La luz de su vida El director retoma su corto de 1984 y demuestra que su universo e ima Ginería visual mantienen su fuerza. Animación blanco y negro y en 3D. Fanáticos de Tim Burton: ¿cuántas veces han visto llorar -y no una sino varias veces- a un protagonista de sus películas? A los que objetan que los personajes burtonianos son estrafalarios, sepan que hasta cuando no son humanos lo son más que cualquier vecino. Victor Frankenstein, el niño de Frankenweenie , llora. Y motivos no le faltan. Frankenweenie era, en el formato de corto de 25 minutos que Burton realizó en 1984, un homenaje a clásicos del terror, y una enternecedora admiración por la amistad entre un chico y su mascota. Ahora Burton ha decido expandirlo, animarlo y reanimarlo, manteniendo lo básico y creando subtramas con los compañeritos del colegio de Victor, el niño que ha logrado revivir su perrito muerto, Sparky, que atropellado por un auto buscando una pelota de béisbol termina partido en dos. Tímido y solitario, Victor tiene, obvio que sin quererlo, la megalomanía, el honor de trascender y la incomprensión de quienes lo rodean, cosas que comparte con el Jack de El extraño mundo de Jack , con Ed Wood, con Willy Wonka y con el inventor de El Joven manos de tijera : no quieren hacer daño a nadie, pero tienen -como Burton- la mirada posada más allá de lo natural y lo establecido como normal. Revivir un perro, llevar la Navidad a la Tierra de Halloween son deseos y actos impulsados por sus entrañas, no por un delirio de grandeza, que es lo que quienes los rodean les achacan sin razón. Pariente cercano de Edward Scissorhands, y no sólo por sus costuras, Sparky es un sinónimo de pureza e ingenuidad. Rasgos que tiene en común con su dueño. Cuando los padres le dicen que al morir alguien cercano, sigue vivo en su corazón, Victor les replica que no lo quiere en el corazón; él lo quiere a su lado. Así que estimulado por su maestro de ciencia (increíble la voz de Martin Landau en la copia subtitulada), Victor descubrirá que nada, hasta lo más difícil de imaginar, es imposible. En un año en el que coinciden -y en la Argentina están actualmente en cartel- películas animadas para niños con zombies, monstruos y vampiros como Hotel Transylvania y ParaNorman , Frankenweenie es la menos pasteurizada. Acá no se trata de comprender por qué los monstruos son perseguidos por los humanos o quitarle la pátina de temor a los muertos vivos. Burton se vale de los compañeritos del colegio que le roban a Victor la tecnología para revivir a sus mascotas enterradas para seguir homenajeando (¿alguien dijo Godzilla?) y, también, reírse de qué puede suceder si la ciencia loca cae en manos inadecuadas. Ya el corto era monocromático, pero ahora es animado, en stop motion y encima en 3D. Increíblemente están casi iguales el cementerio en la colina, el molino, y algunas tomas han sido calcadas del corto (lo pueden ver en YouTube). La imaginería visual y artística -el cementerio en particular- llevan la marca indeleble de Burton. Pero cuando se vuelve literal, y sus personajes optan por frases como que los adultos dicen cosas a las que no hay que seguir al pie de la letra, y que se teme a aquello que no se conoce (salvo al amor), ahí el director parece subestimar al público de todas las edades. Más macabra, pero también más sentimental que su original, Frankenweenie no defraudará a los seguidores del director de El cadáver de la novia , y aquéllos que no sepan quién es, no saben el universo que se están perdiendo.
