Es verdad, aunque usted no lo crea Muestra el efecto de las radiaciones electromagnéticas, que pueden ocasionar enfermedades. Las radiaciones electromagnéticas pueden ocasionar enfermedades mortales. Los vecinos de Berazategui bien que lo saben. Desde hace décadas vienen bregando contra la instalación de una subestación eléctrica donde estaba la fábrica Rigolleau. Los testimonios de vecinos son más que elocuentes, y además de ellos, se muestra a un entendido con un dispositivo en mano, medir las radiaciones en, por ejemplo, la Subestación Eléctrica de Agronomía. Sí, la que está en Nazca y Beiró. En la calle, en algunos puntos, son seis veces superiores a lo permitido. Mariposas negras tiene más valor por lo que cuenta -el hecho aberrante, la desidia ante el reclamo, la represión que sufren- que por cómo se lo cuenta. La realizadora Lorena Riposati se recuesta, demasiado en un comienzo, en una vecina que podríamos tildar de líder del movimiento, para luego, sí, abrir el juego y ramificar los motivos de la legítima protesta. Hay 170 muertos y más de cien enfermos, muchos de ellos por cáncer, y muchos niños con leucemia infantil. Tampoco ayuda la animación digital de las mariposas negras del título, un toque artístico que sirve como metáfora. Pero que si la primera vez que se las ve -cuando arranca el filme con una niñita correteando y tratando de agarrarla- ya aleja al espectador, el abuso en su uso no suma sino que distancia. La fuerza de los testimonios suenan como una alerta. El Encuentro de Barrios Irradiados, realizado en Córdoba, no hace más que manifestar la indefensión que tiene la gente frente a los avances que serían en servicio público, pero que claramente, no lo son.
Un hombre apasionado Es el retrato de un hombre apasionado por el cine, y también, de la distribución de las películas en la Argentina. Los espectadores de cine poco conocen sobre cómo llega una película a una sala. Pascual Condito tiene su distribuidora de cine independiente, Primer Plano, y con ella ha estrenado películas de cine de autor, mucho cine iraní y europeo, y luego se dedicó también al cine nacional. A estrenarlo en nuestro país y a venderlo al exterior. La distribución ha ido cambiando, y cuando por 2008 Condito debió achicarse e irse de sus oficinas en Riobamba entre Lavalle y Corrientes, en el mítico barrio del cine, nació este documental que lo retrata a él, un apasionado, y también a la distribución del cine en la Argentina. No deja de tener un regusto amargo el hecho de que Condito, en cierta manera, perdió con los exhibidores -los dueños de los complejos cinematográficos-, con los que cada lunes discutía y discute telefónicamente para mantener en cartel sus películas, o saber dónde puede estrenarlas y en cuántas funciones diarias. No es fácil. Tras la pantalla muestra esas discusiones, y también a Pascual -que se convirtió también en actor- hablando con directores de cine y periodistas que llegaban hasta esa oficina en Riobamba, donde muchísimos años atrás alguna vez funcionó el Ente de Calificación del INCAA. La demolición del edificio es más que una metáfora. Pascual Condito es un personaje en sí mismo, y han sido varios los cineastas que quisieron retratarlo. Y de hecho iba a haber una película sobre él, que terminó siendo una serie de televisión, Vida de película (2014), y en el documental se dice que no se pudo realizar. Quizá hubiese ayudado al espectador que se asoma a su mundo por primera vez, aclarar las fechas en que se rodó, aprovechando los intertítulos con los nombres de los personajes que se cruzan con el distribuidor. Poner en contexto, ya no actualizar cómo vive el distribuidor de El sabor de la cereza y El viaje de Chihiro.
