Ya todo se dijo sobre Los Tres Mosqueteros, la novela de Alejandro Dumas. Athos, Porthos y Aramis son parte de la cultura popular. Literatura, cine, televisión, videojuegos, internet, ningún medio le dio la espalda a estos valientes espadachines. Su influencia es innegable e inagotable...
Lo aman y lo odian, pero nadie es indiferente a Glee. Creado por Ryan “Nip/Tuck” Murphy, Ian Brennan y Brad Falchuk, este programa de televisión nació como la contracara de High School Musical: una estudiantina con canto y baile, pero en la que los protagonistas son los losers de la escuela, o al menos los más inusuales. Nuevas Direcciones, el club Glee de la preparatoria McKingley (gracias a la serie descubrimos que hay Clubes Glee en todos los colegios estadounidenses) está compuesto por un inválido, una gorda (dos, en realidad) y un gay, entre otros. Personajes que expresan su dolor y sus deseos a través de covers de canciones famosas y de musicales de Broadway, a la vez que compiten en certámenes intercolegiales.
Muchas de las mejores películas aparecen de la nada, en el momento menos previsto. Lo mismo se aplica a las peores. Detrás de las Paredes es una producción chica, no muy ambiciosa, pero el elenco y el equipo técnico es tan prestigioso que uno nunca podría haber imaginado un resultado final así de pobre. Will Atenton (Daniel Craig), un respetado editor, deja su trabajo para dedicarle más tiempo a su familia. Él, su esposa (Rachel Weisz) y las dos hijas de ambos acaban de mudarse a una enorme casa en un barrio de los suburbios. Todo parece marchar bien, en medio de las consabidas remodelaciones, risas y cariño. Pero la tranquilidad se esfumará cuando Will nota que alguien los vigila por las noches, escondido entre la vegetación del jardín. No tardará en descubrir que en esa casa, cinco años atrás, un hombre mató a su familia. El asesino fue encerrado en un hospital psiquiátrico, pero ahora está libre y seguramente sea quien anda merodeando la vivienda. Aunque habrá más secretos que saldrán a la luz. La película comienza como un thriller climático. Recuerda a films como Al Final de la Escalera, de Peter Medak, y El Resplandor, dirigida por Stanley Kubrik. Y, según el afiche, da toda la sensación de que la historia irá por el lado de lo sobrenatural. Sí hay una vuelta de tuerca, pero relacionada con lo psicológico, muy similar a films recientes —y muy superiores a Detrás...— que convendría no nombrar. Un giro tramposo, que al estar ubicado en mitad de la película, es estirado como un chicle hasta el final, donde hay otro giro, tiradísimo de los pelos. El guión de por sí recurre a lugares comunes, pero incluso esos elementos están pésimamente manejados y puestos. Hay detalles y personajes diseñados para tener peso en el tercer acto, pero están tan mal trabajados que terminan produciendo sorpresa, pero en el mal sentido. El veterano y premiado Jim Sheridan suele mostrar en sus obras familias puestas a prueba: las que hizo con Daniel Day Lewis (Mi Pie Izquierdo, En el Nombre del Padre y The Boxer), Tierra de Sueños, Rico o Muerto y Hermanos. Pese a su nula experiencia en thrillers, el director irlandés quiere ponerle garra a esta película, y para eso se rodeó de un gran equipo técnico, empezando por el director de fotografía Caleb Deschanel y la diseñadora de producción Carol Spier, habitual colaboradora de David Cronenberg. Pero sin un guión ni siquiera mediocre, las buenas intenciones de Sheridan quedaron en intentos. Además, maneja equivocadamente los puntos de vista de los personajes en escenas claves, lo que produce una confusión en el espectador. Algo similar ocurre en con los actores. Figuras como Daniel Craig (en un papel pensado para Brad Pitt, quien tampoco luce como un editor), Rachel Weisz y Naomi Watts (la más desaprovechada) hacen lo que pueden con un texto por debajo de sus capacidades. Mal escrita y peor vendida —el trailer lo cuenta todo—, Detrás de las Paredes es una fallidísimo film de suspenso que consigue poner nervioso al público, pero por lo horrible de lo que se está proyectando.
