Desde hace muchos años se viene produciendo un hecho singular en la industria cinematográfica de los Estados Unidos de América, específicamente en la maquinaria trituradora de ideas como lo es Hollywood. Para esta cuestión de una idea fija sobre algo que presagiar, contar, futurismo o revisionismo, se recurre a la duplicación, y en algunos casos más, en las producciones que versan sobre un mismo tema o idea. Cuando, por ejemplo, la idea era la devastación de la tierra por cuestiones espaciales surgieron “Armagedon” e “Impacto profundo”, ambas de 1998, ambas meteoritos que destruirían la tierra, como si lo que hacemos los humanos no alcanzará. Antes, sólo un año antes, surgieron “Dante´s Peak” y “Volcano”, en ambas un volcán hacia estragos en una población, la primera en un pueblito en medio de la montaña, la segunda en medio de una gran ciudad como Los Ángeles. Otros ejemplos claros al respecto, pero que se diferencian de estos, se suscito en 1978 en producciones con diferentes miradas sobre un mismo hecho, como “Regreso sin gloria” y “El francotirador, las que compitieron por los premios “Oscar”, y un año después llegaría, a mi entender, la mejor del “género” respecto de la guerra en Vietnam, “Apocalipsis now” de Francis Ford Coppola. Bien. Unos meses atrás se estreno en Argentina “Ataque a la Casa Blanca”, en la que un grupo extremista norcoreano invadía “El nuevo Olimpo”, no sin una pequeña ayuda de algún amiguito desde adentro, corrompido o no. Ahora, el presidente es el negro Jamie Foxx, como hace unos meses lo era el blanco caucásico Aaron Eckhart. Claro, como corresponde actualmente, Obama de por medio, pero en esta ocasión el enemigo intimo es la extrema derecha recalcitrante, amante de la armas y favorecida por la fabricación y comercialización de las mismas, para lo que es necesario implementar, o continuar, con las guerras a como de lugar. Pero el negro quiere la paz. Es tan bueno que hasta peca de ingenuo, juega como un niño para hacer su ingreso a la Casa Blanca, y además de tener tiempo para mostrarse como marido y padre preocupado, dispone de tiempo para darle la bienvenida a los turistas visitantes de la mansión con historia donde, en esta oportunidad, se encuentran en la función de paseo nuestro protagonista y su hija. En este punto se cruzan las dos historias que nunca más se podrán desprender la una de otra. La primera, la del héroe verdadero, esta centrada en John Cale (Chaning Tatum), un policía, ex militar condecorado, parte de la custodia personal del secretario de estado Raphelson (Richard Jenkins), pero que no es el adalid de los padres, que separado de su mujer peca de incumplidor con las promesas que le hace a su hija de once años, Emily (Joey King). Paralelamente Cale quiere ingresar al servicio secreto para ser custodio del presidente, que es el ídolo de su hija, por lo que mejoraría su status y sería mejor mirada por ella, quien constantemente demostrará que no parece ser hija de ese padre por los niveles de instrucción, como el saber e inteligencia que refleja. Pero vamos, que es sólo una película de acción dirigida por Roland Emmerich. No ansiemos en demasía que saldremos frustrados. Lo que desde el titulo aparece como premonición, se cumple: mucha acción, montaje acelerado, tiros y explosiones, por ende los efectos especiales están a la orden del día. Desde lo narrativo, clásico del género, como una historia que ya nos la contaron mil veces, la ultima, la más parecida, realizada por Antoine Fuqua (el citado ”Ataque a la Casa Blanca”), posiblemente con mucho menos presupuesto, sólo que ahora tiene un dejo políticamente correcto ya que la “traición” se produce por la idea del presidente de retirar las tropas de Medio Oriente, como demostración de su deseo de paz… Desde el guión se intenta, sin lograrlo, giros que nada tiene de imprevisto, ni sorprendentes, cuando se presenta el jefe de los extremistas sabemos que no es el último, hasta lo dicen “no lo hace por el dinero”. Luego se dan tiempo para desarrollar la construcción de cada uno de los personajes, todos muy de libreto, respetando los cánones a pie juntilla, los malos muy malos y los buenos lo son por definición, por eso el mejor, el que más empatia produce es el personaje de Emily, ya que, si bien no es original, es ella la que introduce la tecnología en el conflicto y casi se propugna como la verdadera heroína. En cuanto a las acciones, son las ya vistas en infinidad de filmes de este estilo, con persecuciones de autos, bombas, helicópteros, aviones y la inminente destrucción de la Casa Blanca, y se puede reconocer a lo largo de toda la narración, y muy fácilmente, entre muchas otras “Duro de Matar” en las versión que quiera. Esta producción entretiene, no decae en la acción, el arte y la fotografía son de muy buena factura, y el diseño de sonido sólo impedirá que se duerma. La violencia es glamorosa y excitante, las historias de amor tontas y pueriles, las familiares un cliché. Si busca otra cosa…
