Noticias de la familia Mars Fallida comedia que termina por desatender sus premisas para convertirse en un oscuro relato sobre la paternidad, el mundo laboral actual y personajes que por el delirio con el que se los intenta construir terminan por generar fisuras en la historia. Dominik Moll dirige la narración en dos caminos, uno que apunta a reforzar la linealidad y otra que en detalles de color (el esperar que la ex mujer diga pepino en una transmisión en directo en la TV) sólo generan risa pero no pueden superar el tedio del relato en general.
La memoria de los huesos Documental duro y necesario sobre el trabajo de recuperación del equipo forense especializado en identificar rastros de identidad. El pasado vuelve en esa memoria osea, en el dolor de aquellos que esperan tener un lugar para homenajear a sus antepasados, pero también para constatar en la veracidad del dato la fugacidad de la existencia y la potencia de los actos genocidas. Facundo Beraudi construye un relato que por momentos cae en lugares comunes y en pesquisas que lo alejan de su premisa inicial, pero que, así y todo, sirven para pensarnos y repensarnos ante la banalidad del mal y sus consecuencias.
Piratas del Caribe: La venganza de Salazar Vuelta a las fuentes. En esta oportunidad la saga de los piratas más amados del mundo cinematográfico, que supieron recuperar un género perdido y olvidado, potencia su propuesta con la incorporación de un villano que se las trae, Salazar (Javier Bardem). Más allá de las idas y venidas, de las persecuciones en altamar, de los clichés y lugares comunes, hay un intento de capturar la atención de un público más teen con las subtramas de los hijos de sus protagonistas, reforzando la aventura y la acción con la dosis de romance y suspenso tras un misterioso tesoro y la amenaza de Salazar y su tripulación fantasmagórica. Para delirio de los fanáticos.
Ser o no ser El cine de animación alemán viene pisando lento y seguro, al apelar a historias clásicas en las que la identidad, y el esfuerzo configuran su universo narrativo con productos orientados al público infantil, en contraste con el cine americano que intenta a toda costa captar la atención de todo el grupo familiar en producciones cada vez más ambiciosas y confusas. Una cigüeña en apuros (Richard the Stork, 2017) se aproxima a sus personajes sin grandes pretensiones, pero con la clara intención de atrapar al espectador más pequeño con una trama simple, sin desvíos, y que, como en este caso, busca desarrollar una trama orientada a valores positivos de la vida en familia como fin principal de la existencia animal. En el desandar la vida de Richard, un pequeño gorrión, huérfano, adoptado por una familia de cigüeñas, los directores Reza Memari y Toby Genkel (Uyyy! Dónde está el arca?) construyen un diálogo con los espectadores desde la búsqueda y reafirmación de identidad de la pequeña ave sobre su especie. Criado por las cigüeñas, pero con la concepción que en un futuro se lo dejaría librado a su suerte, Richard absorbe las costumbres de su grupo hasta que ante la inevitable migración lo ubica en una situación complicada con sus supuestos “pares”. Su familia de cigüeñas decide dejarlo solo para protegerlo y así evitar que, en el intento de continuar con ellos, muera atravesando los cielos en bandada. Pero Richard es terco, y pese a comprender aquello que le han planteado, en solitario, decide que nadie puede impedir su impulso a continuar con los suyos. En esa decisión, de reencontrarse con sus padres y familia, emprende un viaje en trenes, micros, camiones, buques. La película vira hacia la road movie, con el adicional de sumar personajes atractivos en cada país que Richard hace escala, y además suma para la historia a dos compañeros necesarios para activar conflictos y tensión, como Olga, un búho con algunos problemas de personalidad, y Kiki, un perico egocéntrico y narcisista, que lo ayudan (o complican) a cumplir su misión. Ambos además suman el humor y los números musicales que funcionan como transición en el cuento. Detrás del mismo, y tal vez lo más interesante de la propuesta, es que además de la moraleja y el rescate de la identidad como valor positivo frente a las individualidades, Una cigüeña en apuros suma una crítica a la sociedad de la hiperconexión, presentando en postes de luz, a lo largo de la travesía, una serie de aves afectadas por el consumo excesivo de internet, redes sociales, chats que ayudan a Richard a llegar a su destino al tentarlo con mundos virtuales alejados de la realidad. Por eso, la principal virtud de la película es su carácter didáctico acerca de las diferencias, de la diversidad, y el respeto por la identidad, y esto no es poco en un cine actual que se fagocita y precipita hacia el éxito antes de haber siquiera aportado algo en el género. Una cigüeña en apuros no pretende ser otra cosa más que un entretenimiento para los más pequeños, con premisas simples, una animación básica, y un guion claro y conciso, que potencian los valores que predica y asume, anunciándose como un relato clásico de búsqueda y encuentro.