Luego de una fiesta de casamiento, Santiago (Felipe Colombo) y Florencia (Sabrina Garciarena) contemplan el amanecer en la Costanera. Es evidente que se aman, sus cosas parecen ir por el buen camino. Pero una discusión saca a relucir algunos trapos sucios y terminan peleando, al punto de que cada uno se va por su lado. Durante las próximas horas, ambos se cruzarán con personajes y vivirán situaciones que los harán replantearse no sólo el rumbo de la relación sino el de sus propias vidas y sus verdaderos sentimientos. Solos en la Ciudad está estructurada en dos partes: el recorrido de Santiago, y luego, el de Florencia. De esta manera, podemos conocer mejor a ambos, especialmente sus puntos de vista sobre el amor y las relaciones. Como Antes del Amanecer y Antes del Atardecer, de Richard Linklater, pero en Palermo y con los protagonistas separados. El director Diego Corsini demuestra que sabe manejar los diálogos, cuyas temáticas y tonos varían de acuerdo a los personajes con los que se van encontrando los protagonistas, pero que siempre funcionan estupendamente por el buen trabajo de los actores. Y, para lograr mayor fluidez, suele recurrir a planos secuencia, como la charla entre Santiago, Esteban (Luciano Leyrado) y Cris (Laura Azcurra), en la puerta del zoológico. En cuanto al aspecto visual, se vale del recurso de la pantalla dividida, especialmente cuando los personajes hablan por celular. Sabrina Garciarena es perfecta para la comedia romántica. Su belleza simple (no inalcanzable) y su encanto natural, la convierten en la Florencia perfecta: una joven abogada, algo fría, que no deja de hacer planes a futuro, con una visión calculadora de las relaciones (“Con el amor sólo no alcanza”, dice), pero que en el fondo es vulnerable y bastante insegura. Felipe Colombo no brilla tanto como su partenaire, pero sigue estando bien y tiene las escenas más divertidas. A diferencia de su pareja, Santiago es un profesor de Historia que gana poco y prefiere un estilo de vida más free, sin preocuparse demasiado por el mañana. Pero su arrogancia pueden hacer peligrar aquello que lo une con Florencia. Los personajes secundarios no tienen desperdicio y todos son funcionales a la trama, aconsejando o intentando aprovecharse del mal momento de los novios: Catherine Fulop es Mariela, una vecina y madre dispuesta a escuchar; Santiago Caamaño hace de Javi, el fiestero amigo del protagonista, quien pretende retrotraerlo a las épocas de locura juvenil; Mario Pasik interpreta al padre y jefe de Florencia, un prestigioso abogado que aún cree en el amor; Matías Scarvaci se luce como Mauricio, un individuo de vida naturista y new age, que pregona la soledad; Federico Amador y Eliana González encarnan a los buitres que pretenden quedarse con Florencia y con Santiago, respectivamente. Curiosa y desopilante la aparición especial del distribuidor Pascual Condito como un puestero que vende comidas rápidas. Solos en la Ciudad llega para demostrar que las comedias románticas argentinas están en auge. Al igual que Mi Primera Boda, de Ariel Winograd, y Medianeras, de Gustavo Taretto, encara el género con una impronta y un lenguaje frescos y contemporáneos, influidos por clásicos modernos del género, como Cuando Harry Conoció a Sally y los films de Norah Ephron (también guionista del film de Rob Reiner). La película ideal para ver en pareja, sobre todo si los ánimos no son los mejores.