Sólo se vive una vez Basada en hechos reales, la historia gira alrededor de una pareja y los problemas que se suscitan a partir de la enfermedad de su primer hijo, pero desde el principio sabemos que el final del relato es esperanzador. Entonces la pregunta que se antepone es qué justifica su tiempo, por ello el nombre original (“La guerra está declarada”) es mucho más abarcativo que el vernáculo pues dice de lo interminable que es la lucha de los padres por la vida de sus hijos. La directora junto al guionista son en realidad, además de sus artífices, los verdaderos personajes de la historia, pues ellos sufrieron con su primer hijo una situación similar. Pero un filme, centrado en una enfermedad grave de un pequeño niño, podría haber caído, o recurrido, en los golpes bajos, clisés de todo tipo, ser lacrimógena de principio a fin, sin embargo Valérie Donzelli elude constantemente caer en esos parámetros. Se arriesga y sale airosa construyendo una producto digno, utilizando elementos del lenguaje cinematográfico de manera no muy convencional, como en caso de la música, o más específicamente las canciones, la puesta en escena, el uso del color y la luz, que bien podría hasta ser por momentos lúgubre o de colores que representen tristeza, en cambio es siempre luminosa, no se podría decir alegre, pero si optimista. Un par de datos no menores, pero si en este caso parece como demasiado pueriles por lo obvio, al producto en general no le aporta demasiado la elección de los nombres de sus personajes. Romeo (Jeremie Elkaim) va a una fiesta en un club bailable lleno de gente. En medio de esa muchedumbre descubre a Julieta (Valérie Donzellie). Esas miradas cruzadas, atracción instantánea, instintiva más que impulsiva, si es que se encuentra la diferencia, salvaje, animal. Ella llego acompañada, pero se retirará con Romeo. Este es el dato, sus nombres tienen, o parecen tener, intención directa a empatizar con una de las historias de amor más bella y trágica de la literatura universal, “Romeo y Julieta” de William Shakespeare. Elipsis por medio, con el paso del tiempo a grandes velocidades, nos encontramos con la feliz pareja en espera de su primer hijo al que llamarán Adam (¿el primer hombre?), pero no todo es feliz. El niño comienza a tener manifestaciones físicas que evidencian que algo no está bien, esta enfermo. La pediatra los deriva a un especialista que les da la peor de las noticias al confirmarle que el bebe tiene un tumor en el cerebro, que es operable pero que el riesgo es inmenso. Sabemos del final feliz respecto de la enfermedad, lo sabemos desde el encabezado, valga la alegoría, por lo que la narración se centra en las acciones de sus protagonistas y el medio que los rodea. Los psicólogos sistémicos, aquellos que toman a los individuos siempre dentro de un sistema familiar, propugnan que cuando una pareja se casa se conforman tres familias, como para decirlo sintéticamente la que van a construir ellos dos y las que se establecen con cada una de las familias de origen. Valérie en su rol de responsable última del filme no elude el tema, es más, lo incorpora, lo hace jugar, les da el tiempo y la importancia necesaria para que estos personajes laterales ayuden a la progresión dramática de la narración. Asimismo plantea de manera muy valiente, en contra de todo tipo de suposición, como una carrera con vallas, como se la plantean, lo que es tan desgastante, no sólo para cada uno de los padres, sino también en la relación entre ellos. Tampoco, la realizadora tiene temores al relato en off, tal cual un coro griego que anticiparía los actos, o recurrir a la estética de la animación para mostrar de manera más libre (la animación en cuanto a verosímil tiene más autonomía que el realismo a ultranza) parte de la historia, sin tener como fin ultimo otra cosa que hacer más tolerable la circulación del texto. El filme logra conmover gracias a las actuaciones del trío principal, bien secundados y mejor dirigidos. Rodada en algunos de los escenarios donde transcurrió la historia verdadera, imágenes que impactan desde el realismo, pero en definitiva termina por ser una película de mirada cariñosa, hasta se podría decir que por no estar exenta de toques de humor, hasta agradable.