Herido de cuerpo y alma Daniel Craig le dio nueva vida a Bond. Algo maltrecho, ahora el 007 debe salvar a su jefa. Cuando en la piel de Pierce Brosnan Bond ya era una parodia de sí mismo, la llegada de Daniel Craig, más que devolverle credibilidad, le dio una vida nueva. El 007 de Craig es más seco que un Martini, y en Casino Royale redobló la apuesta por un personaje que, si sigue siendo inoxidable, está ahora más anclado al mundo real. Y por favor olviden Quantum of Solace : en Operación Skyfall Bond vuelve a lucir en su mejor forma, herido en su cuerpo. Y también en su conciencia. Pareciera que los héroes del cine siglo XXI deben ser huérfanos (Batman, Harry Potter, James Bond, como nos contaron en Casino Royale ) y en el transcurso de sus sagas hay que develar misterios de su infancia. Rechazo patológico a la autoridad originado en un trauma infantil figura en el expediente del 007, algo que ni en sueños hubiéramos imaginado en los años en que Roger Moore vivía y dejaba morir. Bond arranca, como de costumbre con una secuencia de acción de aquéllas -difícil empardar la persecución con que abría Casino Royale - en la que 007 va tras un hombre que tiene una lista con agentes infiltrados en organizaciones terroristas. Si se difunden sus identidades, es casi un suicidio. Bueno, Bond pierde al hombre y encima lo matan. A Bond, a James Bond. Tras los títulos, M (Judi Dench) está a punto de que la retiren. “Al diablo con la dignidad”, casi que le escupe a Mallory (Ralph Fiennes), nuevo presidente del Comité de Inteligencia. No pregunten cómo, pero Bond cual Sparky en Frankenweenie renace. Su pulso al empuñar el arma no es el mismo. Medio maltrecho, estará a las órdenes de su superiora cuando un ataque ciberterrorista esté por destruir al MI6 y a la seguridad nacional. Que el villano Silva tarde en aparecer, y que sea un Javier Bardem rubio y afeminado no hace más que acrecentar el desafío. Ya no hay científicos locos ni multimillonarios recluidos en una isla desierta donde planean conquistar el mundo. El peligro en Skyfall es más real. Silva parece un Hannibal Lecter, y así Bond tiene un malvado a su medida, como se merece. Los seguidores del agente con licencia para matar saldrán más que conformes. Hay abundantes guiños (tras una década era hora de que regresara Q, el creador de gadgets , Bond dice que un informe es For her eyes only , por Sólo para sus ojos - y ¿se acuerdan de Moneypenny?), antiguos secretos revelados y más. Hay algo que es cierto. Bond nunca corrió tanto como con Craig agitando sus bracitos. Y está más patriota que nunca. El humor está más acotado, pero el cinismo sigue en la punta de su lengua. Y que Sam Mendes ( Belleza americana y Camino a la perdición ) haya sido el director elegido habla a las claras de que Bond no sobrevivió 50 años para ser cine de autor . Pero un autor puede aportarle mucho al cine de Bond.
A qué no saben quién es el asesino El director de “El exorcismo de Emily Rose” sabe cómo asustar y generar temor. El viejo truco de la casa con la familia como nueva inquilina y que se muda porque el alquiler es conveniente tiene una vuelta de tuerca espeluznante en Sinister . Ellison (Ethan Hawke) es un escritor de best sellers que investiga crímenes no resueltos, y lleva a su esposa e hijos a la zona donde una familia apareció ahorcada, colgando de un árbol. La única que desapareció fue la hijita menor. “¿Nos mudamos cerca de la escena de un crimen?”, le pregunta su mujer. “No”, le responde y no le miente. Se mudaron a la escena del crimen. Ellison sólo necesita un éxito. En verdad, otro éxito, ya que Sangre en Kentucky le dio fama. Pero por su culpa, un asesino quedó libre en Denver. No importa, Ellison sabe que la policía no va a ayudarlo a resolver el misterio, se arma su estudio en la casa y empieza a investigar. Encuentra en el ático una caja con rollos de películas caseras en Super 8. Allí se ven familias espiadas. El que filmó parece vigilarlos, y