Basada en hechos reales, según se informa comenzada la proyección, instala allí nomás la tarea de dilucidar qué es lo real de los hechos que se relatan La apertura de la narración es un catalogo actual de lugares comunes en los que ha caído el cine de Hollywood más retrogrado en relación al patrioterismo mal entendido, es toda una catarata de excusas para mostrar cómo se va forjando el sentimiento de camaradería entre los soldados, aprovechando el aislamiento que se produce durante el entrenamiento. La historia se centra en cuatro miembros de los SEALS (elite de las armada yankee) como responsables de la misión llamada “Red Wings”, por lo que son los encargados de “asesinar” a Ahmad Shah (Yousuf Azami), un líder talibán que sin juicio alguno ya tiene sentencia. Estos compañeros son dejados en las colinas de Afganistán a la buena de Dios, o de su poder de fuego, Marcus Luttrell (Mark Wahlberg), Michael Murphy (Taylor Kitsch), Danny Dietz (Emile Hirsch) y Matt Axelson (Ben Foster). El filme esta basado en el libro escrito por Marcus Luttrell y como lo que menos propone es la intriga o el suspenso, se puede anunciar que Mark Wahlberg es asimismo uno de los productores. Ergo es el sobreviviente. Lo que le interesa a todos los responsables de esta producción es, primero, dejar muy claro la valentía de esos muchachos, en segundo lugar, la importancia de la camaradería, y tercero, que ellos, los yankees, son los garantes de la paz mundial. Cartón lleno. Claro que para ello utiliza más de 90 minutos de los 121 minutos de duración en atraparnos, a los espectadores, a base de violencia glamorosa, excitante. Ni bien comenzada la misión el grupo queda incomunicado con la base de operaciones en medio de las montañas a las que deberán subir, a una altura liberadora importante, o volver a la otra ladera del pico donde se encuentran. Por cuestiones del azar tropiezan con un grupo de cuidadores de ovejas, y el planteo moral que se les presenta es si se los deja ir, corriendo el riesgo que avisen a los talibanes de su presencia, o se los inmoviliza de alguna manera, matándolos o atándolos lo que sería casi lo mismo en una noche de heladas como se avecina. Dos a favor de una postura, dos de la otra. En la secuencia siguiente los cuatro son perseguidos por cientos, miles, de talibanes malos, muy malos, que los quieren matar a ellos, pobrecitos, que no habían hecho nada hasta ese momento, salvo estar en un lugar al que nadie los invitó, haciendo cosas que nadie les pidió. Pero como es una producción de guerra, y en cuanto al género cumple, esta muy bien filmada, con una muy buena fotografía, música cuando la imagen lo requiere de manera empática, montaje de cortes rápidos como marca el libro de las realizaciones de acción, actuaciones más que convincentes, y los muy bellos escenarios naturales que pasan a jugar por momentos como si fuese otro personaje antagonista en la mayor parte de las escenas. El diseño estético establecido redundará para que casi podamos sentir el nivel de dolor que soportarán personaje, guardando para el final una joyita, casi del orden de lo inverosímil, una manipulación desleal del espectador que se podría denominar como un golpe de efecto sobre el discurso, o golpe bajo, certificando parte de la veracidad del relato en las imágenes durante los créditos. Lo real de los hechos es que hubo una misión, hay un sobreviviente, hay alguna verdad en el desenlace, hay un libro autobiográfico, y un relleno a gusto del consumidor, y éste ¿se lo traga o no?
Herencia de sangre Hace unos años apareció un cortometraje sobre las bolsas verde de basura en el que el planteo se edificaba sobre el acostumbrarse a lo inusual, extraño, y su recorrido hasta pasar a ser cotidiano, pero no por eso debe tener categoría de ser aceptado. La famosa frase de Carlos I de Añillaco: “Pobres siempre hubo” En el filme que nos convoca trabaja también este paradigma, pero desde lo nefasto del narcotráfico en particular, las drogas y los adictos como variables en paralelo. Su mirada esta puesta en el poder que otorga desde lo económico y el ejercicio de la violencia y sus ramificaciones políticas pero, y esto es lo que hace interesante el texto fílmico, el recorrido esta accionado desde la gente común, necesario brazo del poder. De la imposibilidad de una salida una vez que fue introducido en el medio del terror. Las imágenes de violencia descomunal esgrimida por el director mejicano hasta podrían parecer redundante, es en realidad una pauta clara de la impunidad con que se manejan los miembros de ese grupo y, análogamente, sobre todo en la ciudad de Méjico y en los 90 en Colombia, los sucesos de la vida real. Podría hasta ser leída como una advertencia al público, provocando un despertar de las conciencias de los hombres comunes, ya sea por ignorancia o irreflexión. La historia comienza durante las fiestas del Bicentenario de la