La gran ilusión El director de la maravillosa “Gomorra” (2008) en la que Mateo Garrone despojaba por completo de cualquier tipo de heroísmo romántico a la camorra italiana, proyectando una impasible mirada sobre la mafia italiana. Ello le permitió obtener el gran premio del jurado en el festival de Cannes, premio que repetiría este año con “Reality”, además de los principales premios del cine europeo, así como nominaciones al Globo de Oro y al BAFTA. Vuelve a deslumbrar con un filme que es en sí mismo una radiografía de la sociedad actual. Lo hace desde varios ejes de mirada, pero se concentra en dos específicamente. Las mismas dos variables se desprenden enfáticamente desde el titulo que le impone a su obra, significado y significante, “realidad” en la traducción literal del término en ingles, y “Reality Show” el sistema de programa televisivo de moda sobre falseamiento de una realidad inexistente, pero que propugna la posibilidad de conseguir fama y dinero con muy poco esfuerzo, sobre todo intelectual. Como si el paradigma impuesto por Renato Descartes, allá por el siglo XVII, “pienso, luego existo”, se haya cambiado por el de “televisto, luego existo”, o como cantaba el conjunto Les Luthiers, en su sketch “La Tanda”: “EL QUE PIENSA PIERDE”. Dicho de otro modo, la primera posibilidad de lectura de “Reality” plantea las consecuencias de una ruptura con el sentido de realidad por parte del personaje, en tanto y en cuanto construcción delirante, y la segunda sería toda una imposición desde el discurso televisivo sobre la injerencia de esta sobre la vida cotidiana, tal cual se planteaba como hipótesis a desarrollar en “Héroes por Azar” (1992) de Phil Alden Robinson,“no hay más secretos”, pero en este caso sobre el poder invasivo de la TV en la vida de gente común. La narración comienza con un gran plano secuencia desde una posición de cámara cenital, ¿la mirada de Dios? Nos introduce en la “intimidad” de un casamiento donde conoceremos a Luciano (Aniello Arena), el “Alma Mater” de cada reunión familiar, que en este caso queda subsumido a la condición de “partenaire” por la aparición de Enzo (Rafaelle Ferrante), un casi ganador de la versión de “Gran Hermano” italiano, contratado por los “productores” del evento en el hotel “La Sonrisa”. Tal cual, y no es un dato menor, pues esa primera secuencia cierra en la plena imagen del rostro sonrientemente herido de nuestro héroe, cuando percibe con que poco esfuerzo alguien pudo ser “reconocido”. En esa vertiente de tragicomedia se desarrollara toda la historia, como decía el gran Charles Chaplin “la vida es una comedia vista de lejos y una tragedia vista de cerca”. El otro dato se desprende de la significación y puesta en marcha, es que partimos de una fiesta de casamiento que no es ni será la realidad de esa pareja, es una gran fantasía, todos saben que no es posible en la realidad cotidiana una continuidad de ese estado de obnubilación. Asimismo, es dable percibir en toda esta primera secuencia, casi un homenaje al mejor cine de Federico Fellini desde la estética, el uso de los colores y de la luz, los personajes, los espacios en que se desarrollan las acciones y la música, en doble vertiente narrativa y empática. Luego todo el resto tendrá desde lo estético dos variable de construcción y constitución. Por una parte la base del neorrealismo italiano de mediados de la década de 1940, y por otra el grotesco del mismo origen, pero instalada dos décadas antes. Luciano es un padre de familia extrovertido y alegre. Tiene una pescadería en Nápoles y se desdobla por un lado entablando una perfecta relación con sus clientes, por otro, ya que el dinero no alcanza, haciendo trampas con algún sistema de crédito y beneficios económicos con los jubilados napolitanos. Nos lo muestra disfrutando del contacto con aquellos que lo rodean, ya sea en el trabajo como en su casa con sus numerosos hijos. Un día, estimulado por ellos, aunque sin excesivo convencimiento, se registrará para participar en los castings para una nueva versión del “Gran Hermano”, el popular programa que se emite por televisión en su versión italiana durante las 24 horas al día. Sorprendentemente es preseleccionado como participante. Nadie se da cuenta del “pre”, la fantasía puesta en juego se precipita, y a partir de ese momento toda su vida dará un giro radical. Ya nada será lo mismo, ni nadie lo mirará como antes: ahora será famoso y tendrá que vivir con ello, tanto él como los suyos tendrán que acostumbrarse a una nueva “realidad”. La idea que plantea “Reality” no está en relación directa con lo que sucede en la cocina de la televisión, sino en lo que produce, en aquellos que quedan enceguecidos por ella, para lo cual cuenta con la invalorable participación de Aniello Arena, quien supo darle a su personaje toda la veracidad que necesita en ese viaje descendente a su propio infierno, cómo a medida que se obsesiona con la posibilidad que le genera la fantasía, va perdiendo todos sus logros, trabajo, amistades, familia, y por ultimo pareciera que hasta la razón.
