A ver si nos salvamos Tiene en su elenco el punto más fuerte, cuando las acciones comienzan a declinar. Los avatares de los estrenos hacen que El gran secuestro de Mr. Heineken coincida en la cartelera con otra película en la que el rapto extorsivo es, también, la excusa para hablar de otra cosa. Si El Clan se centra en cómo la relación entre Arquímedes Puccio y Alex, uno de sus hijos, se resquebraja a partir de miedos y falta de coraje, de desconfianzas y hasta de egoísmos, El gran... se ocupa en indagar, digamos, el vínculo, la ligazón de cinco amigos que no tienen ninguna experiencia en esto de secuestrar y cobrar un rescate. Basada, igual que El Clan, en un resonado caso real, el de Alfred Heineken, el magnate de la cerveza, que fue privado de su libertad por estos jóvenes que lo único que querían era enriquecerse a costa de otro, porque la recesión económica les pegaba duro, en la Amsterdam de 1983. Las coincidencias llegan hasta que transcurren, en un momento, en la misma época. Los secuestradores raptan a Heineken, pero también a su chofer. Y lo que parecía les había salido redondo, empieza a tener aristas que no imaginaban. El realizador sueco Daniel Alfredson, que había dirigido las dos últimas partes de las adaptaciones de la saga Millennium hechas en Europa, va entrelazando las escenas, y los momentos de tensión -los preparativos, el secuestro, el encierro, seguido de los primeros titubeos, las incertidumbres, las flaquezas cuando la cosa se complique-, hasta que la cosa se vaya acercando al desenlace. Ahí ya es otra historia. Alfredson confió el rol de Heineken a Anthony Hopkins, quien, como en El silencio de los inocentes, está menos de lo que uno cree en pantalla, pero logra que su presencia sea significativa. Tan bien se deben haber llevado, que Alfredson volvió a trabajar con él en Go with Me, bodriazo presentado hace menos de una semana en el Festival de Venecia, ya abiertamente dedicado al thriller de acción. El gran secuestro... apoya su mérito en lo que contábamos, más en las actuaciones. A Hopkins, viejo zorro, que con una miradita le alcanza para comprarnos, se agrega un elenco de jóvenes (Sam Worthington, de Avatar, Jim Sturgess, Ryan Kwanten) para que nos creamos lo que resulta increíble. Fue, en su momento, el secuestro que más dinero obligó a pagar. ¿Si resultó bien, o mal? Ahí el que debe pagar la entrada es usted, y averiguarlo. La va a pasar mejor que Hopkins.
Sufrimiento en lo más alto Basado en un hecho real, tiene momentos que acercan cierta emoción. ¿Por qué los productores de una película deciden colocar el cartelito Basada en una historia real? Las razones difieren. A veces, lo que sucederá luego en la pantalla es tan increíble, que creen reforzar el sentimiento de credulidad del espectador avisándole que sí, avalancha más, avalancha menos, un escalador muerto o congelado más, lo que pasó en 1996 fue cierto. Y de las películas que transcurren en las montañas, allí en lo alto, donde parece que nada podrá salvar a los protagonistas, con alto peligro de fatalidad, entre Riesgo total, con Stallone, y ¡Viven!, Everest se acerca más a la segunda. Y no sólo porque ambas estén basadas en una historia real. Promediando la proyección, cuando los expertos escaladores de altas cumbres y los novatos, amateurs, ya no la pasan tan bien en su intento de llegar a la cumbre del Everest, por mayo de 1996, uno todavía se pregunta ¿para qué decidieron subir hasta allí, pasando tantas penurias? Luego, cuando el drama parece irremediable y se desencadena, la respuesta que antes podía encontrarse, ya no tiene lugar. Everest no es un filme del género catástrofe. Es un mix entre el drama -basado en una historia real- y el de aventuras. Para sentir empatía con los personajes, el director Baltasar Kormákur (101 Reykjavik, o Invierno caliente) se preocupó porque los conociéramos en la escala previa a la subida. El neozelandés Rob Hall (el australiano Jason Clarke, de La noche más oscura) comanda un grupete ya adiestrado, deja a su mujer embarazada (Keira Knightley), y con lo suyos, tras la paga de varios billetes verdes, entrena amateurs para escalar el Everest. No es el único. Scott Fischer (Jake Gyllenhaal) tiene un método distinto de escalar. Pero, llegado el caso, y ante una terrible tormenta de nieve, deberán congeniar esfuerzos. Por si los efectos especiales no fueran suficiente atracción, la producción puso rostros conocidos y -cotizados- para encarnar a los personajes verdaderos. Y allí están Josh Brolin, Robin Wright, Emily Watson -todos nominados a un Oscar-, más Sam Worthington (que esta semana también estrena El gran secuestro de Mr. Heineken), ellos con barba, ellas, no, pero con el sufrimiento recorriendo cada centímetro de sus facciones. Como drama, Everest, es largo. Y como filme de aventuras, le falta espectacularidad. No llega a ser un híbrido, porque tiene momentos que acercan cierta emoción, y antes del final es ciertamente movilizante.
