Verdad o consecuencia El ascendente Bradley Cooper es un escritor que publica como propia una novela cuyos originales encuentra en un portafolios. Cuando la mentira es la verdad podría ser el subtítulo de Palabras robadas, en la que el ser y el parecer, el engañarse a sí mismo y a los otros son los temas abordados en este drama con algo de suspenso de los debutantes Brian Klugman y Lee Sternthal. Jansen (Bradley Cooper, de El lado positivo de la vida y ¿Qué pasó ayer?) es un joven escritor al que no le han publicado una letra. Y eso que lo intenta, siempre apoyado por su pareja (Zoe Saldana, de Avatar). Se pasó tres años redactando su primera obra, pero las respuestas de las editoriales van por el lado de “es artístco, es sutil, es una obra de arte”, OK, pero terminan con que “es impublicable”. No tienen ni para comer, pero estando de luna de miel en París -los bohemios, se sabe, son así- ella le regala en una casa de antigüedades un portafolios medio maltrecho. De regreso a Nueva York, Jansen encuentra muy bien guardado un manuscrito en el portafolios. Es brillante. No él, sino lo que encuentra. Y esas hojas mecanografiadas ya amarillas sobre una relación de familia, no es que lo inspiran. Las copia, sin cambiarle un punto, la presenta como propia y Lágrimas en la ventana es un best seller. Y “el escritor” se llena de plata, reconocimiento y premios. Hasta que (Palabras robadas es de esos filmes en los que si no hay un hasta que, no existirían) un anciano le inicia conversación en el Central Park. Es Jeremy Irons, algo maquillado, algo avejentado. Es el autor de la novela. Y le cuenta sus penas. Relato dentro de un relato dentro de otro relato (la historia de Jansen y la del viejo están contenidas en la novela que el autor que interpreta Dennis Quaid en el filme lee a un auditorio), el interés primordial pasa por saber qué hará el joven. ¿Le contará la verdad a su esposa? ¿Y a su editor? ¿Y al mundo entero? ¿Qué busca el viejito? Cooper ya se había puesto en la piel de un escritor sin suerte que en Sin límites, con Robert De Niro, conocía los fabulosos resultados de una pastillita que le daba habilidades sobrehumanas. Más lógica y terrenal, Palabras robadas entretiene por ese debate interno del protagonista, por ese personaje que era un perdedor y que de pronto se transforma en un príncipe, hasta que a las 12 pase a buscarlo la carroza... Los directores y guionistas, que ya escribieron la historia en que se basó Tron: el legado y preparan otra película, se reservaron pequeños papeles como actores, y no es que se desentiendan de la cuestión. El elenco es importante, sus actuaciones le dan un marco a una historia que plantea al espectador interrogantes. Que después, como Jansen, se haga cargo de lo que sintió.
Mi tío de América Más que logrado debut del realizador de “Oldboy” en Hollywood. Para aquellos que conocen el cine del surcoreano Chan wook-Park, la primera media hora de Lazos perversos puede resultarles de lo más extraño que hayan visto del realizador amado por Quentin Tarantino. No porque el director de Oldboy no sea tan detallista como siempre, sino porque en el filme los trazos de la tragedia, el temor que sabe infundir y el regodeo con la violencia no aparecen de entrada en su primer filme rodado para Hollywood. Todo llegará. Para comenzar, el director llamó a Nicole Kidman y a Mia Wasikowska para cubrir los roles femeninos principales, la viuda y la hija de Richard, quien apareció calcinado en su auto. Kidman desde que se operó no es la misma, ni por fuera ni a la hora de elegir los roles que interpretará. Y la segunda palabra del título del filme da una idea de para dónde está apuntando la ex de Tom Cruise. El caso de Wasikowska es especial. Está prácticamente irreconocible, pero no por cirugías, sino