La segunda muerte

Crítica de Héctor Hochman - El rincón del cinéfilo

Lo mejor de esta producción vernácula lo podemos encontrar en la selección de actores y en los espacios de filmación, ya que ese pueblo del interior de la provincia de Buenos Aires hace funcionar a la perfección el axioma de “pueblo chico, infierno grande”, sin embargo es tan malo el diseño de sonido, tan molesto su montaje y tan indescifrable sus diálogos que lo bueno que podría tener termina por fastidiar.
Claro que como estamos en un filme de género los elementos comunes al terror están a la orden del día, como si parte de la tarea del productor hubiese sido la adquisición del catalogo de clichés para películas de miedo.
Alba Aiello (Agustina Lecouna) es una escéptica, solitaria, triste, policía de treinta y cinco años que ha elegido éste pueblo perdido con el sólo fin de esconderse y enterrar su secreto en la inmensa planicie solitaria.
Allí intentará olvidar su oscuro pasado, pero los miembros de una familia entera comienzan a aparecer incinerados uno tras otro, todos en posición de rezo y sin explicación racional posible. A pesar de los vínculos y pistas religiosas, Alba niega la ayuda del sacerdote local y accede a ser guiada por el Mago, un maltratado niño clarividente de once años que de a poco la introduce en un mundo paranormal en el que ella jamás hubiera creído y para el que no parece estar preparada.
Todo parece tener anclaje en el pasado común de los habitantes del pueblo, el cura, la policía, la familia incinerada, el niño clarividente, el padrastro maltratador y abusador, y si al pasado el espectador lo conoce es gracias al plano detalle de la primera pagina de un gran diario, publicada el 25 de diciembre de 1974, y es desde allí es que se arrastra la maldición respecto de la cual nos quiere contar el director.
La película intenta presentar un relato de muertes y venganzas en una gama de matices pálidos por resolución, una elección desde lo estético que parece tener más que ver con la casualidad que con una búsqueda.
Los espacios elegidos le brindan a la fábula una templanza privativa y particular, que aplica en la proyección e identificación del espectador al recuerdo de mitos y leyendas autóctonas.
No hay aquí ni luz mala, ni hombres lobo por ser séptimo hijo varón, ni nada que se le parezca, pero cuando la parca se presenta seguidamente de manera extraña e inexplicable, altera siempre la cotidianeidad tranquila del pueblo donde ocurra.
Es un intento, mayormente fallido, por algunas cuestiones técnicas, otras de guión, y más que nada por el desarrollo y verosimilitud de los personajes, sobre todo los secundarios.
¿En navidad hay diarios?