Madraza Hernán Aguilar es un audaz. Cuando podría haber debutado con otro tipo de film elige hacerlo con una propuesta corrosiva que plantea un universo único atravesado por la realidad, pero dejando que la misma fluya acompañando a sus personajes. La clave de “Madraza” es su código, cercano al cine de Robert Rodriguez y Quentin Tarantino, por lo explosivo e irreverente, y más allá de alguna cuestión que podría cuestionarse sobre su mirada de clase, la excepcional Loren Acuña explota en un personaje ideal para demostrarle a todos que merece un lugar en la Industria local más allá de los estereotipados personajes para los que siempre la convocaron.
“El gran golpe” (2016) es el caso de una producción que, recuperando un cine de género específico “robo de bancos”, podría haber constituido un producto ejemplar y sólido, pero termina por desvanecerse y alargarse al apuntar demasiado alto en su débil proceso narrativo. Steven C. Miller es un prolífico realizador de películas de acción y de terror, que sabe a dónde ir cuando las pautas de trabajo le marcan el tempo preciso para avanzar en personajes y atmósferas particulares. Ha trabajado con grandes actores de Hollywood y en esta oportunidad cuenta con un cast increíble que podría haber potenciado alguna de las ideas que dispara el material, pero que, en el camino, termina por generar confusión y dobles mensajes que no atrapan la atención del espectador. La trama principal de “El gran golpe” descansa en el detrás del robo a un banco y cómo se comienza a vislumbrar un tejido de corrupción que salpica a una de las instituciones financieras más importantes. Bruce Willis encarna al gerente de este poderoso conglomerado, con todos los estereotipos habidos y por haber relacionados al poder, el liderazgo y la autoridad, un rol que le queda un tanto grande, ya que todo el tiempo estamos esperando poder verlo en acción más que dialogar. Así, mientras la policía y el FBI descubren un plan más allá de los robos, el guion comienza a tejer lazos entre los personajes, y entre tantas hilvanadas y el ir y venir en la acción, la multiplicidad de frentes abiertos termina por generar un pastiche de varias producciones predecesoras. Así y todo, cuando la película se detiene en las particularidades de los personajes, es cuando comienza a tener más vuelo, pero lamentablemente la profusión de escenas, y su excesiva duración (podemos decir a ciencia cierta que a la película le sobran al menos 30 minutos) van generando tedio y resintiendo la tensión necesaria para mantener atenta a la audiencia. Si Miller hubiese preferido por quedarse con la trama policial más que la de corrupción que empaña todo, el resultado, tal vez, hubiese sido un producto mucho más organizado, internamente, porque justamente en la desorganización es en donde radica el principal problema de esta propuesta. El elenco, encabezado por Willis, pero con actores de la talla de Christopher Meloni y Dave Bautista y Adrian Grenier, hacen lo que pueden con sus personajes, pero terminan por perderse en el abigarrado laberinto del guion. Las películas de robo siempre deben respetar las reglas del género, y saber también que el público espera tiros, escenas de tensión y de persecuciones, pero cuando se intenta eludir las convenciones para construir otro discurso, y en este confluyen temas militares, de corrupción, de Estado, por mencionar sólo algunos, entonces nada tiene sentido y se pierde el verdadero espectáculo cinematográfico que se quería contar.
Dolorosa reflexión sobre la vida en un feudo en el que un patriarca está por ceder su lugar a uno de sus hijos, mientras la sorpresa que trae el inesperado parto de una empleada doméstica, llevará a una lucha de intereses sin igual. Hace poco la película “Paula” planteaba algo similar, pero sin la espesura de la mirada acertada de un realizador a tener en cuenta como en este caso. Luis Sampieri destroza a la clase alta del norte y la desnuda con su peor cara.
