Justo me tenía que pasar a mí Drama romántico, thriller psicológico, misterio: el filme tiene de todo, y en muy buenas dosis. Hay quienes saben explicar que las casualidades son en verdad causalidades. Quién más, quien menos no se topó con una persona, entabló una conversación casual y pensó que de ahí podría surgir una relación fuerte, intensa. No a muchos debe haberle sucedido lo que a Marc (Benoit Poelvoorde) en 3 corazones. Que el mundo es un pañuelo también lo dice todo mucha gente. Pero tal vez convenga entrar a la sala a ver 3 corazones sin saber nada de nada. Una recomendación es parar de leer aquí. Si sigue leyendo esto, es porque entonces quiere tener más pistas. Marc perdió el tren (metáforas al margen) y debe encontrar un hotel donde dormir en un pueblito francés. Así se cruza con Sylvie (Charlotte Gainsbourg), se enamoran perdidamente y quedan en encontrarse en París. Claro, ella va, pero él llegará tarde. No intercambiaron teléfonos, direcciones, Facebook, nada. Gente grande. Marc conocerá días más tarde a otra mujer (Sophie, interpretada por Chiara Mastroianni), que llora desesperada por un asunto contable. El se apiada de ella y, con el corazón a flor de piel, también se enamora. Con Sophie se ve que cambian teléfono porque Marc va a conocer a la madre (Catherine Deneuve: el director Benoit Jacquot no escatimó en el presupuesto) y todo pinta rumbo al altar. La hermana de Sophie está en EE.UU., y tal vez llegue para algún que otro festejo familiar. Y el reencuentro de Marc con el que pensó aquella noche era el amor de su vida no podía ser peor: es la hermana de su pareja. Lo mejor de la nueva realización del director de Adiós a la reina es que el suyo es un filme sobre el amor correspondido (o no), en el que los personajes se debaten sobre el “deber hacer”, y donde no saben si luchar contra o por sus sentimientos. Jacquot va como tirando pistas. El filme puede virar hacia el thriller psicológico -presten atención a la utilización de la música-, el drama pasional, pero nunca será un melodrama de novela. Y ese sentimiento se continúa hasta las imágenes finales. El hándicap de contar con Deneuve es que es capaz, con media mirada, de develar un misterio. Un desafío de casting hubiera sido enrocar los roles de las actrices, y probar a Gainsbourg como la pobrecita que llora y es insegura. Pero así como está, está muy bien.
Hipnótica, sensual, atrapante Puede verse como un thriller judicial -algo sucedió y se realiza una investigación policial-, pero ésta sería la manera menos disfrutable. Sensualidad, intriga, complejidad, pecado, hipnotismo, concentración, contrastes: de todo ello hay en El cuarto azul, un thriller con sexo, crimen y sangre, obviamente, pero que escapa a la frialdad con que los compatriotas de Mathieu Amalric suelen contar este tipo de relatos. Amalric se toma el trabajo, y luego lo traslada al espectador, de pensar un thriller, descontracturarlo, alterar el orden cronológico, dar pistas y obligar a pensar -o mejor a imaginar- qué es lo que en verdad sucedió en este cuarto azul en el que la lujuria, el deseo y la desesperación se aúnan entre la fatalidad y, si cabe, la satisfacción. El cuarto azul puede verse como un thriller judicial -algo sucedió y se realiza una investigación policial-, pero ésta sería la manera menos disfrutable. La primera vez que vemos a Julien (el propio Amalric) está pasándola excelente, de manera desenfrenada con una mujer. Luego descubriremos que son amantes. Y más tarde Juien será acosado por un juez, a partir de una autopsia. Basada en la novela de Georges Simenon publicada en 1964, la película transcurre en el presente por lo que luce aggiornada, y, si bien es breve -dura escasos 76 minutos y uno quiere que siga, y siga-, ofrece suficientes pistas y contrapistas, marchas y contramarchas para mantenernos ocupados y, como decíamos, concentrados para no perder detalle. El cuarto azul es la invitación a un viaje por la atribulada mente de Julien, como una odisea o pesadilla, donde la libertad de pensar, de creer y de ser se amalgaman en un personaje que sufre y vive ante nuestra bienvenida confusión. Gracias a Amalric por permitirnos ingresar a este laberinto en el que la música, la iluminación y las actuaciones, de él, de su pareja en la realidad y amante en la ficción, Stéphanie Cléau, y de Léa Drucker (su esposa en el filme) suman y propician toda una experiencia. El cine francés no suele permitirse estos arrebatos, y ni qué hablar del hollywoodense. Anímese y disfrute. A Julien parecía que no le había ido tan mal. ¿O sí?