Pequeña, loable y, a su manera, enorme Una niña que no conoce a su padre sale a buscarlo, ayudada por su maestra de Ciencias naturales. Es una película a las que se suele denominar chiquita, pero loable y enorme en sus intenciones y su realización. "Ciencias naturales" es la opera prima de Matías Lucchesi, un cordobés que la filmó en las sierras de su tierra, contando una historia íntima, pero llena de enseñanzas. Lila tiene 12 años, no conoce a su padre y está decidida a encontrarlo. Vive con su mamá, y tiene como guía en la vida a Jimena, una maestra de Ciencias Naturales que de a poco irá convirtiéndose en algo como una amiga, y un sostén que a Lila le viene haciendo falta desde hace un tiempo. La pequeña es capaz de escaparse a la noche de la escuela donde duerme, desafiar el frío, intentar arrancar un Renault viejo con tal de poner rumbo hacia donde cree que está su padre. Es en busca de él, pero también de su identidad. Lila no conoce ni el nombre de su progenitor, sólo sabe que estuvo de paso por Los Cóndores, su pueblo, hace doce o trece años, instalando antenas de una repetidora. Y nunca más apareció. "Ciencias naturales" es, en esencia una road movie, una película del camino, porque aquí sí importa llegar a destino (conocer al padre) es más rico todo lo que le acontece en la ruta hacia ese final. La niña Paula Hertzog (12 años en el momento del estreno mundial del filme, en el Festival de Berlín 2014, donde obtuvo un premio en la sección paralela donde se presentó) tiene carisma, entrega, inmediatamente genera empatía con el espectador. Y Paola Barrientos, como Jimena, puede ser tan dulce como dura, de acuerdo a lo que le pida el guión. El elenco tiene otros nombres conocidos, pero es mejor para el espectador irlos descubriendo a medida que se va desarrollando la trama, para sorprenderé y no adelantar nada. Aunque de todas formas, "Ciencias naturales" tiene suficientes valores intrínsecos como para disfrutar de una pequeña gran realización.
Las ovejas sólo quieren divertirse Del estudio de animación que nos regaló "Pollitos en fuga" y a Wallace & Gromit, otra belleza para que disfrutemos todos, junto a los más chicos. Aardman Animation, que estuvo detrás de peliculones y exitazos como "Pollitos en fuga" y esos enormes personajes que son Wallace y Groomit, lo ha hecho de nuevo. Se toma sus tiempos, porque la elaboración de un largometraje en stop motion involucra mucho más que la animación digital, pero también es cierto que para elaborar un guión con tantos gags, y tantos guiños cinéfilos, no sólo hay que tener tiempo. Se necesita talento. Y un dato no menos importante: la película no tiene diálogos, más que gruñidos, interjecciones, murmullos y monosílabos. Los personajes son Shaun, la oveja, más otras ovejas, un perro, tres cerditos y el granjero. Shaun se ha cansado de la vida rutinaria del lugar, y se le ocurre un plan, para que, engañando al granjero, las ovejas puedan divertirse. Pero por supuesto que las cosas no salen como la protagonista lo planeaba, el granjero termina en la ciudad y los animales deben ir en su búsqueda, porque, además, hay algo que une a las ovejas con el granjero. Eso que se llama cariño. La película se basa en una serie de cortos animados (40, de unos 7 minutos cada uno) que comenzaron a emitirse en 2007, en los que la historia cambiaba, pero el eje se mantenía: una aventura en la que los animales debían resolver algún entuerto sin que el granjero se llegara a enterar. Aquí, como están planteadas las situaciones, hay que emprender un rescate, muchísimo humor y no sólo para los más chicos. El hecho de que la película casi no tenga diálogos no hace más que reforzar el poder de las imágenes animadas, el gag visual, las acciones se desarrollan con un chiste tras otro, y el carisma de todos los personajes hace que la visión del filme sea una auténtica delicia. Vayan dos ejemplos: las visitas a la perrera y al restaurante, con las ovejas famélicas. Por fin una película en la que todos pueden divertirse y encontrar de qué reírse, desde los más pequeñitos hasta los mayores, con un mensaje sencillo. La solidaridad y la amistad, cuando no el amor, es lo que nos mueve.