Independencia, Benjamín García, alias El Benny, (Damian Alcazar) luego de 20 años es expulsado de Estados Unidos y regresa a su pueblo natal en México. Allí encuentra un panorama desolador inducido por la violencia, la crisis económica y el terreno fértil para la instalación de grupos de narcotraficantes. Su hermano fue asesinado, en la búsqueda de la verdad de los hecho, y dando cuenta que terminó siendo un asesino despiadado muerto en su propia ley. Benny decide que es hora de actuar con el sólo fin de salvar a su familia de la miseria, por lo que termina envuelto e involucrado en el tráfico de drogas. Esta es la tercera producción del director que cerraría una trilogía, como una gran critica a la sociedad mejicana, las anteriores fueron ”La Ley de Herodes” (1999) “Un mundo maravilloso” (2006), las tres protagonizadas por el mismo actor, que ya se muestra en las manos de éste realizador como pez en el agua. Hay otras aristas para ir desentrañando en el discurso de Luis Estrada, responsable asimismo del guión, son los nombres de algunos personajes, los más llamativos están puestos en los patrones de la estancia, léase los jefes de la familia Reyes, todo un clan de “narcos”, José y María, el hijo no corrió con mejor suerte J.R., y la construcción de estos personajes dan cuenta del humor acido del director. De progresión dramática constante, lineal, el filme se va estructurando como un camino hacia la tragedia inexorable, tanto desde su estructura como desde lo narrado. Es por eso que no llama la atención la elección estética, una imagen naturalista al extremo, nada parece estar forzado ni desde la luz ni desde la gama de colores que utiliza, ni el tono de los mismos. Por momentos se podría hasta sentir que la cámara está donde está de casualidad, casi como una cámara testigo, la música empática desde lo tradicional, y las canciones en función tanto narrativa como discursiva. Toda una sátira plagada de un humor negro no superfluo, hasta por momentos degradante. El cosmos de la droga visto desde adentro, la crisis económica, la corrupción y la violencia, como sus consecuencias insoslayables. Algunos dicen del oportunismo de los distribuidores de estrenar esta producción, que durante cuatro años recorrió festivales alrededor del mundo, gracias al éxito que está teniendo en la televisión vernácula la serie colombiana “Pablo Escobar, el patrón del mal”. Pero si se lo mira desde otro lugar, en relación a los últimos acontecimientos tanto en Buenos Aires como en ciudades del interior, en que están involucrados los grupos narcos ya instalados en la Argentina, ¿seria oportunismo, o necesidad de despertar conciencias? Entonces bienvenido sea. Como dice uno de los personajes, el infierno esta aquí.
No es bueno que el hombre esté solo Hace muchos años atrás, allá por las décadas de los ’70- ’80, uno de los parámetros de diagnostico de psicosis era ver una persona hablando sola por la calle, tal cual el personaje de Cate Blanchett en “Blue Jazmín” (2013) de Woody Allen, por el cual la actriz gano reciente y merecidamente el premio de mejor actriz protagónica de la academia de Hollywood. Pero esta variable de lectura sobre el filme ganador del Oscar al mejor guión original en la última entrega de los premios antes mencionados, lo dejaremos para otro momento, pues si bien al personaje se lo ve hacer eso, hablar solo, sin discriminación de espacios, la calle, su lugar de trabajo, su casa, etc, no aparece como primera aproximación a ser el tema a desentrañar. El filme de Spike Jonze, el mismo director de “Quieres ser John Malcovich” (1999), esta ambientado en la ciudad de Los Ángeles en un posible futuro próximo, esta cuasi atemporalidad en que se desarrolla es la apuesta más arriesgada, estéticamente hablando, con un diseño de vestuario de hace 40 años, ¿puede ser mañana? La historia se refiere a la vida de un hombre más triste que mediocre transitando por una vida gris. Theodore Twombly (Joaquin Phoenix) es presentado como alguien que vive y siente a través y para los otros. Su trabajo es el de escribir emocionantes, conmovedoras, tiernas, cartas de todo tipo de amor, pero para los demás. Luego, por arte del cine, sabemos que es un personaje con el corazón espinado, Catherine (Rooney Mara), su amor de toda la vida, se canso de su estado afectivo catatónico y hace un corte abrupto de la vida en común. Si Theodore (éste personaje no podría hacerlo) cantara…. “Ay, ay , ay, como me duele el amor”… no desentonaría. Pero no hay mal que dure cien años (algunos ya peinan canas, lo se, lo se) y nuestro héroe en medio del proceso de duelo, melancólico, abúlico, se muestra intrigado y al mismo tiempo atraído por un nuevo y avanzado sistema operativo que promete ser una entidad intuitiva, creada a imagen y deseo, pero no a semejanza del consumidor, algo esta por ser descubierto. Luego de testearlo eligiendo una voz femenina para que lo guíe, Theodore