luego se ve cómo son brutalmente asesinadas, en los años ’60, ’70 y ’80. ¿Quién las filmó? ¿Cómo llegó esa caja allí? Lo de las familias amenazadas está en el trailer en los cines, y en la película pasa en los primeros 20, 25 minutos. Y la película dura 110... De ahí en más habrá puertas que chirrían, alguien que pasa rápido delante de la cámara, más ruidos, pisos de madera que crujen, un niño que sufre pesadillas, aparatos que se activan solos... Apariciones. Y si a la media hora uno ya se habría mandado a mudar, Ellison no lo hace. Y faltan 80 minutos... Si en los filmes de horror en pleno siglo XXI parecen más importantes las escenas terroríficas o escalofriantes que la trama en sí, Sinister plantea otra cosa. Eso ya es un handicap. El espectador ve cosas, digamos, que el protagonista no. Se apela a lo nocturno, tal vez exageradamente para que en la platea se peguen sus buenos sustos. Pero la película transcurre casi enteramente dentro de la casa... Scott Derrickson ( El exorcismo de Emily Rose ) ya dio muestras de saber cómo oprimir la (in)conciencia del espectador. Lo suyo no es meramente gráfico. Cada escena que se suma genera más expectativa y, hay que decirlo, sensación de temor. Cuando las cosas parecen tener una explicación “lógica”, allí va otro mazazo -no literal, esto no es El juego del miedo - para sacudir la aparente tranquilidad de la sala. Hawke, que siempre dio como el americano medio, se prueba en un género que es difícil de hacer bien, y cumple en su papel. Hay, claro, algunos clisés y preguntas que los espectadores se harán, y otras que no son la simple por qué no se mandan a mudar de una buena vez . Por suerte, el director no los escucha...
Veo (mucha) gente muerta Es probable que si alguien pensaba una película como ParaNorman hace 30 años, los estudios de Hollywood hubieran pensado que no habría púbico para ella. ¿Historia de zombies, con un niño que ve gente muerta, enmarcada en una historia triste, y encima en animación? Hoy es otra época, y ParaNorman , que llega más en copias 3D que convencionales, tiene no uno sino varios públicos. Los chicos ya no se asustan tan fácilmente, y los adultos pueden disfrutarla como chicos. Creada por los mismos responsables de Coraline , aquella maravilla sobre la nena que encontraba un mundo alternativo, una versión idealizada de su hogar, pero con características algo siniestras, la película ofrece humor y sobresaltos en idénticas dosis. Vale, sí, una aclaración: ParaNorman , como diría una niña de 7 años, está “muy buena”, pero no es “linda”. Norman es un chico que no sólo ve gente muerta en su pueblo: habla con los fantasmas, todos como Casper, amigables, y con el espíritu de su abuela, sentada y tejiendo en el sillón del living acompañando a Norman mientras él ve películas de zombies. Norman vivirá su propia película con los comedores de cerebros cuando un tío, vago y apestoso, y con un aire a Fidel Castro, le advierte que deberá usar su don para otra cosa. Es que se aproxima el 300° aniversario de la muerte (y la maldición) de una bruja, su fantasma despertará y traerá con ella a los muertos. Así que Norman, el chico de los pelos parados, deberá hablar con los muertos vivos para terminar con la maldición. Si el filme no es “lindo” es porque no sólo Norman padece bullying en la escuela -lo mismo que un compañerito, por gordo-, y hay cierto detalle con quién fue la bruja y lo que le sucedió, que a los más pequeños habrá que acompañar y explicarles por qué pasó lo que pasó. Y luego sí, a disfrutar del terror animado. Para los más grandes hay guiños -el ringtone en el celular de Norman, es la musiquita de Noche de brujas , de Carpenter; Neil, el gordinflón, a veces usa la máscara de Jason-. Y no todo es terror: la abuelita sabe de lo que habla cuando le dice a Norman que “tener miedo no tiene nada de malo”. Al fin de cuentas, vale la opinión de Neil sobre Norman: “No creo que sea raro, sólo habla con fantasmas”. Es eso.