La lista de Schiller La relación amorosa entre el poeta y las hermanas Von Legenfeld no profundiza en el vínculo ni en la obra del filósofo. El poeta Friedrich Schiller se enamoró de las hermanas Von Legenfeld, Charlotte y Caroline. Se casó con la primera, pero los momentos de mayor pasión parece que los tuvo con la hermana, o sea su cuñada, que estaba casada. Es importante saber -o al menos el prolífico director de TV Dominik Graf así lo creyó necesario- que Charlotte y “Line” se habían juramentado, años antes de que Schiller se cruzase en sus caminos, no ocultarse nunca nada, y estar más unidas que con sus propios esposos. [[CONTENT:CLAVID20150826_0028]] Ya lo dice el tango, hoy un juramento, mañana una traición, y las cosas comienzan a complicarse para el trío de personajes, que valga la aclaración inmediata, nunca hicieron uno. La versión original de Amadas hermanas es de 170 minutos, porque así fue pensada para la TV alemana. Desde que se presentó en el Festival de Berlín, la copia que da vueltas por el mundo es la de estos cansinos 140 minutos. Porque la película, obviemos el formato de declamación a cámara, u otros propios de las reglas de la TV, no profundiza en la escritura del filósofo y dramaturgo. Y tampoco ofrece una mirada jugada sobre la relación entre los tres protagonistas. ¿Qué queda, entonces? Puros ornamentos, lecturas y frases hechas, una ambientación correcta, mujeres que sufren y un intercambio epistolar incesante, ya que el WhatsApp no existía en la segunda mital del siglo XVIII, que les hubiera ahorrado, por lo menos, tiempo.
Con todo el morbo en la cabeza No hay suspenso, sí torturas, no hay incertidumbre y sí la certeza de lo que va a venir a continuación... Los que disfrutamos -es una manera de decir- la Sinister original hace tres años aplaudíamos lo macabro de su trama, la actuación de Ethan Hawke, como el escritor de novelas criminales que llegaba a una casa en medio de la nada con su familia a escribir precisamente una novela, y que lo truculento era, en síntesis, lo de menos. Había allí una historia, una manera de relatarlo, suspenso. Y sí, algún que otro golpe de efecto. Nada de ello hay en Sinister 2. El viejo truco de retomar una idea para exprimirla hasta lo indecible parece ser el motivo de la realización de esta película. Aquí sí que hay morbo, porque hay que ser retorcido para pensar, escribir, filmar y mostrar cómo niños masacran a sus propias familias, sea quemando, enterrando, electrocutando y siguen los verbos. Una madre (Shannyn Sossamon, que ha sufrido ya en varios filmes del género) escapó de un marido y padre golpeador, y con sus hijos gemelos creen encontrar la paz en una casa rural donde lo que no encontrarán será precisamente la paz. Hay películas en Super 8 filmadas por espíritus de niños manejados por un ente malévolo, los chicos tienen visiones, y el que parece miope es el director, el irlandés Ciarán Foy. No hay suspenso, sí torturas, no hay incertidumbre, sí la certeza de lo que va a venir a continuación. Más de lo mismo.