La hora de pasar la posta Un malvado malísimo, superhéroes luchando entre sí, alguna traición y la presentación de una nueva generación. En la nueva era de los blockbusters hollywoodenses, parece que la regla es más y más. Si los principales superhéroes de Marvel tenían sus películas individuales, hace tres años se los juntó en el cine. Eran seis (Iron Man, Capitán América, Thor -todos con sus propios filmes-, Hulk, Viuda Negra y Ojo de halcón) y lograron, juntos, convertir a Avengers en la tercera película más exitosa de la historia. ¿Cómo no repetir la reunión, y agregarle más superhéroes? Avengers: Era de Ultrón es el apresurado paso hacia el primer pase de antorcha entre los superhéroes. Algún intérprete ya no quiere saber nada -Robert Downey Jr.- y hay que renovar el staff de luchadores del Bien contra el Mal. Pero vayamos más lento que el ritmo que tiene la película, que no tiene preámbulo y va directamente a los bifes. El sexteto está lidiando contra los malos en clara desventaja numérica, pero eso nunca fue un problema que los efectos especiales y el guión no pudieran resolver. Esos primeros diez minutos de Era de Ultrón se parecen, sí, a los diez primeros minutos de El planeta de los simios: Confrontación. La animación computarizada lo copta todo y ya la película parece un dibujo animado. Después algo cambia. El Dr. Banner, cuando no se pone verdecito, y Tony Stark habían soñado con crear a Ultrón, pero el personaje tendrá vida e intenciones propias bastantes ajenas a las de su mentor (Stark), a partir de la inteligencia artificial. Así que de nuevo los seis saldrán a buscarlo y pelearlo, porque está en juego -fanfarrias- el futuro de la Tierra. Y los malos estarán ayudados por dos gemelos, Pietro y Wanda Maximoff (Aaron-Taylor Johnson y Elizabeth Olsen), como Quicksilver y Scarlet Witch, así que la(s) batalla(s) será(n) ardua(s) y extensa(s). Para los fans, aquí está todo como servido en bandeja. En detrimento de la original, Era de Ultrón no tiene la sorpresa de la primera. Sí, dos batallas descomunales, y muchas traiciones -superhérpes buenos peleando entre sí-, una historia romántica más desarrollada (Hulk y Viuda Negra) y vueltas de tuerca que no conviene adelantar. Todo en los 141 minutos, a todo color, con o sin anteojos tridimensionales -no hay una utilización mayúsculamente valedera del efecto-, con guiños y cameos, mínima escenita al comenzar los créditos finales, gags y una sensación de abundancia tal vez desmedida. No siempre más es mejor, pero en Era de Ultrón nadie parece detenerse un segundo -a pensar, a no correr- porque la idea es, de nuevo, ofrecer todo y ya. Para pasar la posta hay tiempo -no mucho: en 2018 y 2019 llegan las próximas pelis de los Avengers- y, habrá pensado Joss Whedon, que de eso se encarguen los que sigan.