En 2009, el cine de terror en clave de falso documental dio otro golpe maestro. Actividad Paranormal contaba la historia de un matrimonio que experimentaba fenómenos sobrenaturales en su casa. Por supuesto, lo que vemos aparece registrado por cámaras de seguridad. La película costó 15.000 dólares y recaudó millones. Al año siguiente se estrenó Actividad Paranormal 2, también contada como falso documental, que expandía el universo de la anterior e incluía posesiones demoníacas. Y se está por estrenar la tercera parte, que será una precuela (incluso de la 2, que ya de por sí sucedía antes que la primera). Actividad Paranormal 0: El Origen no tiene nada que ver con esos films, sino que se trata de una versión japonesa de Actividad Paranormal, que es vendida como una secuela... y como una precuela (¿?). Muy confuso. Una chica llega a su Tokio natal luego de que, en San Diego, Estados Unidos, protagonizara un accidente que la dejó inválida y provocó la muerte de otra persona. Al principio todo está bien y hay mucha emoción por el reencuentro sobre todo por parte del hermano. Sin embargo, la tranquilidad se esfuma con una sucesión de episodios misteriosos. objetos que se rompen de la nada, puertas que se abren y se cierran solas, ruidos extraños. Por supuesto, cada situación queda registrado por la cámara del hermano, quien se la pasa filmando todo. La película funciona igual que la de Oren Peli: filmaciones nocturnas, con la cámara en modo infrarrojo, y grabaciones de escenas cotidianas —gente comiendo, durmiendo, hablando, etc.— que, si bien para muchos pueden llegar a generar tensión, resultan aburridas. Tampoco es demasiado interesante el drama familiar con la chica lisiada. El cine fantástico japonés tiene una larga e interesante tradición. Más acá en el tiempo, el J-Horror aterró al mundo entero gracias a obras como Ringu y Dark Water, de Hideo Nakata, y Ju-On, de Takashi Shimizu. Historias de seres fantasmagóricos que acechan a los protagonistas, y que tuvieron sus refritos hollywoodenses, también con mucho éxito. AP0 quiere tener algo de esa impronta (los protagonistas tienen respeto por los espíritus; incluso ponen sal gruesa para protegerse de las almas más perversas), pero sigue siendo una innecesaria adaptación de un film de por sí tremendamente sobrevalorado, pero muy bien vendido por una impresionante campaña marketinera. Hartos de que en Hollywood se la pasen adaptando sus películas para el ojo occidental, los japoneses quisieron tomarse revancha y adaptar un éxito anglosajón. No les salió bien. Actividad Paranormal 0: El Origen es un producto que seguramente fue hecho con la intención de seguir lucrando con la misma idea que tan buenos resultados dio en los cines del mundo. Incluso podía esperarse que la versión oriental le encontrara la vuelta para superar a la primera AP, pero les quedó un trabajo todavía menos cuidado que el de Peli. El cine japonés debería serle fiel a sus propios conceptos e inventivas; ya demostraron que pueden hacer films geniales y originales. O, por lo menos, podrían hacer la remake de una película mejor, o darle la vuelta de tuerca necesaria para mejorar lo ya hecho. Ahora queda esperar la AP3 oficial.
En la década pasada, el director Gustavo Taretto irrumpió en el panorama cinematográfico argentino con una serie de cortometrajes en los que se aprecia su particular visión del mundo: Las insoladas, Cien Pesos y, sobre todo, Medianeras. Este multipremiado trabajo —más mediometraje que corto, ya que dura 28 minutos— contaba la historia de Martín (Javier Drolas) y Mariana (Moro Anghileri), dos jóvenes solitarios en una ciudad cada vez más superpoblada. Al parecer, Taretto se quedó con ganas de decir mucho más: su ópera prima es una versión 2.0 de Medianeras. Martín (Drolas de nuevo) es un fóbico en recuperación. Trabaja como diseñador de sitios web y casi no necesita moverse de su monoambiente, pero trata de hacerlo. Vive con la mascota de su ex, una caniche. Mariana (ahora interpretada por Pilar López de Ayala), arquitecta recibida pero que no ejerce, trabaja en las vidrieras de los negocios de ropa. También vive en un pequeño departamento, sin más compañía que un montón de maniquíes a los que les cuenta de su patética vida. Martín y Mariana podrían congeniar. Son vecinos, incluso. Sin embargo, todo se hace difícil en una ciudad cada vez más enorme, compleja y alienante. La película tiene elementos cómicos (de un humor agridulce) y románticos (sin ser romántica en su totalidad o, por lo menos, no de la manera tradicional). Pero, ante todo, Medianeras es una historia sobre la soledad. Si bien los protagonistas dan vueltas, conocen a otras personas, incluso tienen sexo, no logran dar con el amor. ¡Y el amor está ahí nomás, donde uno menos se lo imagina! Y su hermetismo y desencanto y apatía y la dependencia de Internet tampoco son de mucha ayuda para poder encontrarlo. La estructura es original para lo que es el cine argentino, pero con influencias muy claras. Tiene el sabor al cine de Woody Allen y una dinámica digna de las comedias románticas escritas por Nora Ephron. Remite, en muchos aspectos, a la reciente 500 Días con Ella: enamorados antiheróicos (uno de ellos, arquitecto que no ejerce, como Joseph Gordon-Levitt en el film de Mark Webb), voz en off, secuencias animadas, observaciones agudas sobre la vida y las relaciones... También hay referencias a íconos de la cultura