porque, al margen de tener el cabello teñido de oscuro, la Alicia de Alica en el País de las maravillas se dispuso a jugar su papel en una cuerda muy alejada a lo que había hecho anteriormente. La trama comienza a moverse con la llegada del tío Charles al sepelio de su hermano en la casona. la joven India, que no sabía de su existencia, trata de huirle, como quien husmea que su presencia le molesta. O le molestará. La cámara se mueve en círculos en alguna presentación, y da la idea de acoso, de persecución. De caza. El rol que Charles jugará en la casona -enorme, por otra parte- comienza a abrir ventanas al espectador sobre la veracidad de lo que se dice. Charles estuvo en Europa, algo que al oírlo le parece extraño a una tía abuela. Cada uno sabe lo que tiene escondido en el ropero, pero también puede haber quien desee conservar sus cosas en el freezer... Lazos perversos podría pasarse de manera obligatoria en las escuelas de cine, como clase magistral de construcción de un relato, con personajes que saben más que otros, con ese juego en el que el espectador sabe más que H, pero menos que B, y que desconfía de todos. Y lo bien que hace. Kidman ha sido fría y distante en mucha realizaciones, pero cuando ha estado mejor no ha sido precisamente en esos papeles. El inglés Matthew Goode (Sólo un hombre, Watchmen, casi fue descubierto por Woody Allen en Match Pont) tiene a favor no sólo ser el único hombre en un elenco con preminencia femenina, sino que es camaleónico. Chan wook-Park sabe lo que hace, evidentemente conociendo a qué público iba destinada su película por encargo. Empieza a construir un relato apto para hollywoodenses, para luego darle el twist, el giro que descoloca. Estén avisados.
En tu cabeza hay un gol Gerard Butler, el de “300”, es un ex crack de fútbol perseguido por las mamás de los chicos a los que entrena. Las películas románticas de Hollywood con deportistas retirados -no que estén por el piso, sino que ya no practican lo que mejor saben hacer- suelen ser sobre béisbol o fútbol americano, pero ¿sobre fútbol (soccer)? Que Gerard Butler sea el protagonista y uno de los productores mucho tiene que ver: es amante de este deporte, y no hace falta ponerle un doble cuando el escocés George Dryer, su personaje, hace jueguito con la pelota. Pero más que un filme sobre el deporte, Jugando por amor, del romano Gabriele Muccino (El último beso) el trata sobre los enredos en los que el divorciado George se mete. No se sabe por qué se separó de Stace (Jessica Biel), aunque se intuye que el que metió la pata u otra cosa fue él. Los hechos son que para estar más cerca de su hijo Lewis (9 años), se muda a Virginia, EE.UU., donde su ex ya formó pareja y hasta está ordenando un nuevo vestido de novia. Un buen día George acompaña a Lewis a una práctica de fútbol de la escuela y termina siendo él quien dirige a los alumnos, para alegría de unas cuantas madres. Que como hay presupuesto son Catherine Zeta-Jones, Uma Thurman y Judy Greer. También está Dennis Quaid, aunque no se involucra románticamente con Butler como las otras, pero sí juega ese papel de ganso que tan bien le sale a él y a su hermano Randy. Un poco desperdiciado, sí, pero está. La película empieza realmente muy bien, con diálogos, ritmo y situaciones que hacen querible al personaje -endeudado, no sabe cómo pagar el alquiler, todo le sale mal-, hasta que la comedia pega el volantazo o habrá que decir da un pase de 40 metros- hacia el almíbar. Lo que parecía un gol de media cancha pasa a ser una jugada estudiada, pensada, bien ejecutada, pero que se caía de maduro el camino para llegar al gol. Bien Butler (Thurman -como Quaid- podría ser más pretenciosa), la película entretiene; pintaba para goleada y termina ganando apretada, pero sin pedir la hora.