Talento que se va a extrañar Es su último largo animado, Hayao Miyazaki se pone más serio, y amplía su público potencial. Tal vez la anunciada por el propio realizador como su despedida del cine animado, sea su obra menos fantasiosa. Lo que siempre logra Hayao Miyazaki va más allá de sus trazos reconocibles y su animación. Es el hombre que logró que nuestros hijos creyeran que los padres podían convertirse en animales, el que imaginó viajes y castillos increíbles y vagabundos. El mismo que hace ya un año y medio presentó Se levanta el viento como su última creación: sus problemas en la vista, sostuvo, le impiden seguir como realizador de largometraje. John Lasseter, el mandamás de Pixar y creador de Toy Story, tiene (tuvo) a Miyazaki como su guía, el ejemplo a seguir. En Se levanta el viento el maestro nipón se aleja, decíamos, de un mundo surreal y fantasioso para contar una historia mucho más real, pero igualmente fascinante. Jiro Horikoshi era un fanático de la aviación, que debió archivar sus sueños de piloto... por problemas de vista. Horikoshi se convirtió en un eminente diseñador de aviones en el siglo XX, en la Segunda Guerra Mundial. Y si los sueños y las alegorías siempre fueron material nutriente en las películas de Miyazaki, aquí todo se entremezcla con una historia de amor con una joven que tiene tuberculosis, y el extremo de crear aviones para la paz. Tal vez Se levanta el viento no tenga al público infantil, si alguna vez Miyazaki lo tuvo, como principal destinatario. La trama no es sencilla, como tampoco lo son los problemas que enfrentan los protagonistas. Pero los temas que suele abordar Miyazaki, como la libertad, el temor a lo desconocido, el pacifismo, la naturaleza y sus secretos están para quien los quiera ver. La extensión del filme puede ir precisamente en detrimento de la atención de los más pequeños, pero la película tiene escenas -Nahoto, la chica, en un monte con el viento soplando, algunos vuelos de los aviones- tan subyugantes que los chicos los retendrán en su cabeza. Como pasó con la princesa Mononoke, Chihiro, el castillo vagabundo, Ponyo: todos seres que surgieron de la fantasía, seguro, pero que bien fueron tangibles y simpáticos a los ojos de grandes y chicos de todo el mundo.
Lo tuyo es mío Un personaje ingenuo, la mentira y la traición: tres ejes que Tim Burton maneja como pocos autores. Margaret -luego Keane- tiene muchos puntos en común con varios de los protagonistas de las películas de Tim Burton. Lo primero que se aprecia en esta pintora es su ingenuidad. Mezcla del Joven Manos de tijera y Jack Skellington, no ven o no creen en el Mal con mayúsculas, y no entienden que lo que les hacen -si los engañan, les mienten o les causan dolor- es para beneficio ajeno. El asunto aquí es que Margaret no surgió de la imaginación de Burton, sino que aún vive, su historia es real y fue víctima -y partícipe- de un fraude colosal en el mundo del arte. Ingenua o poco precavida, fácil de engañar y poco decidida, Margaret dejó que su segundo esposo, Keane, se apropiara de sus trabajos y los hiciera pasar como propios. Sus pinturas reflejan niños con grandes ojos tristones la mayoría de las veces, algo que obedecía a su infancia desdichada. Ella “confiaba en los ojos de los demás”, veía y volcaba en esos ojazos sus emociones y sentimientos; Margaret es de las que dicen que “los ojos son las ventanas del alma”. Pues parece que Margaret, como decíamos al comienzo, no ve el mal aunque sí otras cosas en los otros, porque se dejó llevar por el embelesamiento y lo embaucador que resultó su esposo, que nunca agarró un pincel e intentaba vender como podía sus pinturas de las calles de París. Gran charlatán y aprovechador, Keane llegó a engatusar a figuras de Hollywood y venderle los cuadros de su esposa como si fuesen propios. La mentira -y la traición- son temas que le interesan a Burton. Y aquí, cuando el ovillo se vaya haciendo más y más grande, será imposible para Keane desmadejarlo. Keane bien pudo haber sido interpretado por Johnny Depp, alter ego de Burton durante mucho tiempo. Y Christoph Waltz, al encarnar al personaje, parece tomarle prestado algunos tics, que aquí parecen sobreactuados, sobre todo cuando la película pega un volantazo hacia el disparate. Como pasa con las películas de Woody Allen, cuando el neoyorquino no tiene el rol protagónico, y carga a su actor con sus modismos y actitudes gestuales. Es Amy Adams quien, desde la cordura y lo aplacada que es Margaret, empieza -y termina- ganándose la simpatía del espectador. Visualmente el filme es un Burton, pero sin estridencias. Entiéndase: la dirección de arte no es kitsch, ni sobrecargada, ni expresionista, los paisajes por los que comienza a desandar el filme parecen pintados, y la música de Danny Elfman complementa y acompaña como en sus mejores intervenciones con Burton. Un elenco de notables (Danny Huston, Jon Polito, Terence Stamp) completa la primera plana de esta película con la que Burton vuelve a hablar de lo que le gusta, pero sin fuegos de artificio.