queda arrebatado al conocer a «Samantha» (Scarlett Johansson), una brillante voz femenina que es sagaz, perceptiva y prodigiosamente divertida, que acompañará a Theo a todas partes, encerrada en una especie de Bluetooth. Mientras los deseos, las necesidades de él crecen, no se puede dar cuenta que su “amistad” se va transformando en una relación de amor. Pero la narración presenta un quiebre inesperado cuando el protagonista comparte su secreto con Paul (Chris Pratt), el compañero de oficina, y luego con sus vecinos, la pareja conformada por Amy y Charles (Amy Adams y Matt Letscher, respectivamente). Hay un axioma que dice no contradigas a un loco, su respuesta podría ser impredecible, terapéuticamente hablando negarle a un psicótico que su delirio es real no tiene en principio ningún sentido. Desde este lugar es que la realización puede presentar aristas más profundas que las meramente visualizadas, bastante superficiales, casi de denuncia, del mundo de mañana hoy, la era de la comunicación con personajes totalmente desconectados entre si y con sus propias emociones. Distinta a la apreciación que hace más de 40 años presentaba la producción que da título a esta nota, en la que el motor era la insatisfacción sexual y no el retraimiento social. Estructurada narrativamente de manera clásica, termina siendo casi un tour de forcé magistralmente compuesto por Joaquin Phoenix, con la invalorable ayuda de la voz sensual de Scarlett Johansson, que si bien sólo escuchemos su voz, produce imágenes corpóreas en el espectador. ¿Habrá sido esta la razón de la elección de la actriz para el personaje?. Inicialmente iba a recaer en la no tan conocida popularmente Samantha Morton. Desde la apuesta sobre el diseño de arte, la jugada de mostrar una ciudad desolada, fría, tan deshumanizada como la relación de los personajes, acrecentado esto por el diseño de sonido, por momentos lejano, por momentos en sordina, o la música que hace gélida empatia con la misma imagen. Un filme que da más para pensar, que limitarse a verlo como un entretenimiento pasatista.
La traducción literal del titulo original no presenta mayores dificultades: “Necesidad de velocidad”. Digamos que si bien era muy previsible, valga la redundancia, respecto de la previsibilidad del relato, nadie podía suponer que la velocidad iba estar dada únicamente por alguna carrera de autos, y no por necesidad en la progresión dramática, ni por la construcción de los personajes. ¿O estaré pidiendo demasiado? Llegados a este punto, debo aclarar que a los 55 minutos de proyección se produce el segundo punto de quiebre del relato por lo que, clásicamente hablando, debería entrar en la resolución del conflicto o, lo que es paralelamente lo mismo, el cierre de la narración. Para desarrollar estas cuestiones el filme se alarga hasta los interminables, 130 minutos de los cuales sólo 15 están a disposición de mostrarnos una carrera de autos, ¿solo eso? No, por supuesto que, como manda el libro best seller de los lugares comunes, hay el intento de una trama de tanta originalidad como factura se puede esperar de éste subproducto audiovisual cuyo origen es un video juego. La historia gira en torno a Tobey Marshall (Aaron Paul), un mecánico que compite con automóviles re-armados por él, de gran potencia en circuitos no autorizados, el de las carreras callejeras. Su padre ha muerto y le dejo como herencia un taller mecánico y muchas deudas bancarias en su deseo por mantener el taller de su familia con vida,. Tobey termina por asociarse con su contrincante de toda la vida, el ahora adinerado y arrogante piloto de NASCAR Dino Brewster (Dominic Cooper), pero no sólo eso, vive en la gran ciudad con la ex novia del bueno de Tobey, y por si fuera poco le dejaron al hermanito de la ninfa para que lo cuide, ok ¡!!!cartón lleno… bingo!!!! Cuando Tobey está por salvar económicamente su vida, concretando una gran venta con una compradora de automóviles especiales, en una tonta carrera Dino es responsable de un accidente, pero logra tenderle una trampa e inculpar a nuestro héroe Asi, sobre llovido mojado, va a parar con toda su osamenta a la cárcel por un delito que no cometió, y que todos los espectadores sabemos que no cometió. Dino continúa expandiendo su negocio pues la ambición no tiene límites. Dos años más tarde Tobey es liberado, ergo inicia el plan de la venganza, pero sabe que la única posibilidad de lograrlo es derrotarlo en la carrera más popular y de más alto riesgo conocida como De León, la competencia más emblemática del circuito de carreras clandestinas. ¿Adivine cómo termina? ¿Cuánto suspenso, no? De hecho, las escenas esta bien filmadas, el audio es bueno, pero no es más que tecnicismo vacuo, no hay sostén de ninguna naturaleza, ni desde el guión, ni desde las actuaciones, y no se le ocurra pedir cortes epistemológicos desde lo estético. Ya fue, paso de largo, velozmente.