Con una impronta televisiva, este documental no logra aportar nada nuevo a la serie de películas y programas que trabajan sobre la propuesta de la gestación y el parto en Argentina. Apelando a recursos sonoros y gráficos, la búsqueda de efecto no termina por cerrar la investigación que avanza sobre un momento clave, el parir, en la vida de aquellos que desean ser padres. La directora Florencia Mujica confunde la casuística con la exhibición, terminando por ridiculizar aquello que termina denunciando, la imposibilidad de un parto natural ante intereses ajenos a la madre. Y al elegir sólo dejar una parte de los involucrados, toma posición sin darle la posibilidad al espectador de comprender todo el problema.
La lección Basada en el best seller teen de Lauren Oliver, Si no despierto (Before I Fall, 2017), es una versión aggiornada de Cuento de Navidad, clásico en el que una lección debe ser aprendida por alguien para poder avanzar y, de alguna manera, recomponer y volver a un estado anterior en el que el personaje central se encontraba. Acá la lección es para Samantha (Zoey Deutch), una joven popular, bella, a la moda, que sólo desea compartir jornadas de baile y alcohol con sus amigas, desatender a su familia y pensar en debutar sexualmente con su novio, uno de los “chicos malos” de la secundaria. Cuando una noche, regresando de una fiesta en la que atormentan y humillan a una de sus compañeras junto al resto de su grupo, tiene un accidente automovilístico y su vida cambiará drásticamente viéndose envuelta en una situación particular: despierta siempre en el mismo día que antecedió al choque sin poder modificarlo. Así, la realizadora Ry Russo-Young irá desandando los pasos de Samantha, en la previa a la fiesta que desencadenó su situación, mostrando cómo la joven irá atendiendo a cosas que hasta hace horas le habían parecido imperceptibles, pero que claramente han tenido que ver con aquello que la ubicó en esa situación y que también entiende que debe modificar para regresar a su vida pasada. Si en Hechizo del tiempo (Groundhog Day, 1993), Bill Murray veía en el repetirse eternamente el día en el que despertaba una oportunidad para sacar provecho de aquello que justamente en ese día le había ido mal, acá la chance de revivir la jornada de un ciclo circular eterno, sirve para analizar y autoexigirse un cambio a la protagonista, que ubica al relato en otro plano, con una temática asociada a la moral que atraviesa toda la narración. Ry Russo-Young descansa en el carisma de Zoey Deutch y sus amigas para potenciar una idea muchas veces vista, pero que suma un tema urgente, el bullying como disparador de una historia que no por poseer vetas de relato fantástico elige quedarse en ese género, prefiriendo acomodarse en el drama para generar un verosímil que se aleja de la concreción de pesadillas. La directora apela a planos amplios para centrar la historia en el apacible, en apariencia, pueblo en el que Samantha vivirá mil veces el mismo día, un lugar plagado de árboles, montañas y niebla, que además funcionan como motivos de la trama al sumarlos, principalmente, en los momentos de revelación de la verdad de la protagonista y de las acciones que toma para cambiar el destino de sus allegados y el propio. La selección musical, además, coincide con la búsqueda de un espectador joven, que disfruta de reconocerse en el relato a través de usos y costumbres, el mismo que ha devorado de una pasada los episodios de 13 Reasons Why (2017), serie de Netflix, que también tiene como temática el bullying y que, al igual que Si no despierto, intentan concientizar sobre una problemática cada vez más recurrente entre niños y adolescentes y que exige un pronto tratamiento en la vida real, más allá de campañas de difusión y la proliferación de historia que lo toman como disparador de la acción.
Bienvenida esta entrega que alude al mito de Alien en esencia y también en forma, porque si su predecesora “Prometheus”, por ambiciosa, terminaba por naufragar en el estereotipo del género, en esta oportunidad el verosímil se potencia por respetar a la entrega original de la saga. Ridley Scott es un hábil creador de universos, y mientras crea impregna de solidez sus mundos apoyándose en actuaciones sublimes (Fassbender en un doble rol impecable) que remiten a lo mejor de la ciencia ficción, con aliens que asesinan, hombres que no saben qué hacer ante la adversidad, y la premura y tensión como impulsoras del ritmo, trepidante, que refuerzan la propuesta.