Cosita loca llamada amor Comedia jugada sobre la invención del vibrador, que habla de la emancipación femenina. Hace muchos años, y mucho antes de la revolución sexual de los ’60, se entendía que el deseo sexual femenino reprimido era una enfermedad, las mujeres que lo padecían eran denominadas histéricas y los médicos ofrecían, si no una cura, una manera de aplacar la histeria: largas sesiones acariciando el clítoris a sus pacientes. Esto no es invento del guión de Histeria, la historia del deseo . Es verdad. Como también lo es el nacimiento de cierto aparato (eléctrico, en tiempos de la era victoriana inglesa) cuya función no era otra que la de ser un práctico plumero, que se convirtió en el sustituto de las manos de un par de atribulados médicos. El origen, entonces, del aparatito que hoy se denomina vibrador anda por el centro de la cuestión en la película de Tanya Wexler. La directora le otorgó un tono de comedia ligera, pero jugada. En el fondo habla de la emancipación femenina encarnada en Charlotte (Maggie Gyllenhaal), una adelantada para su época, hija del doctor Robert Dalrymple (Jonathan Pryce), a quien asiste otro avanzado, Joseph Mortimer Granville (Hugh Dancy). Y también de cómo las ideas nuevas tienden a sobreponerse a los prejuicios, sean de la índole que fuesen. La película tiene un comienzo que podríamos considerar grotesco -la presentación de Granville, un médico que termina excluido de los hospitales por querer aplicar sus nuevos conocimientos en la salud- y va ganando forma con la irrupción de Gyllenhaal, la hija mayor de Dalrymple que se fue de la casa de su padre (!) y trabaja como voluntaria social cuidando y alimentando a los pobres. Hay escarceos románticos entre Granville y Emily (Felicity Jones), la otra hija más mojigata del dueño de casa, pero uno intuye que el encuentro de dos modernos progresistas “revolucionarios”, más que un choque va a provocar otra cosa. A diferencia de otros títulos en los que se cuentan historias del siglo XIX con personajes que parecen salidos del XXI, Histeria...mantiene la apariencia victoriana, se cuida en los diálogos y si bien no expone a Charlotte como una extraterrestre, el contraste logra la empatía del espectador con el personaje. En el reparto eminentemente británico a excepción de la neoyorquina Gyllenhal -y además de un siempre creíble Jonathan Pryce, alejado del Perón de Evita -, están Rupert Everett como el amigo de Granville y verdadero inventor del vibrador, y Sheridan Smith, una joven que viene de la TV y que está dando muestras de su talento. Aquí es Molly, la mucama con quien prueban por primera vez el instrumento, y demuestra no ser ningún aparato.
Dulce y melancólico Dos chicos se escapan en una isla para vivir una aventura amorosa en el nuevo filme del director de “Los excéntricos Tenenbaums”. Los filmes de Wes Anderson pendulan, alternan entre la melancolía y la tristeza, la resignación de sus personajes. Es el vuelo poético del director de Tres son multitud y Los excéntricos Tenenbaums el que nos reconforta durante la proyección, por más que nos deje un sabor agridulce, semiamargo al terminar la misma, y nos acompañe afuera del cine. Con un elenco que es todo un seleccionado (Edward Norton, Bill Murray, Bruce Willis, Frances McDermond, Tilda Swinton, Harvey Keitel, Jason Schwatzrman), los protagonistas no son ellos sino chicos. En particular, dos. Sam (Jared Gilman), que se escapa de un campamento de scouts en la isla donde transcurre la película, y Suzy (Kara Hayward, un rostro a seguir), que huye de la casa de sus padres en esa misma isla para encontrarse con Sam y vivir una aventura. Casi, casi como en Melody . El resto, salvo Schwartzman, partirá a su búsqueda. Es 1965 (pero podría ser 1940, 1990, 2012 o 2040) y un narrador omnipresente (Bob Balaban), que entra y sale del relato y de la pantalla, se dirige al espectador y también a los personajes, cuenta que cuando empieza la historia, faltan tres días para el arribo de un huracán. Un dato, no más. Sam y Suzy son preadolescentes pero se mueven como adultos en un mundo en el que los adultos se mueven como preadolescentes. Los chicos quieren escapar de sus realidades (Suzy le escupe a su madre el consabido “Te odio”; Sam no puedo hacerlo porque es huérfano), algo en que los mayores les vienen ganando por trayectoria y veteranía. El jefe del grupo de scouts (Norton) se desdice al confesar cuál es su principal profesión, si líder o maestro de escuela; el policía (Willis) y la