Lo mejor de esta producción vernácula lo podemos encontrar en la selección de actores y en los espacios de filmación, ya que ese pueblo del interior de la provincia de Buenos Aires hace funcionar a la perfección el axioma de “pueblo chico, infierno grande”, sin embargo es tan malo el diseño de sonido, tan molesto su montaje y tan indescifrable sus diálogos que lo bueno que podría tener termina por fastidiar. Claro que como estamos en un filme de género los elementos comunes al terror están a la orden del día, como si parte de la tarea del productor hubiese sido la adquisición del catalogo de clichés para películas de miedo. Alba Aiello (Agustina Lecouna) es una escéptica, solitaria, triste, policía de treinta y cinco años que ha elegido éste pueblo perdido con el sólo fin de esconderse y enterrar su secreto en la inmensa planicie solitaria. Allí intentará olvidar su oscuro pasado, pero los miembros de una familia entera comienzan a aparecer incinerados uno tras otro, todos en posición de rezo y sin explicación racional posible. A pesar de los vínculos y pistas religiosas, Alba niega la ayuda del sacerdote local y accede a ser guiada por el Mago, un maltratado niño clarividente de once años que de a poco la introduce en un mundo paranormal en el que ella jamás hubiera creído y para el que no parece estar preparada. Todo parece tener anclaje en el pasado común de los habitantes del pueblo, el cura, la policía, la familia incinerada, el niño clarividente, el padrastro maltratador y abusador, y si al pasado el espectador lo conoce es gracias al plano detalle de la primera pagina de un gran diario, publicada el 25 de diciembre de 1974, y es desde allí es que se arrastra la maldición respecto de la cual nos quiere contar el director. La película intenta presentar un relato de muertes y venganzas en una gama de matices pálidos por resolución, una elección desde lo estético que parece tener más que ver con la casualidad que con una búsqueda. Los espacios elegidos le brindan a la fábula una templanza privativa y particular, que aplica en la proyección e identificación del espectador al recuerdo de mitos y leyendas autóctonas. No hay aquí ni luz mala, ni hombres lobo por ser séptimo hijo varón, ni nada que se le parezca, pero cuando la parca se presenta seguidamente de manera extraña e inexplicable, altera siempre la cotidianeidad tranquila del pueblo donde ocurra. Es un intento, mayormente fallido, por algunas cuestiones técnicas, otras de guión, y más que nada por el desarrollo y verosimilitud de los personajes, sobre todo los secundarios. ¿En navidad hay diarios?
La ventana indiscreta Un gran maestro de la crítica cinematográfica en la Argentina hace muchos años me dijo: si vas a dar una mala opinión de una película tenes que justificar tus dichos, al contrario, si tu opinión es muy buena no aparece como necesaria la justificación, hasta podrías correr con el peligro de contar más de lo imprescindible. En varias ocasiones se cruza la idea de escribir solamente: “vaya a verla, no se va a arrepentir”. El filme de Ozon se encuentra en esta categoría, así es de atrapante. Un director tan ecléctico, en el sentido camaleónico, como lo es éste parisino, hace que siempre despierte un plus de interés su nueva película, empezando por “Bajo la arena”, “Gotas caen sobre rocas calientes” (ambas del año 2000), pasando a “8 Mujeres” (2002), “La piscina” (2003), “Mujeres al poder” (2009), parecería que su intención principal fuera no querer repetirse. “En la casa”, más allá de la maestría con la que está contada, da la sensación de unir muchos de los elementos que aparecen en las obras citadas. Desde la estructura, o el género, en esta producción surgen más claramente otros autores, como la fascinación por radiografiar a la clase burguesa de Michael Haneke, el envolver al espectador, no sin suspenso, en el placer voyeurista de Hitchcock, sin dejar pasar por alto a Pier Paolo Pasolini con “Teorema” (1968), a quien su referencia se hace explicita en la realización de Ozon. El disparador del relato nos enfrenta a un profesor de literatura de una escuela media quien, defraudado por el nivel de escritura de sus alumnos, descubre un texto brillantemente escrito por un alumno de la ultima fila, justamente el titulo de la obra de teatro escrita por el madrileño Juan Mayorga, en la que está basada la película, es “El chico de la última fila”. Pero su problemática comienza a expandirse. Por un lado, establece el placer casi obsceno por un saber de los secretos de una familia y, paralelamente, construye un relato que profundiza en los enigmas de la creación artística, en éste caso la literatura, o más específicamente la narrativa en general, ya que el filme con sus vueltas de tuerca, excelentemente bien hilvanadas, termina por cerrarse en la propia narrativa de la obra. Germaine (Fabrice Luchini) es el profesor que a partir de una tarea descubre en su alumno Claude García (Ernest Umhauer) un talento innato para la escritura. Todo queda establecido por la fascinación que Claude tiene por la clásica familia burguesa de un compañero suyo, Rapha Artole (Bastien Ugheto), de la relación entre éste y sus padres, el Sr. Artole (Denis Menochet) y Esther Artole (Emmanuelle Seigner), dejando en suspenso, con sólo unos pequeños detalles, las intenciones de Claude en relación a la belleza de la madre de su amigo. A partir de ese primer ejercicio cada uno de los escritos cuenta otro episodio de la familia elegida para atravesarla en su privacidad, y genera una seducción en Germaine, quien lo lleva a compartir todo con su esposa Jeanne Germaine (Kristin Scott Thomas) lo que termina por establecerse es un gran juego especular al que con maestría Ozon incorpora al espectador. Todos quedan/quedamos atrapados por la necesidad de saber