Retratos de la curiosidad Un artista (Wim Wenders) que retrata a otro (Sebastião Salgado), unidos por la mirada curiosa, que observan e indagan. Las imágenes, potentes. Es una película en la que uno y otro casi que se entremezclan. Porque tanto Wim Wenders su director, como el fotógrafo y objeto de su filme, el brasileño Sebastião Salgado, son artistas curiosos, gente de apuntar su mirada, escudriñar, observar, indagar. Un cineasta retrata a otro artista, que a su vez hizo su carrera retratando. La curiosidad es lo que alimenta a todo documentalista, y el director de París, Texas aquí lo es, y Salgado ha reproducido en imágenes algunos de los horrores más impresionantes de las últimas décadas, sea la pobreza, esclavitud, el hambre o las guerras. Las comparaciones son siempre odiosas, y más si parangonamos los trabajos documentales de dos grandes del cine alemán como Wenders y Werner Herzog, que se lanzaron al documental. Son muy distintos. Aquí, el realizador de Las alas del deseo también oficia de narrador, y está omnipresente. ¿Demasiado? Juliano Salgado, hijo de Sebastião, que oficia como codirector del filme, aparece más como descendiente que realizador. Salgado fue un aventurero. Dejó su tierra de origen, Brasil, por la dictadura militar, y recorrió el mundo. Muchas veces desaparecía por meses y viajaba a lugares recónditos para encontrar la esencia de, por ejemplo, el trabajo en una mina de oro. Esas son las imágenes con las que abre la película, que fue candidata al Oscar al mejor documental este año. Icono y referente de la fotografía, Salgado es reverenciado aquí, en el documental, y en todo el mundo. En lo que tal vez La sal de la Tierra no tenga límites muy precisos es en la manera en la que se puede cuestionar -o no-, la cercanía de quien observa las penurias ajenas. Salgado es un cronista de su tiempo. Observa y no actúa. Obviamente abre conciencia y hace tomar buena nota de lo que sucede allí, sea donde sea, en Irak, los Balcanes, pero abre también una ventana a la reflexión que va más allá del tema abordado y Wenders prefiere no tomar esa línea y quedarse, como su objeto, en la contemplación. El espectador puede quedarse con el impacto que le generarán las imágenes, pero también advertir el tono laudatorio que, sino empaña, tamiza al filme.
Lealtades que valen La primera película palestina candidata a un Oscar es un thriller con tintes político y también romántico. El conflicto entre palestinos e israelíes ha tenido en el cine distintas maneras de abordaje, y la de Omar parece de las más sensible, o al menos fácil de atender. Porque los personajes palestinos sienten la ocupación israelí e integran la resistencia, y la película no se queda en cuestiones políticas, sino en los lazos que los unen, en una historia -convengamos, fuerte-, pero también de amor. Hay tres jóvenes amigos. Tarek (Eyad Hourani) es hermano de Nadia (Leem Lubany), de quien están enamorados los otros dos, Amjad (Samer Bisharat) y Omar (Adam Bakri). Los hombres son militantes de una brigada de la resistencia, y tras el asesinato de un soldado israelí, Omar es capturado y puesto en prisión. Torturado, no rebelará quién apretó el gatillo. Pero Rami (Waleed Zuaiter), el oficial israelí que tiene su caso, lo pone contra la pared. Si no coopera e informa quién fue, pasará la vida encerrado, sin poder ver a su amada ni a sus seres queridos. A partir de allí, Omar -que fue la primera película palestina en ser candidata al Oscar al mejor filme hablado en idioma extranjero, el año pasado, lauro que gano La grande bellezza- dejará más claros sus temas. Los dilemas de la lealtad, los de la amistad y el amor, y los de la patria. El filme de Hany Abu-Assad (El paraíso ahora), palestino nacido en Nazareth, es una suerte de thriller con un costado romántico. Omar, que se mantiene en buena forma pese a las torturas, también tiene que cuidarse entre su propia gente, ya que algunos lo señalan como un traidor. Porque ¿cómo es que lo dejaron en libertad? ¿Es porque es un soplón? Todo el entorno está politizado. Las estrechas calles por las que en más de una oportunidad Omar debe correr, huir de las fuerzas enemigas, el muro que separa, todo se recorta con las colinas, la topografía original se ve también shockeada con la que imponen los hombres. Cada vez que Omar, o Nadia o el personaje que se elija abre la boca, el que lo escucha no sabe si está diciendo la verdad, o no. Están inmersos en una situación en la que la deslealtad parece más común que la confianza. Omar no es un alegato, es un drama con su costado romántico, un filme de ambiciones precisas, cuyo desenlace es abrupto. Tanto -¿hay solución posible al conflicto entre israelíes y palestinos?- como el que la historia que cuenta ameritaba.