Las mismas mañas Ed Skrein no desentona reemplazando a Jason Statham detrás del volante del Audi S 8. “No puedes estacionar ahí, estamos haciendo negocios”, le dice en plena noche en la Riviera francesa un proxeneta al malo de la película. “Nosotros también”, y lo acribilla a él y a sus acompañantes. Bajan las nuevas prostitutas callejeras, y le alcanza una tarjeta al único sobreviviente: “Dile a todos que a partir de ahora la prostitución en la Riviera francesa me pertenece a mí”. Así abre El transportador recargado, sin que aparezca Frank Martin, el personaje del título, que ya no estará encarnado por Jason Statham, como en las tres oportunidades anteriores, sino que ahora el productor Luc Besson eligió al londinense Ed Skrein, 32 años, para reemplazar a su compatriota. Y la verdad es que el joven no desentona. Parco, barbita de dos días, ojos celestes, cabello al ras, Frank Martin es capaz de pelear él solito contra seis, y ganarles. Se sube a su Audi S 8 negro, se pone el cinturón de seguridad como en la publicidad de YPF, se calza los anteojos oscuros y arranca. Frank, en esta reboot, sigue con sus mismas reglas: nada de nombres, pregunta cantidad de pasajeros, de paquetes y no debe saber lo que transporta. Si cambian las reglas, se termina el asunto. La trama es ínfima. Anna (la modelo y actriz parisina Loan Chabanol), una de aquellas nuevas prostitutas del comienzo quiere vengarse quince años después. Ella y otras compañeras de trabajo lo contratan a Frank, pero para que la cosa no termine tan rápido, lo obligan a seguir con ellas porque han secuestrado a su padre (el irlandés Ray Stevenson, rostro conocido en roles secundarios en filmes de acción). El director Camille Delamarre fue editor en El transportador 3 y en Búsqueda implacable 2, producidas por Besson, y, con un aire a Indiana Jones y la última cruzada por lo de la relación padre e hijo y se verá qué poco más, El transportador recargado está armada en base a las secuencias de acción y entretenimiento. Es eso. Podrá haber alguna salida ingeniosa, pero la fórmula es la misma que cuando detrás del volante estaba el pelado Strathan: cámara ralentizada, choques, persecuciones, autos de la policía destrozados y malvados algo desdibujados. Las citas a Alejandro Dumas y Los tres mosqueteros no son más que una distracción, porque las callecitas angostas de Mónaco, Cannes y Niza, las playas y el Mediterráneo son el atractivo mayor.
Cambia, todo cambia La adaptación en Hollywood de “El secreto de sus ojos” hace precisamente eso, y modifica trama y personajes. Para los desprevenidos que entren a ver Secretos de una obsesión y a los pocos minutos la trama les resulte conocida, no es porque Hollywood se repita, sino que aquí Hollywood adapta (y cambia) la historia original de El secreto de sus ojos, la película de Juan José Campanella que ganó el Oscar al mejor filme hablado en idioma extranjero. Y es complejo analizar este filme con Julia Roberts, Nicole Kidman y Chiwetel Ejiofor sin compararlo con el argentino. Al trasladarse las acciones a los Estados Unidos, y en otro tiempo (de la presidencia de Isabel Perón se pasa al 2001 de los ataques a las Torres Gemelas), la adaptación trató de mantener la investigación del crimen de la joven como núcleo de la trama. Pero hay más cambios, como que la muerta no es una mujer cualquiera, sino la hija de Jess (Roberts), personaje que trabaja en el FBI (antes era en un Juzgado de Bs. As.), por lo que la búsqueda del asesino es más personal. El rol de Roberts vendría a ser una conjunción entre el que tenía Pablo Rago (el esposo de la asesinada) con algo del de Guillermo Francella, porque trabaja con Ray (Ejiofor, antes Darín), aunque hay otro agente que trabaja al lado de Ray que cumpliría el rol de Francella. Y Kidman es la jefa a la que reportan todos, como a Soledad Villamil en el original. Si nos apartamos del filme de Campanella, el relato de Billy Ray (guionista de la primera Los juegos del hambre y Capitán Philips) tiene su sangre, su nervio, pero insistimos en que es difícil separarse del filme argentino. Cambios hay miles (prepárense para el final) y algunos son notorios: la escena del estadio ya no es el de Huracán, sino el de los Dodgers, de béisbol, y el plano secuencia ya no es secuencia, sino que se rodó con cortes; la escena del interrogatorio, con el botón suelto de Villamil/Kidman es casi igual, salvo que el acusado no muestra sus, ejem, atributos. Y así hasta el cansancio. No es común que una producción hollywoodense enjuicie y enrosque a personajes de la política (el acusado, a su vez, es intocable, porque ya no es de a Triple A, sino un “soplón antiterrorista, oficialmente intocable”), e insistimos en que el final se aparta, no es del tipo clásico que suelen hacer los personajes arquetípicos y acostumbrados made in Hollywood. A veces el paso entre el presente y el pasado es algo difuso. Aquí son 13 años, y salvo el peinado de Nicole Kidman, Ejiofor está siempre con la misma barba, y Julia Roberts luce invariablemente demacrada, sin maquillaje, pareciéndose a una joven Geraldine Chaplin. Pero a no confundirse: si Emilio Kauderer realizó la música –igual que en El secreto…-, la aparición en los créditos de Campanella como productor ejecutivo es una formalidad, ya que es el coautor del guión original y director del mismo. En castellano, no tiene nada que ver con la obsesión que se cuenta en esta película.