más, saber de la familia elegida, de la historia del profesor, de la mujer de éste, de la relación entre ambos, del futuro de Claude…. la indeterminación en los relatos, y en el mismo orden Ozon nos va proponiendo el juego en el que queda suspendido en el aire el interrogante de si eso que Claude escribe, Jeanne y Germaine leen y el espectador observa, es sólo una ficción o es verdad, invento o descripción, fantasía o realidad. Al mismo tiempo que como trama secundaria comienzan a jugarse los intereses personales del profesor, la vida conyugal en proceso de deterioro. Ve reflejado en su alumno a ese que en algún momento de su vida se le presentaba como proyecto propio, que no pudo ser por ausencia de talento o por temor al rechazo, por falta de oportunidades o por la sencilla razón de no tener alguien que lo incentive o apoye. El director, como en otras ocasiones, parece divertirse jugando con la estructura narrativa de su propio producto, mezclando géneros, cambiando los puntos de vista de lo narrado. Trabaja como un prestidigitador en relación al espectador para distraerlo con un relato, mientras desarrolla otro, de esta manera la película se transforma en un gran espiral donde nunca queda excluido el hecho creativo en sí mismo. Todo esto se ve sustentado por un guión increíble, poseedor de muy buenos diálogos; con una dirección de arte que pasa desapercibida, pues esa parece ser la intención, y un diseño de sonido que hace jugar la música de manera empática sobre la imagen, al mismo tiempo que los silencios generan sensación de suspenso. Beneficiado todo esto, recíprocamente, por las actuaciones, excelentes en sus composiciones los dos protagonistas, muy bien secundados por Scott Thomas y Seigner, pero una de las sorpresas fue ver a Dennis Menochet, el campesino Perrier LaPadite de “Bastardos sin gloria” (2009) casi irreconocible en un papel totalmente diferente. Como dije al principio, con otras palabras, el resto es casi innecesario, cinéfilo o no, perdérsela es pecado. (*) Producción realizada por Alfred Hitchcock en 1954
Luego del lugar vacante dejado por la insufrible saga de “Crepúsculo”, surgieron varias películas tratando de ocuparlo. Estamos ahora frente al intento más cercano en tanto y en cuanto a personajes principales se refiere, pero funcionando en otro espacio físico y agregando personajes de otras series. Lo que hasta podría determinarse, aunque se queda en el intento, es emular la escenografía de esa otra saga, no muy agraciada por cierto, como lo fue la de Harry Potter. Ya al comenzar “Academia de vampiros” nos percatamos de que nos estamos enfrentando a lo peor que se pudo haber visto en años, y si las mencionadas antes son un insulto a la inteligencia y sensibilidad de los adolescentes, al menos los que circulan por estos lares, esta última producción exacerba la falta de respeto hacia ellos. De modo que para poder instalar como tal una mitología inexistente, el filme se presente, desarrolle y finalice excesivamente discursivo, sobre todo en el primer tercio. Voz en off mediante, es tanta la información que entrega de manera oral que, además de ser inconmensurable, se vuelve ininteligible, por no decir confuso. Claro que con el transcurrir de los minutos, siendo esta una película de formula, y como tal poseedora de todos los ingredientes necesarios para este subgénero (en términos peyorativos), termina siendo construida como un gran catalogo de lugares comunes, por lo que todo empieza a ser entendido, situación que no va a favor de la producción sino que sólo confirma la atroz mediocridad presentada desde un principio. Hay otro intento para despegarse de la comparación, que es el tomarse en solfa sus antecesoras, pero esta variable también transita por la vía de lo previsible, con juegos, guiños y bromas ya visto infinidad de veces mejor instalados y resueltos, por lo cual no genera ninguna sorpresa, meno aun expectativas Todo esto ocurre en la Academia St. Vladimir. Alejada de todo, la Academia es un lugar donde los vampiros Moroi estudian las artes de la magia, en tanto los Dhampir, mitad humanos, aprenden a protegerlos. El punto de vista y el relato se instala desde Rose Hathaway (Zoey Deutch), una veinteañera Dhampir que nos va a narrar, literalmente hablando, todo el filme. Los de su género no tienen la necesidad de enamorarse, son exclusivamente guardianes y están obligados a protegerse continuamente de las mortales amenazas de los malvado Strigoi, los únicos vampiros a la antigua. Su conflicto personal se presenta cuando descubre que su tutor en la Academia de vampiros va a ser Dimitri (Danila Kozlovisky, no hay error de teclado, es un galancito ruso), por quien Rose se siente más que embelesada. Además, el único rival a su medida es también el único que puede ayudarla a salvar a su mejor amiga y princesa Moroi, Lissa Dragomir (Lucy Fry) Pero como esto se puede resolver en pocos fotogramas se debe avanzar en un conflicto superior, ese que debería servir para que los personajes accionen, pero la mayor parte del tiempo se pierde en peleas, muchas veces injustificadas y siempre mal coreografiadas, así lo que correspondería que llevara a un estado de tensión mueve a sonreír. Los efectos especiales son del mismo orden, la palabra más usada en mi barrio seria berreta. Los lobos que aparecen, como por arte del destino, pueden ser catalogados como de lo peor realizado en ese rubro en muchos años, tal es así que George Melies (1861- 1938) estaría avergonzado, mire usted. Pero como debe ser un producto vendible no alcanzaba con la trouppe de actores salidos de la serie de TV, por lo que los encargados de hacerlo y promoverlo debieron recurrir a nombres conocidos y buenos actores, como Gabriel Byrne (“Los sospechosos de Siempre”, 1995), quien personifica a Victor