¿Y si no fue él? Hay hechos que marcan a las sociedades. Lamentablemente, muchos de esos acontecimientos tienen que ver con algún asesinato. En Colombia, el 9 de abril de 1948 murió Jorge Eliécer Gaitán, un dirigente liberal que aspiraba a gobernar el país. Lo que siguió a su muerte fue llamado el Bogotazo, un levantamiento que cambiaría de cuajo la situación sociopolítica del país sudamericano. Roa se basa en el personaje del mismo nombre (Juan Roa Sierra) que fue quien apareció como el responsable del asesinato. El director Andrés Baiz (38 años) tomó la novela El crimen del siglo, de Miguel Torres, para construir un relato que comienza en 1948 y arranca tiempo atrás, para elucubrar o imaginar quién era Roa, cómo era su vida y cuáles habrían sido los resortes que lo impulsaron (o no) a asesinar al dirigente. La cinematografía colombiana no tiene la pujanza que ha sabido tener la argentina, y Baiz acudió a la coproducción, que en cuanto a nombres propios le ha aportado a la realización el iluminador Guillermo Nieto. El habitual colaborador de Pablo Trapero, apoyándose a la vez en una dirección de arte muy precisa, logra que el ambiente se sienta bien real. Como soporte a la historia es importante, aunque algunos vaivenes del guión hagan por momentos perder el interés y cueste resignificar algunas expresiones de Roa en su casa, o con otros personajes. Mauricio Puentes, el protagonista, sabe dimensionar los distintos estados de ánimo de su personaje. Lo acompaña una segura Catalina Sandino Moreno - María, llena eres de gracia-. Patagonik es la “pata” argentina en el proyecto, que tiene a Arturo Goetz en el elenco y al compositor Iván Wyszogrod creando la música de un thriller que, a quienes no estén al tanto de las implicancias que tuvo el hecho real, puede dejarlos a mitad de camino.
Quédate en la línea Halle Berry es la operadora y heroína en este thriller en el que raptan a una adolescente, con más suspenso que acción. No es usual, en ninguna cinematografía, que en un thriller las mujeres sean las heroínas. Y menos cuando el filme tiene más suspenso que acción. Pues 911: Llamada mortal las tiene, en la piel de una operadora de la central de emergencias de Los Angeles (nuestra reciente visitante Halle Berry) y la joven Casey (Abigail Breslin), la niña de Pequeña Miss Sunshine (2006) que ya no quiere participar en ningún concurso, sino salir del baúl del auto en el que un hombre la ha secuestrado con fines presumiblemente homicidas. De bajísimo presupuesto (13 millones de dólares) y un rodaje que demandó menos de 4 semanas, la película se la pasa yendo del rostro de la telefonista Jordan al baúl de Michael (el autor de la historia y guionista Richard D’Ovidio debe ser fan de Michael Jordan). Casey, se comunica con Jordan a través de un celular. Es una película imposible de haber rodado hace 30 años. Pero también es un filme con puntos de conexión con Celular (2004), con Kim Basinger, y en cierta medida con la reciente Contrarreloj, con la hija de Nicolas Cage también secuestrada en el baúl, pero de un taxi. Jordan tiene el antecedente de que otra joven terminó en la morgue, por un error de su parte, y no puede -ni el guión quiere- que le vuelva a suceder. Así que promete lo que no debe a la otra voz en el teléfono. Los hombres, sean los policías buenos, ciudadanos que se cruzan con Michael y el propio secuestrador, no tienen la sagacidad, la entereza ni la perseverancia de la enrulada Jordan y la pobre Casey. El director Brad Anderson (El maquinista, con Christian Bale, y varios capítulos de series como Fringe y Boardwalk Empire) maneja bien el suspenso teniendo en cuenta la escasez de locaciones y ese ir y venir entre la central del 911 y allí por donde estén Casey y Michael (Michael Eklund). El final final , está OK, lo que pasa diez minutos antes ya es obra de una mente algo desquiciada. Al margen de que pueda haber o no secuela -la película ya recaudó cuatro veces su costo original en menos de un mes en cartel en Norteamérica, así que…-, el mensaje, aparte de cierta morbidez y sadismo allí, en esos instantes, es para los delincuentes: no se metan con una capricorniana. Y con dos, menos.