Caliente como en la Guerra Fría El director de “Sherlock Holmes” mantuvo la época de la serie de TV original, y construyó una precuela. Con las traslaciones de las series de televisión de los años ‘60 o ’70 al cine, Hollywood hace, más o menos y como siempre, lo que quiere. Puede cambiar y anexarle personajes a lo largo de la saga (si la primera película anda bien en la taquilla, como es el caso de Misión: Imposible), puede seguirla más o menos al pie de la letra (lo que no le garantiza el éxito: recordar qué paso con Los vengadores, con Ralph Fiennes y Uma Thurman; El Super agente 86, con Steve Carell y Anne Hathaway; o Starsky y Hutch, con una pareja como la de Ben Stiller y Owen Wilson) e igualmente naufragar. Todo este preámbulo sirve para situar a El agente de CIPOL, que Guy Ritchie dirigió con dos estrellas en ascenso (Henry Cavill como el estadounidense Napoleón Solo) y Armie Hammer (El Llanero solitario) como el soviético Illya Kuryakin), y que decidió mantener en su tiempo original, la Guerra fría entre los Estados Unidos y la Unión Soviética. Como es una película presentación -e igual, que los ejemplos mencionados, si la primera funciona, habrá más- hay que introducir y explicar a los personajes. Entonces casi, casi que parece una precuela: cómo se conocieron estos agentes, las mañas de cada uno (ladrón el yanqui, psicópata el ruso) y la primera misión en común que tienen cuando ni siquiera existía la agencia ni la sigla CIPOL. Como en las dos Sherlock Holmes que dirigió, el realizador de Snatch, cerdos y diamantes vuelve a acelerar la imagen, inclusive aquí a partirla en cuatro o cinco pantallas a la vez. Allí sí rompe con el status de los años ’60, que tan al pie de la letra había seguido, incluyendo en la banda de sonido clásicos de la época en que trascurre la historia. Hay unos malos muy malos (italianos) que están fabricando una bomba nuclear, y estarían trabajando con un científico alemán que desapareció en los tiempos de Hitler. Porque los malos muy malos deben ser italianos descendientes de la línea de pensamiento de Mussolini. Así, la hija alemana (la sueca Alicia Vikander) es “sacada” de la Berlín Oriental por Solo. Los jefes de él y de Kuryakin imparten por separado las mismas órdenes: hay que parar la bomba, pero conseguir la fórmula. Y si hace falta eliminar al nuevo compañero, hacerlo. Ritchie sabe cómo ponerle vértigo a las escenas, aunque filme a la vieja usanza y nada parezca anacrónico. Hay cierto sadismo y escenas increíbles (escapes que sólo pueden ocurrir en una pantalla de cine). Pensando que Tom Cruise pudo hacer el rol de Napoleón Solo -después de que George Clooney y Steven Soderbergh se bajaron del proyecto como protagonista y director-, en fin, que El agente de CIPOL sin ser ninguna maravilla, entretiene siempre.
Todos con todos Humor, enredos y varias estrellas, en un combo bien batido por Peter Bogdanovich. El realizador de La última película y Luna de papel regresó a los cines, tras dedicarse a la actuación y dirigir producciones para la TV. Y precisamente la última película de Bogdanovich para el cine había sido El maullido del gato, por la que Kirsten Dunst ganó como mejor actriz en Mar del Plata 2001 (la rubia se enteró del premio años después en una entrevista con Clarín), por lo que podría temerse que el realizador de Mask hubiera perdido timing. Pero no. También es cierto que Terapia en Broadway es una comedia pasatista, con personajes enamoradizos, y que cruza parejas como si se tratara de un vaudeville u obra de teatro en la que las puertas de las habitaciones se cierran y abren generando confusiones y engaños. Mucho hay de ello. Y si a alguno de los títulos más renombrados de Bogdanovich se parece, en tono y no mucho más, es a ¿Qué pasa doctor?, con Ryan O’Neal y Barbra Streisand. Arnold (Owen Wilson) es un director de teatro a punto de montar una obra en Broadway, y en el casting se encuentra con una “acompañante” a la que había conocido hacía poco. Isabella (Imogen Poots), ante la negativa del hombre, termina quedándose con el papel de prostituta que tan bien conoce y para el que audicionó, ya que la mujer del director, que es actriz (Kathryn Hahn) y tuvo un amorío con el otro actor protagonista (Rhys Ifans) la ve perfecta para el rol. Habrá más complicaciones con la hija de una terapeuta que se hace cargo de los pacientes (Jennifer Aniston), y es la pareja del autor de la obra (Will Forte), que se enamora de Isabella, y muchos pero muchos más cruces que hacen, más que a la trama en cierto punto, a la pretendida diversión del filme. Como que también es un placer y una distracción encontrar y/o reconocer a distintas estrellas con cameos o pequeños papeles, como Tatum O’Neal (a 42 años de Luna de papel, como una mesera), Richard Lewis y Cybill Shepherd (los padres de Isabella), Debi Mazar (la madama), Michael Shannon (un policía) más Colleen Camp y hasta... Quentin Tarantino. Resumiendo, una película cuyo lema es “Tu lugar es donde estás feliz” para una salida amable y poco más.