Retrato de un artista irreverente Bahman Mohasses fue un irreverente artista, sin compromisos. Y el documental, seductor, lo refleja tal cual como fue. Abordar una figura desconocida siempre implica para el público un descubrimiento. Y si ese personaje es contradictorio, justamente la experiencia es mucho más rica. Claro, siempre que la realización no sea simplemente laudatoria, sino que se permita cuestionarlo. Algo de todo esto hay en El Picasso de Persia, que ganó hace casi un año el premio a la mejor película en la Competencia internacional en el Bafici, cuya nueva edición empieza en una semana. Bahman Mohasses fue un artista plástico iraní, que vivió su arte y su vida sin compromisos con nadie, y con la irreverencia como su principal marca. Un escultor, pintor y también director teatral que fue y volvió de Teherán, hasta que decidió recluirse en la habitación de un hotel... en Roma. Hasta allí la directora Mitra Farahani, iraní como él, fue a buscarlo. Junto a dos millonarios iraníes que hicieron fortunas en Abu Dhabi y querían conseguir obras del alguna vez llamado Picasso de Persia, lo entrevistó. El documental también tiene imágenes de archivo en las que se observa el desparpajo -y el talento- de Mohasses, mucha de cuya obra fue destruida por la revolución Islámica. Fue un hombre que, aún enfermo, no dejó de fumar -tal vez la pretendida empatía que la realizadora quiere lograr mostrando al artista pidiéndole cigarrillos, o dándole indicaciones de cómo debía filmarlo es lo que termina acercándolo y haciéndolo más querible a este cascarrabias-. Por todos estos motivos, El Picasso de Persia es un filme único: qué lleva a un hombre a destruir(se) a sí mismo y a su obra es algo que sobrevuela. No hace falta conocer mucho de la historia de Irán para entender y sentirse seducido por el filme.
Un cuentito más oscuro Una versión también con licencias del célebre cuento de hadas, pero más oscuro, lo que no quiere decir mejor. La Bella y la Bestia era -es- un clásico mucho antes de que Disney hiciera su exitosa película de animación en 1991. Ya se sabe que la empresa del ratoncito adapta a su antojo los relatos, agregando o suprimiendo subtramas, personajes o lo que fuera. La versión con actores que se estrena hoy, dirigida por Christophe Gans (Pacto de lobos, la terrorífica Silent Hill) es una coproducción francogermana y también se toma sus licencias, pero sigue más de cerca la versión de Jeanine-Marie Leprince de Beaumont que el dibujito ganador de dos Oscars. Aquí Bella no es hija única, sino que tiene dos hermanas mayores, y papá no es un inventor, sino un mercader rico que se convierte en pobre. Y Bella es la menor de 6 hermanos. Y el asunto de la rosa es un encargo que la bella Bella le pide a su padre, ya que es lo único que no logra crecer en la campiña, donde se mudaron dejando las riquezas de la ciudad. Porque Bella es pobre. No es pobre esta superproducción (30 millones de euros), con un elenco importante, y la que no se escatiman esfuerzos en la escenografía, los efectos visuales y, también hay que decirlo, cierto morbo y violencia. Léa Seydoux (Emma en La vida de Adèle, estará en la próxima de Bond) en poco cumple 30 años, así que de joven virginal ya no da. En verdad, a su personaje le pone mucho amor y romanticismo, pero le falta la cuota de carisma imprescindible. Vincent Cassel (Irreversible) es el Príncipe/Bestia, y es otra elección curiosa de casting, porque el ex de Monica Bellucci no suele mostrarse en este tipo de películas ni ser todo candor. André Dussollier es el padre, siempre afiebrado, y el cantábrico Eduardo Noriega, el bandido, en estao más oscura versión del cuento de hadas.