madre de Suzy (McDermond) tienen un affaire de manual; el padre de Suzy (Murray) y el jefe máximo de los scouts (Keitel) actúan más como niños que como cabezas de sus respectiva familia y grupo. Anderson, que escribió el guión con su amigo Roman Coppola, les pone delante de sus ojos a su héroe y heroína enormes anteojos (a Sam) e indispensables binoculares (a Suzy) para que vean, adviertan mejor lo que los rodea, o lo que se les viene. Aunque obvia, la referencia del inexorable paso de la ingenuidad hacia la madurez, la oportunidad de vivir en ese verano una aventura que (¿tal vez?) no puedan o se atrevan a realizar después. Hay algo de fábula en el relato, en la isla que recorren como en El fantástico Sr. Zorro , la anterior realización animada del texano Anderson. El reino, el universo, el mundo o la mente de Wes Anderson es también una isla en el panorama del cine estadounidense. La iluminación de Robert Yeoman abre una paleta de colores festivos, la música de Alexander Desplat hace más que acompañar y, con un elenco recargado, Un reino bajo la luna les recuerda, a los desafortunados que lo olvidaron, que vivir un sueño no es (no era) tan difícil como creían.
Cuando la mentira es la verdad Ben Affleck consigue un filme con picos altos de tensión y también de humor narrando un hecho real y complejo. No hay dudas después de volver a ver Argo que la película de Ben Affleck es una de las mejores producciones estadounidenses que se han estrenado este año, y que estará en la pelea grande por el Oscar. La afirmación se sustenta más en la agudeza y astucia del Affleck director, en el nervio que sabe imponerle a la narración, al exacto balance entre el thriller -más que drama- que transcurre en Teherán y la sátira y el humor que despliega cuando las acciones se quedan en Hollywood. Y mucho menos por estar basada en un hecho real. Porque la historia de los seis diplomáticos estadounidenses que se escaparon de la toma, por parte de militantes y estudiantes iraníes, de la embajada norteamericana en la capital iraní en noviembre de 1979, y se ocultaron en la residencia del embajador canadiense, es cierta. Gracias a que el presidente Clinton desclasificó unos archivos en 1997, se supo que fue una arriesgada movida de Tony Mendez (el propio Affleck), un agente de la CIA que pergeñó una idea (la “mejor mala idea” disponible en plena crisis) para ingresar él en Irán, hacer pasar a los seis por miembros de un equipo de filmación canadiense que buscaban locaciones para un filme de ciencia ficción, llevarlos hasta el aeropuerto y devolverlos sanos y salvos en sus casa en los Estados Unidos. Lo que no es verdadero, auténtico es el final, la odisea que en la pantalla hace crispar los nervios, y nos pone al borde de la butaca. Affleck falsea la verdad en pos de su legítimo cometido de entretener y atrapar al espectador. ¿Está mal? Alan Parker hizo algo similar cuando retrató cómo Billy Hayes escapó de una prisión turca -otro hecho real- en Expreso de medianoche (1978). El filme fue candidato al Oscar. Y nadie dijo nada. Mucho se dice y habla ahora de Argo , en momentos en que las relacione entre los Estados Unidos e Irán vuelven a ser tensionantes como en aquella época. Es que la película tiene una construcción (y una reconstrucción del lugar y la caracterización de los personajes) notable: quedarse después de los créditos para constatarlo, y un espíritu patriótico y no patrioterismo -los iraníes son tontos, pero algunos en el Gobierno, también-. Ya al comienzo Affleck deja en claro la intromisión estadounidense en Irán, imponiendo al Sha Pahlevi para favorecer sus intereses económicos por el petróleo y cómo la revolución y Khomeini se veían venir y nadie la predijo. La película pivotea en tres ámbitos. Lo que va sucediendo en Teherán, los manejos de la CIA en Virginia y en Washington y la puesta en marcha de la falsa película (la Argo del título) en Hollywood, donde John Chambers, el maquillador de El planeta de los simios y un productor (inventado) prefabricaron algo que parecía imposible, pero todos se lo tragaron. Esta parte, la de Hollywood, sirve para descomprimir, es el comic relief, para relevar la tensión, y donde John Goodman y Alan Arkin se meten al espectador en el bolsillo. Así como Affleck lo hace el resto del relato. La ficción a veces supera a la realidad, y aquí, cuando la realidad parece de ficción, no queda otra que relajarse y disfrutar de un acabado producto cinematográfico. Hollywood lo ha hecho otra vez.