popular, como el juego ¿Dónde está Wally?, que tiene un peso importante en la trama. Taretto maneja con mano maestra tanto lo técnico como el trabajo con los actores. Cada aspecto parece calculado, desde los encuadres hasta los gestos de los interpretes. Claro que todos estos detalles empiezan desde el guión. Como buen alumno del gran José Martínez Suárez, sabe que buenos guiones hacen buenas películas. Javier Drolas sigue estando perfecto en el papel de Martín. Su actuación es invisible, como si estuviéramos espiando la vida de un solitario muchacho de Capital. La española Pilar López de Ayala también se luce. Su personaje tiene matices un tanto oscuros, ya que dialoga con maniquíes, ¡y hasta tiene sexo con ellos! Los protagonistas están secundados por un elenco de lujo: Carla Peterson (a quien Taretto filma igual que a una diva europea de los ’60), Rafael Ferro, Inés Efrón, Adrián Navarro, Romina Paula (de El Estudiante), Alan Pauls (quien viene de actuar en La Vida Nueva) y hasta el periodista Jorge Lanata. Cínica, tierna, contemporánea; a veces pesimista, a veces esperanzadora; Medianeras confirma que Gustavo Taretto es un talento a seguir y que el cine argentino está en un momento interesante... y que hay que estar siempre atento: nuestro gran amor puede estar más cerca de lo que pensamos.
Hay directores que podrán ser amados u odiados, pero que nunca pasan desapercibidos. Tal es el caso del estadounidense Terrence Malick. En casi cinco décadas, este ermitaño y misterioso cineasta dirigió cinco películas en la que plasmó su visión contemplativa de la naturaleza (humana y en general): Badlans, Días de Gloria, La Delgada Línea Roja, El Nuevo Mundo y la que hoy nos convoca: El Árbol de la Vida. En 139 minutos, Malick logra contar, de manera épica, una historia intimista. La historia de una familia de Texas en la década del 50. La familia de Jack (Sean Penn en la edad adulta) y sus dos hermanos, quienes viven con un padre demasiado estricto (Brad Pitt) y una madre amorosa (Jessica Chastain). Como suele suceder en el cine de Malick, el argumento es sólo la punta del iceberg. Debajo de la superficie están todas sus preocupaciones y temas recurrentes: la pérdida de la inocencia, el contraste entre el hombre y la naturaleza; el amor, el odio, la muerte, la Vida. La Vida. De eso se trata la película. De la vida de Jack... pero también de la vida en general. Y esto se hace evidente cuando, en determinado momento, sorprendiendo al más desprevenido, se nos presenta un minidocumental —al estilo de los de Discovery Channel, pero mejor— sobre el origen del universo. Desde que la Tierra era un infierno de volcanes y lava hasta la aparición de dinosaurios (los dinosaurios mejor filmados de la historia del cine, después de los de Steven Spieberg en Jurassik Park). Esta fascinante secuencia confirma que Malick, con su nivel de perfección y anonimato, es el director vivo más parecido a Stanley Kubrik. De hecho, el diseño de la secuencia estuvo a cargo de Douglas Trumbull, responsable de los efectos especiales de 2001: Odisea en el Espacio. Y si le sumamos que el minidocumental está musicalizado con ópera... Sin embargo, pese a algunos otros intereses en común —personajes que se mueven en mundos violentos, por ejemplo— siguen siendo autores muy distintos. Kubrik era pretencioso, gélido a niveles matemáticos, pesimista. Malick es igual de pretencioso, pero más humano, más introspectivo, más lírico. Ver El Árbol de la Vida es lo más similar a leer poesía: uno simplemente debe dejarse llevar. El ambicioso e impresionante trabajo visual le pertenece al director de fotografía Emmanuel Lubezki. El mexicano, quien había trabajado con Malick en El Nuevo Mundo, vuelve a dar cátedra de cómo convertir cada plano en una obra de arte, pero sin nunca dejando de ser funcional a la historia. La clave está en que la cámara parece subjetiva, como convirtiendo al espectador en un personaje más dentro del universo de la película (aunque el punto de vista está puesto en el pequeño Jack). Lubezki fue nominado al Oscar varias veces, pero nunca ganó. Este trabajo podría darle la tan merecida estatuilla. Brad Pitt es muy convincente en el rol del padre que exige a sus hijos para que sean triunfadores, para que nadie los pase por arriba, pero que termina resultando autoritario y amenazante. Sean Penn cumple nuevamente, y con economía de recursos. Los chicos son muy frescos y tan profesionales que parecen veteranos. Pero quien se roba la película, en materia actoral, es Jessica Chastain. La joven pelirroja es una encarnación del amor y la felicidad, un personaje de poco carácter pero muy especial. Jack la tiene tan idealizada que siempre aparece sonriente, jugando, incluso levitando como un hada. Más allá de que en determinado tramo se vuelva densa, El Árbol de la Vida es una experiencia audiovisual diferente, y también difícil de digerir, sobre todo si uno perdió un ser amado (principalmente, un hijo o un hermano; no hay nada de spoilers en esta aclaración). Es la obra más personal de Malick, el colmo de sus ambiciones creativas. Y, para alegría de sus fanáticos, ya no será necesario esperar años para ver su próximo film: el director ya tiene lista The Burial, con Ben Affleck y Rachel McAdams, y prepara el documental Voyaje of Time, con narración de Brad Pitt. Un director que divide aguas, pero que continua siendo uno de los artistas más personales y respetados.
