ocupa el genial Daniel Day Lewis interpretando a Abraham Lincoln, no tal cual lo demandaría la iconografía que gira alrededor del personaje, sino otro, más humano, más fuerte y más débil simultáneamente. Esto se debe a que la mirada que se eligió para contar la historia no es la de la tradición oral, o con la que se construyó el imaginario popular sobre ese líder político.

El relato se centra en la lucha del primer presidente republicano en la historia de los Estados Unidos por abolir la esclavitud. Para lograr su objetivo debe recurrir a todo tipo de artimañas, algunas políticamente incorrectas, lo que implica una suerte de logrado suspenso, a cuenta y sabiendas que todos los espectadores conocemos el final.

Si bien todo gira en derredor de Lincoln por presencia en pantalla, o en ausencia pero presente en la boca o la cabeza de los otros personajes, tal es así que sólo unos cuantos grandes actores salen airosos del enfrentamiento “virtual”, tal el caso de Tommy Lee Jones interpretando al senador progresista Thaddeus Stevens, el recuperado James Spader como uno de los asistentes, Bilbo, David Straitham encarnando a William Seward, el asistente personal de Lincoln, culminando en Sally Field y Joseph Gordon Levitt, componiendo a Mary Todd Lincoln, la esposa, y Robert Lincoln el hijo mayor, respectivamente.

Si con todos estos logros, al que igualmente hace honores la música de John Williams, creando y sosteniendo tanto los climas, el montaje que responde muy claramente al diseño de producción, y al guión respetando el clasicismo de la estructura narrativa, en la sumatoria finalmente se llegue a la conclusión que el resultado no sea de alta calificación es porque algo falló.

En este orden se debería aclarar que la falla esta dada en razón de que la realización termina siendo un tanto aburrida ¿Los motivos?

No son demasiados, pero si suficientes. Fundamentalmente juegan un papel preponderante los diálogos a los que se los podría dividir en dos secciones, aquellos de la vida cotidiana donde sobresale Lincoln con algunas sentencias fatuas, y los que se generan en sentido estricto en prosecución de obtener la mayoría de los votos para poder promulgar la famosa 13 Enmienda, la mayoría desarrollados en el claustro de votación, donde en todas y cada una de las escenas esta omnipresente Lincoln, cerrando además cada una de dichas escenas con una frase aleccionadora.

En este sentido los diálogos están plenos de formulaciones donde quedan claramente expuestos los actos de corrupción, compra de votos y voluntades ejercidas desde el poder, pero es tal la catarata de palabras sentenciosas expresadas que es muy difícil de asirlas, asimilarlas, comprenderlas y finalmente disfrutarlas..

Esto le vuelve a quitar a los personajes aquello que sostenía la idea primaria de cómo introducirse en el personaje y en la historia. y paralelamente introducirnos a los espectadores, por la variante menos conocida de la historia, lo que nos había entregado e intrigado.