Se podría decir que en términos de producciones fílmicas para adolescentes los postulados de las Leyes de Murphy funcionan a la perfección, sobre todo ese que reza “nada es tan malo para que no pueda empeorar” Habiendo quedado muy próximo al olvido la insoportable saga estupidizante y mal escrita como fue Harry Potter, y habiendo sido ayudada a que el recuerdo se sostenga y se la termine revalorizando injustificadamente, claro está, por la llegada, y gracias a Dios ya finalizada, serie de celuloide desperdiciado que fueron las cinco, llamémosle películas, producidas bajo la franquicia llamada “Crepúsculo”. Ahora, habiendo quedado desierto el espacio para idiotizar a pre-adolescentes, y no tanto, nos atacan, nos invaden, ¿nos castigan?, con “Cazadores de sombras, Ciudad de hueso”. Estas últimas, queda fuera “Harry Potter”, se podrían encuadrar en versiones burdas, si se quiere, de Romeo y Julieta, salvo que en todas la tragedia no se hace presente, si bien es un amor “casi” imposible, como lo demostró al final con “Amanecer, parte I y II” (2011 y 2012, respectivamente). En esta traslación al cine de la primera de una trilogía escrita por Cassandra Clare - confieso no haber leído las novelas- , que ya llegan a seis, digamos que la película tampoco insita a que lo haga, ya que habiendo visto y sufrido durante 130 minutos semejante bodrio, alcanza y sobra. Pero estamos frente a un claro ejemplo de lo que, allá por 1940, alertaba el escritor cubano Alejo Carpentier sobre los peligros de la influencia de la literatura sobre el cine, ya que se podría convertir en literatura específicamente realizada para ser filmada, disminuyendo la calidad literaria y al mismo tiempo bastardeando al cine en su condición de arte. El relato se centra en Clary (Lily Collins), una jovencita que tarde descubre que su madre Jocelyn (Lena Headey) no es exactamente humana, pertenece en realidad a un submundo plagado de demonios, hombres lobo, vampiros, ángeles, hadas, y los cazadores de sombras del titulo, y por carácter transitivo también ella. Conviven en esta primera parte las fantasías urbanas, iconos del terror, malos, buenos, los seres humanos y, obvio, no puede faltar el romance. En el Pandemónium de una discoteca de moda de Nueva York Clary se subyuga por un seductor joven de pelo azul, hasta que se transforma en testigo de su muerte a manos de tres jóvenes, bastante andróginos, cubiertos de extraños tatuajes. Desde ese momento esa noche será el principio de transformación de lo que ella creía sería su destino, y un cuestionarse el pasado. Nada de eso que se caía de maduro sucede, las cosas son así porque a alguien se le ocurrió que así fueran, llámela la madre de la “criatura”, o sea la novela. Para que se despliegue ese catalogo de lugares comunes, clisés, y miles de elementos ya vistos en infinidad de oportunidades, nuestra heroína se une a esos tres cazadores de sombras, guerreros dedicados a liberar a la tierra de demonios y, sobre todo, liderados por Jace (Jamie Campbell Bower), un chico con aspecto de ángel, seguidos por Simon (Robert Sheehan), el amigo humano incondicional de Clary. La realización tiene como puntos fuertes lo estrictamente visual y sonoro, o sea el arte, el vestuario, la fotografía y el diseño de sonido, incluido el montaje, con estructura narrativa clásica, todo esto conjugado debería tener dividendos, pero no, es tan pobre la constitución de los personajes, su desarrollo, el conflicto burdo, lo que la torna previsible y aburrida. En cuanto las actuaciones, estas tampoco ayudan, el joven Jamie debería pensar seriamente en retomar sus clases de canto, tiene, y acá lo demuestra, menos ductilidad actoral que un rinoceronte. En tanto la joven Lily Collins hace lo que puede con lo que le tocó en suerte, y el resto del elenco transita por delante de la cámara, igual que Jamie, lo que podría dar a inferir que todo es parte de un plan trazado por el director, quien parece no haber podido encontrar ni la tangente, ni la vuelta.
Luego de pasadas más de dos décadas del último estreno comercial de una película dirigida por Darío Argento, el conocido padre del género del terror italiano, era lógico que se generaran expectativas. Teniendo en cuenta que estamos frente a un texto clásico, casi inmortal, sin querer ser lineal, como lo es la novela escrita por Bram Stocker, “Drácula 3D” incrementó las perspectivas al poder ser testigos de algo diferente, de la relectura de una obra llevada al cine en infinidad de oportunidades, siendo Francis Ford Coppolla, allá por el año 1992, el que supo ser fiel a la obra, extraer la historia de amor, desplazando lo terrorífico a un segundo plano, aunque no demasiado lejano. Pues bien, la vida trae sorpresas y decepciones, aquí estamos frente al segundo caso. No hay en la producción del italiano nada que la separe de las demás versiones realizadas, copia u homenaje, elija la que le guste. Es posible distinguir significativos elementos de otras realizaciones, principalmente en la construcción del Drácula interpretado en esta oportunidad por el actor alemán Thomas Kretschmann, observándose muchas similitudes con la recreación del personaje hecha por Gary Oldman en la versión de Coppolla. Esta versión peca por anticuada, nada agrega, y ese es su mayor defecto, ya que en términos de estética, dirección de arte, recreación de época, utilización de los espacios de representación, diseño de vestuario, y los tecnicismos, léase 3D, el filme cumple, no así la fotografía con colores espectrales como si eso sólo alcanzara, y a medida que se apuntala en la iconografía del texto la obra va perdiendo de vista el in-crescendo tensional que debería poseer. Todo es revelado, lo que hace disipar la “incógnita”, el suspenso, pues no utiliza en ningún momento la idea del terror latente, lo no mostrado, lo desconocido, sino que todo es anticipado y exhibido en pantalla. Por ende lo más pobre de esta realización pasa por el guión, o su reescritura, como si al director poco le importase, lo que hace que al filme se sienta lentificado y aburrido, apoyado en las actuaciones, diálogos enfáticos y actores andantes en automático. Lo que si se agradece a Darío Argento, sobre todo en la platea masculina, es que no tuvo reparos en desvestir a las ninfas, hasta con su hija Asia no tiene estos tabúes, quien personificando a Lucy muestra que a pesar de los años esta en cierta forma vigente, incluidos todos sus atributos. En el rubro de las actuaciones es donde Rutger Hauer en la piel de Van Helsing sobresale sin demasiado esfuerzo, con todo el aplomo que lo caracteriza. Darío Argento ha quedado en deuda. El punto es que tiene bastante hándicap como para sostener y soportar un pequeño paso fallido.
