Una cigueña en apuros

Crítica de Rolando Gallego - EscribiendoCine

Ser o no ser

El cine de animación alemán viene pisando lento y seguro, al apelar a historias clásicas en las que la identidad, y el esfuerzo configuran su universo narrativo con productos orientados al público infantil, en contraste con el cine americano que intenta a toda costa captar la atención de todo el grupo familiar en producciones cada vez más ambiciosas y confusas.

Una cigüeña en apuros (Richard the Stork, 2017) se aproxima a sus personajes sin grandes pretensiones, pero con la clara intención de atrapar al espectador más pequeño con una trama simple, sin desvíos, y que, como en este caso, busca desarrollar una trama orientada a valores positivos de la vida en familia como fin principal de la existencia animal.

En el desandar la vida de Richard, un pequeño gorrión, huérfano, adoptado por una familia de cigüeñas, los directores Reza Memari y Toby Genkel (Uyyy! Dónde está el arca?) construyen un diálogo con los espectadores desde la búsqueda y reafirmación de identidad de la pequeña ave sobre su especie. Criado por las cigüeñas, pero con la concepción que en un futuro se lo dejaría librado a su suerte, Richard absorbe las costumbres de su grupo hasta que ante la inevitable migración lo ubica en una situación complicada con sus supuestos “pares”.

Su familia de cigüeñas decide dejarlo solo para protegerlo y así evitar que, en el intento de continuar con ellos, muera atravesando los cielos en bandada. Pero Richard es terco, y pese a comprender aquello que le han planteado, en solitario, decide que nadie puede impedir su impulso a continuar con los suyos.

En esa decisión, de reencontrarse con sus padres y familia, emprende un viaje en trenes, micros, camiones, buques. La película vira hacia la road movie, con el adicional de sumar personajes atractivos en cada país que Richard hace escala, y además suma para la historia a dos compañeros necesarios para activar conflictos y tensión, como Olga, un búho con algunos problemas de personalidad, y Kiki, un perico egocéntrico y narcisista, que lo ayudan (o complican) a cumplir su misión. Ambos además suman el humor y los números musicales que funcionan como transición en el cuento.

Detrás del mismo, y tal vez lo más interesante de la propuesta, es que además de la moraleja y el rescate de la identidad como valor positivo frente a las individualidades, Una cigüeña en apuros suma una crítica a la sociedad de la hiperconexión, presentando en postes de luz, a lo largo de la travesía, una serie de aves afectadas por el consumo excesivo de internet, redes sociales, chats que ayudan a Richard a llegar a su destino al tentarlo con mundos virtuales alejados de la realidad.

Por eso, la principal virtud de la película es su carácter didáctico acerca de las diferencias, de la diversidad, y el respeto por la identidad, y esto no es poco en un cine actual que se fagocita y precipita hacia el éxito antes de haber siquiera aportado algo en el género.

Una cigüeña en apuros no pretende ser otra cosa más que un entretenimiento para los más pequeños, con premisas simples, una animación básica, y un guion claro y conciso, que potencian los valores que predica y asume, anunciándose como un relato clásico de búsqueda y encuentro.