Recuerdos del futuro La película empieza ambiciosamente, y no es para menos si lo que se va a ver es un filme de ciencia ficción. Un planeta Tierra deshabitado en un futuro posapocalíptico, por 2077, luego de que unos aliens invasores -malos como siempre- llevaron a la devastación, por la utilización de armas nucleares. Así que los humanos que sobrevivieron se exiliaron en Saturno, ya que la luna, que quedaba más cerca, está destrozada, y mientras se pueda extraer agua, Jack Harper y su pareja se quedarán cuidando los drones que aseguran el abastecimiento ante probables ataques extraterrestres. Pero hay una fecha. Faltan dos semanas para que Jack Harper y Vika se vayan y dejen la base flotante en el aire. Y a Jack esto le trae recuerdos, o sueños, sobre una mujer que no (re)conoce. Con algo de WALL-E -la Tierra devastada, pero con más violencia y sin el humor de la película de Pixar- y, habrá que decirlo, otro tanto del espíritu de Philip K. Dick y su Blade Runner: Jack se asemeja a Deckard en cuanto a las preguntas que se hace sobre su propia existencia. Y que tal si… Al universo de la ciencia ficción mejor se ingresa sin prejuicios, o sino, no se entra. Así que obviamos que el director Joseph Kosinski es el de Tron, el legado. Lo bien que hacemos, porque Oblivion no tiene estructura de videojuego y sí una realización visual impactante. La fotografía es del chileno Claudio Miranda, el mismo iluminador de Una aventura extraordinaria, por la que ganó el Oscar, y que ya había trabajado con Kosinski en Tron…. Rodada en Islandia, entre otras locaciones, es una película de pocos personajes, con -eso sí- un Tom Cruise omnipresente en los 140 minutos de proyección. La aparición de más personajes, que conviene no adelantar para no atentar con las sorpresas que le deparan a Jack y al espectador, intentan conferir al relato un sesgo de aventura humanista. Pero está claro que la segunda parte del filme -la vuelta de tuerca- resulta mucho menos rigurosa e interesante que la primera, en la que Jack sobrevuela con su nave ultramoderna cual helicóptero del futuro, y todo es mucho menos discursivo de lo que vendrá después. Lo mejor de Oblivion es la imaginería visual. Y como se ve en el filme, hay que creer y/o reventar.
Enseñanza de vida Esta sensible película sobre la relación de un nuevo maestro inmigrante en un aula escolar de Montreal conmueve con buenas armas. Como en toda comunidad que se precie de tal, las asignaciones están repartidas. En la escuela en Montreal, esa mañana le tocaba a Simon ir a buscar las leches y llevarlas a su clase. Pero se encuentra con un cuadro inesperado. Su maestra se ha suicidado, ahorcándose en el aula. Candidata al Oscar a la mejor película extranjera, que el año pasado ganó otra excelente realización, la iraní La separación, Profesor Lazhar tiene en común con ella el plantear que si nada en la vida es sencillo, la resolución de los problemas tampoco lo son. Y a contramano de mucho cine hollywoodense, la película del canadiense Philippe Falardeau prefiere utilizar un medio tono a la hora de enfrentar la cuestión. La institución, en apariencia progresista, no se hace cargo de lo sucedido más allá de tratar de contener con ayuda psicológica a los niños. Pero quien se ponga al frente de la clase, el Monsieur Lazhar del título original, es un inmigrante argelino que le dice a la directora que estuvo en un colegio durante 19 años, y que se siente capacitado para seguir adelante con la tarea. Se enteró de la noticia por los medios de comunicación, y se presenta a cubrir el puesto. La tarea, se sabe, no será única, ni tampoco sencilla. Porque nada será igual después de aquel hecho. Habrá chicos más o menos alterados, alguno que se sienta responsable, y una niña, Alice, que llevará la voz cantante. Los muchos temas que aborda el filme -la integración y la inmigración, el dolor y la idea de no imponer un pensamiento moralizante, algo que en un filme que básicamente se desarrolla en las aulas de una escuela, es decir bastante- son reflejados con cuidado, buen tino y sin dejar espacio al desborde emocional, que en manos de otro realizador con menos sensibilidad pudo haber llevado al desbarranco. Porque el maestro sustituto, que no perdona que la maestra se haya suicidado precisamente en el aula, se hace cargo -tal vez más de lo que debería- de lo que les pueda pasar (ahora) a sus alumnos. El también tiene una historia que lo atormenta en su pasado reciente, y esa revelación traerá consecuencias. Todo ello le da una dimensión diferente al drama que viven los niños. No es La sociedad de los poetas muertos, ni tampoco Entre los muros. Profesor Lazhar respira por sus propios pulmones, tiene sus propios medios para conmover. Desde la autoridad, los pliegues en su composición y la honestidad que transmite Mohamed Fellag como el profesor, en un papel nada fácil y que es verdaderamente consagratorio. Evelyne de la Cheneliere, la autora de la pieza teatral en que se basa el filme, aparece como la madre de Alice.