Luego de su paso por el festival de Berlín, y habiendo competido en el BAFICI en la sección de competencia Argentina, se estrena este largometraje, ópera prima de la directora María Florencia Álvarez, que tiene en su haber varios cortometrajes premiados. ¿De qué va la historia? El tema que puede leerse versa, de manera relativa, en la indagación sobre la propia identidad, para ello traza un superpuesto acercamiento a las vías de la identificación. Analía, luego Habi, es una joven provinciana que con 20 años de edad viaja por primera vez a la ciudad de Buenos Aires. El motivo es cumplir con la tarea de entregar unas artesanías realizadas por una amiga de su madre. Mientras cumple con el mandato llega por error a un velatorio, donde la difunta pertenecía a la comunidad musulmana. Turbada en un primer momento, luego hipnotizada, participa de los rituales y por ello recibe objetos que pertenecían a la fallecida. Sin lograr su cometido inicial Analía posterga su regreso. La cuidad le es extraña y fascinante. No hay en ella una mirada turística sino de extranjera, situación que le promueve una emoción de independencia entumecida. A partir de su ignorancia, y regida por la vía de la averiguación y el deseo, Analía comienza un viaje iniciático interno y en su camino hace anclaje en la Mezquita. La casualidad hace que deba elegir un nombre, y elije para sí “Habiba Rafat”, y bajo esta identidad experimentará vivencias nuevas, se adaptará al medio, vive sola por primera vez. Consigue trabajo en un supermercado árabe. En este periplo conoce a Yasmín, ella la acompañará y la introducirá hasta llegar a ser parte de la comunidad islámica, al mismo tiempo que por primera vez se siente atraída por un joven musulmán, lo que la enfrenta a construir una relación basada no tanto en la mentira como en una identidad inventada. El problema es que todo esto no es más que una interpretación, valida o no, de lo que se ve, pues nada del accionar de la joven aparece como justificada por algo, sólo repentización, y esto la torna por momentos bastante inverosímil. Por un lado la muy buena fotografía, y el buen diseño de sonido favorecen al texto, el primero promoviendo sensaciones, el otro creando climas. Por ultimo para destacar sobremanera, como para hacer justicia, es necesario decir que Martina Juncadella le da al personaje toda la candidez precisa como para que éste se torne creíble, transpira naturalismo, inocencia y orfandad, elementos claves para construir un cuento de hadas, pero que la realizadora en este caso supo eludir, no se presentan de manera aleatoria golpes bajos que sensibilicen a la platea, no le hace falta. Lo que si brilla por su ausencia es una estructura más sólida que sostenga el desarrollo del personaje, que los cambios, al no estar justificados, den la sensación de estar producidos por generación espontánea, e igualmente sucede con las subtramas, que se vuelven pueriles y atentan contra el producto final. Convengamos que por ser la primera producción en largometraje de María Florenc ia Álvarez, presenta elementos que justifiquen tenerla en consideración a la espera de su segunda incursión cinematográfica.
El actor devenido en director desde hacia varias décadas, habiendo sorprendido con “Gente como uno” (1980) y reafirmado con las siguientes cuatro producciones que lo vieron en el papel de máximo responsable, entre ellas “El Secreto de Milagro” (1988), parece haber perdido el pulso o el instinto a la hora de decidir que querer contar con lo que muestro. Esta ultima producción, hay dos más en camino, a partir de una buena idea, la confrontación de los paradigmas de confrontación con el poder instituido impuestos por la juventud en las décadas de 1960/1970 y la transformación que sufrieron esos mismos ideales y sus protagonistas a través del tiempo y el transcurrir de la vida. El filme comienza con una serie de imágenes documentales de aquellos años, para luego instalarse en la actualidad, es este presente tan decadente desde la ausencia de ideales, la caída en picada de la cultura y lo ético, nos presentan a Susan Sarandon, lo que sería el principio de una gran selección de actores maduros, lo mejor del filme, ella en el personaje de Sharon Solarz, una ex militante del grupo Weather Underground, “extremistas de izquierda”, (pongámoslo con comillas pues sabemos de que tipo de izquierda hablamos) quien es apresada por el FBI, buscada desde hace treinta años, no encontrada pues ella se refugio en el apellido del marido. Luego sabremos que ella en realidad se entrego, acosada por los remordimientos de actos que había cometido en el pasado y la torturaban desde los recuerdos. Si, así como lo lee de superfluo y banal. Este acontecimiento “nacional” despierta el interés del joven periodista Ben Shepard (Shia Lebouf) columnista de un periódico en decadencia de la ciudad de Albany, y en su investigación descubre que el abogado Jim Grant (Robert Redford) viudo y padre de Isabel (Jacie Evancho) es en realidad un ex compañero de Sharon, también buscado por el FBI. Lo que lo pone en alerta y comienza otra película, la de la persecución de Jim, originalmente Nick Sloan, y el recorrido que este inicia, 40 años después de los hechos, en busca de quien puede demostrar su inocencia…. Esa idea primigenia de transformación de los idearios y los idealistas setentistas revolucionarios en la incomodidad de la