Todo parece ir bien en la vida del joven Nathan Harper (Taylor Lautner): vive con sus padres, va al colegio secundario, sale a divertirse con amigos, se siente atraído por Karen (Lily Collins), su vecina y amiga de la infancia... Un adolescente normal, que sin embargo no logra comprender por qué todas las noches tiene extraños sueños ni por qué su padre lo entrena en boxeo y otras disciplinas de lucha. Las cosas se pondrán más extrañas cuando, durante un trabajo escolar, descubre por Internet que podría ser un niño que lleva años desaparecido. Y ahí la verdad le cae como un mazazo: su verdadero apellido es Price y sus progenitores no son tales sino agentes que quieren protegerlo. Protección que no dura mucho más, ya que el muchacho comienza a ser perseguido, golpeado y tiroteado por espías extranjeros y hombres de la CIA. Nathan deberá salir con vida y resolver el misterio de su verdadera identidad. La película es, ante todo, un vehículo para Taylor Lautner, famoso por interpretar a Jacob Black, el licántropo que sufre por amor en los films de Crepúsculo. Si bien tiene presencia, garra y pasta de héroe de acción, todavía está verde como para llevar adelante una película él sólo. Eso sí: para alegría de las chicas, no pierde la oportunidad de andar con el torso desnudo. Lautner está acompañado por otra cara joven: Lily Collins, hija del otrora baterista y luego cantante de Génesis Phil Collins. Karen, su personaje, es la chica de la película, pero que sabe defenderse cuando la situación lo amerita. A la actriz pronto se la verá como Blancanieves en un film todavía sin título definitivo, con Julia Robert haciendo de la Bruja. Los secundarios sí son actores con larga trayectoria. Sigourney Weaver es una psicóloga que esconde un secreto, Alfred Molina encarna a un agente de la CIA en el que resulta difícil confiar. Jasón Isaacs y María Bello componen a los “padres” de Nathan. El sueco Michael Nyqvist hace del villano, un espía de origen serbio. Nyqvist, conocido por su papel de Mikael Blomkvist en las películas de la serie Millennium, basadas en las novelas de Stieg Larsson (empezando por Los Hombres que no Amaban a las Mujeres) repetirá su rol de mal tipo en la inminente Mission: Impossible - Ghost Protocol. John Singleton sigue siendo el director más joven en ser nominado a un Oscar, en 1991, a los 24 años, por Los Dueños de la Calle, la historia de un grupo de amigos en un suburbio de Los Ángeles. Continuó haciendo films en esa línea: Sin Miedo en el Corazón, con Janet Jackson; Higher Learning, sobre disturbios universitarios; Rosewood, acerca de tensión racial, y El Rey de la Calle. Luego demostró que podía hacer películas mainstream, con secuencias de acción y espectacularidad: Shaft, Más Rápido, Más Furioso, Cuatro Hermanos. Por supuesto, Identidad Secreta forma parte de este último grupo, pero, como en todas sus obras, hay una marca autoral: personajes que tratan de lidiar de la violencia que les rodea. De todos modos, ésta es su película más convencional, menos atrevida, como si se tratara de un simple encargo y nada más. En cuanto a las influencias, los primeros minutos recuerdan a Espías sin Rostro, en la que River Phoenix descubría que sus padres eran espías soviéticos en un vecindario estadounidense. Con el correr de las escenas, el personaje de Lautner deriva en una versión teenager de Jason Bourne, el espía amnésico que interpretó Matt Damon en Identidad Desconocida, La Supremacía Bourne y Bourne: El Ultimátum. Identidad Secreta es una pequeña historia de espionaje, con cero pretensiones, y funciona, más que nada, como un aperitivo para los fans de Crepúsculo, quienes deben estar contando las horas para el estreno de Amanecer - Parte 1.