Y la banda siguió tocando Pese a la muerte de Paul Walker (Brian), el nuevo capítulo de la saga se terminó, con un final emotivo. Desde hace varios años, y habría que empezar a hilar muy fino para saber con qué película se inició, muchos tanques de Hollywood -no todos- tienen una estructura que los soporta. Los guionistas elaboran escenas, que incluyen peleas y persecuciones, se busca una excusa argumental y se une todo. Se denomina patchwork, porque viene del mundo de las manualidades, y consiste en unir diversas telas y crear nuevas prendas, principalmente mantas y colchas. Y así también, en algún instante Ethan Hunt (Tom Cruise en Misión: Imposible) pasó a ser algo así como James Bond, pero con acompañantes. El agente ya no viaja solo por el mundo. Y en algún otro momento esta otra saga, la de Rápidos y furiosos, comenzó a tener semejanzas con la de Cruise. Hay un protagonista -Dominic Toretto aquí tiene preponderancia-, pero el sentido de pertenencia de la banda de automovilistas de Rápidos... es troncal. Para los fans de Toretto y Brian, el personaje que compuso Paul Walker y que dejó inconcluso en esta séptima entrega al morir, paradójicamente, en un accidente automovilístico cuando promediaba el rodaje, no hay mayores novedades. Ni en los personajes, ni en el esquema de la trama, ni en el aspecto visual. Luego de la 6 que, es probable, cada uno tendrá su favorita, fue la mejor de la saga, ahora tomó el volante James Wan, el director y creador de la primera El juego del miedo y realizador de El conjuro. Pero a no temer que no transformó a Rápidos... en una de terror sobre ruedas. Sincero fan de los personajes, a Wan le tocó el desafío de despedir a Brian, y lo hizo verdaderamente muy bien. Nadie puede extrañar a Brian/Walker, porque en la película está como tiene que estar -los planos de su hermano menor Cody, que lo “reemplazó”, han de ser los del final, y los de cierto atentado al comienzo- y el homenaje de los minutos finales es ciertamente emotivo. Antes, en la historia aparece Deckard (Jason Statham), que quiere vengar a su hermano y por eso planea aniquilar a Toretto y compañía. El filme tiene mucha acción, muchos viajes, muchos gags y muchos hechos ridículos, pero bueno, en tren de la diversión aquí hay semáforo verde para todo.