actualidad, queda desechada para transformarse en un thriller, ya no tan político sino de cacería y salvataje. En esa doble persecución, lo que dará comienzo a un desfile de grandes actores en pequeños papeles, primero por parte del FBI comandados por el agente Cornelius (Terence Howard), mientras Nick tratara de seguir la pista de su ex compañera/pareja Mimi Lurie (Julie Christie), introduciendo el elemento afectivo del texto, en el medio de todo deberá poner a su hija en resguardo con su hermano Daniel Sloan (Chris Cooper). En ese recorrido además aparecerán personajes de relativa importancia personificados por grandes actores como Nick Nolte, Brendan Gleason, Richard Jenkins, hasta el encuentro final con su ex amada. La narración de estructura narrativa clásica, posee una cantidad de subtramas que terminan por no logra un balance adecuado en relación a la idea que dio origen al texto, por momentos cobra mucha importancia la investigación que lleva adelante el joven periodista, personaje que mas transformaciones produce a través del relato, hasta protagonizar un enfrentamiento de ética profesional con su jefe Ray Fuller (Stanley Tucci). Lo mejor del filme esta en las actuaciones, y es por ellos que se sostiene, si bien el estilo y el montaje mantiene atento al espectador, pero nunca termina por definirse en su discurso, que finalmente cierra como muy superfluo, no profundiza sobre lo que presenta, en ello tiene mucho que ver los largos diálogos y discusiones pseudo filosóficas y/o ideológicas que le restan ritmo, sumado a la empatia sobre la imagen que genera el diseño de sonido, principalmente la música incidental que no genera ninguna sensación de suspenso. En resumen, queda instalándose en una moraleja peligrosa que podría definirse como que la vida y el mundo te cambian la mirada sobre la realidad, a los ‘20 serás revolucionario, pero a los ‘50 conservador.
Algo del orden de lo molesto circulaba dentro de mí mientras iban transcurriendo los minutos de esta producción, que desea posicionarse en todo momento como una comedia atravesada por una situación de cotidiana dramaticidad como lo es la discriminación. Para ser claros al respecto, y con esto no estoy contando la película ya que esto es visualizado desde los afiches, y también desde la promoción del filme, toda la historia se centra en la relación que se establece entre Ivana Cornejo (Julieta Diaz), abogada exitosa y bella divorciada sin hijos, con León Godoy (Guillermo Francella), arquitecto exitoso, rico, divorciado, padre de un joven, con un pequeño problema, mide 1,36 metros. El relato comienza cuando León, llama por teléfono a la casa de Ivana desde el celular de ella, habiendo sido testigo, a distancia, de una discusión acalorada protagonizada por ella tras la cual arroja el aparato y es recogido por el arquitecto. Él la vio, la conoce. Con mucha seducción, seguro de sí mismo, galante, empático, con buen manejo del humor, combina encontrarse con ella para la devolución del artefacto de comunicación por excelencia de estos tiempos. La sorpresa de ella, sentada en la confitería esperando la llegada de su soñado caballero salvador, es cuando el hombre imaginado mide lo que mide. La primera intención es huir, que le devuelva lo que es suyo, celular, sueños, y huir. Pero otra vez gana la postura superada de un hombre que se conoce, seguro que la falta de 45 centímetros no le resulta un impedimento en la vida. Planteado así, y envuelta en la maraña tejida, ella acepta ir hacia lo desconocido. El filme en cuanto a estructura narrativa, montaje y efectos especiales cumple. El problema esta en el guión, en la instalación del conflicto, su desarrollo y posterior disolución, cuando se descentraliza del personaje de Julieta Diaz, lo generaliza en los demás personajes, agregándole los por qué y los cómo presenta al personaje de Francella. El segundo punto es aquél donde debe hacer anclaje la idea de segregación, punto importante de la idea original, pero lo hace de forma burda, casi caricaturesca, lo que podría definir al texto en sí mismo como discriminador, no sólo desde el uso de las posiciones de cámaras (el lápiz del director de cine, como lo llama el guionista Jean Claude Carriere) que redunda y se regodea en la diferencia, sino asimismo en las acciones del personaje, tales como tener que saltar cada vez, una y otra vez, para sentarse en donde sea, sillas, sillones, mostrar como sus piernas quedan colgando en el aire, hasta la utilización de implementos para poder llegar a lugares que personas normales de 1,75 metros llegan sin esfuerzo. Esto también podría verse, si no fuese que intenta ser una comedia, como un desliz desde el guión hacia lo verosímil. Digo, un hombre con tal poder adquisitivo habría construido su casa, o habría arreglado su vehiculo, esto es, extendido los pedales a su propia comodidad, pero no, esto es ver que sólo el pelo sobresale por la ventanilla del conductor, y también en relación a la mansión en que vive, es necesario para constituir un gag que no sólo no mueve a risa sino que manipula al espectador, llevarlo a reírse de la inoperancia del personaje puesta desde el contraste diferenciador. En relación al conflicto, claramente se expone en la abogada que se encuentra sorprendentemente subyugada por un hombre al que a primera vista discriminaría, y luego haciendo a un lado al enano fascista que todos