Por un lado, Simon Pegg y Nick Frost. De origen inglés, este dúo dinámico antiheróico protagonizó éxitos de culto —por extraña que suene la expresión— como Muertos de Risa y Arma Letal (títulos argentinos de Shaun of the Dead y Hot Fuzz, respectivamente), dirigidas por el no menos talentoso Edgard Wright. Por otro lado, Greg Mottola. Otrora co-equiper de Judd Apatow, culpable máximo de Supercool y Adventureland: Un Verano Memorable. Si a la ecuación le sumamos un extraterrestre con la voz de Seth Rogen, nos da como resultado Paul. Graeme Willy (Pegg) y Clive Gollings (Frost) son dos artistas y meganerds británicos que, luego de gozar en la Comic-Con[1], alquilan una casa rodante y se ponen a recorrer parajes relacionados con el fenómeno OVNI, como el Área 51. En medio del camino, ven cómo un auto se desvía de la ruta y choca. Cuando acuden para rescatar a posibles heridos, descubren que el chofer no era un ser humano. Paul, un alienígena cabezón, de ojos grandes y muy canchero, les pide ayuda para llegar hasta la nave que lo llevará de regreso a su planeta. Graeme y Clive le dan una mano a su nuevo e inusual amigo, aunque deberán huir de agentes y otras personas que pretenden dar con el Visitante. La película es una desopilante comedia en clave de road movie ambientada en las carreteras estadounidenses, pero, sobre todo, es la historia de fans, hecha por fans y para fans. Graeme y Clive son los prototípicos nerds; hombres que, pese a su edad, saben todo sobre Viaje a las Estrellas y La Guerra de las Galaxias. Sin embargo, más allá de sus graciosas salidas, están mostrados con respeto, no como un par de loquitos de historieta. Una vez más, Pegg y Frost, desde la actuación y desde el guión, logran hacer creíble y divertido lo francamente inverosímil, además de una gloriosa fiesta para cinéfilos y entendidos. Predominan homenajes y referencias, la mayoría puestas de manera muy inteligente y original: Paul, en sus sesenta años que lleva en la Tierra, se dedicó a asesorar a producciones de Hollywood y a cineastas de la talla de... ¡Steven Spielberg! Curiosamente, la próxima aparición (o algo así, ya que animarán sobre ellos gracias a la técnica de motion capture) de la dupla Pegg-Frost será en Las Aventuras de Tintín - El Secreto del Unicornio, dirigida por el denominado Rey Midas del cine. Demostrando que la tienen clara a la hora de musicalizar films, Pegg, Frost y Mottola se despachan con otro soundtrack demoledor. Suenan temas de Marvin Gaye, B’52... y “ Don’t Bring Me Down”, de Electric Light Orchestra, que también forma parte de la banda sonora de Super 8, película con la que Paul se complemente a la perfección. Paul es un nuevo prodigio de la animación por computadora y un nuevo trabajo inolvidable de Seth Rogen. Al haber vivido tanto tiempo en nuestro planeta, el extrovertido alienígena adoptó nuestros modismos y la manera de hablar. Su carisma y sus movimientos recuerdan a Bugs Bunny, pero más escatológico. Ojo, también tiene su faceta tierna y sentimental. Además de Pegg, Frost y Rogen, el elenco secundario también se luce. Kristen Wiig hace de Ruth, una chica demasiado religiosa y tuerta que se una a los protagonistas y aprende a deshinibirse. Perteneciente al elenco de Saturday Night Live, Wiig actúa en —y es co-guionista de— Damas en Guerra, que se estrena en breve. Jason Bateman interpreta a un misterioso hombre de negro que anda tras Paul. Una vez más, este comediante causa gracia al mantenerse serio ante las situaciones más absurdas, como si no estuviera actuando en una comedia. Bill Hader, de Saturday Night Live y actor fetiche de Mottola, es Haggard, un agente con intenciones que no terminan siendo las que parecen. Joe Lo Truglio, por su parte, es O’Reilly, compañero de Haggard, quien resulta un nerd de la primera hora. John Carroll Lynch sigue dando miedo, ahora como el padre de Ruth, quien no duda en tratar de rescatar a su hija con una escopeta y una Biblia. Blythe Danner pone la cuota emotiva como una vieja amiga —y amiga vieja— de Paul, y Jane Lynch, hoy conocida mundialmente por ser la malvada Sue Silvester en Glee, saca más de una sonrisa en los pocos minutos que le tocan en pantalla. También hay una aparición sorpresa en el final, de la que no conviene adelantar nada. En Paul, Simon Pegg y Nick Frost siguen siendo garantía de genialidad y humor. Hacen tan buen equipo con Mottola como con Wright, y una vez más nos dicen que e, ciertas ocasiones, hay que arriesgarse de lleno por lo que se siente o por las personas a las que amamos. Ya lo dice Paul: “A veces hay que jugársela”.