Remake de atrocidades Siendo muy amplios, puede afirmarse que hay géneros cinematográficos a los que los avances de la tecnología no le han jugado a favor. Es que lo que hasta hace años era imposible imaginar que se podía ver en pantalla, hoy es probable . Y el de terror, más que el de acción, es el género que más lo ha sufrido y menos lo ha podido aprovechar en su veta narrativa. Si antes cortar una pierna, un brazo, una mano o una lengua era en la práctica inalcanzable, ahora hay cineastas que se regodean con ello. La saga de El juego del miedo, que empezó precisamente como un juego que planeaba hasta qué punto uno lucharía por sobrevivir, se fue, literalmente, desfigurando. Y esta remake de Diabólico cae entonces en ese mar de posibilidades visuales, descartando el elemento madre del cine de terror, que es el bienamado suspenso. Sam Raimi dirigió The Evil Dead (aquí conocida como Diabólico) hace 32 años. Y sucede lo mismo que con La masacre de Texas, de Tobe Hooper, cuya remake era gráfica, sanguinolenta, repulsiva de ver. Aquí, algunas cosas han cambiado -no sólo el humor- en la trama: a la cabaña en medio de un bosque solitario llegan cinco jóvenes, pero con la premisa de que deben limpiar de su adicción a las drogas a Mia. Por eso, cuando Eric abra un libro que no debía abrir, y pronuncie las palabras que no debía pronunciar, y un espíritu maligno se apodere de Mia, nadie le creerá una palabra a la pobre joven cuando la ven con los primeros síntomas de la posesión del título. Creen que son efectos de la desintoxicación. Y así les va. Fede Alvarez es un joven uruguayo, cuyo corto Ataque de pánico (2009, ver en YouTube) fue a manos de Raimi, quien lo apadrinó y lo puso a cargo del proyecto. Difícil saber si el mar de sangre, las mutilaciones y atrocidades en la pantalla fueron todas ideas de Alvarez o sugeridas por el director de la ATP Oz, El Poderoso. Pero el resultado es lo que cuenta, y para aquellos que gustan de tener revuelto el estómago Posesión infernal estará bien. Para los que pagan una entrada para asustarse y así y todo pasar un rato agradable, el asunto es mucho más espeso. Los personajes son arquetípicos (el hermano de Mia, que se siente en deuda con ella; el nerd; la chica tonta) y no despiertan la menor empatía. Habrá que ver qué futuro sueña Fede Alvarez, si su inventiva visual se queda anclada en la mutilación, o se corre de registro.