llevamos dentro, tal cual se lo refriega Corina (Jorgelina Aruzzi), su secretaria, decide llevar adelante la relación ante la mirada de desaprobación de todas sus relaciones sociales y familiares, incluida su madre en segundas nupcias con un sordo mudo, en otra escena de clara concepción prejuiciosa, aunque la intención evidente haya sido otra. Esa lucha contra sus propios prejuicios y la marcación de los mismos desde su entorno es la que va llevando adelante la narración, pero el director tan proclive al sentimentalismo a ultranza, a la bajada de línea moralizante, a las lecciones de vida, que pierde de vista la intención primera de la comedia y termina por diseminar drama romántico sentimentaloide, invadiendo al personaje de Francella con un conflicto personal, que aparecía de principio tener superado y que para colmo no termina de resolver. El filme acaba por constituirse en una casi telenovela por lo previsible, por lo tanto un poco tediosa. Si por instantes funciona se debe claramente a las actuaciones de Julieta Díaz y Guillermo Francella, hasta por momentos creemos que la química entre ellos se instala y marcha, muy bien secundados por Nicolas Francella (el hijo de Guillermo, toda una sorpresa) en el papel de Toto, el hijo de León, Mauricio Dayub como socio y ex marido de Ivana, y la nombrada Jorgelina Aruzzi.
Como ya expuso y quedo claro en la muy buena película producida por el “gran” Steven Spielberg “Súper 8” (2011), J.J.Abrams sabe que ser discípulo del Rey Midas del cine trae sus dividendos. En este sentido, y en este camino, hasta podría superar al maestro, tanto en la facturación que produzcan sus productos, refrendado en la primera que realizó de esta serie "Star Trek, el Futuro Comienza" (2009), como en relación a ser un gran contador de historias. Posee en su bagaje todos los elementos constituyentes del hálito juguetón del cine, imaginería visual, algo así como la conjunción de la ingeniería puesta al servicio de la fantasía, incluyendo al arte y la fotografía en una danza clásica, sentido del uso de la banda de sonido, y contemporáneamente establecer de forma empática la relación con los espectadores, sumado la pericia de estampar enigmas. El problema (acá es más de uno), es que también cae en la trampa de recurrir al golpe bajo para fomentar sentimientos, como asimismo intentar generar varias de las incógnitas, plantarlas en este texto sin dar cuenta que están develadas “a priori” por el sólo hecho de ser en si mismo una “precuela”. Posiblemente su seguridad en cuanto a la estructura narrativa y el manejo de los tiempos para el relato, incluyendo todo el arsenal cinematográfico que tiene a su disposición, termine por retornarle como un boomerang, no desde el como contar, que de eso sabe y mucho, sino del “que” incluir o no en su construcción, combinada con la no menos numerosas provisión de municiones que hagan efecto sólo en el corazón de los seguidores de la franquicia. (Suena a negocio y en parte lo es) Un paquete con un muy buen envoltorio, léase efectos especiales, montaje cuasi perfecto, guión con algunos guiños humorísticos, parece una redundancia, y el malvado de turno, Khan (Benedict Cumberbatch), lo mejor del filme, de perfecta performance más que adecuada arquitectura o progresión del personaje y poco más dedicado casi exclusivamente a sus fanáticos. La historia actual se agradece el respeto a la linealidad temporal del relato, comienza cuando luego de una arriesgada jugada realizada por el capitán Kirk, con el fin de rescatar al señor Spock, su “amigo” (a confesión de partes relevo de pruebas), en la que puso en riesgo a toda la tripulación y al “Enterprise” mismo, es convocado a regresar a casa. En ese retorno tropiezan con un enemigo que es el icono mismo del terror, surgido desde la propia organización (¿Alegoría a Bin Laden? No lo creo) ha detonado a la flota y todo lo que ella representa, dejando al planeta Tierra en un estado de crisis y desvalimiento. Ya instalado como un objetivo personal claro, el bueno de Kirk liderará la cacería por capturar a un “hombre” que es en si mismo un arma de destrucción masiva. (¿Mel Gibson en “Arma Mortal 1987 ? No, tampoco). Mientras nuestros protagonistas son impulsados a un heroico juego de ajedrez en donde la vida y la muerte son sus únicas proyecciones posibles, al mismo tiempo que las lealtades se ponen en evidencia y riesgo sumidos por variables como el amor, la amistad, el deber, lo correcto, las reglas, sacrificios que comprometerán al ser asumidos por la tripulación toda, que se terminan de constituir en la única familia del capitán Kirk. Todas las escenas, principalmente las de acción, son de una manufactura impecable, primero seducen desde lo visual para luego atrapar al espectador desde lo vertiginoso. Lo que sucede es que las vueltas de tuerca del texto son previsibles y las consecuencias sabidas, por lo que la intriga no funciona y eso hace que aparezca como redundante, por ende extendido innecesariamente, lo que implica que por momentos, y solo momentos, aburre. Por supuesto que el entretenimiento, per se, está asegurado, cumple y al mismo tiempo demuestra que se puede hacer un producto m´ss allá de esas cuestiones, que no nos manipule como espectadores de hacernos sentir unos minusválidos intelectuales. Eso sí, estate seguro que cuando se termino el pochocho te sentís lleno, pero no alimentado.