Cocktail potente La fiereza de las imágenes es acor de con la trama, en la que la corrupción es sólo un aspecto más. Si a la intriga policial, y al ritmo trepidante del thriller, se le adosan actuaciones potentes y una violencia descarnada, el cocktail termina siendo fuerte. Fortísimo. Eso es Operación Zulú, coproducción francosudafricana que trascurre en una Sudáfrica aún convulsionada por el apartheid. Dos policías, uno de color (Forest Whitaker) y otro blanco (Orlando Bloom) deben investigar qué sucedió con una joven blanca, que apareció muerta en una playa. La muchacha tuvo sexo, dicen los forenses, pero no fue violada. Y su muerte no fue por armas blancas, de fuego o exceso de droga. La mataron a golpes de puño. Lo que no imaginan Ali (Whitaker) y Brian (Bloom) es que detrás de esa muerte se esconde una cadena de ilícitos que salpican para todos lados. Y el verbo salpicar, si van a ver Operación Zulú, advertirán que es de lo más apropiado. Al realizador Jérôme Salle no le tiembla el pulso, aunque use cámara en mano, para mostrar atrocidades cada vez que los policías se enfrentan a dealers o criminales de saco y corbata. Pero lo que más conmueve -las escenas de violencia pueden asquear a algunos o afectar a los más sensibles- es la manera en que Ali y Brian realizan sus investigaciones. Que las acciones transcurran en un país, y en una metrópoli como Ciudad del Cabo, donde los desniveles sociales son tan tangibles, es cierto, ayuda. Solitarios, cada uno de los policías tiene por qué vivir atormentado. Dejemos que el espectador lo vaya descubriendo solo, que es otro aditamento para ¿disfrutar? Operación Zulú. Los policías mascullan más que hablan, tienen salidas ingeniosas, un apego al riesgo y una valentía inusitada. El conflicto racial no es el único que se pone ante los ojos. Los problemas familiares de cada uno de los protagonistas (y de algunos secundarios, que aportan y sostienen a la trama central) suman capas e interés, y la manera en que se fotografía el entorno, la crispación, y la música de Alexandre Desplat, todo suma para redondear un thriller polémico, no sólo por su carga de desguace con machete y justicia por mano propia.