Por la plata y por la hija Nicolas Cage debe correr para conseguir US$ 10 millones, o encontrar a su hija secuestrada: todo, hasta que se acabe el pochoclo. Hay películas que no hacen mal a nadie. Que pasan por la pantalla, entretienen un rato, y al tiempo se las olvida. Nicolas Cage tiene unas cuántas en su haber. La carrera del sobrino de Francis Coppola -de hecho su nombre es Nicholas Kim Coppola- es tan dispar como prolífica. Son 71 títulos desde su debut hace 31 años en Picardías estudiantiles. Pícaro o no, Cage se las rebusca en el cine de acción, donde la pegó con La Roca y Contracara, los dramas -de Adiós a Las Vegas, que le reportó el Oscar, a Alas de libertad y Corazón salvaje- y las comedias de aventuras. Contrarreloj es de ésas que Cage hace casi en piloto automático, pero esta vez se olvidó los tics y el peluquín, qué cosa, se disimula mejor. Ladrón de bancos -de bóvedas de bancos-, a Will lo están por apresar con 10 millones de dólares en la mano, y decide quemarlos antes, para que la sentencia disminuya. Le dan ocho años, y cuando sale de prisión, su hija adolescente, que se siente abandonada, lo espera menos que sus cómplices y el detective que se quedó con la sangre en el ojo. Nadie cree que Will haya quemado el botín, y sí esperan que los recupere, unos para dividirlo, otro para apresarlo. Pero -siempre hay un pero- Vincent (Josh Lucas, lejos de Poseidón y de jugar al galán, con el pelo largo y sucio y una pierna ortopédica) quedó resentido y quiere más que su parte a toda costa. Así que rapta a la hija de Will y le pide que le dé los 10 millones de dólares. Will no los tiene, y sí tiene poco tiempo. Rodada en Nueva Orléans, ciudad favorita de Cage donde filmó más de una de sus películas, cambiaron el guión para que de la original Nueva York se pasara a la ciudad post Katrina. Y como de taxis se habla, decidieron que la acción transcurriera durante el Mardi Gras, el carnaval, para que Will se vuelva algo loco en encontrar a su hija escondida en el baúl de un taxi. El director Simon West ya había dirigido a Cage en Con-Air, otra de acción con trama ridícula. Lo dicho: pasa rápido, dura lo que un balde de pochoclos.
Nuevo capítulo de la saga basada en los juguetes bélicos. El diálogo es textual. “¿Qué vamos a hacer esta noche?” Respuesta: Lo mismo que hacemos todas las noches, ¡Tratar de conquistar el mundo!” Los personajes no son de G.I. Joe, sino que son Pinky y Cerebro, personajes del dibujo animado producido por Spielberg en los ’90, pero son la síntesis perfecta de lo que ocurre en cada capítulo de la saga G.I. Joe, basada en los populares juguetes de Hasbro. Como en la primera película, Cobra y sus secuaces quieren hacer lo mismo que Pinky y Cerebro, sólo que ahora van por más. Luego de ser encerrado bajo tierra en una ex mina en Alemania, Cobra logra escapar, quiere terminar un siniestro plan: apoderarse del planeta enfrentándose con las ocho potencias nucleares. Antes, los Joes caen en una trampa -no urdida por Cerebro, pero por lo simplista parecería que sí- y antes de que alguien les diga Yankees go home , la mayoría de los soldados quedan aniquilados. Sin una gota de sangre: se sabe que estas películas deben ser aptas al menos para preadolescentes en Norteamérica, y entonces hay violencia, explosiones, fuego, pero nada de fluido rojo. Los fanáticos descubrirán que hay caras nuevas y otros personajes/juguetes desaparecen más bien rápido. Como no queda otra, los sobrevivientes busca ayuda en un líder de los Joe: si antes era el general Hawk (Dennis Quaid), ahora es el general Colton (Bruce Willis). Y deben averiguar si el mismísimo presidente de los Estados Unidos los mandó eliminar. Interpretado de nuevo por Jonathan Pryce -que fue Perón en la Evita de Alan Parker-, parece cansado, como si el poder no le sentara bien. Igual, nadie se pregunta o responde cómo es que secuestraron al presidente. Minucias de la trama, porque lo que importa es la acción. Al grito de Hu ah! los Joes son -casi- invencibles. Por ahí está el músico RZA como el maestro de kung fu ciego (que no parodia al de pequeño saltamontes , pero casi), muchos ninjas, más traiciones y solidaridades inquebrantables. Y todo lo que comenzó como un juego, termina así: chicos, a tomar la leche.