Dashlov, el director de la escuela. Si algún rubro aún quedaba pendiente para destruir encontramos el maquillaje que para hacerlo aparentar como un vampiro octogenario enfermo de muerte lo logra, claro que su personaje es importante para el desarrollo del guión, si lo hubiera, que para la historia. Por allí, y de manera totalmente injustificada, aparece Joely Richardson como la Reina Tatiana. ¿Qué hace una reina en una escuela?. Realmente sobra. La platea femenina podrá ser atrapada por la estirpe del actor ruso, en mi caso eso lo produjo la pr le pida buenas actuaciones. Éste es el primero de los seis libros de Michelle Mead, por si esta información no alcanzare, el filme, y supongo que el texto de origen también, apuesta a temas como la amistad, la lealtad, el amor, la traición, la lucha entre el bien y el mal, y cierra con lo que seguramente será el principio de la segunda entrega, siempre y cuando las arcas de la productora se vean beneficiadas. Dios no lo quiera, por el bien de nuestros jóvenes.
En sentido de verdad el titulo original da por sentado a qué nos estamos enfrentando, el agregado de “sin escalas”, hasta en términos formales de significación, termina por ser bastante confuso. El “Non Stop”, o sea el sin parar, o el no detenerse, da cuenta real que estamos frente a un texto que hace honor pura y exclusivamente al genero de acción, por lo que casi todos aquellos elementos agregados, léase puntos y parámetros del thriller, o el suspenso, no dejan de ser otra cosa que adornos, espejitos de colores, que ni el más distraído espectador se las cree. ¿De que trata la historia? Bill Marks (Liam Neeson) es un veterano, retirado y alcohólico policía, que ahora se desempeña como agente del servicio aéreo de los marshalls. Se supone que desde siempre en la política de seguridad aeroportuaria, en los aviones comerciales, uno de estos personajes puede operar de incógnito, máxime desde los atentados a las Torres Gemelas el 11 de septiembre de 2001. Nuestro héroe en cuestión no sólo en apariencia esta harto de su cotidianeidad, sino que hasta descree que sus habilidades estén intactas. El director utiliza todos los recursos narrativos del género para hacer avanzar un relato que no es otra cosa que un gran catalogo de lugares comunes. En este sentido la utilización del leve fuera de foco, sumado al “ralenti”, en el punto de vista del personaje sólo está puesto para que sepamos, antes de saber de él realmente, que algo no está como debe estar, por lo que basta un gesto de bondad para con una desconocida (una niña) para que simultáneamente nos ubique en la empatia con el individuo en cuestión. Él particularmente se siente bastante escaldado tanto con el mundo, como con su vida y, particularmente, con su profesión, pues ya no concibe su tarea como un compromiso para proteger vidas sino como una rutinaria ocupación, más parecido al que se desarrolla en una oficina que a bordo de una aeronave. En unos de esas jornadas rutinarias, en un día como cualquier otro, durante el viaje transatlántico de Nueva York a Londres, comienza a recibir en su teléfono celular una serie de misteriosos mensajes de texto en los que, extorsión mediante, se le pide que exhorte al gobierno a hacer una transferencia de 150 millones de dólares a una cuenta bancaria secreta, caso contrario un pasajero moriría cada 20 minutos. El juego del gato y el ratón se ha instalado y se desarrollara a 20.000 metros de altura, con la vida de los 200 ocupantes del avión pendiente de un hilo. La acción no se detiene, esto desde la estructura narrativa, y no hay donde hacer escalas. ¿Qué produce el enganche para que la trama, ya vista millones de veces, sea más o menos efectiva y no aburra?, en principio se le debe atribuir al manejo de los tiempos expresivos instalados por el realizador, sobre todo desde el montaje, acelerando cuando es necesario, como corresponde a un filme de acción, pero poniendo la pausa cuando se trata de construir y constituir a los personajes, o en los elementos de progresión dramática que resultan de importancia para que el espectador los registre, en la primera variable la mencionada escena de ascenso al avión con una niña pequeña en juego, en la segunda, el plano detalle de la placa de policía del protagonista mientras se fuma un cigarrillo en el baño del avión en pleno vuelo. La producción se sostiene por el ritmo implicado y por las actuaciones más que convincentes, empezando por Liam Neeson, pasando por la todavía increíblemente bella Julianne Moore (Jen), y concluyendo en Scoot McNary (Tom), sin olvidarnos de la preciosa actriz inglesa Michelle Dockery, como Nancy, una azafata que aparenta ser otra cosa Si embargo, el punto más bajo de la realización se da en el guión, desde lo enmarañado que resulta su desarrollo, sobre todo por la cantidad de personajes puestos en juego, hasta determinados componentes de los mismos que colocan al producto en una línea muy fina de la discriminación o, más claramente hablando, la portación de rostro y/o vestimenta de sospechoso. Esto utilizado para trabajar con los tópicos más comunes, tales como el “falso culpable”, el personaje como mera distracción, los juegos psicológicos de dominio alternado, o la más simple de “vamos a morir todos” puesto como subterfugio sensible, el McGuffin hitchcockiano, esto es el elemento alterador del orden casi conseguido. Dicho de otro modo, si algo produce suspenso mientras vemos la proyección no es que nos terminen mostrando o resolviendo el conflicto exponiendo a los antagonistas ocultados en la supuesta subtrama del conflicto interno del personaje principal, sino que lo que realmente, y a partir del primer punto de quiebre, sostiene el suspenso es ver cómo los guionistas se las ingenian para desatar el nudo que ellos mismos fabricaron.