Tiempos violentos Thriller de ciencia ficción, con Bruce Willis, Joseph Gordon-Levitt y Emily Blunt, que transcurre en dos futuros. “Esta es mi vida. Vos ya tuviste la tuya“. Nada raro en esta frase, excepto que Jason, el que la pronuncia, se la está diciendo a sí mismo, treinta años más viejo. En persona. Una especie de “No sos vos, soy yo, que vendríamos a ser los mismos. El mismo”. Antes de que abandone la lectura, las explicaciones del caso. Looper: asesinos del futuro transcurre en dos futuros. El más lejano es el de 2074. Allí ya existen los viajes en el tiempo, pero 30 años antes, no, por lo que cuando quieren eliminar a alguien, lo “trasladan” al pasado y un looper -esos asesinos del futuro (futuro actual)- se encarga de, arma en mano, ajusticiarlo, sin dejar evidencias. Redondo. Todo iba bien para Joe, que viste con corbata y aspecto retro (retro para 2044) hasta que le llega un encargo y cuando está a punto de disparar el gatillo, advierte que el futuro fiambre es él mismo. O sea que en vez de asesinar a alguien, está por cometer suicidio. Cuando quiere disparar, es tarde, porque él mismo (30 años más viejo) tiene reflejos más rápidos, y escapa. Si nada de todo esto le llama poderosamente la atención, tal vez sí si le decimos que Joe joven es Joseph Gordon-Levitt y Jason viejo no es Josephn Gordon-Levitt con maquillaje sino Bruce Willis. Y que Joseph Gordon Levitt es el que usa maquillaje para parecerse a Willis… Algo en la nariz, las cejas, el color de los ojos. Ver para creer, y creer o reventar. Pero lo más relevante de Looper... es que si bien se trata de una película de ciencia ficción, no lo es en el sentido que más ha popularizado el cine últimamente. No hay un futuro apocalíptico, sino que se ciñe más estrictamente al término como lo que es, un género especulativo que relata acontecimientos posibles desarrollados en un marco puramente imaginario. Es un thriller de ciencia ficción. No es tiempo de megacorporaciones como las que soñó Philip K. Dick, aunque haya un loquito suelto (Jeff Daniels, que ya supo de meterse en otras historias en La rosa púrpura de El Cairo, pero ésa es otra historia) que quiera eliminar a Jason. O sea que la persecución no es una, sino que son dos. Y serán tres cuando Jason viejo quiere descubrir en el pasado (que es el presente de la película) quién es el hacedor de lluvia que lo tendrá a maltraer en el futuro más futuro. Ciencia ficción, con algo (mucho) del primer Terminator, con extensos tiroteos, muertos por doquier, violencia inusitada, sed de venganza, sacrificios y el duelo interpretativo entre Gordon-Levitt y Willis. Y falta Emily Blunt, que tarda en aparecer. pero cuando lo hace ilumina toda la pantalla con un personaje totalmente impensado para ella (¿la inglesita como una granjera?). No hay mucho presupuesto (la ciudad es apenas decline de lo que es hoy), pero no se nota y lo que se ve, se ve muy bien.