Animalitos de Dios Pixar vuelve a crear un universo propio en el filme en el que el dinosaurio es el amo, y el humano, la mascota. Las películas de Pixar no sólo tienen la vara muy alta -porque previamente la pusieron allí- sino que suelen ser originales desde su temática. Aquí, en Un gran dinosaurio, no importa tanto el arco narrativo, porque la historia es de las más sencillas surgidas de la gente que nos dio Buscando a Nemo, Toy Story y WALL-E. No es cómo se narra, sino lo que cuenta. No la anécdota, ni el hilo narrativo, sino los elementos, las emociones que bordea o integra. Para comenzar, por si no vieron el trailer, el inicio del filme de Peter Sohn ya plantea un giro novedoso. Un meteorito ingresa a la atmósfera, y va a impactar en la Tierra, hace millones de años. Sabemos que los dinosaurios desaparecieron por ello. Los dinos están pastando lo más tranquilos, y el meteorito sigue de largo. Los dinos lo observan y continúan con lo suyo. A partir de allí, la revolución, ya que los dinosaurios gobernarán la Tierra y los humanos serán como los animales, las mascotas. Al menos Spot, el niño que Arlo, un dinosaurio algo temeroso, terminará aceptando como perrito faldero. Un gran dinosaurio (que en el original no es grande sino bueno) es una road movie, ya que Arlo se pierde y debe regresar a Los Tres picos. Allí lo esperan, en la granja, sus hermanos y su madre. Y si a alguna película le debe inspiración es a El Rey león. El público, como dice cierta señora, se renueva, claro, pero muchos chicos de hoy la tienen igualmente como favorita. No a la señora, sino a la película con Simba y el “recuerda quién eres”. Tal vez si obviamos cierta muerte, y la aparición de personajes que cumplen casi el rol de las hienas, podríamos pasar por alto el, ejem, homenaje. Lo que atrapa en Un gran dinosaurio es lo visual. El agua parece agua, el horizonte no termina, y lo único que le falta a Pixar es lograr que los humanos sean humanos. Hablábamos de emociones. En esta viaje, que por momentos parece un western, no sólo porque los paisajes que inspiraron son del Oeste estadounidense, hay solidaridad, y mucho temor ante lo desconocido, sea la Naturaleza, o el mundo interior, como los sentimientos que afloran tanto en el amo dinosaurio como en la mascota humana. Y en esa interrelación al revés abundan gags, claro, pero también una mirada sobre la pérdida. Y la tolerancia. La animación es tan hiperrealista -aconsejamos verla en 3D, aquí sí se justifica- que cuesta discernir si lo que se ve es o no animación, porque parece tan natural... Tal vez no integre ese grupete de filmes imborrables, pero Un gran dinosaurio tiene suficientes elementos para que chicos y grandes la disfruten juntos. Que de eso también se trata.
Comedia única Todo lo que le sucede a la protago nista se cuenta desde una puesta en escena particular, y con humor. Es una comedia con toques, ¿cómo definirlos?, extraños, muy fuera de lo común, aunque Hortensia no sea nada fuera de lo común. El personaje del título es una típica perdedora. A la muerte de su padre embalsamador, Hortensia también le suma otras pérdidas. La de su trabajo, primero, y la de su novio, que decide irse con una amiga. Así, Hortensia decide prestarle atención a una carta que se había escrito a sí misma un tiempo atrás -puede ser diez años, o una semana- y se pone manos a la obra con lo que se había comprometido: conseguir un novio rubio como era su padre, y diseñar, fabricar el mejor par de zapatos. Las excentricidades de los personajes del filme de Diego Lublinsky y Alvaro Urtizberea son la marca de la película. Y, a la vez, parecen tan naturales que parecieran normales. Hortensia no abre la palanca de la heladera Siam de su casa más que con un palo, y a la distancia. mientras allí, en el suelo, sigue el dibujo de la silueta de su padre, que murió electrocutado. A Hortensia le pasan muchas cosas, la mayoría porque las busca -se enamora de dos hombres, uno rubio, el otro no-, pero otras, más por omisión. El tono, que a veces campea por el melodrama, la ausencia de utilización de una columna musical para remarcar las escenas, el encuadre casi surgido del armado de los cortometrajes, y las actuaciones, particularmente de Camila Romagnolo, sobre quien cae el peso de toda la historia, todo hace a una puesta en escena de un estilo cómico único.