Un parámetro inicial, justo de apreciación y análisis, del filme podría ser lo sucedido cuando el jefe me pidió…. (reconstruyo el diálogo) Jefe: - Héctor, hace vos la crítica de “Extrañas apariciones 2” Yo: - Pero jefe, no la vi. (juro que no quería eludir el trabajo) Jefe: - Sí la viste, cuando yo fui a ver otra porque ya la había visto. Es esa de la familia que se muda a una casa en el campo y hay fantasmas de esclavos… Yo: ¡Ah si! es verdad. La razón de que esta situación sea interesante es que se encuadra en lo que particularmente denomino la existencia de tres tipos de películas: 1) las muy buenas, 2) las muy malas 3) las otras, las del montón De las dos primeras categorías no te olvidas nunca, claro que por distintas razones. ¿Quién está dedicado a esta tarea se puede olvidar de “El Padrino” (1972), o quién que haya visto “Adiós abuelo” (1996) se podrá olvidar alguna vez de semejante esperpento? En el caso que me ocupa estamos frente a la tercera variable: es mala sin lugar a dudas. Pero ¿cuáles son las falencias? Salvo la dirección de fotografía, que si bien cumple con todos los requisitos para ser calificada como un gran cliché del género por su manufactura, se salva del incendio. El resto no sólo es un gran catalogo de lugares comunes ya harto vistos, sino que se le agrega lo desprolijo de su realización desde el mismo guión, como los mínimo diálogos insufribles, y esto sin detenernos ahora en la construcción de la historia y los personajes. Diseño de sonido con la intención del sobresalto por irrupción a partir de la elevación del volumen; desde la estética, la funcionalidad de apariciones y fantasmas sólo con reservas técnicas que ya no sorprenden a nadie,; el maquillaje más cerca de filmes paródicos del género que de una producción seria (ojala hubiese tomado el camino satírico). Todos típicos trucos. Montaje acelerado, por momentos sin diseño alguno, que parece estar al servicio de un nerviosismo que nunca se apodera del relato; luces centellantes, que intentan enceguecer a los concurrentes, (lastima no haberlo logrado); ruidos y más ruidos con ignorancia de la fuente de los mismos, lo que intentan ser sonidos angustiosos sin lograr inquietar a nadie. Otra variable de ingreso al filme es su leyenda de inicio: “basada en hechos reales”, el axioma se cumple a la perfección, cuando dice eso no le creas nada. Claro que algo de verdad siempre tienen, en este caso se puede decir que hubo esclavos negros en el gran país del norte. ¿Hubo? Hay casas de campo abandonadas y muy baratas. ¿Otra cosa? ¡Ah si!, hay idiotas todavía que cuando algo los asusta en vez de alejarse se acercan. Una vieja justificación de esta producción estaría dada por la boletería, siendo presentada como una secuela de "The Haunting in Connecticut" (2009), que tuvo buena repercusión. ¡Vaya uno a saber a causa de qué ahora apuntaría sólo a la recaudación.. ¿De qué va la historia? Al poco tiempo de mudarse a Connecticut una pareja se entera que su hija tiene amigos invisibles, que en realidad eran personas cuya existencia fue real, y comienzan a proliferar los encuentros misteriosos con personas que nadie más que ella parece ver, algunas almas buenas, pero otras no. El pavor se adueña de la pareja cuando ellos mismos son espectadores privilegiados de excepcionales sucesos alrededor de la casa, que contribuyen con elementos de lo que podría ser un turbador enigma que se ha mantenido en secreto durante más de un centenar de años. El punto es que toda esta construcción de los primeros minutos se desarma cuando el espectador se entera que madre e hija poseen ese don, o sea le han mentido, sólo que la madre se lo niega, pero para hacérselo recordar aparece la hermana que también es portadora de la misma “des-gracia”. Por si todo esto no alcanzara, hay dos elementos que ayudan a terminar de enterrar en el olvido este producto: uno hasta perdonable, las actuaciones de todo el casting, por ejemplo ver al padre abriendo una puerta hacia el sótano diciendo “tengo un hacha”, ni él se lo cree. La segunda, casi imperdonable, es el tema de los esclavos, nuevamente de boga en las oficinas de los productores de Hollywood: unos para ganar dinero, éste es caso, y otros además estatuillas de la Academia.
