La memoria del muerto

Crítica de Héctor Hochman - El rincón del cinéfilo

Otro filme argentino en el que la vedette son los rubros técnicos, de muy buena factura por cierto, inclusive teniendo en cuenta la decisión de arriesgarse con un género como el del terror-fantástico, infrecuente en la producción cinematográfica vernácula, al menos no de manera industrializada.
Pero, valga la aclaración, los avances tecnológicos y la posibilidad de hacer empleo de los mismos es cada vez más usual.
Lo que sigue demandando la apropiada conclusión de un texto fílmico es un buen guión, y este no lo es. Como decía el gran director japonés Akira Kurosawa: “Es posible hacer una mala película de un buen guión, pero es imposible hacer una buena de uno malo”.
La historia se centra en Alicia (Lola Berthet), una viuda que convoca a un grupo de amigos al cumplirse un mes del fallecimiento de Jorge (Gabriel Goity), su marido, para honrarlo, pero guarda en su interior motivos secretos.
De pronto comienzan a ocurrir hechos casi sobrenaturales. En el jardín de la casa hay una niña que se columpia en una hamaca, el problema es que está muerta, y sólo la madre la puede ver.
A partir de ese momento lo que era una reunión en homenaje al finado se trastoca en una sesión de espiritismos y conjuros varios. Cada uno de los participantes tendrá sus cinco minutos de protagonismo, o de fama, según usted prefiera, en el que un pariente u amigo fallecido vendrá a pedirle, o rendirle, cuentas, eso sí, todos de manera sangrienta.
Esto es lo mejor de la producción. Respeta y promueve todos los elementos del género al que adscribe, cuanta más sangre mejor, con un gran cuidado de la estética, del manejo de la luz, de los encuadres y también del vestuario, no es casual que Alicia esté vestida de luto, todo negro su atuendo, con velo negro casi transparente.
Hasta las actuaciones son convincentes, comenzando por Lola Berthet, continuando por Gabriel Goity, hasta el personaje de Hugo a cargo del siempre eficaz y creíble Luis Ziembrowski, encarnando al más siniestro de todos los invitados, de quien no se dan a conocer los motivos de su presencia, aportando cierto aire de misterio su sola representación. Bien secundados por Ana Celentano y Rafael Ferro, como la madre y Mauro, respectivamente
Pero todo está construido de manera muy confusa, sin solución de continuidad, todo aparece como aislado, nada justifica el encadenamiento de cada una de las escenas y, a la postre, de las secuencias.
Sobre el final termina por realizar un giro doble, ambos inesperados, es verdad; uno creíble, a partir de una lectura actual de lo políticamente correcto, el otro no, ni que lo expliquen.