La ultima realización de Pedro Almodóvar, el director español con mayor cantidad de adeptos fuera de España, ganador dos veces del premio de la academia de Hollywood, Globos de Oro, cinco veces premios Bafta, y seis premios Goya, en distintas categorías, nos plantea una gran dicotomía en su impronta y en la primera posible lectura. Demuestra ya desde los títulos que no estamos frente a lo que nos tenia acostumbrados, profundidad elocuente trabajada desde el drama, sino algo muy en el tono de comedia pasatista. Pero siendo quien es, por eso la enumeración de los premios, no iba a ser gratuito ese retorno a la estética de los ‘80, iba a estar justificada desde lo textual. Para ello recurre en forma constante a romper paradigmas, espacios, ejes de dirección, temporalidades, nombres, desde ese homenaje a la cantante Chavela Vargas, fallecida hace un año, dándole el nombre al avión donde transcurrirá todo, “Chavela Blanca” perteneciente al grupo de aerolíneas Península (¿será la Ibérica?) rumbo a Méjico. También puede ser pensado como ese país de “España en marcha” floreciente luego del franquismo y que se ha quedado estacionado. Planteado así, haciendo casi abuso del mostrar sin tapujos la locación construida, lo falso desde lo escenográfico para indicar que estamos dentro de un avión, pero nunca tenemos la sensación de verlo despegar. Todo lo mostrado es exageradamente simulado e intencionalmente aparente. La historia, el relato per se, es lo más flojo de la producción. La lectura metafórica del guión es inherente desde su presentación. Sólo que no termina ni por involucrar ni por seducir al espectador. Nos cuenta de las experiencias y vicisitudes que vivirán dentro de ese avión los pasajeros de la “primera clase” cuando, por un desperfecto que se produce en la aeronave, deben quedarse dando vueltas en circulo sobre un aeropuerto de España hasta que le den pista para realizar un aterrizaje más forzoso que de emergencia. La clase turista y las azafatas de la misma son adormecidas con alguna sustancia, en cambio a los poderosos “privilegiados” deciden distraerlos mientras estén en “vuelo”. Los encargados de la “distracción” son los “azafatos”, un trío por demás “gay”, haciendo uso de la multiplicidad de interpretación que posee el termino, originalmente personas alegres en ingles y luego acuñado por la comunidad homosexual para identificarse, y desprenderse del prejuicioso “homosexual”, allá por los años ‘70, un poco antes de la irrupción de Almodóvar con su filme “Mujeres al borde de una ataque de nervios” (1988), al que éste rinde pleitesía desde lo estético. Ese trío conformado por Joserra (Javier Cámara, un genio, mire), Ulloa (Raúl Arévalo) y Fajas (Carlos Areces) es un despliegue de irreverencia, desenfado, desprejuicio, y sobre todo de interpretación. Los espectadores necesarios son toda una galería de personajes tan reales como almodovarianos, comenzando por Norma Boss (Cecilia Roth), una prostituta convertida en la principal “madama” de Madrid, quien conoce todos los secretos del poder todo, (¿Boss querrá significar jefe?), o Bruna (Lola Dueñas), una pitonisa tal cual Casandra, pero virgen, que ante la inminencia del posible accidente “utiliza” a alguien dormido de la clase “turista” para perder la virginidad, o la pareja de recién casados que no conocen las razones por la que están juntos, y entre ellos el corrupto de turno, casi un mafioso, van completando el grupo de “desdichados”. La realización es de Almodóvar desde todo punto de vista, considerando guión, producción y dirección. También es profuso, excede lo decorativo desde la paleta de colores, utiliza la extrañeza desde la elección de los planos, hasta plantea realidades desatinadas. Temas como lo arbitrario del desprejuicio sexual, o la ingesta de droga y alcohol, el amor, la fidelidad, los celos, la oportunidad para infidelidades que funcionan por la pericia del director, no es ni por asomo lo mejor que ha hecho. Corre el riesgo que el espectador se quede sólo con lo mostrado, ya que no hay demasiados indicios, ni son tan claros, esa es su mayor falencia para que lo explicado anteriormente se pueda visualizar rápidamente, entonces el producto se reduce en importancia a ser sólo algo demasiado pasatista, pero eso corre asimismo por cuenta de quien observa.