La fuerza del cariño El guionista y el director del filme se juega para presentarnos una película intimista, por concepción y relato, y una road movie como excusa para la estructura, con el sólo fin de contarnos una preciosa fábula en la que las relaciones paterno-filiales son el motor y la idea de la herencia hacia nuestros descendientes, lo que se pone en movimiento, como ya lo había sugerido en “Los descendientes” (2011), trabajando temas como el pasado sin resolver, los angustias vitales (en el sentido de vida, no de importancia únicamente) de la virtud del perdonar y de los afectos incondicionales La historia gira en torno de Woody Grant (Bruce Dern), un octogenario alcohólico, y su hijo David Grant (Will Forte), quienes emprenden un viaje juntos desde Billings, en Montana, con destino a Lincoln, Nebraska. Lo hacen en apariencia con un objetivo común, una excusa que los una, el cobro de un premio de un millón de dólares que respecto del cual Woody está convencido de haber sido el afortunado ganador en una de esas rifas que llegan por correo de manera nominal, pero que no son más que una estafa casi legal, y su hijo termina accediendo sólo para que la duda se transforme en certeza en la deteriorada psiquis de su padre. En definitiva, la odisea se resume en el viaje de la esperanza para ese padre y en el viaje hacia ningún lugar que ya conoce, pero ya olvidado, del hijo. Siempre hay asuntos pendientes. Ese traslado implicará al mismo tiempo un retorno al pueblo de origen del viejo con la firme decisión de cerrar con las heridas del pasado, al mismo tiempo que para el hijo es un viaje de recuperación, un trayecto para reconocer y reconectarse, con la imagen inscripta de su padre, quebrando todas las defensas que los apartan, retratado todo con un humor cínico por momentos, impasible o imperturbable, sobre las relaciones de sangre, transformando al texto en una gran tragicomedia familiar extendida, poniendo en jaque la confianza y el cariño, a través del egoísmo y la envidia mal entendida. El realizador, al que ya se lo puede catalogar de autor, no importa si es responsable del guión o no, construye un universo que le pertenece, que le es propio por antecedentes, la ya nombrada película del 2011, al que también entra en los cimientos de ese universo la maravillosa de “Entre copas” (2004) o “Las confesiones del Sr. Schmidt” (2002). En el espacio que se siente a gusto haciendo jugar a sus criaturas humanas Payne habla con gentileza, dolor, ternura, perspicacia, por momentos socarronamente, de la orfandad con la que sobrevive esa gente. Con una estructura lineal y progresiva, que nunca abandona la idea de road movie, ya sea que se instale por momentos como un viaje interior de cada uno, al mejor estilo de “Una historia sencilla” (1999), de David Lynch, y en otros de competencia y necesidad mutua como en “Aaltra” (2004), de Gustave de Kervem y Benoit Delepine. Una de las grandes diferencias con otros filmes que trabajen temas similares, es que si bien el relato es de carácter universal, se asienta sobre unas formas estéticas atemporales, por lo que la elección estética, y no sólo por el uso del blanco y negro en la fotografía, es que está puesta más en función de crear clímax que apuntalar lo dramático. Igualmente la posición y el movimiento de cámaras, junto con los planos y los tiempos elegidos para cada uno, son los que van desarrollando el relato de manera constante y detallada. Esa forma de impregnar la pantalla con espacios interiores pequeños, pero fríos distantes, y los exteriores intimistas, aplastantes, pocas veces consiguen lograr el objetivo propuesto (en Argentina tenemos un maestro en tal sentido en Carlos Sorin). Por supuesto que en cuestiones de funcionalidad y empatia el diseño de sonido, la banda sonora en general, esta en plena concordancia con la imagen y el ritmo del relato, por momentos como apoyatura, pero en otros en función narrativa. Pero el elemento que termina de catapultar esta pequeña y grandiosa producción cinematográfica, al rango de pequeña obra maestra, son las actuaciones, en las que parece ser un gran retorno del gran Bruce Dern (recuerdo su interpretación en “Regreso sin gloria” -1978-, y me emociono) compite con la magistral criatura creada por Will Forte. Sin olvidarnos de algunos personajes secundarios importantes como el de la esposa, tempestuosa, quejosa, diestra, inteligente, cínica, más tolerante de lo que quiere figurar, interpretada maravillosamente por June Squibb, o la reaparición de Stacy Keach como el ex socio de Woody. En realidad todo el elenco de actores es increíblemente eficaz y maravilloso, lo que sólo puede lograrse con un gran director como hacedor de la obra.