Sean Penn, el mercenario El actor parece no disfrutar el rol de héroe de acción, y Javier Bardem está lejos del malvado de “Skyfall”. Cuando una película funciona, no pasa mucho tiempo para que se convierta en fórmula. Y en The Gunman: El objetivo no cambia la fórmula, no varía el director (es Pierre Morel, el mismo de Búsqueda implacable, la primera y la que se copia), y el protagonista, que supo estar del lado de los -digamos- servicios, está buscando a gente que también lo quiere eliminar. Jim (un Sean Penn que ni siquiera se divierte haciendo de héroe de acción) es un mercenario, que por 2006 trabajaba con otros en el Congo. Félix (Javier Bardem) es el enlace entre los clientes más o menos anónimos -corporaciones- y los asesinos como Jim. Hay que matar al ministro de Minería, porque a cierta empresa no le conviene lo que hace, y el indicado para apretar el gatillo a distancia es Jim. Que debe abandonar el país, y dejar atrás a su novia, Annie, una enfermera que trabaja para una ONG y no sabe o no contesta la profesión de su amado. Ocho años más tarde, empiezan a caer como moscas los mercenarios que estuvieron involucrados en el Congo, y Jim, que trata de limpiar su nombre de regreso en el Congo, trabajando -bien, ¿eh?- para una ONG, está apunto de ser masacrado, vía bala o vía machete. Zafa, se va y trata de averiguar quién le puso precio a su cabeza/corazón/ u órgano que sea. Sin pensar demasiado, parece que es Félix, quien no sólo progresó -tiene flor de empresa-, sino que se quedó con Annie. Pero tal vez no sea él. The Gunman: El objetivo divide las aguas, dejando a Moisés como a un poroto. Los buenos de un lado, los malos, del otro. Como un asunto de conciencia social -tardía-, los que se portaron mal antes, van a tener que pasarla mal ahora. Morel es de los directores de acción clásicos, como los que no quedan. Y eso que el francés es joven. Pero al menos en el momento de las balaceras no es de los que pide siete cámaras en mano: uno sabe quién dispara, no es todo un frenesí estrambótico ni parkinsoniano. Si Penn no parece disfrutar su papel (¿para qué lo habrá aceptado?), Bardem como malvado o medio malvado, no está ni a la sombra de lo que fue su Silva en Operación Skyfall, el último Bond. Mucho tiro, algo de conciencia social y que pase el que sigue.
Oh, el extraterrestre Aunque es una producción que va a lo seguro, entretiene desde el principio hasta el final. En el cine de animación puede haber quienes apuesten a algo innovador o distinto, como La gran aventura Lego o Cómo entrenar a tu dragón entre lo más reciente, o los que van hacia el humor cordial, la unión familiar, la aceptación del otro, como Río o esta Home, no hay lugar como el hogar. También hay otras realizaciones, como la saga de Madagascar, pero ahí no suele haber demasiadas ideas. Los responsables de Home van a lo seguro -como, se verá, los extraterrestres de la película-. Y no está mal. La película es entretenida desde que arranca hasta que llegan los títulos finales, los chicos se divierten, ríen y aplauden. Tal vez no haya, no ofrezca material para un spin off o derivados, pero el cometido de entretener por una hora y media se logra. Oh es de una especie extraterrestre, los Buv, unos invertebrados que van copando distintos lugares en el espacio, hasta que otros extraterrestres malos, los Gorg, que los persiguen se enteran dónde están, y se refugian en otro planeta. Eso han hecho en la Tierra. “Chuparon” a los humanos y los llevaron a todos a Australia, apoderándose de las casas y sacando lo que no consideran útil -desde inodoros hasta lo que se les ocurra-. Ahí Oh conoce a Tip (como en Lilo y Stitch), una niña que se quedó con su gato, encerrada en su departamento, y que quiere encontrar a su mamá. Ambos están como “fuera de lugar”, y se necesitarán, porque Oh se mandó una macana: envió un mensaje invitando a todo el mundo -o habría que decir todo el universo- a su fiesta de “estrenamiento” -hablan modificando palabras- de su nuevo hogar, y cuando los malos se enteren de su ubicación ya nada será seguro en la Tierra. La tipificación de los extraterrestres hace a la cuestión. A los Buvs no les gusta correr riesgos, van a lo seguro. Tildarlos de cobardes sonaría un poco fuerte. Por eso son casi todos iguales. Casi. Algunos dirán que pueden ser parientes cercanos de los Minions, que ayudan a Gru en Mi villano favorito. Y algo de la cara de Oh recuerda a la de Chimuelo en Cómo entrenar a tu dragón. Tim Johnson, que codirigió Antz y Vecinos invasores, está al frente de la realización. Hay mucho color, mucha música (Rihanna dobla la voz de Tip, y canta en la banda de sonido original) y mucho pum para arriba. El 3D no parece hacer mucha diferencia. En el original las voces son de Rihanna, Jim Parsons, Steve Martin y Jennifer Lopez. Para los fanáticos, a esperar la edición en DVD.