Malos siempre hubo El desenlace de la saga tiene espectacularidad y vueltas de tuerca. Y a Katniss, el personaje de Jennifer Lawrence, se la va a extrañar. Sigue en discusión si se justificaba, al margen del motivo eminente, evidente y desembozadamente económico, separar en dos filmes el tercer y último libro de la saga de Los juegos del hambre. Pero así como quedó este Sinsajo, el final los fans -de los libros, pero también de las películas- encontrarán que esta Parte 2 es mucho más parecida, o que sigue el ritmo de las dos primeras películas. Esto es: Sinsajo, el final es como una película de guerra o guerrillas, con escenas de combate en distintos lugares en vez del campo de batalla donde los elegidos de los Distritos se mataban para ver quién sobrevivía. Seguramente después del final de En llamas, aquí encontramos a una Katniss más revolucionaria que nunca, convencida de que debe tomar el Capitolio, cueste lo que cueste -y muera quien muera- y asesinar al presidente Snow. La trama tiene vueltas de tuerca, y algún cambio en la adaptación del libro puede hacer moverse en su butaca al fan más fiel de los libros de Suzanne Collins, pero está claro que para los fans, la culminación de la saga fílmica estará acorde a sus expectativas. A favor (o en contra, depende de cómo se lo vea y quién lo haga), cada película de la saga no fue pensada como un capítulo de serie de TV, que al comienzo de cada uno diga, como en 24, previamente en…, por lo que aquí se va al hueso, o a la guerra sin términos medios. Es cierto que Collins aparece en los créditos (como adaptadora), lo cual no es un tema de meros derechos, y si en Sinsajo Parte 1 todo parecía como languidecer y estar preparando el fueguito, aquí tiran toda la carne al asador. La manipulación de las masas, el ser y/o sentirse usado por los líderes, las movidas maquiavélicas, el orgullo, la solidaridad y, en fin, el amor, se dan cita de manera casi mancomunada. Katniss Everdeen, la chica que había ingresado a los juegos del hambre como voluntaria en reemplazo de su hermanita, un dato a no olvidar, debe ser la protagonista femenina más fuerte que haya dado el cine en el género. Y no hablamos de cómo pelea, o al menos no sólo de su bravura física, porque lo que hace más atractiva a la saga es advertir cómo evolucionó Katniss. Aunque la comparación no es pareja, sucede como con Harry Potter, que tenía más libros y un proceso de crecimiento de los protagonistas mayor, no sólo porque fueron 8 filmes. El desarrollo y el proceso de las tramas, subtramas y personajes es aquí riquísimo. Para los olvidadizos, Sinsajo, el final arranca inmediatamente después de la primera parte, con Katniss reencontrándose con Peeta (Josh Hutcherson) luego de que él haya pasado buena parte de la primera bajo el control del dictador. A Peeta le lavaron el cerebro y, ahora con los rebeldes, la pregunta es en qué estado se encuentra, y si el odio que le inculcaron hacia Katniss no es un peligro latente. Las escenas previas al ataque al Capitolio están rodadas por el director Francis Lawrence (que salvo la primera película, realizó todas) con mucho nervio y un suspenso in crescendo. Jennifer Lawrence aceptó el rol principal y lo compone de una manera distinta a la más aventurera Mystique de la saga de X-Men. Aquí uno palpa el dolor que siente, no es una sumatoria de escenas de acción, porque su personaje es dramático: si pasa a la acción es porque el drama lo requiere. Donald Sutherland (Snow) tiene más carnadura aquí que Julianne Moore (la líder rebelde Alma Coin), y tanto Hutcherson como Liam Hemsworth (Gale) cumplen. Algunos lamentarán que haya terminado, pero Los juegos del hambre tuvo, en el cine, el final que se merecía.