Una de terror para chicos En este filme animado, papá Drácula intenta proteger a su hija adolescente (de 118 años, cosas de vampiros) de los humanos. Si las chicas sólo quieren divertirse, a los chicos les gusta asustarse. O al menos eso es lo que piensan en Hollywood, que en las últimas semanas está estrenando películas animadas de terror… para niños. Veamos: ParaNorman –a la Argentina llega en noviembre-, Frankenweenie , de Tim Burton, y hoy llega Hotel Transylvania , con papá Drácula tratando de proteger a su hija Mavis de los humanos. Para ello y para que “los monstruos y sus familias reposen en un paraje de paz”, el Conde hizo construir este resort , por 1895. El tiempo pasa, los chicos crecen y Mavis es una adolescente (de 118 años, por esas cosas que tienen los vampiros) que quiere salir al mundo exterior, ése que Dracu no le permite ver. El chupasangre tiene sus motivos para protegerla, algo que se cuenta más avanzada la trama. La cosa es que Jonathan, un joven humano y mochilero irrumpe en el Hotel por casualidad, y el Conde trata de hacerlo pasar por otro monstruo entre sus huéspedes. ¿Quiénes se alojan allí? Frankenstein, El Hombre Invisible, el Lobo, varios esqueletos y otras criaturas espeluznantes. La cosa es que Jonathan y Marvis sienten amor a primera vista, y el primer largometraje para cine de Genndy Tartakovsky ( El laboratorio de Dexter , Las Chicas Superpoderosas ) tiene diversión y mensaje. Drácula (voz original de Adam Sandler) cuida a Mavis (Selena Gomez) porque es viudo y le prometió a su madre protegerla por siempre de los ”humanos inmundos”. Así que de pequeña le leía cuentos de humanos a la hora de acostarla, hay muchos gags visuales, aprovechando la sorpresa que generan las cosas que pueden hacer los monstruos, líneas de diálogo igualmente jocosas y una tomada de pelo a Crepúsculo . Y por el lado del mensaje cifrado, es fácil advertir que se propone comprender y aceptar al que es diferente a uno. Después de todo, los monstruos no son tan malos como parece. Filmada en 3D, pero sin saltos en primer plano, la película es un entretenimiento eficaz, una buena salida para compartir con los chicos, que para eso uno los lleva al cine.
Como para no mudarse Ante una película de terror, hoy el espectador que esté atento podrá saber si lo que está por ver será otra más de destripamientos y torturas varias, bien gore , o una película Triple S : con suspenso, sobresaltos y sangre. La clave está en el elenco. Cuando hay un actor conocido, o en ascenso, como es el caso de Jennifer Lawrence -candidata al Oscar por Lazos de sangre , protagonista luego de Los juegos del hambre -, es difícil que la estrella acepte un rol en un filme de los primeros. Así que La casa de al lado pinta para el lado de los segundos. Lawrence interpreta a una adolescente rebelde que se lleva mal con su madre joven (Elisabeth Shue, de Adiós a Las Vegas ). Juntas se mudan de ciudad y alquilan una casa en un bosque. Claro, la renta es baja y conveniente, porque allí a unos metros hay otra ca sa abandonada donde cuatro años atrás -lo vemos en el comienzo- la niña Carrie Anne masacró una noche a su mamá y su papá. La niña huyó, desapareció (¿murió?) y nunca se encontraron rastros de ella. Y antes de que usted pueda terminar la frase pueblo chico, infierno grande , Elissa y Sarah están en una de esas barbecues barriales enterándose de que el hermano mayor de Carrie Anne, Ryan (Max Thieriot), que había sido enviado mucho antes a vivir con una tía, está viviendo en la casa de al lado. Usted, yo y cualquier otro ser humano rompería el contrato y se marcharía de allí, pero Elissa y Sarah no, porque si lo hicieran no habría película y no nos pegaríamos varios de esos saltos que la película de Mark Tonderai nos tiene preparados. La casa de al lado tiene esos detalles que la hacen especial dentro del género. Y es que los personajes no son unidimensionales, tienen carne -OK, para que se puedan clavar cuchillos y sangrar- e historias. Ryan guarda secretos en su pasado y alguno que otro en el sótano de su memoria. Que Elissa se haga su amiga y desafíe las reglas que le quiere imponer la madre no hace más que tirar de la cuerda de la trama, que tiene suficientes giros como para advertir que hubo alguien preocupado por pensar una trama y generar tensiones constantes.