Si a David Cronenberg se le ocurriera adaptar al cine su visión de la novela de H.G. Wells La Isla del Doctor Moreau, el resultado se aproximaría a Splice: Experimento Mortal. Clive (Adrien Brody) y Elsa (Sarah Polley), dos talentosos y jóvenes científicos, se dedican a mezclar ADN de distintas especies animales. El objetivo: crear un híbrido del que sea posible extraer proteínas y otros elementos cruciales para la evolución de la medicina. Envalentonados por los buenos resultados, Clive y Elsa añaden a su experimento genes humanos. Al poco tiempo nace una criatura nueva, inteligente, astuta; un ser con forma humana en su mayor parte, aunque provisto de una mortífera cola que sirve como aguijón. La pareja se encariña con su invención, a la que bautizan como Dren (anagrama de Nerd). Pero a medida que Dren va creciendo, sus apetitos cambian... para mal de sus padres adoptivos. La ilusión de familia se convertirá en una situación incontrolable. El director canadiense Vincenzo Natali se había convertido en una promesa del cine fantástico gracias a El Cubo, su inquietante ópera prima. Si bien sus siguientes films —la interesante Cyper, que le debe mucho a la literatura de Philip K. Dick, y Nothing, además de un corto de vampiros para el largometraje París Je t’aime, protagonizado por Elijah Wood—, no llamaron demasiado la atención, parece haber vuelto con tutti gracias a Splice, que tiene como productor ejecutivo a Guillermo del Toro. Hay puntos en común con las películas del director mexicano: aquí el monstruo termina siendo menos cruel que las personas, que son capaces de lo que sea con tal de satisfacer sus ambiciones más desmedidas. La bestia sólo se vuelve violenta cuando es rechazada o siente que la atacan. También está el tema de los científicos jugando a ser Dios, igual que Víctor Frankenstein en ya se imaginan qué obra de Mary Shelley y que el Doctor Moreau en la mencionada novela. Además, hay puntos en contacto con el cine del también mencionado Cronenberg, sobre todo el de la primera época: experimentos fuera de control, invierno, bichos viscosos... Se asemeja más a La Mosca, por su carácter intimista (escasos personajes y escenarios, relaciones complejas, un monstruo que se convierte en tal muy de a poco). Más allá de estas comparaciones, Splice tiene personalidad propia gracias a un preciso trabajo de dirección, guión y actuación. Adrien Brody y Sarah Polley son los actores perfectos para este material. Son creíbles como gente de ciencia y como una pareja en un momento crucial de sus vidas, donde deben elegir el camino definitivo hacia la madurez. También aparece en el elenco David Hewlett, actos canadiense de culto y fetiche del director, visto hace poco en otra historia de experimentos científicos que perjudican a los humanos: El Planeta de los Simios: (R)Evolución. Tampoco hay que olvidarse de Delphine Chanéac, actriz francesa que interpreta a Dren de manera que podamos sentir por ella ternura y miedo. Splice: Experimento Mortal es una pequeña joyita a la que todavía hay que descubrir... y otra prueba de que es mejor no perturbar a la naturaleza.