De bondades y sacrificios Lejos del filme sensiblero, que busca la lágrima fácil, emociona en buena ley y con elementos genuinos. Una película no puede nunca ser real, pero puede acercarse a la realidad. Sentimientos que curan tiene los suficientes elementos para mostrar cómo una familia, o sus miembros, pueden enfrentar desafíos cuando uno de los integrantes tiene, como Cameron, un temperamento autodestructivo. En verdad Cameron (Mark Ruffalo, que siempre fue un actor versátil, pero sigue sorprendiendo su mutabilidad) es un maníaco depresivo, algo que advierte años después de casarse con Maggie (Zoe Saldana, a años luz, por suerte, de Avatar). Juntos tienen dos niñas, y la historia que cuenta la guionista y directora Maya Forbes está basada en su propia niñez. Lo primero que conviene decir es que Sentimientos que curan está alejada de la película sensiblera, cursi, de llanto fácil, y que la directora no utiliza ni una herramienta manipulativa. Cam se interna para recuperarse de su enfermedad, sale y se encuentra, de a poco, con que su mujer, antes de caer en la pobreza, decide irse a Nueva York a estudiar para poder trabajar y mantener a la familia, por lo que Cam deberá quedarse y hacerse cargo de las niñas. Y de sí mismo, si puede. Eso es otro asunto. Ruffalo compone a Cameron como a un tipo mitad impulsivo, mitad consciente de lo que está haciendo, como si esas dos mitades no pudieran congeniar en una sola persona. Así, serán imprevisibles sus comentarios, sus acciones, su andar por la vida. Su personaje es complejo y sufre frustraciones, a la vez. Y hay que poner en perspectiva y en los años en que transcurre la historia (entre los ’70 y ’80) para comprender cómo en esa sociedad norteamericana Maggie pretendía abrirse camino. Un filme sobre sacrificios, sí, pero también sobre bondades y lo imprevisible que es el sentimiento humano.
Si no se dan cuenta... Tras algunos fracasos, el director de “Sexto sentido” vuelve al suspenso, pero la clave es fácil de develar. Recién después de tres filmes mamuts que fueron fracasos rotundos de público y crítica (El fin de los tiempos, El último maestro del aire y Después de la Tierra, con Will Smith) M. Night Shyamalan decidió hacerse chiquito, retrotraerse a sus comienzos y rodar un filme que no superó en costo los cien millones de dólares, como los anteriores, sino que puso de su bolsillo cinco millones para realizarlo. No es preciso saber la inversión puesta en Los huéspedes (titulado mucho más sutilmente La visita en el original), porque se ve y se nota, y se sabe que más plata no significa necesariamente mejores resultados. Ver cualquiera de los tres filmes mencionados en el primer párrafo para corroborarlo. Shyamalan descolló en el cine de suspenso, y los filmes que redondearon su trabajo mejor (Sexto sentido, El protegido, hasta podemos incluir La aldea) tenían una vuelta de rosca al final. Que, si el espectador no se había percatado, resultaba como un golpe maestro. Cómo me engañó, y yo no me di cuenta, era el comentario habitual. Todo lo que lleva a que Los huéspedes -tal vez por eso de volver a un terreno conocido, familiar y que le había dado buenos resultados- también tiene ese giro. El (único) problema es que el espectador puede darse cuenta demasiado pronto, y ahí todo el andamiaje del suspenso se cae. Es lo que sucede. Hay dos tipos de suspenso. Uno, el intrínseco, el que tiene que ver con un recoveco de la trama, que es el que es fácil de develar. El otro, el que llega por los golpes de efecto, es el mismo que venimos viendo desde que El proyecto Blair Witch y Actividad paranormal nos vienen machacando con la camarita en mano. Dos hermanos (Ed Oxenbould se come la película) van a conocer a sus abuelos en su granja. Por supuesto que la misma queda lo suficientemente alejada de la civilización como para que, cuando los adultos empiecen a tener actitudes extrañas -la abuela deambula desnuda por la noche, el abuelo tiene algo con los pañales (y Shyamalan se lo refregará en la cara no sólo al público, ya verán), los chicos no puedan tomarse el 60 de la Panamericana y volver a casa. Son como Hansel y Gretel, en medio del bosque, sin poder tirar las miguitas. Ah, mamá se fue de crucero con un nuevo novio. La película tiene muchos toques de humor para rematar las escenas más espeluznantes, pero también personajes muy rústicos, no bien perfilados. Cuando la abuela pide a la nieta que se meta adentro del horno para limpiarlo, uno sabe que no la va a cocinar. Si usted cree que puede suceder, no se pierda Los huéspedes, porque su rango de asombro todavía le permite sorprenderse con poco.